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Juan Rulfo: creación literaria

y percepción antropológica.
Ámbitos de una antropología literaria

Claudio Esteva Fabregat

Descubrimiento antropológico del mundo rural

A efectos de semblanza personal de la figura de nuestro autor,


Juan Rulfo nació en Sayula, Jalisco, en 1917. Murió en 1986,
en la ciudad de México. Su infancia básica fue socializada en
San Gabriel. Su padre fue asesinado pocos años antes de la gue­
rra cristera. Entonces, tenía seis años. Poco tiempo después,
cuando tenía 10 años, también falleció su madre. Inmediata­
mente fue internado en un orfanatorio, y a los 15 años, por
influencia de su ambiente católico, entró en el seminario con
la idea de estudiar para sacerdote, pero le suspendieron en la­
tín, lo cual daba carácter de resistencia al ideal tradicionalis­
ta. En 1934, uno de sus tíos le consiguió un empleo en la ciudad
de México, y en esta experiencia fue agente de inmigración.
Seis años después volvió a Guadalajara.
Allí hizo amistad con Juan José Arreola. Su estancia en Gua­
dalajara fue corta, pues regresó a la ciudad de México. En ésta
hizo amistad con Octavio Paz, y obtuvo dos becas otorgadas por
el Centro Mexicano de Escritores. En 1953 publicó un libro de
cuentos, El Llano en llamas, un contexto de narraciones que lue­
go tendría su definición profunda en su obra más importante,
Pedro Páramo (1955).
Aparte, Juan Rulfo es autor lapidario de frases cortas, pero
de ideas y densidad literaria que trascienden el tamaño de su
escritura. Es, desde luego, una figura universal de la literatura.
Sus temas tienen duende, absorben mucha de la experiencia

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que contiene universales de lujo, semejantes a los que traslada­


ron a nuestras mentes los clásicos de la Historia. Es, desde lue­
go, un clásico de la literatura universal. Sus referentes cautivan
porque contienen la magia de los recursos imaginarios, y, no
obstante, añaden la calidad cualitativa de los patrones cultu­
rales compactos, susceptibles de ser sujetos permanentes de
ampliación estructural.

La cuestión hermenéutica

A pesar de ser literatura, ocuparse de la obra de Rulfo es equi­


valente a discernir un texto que adquiere forma de hermenéu­
tica antropológica. Creo necesario introducir alguna idea de
interpretación de lo que otro haya escrito antes sobre proble­
máticas que, aunque dichas en tiempos diferentes, coinciden,
sin embargo, en el interés de construir una teoría al respecto
de ciertos fenómenos que son siempre historia cuando refieren
al pasado y que, no obstante, continúan siendo representacio­
nes sociales susceptibles de ser discernidas como prolongaciones
de valor intergeneracional por estar presentes en nuestra rea­
lidad actual.
A este respecto, cuando me dirijo a explorar situaciones de
los protagonistas que figuran en un texto como el de Juan Rul­
fo, lo que realmente intento es abrir la puerta a otro texto, uno
que probablemente no ha sido tratado en el original que mue­
ve a representaciones de significado hermenéutico, que no ha
estado mentalmente ubicuo en la realidad intelectual de Rul­
fo, por lo menos en el contexto de las derivas e inercias analí­
ticas que me ocupan.
Bajo estas consideraciones, y desde un primer comienzo
epistemológico, el concepto de hermenéutica está relacionado
con el propósito de interpretar un texto cuyo original no ha
escrito el que se ocupa de interpretarlo. De hecho, en la herme­
néutica la interpretación concierne a recombinar materiales
de lo que otro ha construido de modo diferente. El contexto se
nos ofrece en forma de un pensamiento —el del otro— que acti­
va en la percepción otras complejidades supuestas, pero no pre­
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sentes en la descripción literaria del texto. La comprehensión


estructural suele ser más dilatada que la exposición descripti­
va. En ésta, la órbita intelectual del texto desde la hermenéu­
tica in­cluye representaciones que no están presentes en la
descripción. Por esta razón, los contenidos están his­tóricamente
cons­truidos de modo distinto al del intérprete. En la razón her­
menéutica, uno se convierte en coautor simultáneo de la obra
del otro. Por lo mismo, el análisis hermenéutico consiste en re­
pensar la obra del otro desde matices de acción que se pueden
interpretar según módulos analíticos aplicados a otras formas
de representación. Mientras nos ocupamos de hacerlo, revivi­
mos un texto repensándolo e interpretándolo. Por eso, en una
hermenéutica las palabras del original generalmente carecen
de precisión suficiente como para ser directamente explícitas
en el propósito de ocuparse uno de cuestiones que le han sido
suscitadas por la lectura del texto al que se refiere.
Interpretar es, por lo tanto, asimilar el texto del otro, y se
entiende que, en gran manera, la traducción mental primera
de un texto puede considerarse como un discurso formativo del
que interpreta. Por lo mismo, si uno se dirige a interpretar
lo que está leyendo, en realidad lo traduce primero, y lo retra­
duce después. En el propósito tiende a introducir la precisión
que no halla representada en el texto que sirve de original o ver­
sión primera del tema. En gran manera, el planteamiento her­
menéutico se dirige a ser —más que una interpretación— una
explicación. Se puede pensar, por lo tanto, que el hermeneuta
suele partir del supuesto de que es necesario introducir cuestio­
nes que no fueron planteadas en el texto, no obstante que éste
construye un desafío permanente donde, paradójicamente, ca­
da nueva explicación es en realidad una nueva interpretación.
De este modo, el original se convierte en una forma de verdad
inicial, la de los hechos que adquirieron presencia y causa para
ser escritos. En la hermenéutica se adquiere otra razón.
Por ejemplo, en el caso de Rulfo hay registros evidentes de
experiencia personal en los textos que escribiera. Hay, asimis­
mo, motivaciones personales y verdades existenciales de sí que
resisten la subjetivación a que aluden, en especial la del movi­
miento imaginario que resulta de hacer que hablen los muer­
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tos sobre cosas que son realidades de los vivos. A este respecto,
la hermenéutica de todos cuantos se ocupan de pensar y en­
tender la obra de Rulfo deja de ser el texto que éste escribió.
En realidad, es el texto que escribió Rulfo el que sugirió otras
realidades.
En este punto, los tiempos de referencia son diferentes con
respecto al primero. Por separado, ambos textos, el original y el
hermenéutico, suelen ser distintos en la sintaxis, y las palabras
temáticas adquieren otras significaciones. La interpretación, en
toda hermenéutica, funciona como si el texto original estuvie­
ra inacabado, por lo menos en los sentidos dados a los conjun­
tos sintácticos. Es como si lo que se escribió fuera inextricable
en la trama combinatoria que resulta del recorrido de la tra­
ma léxica. De hecho, y aunque no se quiera, el hermeneuta
siempre tiende a tener la conciencia del texto que intenta recom­
poner. Sin embargo, en este intento el modo cultural de cada
tiempo define su capacidad histórica en aquellos que se ocupan
de representarla.
Por esta razón, aquí y en su sentido, en la hermenéutica el
texto se convierte en un descubrimiento, en el sentido de redes­
cubrir en las mismas palabras versiones diferentes de una rea­
lidad que se vuelve distinta, por lo menos en el hecho de que
el texto pudo haberse escrito de modo específicamente distinto
de como lo hizo el autor que ha merecido ser sujeto de una her­
menéutica. Usando las mismas palabras en combinación dife­
rente, los sentidos acaban siendo apócrifos para el que los creó
primero.
El énfasis hermenéutico está, pues, dirigido por la idea
de interpretar al Otro, especialmente dentro del supuesto de
que el discurso de éste es un texto que cabe en la mente del que
procura interpretarlo. En la actitud hermenéutica prevalece la
idea de representación de lo que fue desde lo que es para el que
lo piensa. Cabe entender que también es hermenéutico el texto
etnográfico que ha resultado de una observación empírica o de
campo, o sea el que refiere a comportamientos en los que uno
no ha participado, pero que, sin embargo, han sido motivo de
descripción y, en especial, de análisis dirigido a interpretar
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conductas que son propias de otra manera semántica de vivir lo


que se escribe.
Entiendo que, para que el antropólogo dialogue etnográfi­
ca­mente en forma hermenéutica, es necesario hacerlo con
el texto nativo. Para hacerlo, es indispensable disponer de di­
cho texto, y para el caso, si el antropólogo no ha producido nin­
gún texto, es evidente que no podrá estar con el nativo en las
condiciones mínimas de conocimiento, las de una previa ob­
servación de sus comportamientos en organizaciones sociales
concretas, con ideas específicas de su realidad, la de su cultu­
ra. Si la intencionalidad es inherente al movimiento, las re­
laciones de éste con otros movimientos están significadas por
el cumplimiento de fines dispuestos en forma de valores y creen­
cias, habitualmente institucionalizados por medio de códigos
ideacionales.
Desde los supuestos que acabamos de consignar, pienso
que nos situamos en la primera órbita del discurso que resulta
de leer un texto que no es originalmente el nuestro, el cual, de
todos modos, nos ocupa en la idea de participar en la recompo­
sición estructural de una realidad que estando situada en el
pasado, empero, se prolonga de muchos modos en el presente.
Lo que intentamos hacer es que, desde la excusa de la lectura
de un texto, nos sea permitido referirnos a él desde nuestra ac­
tualidad.

El tema: una especie de cacique

En el comienzo podemos reconocer que, entre los diversos pun­


tos que es posible examinar en la obra de Rulfo, básicamen­te
nos aproximamos a pensar en lo que es representativo de un
personaje rural, el del cacique. En la literatura histórica que
se ocupa de ofrecernos imágenes del poder político y económi­
co en la vida rural, el cacique es un personaje secular que nos
ofrece información sobre sintomatologías patológicas, sobre
compulsiones psíquicas relacionadas con la estructura del po­
der personal y de sus consecuencias sobre los individuos afec­
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tados por las influencias que resultan de las actuaciones del


primero sobre sus clientelas sociales de dependencia.
Percibimos la figura del cacique en forma de un poder lo­
cal que sugiere dominación, represión, obediencia, halago ri­
tual, dependencia, depresión y hasta enfermedad mental en
aquellos individuos que, sometidos a su influencia personal,
pierden iniciativa social y carecen de actividad por sí mismos.
Es esta clase de influencia la que nos va a ocupar. Su referente
es esta clase de Antropología literaria que resulta ser la obra
de Rulfo, la que, para mi entendimiento de los contenidos et­
no­gráficos de la misma, es causa generativa de reflexión sobre
la conveniencia de usar textos literarios cuando los antropó­lo­gos
carecemos de información analítica sobre esta clase de icono­
grafía social representada por el caciquismo.
El protagonista principal, Pedro Páramo, que fuera cacique
de Comala, se yergue ante nosotros como una cariátide severa
cuyos movimientos son causa frecuente de crisis emocionales
en los sujetos que dependen de su iconografía. Rulfo nos lo anun­
cia en forma de diálogos alternativamente específicos de una
realidad visible —por cuanto se trata de experiencias observa­
bles y reconocidas por la teoría sociológica— y otros de realidad
que nos llega visionada, sobre todo, por aquella clase de mun­
do mágico que es críptico por sí mismo y que, además, Rulfo
suele emplear en forma de ideas dirigidas a sesgar nuestra
atención.
Diremos, pues, que en la ocasión de comenzar el relato de
una historia local que se inicia con el viaje de uno de los hijos
de Pedro Páramo, Juan Preciado, a Comala (lugar donde apa­
rentemente, y según la madre de aquél, avecindada en otro lu-
gar, vivía el que fuera su esposo). No importa tanto que Pedro
Páramo naciera en Comala, aunque sí importa el medio cultu­
ral que registra sus actuaciones sociales. La visita a Comala de
su hijo para conocerlo y enterarse de una historia (la de su pa­
dre) por interés de su madre, da ocasión a un texto literario. En
realidad es una historia rural, de cultura campesina socialmen­
te rutinizada, aparentemente susceptible de ser convertida en
documento etnográfico y, por lo mismo, en material de teoría
antropológica. Éste es, pues, el propósito de este trabajo.

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