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Y entonces sin duda de que la manera de tratar la cuestión del ser resultan consecuencias que
son decisivas para la metafísica. Pero esta relación no se deja invertir. Ni antes de entrar en el
problema del ser podemos saber sobre el mundo y su principio nada que rebase la experiencia,
ni pueden decidir del problema del ser hipótesis acerca de estos objetos. Justo el problema
del ser es por su esencia un problema que tiene sus raíces en el más acá, en el primer plano.
Parte de fenómenos, no de hipótesis.
En principio existe muy bien la posibilidad de comprender todo ser ostensible –y justamente
también el de un “ente en cuanto tal”- como referido a un sujeto.
La consecuencia de este punto de partida es comprender por adelantado todo ente como
relativo al hombre. Es el suyo en cada caso. Todas las determinaciones ulteriores son el
resultado de esta relativización al yo del hombre: el mundo en que yo soy es el “en cada caso
mío”, pudiendo muy bien, pues, ser otro para cada uno; igualmente es la verdad la “en cada
caso mía”.
El verdadero error desde el punto de partida estaría en acercar demasiado entre sí el ser y el
comprender el ser, hasta confundir prácticamente el ser y la manera de darse el ser.
Las cosas materiales no son sólo objetos de la percepción; son también objetos del apetecer,
del conquistar, del trocar, del comprar, del tratar, de elaboración, de utilización, de disputa y
litigio. Están, pues, en el centro de la esfera en que trascurre la vida humana, en la esfera del
obrar y tender, del padecer y luchar, de las relaciones y situaciones humanas así como de los
sucesos históricos. Siempre que en el mundo se trata de la realidad de las cosas materiales, se
trata justamente también de la realidad de las humanas relaciones, situaciones, conflictos,
destinos, incluso de la realidad del curso de la historia. En esto descansa el peso del problema
de la realidad: éste afecta siempre a la vez y tan directamente al ser de las cosas y al ser del
hombre, al ser del mundo material y al del espiritual; y con inclusión de todo lo que se
encuentra entre éste y aquél en el orden gradual. El concepto natural ampliado de realidad
concibe al “mundo real” en que vivimos como dotado de unidad, es decir, como un mundo que
contiene en sí lo múltiple enlazado: las formaciones vivientes y las carentes de vida, los
procesos de las cosas y los del espíritu. Ambos, materia y espíritu abarcan los mismos
momentos, tanto de individualidad como de temporalidad. El ser espiritual pasa en el tiempo,
pero sólo la espacialidad distingue de él a las cosas materiales.
LA REALIDAD Y LA TEMPORALIDAD
La realidad presupone, de la manera más expresa, el universal paralelismo de todos los
sucesos, los físicos como los histórico-humanos, en un tiempo.