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Mito de Bachué, diosa y maestra de los chibchas

La laguna de Iguaque, caracterizada por su paisaje frío, alguna vez se llenó de flores y plantas de colores, el agua comenzó a burbujear
como si hirviera y apareció una hermosa mujer delgada, de cabello largo y esbelta. En su brazo derecho tenía un niño de cinco años.
Caminaron sobre el agua hasta la orilla. Eran Bachué y su hijo, venían a poblar la tierra.
Cuando el niño creció y fue un hombre contrajo matrimonio con Bachué, tuvieron muchos hijos, pues en cada parto tenía cuatro,
cinco, seis hijos y hasta más. Primero se instalaron en la sabana y después recorrieron todo el imperio Chibcha. Poblaron cada rincón
con sus hijos. Ella enseñó a sus hijos a tejer, construir bohíos, amasar el barro, cultivar y trabajar los metales. Su esposo entrenó
guerreros y les enseñó los valores de la vida.
Cuando Bachué consideró que la tierra estaba lo suficientemente poblada, dispuso todo para volver a la laguna de Iguaque.
Acompañada por una multitud, regresó al sitio del que salió y en compañía de su esposo se lanzó al agua y desaparecieron.
Tiempo después Bachué y su esposo se convirtieron en una serpiente que salió a la superficie y la recorrió en presencia de todos,
dejando como mensaje que siempre los acompañarían.
La laguna de Iguaque se convirtió en un lugar sagrado y allí se celebraban ceremonias en honor a Bachué.
La sociedad chibcha se rigió por el matriarcado; por eso el nombre del esposo es desconocido. La mujer era la encargada de transmitir
las tradiciones y costumbres a los descendientes. Ella era considerada una diosa, pero además una maestra, a quien debían el tipo de
organización, las tradiciones y valores de su cultura.
Comunidad: Muisca

Mito Ticuna-Creación

Yuche vivía desde siempre, solo, en el mundo. En compañía de las perdices, los paujiles, los monos y los grillos había visto envejecer
la Tierra. A través de ellos se daba cuenta de que el mundo vivía y de que la vida era tiempo, y el tiempo... muerte.

No existía en la tierra sitio más bello que aquel donde Yuche vivía: era una pequeña choza en un claro de la selva y muy cerca de un
arrollo, enmarcado en playas de arena fina. Todo era tibio allí; ni el calor ni la lluvia entorpecían la placidez de aquel lugar.

Dicen que nadie ha visto el sitio, pero todos los tikunas esperan ir allí algún día.

Una vez Yuche fue a bañarse al arroyo, como de costumbre. Llegó a la orilla y se fue introduciendo en el agua hasta que estuvo casi
enteramente sumergido. Al lavarse la cara, se inclinó hacia adelante mirándose en el espejo del agua; por primera vez notó que
había envejecido.

El verse viejo le entristeció profundamente.

- Estoy ya viejo.... y solo. ¡Oh!, si muero, la Tierra quedará más sola todavía.

Apesadumbrado, despaciosamente emprendió el regreso a su choza.

El susurro de la selva y el canto de las aves lo embargaban ahora de infinita melancolía.

Yendo en camino, sintió un dolor en la rodilla, como si lo hubiera picado algún insecto; no pudo darse cuenta, pero pensó que
hubiera podido ser una avispa. Comenzó a sentir que un pesado sopor lo invadía.

- Es raro cómo se siento. Me acostaré tan pronto llegue.

Siguió caminando con dificultad y al llegar a su choza se recostó, quedando dormido.

Tuvo un largo sueño. Soñó que entre más cosas soñaba, más se envejecía y más débil se ponía y que de su cuerpo agónico se
proyectaban otros seres.
Despertó muy tarde al otro día. Quiso levantarse, pero el dolor se lo impidió. Entonces se miró la inflamada rodilla y notó que la piel
se había vuelto transparente. Le pareció que algo en su interior se movía. Al acercar más los ojos, vio con sorpresa que, allá en el
fondo, dos minúsculos seres trabajaban; se puso a observarlos.

Las figuras eran un hombre y una mujer: el hombre templaba un arco, y la mujer tejía un chinchorro.

Intrigado, Yuche les preguntó:

- ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo llegaron ahí?

Los seres levantaron la cabeza, lo miraron, pero no le respondieron y siguieron trabajando.

Al no obtener respuesta, hizo un máximo esfuerzo para ponerse de pie, pero cayó sobre la tierra. Al golpearse, la rodilla se reventó y
de ella salieron los pequeños seres que empezaron a crecer rápidamente, mientras él moría.

Cuando terminaron de crecer Yuche murió.

Los primeros tikunas se quedaron por algún tiempo allí, donde tuvieron varios hijos; pero más tarde se marcharon, porque querían
conocer más tierras, y se perdieron.

Muchos tikunas han buscado aquel lugar, pero ninguno lo ha encontrado.

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Mito de Chimichagua

Se dice que en el principio del mundo, todo estaba en tinieblas y solamente reinaba la luz de Chiminigagua. Cuando el dios creador
quiso difundir la luz por todo el universo, creó dos grandes aves negras y las lanzó al espacio. Aseguran algunos lugareños que cuando
estas aves echaban aliento o aire por los picos, esparcían una luz incandescente, con la cual todo el cosmos quedó iluminado. Así se
hizo la luz y se crearon todas las cosas del mundo.

En el proceso de creación de todo lo existente en el universo, Chiminigagua señaló la importancia de adorar al sol o Suhá y a su mujer
y compañera Chía, o la luna. La adoración al sol y a la luna, para los Chibchas, era la adoración a Chiminigagua, el ser supremo.

Esta historia, relata que la relación entre la creencia en Chiminigagua y el culto al sol existió en otros pueblos indígenas americanos.
Los chibchas dedicaron varios templos a la adoración del sol. Los más importantes fueron construidos en Sogamoso, Guatavita,
Bogotá y Guachetá.

En la ciudad de Tunja, el zaque Goranchacha construyó el Templo al Sol y en su honor los hunzas dedicaron los célebres "Cojines del
Zaque", que son dos piedras en forma circular talladas en la misma roca. Comentan que todos los días, en las horas de la madrugada,
el zaque de Tunja, con los sacerdotes y numerosos indígenas, se concentraban para adorar al sol y esperar su salida por el oriente.

El zaque se arrodillaba en los cojines y oraba al sol en común unión con los jeques o sacerdotes y con las gentes devotas del astro-rey.
Los indígenas oraban, cantaban, danzaban y en algunas oportunidades hacían los sacrificios de los Moxas, que eran niños de doce
años a quienes se les sacaba el corazón como una ofrenda sagrada al sol.

Chiminigagua era un dios estático y sin figura corporal que estaba por encima de todos los héroes, pero a quien no se le rendía culto
directamente, como a los dioses tutelares y protectores. Este culto se le rindió al sol, el dios de la luz y de la fertilidad de la tierra. Por
esto, algunos cronistas hablan del sol como el dios chibcha creador del universo; y en la misma forma, hablaron de los españoles que
llegaron a América como "hijos del sol".

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El Mito de Hunzahúa

De acuerdo con las tradiciones muiscas, el primer Zaque de Tunja fue Hunzahúa, quien se distinguió por
un férreo gobierno temido por los súbditos.

Hunzahúa se enamoró de su hermana, haciéndose caso omiso del incesto, que era prohibido. Buscando
algodón para las telas y arcilla para la cerámica, los hermanos viajaron a Chipatae en donde en arrebato
de amor incestuoso se hicieron esposos.

La cacica madre al tener conocimiento del grave pecado de los dos hermanos, quiso castigar a su hija con
la "sana" o sea el palo para revolver la chicha, pero la hija enamorada dio vueltas en torno a la vasija con
gran facilidad.

En un arranque de ira, la cacica madre lanzó la sana y rompió la múcura llena de chicha, la cual se fue
regando abundantemente para formar un gran pozo, el "Pozo de Hunzahúa".

Cuando Hunzahúa bajó de los Cojines del Zaque, después de su ceremonia matinal en homenaje al Sol,
encontró en su cercado la triste realidad de su pecado y en sus alrededores una muchedumbre que
protestaba contra los incestuosos hermanos.

Los hermanos enamorados decidieron dejar definitivamente a Tunja y no sabiendo por dónde mejor
guiarse, Hunzahúa arrojó una tiradera al aire que les señaló el camino hasta Susa. Allí la hermana
incestuosa tuvo un niño que se convirtió en piedra y fue dejado en una cueva.

Siguiendo la guía de la tiradera llegaron a las tierras de Bacatá y pasaron por debajo del Salto del
Tequendama, en donde cansados y desilusionados determinaron convertirse en dos piedras que hoy están
en la mitad del río.

….

Leyenda de Fura y Tena


La leyenda de Fura y Tena hace parte del patrimonio cultural de la zona de explotación de esmeraldas de Colombia y las
dos montañas que los representan con 840 mt (Tena) y 500 mt (Fura) de altura, sobre el rio Minero Guaquimay, Carare o
Zarbi como lo describe la leyena y que los divide en dos, son un orgullo y una muestra de la riqueza natural de la región
conformada por un bosque nativo de una impresionante variedad silvestre entre las que se destacan las 3000 variedades
de mariposas que también hacen parte de la historia. Estas montañas fueron lugar de culto de los indios Muzos,
considerado asiento de sus dioses y altar de sacrificios.

La leyenda es parte de los relatos precolombinos que se han conservado en el tiempo gracias a la tradición oral de los
habitantes de la región
La leyenda es parte de los relatos precolombinos que se han conservado en el tiempo gracias a la tradición oral de los
habitantes de la región y que han sido recopilados por varios escritores plasmados en varios escritos de mitos y leyendas
de la zona. A continuación podrán leer una de las versiones más completas de la Leyenda de Fura y Tena:

“Fue Are el supremo dios, creador del territorio y pueblo de los Muzos, como una inmensa sombra inclinada asomó por
los lados del Gran Río (Magdalena) atravesando en lento vuelo la inmensidad del espacio y al vaivén de su paso
columpiante, según la mayor o menor detención del movimiento, iban surgiendo las montañas y los valles como
agradecida salutación a su creador. Se detuvo después a orillas del sagrado río minero y de un puñado de tierra formó
los ídolos que llamó Fura (mujer) y Tena (Hombre), que arrojó después a la corriente, en donde, purificados por los besos
de la espuma tomaron aliento y vida, siendo ellos, los dos primeros seres del linaje humano.

Are les señaló los límites de sus dominios, les enseñó a cultivar la tierra, fabricar la loza, tejer las mantas y a luchar
bravíamente para defenderse de las fieras y de los seres extraños que llegaron a sus territorios; les dio normas de salud
y de vida, inculcándoles la libertad sin limitaciones de ninguna especie, les puso el sol, la luna y las estrellas y para que
eternamente gozaran de la tierra les concedió el privilegio de una perpetua juventud, pero el amor debía ser único y
exclusivo entre los dos, regla de vida que violada por la infidelidad, traería para ambos la vejez y la muerte.

Así Fura y Tena fueron formando el mundo de los Muzos; pasaban años y siglos, generaciones y generaciones, pero el
tiempo no llegaba hasta ellos; siempre en perpetua juventud y progresiva fecundidad veían como su descendencia
descuajaba las montañas y poblaba los dominios. Cada Muzo, cumplidos los veinte años, escogía parcela y formaba su
hogar, plenamente libre, sin sometimiento a régimen de gobierno alguno, sin otra obligación que la de venerar a los
sagrados progenitores, Fura y Tena.

Fura y Tena
Fueron así surgiendo en las montañas los labrantíos de Turtur, Tununguá, Pauna, Canipe, Misuncha, Quípama, Oquima,
Cubache, Sacán, Terama, Corauche, Acoque, Chánares, Bunque, Ibacapí, Macaguay, Cóquira, Quipe, Chungaguta,
Maripi, muzo, Cuacha, Guaquimay, Sosque, Isabí, Miabe, Boquipí, Purí, Quibuco, Pistoraque, Coper, Surapí,Itoco,
Yanaca, Ancanay, Otanche, como tributo de veneración a los dos primeros seres, que tan fructíferamente cumplían el
mandato del supremo Are, dios creador que en su marcha al sol, hacía mucho tiempo se había sumergido en la sagrada
corriente del Carare.

Tranquila y dulce dentro del trabajo rudo, se deslizaba la vida de los Muzos y pasados muchos siglos la muerte rondaba
al fin la juventud de Fura y Tena. Por los mismos lados de occidente, por donde apareciera Are, llegó un mancebo de
extraña raza en busca de una flor privilegiada y milagrosa, que tenía en sus perfumes el alivio a todos los dolores y en
sus esencias el remedio a todas las enfermedades. Curiosamente recorría las montañas, cruzaba los ríos, trepaba los
árboles y esperaba la aurora en los más altos picachos escrutando en vano por todas partes la planta que ostentara la
codiciada flor. Zarbi era el nombre de este raro personaje, vagó muchos días y muchas noches en busca de la flor y
convencido de la inutilidad de su empeño acudió a Fura con la esperanza de hallar en ella un firme apoyo a sus
propósitos, relatándole las maravillosas propiedades de la planta. Tanta fuerza de convicción puso Zarbi a sus palabras
que la compasiva Fura se ofreció a ayudarle a descubrir la flor y en busca de ella se fueron los dos a la montaña, pero el
sentimiento iba cambiando y el primitivo impulso de compasión se fue extinguiendo para surgir el amor; en busca de la
flor misteriosa, encontraron al amparo de la selva, la propicia ocasión para la infidelidad, venenosa flor que llevaba la
muerte en sus secretos.

La acusación de la conciencia, palabra de Are que hablaba desde la intimidad del alma tornó a Fura triste y con la
tristeza diariamente le llegaba la vejez, prueba irrefutable de infidelidad y anuncio seguro de la muerte.

Comprendió entonces Tena que la sagrada ley del único y exclusivo amor que les impusiera Are, había sido violado por
Fura y que debían morir. Pero la infiel, en castigo, tendría que sostener en las rodillas, durante ocho días el cadáver del
esposo engañado, para así regar con lágrimas los despojos de la inocente víctima y mirar y sufrir todo el horroroso
proceso de la descomposición humana.

Cuidadosamente afiló Tena su macana, a manera de puñal y recostado en las rodillas de Fura, se atravesó el corazón.
La sangre comenzó a manar a borbotones de la herida, cubriendo en movediza manta de púrpura los pies de Fura,
mientras su alma iniciaba la marcha al sol, el astro que Are había puesto para animar la vida, pero antes de la ausencia
eterna buscó su venganza y en lejanas tierras convirtió a Zarbi en un desnudo peñasco, para así poder flagelarlo con
ramales de rayos desde la mansión solar, el cielo de los Muzos.

Zarbi dentro de su pétrea inmovilidad pudo sin embargo, luchar, defenderse y vengarse, se desgarró las entrañas
transformando toda la sangre que le animara en vida, en un torrente de agua, que despedazando la maleza fue a inundar
la tierra de los Muzos y al contemplar a Fura con el cadáver de Tena en las rodillas, más tormentosas se volvieron esas
aguas que enfurecidas se estrellaron contra los esposos, aislándolos para siempre y dejándolos frente a frente,
convertidos en dos peñones que cortados a tajos se miran todavía, separados por la atropellante corriente del río.

sus gritos de dolor al perforar en ecos la quietud de la selva, reventaron convertidos en bandadas de multicolores
mariposas
Inmenso fue el dolor de Fura, las pocas horas que sostuvo en las rodillas el cadáver de Tena fueron siglos de amargura,
sus lamentaciones y sus lágrimas viven y vivirán en la historia de los muzos, sus gritos de dolor al perforar en ecos la
quietud de la selva, reventaron convertidos en bandadas de multicolores mariposas y sus lágrimas, sus torrentes de
lágrimas que en vano quiso contener el hijo mimado Itoco, se fueron transformando al beso del sol, en una cordillera de
montañas, montañas de esmeraldas.

La triste suerte de Fura y Tena conmovió sin embargo el corazón de Are que desde su trono del sol los perdonó,
poniendo para vigilar los sagrados peñones, una guardia permanente de tempestades, de rayos y serpientes y
permitiendo que sean siempre las aguas del Río Minero, sangre de Zarbi, las que descubran, clarifiquen, laven y
abrillanten las esmeraldas de Muzo, lágrimas de la infiel y arrepentida Fura.
Por eso y desde entonces, los Muzos tienen además de su gran templo en el bífido peñón de Furatena, las más ricas
minas de esmeraldas, las más venenosas serpientes y las más bellas mariposas”.

Leyenda de Bochica

(Leyenda de Cundinamarca)

La historia de esta leyenda, cuenta que en época de los Chibchas, durante días y noches llovió tanto que se arruinaron los

cultivos; las casas se vinieron al suelo, y se mojaron tanto que lo mismo servía tener techo de palma o no.

El Zipa, quien comandaba todo el imperio Chibcha, y los caciques, que eran como los capitanes o gobernadores de los poblados de la

sabana, se reunieron para buscar una solución, pues no sabían qué hacer y el agua seguía cayendo del cielo en torrentes. Se acordaron

entonces de Bochica, un anciano que no era de su tribu y quien había aparecido de repente en un cerro de la sabana.

Dicen que era alto y de piel colorada, con ojos claros, barba blanca y muy larga que le llegaba hasta la cintura. Vestía una túnica

también larga, sandalias, y usaba un bastón para apoyarse. Él les había enseñado a sembrar y cultivar en las tierras bajas que quedaban

próximas a la sabana y a orar. Cuando se iniciaron las lluvias, Bochica estaba visitando el poblado de Sugamuxi (hoy Sogamoso), en

donde había un templo dedicado al Sol.

Los chibchas decidieron llamarlo, porque pensaron que Bochica era un hombre bueno que podría ayudarlos, o todo el imperio se

acabaría a causa de la gigantesca inundación. El anciano dialogó con dificultad con los caciques, pues no dominaba su lengua, pero se

hacía entender y le comprendían bastante. Se retiró a un rincón del bohío que tenía por habitación, rezó a su dios, que decía era uno

solo. Luego salió y señaló hacia el suroccidente de la sabana.

Cuentan además, que cientos de indios organizaron una especie de peregrinación con él. Se detuvieron después de varios días en el

sitio exacto en donde la sabana terminaba, pero las aguas se agolpaban furiosas ante un cerco de rocas. Los árboles enormes y la

vegetación selvática frenaban la furia del agua.

Bochica, con su bastón, miró al cielo y tocó con el palo las imponentes rocas. Ante la sorpresa y admiración de unos y la incredulidad

de todos, las rocas se abrieron como si fueran de harina. El agua se volcó por las paredes, formando un hermoso salto de abundante

espuma, con rugidos bestiales y dando origen a una catarata de más de 150 metros de altura. La sabana, poco a poco, volvió a su

estado normal. Y allí quedó el "Salto del Tequendama". Dicen que Bochica, tiempo después, desapareció silenciosamente como había

venido.

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