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Génesis 32:22-32
Recordemos antes que Jacob era hermano mellizo de Esaú. Esaú nació primero (Gen 25,23),
con lo cual le correspondía por derecho la primogenitura, la herencia de su padre Isaac. Jacob
nació luego, pero tenía agarrado con su mano el talón de Esaú. De ellos, el Señor había dicho a
su madre, Rebeca: "el mayor servirá al menor". Los Padres de la Iglesia vieron en esto la
sucesión del Antiguo y el Nuevo Testamento.
Aunque Esaú nació primero, un día que llegó con hambre Jacob le ofreció un plato de lentejas,
a cambio de su derecho de primogénito. Esaú accedió. De ahí la expresión española de
"venderse por un plato de lentejas".
Para poder acceder al derecho de primogenitura que su hermano le había vendido, Jacob
engañó a su padre, ya ciego, en el lecho de muerte, haciéndose pasar por Esaú y recibiendo la
bendición paterna.
En la escena que quisiera comentar, Jacob, ya padre de muchos hijos, con dos mujeres (eran
aún polígamos), va a entrar en las tierras donde vive Esaú. Parece que Jacob teme que su
hermano no le haya perdonado y reclame sus derechos.
El ángel de Dios, tomando la apariencia de un hombre que lucha contra Jacob, parece defender
a Esaú en nombre de la justicia divina. Es claro que Jacob había abusado de la displicencia de
Esaú y de la confianza de su padre para acceder al derecho que no le correspondía. Pero,
aunque Isaac le hubiera bendecido, Dios no. A Dios no se le puede engañar.
Sin embargo, Jacob pelea con el ángel y puede con él, logra que no se vaya sin bendecirle.
¿Cómo es posible que un hombre pueda contra Dios?
Pues, en realidad, hay un lugar donde el hombre "puede" contra Dios: en su propio corazón.
Allí, el hombre puede "resistirse" a la voluntad de Dios, y no sólo por el pecado: el hombre
puede pedirle a Dios que cambie sus planes divinos.
Pero... ¿puede hacer cambiar a Dios? Porque en la lucha contra el ángel de Dios, Jacob no sólo
le resiste, sino que consigue que le dé lo que él no iba a darle: su bendición, que en este caso
parece tanto como reconocer su primogenitura, lo que no le correspondía... ¿Cómo es posible
que un hombre haga cambiar a Dios de planes?
Sí es posible: por la oración, por la plegaria. En las bodas de Canaán, cuando su Madre le pide a
Jesús que intervenga, éste le dice: "todavía no ha llegado mi hora". Sin embargo, ella, luchando
como Jacob, prácticamente le "fuerza" a hacer el milagro. No hay ni que decir que, en realidad,
María fuerza al que quería de antemano ser forzado, para mostrarnos a todos el valor que tiene
a sus ojos nuestra oración de fe, cuando imploramos algo. La lucha de Jacob con el ángel nos
enseña esto mismo. Jacob fue movido por Dios a asumir la primogenitura, por ese Dios que ya
le había dicho a su madre: "el mayor servirá al menor". En realidad, en toda esa lucha, no es
que Dios cambie de planes, es que así es como moldea a Jacob para hacerse acreedor a lo que
Él, desde un principio, había querido darle. Dios quiere que le pidamos con ahínco, con santa
osadía, con fe, aquello que Él está deseando darnos. En la petición, nos hacemos dignos ante la
misericordia de Dios, de lo que vamos a recibir. Fijaos en una cosa: Dios, tras esa lucha, cambia
a Jacob de nombre: le llama Israel...
Pero... en verdad... ¡era Dios el que quería llamarle Israel desde el principio! Dios había elegido
a su pueblo, pero quería un pueblo que amara lo que Él le quería dar gratuitamente. Por eso,
hizo que el primogénito naciera después, y que tuviera que luchar por la herencia que Él ya
había determinado darle.
Al día siguiente, después de ser bendecido por el ángel de Dios, Jacob entra aún con miedo en
la tierra de Esaú, y éste le sale al paso con 400 hombres. Pero no es para luchar con él, todo lo
contrario. Esaú le recibe como hermano.
"Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque el que pide, recibe, el que
busca, encuentra, y al que llama, se le abre" (Mt 7,7).
Pero quisiera añadir algo más. Aquí vemos una versión nueva de la lucha de Jacob contra el
ángel, que es la misma "lucha" dialéctica de Moisés con Yahvé para que no destruyese a su
Pueblo con su cólera. Aunque ésta se ha transformado sustancialmente:
Sí, es el hijo pródigo. Porque Cristo ha vencido en la cruz y con su Resurrección, y Él hace
nuevas todas las cosas, dándonos la plenitud de la Revelación. Por su gracia, el hijo pecador,
convencido de su pecado por el Espíritu Santo, va donde su Padre, y ni se atreve a pedir el
derecho que él mismo despreció, se conforma con una "limosna". El Padre "lucha" con él, pero
para darle lo que el hijo no se atreve a pedir. Su "lucha" es a besos: el Padre le ama y le obliga
con su amor a asumir la felicidad que él ni se atrevía a soñar, aunque estaba llamado a ella
desde el principio. La lucha de Jacob contra el ángel es lo que sucede en la apariencia de este
mundo que pasa. La "lucha" de amor del Padre con el hijo pródigo es la esencia de lo que en
realidad se esconde en la oración de petición: nosotros aparentemente luchamos y nos
esforzamos para arrancar de Dios las gracias que anhelamos; en realidad, lo que hacemos con
eso es recibir los dones que Él quiere darnos. En realidad, cada acto de nuestra vida en el que
seguimos la voluntad de Dios, estamos recibiendo lo que Él quiere darnos, y estamos
implorando más de su gracia, en esta lucha de amores que describió tan bien San Agustín, con
unas palabras que me parecen venerables, sublimes:
«Su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una
vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que
seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que
vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada» (San Agustín, De natura et
gratia, 31, 35; citado en el artículo 2001 del Catecismo de la Iglesia Católica).
No sé... todo esto me parece un gran misterio, el precioso misterio del Amor de Dios. En
realidad, pedir a Dios no es otra cosa que recibir todo lo que Él nos quiere dar, continuamente...
Y todo esto nos remite al culmen de este misterio, la divina y santa "lucha" de Jesús con el
Padre en el Huerto de los Olivos: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no sea
lo que yo quiero, sino lo que quieres tú". Con esta frase, por encima de todo, Jesús le pide al
Padre que se haga su voluntad, y le ofrece su obediencia, la obediencia más esencial y radical,
la obediencia absoluta y sufriente, que "arrancó" del Padre lo que Él tenía pensado darle desde
el principio: su bendición, por la que nos hizo sus hijos; nuestra salvación.