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Claudia Korol
Conocí a Paulo Freire en los comienzos del año 93, cuando le hice
una entrevista en la que, con un entusiasmo recién estrenado, me contó
los contenidos esenciales de su último libro: “Pedagogía de la
Esperanza”. Eran tiempos oscuros, en los que asistíamos a variadas
deserciones que asumían y reproducían las profecías sobre el fin de los
sueños. La desesperanza marchitaba rápidamente las pasiones. Se
consideraba normal la fuga masiva de los ideales, y casi como un
destino inevitable los renunciamientos. Los dogmas se volvían su
contrario. Quien había proclamado la irreversibilidad del camino al
socialismo, condenaba a quienes seguían creyendo en el socialismo
como oportunidad humana. Se anunciaba el eterno presente y futuro del
capitalismo neomaquillado de liberalismo.
Eran tiempos en que se sumaban frustraciones y se restaban
principios, se multiplicaban los olvidos y se dividían las frágiles unidades
de los sobrevivientes de las derrotas. La desconfianza, potenciada,
carcomía los corazones y las conciencias. El triunfo del capitalismo era,
sobre todo, un hecho cultural. Valores, ideas, sentido común, conciencia,
se volcaban a favor de la reproducción del sistema y de su dominación,
fundada en la despedazada voluntad de sus opositores, en la difundida
creencia que se encontraban frente a enemigos invencibles, a quienes
sólo nos restaba servir y adorar. La Maldición de Malinche se repetía una
vez más en estas tierras, en las que se anunciaba sin pudor nuestras
relaciones carnales con el imperio.
Cuando conocí a Paulo, ese viejo entusiasta e irreverente cuyo
aspecto me hacía recordar a aquellos ancianos sabios que poblaban los
cuentos infantiles, un soplo de frescura alentó mi búsqueda de seguir
creyendo sin creencias, de seguir soñando sin pesadillas. Paulo “estaba”
optimista, o mejor aún, “era” optimista. El suyo no era un optimismo
ingenuo. Nacía de su arraigado pensamiento dialéctico, que lo llevaba a
desconfiar de las proclamas sobre el fin del movimiento de la historia, o
sobre la declarada quietud del universo. Nacía de su opción vital por los
oprimidos, con quienes construyó su pedagogía emancipadora.
Paulo Freire acababa de realizar una autocrítica pública de sus
propias creencias y prácticas. En el libro “Pedagogía de la Esperanza”
revisó los contenidos de su histórica obra “Pedagogía del Oprimido” a la
luz de los 25 años transcurridos, polemizando consigo mismo, con sus
críticos, y con las experiencias producidas. Afirmó enfoques, profundizó
sus ideas y criterios, modificó opiniones, para continuar el camino,
haciendo de los aciertos, aprendizajes, y de los errores, experiencias.
Volví a verlo unos años después, en un encuentro que realizamos
con un grupo de educadores populares latinoamericanos. Conversamos
sobre las nuevas experiencias de educación popular que se estaban
realizando en América Latina. Escuchaba, sobre todo, con mucha
atención. Cada tanto se entusiasmaba y compartía con nosotros sus
últimas ideas. Era un gran conversador, pedagogo del diálogo, del
crecimiento mutuo en el encuentro vital que anima las experiencias
militantes. Hablaba de todas las cosas de la vida. De experiencias
vividas, en el exilio, en África, luego como Secretario de Educación de
Sao Paulo. Junto a Frei Betto, recordaban algunos de los momentos
compartidos al escribir el libro “Esa escuela llamada vida”, y pensaban
cuáles deberían ser los nuevos temas para abordar en algún futuro libro.
Conversamos sobre el lugar del amor y de la rabia en la vida y en la
militancia.
Disparaba una risa ancha hacia aquellos que años atrás lo habían
criticado por no ser suficientemente “marxista” y que en estos años se
alejaban del marxismo como quien huye de la peste. Muchos de sus
críticos, que habían “condenado” a Paulo desde un marxismo dogmático
y prepotente, realizaban ahora nuevas críticas en nombre de un
supuesto “realismo” que mandaba abandonar ideales, sueños,
esperanzas, y trabajar, si no en la salvación individual, en un pragmático
asistencialismo sin horizontes.
Paulo rescataba la esencia dialéctica del marxismo, su método de
análisis de la sociedad, y una línea que profundizaran, posteriormente a
Marx, aquellos que afirmando su posición revolucionaria, refutaban las
posiciones mecanicistas y metafísicas que predominaban en el
“marxismo oficializado” por la URSS y sus seguidores. Su alma inquieta
lo acercaba con especial devoción, al marxismo renacido una y otra vez
en las duras condiciones del combate anticapitalista. El marxismo de
Gramsci, con quien decía haber “intimado” en la lectura de los
Cuadernos de la Cárcel. El marxismo del Che, de quien subrayaba un
aspecto fundamental de la teoría del conocimiento, como es el de la
estricta coherencia entre teoría y práctica, y la valoración del papel de la
subjetividad en el quehacer histórico; el del líder de la liberación africana
Amílcar Cabral, de quien rescataba su acción político pedagógica y su
visión de la lucha cultural como factor esencial en la emancipación de
los pueblos coloniales.
Paulo fundamentaba su pedagogía en una afirmación filosófica
subversiva. Frente al mandato cultural de la metafísica, Paulo se hacía
más dialéctico, frente al mensaje del conformismo y la quietud, Paulo
proponía el movimiento y la indignación. Una pedagogía hecha con
rabia, con indignación y con esperanza, para seguir siendo, en el tiempo
actual, pedagogía del oprimido, pedagogía emancipadora, y no una
propuesta educativa de domesticación de los agredidos por el sistema
impuesto a sangre y fuego.
3
Publicado en el artículo Chiapas, asalto a la imaginación, en la Revista América Libre Nº 7
uno de sus principales dirigentes, Joao Pedro Stédile que en el libro
“Brava Gente”4, refería a propósito de la formación de sus militantes:
“Es preciso que tengamos la humildad de aprender de los que nos
antecedieron. Ellos sólo fueron grandes porque aprendieron de los que
vinieron antes y fueron coherentes con el pasado que heredaron de otros
luchadores. En ese sentido, es importante que hagamos el rescate
histórico de nuestras luchas. Hacerlo nos da la noción exacta de las
limitaciones y del carácter temporal de nuestra participación. El MST es
la continuidad de un proceso histórico de luchas populares. Esperamos
ser un eslabón que las una a las luchas futuras. Ése es nuestro papel
histórico... Hay dos factores que influyeron sobre la trayectoria
ideológica del Movimiento. Uno es consecuencia del hecho de estar
siempre muy pegados a la realidad, al día a día, lo que nos obliga, en
cierta forma, a desarrollar una especie de pragmatismo. No
pragmatismo en las ideas, sino en las necesidades. Uno tiene que
utilizar lo que funciona, no puede defender una idea por la idea en sí. El
segundo factor que nos influenció vino de la Teología de la Liberación. La
mayoría de los militantes más preparados del Movimiento, tuvo una
formación progresista en seminarios de la Iglesia. Esa base cristiana no
devino en una predilección por el catolicismo o por el clero. La
contribución de la Teología de la Liberación, fue la de mantener una
apertura a ideas varias. Si tú haces un análisis crítico de la Teología de la
Liberación, verás que es una especie de simbiosis de varias corrientes
de doctrina. Mezcla el cristianismo con el marxismo y con el
latinoamericanismo. No es por azar que nació en América Latina. En
resumen, de ella incorporamos la disposición a estar abiertos a todas las
verdades y no solamente a una, porque esa única puede no ser
verdadera. Todos los que bebían de la Teología de la Liberación, -la gente
de la CPT, los católicos, los luteranos- nos enseñaron la práctica de
abrirnos a todas las doctrinas a favor del pueblo. Esa visión del mundo
fue la que nos dio la apertura suficiente para darnos cuenta de quién nos
podía ayudar. A partir de esa concepción, fuimos a buscar en los
pensadores clásicos de varias matrices lo que pudiera contribuir a
nuestra lucha. Leímos a Lenin, a Marx, a Engels, a Mao Tse Tung, a Rosa
Luxemburgo. De una u otra forma, captamos algo de todos ellos. Hemos
mantenido una lucha ideológica y pedagógica en el Movimiento en el
sentido de combatir los rótulos. Si Lenin descubrió una cosa que puede
universalizarse en la lucha de clases, aprovechémosla, si Mao Tse Tung
en aquella experiencia de organizar una revolución campesina descubrió
cosas que pueden universalizarse o aprovecharse, asimilémoslas. Eso no
quiere decir que vamos a copiar todo lo que se hizo en China porque
sería absurdo, sería una ignorancia.”
Efectivamente, los movimientos revolucionarios que ingresaron con
este carácter en el siglo 21, han construido su propia experiencia
4
“Brava Gente”, entrevista a Joao Pedro Stedile, realizada por Bernardo Mançano Fernández, editado por
América Libre y Madres de Plaza de Mayo. Prólogo de Hebe de Bonafini.
pedagógica, superando falsos debates que limitaron las posibilidades de
las izquierdas. Una cuota de pragmatismo, que no es eclecticismo, los
lleva a caminar, reflexionando al mismo tiempo que se da cada uno de
estos pasos, y creando colectivamente nueva teoría, uno de los
paradigmas del pensamiento freiriano.
Es necesario mencionar también, en este párrafo, la proyección de la
experiencia de las Madres de Plaza de Mayo, que aprendieron, como
ellas insisten reiteradamente del legado de sus hijos, y ahora proyectan
este aprendizaje en un nuevo esfuerzo pedagógico: la creación de la
Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Crecieron con la
ausencia-presencia de sus educadores, que les enseñaron valores como
la dignidad, la solidaridad, y la ética de la entrega. Nacieron como sujeto
histórico, negando la negación producida por el poder de sus hijos, como
sujetos constituyentes de un movimiento revolucionario desafiante del
sistema. Educadas en esta ausencia, se volvieron sujetos presentes de
un nuevo proyecto de resistencia cultural que asume, como premisa, y
como consecuencia de esta misma dolorosa experiencia, la necesidad de
aportar a la formación sistemática de los militantes populares.
5
“Pedagogía del Oprimido”. Paulo Freire. Ed. Siglo 21
6
La alternativa pedagógica. Antonio Gramsci.
capaces de llevar adelante un proyecto contrahegemónico de poder
popular.
Decía también Gramsci: «El problema fundamental de toda
concepción del mundo, de toda filosofía que se haya convertido en
movimiento cultural, en una "religión", una "fe", es decir, que haya
producido una actividad práctica y una voluntad y esté contenida en
ellas como "premisa" teórica implícita (una "ideología" podría decirse, si
al término ideología se le da precisamente el significado más alto de una
concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el
derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de
vida individuales y colectivas) -es el problema de conservar la unidad
ideológica en todo el bloque social, cimentado y unificado precisamente
por esa determinada ideología.»7
Este análisis nos conduce a replantear, en este tiempo histórico, el
rol de los intelectuales en la constitución de un nuevo bloque político
social, capaz de generar una alternativa al capitalismo. Para ello
necesitamos cuestionarnos la preeminencia en la labor intelectual de
prácticas que se alejaron de la vida cotidiana de los movimientos
populares, refugiándose en las academias, en las ONGs, o en los centros
que ofrecen financiamiento, estableciendo los contenidos de su trabajo
de acuerdo con las “agendas de debate” trazadas desde los centros
mundiales de reproducción de la ideología que sostiene la dominación
del capital. Es también el requerimiento de plantearse el carácter del
intelectual orgánico de un movimiento popular, en condiciones en que
éste se encuentra atravesado a su vez por una crisis de inorganicidad.
La educación popular apunta a integrar la reflexión intelectual, con el
saber popular acumulado en la praxis social. En un tiempo en el que la
fragmentación atraviesa a los sujetos históricos de la transformación del
mundo, la posibilidad de elaborar o aproximar síntesis que favorezcan
una mayor comprensión de esta realidad y de su capacidad de
transformarla debe asumir este esfuerzo de creación colectiva de
conocimientos, que es fundante en los enfoques de la educación
popular. Señala Gramsci: «El error del intelectual consiste en creer que
se puede saber sin comprender y especialmente sin sentir y ser
apasionado (no sólo del saber en sí mismo, sino por el objeto de saber),
eso es, que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) siendo a
la vez distinto y distanciado del pueblo-nación, es decir, sin sentir las
pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolas y luego
explicándolas y justificándolas en la situación histórica en cuestión, y
relacionándolas dialécticamente con las leyes de la historia, con una
superior concepción del mundo, científicamente y coherentemente
elaborada, con el “saber”; no se hace política historia sin esta pasión, es
decir, sin esta conexión sentimental entre intelectuales y pueblo-nación.
En ausencia de tal nexo, las relaciones del intelectual con el pueblo-
nación son o se reducen a relación de orden puramente burocrático,
7
Id. anterior
formal; los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio
(denominado centralismo orgánico).»
«Si la relación entre intelectuales y pueblo-nación, entre dirigentes y
dirigidos -entre gobernantes y gobernados- está dada por una adhesión
orgánica en la que el sentimiento-pasión deviene comprensión y por
tanto saber (no de un modo mecánico, sino viviente), sólo entonces se
da una relación de representación, y se produce el intercambio de
elementos individuales entre gobernantes y gobernados, entre
dirigentes y dirigidos, esto es, se realiza la vida de conjunto que es,
exclusivamente, la fuerza social; se crea el "bloque histórico".» 8
El concepto de pasión ha sido sistemáticamente deslegitimado por
prácticas intelectuales que basadas en un fuerte racionalismo, conducen
en la política concreta, al «posibilismo». En muchos casos la pasión es
tildada de «voluntarismo». En esta perspectiva, resulta difícil la
comprensión de las motivaciones inherentes a la subjetividad popular,
atravesada como está por la crisis de identidad, la desesperación de la
sobrevivencia, la pérdida de referencias históricas, una capacidad
acumulada de resistencia, la indignación frente al desafío cotidiano que
provoca la corrupción y la impunidad de las élites. Las incomprensiones,
ahondan las distancias entre las conductas de estos movimientos, en
más de una ocasión tildadas de «espontaneísmo», y aquellos
intelectuales que los analizan desde el exterior de los mismos,
desapasionadamente, y sin una profunda identificación con sus dolores y
urgencias.
La educación popular propone como experiencia la reflexión «desde
los movimientos populares», desde su praxis, desde su memoria
histórica, desde sus necesidades, y desde los procesos en los que se va
constituyendo un nuevo bloque histórico social que altera los lugares
conocidos de los grupos sociales que los integran, y busca un diálogo
entre ese “pensar desde los movimientos populares” y el saber que se
construye en otros ámbitos de investigación y elaboración ideológica. Es
un aporte al auto-reconocimiento de los movimientos populares, a su
auto-organización, y a la recreación de su identidad, basada en la
reflexión sobre su práctica, en la confrontación de la misma con la teoría
acumulada en la experiencia histórica, en la clara ubicación del bloque
de poder, de las características con las que éste ejerce su dominación, y
también tendiente a identificar la introyección de la dominación en el
seno mismo de las conciencias y los sentires de los oprimidos.
«Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se
comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer
en sí mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor. Este
descubrimiento, sin embargo, no puede ser hecho a un nivel meramente
intelectual, sino que debe estar asociado a un intento serio de reflexión,
a fin de que sea praxis.”9 insistía Paulo Freire.
8
Id. anterior
9
Pedagogía del oprimido
En síntesis