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EL SENTIDO OCULTO DEL QUIJOTE: EL ORIGEN DE LAS


INTERPRETACIONES TRASCENDENTES

Emilio Martínez Mata

Nos resulta difícil hoy, después de la universal admiración despertada por


el Quijote, hacernos a la idea de que durante bastante tiempo fuera entendido
como una obra de entretenimiento sin más pretensiones que la de ridiculizar los
libros de caballerías.
Nadie pone en duda que fue recibido como un libro de burlas, una historia
entretenida, que producía el regocijo de los lectores.1 El propio Cervantes des-
tacaba esta característica en el Prólogo de la Primera parte: «Procurad también
que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la
acreciente, el simple no se enfade». Y en el Viaje del Parnaso exhibe su satis-
facción por haber logrado ese objetivo: «Yo he dado en Don Quijote pasa-
tiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquiera sazón, en todo
tiempo».
Las referencias que tenemos del siglo XVII destacan en su mayoría la comi-
cidad de la obra y el carácter estrafalario de sus personajes.2 El moderado
éxito editorial que tuvo en el primer momento y la popularidad que adquieren
en seguida sus protagonistas se debieron a razones muy distintas de las que hoy
apreciamos en la obra. De ahí que Cervantes no gozara nunca en el siglo XVII
del prestigio literario, por ejemplo, de Mateo Alemán, Lope de Vega, Góngora,
Quevedo. Incluso Gracián afirma despectivamente en El Criticón que escribir
obras contra los libros de caballerías «había sido querer sacar del mundo una
necedad con otra mayor».
El éxito del Quijote, de todas maneras, duró poco tiempo. El número y fre-
cuencia de ediciones disminuyó en seguida. Hacia mediados de siglo puede
observarse un importante bache en la presencia de Cervantes en España y en
toda Europa. Y no habrá ninguna impresión española desde 1674 hasta 1704,
un enorme vacío de treinta años.
El renacer del Quijote se produce en el siglo XVIII, aunque se hubiera
iniciado a finales del anterior con la traducción francesa de François Filleau de
Saint Martin en 1678 y la inglesa de Philips en 1687. En el siglo de las Luces
se hacen en Francia cincuenta ediciones, cuarenta y cuatro en Inglaterra, ocho
en Alemania y en Holanda, cuatro en Italia, tres en Irlanda, dos en Rusia, una
en Portugal, Austria, Dinamarca y Polonia. Las imitaciones proliferan, y su
influencia es claramente perceptible en algunos de los mas importantes nove-
listas del XVIII: Fielding, Sterne, Charlotte Lennox, Richard Graves, Mariveaux,
Florian, etc.
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En España —como consecuencia del progresivo aprecio del Quijote en


Europa— se hicieron en ese período treinta y siete ediciones y una buena serie
de imitaciones o continuaciones.3 Pero la estimación del Quijote no fue homo-
génea, ni mucho menos, a lo largo de la centuria. En 1732 el bibliotecario real
Blas Antonio de Nasarre publica el Quijote de Avellaneda difundiendo, con el
apoyo del académico Agustín de Montiano, la opinión del francés Lesage de la
superioridad del Quijote apócrifo sobre el de Cervantes.4
Aunque Lesage no representa, ni mucho menos, la opinión general en
Francia o en Inglaterra. En efecto, frente al escaso aprecio que se hace en
Europa en el siglo XVIII a la literatura española en general, Cervantes, por el
contrario, suscita un enorme interés, y fundamentalmente a causa del Quijote.5
Lesage era, en su devoción por la novela picaresca, un espíritu desfasado. El
enorme peso de la literatura española en Europa se había convertido a la altura
de 1702, cuando Lesage edita una traducción del Quijote de Avellaneda
atacando a Cervantes, en un hecho del pasado.
Fruto de ese interés es la cuidada edición promovida por lord Carteret y
publicada en Londres en 1738. Esta edición, la primera monumental del
Quijote por la elegancia de la tipografía, la calidad de sus grabados, etc., coloca
a Cervantes entre los autores de renombre. Para ella encarga, a través del
embajador Benjamin Keene, a un erudito valenciano, Gregorio Mayans, un
estudio preliminar. Con el título de Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, se
publica en Madrid en 1737 —en edición de veinticinco ejemplares— con
varias reediciones posteriores (también en Inglaterra, en Francia y en
Holanda).6 La obra de Mayans marcaría las pautas del análisis del Quijote
durante bastante tiempo y supondría el inicio de las investigaciones cervan-
tinas, hasta el punto de que los principales documentos biográficos se descu-
bren en el siglo XVIII. Aunque Mayans no se basaba en documentos, sino en las
informaciones que proporcionaban los preliminares y las obras de Cervantes.
Pero, más que una biografía del autor, el estudio de Mayans es un análisis de
su obra en general y del Quijote en particular. Para mostrarse mas imparcial,
señala algunos reparos: los casos de inverosimilitud y los anacronismos.
Elogia, en cambio, el propósito satírico —hacer despreciables los libros de
caballerías—, la trabazón narrativa y el estilo, un estilo sereno, que considera
genuinamente clásico, alabado frente al barroquismo triunfante en las primeras
décadas del siglo XVIII.
A pesar de la trascendencia del estudio de Mayans, el reconocimiento
oficial del Quijote no llegaría hasta la edición promovida por la Academia de
la Lengua en 1780, casi cuarenta años más tarde. Bastante antes, en 1752, se
había producido un intento, dirigido por el marqués de Ensenada, de hacer
una edición por suscripción que emulase a la de lord Carteret.7 Un proyecto
que no llega a fructificar.
Aparte de este intento fallido de dignificar el Quijote, y las estimables
ediciones de Ibarra en 1771 y Sancha en 1777, la evolución material de la
obra nos habla de su popularización, con impresiones en cuatro volúmenes en
octavo, en vez de dos en cuarto, y la práctica habitual de las ilustraciones, que
habían aparecido por primera vez en la edición de Juan Monmarte, Bruselas,
1662, y que proporcionan unas pautas de comprensión a los lectores menos
cultivados.8
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La magna edición de la Academia de 1780 iba precedida de una «Vida» y


de un «Análisis del Quijote» de Vicente de los Ríos. Este último es un ambi-
cioso estudio que pretende «dar una idea completa del verdadero mérito del
Quijote» (p. II). El propósito que había guiado a la Academia era el mismo que
había perseguido el marqués de Ensenada: emular en España la «costosa y
magnífica» edción promovida por lord Carteret y la de La Haya de 1744,
según se indica en el «Prólogo de la Academia», p. II. A pesar del juicio de A.
Close de que el cambio en la estimación de Cervantes «habría surgido espon-
táneamente de una u otra manera, gracias a una serie de factores característicos
de la Ilustración española, que eran favorables a Cervantes en la misma medida
en que no lo eran para Góngora y Calderón»,9 no cabe duda de que sin la
edición de lord Carteret no habría existido el ensayo de Mayans ni, posible-
mente, el estudio de Vicente de los Rios y la edición de 1780. Los citados
factores actuaron de forma positiva, pero la altísima valoración que alcanza
Cervantes difícilmente se hubiera producido de no ser por el aprecio de las
naciones más cultas de Europa.
En su «Análisis», Vicente de los Ríos caracteriza al Quijote como una
«fábula burlesca», una epopeya burlesca en prosa, la primera en su género,
estableciendo extensos paralelos con la Ilíada y la Eneida (¶ 43-48, 117, etc.).10
Considera el propósito satírico como el objetivo principal de la obra, y en el
sentido expresado por Cervantes: corregir «un vicio arraigado y altamente
impreso en el vulgo, que estaba infatuado con el falso pundonor de la caba-
llería andante» (¶ 13), aunque expresa también que Cervantes no se había
limitado a impugnar los vicios caballerescos, sino que «de paso, según le venía
la ocasión, reprendió casi todos los defectos de las demás profesiones o
estados» (¶ 227).
Por lo demás, Vicente de los Ríos percibió sagazmente, como señaló A.
Close,11 la doble perspectiva presente en los episodios: distinta para el prota-
gonista y para el lector («este no ve más que un suceso casual y ordinario en
lo que para don Quijote es una cosa rara y extraordinaria» (¶ 33). Doble pers-
pectiva que se manifiesta también en el carácter dual de los personajes: «don
Quijote es un hidalgo naturalmente discreto, racional e instruido, y que obra y
habla como tal, menos cuando se trata de la caballería andante. Sancho es un
labrador interesado, pero ladino por naturaleza y sencillo por su crianza y con-
dición» (¶ 60).
Esta concepción del Quijote como una sátira moralizante que hemos visto
en Mayans y de los Ríos es la de la mayoría de los ilustrados españoles. Una
sátira que cumple con las exigencias estéticas del neoclasicismo: en ella
aprecian naturalidad, verosimilitud y coherencia psicológica. Como explica,
por ejemplo, el censor Juan de Aravaca en 1751 al alabar a Cervantes «porque
supo inventar felizmente una obra en que, además de la delicadeza y novedad
de los pensamientos (…), acertó a juntar los caracteres más extraños que
pudieron imaginarse, conservando en cada uno el genio, el modo, la locución
y las demás circunstancias que le convienen, con tanta perfección y naturalidad
que apenas habrá libro mas conducente para formar el buen gusto sobre
todo».12
Para los ilustrados españoles, en efecto, don Quijote es un personaje extra-
vagante pero que sirve a un noble fin: desacreditar los absurdos —por amorales
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y asociales— libros de caballerías, lo que puede aplicarse a cualquier acción


que se enfrente a los prejuicios sólidamente enraizados (en coincidencia, pues,
con la actitud ideológica que se convierte en divisa de la época: desterrar las
tinieblas con las luces).13 De ahí que don Quijote sea caracterizado esencial-
mente como desfacedor o enderezador de tuertos.14
Se podría decir que, con la significativa excepción de Cadalso, la opinión
de los ilustrados españoles es deudora, en cierto modo, de la de Mayans, en
cuanto a la interpretación del Quijote. Por lo que respecta al cambio producido
en la estima, este es consecuencia del que se había manifestado el Europa
desde comienzos del XVIII.
Cadalso, por el contrario, no se limita a elogiar las cualidades de su estilo
o su propósito satírico, sino que concede en las Cartas marruecas, escritas
entre 1768 y 1774, un papel esencial a la novela cervantina, a la vez que
plantea una enigmática interpretación. En efecto, el Quijote está presente desde
la primera línea de las Cartas con el propósito de relacionar las dos obras.
Aparte de otras referencias de menor relieve, cita a Cervantes en primer lugar,
junto a Quevedo y fray Luis de León, como ejemplo de escritor genial perse-
guido en vida y «desconocido» en España después de muerto (LXXXIII, p. 206);
ensalza la novela de un modo más significativo que los elogios de los ilus-
trados españoles: «una de las pocas obras originales que hay en el mundo»
(LXXXIII, p. 206);15 y plantea, a través de un personaje, Gazel, que «el sentido
es uno y el verdadero es muy diferente», al tiempo que apunta que «debajo de
esa apariencia [las extravagancias de un loco, algunas sentencias en boca de un
necio y muchas escenas de la vida bien criticada]» lo que hay es «un conjunto
de materias profundas e importantes» (LXI, p. 146). Sólo fuera del contexto
podría deducirse de este enunciado la alusión a que el Quijote contiene un
gran misterio, según afirman Ramirez-Araujo [1952:258] y Riley [1986:226],
en la línea de las interpretaciones esotéricas de la novela, como la suposición
de Rapin de que Cervantes, por despecho al duque de Lerma, había compuesto
una oculta sátira de la nobleza española, apegada todavía a la caballería.16
J. Pérez Magallón [1995:159-160], en cambio, supone que Cadalso «capta
la dualidad entre lo sublime y lo vulgar», entre lo sustancial y lo accidental.
Por su parte, F. López [1999:262] sugiere solo como hipótesis que Cadalso
podría ver el Quijote como un libro sobre el desengaño.
Cadalso no explica, pues, cuál es ese significado profundo por debajo de la
apariencia (además a un personaje como Gazel, el joven marroquí que está des-
cubriendo la sociedad europea, no le corresponde proponer una explicación del
sentido del Quijote); pero la altísima consideración otorgada la novela («una de
las pocas obras originales que hay en el mundo»), y al propio Cervantes, deja
fuera de duda que Cadalso veía en el Quijote una obra grave y profunda,
bastante más, desde luego, que una obra de entretenimiento popular, una sátira
o un ataque encubierto a ciertos nobles. Esa interpretación de la novela cer-
vantina sería, sin duda, deudora de la opinión crítica difundida en otros países,
Inglaterra y Holanda, en especial, y que Cadalso podría haber conocido gracias
a su formación cosmopolita. También en Mayans podemos ver una alusión al
sentido oculto del Quijote, pero, cuando afirma que se necesita un extenso
análisis para «manifestar el alma verdadera de esta fingida historia» (¶ 143), se
está refiriendo a la riqueza temática de la obra, a la variedad de su sátira. Para
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[5] El sentido oculto del Quijote: el origen… 1205

Mayans no hay ninguna duda de que la intención de Cervantes es combatir «el


pernicioso halago de los libros de caballerías» (y sobre ello trata extensamente
en su estudio).
La primera mención a una doble lectura del Quijote, aparte de la esotérica
de Rapin, ya citada, es la que aparece en el prólogo a la traducción alemana de
1683. El autor del prólogo afirma que «sería injusticia si sólo se la considerase
como una obra meramente cómica», pero no se refiere a un supuesto sentido
profundo, sino a los «excelentes razonamientos» puestos en boca del protago-
nista cuando no está afectado por su monomanía caballeresca.17
Un cambio cualitativo muy importante lo encontramos en la opinión de
Just van Effen, en 1711.18 No sólo testimonia la aceptación crítica del Quijote
(«este libro goza del aplauso general de todas las personas entendidas»), sino
también la presencia de diferentes niveles de interpretación. Así, «debajo de la
superficie de extravagancia que exteriormente envuelve a esta obra», los filó-
sofos que saben profundizar a través de ella encontrarán «una moral admi-
rable, las mas cuerdas reflexiones sobre las costumbres de los hombres; en una
palabra un tesoro de críticas juiciosas y de excelentes razonamientos».
En esta línea de identificar diferentes niveles de lectura, indica que los
jóvenes en su mayoría, si bien puede resultarles fácil percibir la burla de Cer-
vantes de la «extravagancia de las novelas fabulosas», no estarán en condi-
ciones de apreciar «todo el mérito» de la obra. Por el contrario, «a medida que
uno avanza en edad y conocimientos, este libro se le presenta sucesivamente
bajo todas sus diferentes fases, en todos sus distintos grados de bondad».
La distinción entre apariencia y significado aparece también en otros
textos, aunque con un alcance menor. Edward Ward, en 1711, resalta «las
excelentes moralejas» ocultas en «el fondo de cada aventura».19
Daniel Defoe, por su parte, diferencia «el deleite» que proporciona su
lectura, accesible a muchos, de «su significado», que pocos conocen: «una
emblemática historia y una justa sátira contra el Duque de Medina-Sidonia».20
En el prólogo de la edición alemana del Quijote, Leipzig, 1734, el tra-
ductor diferencia entre la apariencia («la cáscara»), es decir, «las extravagantes
aventuras», y el significado profundo («el meollo»), que relaciona con el pro-
pósito instructivo: la mezcla de lo útil con lo agradable citada al comienzo de
dicho prólogo. Considera la intención de Cervantes la de acabar con el interés
por los libros de caballerías, el mal gusto que había arraigado en la nación
española, al tiempo que sería también una venganza del duque de Lerma.
La superación de la idea del Quijote como una obra de entretenimiento, o
con un propósito satírico únicamente, está vinculada, como hemos visto, a la
percepción de diferentes niveles de lectura, a la sugerencia de una interpreta-
ción trascendente, no ya en el sentido esotérico de la venganza contra el duque
de Lerma, sino en el de suponer un contenido simbólico que expresa ideas
profundas, es decir, ideas acerca de la vida y de los hombres.
Por lo demás, la extraordinaria influencia que el Quijote ejerció en los
novelistas ingleses del XVIII —Fielding, Sterne, Lennox, Graves, Smollet…—
21 no podría explicarse si se percibiera como una obra meramente cómica o

satírica. Ese aprecio empieza con la traducción inglesa de Motteux, de 1700


(reeditada en numerosas ocasiones a lo largo del XVIII y del XIX). Frente a lo que
afirma, por ejemplo, el traductor de la edición francesa de 1678, Filleau de
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Saint Martin, de que el libro está hecho para reír,22 o frente a la caracterización
de la obra que hace Juan de Mommarte, en su edición de 1662, como «menor
en la sustancia, por ser una novela de caballerías, toda burla de las antiguas y
entretenimiento de las venideras, inventado sólo para pasar tiempo en la ocio-
sidad» (Prefacio), en la traducción de Motteux empiezan a manifestarse con
claridad los signos de una interpretación que sobrepasa lo cómico o lo satírico.
Así, en la portada aparece un lema que dignifica la figura del protago-
nista: «Nullum magnum ingenium sine mixtura dementiae». En «An account
of the author» situada al comienzo del tomo III,23 Motteux elogia sin reservas
a Cervantes: «If ever any writer deserv’d to have his memory preserv’d entire
to future age, ‘tis certainly Michael de Cervantes Saavedra» (p. I); «He was a
master of all those great and rare qualities which are requir’d in a accom-
plish’d writer, a perfect gentleman and a truly good man «(p. VI). Esta carac-
terización, sacada —según confiesa— únicamente de sus obras, apunta a una
identificación de Cervantes con don Quijote, confirmada por el resumen bio-
gráfico, en el que se destaca su comportamiento heroico, guiado por unos
ideales (patrióticos, en su caso) y su entereza ante la adversidad (p. II, en
especial). Esa identificación resultaría inexplicable si se concibiera a don
Quijote como un personaje objeto de mofa, sin grandeza espiritual, si, por
contra, no se percibiera su dignidad espiritual ante la desgracia.
En el prólogo, Motteux caracteriza la obra como «an exact mirrour of
mankind», en el que Cervantes muestra a los hombres su propia cara. Señala
la universalidad de los protagonistas, pero lo más significativo es la interpre-
tación del valor de los dos personajes: don Quijote representaría al osado que
lucha por sus ideas frente a la cerrazón de los demás, mientras Sancho simbo-
liza el vulgo bajo, embrutecido y supersticioso: «The character of don Quixote
must speak its own praise: ‘tis an original without a precedent, will be a pattern
without a copy; its greatest fault was its too great beauty»; en cambio, en la
figura de Sancho cualquiera puede ver «the mean, flavish and ungenerous
spirit of the vulgar in all countries and ages: a crouching fear, awkward lyung,
sordid avarice, sneaking pity, a natural inclination to knavery and a supersti-
tious devotion».24
La opinión de Motteux es el primer peldaño, en lo que he podido ver, de
la interpretación trascendente del Quijote. Después de él, aparecen otros juicios
que suponen el aprecio de la obra y la consideración de un contenido que
excede la comicidad o la sátira. ¿Cómo, si no, explicarnos que Pope aluda al
caracter grave de Cervantes contraponiéndolo a la risa de Rabelais?25
Ese aprecio se mostraba en un mayor grado en Just van Effen, quien con
más claridad había señalado diferentes lecturas. Manifiesta el «aplauso
general» de que goza el Quijote, porque, como hemos visto, los diversos
niveles de penetración por debajo de «la superficie de extravagancia» satisfa-
cían las varias sensibilidades, tanto las que corresponden a una formación
diversa («los literatos… los filósofos”) como a las que son resultado del desa-
rrollo del individuo: conforme se avanza en edad y conocimientos, el Quijote
se hace accesible en «todas sus diferentes fases, en todos sus distintos grados
de bondad».
En poco tiempo, se desata el apasionamiento y veneración por Cervantes,
los que encontramos en lord Carteret y John Bowle, como ejemplos señeros.
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La edición promovida por lor Carteret (Londres, 1738), por sus características
(el lujo y cuidado de la impresión, las primorosas láminas, la biografía encar-
gada a Mayans…), eleva al Quijote al rango de obra clásica, de «libro original
y único en su género».26 Hasta el punto de que en el frontispicio Cervantes es
representado como Hércules Musagetes, es decir, ‘guía o jefe de las musas’,
que expulsa a los monstruos del Parnaso.27 Además, las ilustraciones de John
Vanderbrank para esta edición engrandecen al personaje de don Quijote al pre-
sentarlo, en la nobleza de su perfil, indistinguible de un soldado romano y,
cuando es llevado detenido por los criados del duque, comparable, en opinión
de Rachel Schmidt,28 a la representación iconográfica de Jesucristo con la cruz.
Las características de esta edición se reproducen en la de 1742, esta vez con
traducción inglesa de Charles Jarvis, repitiendo la biografía de Cervantes de
Mayans y las láminas, pero ahora con la novedad de un buen número de notas
al texto a cargo del traductor.
En contraste, en España, como hemos visto, el Quijote fue interpretado
durante un tiempo, con la excepción de Cadalso, desde una perspectiva satírica.
Incluso Mayáns valora el Persiles por encima del Quijote, que considera una
obra más popular.29 Y la propia Academia para recomendar la obra a los
lectores, en su edición de 1780, no se le ocurre ningún argumento más que
aludir al «aplauso y estimación» que ha recibido en otros países, sin hacer la
menor mención a alguno de sus méritos.30

OBRAS CITADAS

AGUILAR PIÑAL, Francisco, «Cervantes en el XVIII», Anales Cervantinos, XXI


(1983), pp. 153-163.
ÁLVAREZ DE MIRANDA, Pedro, Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración
temprana en España (1680-1760), Real Academia Española (Anejos del
Boletín de la Real Academia Española, 51), Madrid, 1992.
CHERCHI, Paolo, Capitoli di critica cervantina (1605-1789), Bulzoni, Roma,
1977.
CLOSE, Anthony J., The Romantic Approach to «Don Quijote». A. Critical
History of the Romantic Tradition in «Quixote», Cambridge University
Press, Cambridge, 1978.
——— «Interpretaciones del Quijote», en Don Quijote de la Mancha, edic.
dirigida por F. Rico, Crítica (Biblioteca Clásica, 50), Barcelona, 1998, pp.
CXLII-CLXV.
LOPEZ, François, «Los Quijotes de la Ilustración», Dieciocho, XXII (1999), pp.
277-264.
MAYANS Y SISCAR, Gregorio, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, edic. de A.
Mestre, Espasa-Calpe, Madrid, 1972.
MONTESQUIEU, barón de, Charles de Secondat, Lettres persanes (1721), en
Oeuvres completes, edic. R. Caillois, I, Gallimard (Bibliothèque de la
Pléiade, 81), París, 1985.
MORTIER, Roland, «Lumière et Lumières. Histoire d’une image et d’une idée au
XVIIème siècle et au XVIIIème siécle», en Clartés et ombres du siécle des
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1208 Emilio Martínez Mata [8]

Lumières: etudes sur le XVIIIéme siécle litteraire, Droz, Ginebra, 1969, pp.
13-59.
PÉREZ MAGALLÓN, Jesús, «Epistolaridad y novela: Afán de Ribera y Cadalso»,
Anales de Literatura Española, XI (1995), pp. 155-172.
RAMÍREZ-ARAUJO, Alejandro, «El cervantismo de Cadalso», The Romanic
Review, XLIII, 4 (1952), pp. 256-265.
—,«Cervantes dans l’Encyclopédie», Romance Notes, 12 (1971), pp. 407-412.
RICO, Francisco, «Historia del texto», en Don Quijote de la Mancha, edic.
dirigida por F. Rico, Crítica (Biblioteca Clásica, 50), Barcelona, pp. CXCII-
CCXLII.
RILEY, Edward C., Don Quixote, Allen adn Unwin, Londes, 1968; trad. esp.
Introducción al «Quijote», Crítica (Filología, 19), Barcelona, 1990.
RIUS, Leopoldo, Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes
Saavedra, III, Oliva, Villanueva y Geltrú, 1904.
ROMERA-NAVARRO, Miguel, «Correspondencia entre las interpretaciones litera-
rias del Quijote y las pictóricas», Hispanic Review, XII (1944), pp. 152-
157.
RUSSELL, P. E. «Don Quixote as a funny book», Modern Language Review,
LXIV 1969), pp. 312-326.

NOTAS
1 El artículo de P. Russell [1969] no deja lugar a dudas de cómo había sido entendido el

Quijote en el siglo XVII.


2 Véase la revisión de esos testimonios que efectúa P. Cherchi [1977:51-69].

3 La más conocida es, sin duda, el Fray Gerundio de José Francisco de Isla, pero pueden

citarse una docena de imitaciones en España, veinticuatro en Francia, diecisiete en Alemania y


quince en Inglaterra. Una sucinta información sobre las imitaciones y continuaciones españolas (y
las polémicas cervantinas) se encuentran en F. Aguilar Piñal [1983]
4 Suele citarse a Diego de Torres Villarroel entre los partidarios del Quijote de Avellaneda. Sin

embargo, Torres, en un episodio muy cervantino: el examen de la librería del ermitaño, tal como
aparece en la segunda versión de El ermitaño y Torres (de fecha incierta), no hace más que aludir
a la traducción de Lesage y citar sus tesis, pero en ningún momento coloca el Quijote de Avellaneda
por encima del de Cervantes. Al contrario, efectúa grandes elogios de éste y nos da un testimonio
del modo en que era entendido: «Aquí tengo también —dijo el ermitaño—, para divertirme algunos
ratos, la celebrada Historia de don Quijote de la Mancha. —Ese es uno de los escritos originales de
la nación —respondí-. Esa obra tiene con envidia a los extranjeros, aunque tiene tanto lugar en la
estimación de nuestros nacionales, que no hay obra de lectura más entretenida y sabrosa, ni cele-
brada con más universalidad, todavía les agrada a los naturales de los reinos extranjeros aún más que
a los nuestros. Es cierto que en el linaje de epopeya ridícula no se encuentra invención que pueda
igualar el donaire de esta historia, ni se pudo inventar contra las necedades caballerescas inventiva
más agria. —El Cervantes -añadió el ermitaño- fue hombre de maduro juicio y de fecunda imagi-
nación: la variedad de lo verídico en las aventuras nos da a entender al rico mineral de su graciosa
fantasía. Su estilo es claro, fácil, natural, desafectado, y que lo constituye con bastante derecho entre
los príncipes de nuestro lenguaje», en Recitarios astrológico y alquímico, edic. de José Manuel
Vallés, Editora Nacional, Madrid, 1977, p. 148. Por lo demás, la opinión de Torres pasó inadvertida
en el momento de la publicación por Montiano del Quijote de Avellaneda: de la segunda versión de
El ermitaño y Torres, la única en la que se cita, no se conoce ninguna impresión más que la de
Obras completas de 1752.
5 Montesquieu nos da una muestra de este juicio cuando pone en boca de un personaje:»Le seul

de leurs livres qui soit bon [los españoles] est celui qui a fait voir le ridicule de tous les otres»,
Lettres persanes, LXXVIII, p. 50
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[9] El sentido oculto del Quijote: el origen… 1209

6 Sería utilizado, incluso, para la información que de Cervantes aparecía en la Encyclopédie

(tomo XV, pp. 134a-136b), en el artículo dedicado a Sevilla por Jaucourt (véase A. Ramírez 1971).
7 Para ello Agustín de Hordeñana escribe a Mayans, a instancias de Ensenada, encargándole

una nueva versión de su Vida de Cervantes («El caso es que se desea reimprimir por suscripción la
célebre obra de Don Quijote, pero de forma que en la letra, papel, láminas y demás circunstancias
de la impresión no ceda a la de Londres, y aun aventaje si fuere posible»; véase el prólogo A.
Mestre a su edic. de Mayans, Vida de Miguel de Cervantes, p. LXXXII. Recuérdese que Diego de
Torres Villarroel había utilizado por primera vez —y con gran éxito— el procedimiento de la sus-
cripción para editar sus obras completas en 1752.
8 Pueden verse útiles explicaciones en F. Rico [1998: CXCII-CCXLII].

9 «Estos motivos son: el espíritu crítico y normativo de la época (…); la actitud moralizante

(…); la propensión a mirar con ojos benignos a escritores del Siglo de Oro clásicos y castizos», A.
Close [1998: CXLIX].
10 La muerte de Vicente de los Ríos dejó el «Análisis» sin terminar en una pequeña parte, lo

que obligó a los académicos a «ordenar (…) sus apuntamientos», «Prólogo de la Academia», p.
XIII.
11 A. Close [1998: CLI-CLII]

12 En la aprobación de las Memorias literarias de París, de Luzán (1751), cit. por F. Aguilar

Piñal [1983: 162].


13 Forner aplica, incluso, la metáfora de la luz al Quijote, con el que Cervantes «ahuyenta,

como a las tinieblas la luz al despuntar el sol, aquella insípida e insensata caterva de caballeros, des-
pedazadores de gigantes y conquistadores de reinos nunca oídos» (citado por F. Aguilar Piñal
1983:162). Sobre la citada metáfora y sus implicaciones ideológicas, véase R. Mortier [1969] y P.
Álvarez de Miranda [1992:167-183].
14 Así lo hacen Vicente de los Rios y El Censor (1785).

15 Las citas de las Cartas marruecas proceden de mi edición de la obra en Crítica (Biblioteca

Clásica, 86), Barcelona, 2000.


16 René Rapin, Reflexions sur la poétique, Amsterdam, 1671.Tesis reiterada por Moreri en la

segunda edición de su Dictionnaire historique, Lyon, 1681.


17 Citado por Rius [1904:191].

18 Le Misanthrope, tomo II, discurso 88, La Haya, 1711; cit. por Ríus [1904: 193].

19 En la dedicatoria de su Don Quixote de la Mancha. Merrily translated into Hudibrastik

verse, Londres, 1711-1712.


20 Daniel Defoe, Serious Reflections during the Life of Robinson Crusoe, Londres, 1720; cit.

por Ríus [1904: 194].


21 Para una perspectiva general sobre dicha influencia, véase W. Starkie [1950] y S. Staves

[1972].
22 «Dedicace au Dauphin».

23 Un «Account of the Author» que en su mayor parte Motteux elabora, como haría después

Mayans, a partir de las noticias que proporcionan las obras de Cervantes.


24 «The translator’s preface», p. 5.

25 «Whether thou choose Cervantes’ serious air,/or laugh and shake in Rabelais’ s easy chair»,

Alexander Pope, The Dunciad, 1726, I, 21. [FE0]


26 En carta a Mayáns, citada por A. Mestre en el prólogo a su edición de la Vida de Miguel Cer-

vantes Saavedra de Mayans, p. XLIV. La edición promovida por lord Carteret se convertiría en un
preciado objeto con un valor simbólico, como lo prueba el que el ejemplar de la biblioteca del duque
de Alba hubiera sido un regalo del príncipe Luis Luciano Bonaparte a la emperatriz Eugenia o el
que, en el caluroso recibimiento que la ciudad de Sevilla proporciona al duque de Wellington en
1813 el Ayuntamiento elige como regalo más significativo un ejemplar de dicha edición.
27 Como se explica en las «Advertencias de don Juan Olfield sobre las estampas desta historia».

Ahí se afirma que Cervantes «nos dejó en todas sus obras, y especialmente en ésta, una natural y
perfectísima idea de escribir entretenida y gustosamente, así las cosas serías, como las burlescas; y
procuró infundirnos cierta delicadeza de gusto, que si llega a percibirse, causa gran hastío de cua-
lesquiera otros absurdos y singular desprecio de los que neciamente los apadrinan», p. II.
28 Rachel Schmidt [1996:216]. En cambio, M. Romera-Navarro [1944:154] califica negativa-

mente las ilustraciones de Vanderbrank «con poco arte, muy a lo cómico».


29 «Esta obra [el Persiles] es de mayor invención, artificio y de estilo más sublime que la de

Don Quijote de la Mancha. Pero no ha tenido igual aceptación, porque la invención de la historia
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1210 Emilio Martínez Mata [10]

de don Quijote es más popular y contiene personas más graciosas, y, como son menos en número,
el lector retiene mejor la memoria de las costumbres, hechos y caracteres de cada una», Vida de
Miguel de Cervantes, ¶182.
30 «Prólogo de la Academia», p. I.

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