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Este paso atrás, devolver a más de un tercio de los que salieron de la miseria a la casilla
de salida, sería un golpe durísimo para las democracias de todo el continente en el
momento en el que menos pueden permitírselo. Al parón en el crecimiento económico
(la expectativa es de un aumento del 0,2% para 2016 según la Cepal), con el
consiguiente desafío que ello implica para el mantenimiento de las políticas sociales, se
le suman las demandas de una ciudadanía mucho más exigente en el cumplimiento de
sus expectativas y extraordinariamente más empoderada y participativa.
No estamos sólo ante un cambio de ciclo económico, sino también político. Sí, hoy las
democracias latinoamericanas son más fuertes y la agenda social es más sólida que
hace 20 años, pero los retos e incertidumbres del futuro inmediato son extraordinarios.
La presión ciudadana, con protestas masivas que se han expresado a través de la calle
y de las redes en países como Brasil, Chile o Venezuela, nos recuerda que esa nueva
clase media reclama democracias más efectivas, más transparentes, con una más nítida
separación de poderes y mayores mecanismos de control y rendición de cuentas en
todas las estructuras administrativas. Los partidos políticos no escapan de estos nuevos
niveles de exigencia. Siguen siendo los principales interlocutores, pero no los únicos.
Internet y las redes no cambiarán por sí solas las democracias, pero sí han puesto de
manifiesto la necesidad de una conversación más profunda acerca de las estructuras de
poder, de mayor participación interna en los partidos. En definitiva, la democracia del
siglo XX tiene que cambiar en el siglo XXI y los partidos políticos también. Éste es sin
duda el momento de una nueva generación democrática.
La misma clase media que ha alzado la voz para pedir prosperidad y derechos ha
instaurado también lo que los expertos denominaron en el foro Democracia de Nueva
Generación para las Américas -organizado hace un año por el Club de Madrid en
Bogotá- como "una nueva y bienvenida intolerancia con la corrupción". El fracaso de las
expectativas de millones de ciudadanos puede exacerbar la ya muy preocupante crisis
de legitimidad de las instituciones democráticas, ahondar la distancia entre
representantes y representados y, en definitiva, romper el contrato social. Todos estos
factores, a los que habría que sumar la percepción de captura del Estado por parte de
intereses privados alejados de cualquier consideración del bien común, abonan el
terreno para otros dos males endémicos de las democracias del continente: los
populismos y los hiperpresidencialismos.
Este contexto nos advierte que ha llegado el tiempo de la política y del liderazgo
participativo. América latina está demostrando que se encuentra en buena forma en
cuanto a innovación política: el más reciente ejemplo es la plataforma digital presentada
hace tan sólo un mes para recabar opiniones e ideas de los ciudadanos chilenos en la
reforma de su propia Carta Magna. Pero también encontramos buenas prácticas en los
ámbitos de la reducción de la pobreza en Brasil y Costa Rica, la participación
democrática a través de las redes en la Argentina o la elaboración de presupuestos
públicos en México.
Innovación, política, liderazgo y por supuesto educación, una nueva formación cívica que
rechace el autoritarismo, la impunidad, la corrupción y la violencia; que asegure
definitivamente el derecho a vivir en un medio ambiente no degradado; que extienda los
derechos y el progreso de las elites a las bases, de las ciudades a los campos, que
reconozca y ponga en pie de igualdad a las comunidades indígenas y que acabe con la
marginación. Se trata, tal y como hace la Agenda 2030, de recuperar a las personas
como centro de la acción política, considerando a cada una de ellas ciudadanos libres e
irrenunciablemente iguales independientemente de cualquier consideración de clase,
religión, raza, género u orientación sexual. América latina, en suma, necesita instaurar
una nueva era de gobernanza democrática de calidad para poner en marcha la agenda
de reformas necesarias que le permitan alcanzar un nuevo contrato social para un nuevo
modelo económico, más justo, más equilibrado, más sostenible y, en definitiva, más
humano.