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16/01/2018 Da correção dos rústicos (576) | Idade Média - Prof. Dr.

Ricardo da Costa

Da correção dos rústicos (576)

Martinho de Braga
Trad.: Profs. Fernando Gil y Ricardo Corleto, 1998-1999
(Pontificia Universidad Católica Argentina)

EMPIEZA LA CARTA DEL OBISPO SAN MARTÍN AL OBISPO POLEMIO


1. Recibí la carta de tu santa caridad en la que me dices que te escriba algo,
aunque sea a modo de síntesis, sobre el origen de los ídolos y de sus crímenes,
para la instrucción de los rústicos, que retenidos todavía por la antigua
superstición de los paganos, dan un culto de veneración más a los demonios que
a Dios. Pero como es conveniente el ofrecerles ya desde el origen del mundo, para
que lo saboreen, algún elemental conocimiento racional, me fue necesario hacer,
de esa selva ingente de los tiempos y hechos pasados, una breve síntesis para de
este modo presentarles a los rústicos un alimento también con estilo sencillo. Por
eso, y con la ayuda de Dios, así ha de ser el principio de tu predicación.
2. Deseamos, hijos carísimos, instruiros en el nombre del Señor, en algunas cosas,
o que todavía no las oísteis, o que si las habéis oído, las habéis tal vez olvidado.
Rogamos, por consiguiente, a vuestra caridad que escuchéis atentamente lo que
se dice para vuestra salvación. Sobre esta materia se ha escrito mucho en las
divinas Escrituras, pero a fin de que conservéis en la memoria, de entre esas
muchas cosas os recomendamos lo poco que sigue.
3. Habiendo creado el Señor en el principio el cielo y la tierra, hizo para aquella
morada celeste creaturas espirituales, esto es, los ángeles que estando en la
presencia del mismo lo alabasen. Y uno de éstos, que primero había sido hecho
como arcángel, viéndose en el esplendor de tanta gloria, no dio el honor debido a
Dios su creador, sino que se proclamó semejante a Él, y a causa de esta soberbia,
con otros muchos ángeles, que lo imitaron, fue arrojado de aquella celeste
morada a este aire que está debajo del cielo. Y aquel que primeramente había sido
arcángel, perdida la luz de la gloria, se convirtió en el diablo tenebroso y horrible.
Igualmente aquellos otros ángeles que estuvieron de acuerdo con él, juntamente
con él fueron lanzados del cielo, y perdiendo su esplendor, se convirtieron en
demonios. Los otros ángeles restantes que se sometieron a Dios perseveraron en
la gloria de su caridad en la presencia del Señor, y se llamaron ángeles santos. En
efecto, aquellos ángeles que juntamente con Satanás, su príncipe, fueron
arrojados a causa de su soberbia, se llaman ángeles apóstatas y demonios.
4. Después de esta caída de los ángeles fue del agrado de Dios formar al hombre
del barro de la tierra, a quien puso en el paraíso, diciéndole que si observaba el
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precepto del Señor, pasaría sin muerte para aquel lugar celestial, de donde
cayeron los ángeles apóstatas; pero que si quebrantaba las órdenes del Señor,
moriría. Viendo, pues, el diablo que el hombre había sido creado para sucederle a
él en el reino de Dios, en aquel lugar precisamente del que él había caído, movido
por la envidia persuadió al hombre que violase los mandatos del Señor. Y por este
pecado fue arrojado el hombre del paraíso al destierro de este mundo, en donde
tendría que padecer muchos trabajos y dolores.
5. El primer hombre fue llamado Adán, y su mujer, que el Señor creó de la carne
del mismo hombre, se llamó Eva. De estas dos personas descienden todos los
hombres; los cuales, olvidándose de su Dios y Creador, y cometiendo muchos
crímenes, provocaron a Dios a la ira. Por eso envió el Señor un diluvio con el que
hizo perecer a todos, a excepción de un justo por nombre Noé, al que reservó,
juntamente con sus hijos, para la reparación del género humano. Desde el primer
hombre Adán hasta el diluvio pasaron dos mil doscientos cuarenta y dos años.
6. Después del diluvio se propagó otra vez el género humano por medio de los
tres hijos de Noé, que habían sido reservados con sus mujeres. Y cuando empezó
la muchedumbre reproducida a llenar el mundo, olvidándose otra vez los
hombres del Señor que había creado el mundo, empezaron a dar culto a las
criaturas, despreciando al Creador. Unos adoraban al sol, a la luna o a las estrellas;
unos al fuego, otros al agua del profundo, o a las fuentes de las aguas, creyendo
que todas estas cosas no habían sido hechas por Dios para uso de los hombres,
sino que habían nacido de sí mismas.
7.
Entonces el diablo, o los demonios sus ministros, que fueron arrojados del cielo,
viendo a los hombres que por ignorancia despreciaron a su Creador, empezaron a
servirlo por medio de las criaturas. Y empezaron a manifestarse en diversas
figuras, a hablar con ellos y pedirles que les ofreciesen sacrificios en los montes
altos y en los bosques frondosos, y a honrarlos como a Dios, poniéndoles los
nombres de hombres malhechores, que habían llevado una vida de toda clase de
crímenes y de maldades.
Y de este modo a uno le denominaron Júpiter, que era un mago y que estaba tan
cargado con tantos adulterios, que tuvo por esposa a su propia hermana llamada
Luno, marchitó a Minerva y a Venus su propia hija; e igualmente deshonró con
incestos a sus nietos y a toda su parentela. Otro demonio se llamó Marte,
diseminador de litigios y de discordias. Otro demonio, por fin, quiso llamarse
Mercurio, que fue el inventor doloso de toda clase de robos y fraudes. A éste los
hombres avaros le ofrecían en sacrificio, como al Dios del lucro, montones de
piedras, que lanzaban al pasar por encrucijadas de los caminos.
A otro demonio le aplicaron también el nombre de Saturno, el cual, viven en una
total crueldad, devoraba a sus propios hijos apenas nacían. Se fingió también otro
demonio con el nombre de Venus, que fue una mujer meretriz, la cual se
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prostituyó no sólo con otros innumerables, sino también con Júpiter, su padre, y
con su hermano Marte.
8. He aquí cuales fueron en aquel tiempo estos hombres depravados los cuales, a
causa de sus pésimas invenciones, dan culto los rústicos ignorantes Los demonios
se apropiaron sus nombres, como nombres de dioses, a fin honrarles como a tales,
ofrecerles sacrificios, e imitar sus acciones, cuyos nombres invocaban.
Los demonios les persuadieron también a que les edificasen templos, que
colocasen en ellos imágenes o estatuas de hombres facinerosos, y les levantasen
altares en los cuales no sólo derramasen sangre de animales sino también de
hombres. Además de todas estas cosas, muchos de estos demonios, que fueron
expulsados del cielo, presiden o en el mar, o en los ríos, o en las fuentes, o en
bosques, a los cuales los hombres igualmente ignorantes que no conocen a Di los
honran como a Dios y les ofrecen sacrificios.
En el mar lo llaman Neptuno, en los ríos, Lamias; en las fuentes, Ninfas en los
bosques, Dianas; todas estas cosas no son más que demonios malignos y espíritus
malos que pervierten a los hombres infieles que no saben protegerse con el signo
de la cruz. Sin embargo, no pervierten sin permiso de Dios, porque estos tales
tienen a Dios airado contra ellos, y no creen de todo corazón en la fe de Cristo, al
bien, viven con tal ambigüedad hasta el punto de poner a cada día los mismos
nombres de los demonios, y por eso denominan el día de Marte, y de Mercurio y
de Júpiter, y de Venus, y de Saturno, los cuales no hicieron ningún día, que fueron
hombres pésimos y malvados entre la gente de los griegos.
9. Pero cuando el Dios omnipotente hizo el cielo y la tierra, creó también la luz, la
cual mediante la distinción de las obras de Dios tuvo siete veces su rotación. En
efecto, en primer lugar hizo Dios la luz, a la que llamó día. En segundo lugar hizo
el firmamento del cielo. En tercer lugar la tierra separada del mar. En cuarto lugar
fueron formados el sol, la luna y las estrellas. En quinto lugar los animales
cuadrúpedos y los volátiles. En sexto lugar fue formado de barro el hombre. En el
día séptimo terminó todo el universo y su ornamentación, y lo llamó Dios el
descanso. Y a la que fue la primera entre las obras de Dios, teniendo siete veces su
rotación, por la distinción de las buenas obras, se llamó semana.
10. ¿No es, por tanto, una locura que el hombre bautizado en la fe de Cristo no
honre el día del domingo, en el que Cristo resucitó, y diga que honra el de Júpiter,
y de Mercurio, y de Venus, y de Saturno, los cuales no tienen ningún día, sino que
fueron unos adúlteros, y perversos, e inicuos y desgraciadamente muertos en su
Provincia? Pero, como ya dijimos, debajo de la apariencia de estos nombres, los
hombres necios le prestan veneración y honor a los demonios. Igualmente se
introdujo entre los ignorantes y rústicos aquel otro error por el que piensan que el
principio del año son las calendas de enero, lo cual es falsísimo.
En efecto, como dice la Santa Escritura, en el mismo punto de equinoccio fue el
principio del primer año. Y por eso se lee así: «y dividió Dios entre la luz y las
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tinieblas». Ahora bien, en toda división recta hay igualdad, como sucede en los
veinticinco de marzo, en el que tanto espacio de horas tiene el día como la noche.
Por eso es falso que el principio del año sean las calendas de enero.
11. ¿Y con qué pena se debe hablar de aquel estúpido error de guardar los días de
las polillas y de los ratones, y si es lícito hablar de que un hombre cristiano venere
en lugar de Dios a los ratones y a las polillas? Porque a estos animales, si no les
aleja o el pan o la ropa cerrando bien o el armario o el arca, no perdonan cosa
alguna de la que encuentren. Sin motivo alguno se engaña el hombre miserable
con estas patrañas, como si porque al principio del año está alegre y saturado de
todo, así le va a suceder durante todo el año.
Todas éstas son observancias paganas, han sido buscadas por imaginación de los
demonios. Pero hay de aquel hombre que no tiene propicio a Dios, y que no tiene
como dada por Él la abundancia del pan y la seguridad de la vida. He aquí que
vosotros realizáis oculta o públicamente estas vanas supersticiones, y nunca os
apartáis de estos sacrificios de los demonios.
¿Y por qué no os conceden el que estéis siempre saturados, seguros y alegres?
¿Por qué cuando Dios se enfada, vuestros sacrificios vanos no os defienden de la
langosta, del ratón y de muchas otras tribulaciones que Dios enfadado os envía?
12. ¿No veis clarísimamente que os engañan los demonios en estas vuestras
observancias, que vanamente realizáis, y que os lleváis un chasco en los agüeros
que tan frecuentemente atendéis? Porque, como dice el sapientísimo Salomón:
«la adivinación y los agüeros son vanos» (Ecco 34,5). Y cuanto el hombre más las
teme, tanto más engañado está su corazón: «no les des tu corazón, porque a
muchos ha servido de tropiezo» (Ecco 34,6-7).
He aquí lo que dice la Santa Escritura, y así es ciertísimamente, porque tanto
tiempo inculcan los demonios a los infelices hombres el canto a las aves, hasta
que por estas cosas frívolas y vanas pierden la fe de Cristo, y encuentran en su
muerte el fin de los réprobos.
Dios no mandó conocer las cosas futuras, sino que viviendo siempre en el temor
de Dios, esperasen en Él el gobierno y el auxilio de su vida. Es propio de solo Dios
el conocer los acontecimientos antes de que sucedan; sin embargo, los demonios
engañan a los hombres vanos con diversos argumentos hasta conducirlos a la
ofensa de Dios, y hasta arrastrar consigo a las almas al infierno, como por envidia
hicieron desde su principio, a fin de que el hombre no entrase en el reino de los
cielos, de donde ellos habían sido arrojados.
13. Por esta causa, viendo Dios a los hombres miserables engañados de este modo
por el diablo y por sus ángeles malos, y que olvidándose de su Creador, adoraban
a los demonios en lugar de Dios, envió a su Hijo, es c su Sabiduría y su Verbo, con
el fin de reconducirlos al culto del verdadero y alejarlos del error del diablo. Y
precisamente porque la divinidad del Hijo de Dios no podía ser visto los hombres,
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tomó carne humana en el vientre de la Virgen María, carne que fue concebida, no
de la unión con un hombre, sino por el Espíritu Santo.
Nacido, por consiguiente, el Hijo de Dios en carne humana, pero que d estaba
oculto el Dios invisible, y en el exterior el hombre visible, predicó hombres:
predicó a los hombres, enseñándoles a que dejados los ídolos malas obras, saliese
del poder del diablo y volviese al culto de su Creador. Después de haber
enseñado, quiso morir por el género humano. Padeció voluntariamente la muerte,
no obligado; fue crucificado por los judíos s Juez Poncio Pilato, que había nacido
en la Provincia de Ponto y que en tiempo era gobernador de la provincia de Siria.
Bajado de la cruz, fue colocado en el sepulcro.
Al tercer día resucitó vivo de entre los muertos, conversó por espacio cuarenta
días con sus doce discípulos, y para demostrar que resucitó su verdadera carne,
comió después de la resurrección delante de sus discípulos. Pasados los cuarenta
días, mandó a sus discípulos que anunciasen a las gentes la resurrección del Hijo
de Dios, y que los bautizasen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo para el perdón de los pecados, les enseñasen, además, que los que hubiesen
sido bautizados se apartas las malas obras, esto es, de los ídolos, de los
homicidios, de los robo perjurio, de la fornicación, y que aquello que no quieren
para sí no se lo hagan tampoco a los demás. Y después de haberles mandado estas
cosas, viéndolo los mismos discípulos, subió al cielo, y allí está sentado a la
derecha del Padre, y al fin de este n ha de venir con esa misma carne con la que
subió al cielo.
14. Cuando llegue el fin de este mundo, todas las gentes y todo h que tiene su
origen en los primeros hombres, es decir, en Adán y en resucitarán sean buenos o
sean malos. Todos han de venir ante el juicio de Cristo, y entonces los que fueron
fieles y buenos en su vida quedarán separados de los malos y entrarán en el reino
de Dios con los ángeles santos. Sus almas juntamente con sus cuerpos
permanecerán en el descanso e nunca más morirán, y allí ya no habrá ni trabajo
alguno ni dolor; tampoco tristeza, ni hambre, o sed, ni calor o frío, ni tinieblas o
noche, sino que e siempre alegres, saturados, en la luz, en la gloria, serán
semejantes a los ángeles de Dios, porque ya han merecido entrar en aquel lugar
de donde cayó el juntamente con aquellos ángeles que le siguieron.
Allí, por consiguiente, todos los que fueron fieles a Dios permanecerá siempre. En
cambio, aquellos que no creyeron, o que no fueron bautiza que ciertamente sí
fueron bautizados después de este su bautismo volvieron de nuevo a los ídolos y
homicidios, o a los perjurios y a otros males y murieron sin penitencia, todos los
que así fueren hallados se condenarán con el di con todos los demonios a los que
dieron culto y cuyas obras hicieron.
Estos serán enviados junto con sus cuerpos al fuego eterno del infierno, en donde
aquel fuego inextinguible durará para siempre, y esa carne recuperada en la

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resurrección gimiendo en eterno tormento desea morir otra vez para no sentir los
tormentos. Pero no se le permitirá morir para que sufra los tormentos eternos.
Esto es lo que dice la ley, esto es lo que dicen los profetas, esto es lo que dice el
evangelio de Cristo, lo que dice el Apóstol y lo que testifica toda la Santa
Escritura, de la que os hemos hecho un sencillo resumen. Es preciso, pues, hijos
carísimos, que de aquí en adelante os recordéis de todo cuanto os he dicho, y que
obrando el bien esperéis el futuro descanso en el reino de Dios, o (lo que esté
lejos de vosotros) obrando el mal esperéis el fuego perpetuo en el infierno. Por
consiguiente, la vida eterna y la muerte eterna está puesta en el arbitrio del
hombre. Lo que cada uno escoja para sí, eso es lo que tendrá.
15. Vosotros, pues, creyendo que llegásteis al bautismo de Cristo en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, considerad el pacto que habéis hecho con
Dios en el mismo bautismo.
En efecto, cuando cada uno de vosotros dísteis en la fuente vuestro nombre, por
ejemplo, o Pedro, o Juan, o cualquier otro nombre, así fuisteis preguntado por el
sacerdote: ¿Cómo te van a llamar? Tú respondiste, si ya podías contestar, o si no
ciertamente el que lo testificaba en tu nombre, el que era tu padrino, y dijo, por
ejemplo: se llamará Juan. El sacerdote preguntó de nuevo: Juan, renuncias al
diablo y a sus ángeles, a sus cultos y a sus ídolos, a sus frutos y fraudes, a sus
fornicaciones y a sus impurezas, y a todas sus obras malas. Y respondiste:
renuncio.
Después de esta renuncia al diablo fuiste interrogado de nuevo por el sacerdote:
¿Crees en Dios Padre Omnipotente? Y respondiste: creo. ¿Y en Jesucristo, su Hijo
único, Dios y Señor nuestro, que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María,
padeció en tiempo de Poncio Pilato, crucificado y sepultado, bajó a los infiernos,
al tercer día resucitó vivo de los muertos, subió a los cielos, que está sentado a la
derecha del Padre, y que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos?¿Crees?, y respondiste: creo.
Y de nuevo fuiste interrogado: ¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia
Católica, en el perdón de todos los pecados, en la resurrección de la carne y en la
vida eterna? Y respondiste: creo.
Considerad, por tanto, cuál es el pacto que habéis hecho con Dios en el bautismo.
Prometísteis que vosotros renunciábais al diablo y a sus ángeles, y a todas sus
obras malas, y al mismo tiempo habéis hecho una profesión de fe que vosotros
creíais en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, y que vosotros esperábais
también, al terminar el mundo, en la resurrección de la carne y en la vida eterna.
16. He aquí cuál es vuestra garantía y vuestra confesión con la que os habéis
ligado para con Dios. ¿Y cómo es que algunos de vosotros, que habéis renunciado
al diablo y a sus ángeles, a sus cultos, y a sus malas obras, ahora volváis de nuevo
a los cultos del diablo?
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Porque encender velas junto a las piedras y a los árboles y a las fuentes y en las
encrucijadas, ¿qué otra cosa es sino culto al diablo? Observar la adivinación y los
agüeros, así como los días de los ídolos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?
Observar las vulcanales y las calendas, adornar las mesas, poner coronas de
laurel, observar el pie, derramar en el fogón sobre la leña alimentos y vino, echar
pan en la fuente, ¿qué otra cosa es sino culto del diablo? El que las mujeres
nombren a Minerva al urdir sus telas, observar en las nupcias el día de Venus, y
atender en qué día se hace el viaje, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?
Hechizar hierbas para los maleficios, e invocar los nombres de los demonios con
hechizos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo? Y otras muchas cosas que es
largo el decirlas.
He aquí que, después de haber renunciado al diablo, hacéis todas estas cosas
después del bautismo, y volviendo al culto de los demonios y a las malas obras de
los ídolos, faltásteis a vuestra palabra, y habéis quebrantado el pacto que hicísteis
con Dios.
Alejasteis de vosotros la señal de la cruz, que recibisteis en el bautismo, y estáis
atentos a otras señales del diablo por medio de las avecillas, estornudos y otras
muchas cosas.
¿Por qué no me va a hacer mal a mí y a cualquier otro cristiano recto el agüero?
Porque donde ha precedido la señal de la cruz, nada es señal del diablo. ¿Y por
qué os hace mal a vosotros? Porque despreciáis la señal de la cruz, y teméis
aquello que vosotros mismos habéis imaginado como señal.
Del mismo modo rechazáis el santo encantamiento, esto es, el símbolo que
recibisteis en el bautismo, que es: «creo en Dios Padre Omnipotente»; la oración
dominical, esto es, «Padre nuestro que estás en los cielos», y conserváis los
encantamientos diabólicos y los versos.
Por eso todo aquello que. despreciando la señal de la cruz de Cristo, y mira a otras
señales, perdió la señal de la cruz que recibió en el bautismo.
Igualmente, el que guarda otros encantamientos inventados por magos y
maléficos, perdió el encantamiento del símbolo santo y de la oración dominical
que recibió en la fe de Cristo, pisoteó la fe de Cristo, porque no puede dar culto
juntamente a Dios y al diablo.
17. Por eso, amadísimos hijos, si habéis conocido todas estas cosas que hemos
dicho, y si alguien reconoce haber cometido estas cosas después del bautismo, y
que apostató de la fe de Cristo, no desespere de sí y no diga en su corazón:
«porque yo he cometido tantos males después del bautismo, tal vez Dios no
perdone mis pecados». No quieras dudar de la misericordia de Dios. Haz de
nuevo en tu corazón un pacto con Dios, y en lo sucesivo ya no quieras entregarte

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al culto de los demonios; no adores otra cosa que no sea Dios; no has de cometer
el homicidio, ni el adulterio o la fornicación; no cometas el hurto ni perjures.
Y cuando hayas cometido todo esto a Dios en tu corazón, y no hayas vuelto a
cometer otra vez estos pecados, espera con confianza el perdón de Dios, porque
así dice el Señor en la Escritura profética: «en cualquier día que el malvado se
olvide de sus iniquidades y obre la justicia, yo también me olvidaré de todas sus
iniquidades» (Ez 18,21-22).
Dios espera, por consiguiente, el arrepentimiento del pecador. Aquélla es la
verdadera penitencia, cuando el hombre ya no vuelve a cometer los males que
hizo, sino que pida perdón de los pecados pasados, tome precaución de cara al
futuro, para no volver de nuevo a los mismos pecados; sino que por el contrario
realice las obras buenas, de tal manera que dé limosna al pobre que tiene hambre,
rehaga al huésped extenuado, y que todo aquello que quiere que otros le hagan a
él, que esto mismo haga él con los otros, y que lo que él no quiere que le hagan,
que tampoco él lo haga a los demás, porque en esta palabra se resumen los
mandatos del Señor.
18. Os rogamos, por tanto, hermanos e hijos queridísimos, que estos preceptos
que Dios se ha dignado daros por medio de nosotros humildes y pequeños, los
retengáis en la memoria, y penséis cómo salvéis vuestras almas, de tal modo que
no sólo os ocupéis de esta vida presente y de la utilidad pasajera de este mundo,
sino que penséis más en el símbolo que vosotros prometísteis creer, esto es, la
resurrección de la carne y la vida eterna.
Por consiguiente, si creísteis y creéis que existe la resurrección de la carne y la
vida eterna en el reino de los cielos entre los ángeles de Dios, como ya os dije
anteriormente, pensad mucho en estas cosas y no siempre en la miseria de este
mundo.
Preparad vuestro camino por medio de las buenas obras. Reuníos con frecuencia
en la iglesia o en el lugar de los santos para orar a Dios. No queráis despreciar el
día del Señor, que por eso se llama del Señor, porque el Hijo de Dios, Nuestro
Señor Jesucristo. resucitó en ese día de entre los muertos, sino que debéis
honrarlo con reverencia.
No realizaréis en el día de domingo obras serviles, esto es, en el campo, en el
prado, en la viña y otras cosas pesadas, exceptuadas aquellas cosas que son
necesarias para la refección del cuerpo, como es el cocer el alimento y lo necesario
para emprender un viaje largo.
Es lícito hacer un viaje en domingo a lugares cercanos, pero no para realizar
acciones malas, sino más bien buenas, esto es, ir a un lugar santo, o a visitar a un
hermano o a un amigo, o consolar a un enfermo, o a llevar un consejo al que se
encuentra en la tribulación, o una ayuda en favor de una causa buena. Así es
como debe celebrar el domingo el hombre cristiano.
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Es bastante inicuo y vergonzoso que aquellos que son paganos y desconocen la fe


cristiana, dando culto a los ídolos de los demonios, que veneren el día de Júpiter o
de cualquier otro demonio y que se abstengan del trabajo, siendo así que los
demonios ni han creado ni tienen ciertamente ningún día.
Y nosotros, que adoramos al verdadero Dios, y que creemos que el Hijo de Dios
resucitó de entre los muertos, no veneramos el día de su resurrección, es decir, el
domingo. No queráis, pues, hacer una injuria a la resurrección del Señor sino
honradla y veneradla con reverencia por la esperanza que nosotros tenemos en
ella. Porque así como aquel Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, que es nuestra
cabeza, resucitó al tercer día de entre los muertos, así también nosotros, que
somos sus miembros, esperamos resucitar al fin del mundo en nuestra carne, a fin
de que cada uno reciba o el descanso eterno o el castigo eterno, de acurdo con lo
que obró con su cuerpo en este mundo.
19. He aquí que nosotros que hablamos ahora bajo el testimonio de Dios y de los
santos ángeles que nos escuchan, hemos cumplido nuestra deuda con vuestra
caridad, y os hemos prestado el dinero del Señor, cuyo precepto tenemos.
Pertenece ahora a vosotros el pensar y el procurar cómo cada uno de nosotros
presente con intereses lo que recibió cuando venga el Señor el día del juicio.
Rogamos, por tanto, a la clemencia del mismo Señor que os guarde a vosotros de
todo mal, y os haga dignos compañeros de sus santos ángeles en su reino,
1
concediendonoslo él mismo que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Notas
1. Tomamos el texto de las Obras completas de Martín de Braga, edición y traducción
realizada por Ursicino Domínguez del Val, Fundación Universitaria Española (Madrid
1990) quien a su vez a utilizado la edición de C. W. Barlow, Martini episcopi Bracarensis
opera omnia, (New Haven 1950). Fernando Gil - Ricardo Corleto, 1998-1999. Pontificia
Universidad Católica Argentina, 1999. Todos los derechos reservados. Este texto
electrónico forma parte de los Documentos para el estudio de la Historia de la Iglesia
Medieval una colección de textos del dominio público y de copia permitida
relacionados a la historia de la Iglesia Medieval. Salvo indicación contraria, esta forma
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