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JURÍDICA Y EL TRIBUNAL
CONSTITUCIONAL", DE EDUARDO
GARCÍA DE ENTERRIAD
can sus elementos más vivos y operantes, sus principios para mostrar cómo
la Constitución misma ofrece soluciones a posibles defectos.
Que la ley sea más inteligente que el legislador es, a mi juicio, el lema
que preside este libro y toda la producción jurídica de GARCÍA DE ENTERRÍA.
Por ello su autor no hace alarde de descubrir errores, lagunas o contradic-
ciones en los textos de la Constitución, sino todo lo contrario: de demostrar
que, bien entendida la norma, ésta subsana esos «sinsentidos». (Por ejemplo,
véanse las pp 78 y ss., sobre el problema del monopolio de declaración de
inconstitucionalidad de las leyes —arts. 53, 1, y 161 de la Constitución^; pá-
ginas 152 y ss., sobre el control por el Tribunal Constitucional de los regla-
mentos de las Comunidades Autónomas —arts. 153 y 161, 2, de la Constitu-
ción—J Sin abandonar el carácter de norma «positiva» que la Constitución
tiene, sin admitir que cualquier interpretación sea válida, esto es, sin admitir
que sea el intérprete quien invente la Constitución, GARCÍA DE ENTERRÍA mues-
tra, sin embargo, cómo el método jurídico permite, o más bien exige, encon-
trar en el derecho positivo soluciones nuevas para nuevos problemas que
quizá el legislador ni siquiera tuvo posibilidad de imaginar, siguiendo para
ello el método de los principios, no cualesquiera, sino los que resultan del
ordenamiento vigente.
Esta construcción «principialista» preside también la exposición «histórica»
que el libro ofrece sobre la génesis de la concepción normativa de la Cons-
titución (pp. 41 y ss., 50 y ss.) y sobre la jurisdicción constitucional (pági-
nas 123 y ss.). Se trata de dar sentido a esa evolución, el sentido de poten-
ciar y clarificar la realidad cuyo origen se estudia. El autor «construye»
esa evolución tomando de la caótica sudesián cronológica de hechos e
ideas sólo aquello que, al final, ha sido determinante de la realidad actual,
determinante tanto por afirmación como por rechazo, aquello, pues, que
delimita positiva y negativamente la figura de la institución actual. Es
una construcción que muestra lo que contribuye a la vitalidad de la idea
o de la institución actual, y lo que puede conducir a su ruina, y que pres-
cinde de la descripción pormenorizada de todo lo demás, de lo que no tiene
ya ningún sentido actual. A mi juicio, se trata de una construcción histórica
desde el presente y para el futuro, una construcción que aun siendo histó-
rica pretende, pues, tener un valor normativo actual. No es una exposición
de aquello que preocupaba a los sujetos de la historia en el momento en
que vivieron—esto es, situada en el pasado—, sino una explicación del sen-
tido que esa evolución tiene para nosotros en cuanto orden de ideas de valor
actual. Esta unidad de sentido inspira también la selección de las fuentes
y la fijación del momento en que se sitúa el arranque de las dos evoluciones
estudiadas. Se trata, pues, en ambos casos, de un estudio de «antecedentes
históricos», con el valor y el alcance que a éstos confiere el artículo 3° del
Código Civil.
La Constitución como norma jurídica «engendra una necesidad nueva que
no tienen las Constituciones meramente mecanicistas: la necesidad de defi-
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nir límites a! poder por relación a los ciudadanos o, en otros términos, dere-
chos de éstos tanto a una vida privada exenta de poder, como a la domina-
ción e instrumentación de este poder por los ciudadanos, como, en fin, a las
actuaciones positivas del Estado para promover la libertad efectiva y la
igualdad» (p. 176). Aqui es donde el Tribunal Constitucional desempeña su
capital papel. ¿Cómo se ha formado la jurisdicción constitucional?, ¿qué
legitimidad tiene?, ¿qué riesgos entraña y qué beneficios aporta a la comu-
nidad? y, sobre todo, ¿con qué criterios de fondo adopta sus decisiones?
Estas son las cuestiones a las que se dedica la segunda parte de este libro.
Los dos estudios que forman el libro presentan dos perspectivas de un
mismo tema. La explicación de la Constitución como norma jurídica necesita
apoyarse en la función jurisdiccional y ésta, por su parte, tiene sentido en
la medida en que la Constitución sea una norma jurídica. De ahí que la
línea argumental de ambos estudios presente continuas interconexiones y
deba ser objeto de una exposición unitaria.
En síntesis, la linea argumental de este libro es la siguiente:
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lidad de las leyes», de modo que sólo será declarada inconstitucional una
ley cuando no exista sobre ello duda razonable.
La interpretación de una norma «conforme a la Constitución» no sólo
obliga a determinar cuáles son los principios constitucionales, el «orden de
valores» que hacen que la Constitución tenga una «unidad material de sen-
tido» (pp. 97 y ss.), sino que también conlleva a la necesidad de realizar una
interpretación de los principios constitucionales mismos (pp. 100 y ss. y, más
adelante, pp 209 a 238). Tal modo de actuar impone algunas consecuencias,
que GARCÍA DE ENTERRÍA esquematiza en torno a los siguientes postulados:
La Constitución es el «contexto» de todas y cada una de las leyes, reglamentos
y normas del ordenamiento a efectos de su interpretación y aplicación
(art. 3.°, 1 CC). La Constitución prevalece no sólo en la «interpretación decla-
rativa», sino también en la «interpretación integrativa» (art. 1.°, 4 CC). Re-
sulta prohibida cualquier construcción interpretativa y dogmática que con-
cluya en un resultado directa o indirectamente contradictorio a los valores
constitucionales. Las normas constitucionales son, pues, «normas dominantes»
frente a todas en la concreción del sentido general del ordenamiento. La doc-
trina legal que resulta de las sentencias del Tribunal Constitucional tiene
un valor preeminente frente a cualquier otro cuerpo jurisprudencial, preemi-
nencia tanto en el caso de que la sentencia declare la inconstitucionalidad
de una norma como en el de que sólo realice una interpretación en conso-
nancia con la Constitución, aunque en este último caso o prevalezca como
ley, sino como tal doctrina y sólo en cuanto que la intervención del Tribunal
Supremo supoga una colisión con la Constitución.
5. De todo lo cual resulta la función preeminente que aquí desempeña
el Tribunal Constitucional y la necesidad, pues, de analizar su configuración
jurídica.
El origen de la jurisdicción constitucional lo sitúa GARCÍA DE ENTERRÍA en
la «invención norteamericana de la judicial review («clave de la bóveda de
ia formidable construcción histórica que han sido y siguen siendo los Esta-
dos Unidos», p. 128), la cual, aunque rechazada inicialmente en la Europa de
la restauración, tanto por la derecha («principio monárquico») como por la
izquierda («prevalencia del sustrato efectivo del poder»), fue recibida después
de la Primera Guerra Mundial a través de la obra de KELSEN, con algunas
modificaciones (jurisdicción concentrada, etc., véase p. 131), y quedó defini-
tivamente enraizada en Europa tras la trágica experiencia, que condujo a
la Segunda Guerra Mundial, de comprobar que el legislador puede llegar
a ser la mayor amenaza para la libertad (p. 133).
La Constitución de 1978 ha incorporado a nuestro ordenamiento la juris-
dicción constitucional—que tiene entre nosotros un efímero precedente en
el Tribunal de Garantías Constitucionales—y Jo ha hecho con plenitud de
competencias. GARCÍA DE ENTERRÍA—que fue uno de los autores del antepro-
yecto de la Ley orgánica del Tribunal—las agrupa en cuatro órdenes de
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consigue no sólo exponer, contrastadas y, por tanto, con perfiles más nítidos,
las tesis que se defienden, sino también mostrar su estado de evolución per-
manente. Tal método exige, claro es, acertar a descubrir cuáles son esas
fuerzas determinantes y construir con ellas el campo de acciones y reaccio-
nes en que viven. Dos luminosos ejemplos de este modo de razonar son, en
mi opinión: a) La presentación de la concepción normativa de la Constitución
entre el ataque de la derecha monárquica («principio monárquico») y el de
la izquierda hegeliana («la constitución reducida a la estructura real que
la subyace y soporta»)—véanse pp. 41 y ss. y 129 y ss.—, y b) la presentación
de la justicia constitucional situada entre la crítica de SCHMITT («no cabe
aquí una decisión judicial en cuanto al fondo, sólo en cuanto a la forma») y
la del jacobismo asambleario («dogma de la soberanía parlamentaria») (véan-
se pp. 159 y ss.) 2. Y, por otra parte, en el desarrollo de una concepción del
derecho que ve en éste una realidad mucho más compleja que la que resulta
de concebir el orden jurídico como producto exclusivo de la Asamblea legis-
lativa. La irónica referencia que el autor hace al «espíritu colectivo e infali-
ble y certero» de la Asamblea (véase p. 164) refleja, en mi opinión, una viven-
cia práctica auténtica y apasionadamente jurídica de lo que es el Derecho y
de las fuerzas que lo alimentan, muy especialmente, de la participación ca-
pital de los jueces y de los juristas en su formulación.
El autor, en fin, contagia al lector de la ilusión que en él ha despertado
la nueva Constitución («en la Constitución de 1978 tiene el vivir de los espa-
ñoles una firme esperanza» —dice en el prólogo—) mostrando los efectos
de orden y libertad que en la vida social produce la aplicación jurídica de la
Constitución, esto es, su aplicación por la vía artesanal «que pasa de la norma
a la decisión mediante la explicación, persuasión y justificación razonada».
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA (*)
* Esta sección ha sido elaborada por los siguientes miembros del Departamento
do Documentación del Centro de Estudios Constitucionales, habiendo sido coordi-
nada por Germán Gómez Orfanel, Director de dicho Departamento.
Ricardo Banzo, Paloma Saavedra.
María Eulalia Castellanos. Concepción Sáez Lorenzo.
Matilde Fernández Cruz. Julián Sánchez García.
María Luisa Marín Castán. Nina Sánchez Martínez.
María Dolores Paz.