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Llegados aquí, Platón, por boca de Sócrates, nos dice que imaginemos entre el fuego
y los encadenados un camino elevado a lo largo del cual se ha construido un muro,
por este camino pasan unos hombres que llevan todo tipo de figuras que los
sobrepasan. Los cautivos, con las cabezas inmóviles, no han visto nada más que las
sombras proyectadas por el fuego al fondo de la caverna y llegan a creer, que aquello
que ven no son sombras, sino objetos reales, la misma realidad.
En cuanto al marco teórico en el que insertar dicha teoría, lo cierto es que Platón apenas ofrece
referencias; en uno de sus diálogos aparece un mito en el que se explica cómo el alma, que se
encontraba libre en el mundo de las ideas, es condenada a encarnarse en un cuerpo por algún
tipo de falta cometida. Cuando tal encarnación sucede, el alma olvida todo lo que sabía, de
forma que su tarea mientras se halla encarnada es el recuerdo de la verdad, de las ideas (y en
último extremo de la idea de Bien), con lo cual tendrá lugar su purificación o catharsis. Cuando
el cuerpo muere, el alma es juzgada; si el veredicto es positivo, esto es, si ha conseguido
purificarse, puede permanecer ya para siempre en el mundo de las ideas. Si, por el contrario,
no ha obtenido la purificación, deberá encarnarse en sucesivos cuerpos hasta que la consiga.
De cualquier forma, los estudiosos se decantan hacia la consideración de que tal explicación
(de que, incluso, el concepto mismo de reminiscencia) no es sino un mito que simboliza la
convicción de Platón de que el conocimiento es innato en el hombre. La ligereza con que dicho
mito es tratado, y el hecho de que sólo se plantee en uno de sus diálogos y de forma marginal,
así parece confirmarlo. Otros opinan, no obstante, que el concepto tiene una función teórica en
su filosofía, y que responde a la influencia de tradiciones místico-religiosas anteriores como el
orfismo, el pitagorismo y la creencia en la reencarnación.