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El término Revolución rusa (en ruso, Русская революция, Rússkaya revolyútsiya) agrupa
todos los sucesos que condujeron al derrocamiento del régimen zarista y a la instauración
preparada de otro, leninista, a continuación, entre febrero y octubre de 1917, que llevó a la
creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. El zar se vio obligado a
abdicar y el antiguo régimen fue sustituido por un gobierno provisional durante la primera
revolución de febrero de 1917 (marzo en el calendario gregoriano, pues el calendario
juliano estaba en uso en Rusia en ese momento). En la segunda revolución, en octubre,
el Gobierno Provisional fue eliminado y reemplazado con un
gobierno bolchevique (comunista), el Sovnarkom.
La Revolución de Febrero se focalizó, originalmente, en torno a Petrogrado (hoy San
Petersburgo). En el caos, los miembros del parlamento imperial o Duma asumieron el control
del país, formando el Gobierno provisional ruso. La dirección del ejército sentía que no tenían
los medios para reprimir la revolución y Nicolás II, el último emperador de Rusia, abdicó.
Los sóviets (consejos de trabajadores), que fueron dirigidos por facciones socialistas más
radicales, en un principio permitieron al gobierno provisional gobernar, pero insistieron en una
prerrogativa para influir en el gobierno y controlar diversas milicias. La revolución de febrero se
llevó a cabo en el contexto de los duros reveses militares sufridos durante la Primera Guerra
Mundial (1914-1918),1 que dejó a gran parte del ejército ruso en un estado de motín.
A partir de entonces se produjo un período de poder dual, durante el cual el Gobierno
provisional ruso tenía el poder del Estado, mientras que la red nacional de sóviets, liderados
por los socialistas y siendo el Sóviet de Petrogrado el más importante, tenía la lealtad de las
clases bajas y la izquierda política. Durante este período caótico hubo motines frecuentes,
protestas y muchas huelgas. Cuando el Gobierno Provisional decidió continuar la guerra
con Alemania, los bolcheviques y otras facciones socialistas hicieron campaña para detener el
conflicto. Los bolcheviques pusieron a milicias obreras bajo su control y los convirtieron en
la Guardia Roja (más tarde, el Ejército Rojo) sobre las que ejercían un control sustancial.
En la Revolución de Octubre (noviembre en el calendario gregoriano), el Partido bolchevique,
dirigido por Vladímir Lenin, y los trabajadores y soldados de Petrogrado, derrocaron al
gobierno provisional, formándose el gobierno del Sovnarkom. Los bolcheviques se nombraron
a sí mismos líderes de varios ministerios del gobierno y tomaron el control del campo, creando
la Checa, organización de inteligencia política y militar para aplastar cualquier tipo de
disidencia. Para poner fin a la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, los líderes
bolcheviques firmaron el Tratado de Brest-Litovsk con Alemania en marzo de 1918.
Posteriormente estalló una guerra civil en Rusia entre la facción «roja» (bolchevique) y
«blanca» (antibolcheviques) —esta última contó con el apoyo de las grandes potencias—, que
iba a continuar durante varios años, en la que los bolcheviques, en última instancia, salieron
victoriosos. De esta manera, la Revolución abrió el camino para la creación de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922. Pese a que muchos acontecimientos
históricos notables tuvieron lugar en Moscú y Petrogrado, también hubo un movimiento visible
en las ciudades de todo el estado, entre las minorías nacionales de todo el Imperio ruso y en
las zonas rurales, donde los campesinos se apoderaron de la tierra y la redistribuyeron.
La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del «corto siglo XX»2 abierto
por el estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991 con la disolución de la
Unión Soviética. Objeto de simpatías y de inmensas esperanzas por unos (Jules Romains la
describió como «la gran luz en el Este» y François Furet como «el encanto universal de
octubre»), también ha sido objeto de severas críticas, de miedos y de odios viscerales.3 Sigue
siendo uno de los acontecimientos más estudiados y más apasionadamente discutidos de
la historia contemporánea.
Situación de Rusia antes de la revolución de 1905
Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista, autocrático y
represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el país la dinastía Románov.
La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar Alejandro II fue la
primera muestra de las fisuras del antiguo sistema feudal. Una vez liberados, los antiguos
siervos se desplazaron a las ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.
A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria rusa era cada vez mayor, favoreciendo
el crecimiento de las ciudades y una creciente efervescencia cultural: el antiguo orden social
se tambaleaba, agravando las dificultades de los más pobres. Las industrias florecían y la
creciente clase obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades, pero la prosperidad del
país no había representado beneficio alguno para la mayoría de la población.
La economía en su conjunto seguía siendo arcaica.4 El valor de la producción industrial
en 1913 era dos veces y media menor que el de Francia, seis veces menor que el
de Alemania y catorce veces menor que el de Estados Unidos.5 La producción agrícola
continuaba siendo deficiente y la falta de transportes paralizaba cualquier intento de
modernización económica.6 El PIB per cápita en aquella época era inferior al de Hungría o al
de Españay, aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados Unidos.7 Además, el
país estaba dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la mitad de las
acciones rusas.8 El proceso de industrialización fue violento y mal aceptado por los
campesinos, que habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera naciente, aunque
numéricamente pequeña, se concentraba en las grandes zonas industriales, lo que facilitó la
creciente conciencia revolucionaria.9
El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población vivía en
zonas rurales). Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había enriquecido y
constituido una especie de clase media rural con el apoyo del régimen; el número de
campesinos sin tierra había aumentado, creando así un auténtico proletariado rural receptivo a
ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado de la Duma señaló que en
muchos pueblos, la presencia de chinches y cucarachas en los hogares se percibía como
signo de riqueza.10
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían sido
convencidos por los ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios. Sin embargo, el
poder zarista se mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios movimientos organizados por
miembros de todas las clases sociales (estudiantes u obreros, campesinos o nobles) trataron
de derrocar al gobierno sin éxito. Algunos recurrieron al terrorismo y a los atentados políticos,
convirtiéndose los movimientos revolucionarios en objeto de dura represión, llevada a cabo
por la todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos revolucionarios fueron
encarcelados o deportados, mientras que otros lograron escapar y unirse a las filas de los
exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de 1917 es la culminación de una larga
sucesión de pequeñas revueltas. Las reformas necesarias, que ni las insurrecciones
campesinas, los atentados políticos y la actividad parlamentaria de la Duma habían logrado,
desembocaron en una revolución impulsada por el proletariado.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la guerra ruso-
japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo para exigir
reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce como
el Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y se
caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y , especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
Revolución de febrero de 1917
Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas de
la Revolución de Febrero. Cuando el país entró en guerra, todos los partidos políticos se
mostraron favorables a la participación en la contienda, con la excepción del Partido Obrero
Socialdemócrata, el único partido europeo junto al Partido Socialista del Reino de Serbia que
se negó a votar los créditos de guerra, aunque advirtió que no trataría de sabotear la actividad
bélica de la nación. Tras el comienzo del conflicto y después de algunos éxitos iniciales,
el Ejército Imperial Ruso tuvo que soportar graves derrotas (en Prusia Oriental, en particular).
Las fábricas no se mostraron lo suficientemente productivas, la red ferroviaria era ineficiente y
el suministro de armas y alimentos al Ejército fallaba. En el Ejército, los partes batían todas las
marcas: 1 700 000 muertos y 5 950 000 heridos; estallaron disturbios y decayó la moral de los
soldados. Estos soportaban mes a mes la incapacidad de sus oficiales —que llegó hasta el
punto de suministrar a unidades de combate munición no correspondiente con el calibre de
sus armas— y el empleo de la intimidación y los castigos corporales.
La hambruna se extendió entre la población civil y las mercancías comenzaron a escasear. La
economía rusa, que antes de la guerra contaba con la tasa de crecimiento más alta de
Europa,11 se encontraba aislada del mercado europeo. El Parlamento ruso (la Duma),
constituida por liberales y progresistas, advirtió al zar Nicolás II de estas amenazas contra la
estabilidad del Imperio y del régimen, aconsejándole formar un nuevo Gobierno constitucional.
El zar desoyó esta advertencia y perdió el liderazgo y el contacto con la realidad del país. La
impopularidad de su esposa, la emperatriz Alejandra —de origen alemán—, aumentó el
descrédito del régimen, hecho confirmado en diciembre de 1916 con el asesinato de Rasputin,
asesor oculto de la emperatriz, por parte del príncipe Félix Yusúpov, un joven noble.
Desde 1915-1916, proliferaron diversos comités que se hicieron cargo de todo aquello que el
deficiente Estado ya no asumía (abastecimiento, encargos, intercambios comerciales...). Junto
a las cooperativas o los sindicatos, estos comités se convirtieron en órganos de poder
paralelos. El régimen ya no controlaba el «país real».12
El mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revuelta
popular: invierno duro, escasez de alimentos, hastío hacia la guerra... La revolución se inició
con la huelga espontánea de los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado, a
principios de dicho mes. El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano),13 Día
Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado se manifestaron para exigir pan.
Recibieron el apoyo de los obreros, encontrando estos una razón para prolongar su huelga.
Ese día, pese a que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, no hubo ninguna
víctima.
Los días siguientes, las huelgas se generalizaron por todo Petrogrado y la tensión fue en
aumento. Las consignas, hasta el momento más discretas, se politizaron: «¡Abajo la guerra!»,
«¡Abajo la autocracia!».14 En esta ocasión, los enfrentamientos con la policía se saldaron con
víctimas en ambas partes.15 Los manifestantes se armaron sustrayendo armas de los puestos
de policía. Tras tres días de manifestaciones, el zar ordenó la movilización de
la guarnición militar de la capital para sofocar la rebelión. Los soldados resistieron las primeras
tentativas de confraternización y mataron a muchos manifestantes. Sin embargo, durante la
noche, parte de una compañía se sumó progresivamente a los insurgentes, que pudieron de
esta forma armarse más convenientemente. Entre tanto, el zar, sin medios para gobernar,
ordenó disolver la Duma y nombrar un comité interino.
Todos los regimientos de la guarnición de Petrogrado se unieron a la revuelta. Fue el triunfo
de la revolución. Presionado por el Estado Mayor, el zar Nicolás II abdicó el 2 de marzo: «Se
deshizo del imperio como un comandante de un escuadrón de caballería».16 Su hermano, el
gran duque Miguel Aleksándrovich, rechazó al día siguiente la corona. Fue el fin del zarismo y
se produjeron las primeras elecciones al sóviet de los trabajadores de la capital, el Sóviet de
Petrogrado. El primer episodio de la revolución se había saldado con más de un centenar de
víctimas, principalmente manifestantes,17 mas la caída rápida e inesperada del régimen, con
unas pérdidas humanas relativamente pequeñas, suscitó en el país una ola de entusiasmo y
un sentimiento de liberación.
La dualidad de poderes
El periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo entre la
población. El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente, mientras que la revolución
ganaba profundidad y la masa de trabajadores y campesinos se politizaba.
Los sóviets, nacidos de la voluntad popular, no se atrevieron a contradecir de primeras al
Gobierno provisional, pese a su inmovilidad y su actuación en la guerra.18 Sin embargo, el
pequeño Partido Bolchevique, liderado por Lenin quien había vuelto del exilio en Suiza en el
mes de abril, fue quien impuso una radicalización estratégica, se hizo portavoz del creciente
descontento general y se convirtió en depositario de las aspiraciones populares, mientras que
los partidos revolucionarios rivales se desacreditaban entre ellos, alimentando así el peligro
contrarrevolucionario.
El aumento de la reacción
La represión, sin embargo, se cernió sobre los bolcheviques: Trotski fue encarcelado, Lenin se
vio obligado a huir y a refugiarse en Finlandia y el periódico bolchevique Rabochi i
Soldat (Obrero y Soldado) fue prohibido. Los regimientos de artilleros que habían apoyado la
Revolución de Febrero se disolvieron, siendo enviados al frente en pequeños destacamentos,
al tiempo que los obreros eran desarmados. 90 000 hombres tuvieron que abandonar
Petrogrado; se encarceló a los «agitadores» y se restauró la pena de muerte, abolida en
febrero. En el frente, la reanudación de las hostilidades se inició tras la repentina libertad
otorgada por la Orden n.º 1 en febrero. Así, el 8 de julio, el general Kornílov, que comandaba
las operaciones del frente sudoriental, dio la orden de abrir fuego de ametralladora y artillería
contra los soldados que abandonaran el frente. Desde el 18 de junio al 6 de julio, la ofensiva
en este frente se saldó con 58 000 muertes, sin éxito.
La reacción aumentó, con el zarismo levantando la cabeza; produciéndose pogromos en las
zonas rurales. El socialrevolucionario (eser) Kérenski sucedió a Gueorgui Lvov, demócrata
constitucional (kadete), al frente del Gobierno provisional tras las Jornadas de Julio, pero fue
perdiendo progresivamente la consideración de las masas populares y parecía incapaz de
contener el crecimiento de la reacción.
El levantamiento de Kornílov
El general Lavr Kornílov fue nombrado nuevo comandante en jefe por Kérenski. Aunque el
Ejército se descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea anterior: en abril,
dio órdenes de disparar a los desertores y de mostrar los cadáveres con señales en las
carreteras, amenazó con penas severas a los agricultores que osaran tomar los dominios
señoriales. Kornílov, renombrado monárquico, era en realidad un republicano indiferente a la
restauración del zar, y un hombre del pueblo (hijo de cosacos y no aristócrata), lo que era raro
en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista, deseaba la continuación de
Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del Gobierno provisional o sin él. Mucho
más bonapartista o incluso prefascista que monárquico,27 no se convirtió tan rápidamente en
la esperanza de las antiguas clases dirigentes, nobleza y alta burguesía, y de todos aquellos
que anhelaban un retorno al orden, o simplemente un castigo severo a los bolcheviques
derrotistas.
En las fábricas y en el Ejército, el peligro de una contrarrevolución fue tomando forma. Los
sindicatos, donde los bolcheviques eran mayoría (pese a la represión), organizaron una
huelga que fue seguida de forma masiva. La tensión aumentaba poco a poco, con la
radicalización de los discursos de los diferentes partidos. Así, el 20 de agosto, ante el Comité
Central del Partido KD, su líder, Pável Miliukov, dijo: «El pretexto lo proporcionarán los
motines producidos por el hambre o por la acción de los bolcheviques, en todo caso la vida
empujará a la sociedad y a la población a contemplar la inevitabilidad de una cirugía.» La
Unión de oficiales del ejército y de la marina, organización influyente en la parte superior del
cuerpo del Ejército ruso y financiada por la comunidad empresarial, pidió el establecimiento de
una dictadura militar. En el frente, el capitán Muraviov, miembro del Partido Social-
Revolucionario, formó varios batallones de la muerte y aseguró que «estos batallones no
están destinados a ir al frente, sino a Petrogrado, donde ajustarán cuentas con los
bolcheviques».28
A finales de agosto de 1917, Kornílov organizó un levantamiento armado, enviando tres
regimientos de caballería por ferrocarril a Petrogrado, con el objetivo de aplastar los sóviets y
las organizaciones obreras para devolver a Rusia al contexto bélico. Ante la incapacidad del
Gobierno Provisional para defenderse, los bolcheviques organizaron la defensa de la capital.
Los obreros cavaron trincheras y los ferroviarios enviaron los trenes a vías muertas,
provocando que el contingente se disolviera.
Las consecuencias del intento de golpe fueron importantes: las masas se rearmaron, los
bolcheviques pudieron salir de su semiclandestinidad y en julio, los presos políticos, incluido
Trotski, fueron puestos en libertad por los marineros de Kronstadt. Para sofocar el golpe,
Kérenski solicitó la ayuda de todos los partidos revolucionarios, aceptando la liberación y el
rearme de los bolcheviques. Perdió el apoyo de la derecha, que no le perdonaba el haber
sofocado el intento de golpe, pero sin obtener al tiempo el de la izquierda, que lo consideraba
demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los cómplices de Kornílov, y mucho
menos el apoyo de la extrema izquierda bolchevique, en la que Lenin, desde su escondite, dio
la orden de no apoyar a Kérenski y de limitarse a luchar contra Kornílov.
Ebullición popular, explosión campesina y crecimiento de los
bolcheviques
Poco a poco, los obreros y los soldados se fueron convenciendo de que no podía haber una
reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad defendido por Kornílov y el nuevo. El golpe
y la caída del Gobierno Provisional, que dio a los sóviets la dirección de la resistencia,
fortaleció y reforzó la autoridad y la presencia en la sociedad de los bolcheviques. Su prestigio
iba en aumento: apremiados por la contrarrevolución, las masas se radicalizaron y los
sindicatos se alinearon con los bolcheviques. El 31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado ya era
mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como su presidente el 30 de septiembre.
Todas las elecciones fueron testimonio del crecimiento bolchevique: así, en las elecciones
de Moscú, entre junio y septiembre, el PSRpasó de 375 000 a 54 000 votos,
los mencheviques de 76 000 a 16 000 y el KD de 109 000 a 101 000 sufragios, mientras que
los bolcheviques aumentaron de 75 000 a 198 000 votos. El lema «Todo el poder para los
sóviets» fue utilizado más allá del ámbito bolchevique, siendo usado por obreros del PSR o
por los mencheviques. El 31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado y otros 126 sóviets votaron
una resolución en favor del poder soviético.
La revolución continuaba y se aceleraba, especialmente en las zonas rurales. Durante el
verano de 1917, los agricultores adoptaron medidas, tomando las tierras de los señores, sin
esperar a la prometida reforma agraria y retrasada de forma constante por el Gobierno. El
campesinado ruso, de hecho, regresó a su larga tradición de grandes levantamientos
espontáneos (los bunts), que ya habían marcado el pasado nacional, como las revueltas
protagonizadas por Stenka Razin en el siglo XVII o Yemelián Pugachov en tiempos
de Catalina II. No siempre violentas, estas ocupaciones masivas de tierras fueron a menudo el
escenario de levantamientos espontáneos donde las propiedades de los maestros eran
quemadas, llegando ellos mismos a ser maltratados o asesinados. Estos inmensos
levantamientos campesinos, sin duda los más importantes de la historia europea, consiguieron
que las tierras se compartieran sin que el gobierno condenara ni ratificara el movimiento.
Sabiendo que la «repartición negra» (nombre de la antigua organización naródnik Repartición
Negra) estaba cumpliéndose en sus pueblos, los soldados, de origen mayoritariamente
campesino, desertaron en masa con el fin de poder participar a tiempo en la nueva distribución
de las tierras. La acción de la propaganda pacifista y el desaliento tras el fracaso de la última
ofensiva del verano hicieron el resto. Las trincheras se vaciaron poco a poco.
Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como «insignificante puñado
de demagogos»29 controlaban la mayor parte del país. Desde junio de 1917, en una sesión del
1.er Congreso Panruso de los Sóviets, Lenin ya había anunciado abiertamente —durante una
célebre discusión con el menchevique Irakli Tsereteli— que los bolcheviques estaban
dispuestos a tomar el poder, pero que por el momento sus palabras no habían sido tomadas
en serio.30
Octubre de 1917
En octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento de terminar
con la situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el gran descrédito y el
aislamiento del Gobierno provisional, ya reducido a la impotencia, así como por la impaciencia
de los propios bolcheviques.
La insurrección
Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo de que este
organizara una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez más intensos. Algunos
en torno a Kámenev y Zinóviev consideraban que todavía había que esperar, porque el partido
ya estaba asentado en la mayoría de los sóviets, y se encontraría, según su opinión, aislado
en Rusia y en Europa si tomaba el poder de manera individual y no dentro de una coalición de
partidos revolucionarios. Lenin y Trotski consiguieron superar estas reticencias internas y el
Comité aprobó y pasó a organizar la insurrección que Lenin fijó para la víspera del 2.º
Congreso de los Sóviets, que debía reunirse el 25 de octubre.
Se creó un Comité Militar Revolucionario en el seno del Sóviet de Petrogrado, siendo dirigido
por Trotski, presidente del mismo. Se componía de obreros armados, soldados y marineros.
Aseguraba el apoyo o neutralidad de la guarnición militar de la ciudad y la preparación
metódica de la toma de los puntos estratégicos de la ciudad. La preparación del golpe se hizo
prácticamente a la vista de todo el mundo, ya que todos los planes que se ofrecieron a
Kámenev y Zinóviev se podían encontrar disponibles en los periódicos, y el propio Kérenski
solamente esperaba que el enfrentamiento final terminara con la situación.31
La insurrección se puso en marcha en la noche del 6 al 7 de noviembre (24 y 25 de octubre
según el calendario juliano). Los sucesos se desarrollaron sin apenas derramamientos de
sangre. La Guardia Roja bolchevique tomó, sin resistencia, el control de los puentes, de las
estaciones, del banco central y de la central postal y telefónica justo antes de lanzar un asalto
final al Palacio de Invierno. Las películas oficiales posteriores elevaron estos sucesos al rango
de heroicos, pero en realidad los insurgentes solo tuvieron que hacer frente a una resistencia
débil. De hecho, entre las tropas acuarteladas en la ciudad, solamente algunos batallones de
cadetes (junkers) apoyaron al Gobierno Provisional, mientras que la inmensa mayoría de los
regimientos se pronunciaron a favor del levantamiento o se declararon neutrales. En total,
hubo cinco muertos y varios heridos.32 Durante el levantamiento, los tranvías continuaron
circulando, los teatros con sus representaciones y las tiendas abrieron con normalidad. Uno de
los acontecimientos más importantes del siglo XX había tenido lugar sin que prácticamente
nadie lo tuviera en cuenta.33
Si un puñado de partisanos había podido tomar el control de la capital ante un Gobierno
Provisional que ya nadie apoyaba, el levantamiento debía en ese momento ser ratificado por
las masas. Al día siguiente, el 25 de octubre, Trotski anunció oficialmente la disolución del
Gobierno Provisional en la apertura del 2.º Congreso Panruso de los Sóviets de Diputados de
Obreros y Campesinos, con 562 delegados presentes, de los cuales, 382 eran bolcheviques y
70 del Partido Social-Revolucionario de Izquierda).34
Sin embargo, algunos delegados creían que Lenin y los bolcheviques habían tomado el poder
ilegalmente, y alrededor de cincuenta abandonaron el congreso.35 Estos, socialistas
revolucionarios de derechas y mencheviques, crearon al día siguiente un «Comité de
Salvación de la Patria y de la Revolución».36 Este abandono del congreso se vio acompañado
por una resolución improvisada por parte de León Trotski: «El 2.º Congreso debe ver que la
salida de los mencheviques y de los socialrevolucionarios es un intento criminal y sin
esperanza de romper la representatividad de la asamblea cuando las masas intentan defender
la revolución de los ataques de la contrarrevolución.37 Al día siguiente, los sóviets ratificaron la
creación de un Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), constituido en su totalidad por
bolcheviques, como base del nuevo gobierno, a la espera de la celebración de una asamblea
constituyente. Lenin se justificó al día siguiente ante el representante de la guarnición de
Petrogrado de la siguiente manera: «No es nuestra responsabilidad si los socialrevolucionarios
y los mencheviques han abandonado el congreso. Nosotros les habíamos propuesto compartir
el poder [...] Hemos invitado a todo el mundo a participar en el gobierno».38
El nuevo Gobierno
En las horas siguientes, varios decretos sentaron las bases del nuevo régimen. Cuando Lenin
hizo su primera aparición pública, fue ovacionado y declaró: «Vamos a proceder a la
construcción del orden socialista».
En primer lugar, Lenin anunció la abolición de la diplomacia secreta y la propuesta a todos los
países beligerantes en la Primera Guerra Mundial de entablar conversaciones «con miras a
una paz justa y democrática, inmediata, sin anexiones y sin indemnizaciones».
Luego, se promulgó el Decreto sobre la Tierra: «las grandes propiedades territoriales
quedaron abolidas inmediatamente, y sin indemnización alguna». Otorgaba a los sóviets de
campesinos la libertad de hacer lo que consideraran, ya fuera socializar la tierra o repartirla
entre los campesinos pobres. El texto confirmaba una realidad ya existente, ya que los
campesinos ya habían aprovechado esas tierras durante el verano de 1917. Con esta medida,
los bolcheviques consiguieron una neutralidad benevolente por parte de los campesinos, al
menos hasta la primavera de 1918.
Por último, se nombró un nuevo Gobierno, denominado Consejo de Comisarios del Pueblo o
Sovnarkom. Dicho gobierno aplicó otras medidas, como la abolición de la pena de muerte (a
pesar de la reticencia de Lenin, que consideraba esta pena indispensable),
la nacionalización de los bancos (el 14 de diciembre), el control obrero sobre la producción, la
creación de una milicia obrera, la soberanía e igualdad de todos los pueblos de Rusia,
su derecho de autodeterminación, incluida la separación política y el establecimiento de un
estado nacional independiente,39 la supresión de cualquier privilegio de carácter nacional o
religioso, etc. En total, se realizaron las treinta y tres reformas que el Gobierno Provisional
había sido incapaz de realizar en ocho meses de mandato.
En 1871, los obreros parisinos habían tomado el poder en la conocida como Comuna de
París. Esta primera experiencia de «dictadura del proletariado» (tal y como Friedrich Engels la
calificó)40 había acabado con la matanza de 10 000 a 20 000 miembros de la comuna y con
deportaciones en masa. Con el poder controlado en Petrogrado, Lenin y Trotski sabían que no
podrían mantener ese poder sin el apoyo de países industriales como Alemania, Francia e
Inglaterra; por lo que esperaban mantenerse más que los setenta y dos días que duró la
Comuna de París.41
La naturaleza de Octubre
Desde las primeras horas del 7 de noviembre hasta la actualidad, varios medios calificaron
la Revolución de Octubre como un golpe de Estado de una minoría determinada y organizada
que tenía como objetivo dar «todo el poder a los bolcheviques»42 y no a los
sóviets. L'Humanité, el principal periódico socialista francés, titulaba «Golpe de Estado en
Rusia que lleva a Lenin y a los «maximalistas» al poder».
El historiador Alessandro Mongil observa además que en los años siguientes, los mismos
bolcheviques no dudaban en hablar entre ellos acerca de su «golpe de octubre» (oktyabrski
perevorot).43 En su autobiografía, Trotski utilizaba los términos «insurrección», «toma del
poder» y «golpe de Estado».44 Rosa Luxemburgo, comunista alemana, también habló del
«golpe de Estado de octubre».45
Marc Ferro considera que octubre es desde el punto de vista técnico un golpe de Estado, pero
que no se explica en el contexto de ebullición revolucionaria general en todo el país y en toda
la sociedad. Las fuerzas populares han dado por lo menos un apoyo tácito a la empresa
bolchevique contra un gobierno impotente y ya desacreditado:
A los activistas revolucionarios de 1917, octubre apareció como un golpe de Estado contra la
democracia, como una especie de golpe llevado a cabo por una minoría que fue capaz de tomar el
poder y mantenerlo. Juicio excesivo, ya que en el II Congreso de los Sóviets, reunido en plena
insurrección, hubo una mayoría de los bolcheviques, así como representantes socialrevolucionarios y
mencheviques, junto a los futuros líderes del Estado soviético, Lenin, Trotski, Kámenev, Zinóviev, siendo
elegidos dirigentes del Presidium. [...] El juicio de los nuevos
opositores, mencheviques, populistas y anarquistas, es igualmente parcial en el sentido de que los
bolcheviques cumplieron con las prioridades que tras seis meses de lucha y dilaciones, las clases
populares exigían: que los jefes militares, los terratenientes, los ricos, los sacerdotes y otros
«burgueses» fueran permanentemente expulsados de la Historia. Por el contrario, es innegable que, al
haber participado en la insurgencia y ayudado a los bolcheviques a tomar el poder, los soldados, los
marinos y los obreros creían que el poder pasaría a los sóviets. Ni por un momento imaginaron que los
bolcheviques, en su nombre, conservarían el poder solamente para ellos y para siempre. 46
Nicolas Werth, refiriéndose a las «paradojas y los malentendidos de octubre», resume de la
siguiente manera los debates y la oposición, a menudo no sin segundas intenciones y con un
sesgo ideológico:
Para la primera escuela histórica que podría llamarse «liberal», la Revolución de Octubre fue un golpe
impuesto por la violencia en una sociedad pasiva, resultado de una hábil conspiración tramada por un
puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, carentes de toda base real en el país. Hoy en día, casi
todos los historiadores rusos, así como la élite culta y los dirigentes de la Rusia postcomunista hicieron
suya la vulgata liberal. Privada de toda profundidad social e histórica, la Revolución de Octubre en 1917
fue un accidente que desvió de su curso natural a la Rusia prerrevolucionaria, una Rusia rica, laboriosa
y en el camino a la democracia [...]. Si el golpe de Estado bolchevique de 1917 fue un accidente,
entonces el pueblo ruso ha sido una víctima inocente. Teniendo en cuenta esta interpretación,
la historiografía soviética ha intentado demostrar que Octubre fue el resultado lógico, previsible e
inevitable, de un itinerario liberador iniciado por las «masas» conscientemente unidas al bolchevismo.
[...] Rechazando tanto la divulgación liberal como la marxizante, un tercio de la historiografía actual ha
tratado de «desideologizar» la historia, de comprender, como Marc Ferro, que afirma: el levantamiento
de octubre de 1917 pudo ser un movimiento de masas en el que solo unos pocos participaron. [...]
Por lo tanto, según este historiador, lejos de «simplismos» liberales o marxistas:
La Revolución de octubre de 1917 aparece como la convergencia momentánea de dos movimientos:
una toma del poder político, resultado de la cuidadosa preparación de la insurrección de un partido
radicalmente diferente, por sus prácticas, su organización y su ideología, del resto de actores de la
revolución; una gran revolución social, multiforme y autónoma [...] una inmensa revuelta campesina en
primer lugar, [...] el año 1917 [fue] un paso de una gran revolución campesina, [...] de una profunda
descomposición del ejército, integrado por unos diez millones de soldados campesinos movilizados
durante tres años en una guerra cuyo sentido no comprendían [...], un movimiento reivindicativo obrero
específico, [...] y un cuarto movimiento que abogaba por la emancipación de las nacionalidades y
pueblos alógenos [...]. Cada uno de estos movimientos tenía su propia temporalidad, su dinámica
interna, sus aspiraciones, que obviamente no podían ser reducidas a eslóganes bolcheviques ni a la
acción política del partido [...]. Durante un breve, pero decisivo momento –a finales de 1917– la acción
de los bolcheviques, activa minoría política en medio del vacío institucional, entró en consonancia con
las aspiraciones de muchos, aunque a medio y largo plazo, los objetivos de unos y otros fueran
distintos.
De acuerdo con su conclusión, en octubre de 1917, «momentáneamente, el golpe de
Estado político y la revolución social chocaron de frente, antes de divergir hacia décadas de
dictadura».47
El problema de la coalición
El 2.º Congreso de los Sóviets había aprobado el nombramiento de un gobierno compuesto
exclusivamente de bolcheviques, pero para muchos activistas bolcheviques, esta solución no
era aceptable. El día después del levantamiento, casi todos los delegados del congreso de los
sóviets votaron a favor de una resolución del menchevique Yuli Mártov, apoyada por el
bolchevique Lunacharski, donde se pedía al Consejo de Comisarios del Pueblo que se
ampliara con representantes de otros partidos socialistas.
Después de acalorados debates en el seno del partido bolchevique, que lo pusieron al borde
de la escisión (varios dirigentes dimitieron para denunciar el rechazo a una coalición
expresado por Lenin, Zinóviev, Kámenev, Rýkov y Noguín). Lenin, en minoría, se vio obligado
a transigir: se negaba a continuar con las negociaciones para formar una coalición con los
socialistas, pero estaba de acuerdo en pactar con el Partido Social-Revolucionario de
Izquierda, pasando varios miembros de dicho partido a formar parte del gobierno en diciembre
de 1917.
La paz de Brest-Litovsk
Al tomar el poder en Rusia, los bolcheviques tenían la esperanza de que se produjera un
levantamiento revolucionario en Europa. Este no se produjo, y la paz prometida en octubre
pasó a ser una necesidad absoluta para satisfacer las demandas del ejército y de los
campesinos. Se trataba al mismo tiempo de firmar la paz, de negociar la política expansionista
territorial de los Gobiernos burgueses, pero sin que pareciera que se claudicaba ante
los Imperios centrales.
Se firmó un armisticio el 15 de diciembre y los debates sobre la paz comenzaron el 22 de
diciembre, siendo comandada la delegación rusa por Trotski, que hizo publicar todos los
tratados secretos y acuerdos sobre cambios territoriales alcanzados previamente entre ambas
potencias. Las exigencias alemanas fueron enormes: Polonia, Lituania y Bielorrusia debían
pasar a estar bajo ocupación alemana. Se inició así un acalorado debate en el seno del
partido bolchevique, donde se confrontaban tres posiciones. Unos, como Bujarin, defendían la
necesidad de una guerra revolucionaria, Lenin opinaba que había que dar el brazo a torcer, y
Trotski, que venció en la votación con nueve votos a favor por siete en contra, propuso
rechazar la firma de una paz que conllevara cambios territoriales pero que sí que había que
declarar el fin de la guerra.
Como respuesta, el ejército alemán lanzó una ofensiva el 17 de enero, avanzando
rápidamente en Ucrania. La posición de Lenin, favorable a la firma inmediata de la paz, fue
ganando adeptos dentro del partido, pero los alemanes endurecieron las condiciones del
tratado de paz.
El 9 de febrero de 1918, la República Popular Ucraniana firmaba el Tratado de Brest-Litovsk
entre los Imperios Centrales y Ucrania por el que los Imperios Centrales reconocían la
soberanía de Ucrania. El 3 de marzo de 1918, los bolcheviques firmaron el Tratado de Brest-
Litovsk, por el cual Rusia perdía el 26 % de su población, el 27 % de su superficie cultivada y
el 75 % de su producción de acero y de hierro. La situación económica de la joven república
soviética, ya agravada por una guerra mortuoria que había durado cuatro años, se presentaba
desesperante.
La creación de la Checa
El 20 de diciembre de 1917, se fundó la «Comisión extraordinaria de lucha contra el sabotaje y
la contrarrevolución» (en ruso: VChK o Vecheká), comúnmente conocida como Checa. Sus
acciones no tenían ninguna base legal ni judicial (el decreto fundacional no se hizo público
hasta después de la muerte de Lenin) y había sido concebida como un instrumento provisional
de represión independiente de la justicia. Era dirigida por un comité de cinco miembros (tres
bolcheviques y dos socialrevolucionarios) presidido por Féliks Dzerzhinski. Entre los
«saboteadores» y enemigos previstos por el decreto figuraban el KD, los socialrevolucionarios
de derecha, periodistas, huelguistas... De repente, la Checa multiplicó los llamamientos a la
delación y a la constitución de Checas locales. Fundada con 100 funcionarios (entre los que
estaban Menzhinski y Yagoda), ya contaba con 12 000 en julio de 1918. Al llegar a Moscú, se
instaló en Lubyanka, el 10 de marzo de 1918, con 600 miembros. En julio ya contaba con
2000. A partir de esta fecha, los efectivos policiales de los bolcheviques fueron superiores a
los de la Ojrana de los tiempos de Nicolás II.
Según Pierre Broué, la Checa no comenzó verdaderamente a funcionar hasta marzo,
momento en el que se produjo la ofensiva alemana, y la represión se desplegó en toda su
magnitud en verano de 1918, tras la insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda de
Moscú y una serie de atentados contra los dirigentes bolcheviques, entre los que se
encontraban Moiséi Uritski, asesinado el 30 de agosto, y el propio Lenin, gravemente herido
por Fanya Kaplan, ejecutada sumariamente poco después. Los dirigentes bolcheviques,
asegurando inspirarse en el ejemplo jacobino de la Revolución francesa, decretaron el «terror
rojo» para oponerse al «terror blanco». En los seis primeros meses de 1918, hubo veintidós
ejecuciones realizadas por la Checa. En los seis últimos, la cifra aumentó hasta 6000.
Victor Serge estima que la creación de la Checa, con sus procedimientos secretos, fue el peor
error del poder bolchevique. Señala, sin embargo, que la joven república vivía bajo un «peligro
mortal» y que el terror blanco precedió al rojo. Precisa que Dzerzhinski temía los excesos de
las Checa locales y que muchos chequistas fueron fusilados por ello.
Isaac Steinberg, comisario del pueblo de Justicia y miembro del Partido Social-Revolucionario
de Izquierda, relata en sus memorias que mientras intentaba frenar las acciones ilegales de la
Checa a principios de 1918, exclamó delante de Lenin: «¿Para qué un Comisariado de
Justicia? Llamémoslo Comisariado del exterminio social, la causa será entendida.» A lo que
este respondió: «Excelente idea, tal y como yo veo la cosa. Desgraciadamente, no podemos
llamarla así.»61
La guerra radicalizó espectacularmente al régimen. Para dirigir la guerra total contra los
enemigos, el gobierno de Lenin procedió a nacionalizar la práctica totalidad de los comercios,
la banca, la industria y el artesanado. Las viviendas de las clases acomodadas fueron
colectivizadas, entrando así los apartamentos colectivos en la vida de los rusos. Mientras la
moneda se hundía y el país vivía del trueque y de salarios pagados en especie, el régimen
instauró la gratuidad de las viviendas, los transportes, del agua, de la electricidad y de los
servicios públicos, todos ellos en manos del Estado. Ciertos bolcheviques llegaron a soñar con
abolir el dinero, o por lo menos limitar drásticamente su uso. El «comunismo de guerra»
(término creado a posteriori, aparecido tras el final de la guerra civil) que había surgido por las
difíciles circunstancias, pasó a ser un medio útil para guiar a Rusia hacia el socialismo.
El poder instauró también un potente dirigismo sobre la economía y los obreros. Para hacerlo,
no vaciló en restablecer una férrea disciplina en las fábricas o en hacer reaparecer prácticas
deshonrosas como el salario a destajo, la libreta de trabajo, el cierre patronal, la retirada de las
cartillas de racionamiento y la detención y deportación de los dirigentes de huelgas.
Centenares de huelguistas fueron fusilados. Los sindicatos fueron depurados,
bolcheviquizados y transformados en correa de transmisión del sistema, las cooperativas
absorbidas y los sóviets transformados en entidades vacías. En 1920, Trotski generó una
vasta controversia proponiendo la «militarización» del trabajo. En el campo, destacamentos
armados procedieron violentamente a realizar requisiciones forzadas de cereales para
abastecer a las ciudades y al Ejército Rojo.
El poder realizó asimismo un enorme esfuerzo para alfabetizar y proporcionar educación a la
población, al tiempo que dirigía sus esfuerzos propagandísticos sobre los soldados y las
masas populares. Animó la efervescencia artística y puso a los creadores vanguardistas al
servicio de la revolución, lo que generó una vasta producción de obras y carteles que
contribuyeron a la adhesión colectiva a los bolcheviques.93
Estas políticas salvaron al régimen, pero contribuyeron al enorme descontento popular y al
hundimiento radical de la producción, de la moneda y del nivel de vida. La economía era una
ruina y la red de transportes había sido destruida. El mercado negro y el trueque florecieron.94
La desigualdad institucional del racionamiento en favor de los soldados y los burócratas
suscitó protestas populares. Las ciudades perdieron población, con multitud de obreros y
ciudadanos hambrientos que regresaron al campo. Moscú y Petrogrado perdieron de esta
forma la mitad de su población, mientras que la clase obrera se descomponía: menos de un
millón de activos en 1921, frente a los tres millones de 1917.
Entre 1921 y 1922, la hambruna, unida a una grave epidemia de tifus, acabó con la vida de
millones de campesinos rusos.
Consecuencias[editar]
Consecuencias culturales[
Liberación de las costumbres y emancipación de la mujer
Tras la guerra civil, tuvo lugar un cambio muy importante en las costumbres sexuales. La
crítica marxista a la familia burguesa ya había conducido a los bolcheviques a modificar la
legislación concerniente al divorcio, el matrimonio y la interrupción voluntaria del embarazo.96
En 1922, la homosexualidad se vio despenalizada.97 A lo largo de la década de 1920, el deseo
de acceder a una sexualidad más libre puso en marcha un movimiento social calificado
por Wilhelm Reich de «revolución sexual». Impuesto por las bases, no tuvo tantos apoyos por
parte de los responsables del régimen, y progresivamente fue perdiendo importancia.98
Más generalmente el poder bolchevique, en particular bajo el impulso de Aleksandra Kolontái,
tomó medidas importantes para mejorar el estatus social de la mujer. Además de las
legislaciones en materia de costumbres, una serie de decretos comenzaron a reconocer desde
finales de 1917 el derecho de las mujeres a la jornada de 8 horas, el de negociar el importe de
los salarios, la preservación del empleo en caso de embarazo, posibilidad de asegurar
cuidados a sus hijos durante las horas de trabajo, así como derechos políticos idénticos a los
hombres. Se fomentó el trabajo de las mujeres, tanto desde una perspectiva emancipadora (el
régimen declaró que «encadenada al hogar, la mujer no podía ser igual al hombre») como
para paliar el déficit de mano de obra provocado por la guerra y las hambrunas.99
La lucha contra el analfabetismo y el acceso de las capas populares a la cultura
Dado que la RSFS de Rusia, al final de la guerra civil, contaba con decenas de miles de
huérfanos, se procedió a crear comunidades educativas con niños de todas las edades a
cargo de maestros voluntarios, educándolos en el espíritu socialista. En la misma época, se
abolieron los grados en el ejército y las reglas académicas en el arte. La gramática y la
ortografía se simplificaron y la lucha ideológica contra los prejuicios y las convicciones de
origen religioso alcanzaron su apogeo.
El régimen inició rápidamente un importante esfuerzo en materia de instrucción pública. Bajo
la dirección de Anatoli Lunacharski, el comisariado del pueblo para la instrucción publicó un
decreto declarando la apertura de un «frente contra el analfabetismo» el 10 de diciembre de
1919. El alcalde de Boulogne-Billancourt, el socialista André Morizet, en un resumen de su
viaje a la Unión Soviética afirmó: «podemos pensar lo que queramos de los jefes del
bolchevismo. Podemos criticar sus métodos, condenar sus actos en general o en detalle [...].
Pero hay un punto en el que me parece imposible que no aprobemos unánimemente sus
esfuerzos, que no apreciemos sin reservas los resultados ya obtenidos: en materia de
instrucción pública».100
Desde el comienzo de 1918, el régimen impone el triple principio de laicidad, gratuidad y
obligación de la educación. El número de escuelas pasó de 38387 en 1917, a 52274 en 1918
y 62238 en 1919. Asimismo, el presupuesto de educación pasó de 195 millones de rublos en
1916 a 2914 millones en 1918.101 Se crearon alfabetos nacionales para las nacionalidades sin
escritura, al tiempo que se creaban comisiones de instructores.102 Debe considerarse además
que este incremento presupuestario se produjo en un contexto de posguerra y de escaso
desarrollo económico de las repúblicas integrantes de la Unión Soviética, lo que derivaba en
carencias en el material escolar y en el profesorado, lo que explica la mediocridad de la
instrucción en los primeros años del régimen.
La Revolución y el arte
Las consecuencias de la revolución se dejaron sentir igualmente en el arte.103 Desde finales
del siglo XIX, Rusia se abrió a las nuevas corrientes artísticas que se desarrollaban en
Europa: el impresionismo (con pintores como Leonid Pasternak y Constantin Kousnetzoff),
el fovismo (con Mijaíl Lariónov o Natalia Goncharova) y el cubismo (con Vladímir Burliuk).
Otras corrientes emergieron en Rusia, como el supremacismo, que proclamaba la supremacía
de la forma pura en la pintura. En la poesía, Nikolai Gumilev inició en 1911 el acmeísmo. El
estreno de la ópera futurista Victoria sobre el sol, de Alekséi Kruchónyj y Velimir Jlébnikov se
produjo el 3 de diciembre de 1913 en San Petersburgo.
Tras la Revolución de Octubre, si bien los bolcheviques prohibieron las obras abiertamente
hostiles hacia el régimen, el nuevo poder no dio sin embargo directivas en materia de arte;
Trotski declaró: «el arte no es un dominio donde el Partido deba ser líder»104 y animó el
florecimiento de las corrientes de vanguardia. Según el historiador del arte Jean-Michel
Palmier, «hay pocos países que dedicasen tanto dinero a las bellas artes, al teatro, a la
literatura o a la pintura como la URSS en el período más difícil que conoció. Mientras que el
hambre reinaba y la contrarrevolución levantaba la cabeza sobre todos los frentes -interior y
exterior-, la joven república de los sóviets gastaba sumas enormes para desarrollar el arte -y ni
siquiera como instrumento de propaganda-.105
Desde los primeros días posteriores a la Revolución de Octubre, el gobierno bolchevique puso
en marcha una serie de medidas destinadas a asegurar la preservación, el inventario y la
nacionalización del patrimonio cultural nacional.106 La colección privada del comerciante y
mecenas Serguéi Shchukin fue requisada para abrir el «primer museo del arte
occidental». Vasili Kandinski fue nombrado director del Museo de la Cultura Artística, creado
en 1919, y abrió una veintena de museos fuera de la capital. Aquí todavía, las penurias
limitaban las ambiciones del régimen. Por falta de créditos para la reconstrucción, la inmensa
mayoría de los proyectos innovadores de arquitectura no pudieron efectuarse.107
El nuevo entorno político y cultural favoreció el nacimiento de corrientes nuevas y de debates
de escuelas. Según Anatole Kopp, «dentro de esta nueva visión, es posible distinguir dos
orientaciones, de hecho dos vanguardias: una vanguardia esencialmente formal, que, a pesar
del recurso a formas de expresiones inéditas, no asignará al arte una misión nueva, y una
vanguardia social y políticamente consciente, que intentará, a la luz del marxismo, poner a las
técnicas artísticas al servicio de la transformación de la humanidad».108 Los miembros de esta
última corriente, los partidarios del alumbramiento de una nueva «cultura proletaria», se
reagruparon en el seno de la Proletkult, que tuvo su primer congreso en 1920. Este grupo
efectuó rápidamente una agresiva campaña contra los «compañeros de camino» del partido y
todo lo que se apartaba del «arte proletario»,109 pero no obtuvo medidas políticas del aparato
estatal.110 A finales de la década de 1920, Iósif Stalin se apoyó sin embargo en las teorías de
la Proletkult para reprimir a los artistas e imponer la línea del realismo socialista.
Posterioridad y fin
La ruina económica y moral que sucedió a la guerra civil dejó paso a una élite de burócratas,
que en el mismo seno del partido bolchevique van a conseguir imponerse al frente del país.
Para eso, debieron deportar y masacrar a todos sus opositores, tanto «contrarrevolucionarios»
como revolucionarios. Millares de militantes comunistas, entre los que estaba la mayoría de la
«vieja guardia» bolchevique, héroes de octubre y de la guerra civil, fueron de esta forma
deportados y posteriormente fusilados. Los más célebres de estos fueron humillados y
desacreditados en público en el momento de los procesos de Moscú en 1936-1938.
Para asentar su poder, y también para hacer olvidar el muy limitado papel que desempeñó en
la Revolución de Octubre, Iósif Stalin se propuso también liquidar, en el momento de la Gran
Purga de 1936-1938, a toda una generación de militantes, cargos políticos y económicos,
militares, escritores e incluso policías que conocían la situación previa a 1917, la revolución y
la posterior guerra civil. En 1930, la mitad de los cargos del Estado y hasta de la policía había
servido bajo el antiguo régimen.125 La «generación de 1937» que los reemplazó gracias a las
purgas, conoció únicamente a Stalin y le debía todo: fue esta nomenklatura sin pasado
revolucionario la que dirigió en lo sucesivo la URSS hasta casi su disolución.
El régimen «totalitario» de Stalin terminó de asfixiar los ideales de la Revolución de Octubre.
Desde mediados de la década de 1930, restableció un cierto número de valores deshonrados
en tiempos de Lenin y Trotski: exaltación de la familia y de la patria «socialistas», restauración
de títulos militares como el grado de mariscal, venta libre de vodka por el
Estado, academicismo en el arte, rusificación forzada de las minorías y «chauvinismo de la
Gran Rusia», antisemitismo oficial cada vez menos disimulado... La Segunda Guerra
Mundial acabó con esta evolución, La Internacional dejó por ejemplo de ser el himno soviético
en 1943, y los grados y los uniformes del Antiguo Régimen fueron espectacularmente
restablecidos.
Muy poco sensible al internacionalismo de los primeros dirigentes bolcheviques, Stalin
abandonó toda idea de exportar la revolución mediante la Komintern. En su opinión, esta
debía extenderse solo gracias al Ejército Rojo, bajo control estricto de Moscú y como una
extensión del imperio soviético. Fue lo que ocurrió a partir de 1939 con las anexiones
permitidas por el Pacto germano-soviético (mediante las que la URSS recuperó los territorios
perdidos en el momento de la guerra civil rusa) y a continuación con la victoria de 1945.
Todos estos hechos fueron caracterizados por León Trotski como el «Termidor» de la
Revolución rusa (comparación con la reacción que siguió a la caída de Robespierre durante la
Revolución francesa). El símil presenta, no obstante, ciertos límites. En efecto, la era stalinista
se señala también por una vuelta, contra los campesinos, a los métodos del «comunismo de
guerra». Coincide también con una época de purgas sin precedentes. Por otra parte, el
advenimiento de Stalin significó también una reactivación espectacular de la transformación
económica de Rusia, pudiéndose hablar de la «segunda revolución» de
1930: nacionalización íntegra de las tierras y plan quinquenal, que sacó bruscamente a la
URSS del atraso. Todo ello al pesado y disimulado precio de millones de víctimas,
consecuencia de la ambición totalitaria del poder estatal.
Interpretaciones
Las causas de esta «degeneración» han sido explicado de diversas formas. Para los
anarquistas, se debió a los principios «autoritarios» del partido bolchevique. Para otros, como
ciertos liberales, se inscribe en las mismas ideas de Karl Marx. Para un cierto número de
marxistas no bolcheviques, Lenin cometió el fatal error de querer poner en marcha una
revolución obrera en un país masivamente campesino y sobrestimó las potencialidades
revolucionarias en los países occidentales. Para los comunistas marxistas antileninistas, como
los comunistas consejistas, los bolcheviques instauraron de golpe un capitalismo de Estado y
se burlaron de los principios comunistas y marxistas.
Ya desde esa época hubo comentarios sobre los acontecimientos de octubre y de la guerra
civil, con marxistas como el teórico Karl Kautsky o la revolucionaria Rosa Luxemburgo que
criticaron la naturaleza del partido bolchevique y su organización leninista (que el mismo
Trotski había denunciado como un peligro ya en 1904). En su opinión, la asimilación abusiva
del partido al pueblo, su desprecio por la democracia y su culto a la violencia transformaron las
purgas y la dictadura impuestas por las circunstancias en un sistema permanente. El poder del
partido sobre el proletariado sustituyó de forma duradera al poder de los sóviets y de la clase
obrera. Se señaló también su carácter jerarquizado, centralizado, militarizado y monolítico que
provocó una concentración de todos sus poderes dictatoriales en manos de un pequeño grupo
en la cúspide (el Politburó, fundado en 1917)126 y más tarde, en manos de un solo hombre.
Este análisis crítico se repitió en la década de 1930 por un cierto número de antiguos
compañeros de la Revolución de Octubre, como Boris Souvarine, pionero en la crítica
al estalinismo.127
Para Trotski y los trotskistas, las causas de la dictadura totalitaria debían buscarse en el
nacimiento de la burocracia, así como en el aislamiento de la revolución en un país pobre y
poco desarrollado. Puede no obstante subrayarse que precisamente en ningún país rico e
industrial estalló una revolución «marxista» en todo el siglo XX, sino en países agrarios o
subdesarrollados (China, Vietnam, Etiopía, Mozambique, etc.). Por otro lado, ninguno de los
regímenes que apelaba a una revolución comunista evitó el orientarse con rapidez hacia una
dictadura policial y burocrática, lo que puede explicarse en parte porque la inmensa mayoría
de los movimientos comunistas eran satélites de Moscú y por la influencia de Stalin y la URSS
en esos países, tanto en materia militar como económica o política.
La Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría, enfrentando al Bloque del Este y
a Occidente (principalmente Estados Unidos) con una carrera armamentística que nunca
desembocó en un conflicto directo, hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991.