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un poeta y director de cine argentino. Nació en el seno de una humilde familia en la villa Carlos
Gardel (Morón), siendo el mayor de ocho hermanos. Sobre esto relata:
“Yo era re violento. Casi me matan, capaz maté. Robé muchos años. De chiquito siempre para
nosotros fue el miedo, que la gente se cruce de vereda. Salía a manguear, revisaba bolsas y
juntaba botellas. No se me cae nada por decirlo. Nos mandaban a la ‘gorra’ que nos daba
palos. Tengo seis tiros de la policía encima, cinco años en cana y seis operaciones. No me morí
de pedo. Mi hermano estuvo preso, mi vieja también. Mi viejo, un borracho toda su vida.”
Tuvo una juventud difícil, donde cayó en las drogas y la delincuencia. Ingresó en reformatorios y
en el año 2005, con 16 años de edad, se encontró primero en el Instituto de Menores Luis Agote y
luego en la cárcel de Marcos Paz, entre otros institutos, purgando una condena como cómplice de
un secuestro extorsivo.
Fue en ese momento que, mediante la ayuda de Patricio Montesano, una persona que dictaba
talleres en la prisión, comenzó a acercarse a la lectura y a interesarse por temas políticos,
filosóficos y por obras poéticas:
“Busqué todo lo que me explicara un poco como funciona este sistema. El filósofo
francés Gilles Deleuze, Rodolfo Walsh, Spinoza, Nietzsche, para entender la parte existencial
de esta sociedad, Michel Foucault, el Che...”
También fue Montesano quien lo estimuló a desarrollar la actividad literaria, a escribir poesías. En
el tiempo que se encontró en el Instituto Agote, creó una biblioteca y la revista cultural ¿Todo
piola? que actualmente continúa editándose bimestralmente.
Es ante todo una película política. Asentada en la ficción da cuenta, desde adentro, de un espacio
de la realidad que a la mayoría nos llega a través de las noticias policiales y programas de
televisión como Policías en acción. González retrata con identidad “una película villera, sobre
villeros”. Se trata de una película coral que recorta la marginalidad desde la mirada de sus
protagonistas, sin mediaciones. Y es ahí donde se vuelve fuertemente política. Es además una
película sobre el dinero y el consumo como único escape y a la vez como la única marca de
pertenencia e inclusión posible.
Filmada en el barrio Ejército de Los Andes de Ciudadela (conocido como Fuerte Apache) y la Villa
Carlos Gardel de Morón con una sola cámara, en Diagnóstico esperanza no hay estilización de la
miseria, el escenario no se muestra embellecido por la cámara en pos de la virtuosidad de la
imagen. La basura se acumula en todos lados, heladeras oxidadas, charcos y mucho barro después
de la lluvia, autos quemados se convierten en el patio de juegos.
La película pone en evidencia cómo a muchos de estos pibes no les queda más que cumplir con el
“deber ser chorro”, una gran definición del director César González.
El mensaje es que la “inseguridad” no se soluciona con más policía ni mano dura, es un problema
estructural y complejo relacionado con la invisibilidad de un gran sector de la población, la falta de
oportunidades, la desigualdad y el trabajo. Es algo que va mucho más allá de lo que cualquier
noticiero o análisis periodístico puedan conjeturar y cuya solución precisa, de forma urgente, otras
acciones y herramientas. Esta película, como sostiene su autor, es quizás la forma de mostrar que
el arte puede ser una de ellas.