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ISBN: 84-9822-062-9
AUTOR
THESAURUS:
Juan de la Cueva; Francisco Agustín Tárrega; Gaspar Aguilar; Miguel Beneyto; Carlos
Boyl; Ricardo Turia; preceptiva dramática.
Junto a esta tradición cortesana debe ser subrayada la influencia del peculiar
senido de la comicidad de Torres Naharro, o bien la popularidad de Timoneda, editor
de la obra de Lope de Rueda y del que ahora conocemos su intensa presencia
dramática en Valencia –representado en la casa de comèdies de l’Olivera-, hecho que
probablemente hizo de esta ciudad un importante espacio para compañías españolas
e italianas. Por otro lado la universidad acogió obras de transición entre la erudición y
la “farsa hispánica”, tal y como sucede con la obra escrita en latín y español de Juan
Lorenzo Palmireno Fabella Aenaria (1574).
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2. AUTORES MÁS SIGNIFICATIVOS
2.1.1. Biografía
Juan de la Cueva cultivó casi todos los géneros en verso que estuvieron de
moda en su tiempo: fue un dramaturgo aplaudido y famoso, autor de varias comedias
y de cuatro tragedias, introductor de los temas histórico-nacionales en el teatro,
precursor para algunos del propio Lope, romancerista poco afortunado y menos
conocido y responsable de un vasto cancionero. A esta ya abundante producción hay
que añadir las numerosas epístolas y trabajos que fueron resultado de su actividad
como preceptista, traductor y poeta épico.
Juan, sin embargo, continuó residiendo en su ciudad natal, ocupado casi por
completo en la redacción del Exemplar poético (1606), y no se trasladó a la ciudad
conquense hasta al menos, seis meses después del nombramiento de Claudio. Allí
empleó la mayor parte de su tiempo durante el segundo semestre de 1607 y lo
primeros meses del año siguiente en la redacción metrificada de los cuatro libros De
los inventores de las cosas, traducción en verso, refundida y amplificada, del copioso
centón enciclopédico De rerum inventoribus de Polidoro Virgilio de Urbino (1470-1555)
(Weiss, 1980:5-14). No obstante, la actividad literaria del sevillano decreció
notablemente tras la conclusión en abril de 1608 de esta recreación. Contaba
entonces con casi sesenta y cinco años. Sin embargo, cabe suponer que tras esa
fecha prosiguiese la lenta y paciente labor de revisión de buena parte de sus versos,
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tal y como demuestra el hecho de que en 1609 concluyera la redacción de una nueva
copia del Exemplar poético. Juan de la Cueva moriría en Granada en octubre de 1612,
donde otorgó testamento sin rúbrica, por tener «ympedida la mano derecha, de forma
que no puede firmar»
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obra vino a representar una protesta ante los abusos de poder en tiempos de Felipe II
y las consecuencias nefastas de los mismos.
Frente a estos juicios —en cierto sentido negativos— aparecen los de Shergold
y Sito Alba (1984:405-406) para quienes el hecho de que los dramas de Cueva fueran
publicados pudo deberse exclusivamente a su éxito escénico, teniendo siempre
presente el autor en el proceso de composición los corrales sevillanos donde las obras
se iban a representar. Esto justificaría la propuesta de Morby (1940:213-218), quien
pone de relieve, con citas de fragmentos del segundo Coro febeo de romances
historiales, la amargura de Cueva, quien en su momento se quejó de que sus
contemporáneos no le hubieran reconocido como innovador y se aprovecharan de su
inventiva, poniéndola en práctica en sus comedias, en una velada alusión —aunque
clara— al propio Lope. Wardropper (1955:149-156) repara esta postración académica
al indicar que nuestro dramaturgo fue una especie de Bautista respecto al Fénix de los
ingenios por su carácter decididamente innovador y por sus comedias de tema
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histórico-nacional. En este sentido caracteriza —acertadamente, creemos— el hacer
de Cueva, mostrándolo como autor condescendiente con un pueblo al que pretende
enseñar desde postulados horacianos, y lo diferencia claramente del proceder de un
Lope que asimila lo popular identificándose con el pueblo en el momento de la
escritura.
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encuentra en el verso trocaico grecolatino y cita a algunos de los poetas castellanos
que lo utilizaron; inmediatamente después se ocupa de los versos de romances, cuyos
orígenes hace remontar hasta los godos (vv. 37-153). Tras esto reflexiona sobre el
llamado endecasílabo italiano que, según él, fue empleado en España «antes que d’el
hiziesse el Arno imperio» (v. 159) y ofrece las reglas sobre su estructura (vv.172-201);
advierte contra el uso de procedimientos destinados a estimular la memoria (vv. 202-
206) y dedica un amplio parlamento al verso suelto (vv.17-291). Proscribe la mala
costumbre de insertar en un poema versos en otra lengua (vv. 292-306) y se adentra
en algunos géneros poéticos históricos tales como la elegía (vv. 307-354) y la epístola
(vv. 355-387). Seguidamente condena los plagios (vv. 388-420) y menciona los modos
lícitos de usar las obras ajenas (vv. 421 y ss.). Llegado a este punto se ocupa de
algunos aspectos elocutivos y reprueba las «hórridas dicciones», el hiato y la
costumbre de acompañar un sustantivo con más de dos adjetivos (vv. 478-498), así
como el uso —éste más singular— del gerundio como adjetivo (vv. 499-501). Concluye
esta parte con un discurso contra los “sofistas” que pudieran reprocharle que todo lo
que trata de enseñar ha sido ya dicho en castellano: es entonces cuando reconoce
que sus únicas autoridades son Aristóteles, Horacio y sus comentadores.
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el Viaje de Sannio (1585) hace a las traducciones de Estacio, Horacio y de Tibulo
aparecen también referenciadas por el propio autor como publicaciones futuras,
citadas también junto a otras obras en proyecto de edición o en composición. No se
nos olvide que vertió al castellano, añadiendo «Muchas otras Cosas» el Theatrum
poeticum et historicum sive Officina Iohannis Ravisii Textoris (1520), manual
enciclopédico de materiales clásicos fácilmente aplicables a la composición poética o
al ejercicio retórico, muy utilizado por los poetas y humanistas de su tiempo. Tampoco
podemos pasar por alto su formación senequista –ampliamente reconocida por la
crítica-, hasta el punto de que Cueva llegaría a proclamar en el Exemplar la autoridad
poética del cordobés sobre la escena hispana (Hermenegildo 1973:161).
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De la mano de la fábula Cueva se dirigirá hacia la singular participación activa
que el público toma en la conformación de los distintos géneros literarios. Esta
cooperación pasa inevitablemente en las poéticas del XVII por el concepto de deleite,
vinculado por necesidad a las condiciones pragmáticas de la obra dramática vista
desde una perspectiva social. La dicotomía horaciana utile / dulci se resuelve, en el
Juan de la Cueva hombre de teatro, a favor del primer término, a pesar de que no
decida la balanza en el ámbito teórico. En este sentido, el juicio del profesor García
Berrio es claro: «Juan de la Cueva, Rey de Artieda, Lope en su Arte nuevo y otros
muchos documentos crítico-teóricos, Cristóbla de Virués, etc…; todos ellos coinciden
en la defensa de la comedia, aunque ninguno de ellos se atreva a exaltar tan
rotundamente como Cervantes la importancia fundamental del deleite. Predomina por
el contrario en todos ellos la tendencia a captar la benevolencia de teólogos y
moralistas, tratando de mediar con la defensa del didactismo moralizador […]»
(1980:506-507).
La captación del interés del público fue realizada por nuestro dramaturgo
fomentando la admiratio; es obvio que no todas las diferentes clases dentro del público
áureo se admiraban de una misma cosa, pero sí que es cierto que todas deseaban
admirarse de algo en las obras literarias. Esta es una de las razones por las que
Cueva introduce en su Exemplar varias reflexiones sobre el vulgo. Los preceptistas de
cierto relieve —aquéllos que precisamente tratan de dignificar la poesía por encima de
prejuicios vulgares — adoptan una postura superior y distante del vulgo. Este es el
caso de Pinciano y de Carvallo quien, aunque defienda —al contrario que el primero—
la comedia nueva, clava siempre que puede profundas estocadas el público. Juan de
la Cueva menciona, negativamente, el concepto vulgo varias veces en el Exemplar.
Sin embargo, en su doctrina teatral —expuesta esencialmente desde el verso 487 de
la Epístola III— cambia su visión de manera significativa. Más adelante, al destacar el
talante de las letras de su época, subraya una especial tensión entre el gusto del
pueblo y lo que parecer ser el premio de los críticos. Gradualmente iremos
encontrando una fluctuación de valores entre palabras que pertenecen a un mismo
campo semántico (vulgo, gente, pueblo). La alusión al pueblo suele referenciar a un
público histórico anterior. Habrá que esperar hasta el final de la Epístola III para que
vuelva a aparecer la palabra vulgo con un empleo técnicamente neutral y hasta
ligeramente positivo: «Hallete el vulgo siempre diferente / en lenguaje, pues hablan los
Poetas / en otra lengua, que la ruda gente» (1606: III; vv. 724-726).
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determinante capaz de exigir a los poetas que tengan un lenguaje distinto que la ruda
gente. En este sentido, el vulgo no sólo es el origen de concesiones externas que
puedan perjudicar al arte, sino que puede determinar, con su afán de elevación y
ensueño, que el poeta mantenga un tono elevado y poético. Es cierto que entre el
vulgo hay también ruda gente, y es posible que haya aquí una curiosa atracción entre
estos dos conceptos, aunque en modo alguno exista una clara sinonimia en este
pasaje. Cueva plasma así la esencia de lo que será la comedia nueva de Lope:
empezar por abajo, para agradar al vulgo, y así, poco a poco, transformarlo en un
auditorio instruido, dramáticamente especializado, producto de una constante
modelación del poeta que conseguirá extraer de él un arte nuevo de cuño que será la
tragicomedia.
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conformado. / Esta mudança fue d’Ombres prudentes / aplicando a las nuevas
condiciones / nuevas cosas que son las convenientes. / Considera las varias opiniones
/ los Tiempos, las Costumbres que nos hazen / mudar i variar operaciones. / Estas
cosas no se si te desplazen / por ser contra tu gusto su estrañeza / aunqu’en probable
exemplo satisfazen» (1606: III, vv. 562-576). Este argumento —“los tiempos
cambian”— es el único que podía eliminar el prestigio de los antiguos. Sin embargo,
en la península se “aceptará” a los antiguos para así evitar estorbos y conflictos, es
decir, “olvidarlos” con todo el aparato oficial y dejar el camino despejado para la
creación de un “arte nuevo”. La otra vertiente no menos importante de la teoría del
sevillano se manifiesta en una actitud valiente y decidida, traducida en los numerosos
imperativos con los que Cueva preceptúa en el Exemplar: «evita», «harás», «guarda»,
«no introduzcas» y así un largo etcétera. De este modo consigue avanzar de lo
definido y justificado hacia la implantación definitiva.
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cuatro poetas naturales de la insigne y coronada ciudad de Valencia (1608). Más
tarde, en 1616, volvió a incluir en su Norte de la poesía española otras tres obras
suyas: El cerco de Pavía, La duquesa constante y la Fundación de la Orden de
Nuestra Señora… En Flor de las comedias de España de diferentes autores. Quinta
Parte (1616) recogidas por Francisco Ávila aparecería La enemiga favorable. También
se le atribuyen cuatro obras que no han llegado hasta nosotros (La gallarda Irene, El
príncipe constante, La condesa Constanza y Santa Margarita),así como un auto
sacramental (Auto sacramental del Colmenar).
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Anselmo, será el motor de la acción: el honor ultrajado vengado por Fruela. A todo
esto hay que añadir la espectacularidad dramática de las acciones bélicas en torno al
cerco.
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(espacios limitados tales como el Prado –lugar de enamorados, cocheros, etc.,, donde
se dan parlamentos dobles y cruzados, todo ello para agilizar la acción). En cuanto al
tiempo, cada jornada tiene un día de duración. En lo que concierne al escenario,
contamos con uno polivalente –marcado por la palabra de los personajes y necesario
para el cambio de acción- y otro múltiple, de tradición medieval –torre, emboscadas,
playa; a esto hay que añadir la presencia de música, ecos y efectos sonoros.
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a san Luis Bertrán, entre 1608 y 1616 publicó ocho obras: Los amantes de Cartago, La
gitana melancólica y La nuera humilde aparecieron en Doze comedias famosas de
cuatro poetas naturales de la insigne y coronada ciudad de Valencia (1608),
publicadas por Aurelio Mey. Poco más tarde, en 1616, junto a las obras más arriba
señaladas de Tárrega aparecieron en Norte de la poesía española El mercader
amante, La fuerza del interés, La suerte sin esperanza y El gran patriarca don Juan de
Ribera. Por último, en Flor de comedias de España, publicada por Francisco de Ávila
en Barcelona en 1616, vio la luz, junto a La enemiga favorable de Tárrega, La
venganza honrosa. De otras, como El crisol de la verdad, sólo nos han llegado
testimonios de su representación (Valencia, 1619).
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requerida por el rey númida Siface, quien demostrará, en el contexto de la tercera
guerra púnica, ser su merecedor en la defensa de la ciudad hoy tunecina.
Sin embargo, de entre toda su producción deben ser sin duda destacadas las
de enredo. La suerte sin esperanza –vinculada a El esposo fingido de Tárrega-
presenta importantes influencias del teatro cortesano, evidentes en el torneo final. El
mercader amante es, probablemente, la mejor de nuestro autor, datada vagamente y
sin exactitud antes de 1605 al ser recordada por Cervantes en Don Quijote. El
mercader Belisario, indeciso entre el amor de dos jóvenes, Labinia y Lidora, se finge
pobre para comprobar la condición interesada de la primera y la abnegada de la
segunda, con la que terminará casándose, a pesar del asedio de don Garcia, un noble
que trata de superar a Belisario valiéndose de su condición social. La trama le sirve a
Aguilar para esbozar un rotundo enfoque ideológico entre caracteres: frente a un don
García superficial y al padre mezquino de Lidora, Belisario y su criado Astolfo se
erigen como paradigmas de honradez y nobleza. El contraste, pues, se traza sobre las
formas con que el mercader procede frente a las damas y la avaricia de las familias de
éstas, que entienden la unión reducida a simple transacción económica.
En líneas generales Aguilar cuida el perfil de sus caracteres, entre los que
sobresalen aquellos de origen no nobiliario, incidiendo constantemente en las razones
que estos exponen en sus procesos de autojustificación personal: esto incrementa la
tensión dramática dado que la vida no deja de ser entendida como un asunto que cada
cual ha de resolver de acuerdo a sus intereses particulares.
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Observador profundo de la realidad social, muestra predilección por ciertos
juegos conceptuales en el lenguaje (el amor y las transacciones comerciales, por
ejemplo). A través de narraciones que, bien sitúan a público y personajes en los
antecedentes de la historia, bien explican hechos ya sucedidos o desvelan las
intenciones de algunos caracteres, la palabra sustituye a la acción de un modo ágil y
eficaz. Para ello se sirve, básicamente, de quintillas, evitando metros de origen italiano
o romances. Finalmente, en lo que concierne al espacio teatral, más allá de algún
momento de mayor espectacularidad –la utilización del foro con connotaciones
clásicas, como sucede en Los amantes o los anuncios de torneos que no llegan a
desplegarse en todo su esplendor-, debe decirse que en Aguilar predomina la sencillez
escenográfica guiada por la fuerza y estructura del enredo.
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cuatro pretendientes (Cintio,Julio, Lisardo y Leonardo) en un complicado juego de
cortejos y equívocos. Las damas recibirán finalmente por la noche a los galanes
equivocados, hecho que impone matrimonios inesperados, sancionados moralmente
por la convención y que dejan a un lado la pasión amorosa, tal y como señala una de
las jóvenes: “¿No fuera cosa graciosa / respondelle a este mancebo / que no quiero
ser su esposa? Mas miremos al honor / dejando gustos aparte, / tan ciegos como el
amor” (Acto III). Personajes como el viejo Mirabel y el lacayo Bravonel procuran el
contrapunto cómico.
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