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PRIMERA ESTACIÓN: Jesús condenado a muerte.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.
Lector: Pilato dijo: “No encuentro en él ningún motivo de condena”. No obstante,
hizo flagelar a Jesús y lo entregó para que lo crucificaran” (Lc.23,4; Mt 27,26)

Monitor: -Este, ¿qué ha hecho?, se preguntaba el buen ladrón. Algo ha hecho: llamar
benditos a los pobres, proclamar que todos somos hermanos, desenmascarar la mentira,
despreciar los honores y mantenerse puro. No es poco.
Además, ha dicho que es Hijo de Dios. Más aún, que todos somos hijos de Dios. Por eso
morirá.
Pero, ¿no seguimos, Señor, condenando a los justos? ¡Cuántos mueren antes de nacer, sin
una oportunidad para la vida! ¡A cuántos se manda callar porque su verdad molesta! Otros,
pobres hombres, pagan los errores de todos. Muchos viven presos para buscar la libertad.
Inocentes son quitados de en medio por cualquier interés bastardo. Señor, ¿hasta cuándo
nuestra justicia será diferente de la tuya?
Padre nuestro…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús carga con la cruz.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Los judíos cogieron a Jesús. Y, llevando él mismo su cruz, salió hacia el lugar
llamado “calavera”, que en hebreo se dice “Gólgota” (Jn. 19,16-17)

Monitor: No, no es la cruz al mérito, ni la gran cruz de oro y brillantes. Es la cruz, la


de siempre, la de morir, la de salvar. Una cruz que sigue pesando hoy sobre los hombres: el
trabajo que agota y deshumaniza; la enfermedad que humilla; la incultura que margina; la
vejez que nos trae el sentimiento de inutilidad total; la responsabilidad de sacar una familia
adelante; el compromiso de luchar por un mundo más justo. También hay, a veces, quienes
toman la cruz para aporrear a los otros.
Cruces y más cruces sobre las espaldas de los hombres: unos las asumen con amor
que salva. Otros las aguantan con desesperación.
Dios te salve María…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.
TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: El llevó sobre sí nuestros sufrimientos, cargó con nuestros dolores. (Is. 53,4)

Monitor: Una caída, un accidente. Es una de las cruces del hombre, que se siente
impotente para controlar las leyes de las cosas. Un incendio fortuito, veintitrés muertos. Una
inundación: dos mil personas sin hogar. Un huracán: un pueblo arrancado del paisaje.
Accidentes caseros, accidentes de trabajo, accidentes de carretera. Y cuántas veces los
hombres nos hacemos culpables por nuestra falta de solidaridad. El que ha caído habrá de
levantarse solo. Los demás llevan tanta prisa...
Jesús, que estuviste solo en tu caída, haznos próximos a la soledad ajena.
Gloria al Padre…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

CUARTA ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su madre.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: ¿Cómo podré consolarte? ¿A quién te compararé, virgen, hija de Sión? Grande
como el mar es tu quebranto. (Lam 2,13)

Monitor: Algo tienen que ver las madres en este «Vía Crucis» del mundo. María vivió
más de cerca que nadie tu dolor, Señor. Era tu madre. María, como cualquiera de nuestras
madres, vivió preocupada por su embarazo, por la salud de su hijo pequeño, por su
educación, por su porvenir.
¡Qué bien se puede vivir desde la calidad de madre esta cuarta estación! Tú que lo has
pasado mal para traerlos al mundo, que has velado cuando tus hijos han pasado el
sarampión o la hepatitis, que has sufrido con sus suspensos, que los has despedido para ir
lejos, que te has quedado al fin sola como el astillero que ha confiado a la mar su último
barco, ponte al lado de María que ve impotente a su Hijo caminar hacia la muerte.
Dios te salve María…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.
QUINTA ESTACIÓN: El Cirineo ayuda a Jesús al llevar la cruz.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Al salir fuera de la ciudad encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón.


Y le obligaron a llevar la cruz siguiendo a Jesús” (Mt 27,32; Lc 23,26)

Monitor: Por fortuna, Señor, la gente no es tan mala y en la vida hay quienes ayudan.
A veces, sin muchas ganas. Esa es la verdad, pero ayudan, como el bueno de Simón el
Cirineo. Nunca faltan ocasiones: una anciana cargada, un minusválido, una avería en
carretera, una persona triste. Lo importante es dejar que los problemas ajenos se nos metan
dentro. Y resultará siempre que, al fin, a quienes hemos ayudado no es al pobre viejo o al
borracho o al marginado, sino a Ti, Señor, al mismísimo hijo de Dios, vestido de cualquier
cosa.
Señor, danos la gracia de ese pequeño empujón definitivo que nos obligue a arrimar
el hombro.
Gloria al Padre…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

SEXTA ESTACIÓN: La Verónica limpia el rostro da Jesús.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Lo vimos sin figura, sin belleza, sin aspecto atrayente, despreciado y evitado
de los hombres. (Is. 53,2-3)

Monitor: Lo hizo por su propia iniciativa. Era mujer y estaba en inferioridad. Tuvo
valor para llevar su poco de consuelo a un ajusticiado e hizo lo que podía: limpiar. ¡Hermosa
tarea!
La suciedad nos come. Lo están diciendo todos: el agua contaminada, el aire
envenenado, la tierra llena de porquerías. Y la contaminación moral: el materialismo que
asfixia, la comodidad que paraliza, el egoísmo que envenena. Y sin embargo, para ironía, se
venden más detergentes que nunca.
Atacamos los fallos de las estructuras, el arribismo de los importantes, la inmadurez
de los líderes, el papanatismo de las masas. Pero, siempre desde fuera. Sin vernos como una
parte sucia de esa sucia imagen.
¿No sería mejor, Señor, empezar limpiando nuestra parcela? Algo mejoraría tu
imagen en el mundo, si los creyentes mejoráramos nuestra presencia.
Padre nuestro…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.
SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Tenemos un Sumo Sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades,


pues a sido probado en todo, excepto en el pecado. (Hb. 4,15)

Monitor: Hablemos de las caídas morales, de los pecados. Somos tan poca cosa, tan
débiles. Y basta leer la prensa o salir a la calle para ver hasta qué punto los hombres caemos:
atracos a mano armada, asesinatos, odios, robos de guante blanco, mentiras por todas
partes, palabras insolentes, blasfemias, sexualidad incontrolada y avasalladora, venganzas,
insolidaridad, injusticias insultantes.
Y los niños, nuestros niños, con esos ojos grandes abiertos mirando cómo los mayores
ponemos a su paso tropiezos y piedras de escándalo. Y queremos luego que sean buenos,
que no mientan, que perdonen, que sean generosos, diligentes.
¿Qué camino les enseña nuestra propia vida? Señor, si supiéramos que los ojos de un
niño nos miran cada vez que estamos a punto de caer...
Dios te salve María…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

OCTAVA ESTACIÓN: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Unas mujeres lloraban y se lamentaban por él. Jesús, vuelto hacia ellas, les
dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos…” Porque
si hacen esto con el árbol verde, ¿qué se hará con el seco? (Lc 23,27-31)

Monitor: Dicen que es el arma de las mujeres, llorar. Pero, ¿qué podían un puñado de
mujeres con sus llantos ante la intransigencia de los fariseos y el poder de Roma? Donde de
verdad podéis hacer algo eficaz, parece decirles Jesús, es en vuestro hogar, con vuestros
hijos, con vuestro marido, en el trabajo, en vuestro ambiente. Por ahí se empieza. No
intentéis otras cosas más solemnes si no sois capaces de valorar vuestro hogar, vuestra
familia, vuestro trabajo, vuestra condición de mujer. No bastan las buenas intenciones o los
buenos sentimientos. Hay que ser eficaces. Hay que hacer algo positivo y concreto.
Ayuda, Jesús, a nuestras mujeres a encontrar su identidad, a construir su propia
persona.
Gloria al Padre…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.
NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Si haciendo el bien, tenéis que padecer, eso es meritorio ante Dios. Cristo
mismo padeció por vosotros, dándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. (1 Pe. 2,20-21)

Monitor: En esta tercera caída, Señor, nos invitas a pensar en los que han caído
muchas veces. En los que cuentan los años de su vida por decepciones. En los que ya no se
quieren levantar más. En los desesperados. Unos vegetan sin ilusión esperando la muerte.
Otros creen que ya no sirven para nada. Algunos se evaden por el alcohol o la droga. Todos,
en realidad, están en una actitud suicida. Porque han matado en sí mismos la esperanza, el
coraje para vivir plenamente.
Son quizás los personajes más tristes de este «Vía Crucis» del mundo, porque no
creen ni en sí mismos. Han llegado a olvidar, o no lo han sabido nunca, que Tú mismo
sigues esperando en ellos. Que Tú moriste porque tenías fe en el hombre, en todos y en cada
uno de los hombres.
Padre nuestro…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Los soldados se repartieron la ropa de Jesús, echando a suertes. La túnica no


tenía costura, sino que estaba tejida de arriba abajo, y se dijeron: No la dividamos, sino
echémosla a suertes, a ver quien le toca. (Mt 27,34-35; Jn 19,23-24)

Monitor: Tú eres la salvación de los pobres, de los desnudos, de los descalzos. Jesús
desnudo, tú eres la vergüenza de los que se desnudan por placer, por esnobismo, por
dinero. ¡Cuántos por los caminos del mundo van sin nada! Ni un trabajo seguro, ni un techo
donde cobijarse, ni la esperanza de un bocado de pan, ni la alegría de una familia, ni la
honra efímera de un apellido.
Y nosotros echándonos cada vez más cosas encima. Porque, ¿dónde acaba de verdad
la necesidad y empieza el despilfarro? ¿Dónde dejamos de ser pobres y empezamos a ser
ladrones? Es cuestión de corazón, de voluntad, de conciencia.
Dios te salve María…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.
UNDÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es clavado en la cruz.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Cuando llegaron al sitio llamado Gólgota lo crucificaron, lo mismo que a los
dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. (Lc 23,33)

Monitor: La de Jesús sí es una cruz de verdad. De las que dejan a uno inmóvil,
clavado, sin posibilidad de escapar. Eso es una cruz. La que nos ata al trabajo monótono y
arriesgado de todos los días, la que nos ata a la soledad, la que nos exige una labor tensa y
peligrosa por la justicia, la que nos clava al lecho del dolor, la que nos hace dejar
mansamente la sangre poco a poco en la entrega generosa de todos los días. Cruces justas
unas, injustas otras, que ponen al hombre en la posición difícil de decir sí o no a Dios.
Y dicen los santos, Señor, los que se tomaron en serio tu cruz y su cruz, que en esa
sujeción comenzaron a ser libres.
Gloria al Padre…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

DUODÉCIMA ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Jesús gritó: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. E, inclinando la


cabeza, expiró. (Lc 23,46; Jn 19,30)

Monitor: Parece increíble, pero es histórico. El Hijo de Dios muerto... La muerte, ¿es el
último trago amargo que espera al hombre? Jesús era un hombre. Jesús murió una vez y
sigue muriendo en las vidas que no llegan a nacer, en los hombres que caen bajo las armas,
en los enfermos que no curarán, en las víctimas de cualquier desastre, en los que revientan
de hambre y sed. ¿Es esto el fin? ¿Qué sentido tiene, pues, la vida o la muerte? ¿Es el mundo
sólo un inmenso cementerio, o podemos esperar otra cosa?
Podemos, quizás, Señor, esperar como Tú la aurora de la Pascua. Porque Tú has
muerto, creemos en la vida y la anunciamos a todos los que van a morir.
Padre nuestro…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús muerto en brazos de su Madre.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Después de esto, José de Arimatea… se presento a Pilato para pedir que le
dejara retirar el cuerpo de Jesús. Pilato lo concedió. Y él bajó de la cruz el cuerpo de Jesús.
(Jn 19,38)

Monitor: La presencia de la Madre otra vez, para recoger los despojos, lo que nadie
quiere. ¿Qué se le puede decir a una madre con el hijo muerto entre los brazos? Sí, María, tu
Hijo está enterrado. Pero no lo has perdido. Él dijo: «Si el grano de trigo no muere, queda él
solo; pero si se pudre en la tierra, da el ciento por uno». Lo recuerdas, ¿verdad?
Ahora, se puede esperar la cosecha. Se puede esperar que hasta las piedras den flores,
que el duro corazón de los hombres empiece a florecer. Y se te llenará, ya lo verás, el regazo
de hijos nuevos. Porque, a través de la oscuridad de la muerte, se abre paso una luz que
ilumina, resucita y salva.
Dios te salve María…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús es colocado en el sepulcro.

Sacerdote: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


Todos: Pues por tu santa cruz redimiste al mundo y a mi pecador.

Lector: Envolvieron el cuerpo de Jesús en el lienzo y lo depositaron en un sepulcro


excavado en la roca, en el que nadie había sido puesto antes. (Lc 23,52-53)

Monitor: En lo profundo de la cueva ha brotado la luz, la luz que esperábamos. Es el


tercer día y la vida se abre paso a través de la muerte. En esa luz blanca y radiante se
encenderán otras muchas: la tuya, la mía, la de muchos que podrían iluminar el mundo con
la esperanza.
El camino sigue y sigue siendo difícil. Pero, sabemos a dónde lleva. Y podemos ir
juntos. Él, el resucitado, el Hijo de María, Jesús de Nazaret, ha triunfado y está con nosotros
para siempre. Vamos con Él, vamos todos con Él. También vosotros los pobres, los tristes,
los sin voz, los sufridos. Vosotros, los primeros. No olvidéis que un ladrón fue el primer
invitado al Reino.
¿Irás tú, Señor, por delante en nuestro camino duro de cada día? ¿Irás tú,
enseñándonos con tus pies heridos, pero relucientes, hacia donde debemos caminar?
¿Estarás como prometiste junto a todos los que se esfuerzan en el tajo de esta vida para
ganarse tu Vida?
Gloria al Padre…

Sacerdote: Señor, pequé.


Todos: Tened piedad y misericordia de mi.

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