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PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A.

BIGLIERI
Traducción de Catedra
Texto de Teóricos

Psicología del poder y de mal: ¿Todo el poder a la persona?


¿A la situación? ¿Al sistema?
Philip G.Zimbardo. Departamento de Psicología, Univ.de Stanford 1

Resumen
Para comprender el comportamiento antisocial de los individuos, que incluye violencia, tortura
y terrorismo, estoy a favor de una mayor dependencia en las variables y en los procesos
tradicionales de la psicología. La orientación disposicional a la dominancia, inserta en una
psicología del individualismo, se focaliza en factores internos que la gente exhibe en distintas
situaciones, tales como genética, personalidad, carácter y factores patológicos de riesgo. Si bien
esta perspectiva es obviamente importante para apreciar en forma integral el funcionamiento
del individuo, es vital agregar una apreciación del alcance hasta el cual las acciones humanas
pueden llegar bajo influencias situacionales que pueden ser muy poderosas. Estas infuencias no
han sido totalmente reconocidas en la psicología de la sociedad en su intento de explicar
comportamientos inusuales o “malignos”, tales como los abusos contra los prisioneros iraquíes
por parte de los guardias de la policía militar de los EEUU en la prisión de Abu Ghraib. La
forma en que uno entienda las raíces causales de tales comportamientos impactará en las
estrategias de tratamiento y prevención. Esta visión fue influida y formada por todo un cuerpo
de investigación y teoría en psicología social. El enfoque situacional es al disposicional lo que
los modelos de enfermedad en salud pública son a los modelos médicos. Se siguen principios
básicos de la teoría de Lewin que lleva los determinantes situacionales del comportamiento a
un primer plano, mucho más importante que el de ser meramente circunstancias de fondo
atenuantes. Es singular a este método situacional el uso de experimentos de laboratorio e
investigación de campo para probar fenómenos de la vida real, que los otros abordajes analizan
sólo verbalmente, o confían en archivos de datos correlacionales para sus respuestas.

1
Este capitulo es una versión modificada de mi presentación PowerPoint para el curso del DHS (Departamento de
Defensa Interior de los EEUU. N.del T.) “La Psicología del Terrorismo”, organizado por la facultad del Centro
Nacional de Psicología del Terrorismo. Descansa en mi reciente capítulo “La psicología social del bien y el mal:
comprensión de nuestra capacidad para la amabilidad y la crueldad”, publicado en “The Social Psychology of
Good and Evil”. Athur Miller (Ed.), pp.21-50, New York: Guilford.

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El paradigma básico que se presentará ilustra la relativa facilidad con la cual hombres y mujeres
buenos “ordinarios” son inducidos a comportarse de modos “malignos”, encendiendo o
apagando una u otra variable situacional. El plan de este capítulo es delinear algunos de mis
estudios de laboratorio y de campo sobre desindividuación, agresión, vandalismo, el
Experimento de la Prisión de Stanford, junto a un análisis del proceso de los estudios de
obediencia de Milgram, y el análisis de Bandura sobre la “desvinculación moral”. Este cuerpo
de investigaciones demuestra el poder, poco reconocido, de las situaciones sociales para alterar
las representaciones mentales y el comportamiento de individuos, grupos y naciones. Exploro
brevemente instancias extremas del comportamiento “maligno” en sus bases disposicionales o
situacionales – torturadores, miembros violentos de escuadrones de la muerte y hombres bomba
terroristas. Finalmente nos volvemos para considerar el lado opuesto de la moneda,
focalizándonos en las virtudes positivas de heroísmo y las vías en las cuales los sistemas
sociales y educacionales pueden promover valores a favor de lo social.
El mal es comportarse intencionalmente –o causar que otros lo hagan- en formas que degraden,
deshumanicen, dañen, destruyan o maten gente inocente. Esta definición focalizada en el
comportamiento hace a un agente o a una agencia responsable por las acciones deliberadas y
motivadas que tengan un rango de consecuencias negativas sobre otras personas. Excluye
resultados accidentales o no intencionados, así como las formas más amplias y genéricas de
mal institucional, tales como la pobreza, el prejuicio o la destrucción del ambiente por la
ambición de agentes corporativos. Pero incluye la responsabilidad corporativa por promocionar
y vender productos que se sabe que causan enfermedades, o que tienen propiedades letales,
como los fabricantes de cigarrillos y otros traficantes de drogas. Se extiende también más allá
del agente inmediato de la agresión, tal como se estudia en la investigación sobre violencia
interpersonal, para incluir a aquellos en posiciones distantes de autoridad cuyas órdenes o
planes son llevados a cabo por funcionarios. Esto es así en comandantes militares y en líderes
nacionales, tales como Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Idi Amin, Saddam Hussein y otros tiranos,
por su complicidad en crear sistemas políticos de destrucción en sus propias naciones y en el
mundo.
La misma mente humana que crea hermosas obras de arte y extraordinarias maravillas de la
tecnología es igualmente responsable por la perversión de su propia perfección. El órgano más
dinámico del universo ha sido una fuente visiblemente infinita de creación de viles cámaras de
tortura e instrumentos de horror en siglos anteriores, la “maquinaria bestial” desatada sobre los
ciudadanos chinos por los soldados japoneses en su violación de Nanking (ver Iris Chang,

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1997), y la demostración reciente de “mal creativo” en la destrucción del World Trade Center
transformando vuelos comerciales en armas de destrucción masiva. ¿Cómo puede lo
inimaginable volverse tan rápidamente imaginable?
Mi preocupación se centra en cómo gente buena, común, puede ser reclutada, inducida,
seducida a comportarse de modos que podrían ser clasificados como malignos. En contraste al
tradicional enfoque que trata de identificar a la “gente maligna” para tener en cuenta el mal que
hay entre nosotros, me focalizaré en el intento de delinear algunas condiciones centrales
involucradas en la transformación de gente buena, o común, en perpetradores del mal. En la
investigación experimental que se describirá, el “mal” realmente asciende a las acciones de los
participantes de un montaje de investigación que dañan a otros en ese mismo montaje.

Localización del mal en ciertas personas: la carrera hacia lo disposicional


“¿Quién es responsable por el mal, dado que hay un Dios todopoderoso y omnisciente, que es
también el Dios de todo?” Este enigma comenzaba el andamiaje intelectual de la Inquisición
en los siglos XVI y XVII en Europa. Como lo revela el Malleus Maleficarum, el manual de los
inquisidores germanos de la Iglesia Católica Romana, la indagación concluía que el Diablo era
la fuente de todo el mal. Sin embargo, estos teólogos argüïan que el Diablo efectúa su mal a
través de intermediarios, demonios menores y, por supuesto, brujas humanas. Así, la caza del
mal se focalizó en las personas marginadas que actuaban o lucían diferentes de la gente
ordinaria, y que podían calificar, bajo rigurosos exámenes de conciencia, y tortura, para ser
expuestas como brujas y luego ejecutadas. Eran mayormente mujeres que podían ser explotadas
fácilmente, sin fuentes de defensa, en especial cuando tenían recursos que pudieran ser
confiscados. Un análisis de este legado de violencia institucionalizada contra las mujeres es
detallado por la historiadora Anne Barstow (1994) en “Witchcraze”. Paradójicamente, este
esfuerzo temprano de la Inquisición por entender los orígenes del mal y desarrollar
intervenciones que lo afrontaran, creó en cambio nuevas formas de mal que completaron todas
las facetas de mi definición. Pero ejemplifica la noción de simplificar el complejo problema de
generalizar el mal a través de la identificación de individuos que son supuestamente culpables,
y hacerlos pagar luego por sus acciones malignas.
El síndrome de personalidad autoritaria fue desarrollado por un equipo de psicólogos (Adorno,
Frenkel-Brunswick, Levinson & Sanford, 1950) después de la Segunda Guerra Mundial, en un
intento de dar sentido al Holocausto y al extendido atractivo del fascismo y de Hitler. Su
tendencia disposicional los llevó a focalizarse en un conjunto de factores de la personalidad

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subyacente a la mentalidad fascista. Sin embargo, lo que pasaron por alto fue el núcleo de
procesos que operaban en niveles de análisis políticos, económicos, sociales e históricos para
influir y dirigir a tantos millones de individuos a un forzado canal de comportamiento de odio
hacia los judíos y admiración hacia la aparente fortaleza de su dictador.
Esta tendencia a explicar el comportamiento observado por referencia a las disposiciones,
ignorando o minimizando el impacto de las variables situacionales, ha sido llamada el Error de
Atribución Fundamental (FAE, por sus siglas en inglés) por mi colega Lee Ross (1977). Todos
estamos sujetos a este prejuicio dual de sobreutilizar análisis disposicionales y subutilizar
explicaciones situacionales cuando afrontamos escenarios causales ambiguos que queremos
comprender. Sucumbimos a este efecto porque gran parte de nuestra educación, entrenamiento
social y profesional y organismos sociales están dirigidos hacia la focalización en la orientación
individual, disposicional. Los análisis disposicionales son una característica operativa central
de las culturas basadas en valores individualistas, en lugar de colectivistas (ver Triandis, 1994).
Así, son los individuos quienes reciben elogios y fama y riqueza por sus logros, y quienes son
honrados por su unicidad, pero son también los individuos los culpados por las enfermedades
de la sociedad. Nuestros sistemas legales, médicos, educacionales y religiosos están fundados
en principios de individualismo.
El análisis disposicional de comportamientos antisociales o antinormativos incluye estrategias
para modificación del comportamiento que hagan encajar mejor a los individuos desviados, con
educación o terapia, o que los excluyan de la sociedad con prisión, exilio o ejecución. Ubicar
el mal dentro de individuos o grupos seleccionados tiene siempre la “virtud social” de
representar a la sociedad o a sus instituciones como “sin culpa”. La focalización en las personas
como causas de mal exonera entonces a las estructuras y a la toma de decisiones políticas por
contribuir a las circunstancias fundamentales de su contribución a la creación de pobreza,
existencia marginal de algunos ciudadanos, racismo, sexismo y elitismo.
La mayor parte de nosotros está cómodo con la ilusión de que hay una línea impermeable que
separa a las malas personas de los que somos buenos. Sus límites rígidos contienen al bien de
volverse mal, o al mal de revertirse en buenos resultados. Esta visión significa también que
tenemos poco interés en comprender las motivaciones y las circunstancias que contribuyeron a
cómo los malos se involucraron por primera vez en un comportamiento malvado. Encuentro
bueno recordarme el análisis geopolítico de novelista ruso Alexander Solzhenitsyn, una víctima
de la persecución de la KGB soviética, que afirma que la línea entre el bien y el mal descansa
en el centro de todo corazón humano.

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La transformación de buen Dr.Jekyll en el maligno Mr.Hyde


Estoy seguro de que la mayor parte de los lectores quedaron tan fascinados como yo con el
relato de Robert Louis Stevenson de la transformación de conducta del buen Dr.Jekyll en el
criminar Mr.Hyde. Este cambio dramático requería de cierta extraña fórmula química. Me
pregunté, como otros, si tal transformación podía lograrse sin drogas. ¿Había otros medios que
la gente pudiera usar para cambiar el comportamiento humano de tal modo? Descubrí más tarde
que la psicología social tenía recetas para esta transformación.
Ha sido mi misión como psicólogo entender mejor cómo virtualmente cualquiera podría ser
reclutado para comprometerse en acciones malvadas que privaran a otros seres humanos de su
dignidad, humanidad y vida. Así, comienzo mis análisis de todo tipo de conducta antisocial,
incluso de las más horrendas instancias del mal, con la pregunta: “¿Qué podría llevarme a mí a
hacer lo mismo?”. Y más aún, me pregunto cuál fue el conjunto de circunstancias estructurales
y situacionales que impulsó a otros –tal vez similares a mí- a comprometerse en actos que
también alguna vez pensaron ajenos a su naturaleza. Esto me llevó en primer lugar a dejar de
lado cualquier falso orgullo de que “no soy esa clase de persona”, una vez que reconocí las
circunstancias bajo las cuales podría volverme tal clase de persona. A continuación, me condujo
a querer investigar un rango de condiciones bajo las cuales la gente ordinaria como yo podría
hacer cosas que violasen el sentido tradicional de la moralidad.
Sostengo que la mente humana es tan maravillosa que puede adaptarse a virtualmente cualquier
circunstancia del entorno conocida a fin de sobrevivir, y crear y destruir en la medida de su
necesidad. No nacemos con tendencias hacia el bien o el mal, sino con patrones mentales para
hacer cualquiera de las dos cosas, más gloriosamente que nunca antes, o más devastadoramente
de lo antes experimentado –como el desastre del World Trade Center el 11 de septiembre de
2001 reveló. Es sólo a través del reconocimiento de que somos parte de la condición humana
que la humildad se antepone al orgullo infundado en el reconocimiento de nuestra
vulnerabilidad a las fuerzas situacionales. Si bien la investigación que presentaré a continuación
ha sido absorbida con la identificación de las variables y los procesos por los cuales la gente
ordinaria puede ser seducida o iniciada a comprometerse en acciones malignas, es evidente que
ha llegado el tiempo de comprender mejor cómo hacer que la gente ordinaria resista tales
fuerzas y cómo promover un comportamiento pro-social. Si queremos desarrollar mecanismos
para combatir las transformaciones de buenas personas en perpetradores del mal, es esencial
aprender primero los mecanismos causales subyacentes a estos cambios de comportamiento.
Necesitamos descubrir el rango de variables identificables involucradas en los complejos

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procesos que influencian a tantos de nosotros a hacer tanto mal, a comprometernos tanto con el
mal alrededor del globo. El espacio no me permite revisar las múltiples contribuciones de mis
colegas a estas cuestiones, así que recomiendo sus trabajos a los lectores interesados. Por favor
ver la amplitud de ideas que fueron presentadas por colegas psicólogos sociales (Baumeister,
1997; Darley, 1992; Staub, 1989 y Waller, 2002) para comenzar.

Obediencia ciega a la autoridad: la investigación de Milgram


Stanley Milgram (1974) desarrolló un ingenioso procedimiento de investigación para demostrar
el alcance en el cual las fuerzas situacionales pueden sobreponerse a la voluntad individual de
resistir. “Asombró al mundo” con su hallazgo inesperado de proporciones extremadamente
altas de obediencia a las demandas de una autoridad de continuar dando descargas eléctricas a
una víctima inocente hasta el máximo nivel posible (ver también Blass, 2004). Encontró que
aproximadamente el 67% de los participantes de la investigación “fueron hasta el final” del
nivel máximo de descarga eléctrica de 450 voltios sobre la persona a la que supuestamente
estaban ayudando. El estudio de Milgram reveló que los ciudadanos estadounidenses ordinarios
podrían ser llevados tan fácilmente a comprometerse con “electrocutar a un agradable extraño”
como los nazis fueron llevados a asesinar judíos.
Tras su demostración inicial con estudiantes universitarios de Yale, Milgram condujo 18
variantes experimentales en más de mil sujetos de distintos antecedentes, edades, géneros y
niveles educacionales. En cada uno de esos estudios cambió una variable psicosocial y observó
su impacto en el alcance de la obediencia a la presión de una autoridad injusta para continuar
las descargas eléctricas al “estudiante-víctima”. Los datos cuentan la historia de la extrema
flexibilidad de la naturaleza humana. Casi cualquiera podría ser totalmente obediente o casi
cualquiera podría resistir las presiones de la autoridad. Todo depende de las variables
situacionales que introdujo en cada estudio. Fue capaz de demostrar que las proporciones de
obediencia podrían dispararse al 90 por ciento de la gente que dieron los 450 voltios máximos
al “estudiante-víctima”, o podrían reducirse a menos del 10 por ciento de obediencia total –al
introducir una variable en la receta de obediencia.
¿Quiere máxima obediencia? Provea modelos sociales de obediencia haciendo que los
participantes vean a sus pares comportarse en forma obediente. ¿Quiere que la gente resista las
presiones de la autoridad? Provea modelos sociales de pares que se rebelen. De modo
interesante, casi nadie descargó electricidad sobre el “estudiante-víctima” cuando éste pidió ser
electrocutado. Los participantes rehusaron la presión de la autoridad cuando la persona a la que

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dirigían sus descargas actuaba como un masoquista que quería que lo electrocutaran. En cada
una de las variantes de este rango diverso de ciudadanos estadounidenses de dos pueblos de
Connecticut, pudieron obtenerse niveles bajos, medios o altos de obediencia como si uno
simplemente hubiera girado un Dial Humano Natural.
¿Cuál es la proporción básica esperada de tal obediencia en el montaje de Milgram, de acuerdo
con los expertos en naturaleza humana? Cuando cuarenta psiquiatras recibieron la descripción
básica del experimento, ¡su estimación promedio del porcentual de ciudadanos de los EEUU
que habrían dado los 450 voltios fu sólo del uno por ciento! Sólo los sádicos se comprometerían
en ese comportamiento sádico, creyeron. Estos expertos en comportamiento humano estaban
totalmente equivocados porque ignoraron las determinantes situacionales del comportamiento
en la descripción procedural del experimento. Su entrenamiento en psiquiatría los había llevado
a confiar totalmente en la perspectiva disposicional que proviene de su entrenamiento
profesional. Esta es una instancia fuerte de operación del error fundamental de atribución en
acción.
En un sentido, lo que fue también único en el paradigma de Milgram fue su cuantificación del
mal en términos del nivel de descarga que cada persona eligió o resistió elegir [para la descarga]
en el aparato que supuestamente generaba descargas eléctricas a un tranquilo cómplice que
jugaba el rol de alumno [víctima], mientras el sujeto de la experimentación hacía de maestro
(nadie fue en realidad electrocutado, pero los participantes creían que estaban realmente
infligiendo descargas cada vez más dolorosas al incrementar el botón de voltaje).

Diez pasos en la creación de trampas malignas para buena gente


Describamos algunos de los procedimientos en este paradigma de investigación que sedujo a
muchos ciudadanos ordinarios como para comprometerse en esta conducta aparentemente
dañina. Para hacerlo, quiero dibujar paralelos con las estrategias de obediencia (o conformidad)
usadas por “profesionales de la influencia” en situaciones del mundo real, tales como gente de
ventas, reclutadores de cultos y nuestros líderes nacionales (ver Cialdini, 2001).
Entre los principios de influencia que deben extraerse del paradigma de Milgram para hacer
que la gente ordinaria haga cosas que originalmente cree que no debería, están los diez
siguientes:
1) Ofrecer una ideología, de modo tal que una gran mentira proporcione justificación para
cualquier medio que se use en conseguir el objetivo esencial que supuestamente se
desea. Presentar una justificación aceptable, o racional, para comprometerse con la

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acción no deseada, tal como querer ayudar a la gente a mejorar su memoria a través de
un uso sensato de estrategias de castigo. En los experimentos, esto se conoce como la
“historia de tapadera”, porque es una “tapadera” para los procedimientos que siguen,
que podrían no tener sentido en sí mismos. El equivalente en el mundo real es conocido
como “ideología”. La mayor parte de las naciones confía en una misma ideología de
“amenazas a la seguridad nacional” antes de ir a la guerra o suprimir a la oposición
política disidente. Es un tema ideológico familiar conveniente que los gobiernos
fascistas y las juntas militares han usado para destruir a la oposición socialista o
comunista. Cuando los ciudadanos temen que su seguridad nacional esté amenazada,
están dispuestos a entregar sus libertades básicas cuando el gobierno les ofrece ese
intercambio. En los EEUU, el temor de amenaza a la seguridad nacional planteado por
los terroristas ha llevado demasiados ciudadanos a aceptar la tortura de prisioneros
como una táctica necesaria para garantizar información que podría prevenir ataques
adicionales. Este razonamiento contribuye al trasfondo de abusos por parte de los
guardias estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib. Véase el provocativo análisis de
Susan Fiske y sus colegas acerca de por qué la gente ordinaria tortura a los prisioneros
enemigos (Fiske, Harris & Cuddy,2004);
2) Acuerde algún tipo de obligación contractual, verbal o escrita, para aprobar el
comportamiento;
3) Brinde a los participantes roles significativos que deben jugar (maestro, alumno) que
conlleven valores positivos e instrucciones de respuesta previamente aprendidos;
4) Presente reglas básicas a seguir, que parezcan tener sentido con anterioridad a su uso
efectivo, pero que puedan ser arbitrariamente utilizadas para justificar una ciega
conformidad. Haga las reglas vagas y cámbielas si es necesario;
5) Altere la semántica del acto, del actor y de la acción (de herir a víctimas a ayudar a
estudiantes castigándolos) –reemplace la realidad con la retórica de lo deseable;
6) Propicie oportunidades para la difusión de la responsabilidad por resultados negativos;
otros serán responsables, o bien no es evidente que el actor pueda ser tomado como tal;
7) Comience el camino hacia el mal absoluto con un primer paso pequeño e insignificante
(sólo 15 voltios);
8) Haga que los pasos sucesivamente incrementales en el camino sean graduales, de modo
tal que difícilmente se noten como distintos de la acción más reciente previa realizada
(al incrementar cada nivel de agresión en pasos graduales de 30 voltios, ningún nuevo

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nivel de daño es visto como una diferencia perceptible para los participantes de
Milgram);
9) Cambie la naturaleza de la influencia de la autoridad, de un inicio “justo” y razonable a
“injusto” y demandante, incluso irracional, para obtener obediencia inicial y posterior
confusión, pero obediencia continuada;
10) Haga altos los “costos de salida”, y haga difícil el proceso de salida permitiendo formas
usuales de disenso verbal (esto hace que la gente se sienta bien consigo misma),
mientras insiste en un comportamiento obediente (“Sé que usted no es esa clase de
persona, sólo siga haciendo lo que le digo”).
Estos procedimientos son usados en situaciones de influencia variadas, donde aquellos con
autoridad quieren que los otros sigan su órdenes, pero saben que muy pocos se comprometerían
en una solución del tipo “fin del juego” sin ser antes psicológicamente preparados de modo
adecuado para hacer lo “impensable”.

Sobre ser anónimo: desindividualización y destructividad


La idea de mi investigación en la que utilicé el anonimato como una variable independiente en
el estudio del comportamiento agresivo proviene no de una teoría psicológica, sino más bien de
una novela. La novela ganadora del Premio Nobel de William Golding (1962) sobre la
transformación de buenos niños cristianos británicos de un coro en pequeñas bestias asesinas
se centra en cómo el cambio en la apariencia externa de uno lleva a un cambio en el estado
mental y en el comportamiento. Pintarse, cambiar la apariencia exterior, hace posible que en
algunos niños se desinhiban impulsos antes restringidos, para matar un cerdo a fin de obtener
comida. Una vez que la acción extraña de matar una criatura fue realizada, pueden continuar
matando con placer, tanto animales como personas. ¿Es psicológicamente válido que la
apariencia externa puede impactar en los procesos internos y del comportamiento? Esa es la
pregunta que respondí con un conjunto de experimentos y estudios de campo sobre la psicología
de la desindividualización (Zimbardo, 1970).
El procedimiento básico implica hacer que mujeres jóvenes den una serie de dolorosas
descargas eléctricas a otras dos jóvenes mujeres que pueden ver ante ellas en un espejo de una
vía. La mitad fueron asignadas al azar a la condición de anonimato, o desindividuación, y la
mitad a la de unicidad, o individuación. Las cuatro estudiantes universitarias en cada grupo de
desindividuación estaban ocultas por capuchas, sus nombres fueron reemplazados por números,
y fueron tratadas como grupo, no como individuos El grupo de comparación consistía en

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aquellas tratadas como individuos, que llevaban puestas etiquetas con el nombre y a quienes se
hizo sentir únicas. Ambos tipos estaban en grupos de cuatro, y se les pidió que llevaran a cabo
las mismas respuestas de efectuar descargas eléctricas a dos mujeres “víctimas” en el curso de
20 pruebas. La “tapadera” fue que esas “víctimas” estaban tratando de ser creativas bajo estrés,
por lo que el trabajo de nuestros sujetos era estresarlas administrándoles dolorosas descargas
eléctricas mientras yo, como experimentador, les tomaba un test de creatividad. A diferencia
del paradigma de Milgram, no había ninguna autoridad insistiendo en conductas agresivas,
porque yo estaba en el cuarto adyacente, y era visto en el espejo de dos vías por los sujetos
junto a cada una de las dos mujeres del supuesto estudio de creatividad. La variable dependiente
fue la duración de la descarga administrada, no el nivel de intensidad de la misma.
Los resultados fueron claros: las mujeres en condición de desindividuación realizaron descargas
del doble a las dos víctimas que las mujeres en condición de individuación de la comparación.
Más aún, en el curso de las 20 pruebas dieron descargas a las dos víctimas por igual, una
previamente clasificada como la víctima agradable y la otra como la víctima desagradable,
mientras que los sujetos del grupo de individuación administraron menos descargas a la mujer
agradable, a lo largo del tiempo, que a la desagradable (de nuevo, ninguna descarga fue en
realidad administrada, aunque todas las participantes creían que estaban descargando
electricidad en cada una de las dos mujeres, que actuaban haciéndose las heridas por las
descargas. Una conclusión importante fluye de esta investigación y de sus varias replicaciones
y extensiones, algunas usando personal militar del Ejército belga. Todo lo que hace que alguien
se sienta anónimo, como si nadie supiera quién es, reduce la sensación de responsabilidad y
crea el potencial para que esa persona actúe de modos malignos –si y cuando la situación le da
permiso para la violencia).

Niños anónimos se vuelven agresivos en Halloween


Sabemos que la gente también se enmascara para placeres hedonistas, como en los rituales de
Carnaval en muchos países católicos. Los niños en América y en algunos otros países se ponen
máscaras y disfraces para las fiestas de Halloween. Mi antiguo estudiante, Scott Fraser (1974)
organizó que unos niños de la escuela primaria fuesen a una fiesta especial, experimental de
Halloween, dada por su maestra. Había muchos juegos para jugar, y por cada juego ganado, se
ganaban fichas que podían ser cambiadas por regalos al final de la fiesta. La mitad de los juegos
eran de naturaleza no agresiva, y la mitad eran confrontaciones entre dos niños a fin de alcanzar
la meta. El diseño experimental fue con grupos de formato A-B-A; disfraces (A), sin disfraces

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(B), disfraces (A). Inicialmente, mientras los juegos se jugaran, la maestra dijo que los disfraces
venían en camino, así que podían comenzar la diversión mientras esperaban. Luego llegaron
los disfraces, y fueron usados mientras continuaban los juegos, y, finalmente, los disfraces
fueron removidos para darlos a otros niños en otras fiestas, y los juegos pasaron a una tercera
fase; cada fase por aproximadamente una hora.
Los datos son un impactante testimonio de poder del anonimato. La agresividad se incrementó
significativamente tan pronto como los disfraces se usaron, más que duplicando el nivel
promedio de la base inicial. Pero cuando los disfraces fueron quitados, la agresión cayó hacia
debajo de los niveles de base iniciales. Igualmente interesante fue el segundo resultado, de que
la agresión le costó a los niños una pérdida de fichas. Actuar en juegos agresivos llevaba más
tiempo que hacerlo en los no agresivos, y sólo uno de los dos jugadores podía ganar, así que,
por sobre todo, ser agresivo costaba dinero, pero no importó cuando los niños estaban
disfrazados y eran anónimos. El menos número de fichas ganadas fue durante la segunda fase
(la anónima), cuando la agresión era máxima. Un tercer hallazgo importante fue que no hubo
traslación del comportamiento agresivo de la alta fase B al último nivel de fase A, que fue
comparable a la fase A inicial. El cambio de comportamiento debido al anonimato no creó un
cambio en la disposición interna, sólo un cambio en la respuesta externa. Cambie la situación,
voila, la conducta cambia de forma predecible.

Sabiduría cultural: cómo hacer que maten a los guerreros en batalla pero no en casa
Dejemos el laboratorio y la diversión y los juegos en fiestas infantiles para ir al mundo real,
donde estas cuestiones de anonimato y violencia pueden tener un significado de vida o muerte.
Algunas sociedades van a la guerra sin que los jóvenes guerreros cambien su apariencia,
mientras que otras siempre incluyen el ritual de transformación de la apariencia pintando o
enmascarando a sus guerreros (como en “El Señor de las moscas”). ¿Produce este cambio en la
apariencia externa una diferencia en cómo se trata a los enemigos de guerra? El antropólogo de
Harvard John Watson (1974) planteó esta pregunta luego de leer mi capítulo del Simposio de
Nebraska (1970). Los Archivos del Area Humana fueron su fuente de datos para tomar dos
conjuntos de datos sobre sociedades que cambian o no cambian la apariencia de sus guerreros
antes de ir a la guerra, y el alcance con el que éstos matan, torturan o mutilan a sus víctimas.
Los resultados son una impactante confirmación de la predicción de que el anonimato promueve
el comportamiento destructivo –cuando también se da permiso a comportarse de formas
agresivas que están ordinariamente prohibidas. De las 23 sociedades para las que estos dos

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conjuntos de datos estaban presentes, la mayoría (12 de 15,80%) de las sociedades en las cuales
los guerreros cambiaban su apariencia eran aquellas destacadas como más destructivas,
mientras que esto era cierto de sólo una de cada ocho cuando los guerreros no cambiaban su
apariencia antes de ir a la batalla. Noventa por ciento del tiempo en que las víctimas eran
muertas, torturadas o mutiladas, lo eran por guerreros que habían primero cambiado su
apariencia.
Así, la sabiduría cultural dicta que un ingrediente clave en la transformación de jóvenes
ordinariamente no agresivos en guerreros que pueden matar a la orden de hacerlo es cambiar
primero su apariencia externa. La guerra consiste en viejos que persuaden a jóvenes para que
dañen y maten a otros jóvenes como ellos en una guerra. Se vuelve fácil hacerlo si primero
cambian su apariencia, para alterar su fachada externa habitual, poniéndose uniformes o
máscaras, o pintando sus caras. Con este anonimato, se va la habitual focalización interna en la
compasión o la preocupación por los otros. Cuando la guerra se gana, la cultura dicta que sus
guerreros vuelvan a su status pacífico –fácilmente logrado removiendo el uniforme, sacándose
la máscara, y volviendo a su antigua fachada externa.

El modelo de Bandura de desvinculación moral y deshumanización


El mecanismo psicológico involucrado en volver mala a la buena gente está encarnado en dos
modelos teóricos, el primero elaborado por mí (1970) y modificado por subsiguientes
variaciones de mis conceptos de desindividuación de modo notable por Dienner (1980). El
segundo es el modelo de Bandura de desvinculación moral (1988), que especifica las
condiciones bajo las cuales cualquiera puede ser llevado a actuar inmoralmente, incluso
aquellos que usualmente adscribe a niveles altos de moralidad.
El modelo de Bandura describe cómo es posible desvincularse moralmente de la conducta
destructiva utilizando un conjunto de mecanismos cognitivos que alteran: a) la propia
percepción de la conducta reprensible (entrando en justificaciones morales, realizando
comparaciones paliativas, usando nombres eufemísticos para la propia conducta); b) el propio
sentido de los efectos perjudiciales de esa conducta (minimizando, ignorando o tergiversando
las consecuencias); c) el propio sentido de la responsabilidad por el vínculo entre la conducta
reprensible y sus efectos perjudiciales (desplazando o diluyendo la responsabilidad); y d) la
propia visión de la víctima (deshumanizándola, y atribuyendo la culpa del resultado a ella).
Bandura y sus discípulos (Bandura, Underwood y Fromson, 1975) diseñaron un poderoso
experimento que es una simple y elegante demostración del poder de las marcas de

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deshumanización. Revela cuán fácil es inducir a estudiantes universitarios inteligentes para que
acepten una marca deshumanizante sobre otras personas y actúen luego agresivamente, basados
en ese término estereotipado. Un grupo de cuatro participantes fue llevado a creer que estaba
oyendo, sin querer, al asistente de investigación decir al experimentador que los estudiantes de
otra universidad estaban presentes para iniciar el estudio en el cual ellos tendrían que darles a
esos estudiantes descargas eléctricas de distinta intensidad (supuestamente como parte de un
estudio grupal de solución de problemas). En una de las tres condiciones asignadas al azar, los
sujetos oyeron sin querer decir al experimentador que los otros estudiantes parecían
“agradables”. En la segunda condición, oyeron que los otros estudiantes parecían “animales”,
en tanto que para el tercer grupo el asistente no etiquetó a los estudiantes del otro grupo.
La variable dependiente de intensidad de la descarga reflejaba claramente esta manipulación
situacional. Los sujetos del experimento dieron más descargas a aquellos marcados como
“animales”, y sus niveles de voltaje se incrementaron linealmente durante las pruebas. Aquellos
etiquetados como “agradables” recibieron las descargas menores, mientras que el grupo no
marcado estuvo en el medio de estos dos extremos. Así, una simple palabra -“animales”- fue
suficiente para incitar a estudiantes universitarios inteligentes a tratar a otros así marcados como
si los supieran bien que merecían ser dañados.
Es también interesante que un examen detallado de los datos gráficos muestra que en el primer
ensayo no hay diferencia en los tres tratamientos experimentales en el nivel de descarga
administrada, pero con cada oportunidad sucesiva, los niveles de descarga divergen. Aquellos
que debían realizar las descargas a los así llamados “animales” lo hacían más y más en el
tiempo, un resultado comparable con el nivel incremental de descarga de las estudiantes
desindivualizadas de mi estudio previo. Este crecimiento de la respuesta agresiva en el tiempo,
con práctica, o con experiencia, ilustra que un efecto de auto-refuerzo de la agresividad o una
respuesta violenta –es incrementalmente placentero. Tal vez el placer no está tanto en infligir
dolor a otros como en el sentimiento de poder y control que uno siente en tal situación de
dominación.

Suspensión de los controles cognitivos usuales que guían la acción moral


Lo que mi modelo agrega a la mezcla de lo que se necesita para hacer que buenas personas se
comprometan en acciones malignas es un foco en el rol de los controles cognitivos que
usualmente guían el comportamiento hacia formas socialmente deseables y personalmente
aceptables. Puede ser logrado derribando estos procesos de control, bloqueándolos,

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minimizándolos o reorientándolos. Hacerlo suspende la autoconciencia, el sentido de


responsabilidad personal, la obligación, el compromiso, la responsabilidad, la moralidad y el
análisis en término de costo/beneficio de ciertas acciones. Las dos estrategias generales para
lograr este objetivo son: reducir las pistas de responsabilidad social del actor (nadie sabe quién
soy, ni le importa), y reducir las preocupaciones por la auto-evaluación del actor. Lo primero
elimina preocupaciones por la evaluación social, por la aprobación social, y lo logra haciendo
que el actor se sienta anónimo. Funciona cuando uno funciona en un entorno que transmite
anonimato y difumina la responsabilidad personal a través de otros en la situación. La segunda
estrategia detiene el auto-monitoreo y la consistencia en el monitoreo confiando en tácticas que
alteran el propio estado de conciencia (a través de drogas, elevación de emociones fuertes,
acciones híper-intensas, ingreso en una orientación extendida del presente donde no hay
preocupación sobre el pasado o el futuro), y proyectando la responsabilidad afuera, sobre otros.
Mi investigación sobre desindividuación y la de otros psicólogos sociales (ver Prentice-Dunn
& Rogers, 1983) difiere del paradigma de los estudios de Milgram en que no hay una figura de
autoridad presente urgiendo al sujeto a obedecer. En su lugar, la situación es creada de modo
tal que los sujetos actúan de acuerdo con caminos que se les ponen a disposición, sin pensar el
sentido de las consecuencias de esas acciones. Sus acciones no son guiadas cognitivamente
como lo suelen ser típicamente, sino dirigidas por las acciones de otros que están próximos a
ellos, o por sus estados emocionales fuertemente exacerbados, y por las señales situacionales
disponibles, tales como la presencia de armas (ver Berkowitz, 1993).

Los males del vandalismo se difunden en entornos de anonimato


Es posible para ciertos entornos transmitir una sensación de anonimato en aquellos que viven o
se comportan en ellos. Cuando esto ocurre, la gente que vive allí no tiene un sentimiento de
comunidad. El vandalismo y los graffiti pueden ser interpretados como un intento individual de
notoriedad pública en una sociedad que los desindividualiza, que no les da una salida legítima
para el reconocimiento público. El vandalismo puede ser un intento de tener un impacto en el
entorno de uno, a través de la destrucción, cuando hacer las cosas constructivamente no parece
posible.
Realicé un simple trabajo de campo para demostrar las diferencias ecológicas entre un lugar
donde reina el anonimato versus un sentimiento de comunidad dominante en la escena.
Abandoné autos usados, pero en buen estado, en el Bronx, New York City, y en Palo Alto,
California, a una cuadra de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Stanford,

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respectivamente. Las placas fueron removidas, y se dejaron unas capuchas levemente alzadas
–para servir como “pistas etológicas” al comportamiento atacante de potenciales vándalos.
Trabajé rápidamente en el Bronx, mientras veíamos y filmábamos desde un punto escondido al
otro lado de la calle. Dentro de los 10 minutos del inicio oficial de este estudio, aparecieron los
primeros vándalos. Este desfile de vándalos continuó por dos días; cuando ya no quedaba nada
de valor para despojar, los vándalos comenzaron a destruir los restos. En 48 horas grabamos 23
contactos destructivos distintos, realizados por individuos o grupos, que a veces tomaban algo
del vehiculo abandonado y otras destruían algo. Sólo uno de estos episodios, curiosamente,
involucró a adolescentes; el resto fueron adultos, muchos bien vestidos y muchos que
manejaban automóviles, de modo tal que podrían calificar por lo menos como clase media baja.
El anonimato puede volvernos vándalos desvergonzados a todos. ¿Pero qué pasó con el destino
del auto abandonado en Palo Alto? Nuestro film reveló que nadie vandalizó parte alguna del
vehículo en un período de 5 días. Cuando sacamos el auto, tres residentes locales llamaron a la
policía para decir que un auto abandonado estaba siendo robado (la policía local había sido
oficialmente notificada de nuestro estudio de campo). Esta es una definición de “comunidad”
donde la gente se preocupa acerca de lo que pasa en su territorio incluso cuando por la persona
o la propiedad extrañas. Pienso que lo hacen basados en parte en la recíproca suposición de que
otros en ese vecindario se preocuparían también por ellos.
Siento ahora que cualquier condición del entorno, o social, que contribuya a hacer que algunos
miembros de la sociedad se sientan anónimos, que nadie sabe quiénes son, que nadie reconoce
su individualidad y por lo tanto su humanidad, los vuelve potenciales asesinos y vándalos, un
peligro para mi persona y para mi propiedad –y para la suya (Zimbardo, 1976).
Curiosamente, esta pequeña demostración de campo, que fue publicitada por la revista Time
(28 de febrero de 1969, “Diario de un automóvil vandalizado”), fue la única investigación
empírica presentada en apoyo de una teoría controversial sobre el crimen, conocida como “la
teoría del Vidrio Roto”. El cientista político James Q.Wilson y el criminólogo George Kelling
delinearon su novedosa teoría acerca de las causas gemelas de crimen en un artículo de la
popular Atlantic Monthly (marzo de 1982). El crimen es producto de criminales individuales y
de condiciones situacionales de desorden público. Cuando la gente ve autos abandonados en las
calles, graffiti en todas partes y ventanas rotas y no cubiertas, es un signo de que a nadie le
importa realmente ese vecindario. Esta percepción de desorden público o desarreglo baja las
inhibiciones contra mayores acciones destructivas o criminales de aquellos que no son
ordinariamente criminales. Su solución al crimen: remover los autos abandonados, tapar los

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graffiti y reparar las ventanas rotas. Cuando este consejo fue seguido en la ciudad de Nueva
York, las proporciones del crimen bajaron significativamente en el año posterior. Me complace
que este pequeño estudio haya podido tener un efecto indirecto tan grande.

La imaginación hostil creada por caras del enemigo


Necesitamos añadir uno pocos principios operacionales más a nuestro arsenal de armas que
disparan actos malignos entre hombres y mujeres que son ordinariamente buenos. Para hacerlo
necesitamos elevarnos por sobre la investigación focalizada en actores individuales y mirar a
los Estados-nación. Podemos aprender acerca de algunos de estos principios considerando
cómo las naciones preparan a sus jóvenes a comprometerse en guerras mortales y preparan a
sus ciudadanos para apoyar los riesgos de ir a una guerra, en especial una guerra de agresión.
Esta difícil transformación se logra con una forma especial de condicionamiento cognitivo.
Imágenes del “Enemigo” son creadas por la propaganda nacional a fin de preparar las mentes
de los soldados y ciudadanos para odiar a aquellos que entran en la nueva categoría de tu
enemigo. Este condicionamiento mental es el arma más potente del soldado, sin la cual
probablemente nunca dispare su arma para matar a otro joven que está en el blanco de su mira.
Un fascinante recuento de cómo esta “imaginación hostil” es creada en las mentes de los
soldados y sus familias se presenta en “Faces of the Enemy” [“Caras del Enemigo”] de Sam
Keen (1991; 2004), y su compañía de DVD.
Los arquetipos del enemigo son creados por la propaganda, fabricados por los gobiernos de la
mayor parte de las naciones contra aquellos considerados los peligrosos “ellos”, “externos”,
“enemigos”. Estas imágenes visuales crean una paranoia social consensual que se focaliza en
el enemigo, que podría dañar a las mujeres, niños, hogares y dios de los soldados de la nación,
al modo de vida, y así siguiendo. El análisis de Keen de esta propaganda en una escala mundial
revela que hay un número selecto de categorías utilizadas como “homo hostilitis” para inventar
un enemigo maligno, en las mentes de los buenos miembros de tribus honestas. El enemigo es:
agresor, sin cara, sin dios, violador, bárbaro, codicioso, criminal, torturador, la muerte, un
animal deshumanizado, o simplemente una abstracción. Por último, está el enemigo como
valioso, un oponente heroico que debe ser aplastado en un “combate mortal” –como en el video
game del mismo nombre.

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¿Pueden los hombres mayores ordinarios volverse asesinos de la noche a la mañana?


Una de las ilustraciones más claras de mi tema fundamental sobre cómo la gente ordinaria puede
ser transformada para comprometerse en acciones malignas que son extrañas a su historia
pasada y a su desarrollo moral, viene del análisis del historiador británico Christopher
Browning. Narra en “Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101 and the Final Solution in
Poland” (1993)2 que, en marzo de 1942, aproximadamente el 80 por ciento de todas las víctimas
del Holocausto estaban aún vivas, pero apenas 11 meses después aproximadamente el 80 por
ciento estaban muertas. En este corto período de tiempo, la Endlösung (Solución Final de Hitler)
fue energizada por medio de una intensa ola masiva de escuadrones móviles de asesinos en
Polonia. Este genocidio requería la movilización de una máquina de matar en gran escala, en
un momento en el que los soldados alemanes aptos eran necesarios en el frente de Rusia que
colapsaba. Dado que la mayor parte de los judíos polacos vivían en pequeños pueblos y no en
grandes ciudades, la pregunta que Browning formuló acerca del alto comando alemán fue
“¿dónde encontraron el personal durante este año crucial de la guerra para el asombroso éxito
logístico del asesinato masivo?” (p.xvi).
Su respuesta viene de los archivos de crímenes de guerra nazis, en la forma de las actividades
del Batallón de Reserva 101, una unidad de unos 500 hombres de Hamburgo, Alemania. Eran
hombres de familia, mayores, demasiado viejos para ser convocados al ejército, de clases
trabajadora y media-baja, sin experiencia en policía militar; simples reclutas novatos enviados
a Polonia sin aviso ni entrenamiento en su misión secreta –el exterminio total de todos los judíos
que vivían el los pueblos remotos de Polonia. En sólo 4 meses, mataron disparándoles a
quemarropa al menos a 38.000 judíos, y enviaron otros 45.000 deportados al campo de
concentración de Treblinka.
Al principio, el comandante les dijo que era una misión difícil que el batallón debía obedecer.
Sin embargo, agregó que cualquiera individualmente podía rehusarse a ejecutar a estos
hombres, mujeres y niños. Los registros indican que al principio alrededor de la mitad de los
hombres se rehusaron, y dejaron que otros reservistas de la policía se comprometieran en el
asesinato masivo. Pero andando el tiempo, los procesos de modelización social cobraron su
cuota, como lo hizo toda persuasión sobre la inducción a la culpa realizada por los reservistas
que habían realizado los disparos. Para el final de aquella jornada hasta un 90 por ciento de los
hombres en el Batallón 101 se habían involucrado en los disparos, incluso tomando

2
Hay versión en español. Browning, C.(2002): “Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en
Polonia”. Barcelona: Edhasa (N.del T.).

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orgullosamente fotos de sus primeros planos y de sus matanzas de judíos. Como las fotos de
los guardias en la prisión de Abu Ghraib, estos policías se incluyeron en sus “fotos trofeo” como
orgullosos eliminadores de la amenaza judía.
Browning deja claro que no hubo selección especial de estos hombres, que eran tan “ordinarios”
como se pueda imaginar –hasta que fueron puestos en una situación en la cual tenían permiso
“oficial” y estímulo para actuar sádica y brutalmente contra aquellos arbitrariamente marcados
como el “enemigo”. También compara el mecanismo subyacente que opera una tierra tan lejana
y en un tiempo tan distante con los procesos psicológicos que operan en la investigación de
Milgram y en el Experimento de la Prisión de Stanford.

Educación de imaginaciones llenas de odio y destructivas


La segunda gran clase de principios operacionales a través de los cuales gente de otra forma
buena puede ser reclutada para el mal es a través de procesos de educación/socialización
sancionados por el gobierno en el poder, representados en los programas escolares y apoyados
por padres y maestros. Un primer ejemplo es la forma en la cual los niños alemanes en los
1930’s y 40’s fueron sistemáticamente adoctrinados para odiar a los judíos, para hacerlos sus
enemigos a todos los efectos de la nueva nación germana. La limitación de espacio no permite
una documentación completa de este proceso, pero incluiré varios ejemplos de una forma por
la cual los gobiernos son responsables de sancionar el mal.
En Alemania, en cuanto el Partido Nazi tomó el poder, en 1933, ningún objetivo de nazificación
tuvo una prioridad mayor que la reeducación de la juventud alemana. Hitler escribió: “No tendré
entrenamiento intelectual. El conocimiento es ruin para mis jóvenes. Una juventud violenta,
activa, dominante, brutal –eso es lo que busco” (“El Nuevo Orden”, 1989, pp.101-2). Para
enseñar a la juventud geografía y raza, se ordenaron y crearon manuales básicos como inicio de
lectura en el primer grado de la escuela primaria (ver Brooks, 1989). Estos “manuales del odio”
eran libros de historieta con colores brillantes, que contrastaban la belleza rubia de los arios con
la despreciablemente fea caricatura del judío. Se vendieron cientos de miles. Uno se titulaba:
“No confíes en ningún zorro en el prado verde y en ningún judío en su promesa”. Lo más
insidioso en esta clase de condicionamiento del odio es que las cuestiones se presentaban como
hechos que debían ser aprendidos y sobre los que había que dar examen, o sobre los cuales
había que practicar nueva caligrafía. En la copia de “No confíes en ningún zorro”, texto que
revisé, una serie de historietas ilustra todas las formas en la que los judíos engañan a los arios,

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se vuelven ricos y gordos al dominarlos, son lascivos, crueles y sin compasión por el ruego de
los arios pobres y ancianos.
Los escenarios finales describen la retribución que los niños arios logran en primer lugar por
expulsar maestros y niños judíos de sus escuelas –así, el “orden y disciplina correctos” pueden
de nuevo enseñarse, prohibiéndoles el acceso a áreas comunitarias, como parques públicos, y
luego expulsándolos de Alemania. El texto en la historieta dice ominosamente: “Calle de mano
única”. De hecho, era una calle de mano única que llevaba eventualmente a los campos de
concentración y crematorios que fueron la pieza central de la Solución Final de Hitler para el
genocidio de los judíos. Así, el mal institucionalizado se difundió perversa e insidiosamente, a
través de pervertir la educación alejándola de los ejercicios de pensamiento crítico que abren
las mentes de los estudiantes a nuevas ideas, y se cerró las mentes en torno a aquellos indicados
como enemigos del pueblo. Controlando la educación y los medios de propaganda, cualquier
líder nacional puede producir los escenarios fantásticos descriptos en la aterradora novela de
George Orwell “1984”.
El mal institucionalizado que Orwell retrata vívidamente en su recuento ficcional de la
dominación del estado por sobre los individuos va más allá de la imaginación del novelista
cuando es su profética visión es llevada a validez operativa por poderosos líderes de un culto,
o por agencias y departamentos dentro de la actual administración nacional de los EEUU. He
descripto los paralelos directos entre la estrategias de control de la mente y las tácticas que
Orwell atribuye al “Partido”, y las que el reverendo Jim Jones usó para dominar a los miembros
de su culto político/religioso, El Tempo del Pueblo (Zimbardo, 2005). Jones orquestó los
suicidios/asesinatos de más de 900 ciudadanos estadounidenses en las junglas de Guyana
veinticinco años atrás, el final de su gran experimento en control institucionalizado de la mente.
Supe de antiguos miembros de este grupo que Jones no sólo leyó “1984”, sino que habló sobre
ella con frecuencia y encargó al cantante de la iglesia una canción titulada “1984 está llegando”,
que todos tenían que cantar en algunos servicios.

El Experimento de la Prisión de Stanford: corromper el poder institucional y sistémico


Esta investigación sintetizó muchos de los procesos y variables delineadas con anterioridad; las
de anonimato de lugar y de persona que contribuyen a crear estados de desindividuación, de
deshumanización de las víctimas, de dar a algunos actores (guardias) permiso para controlar a
otros (prisioneros), y situar a todos en un único escenario (la prisión), que la mayor parte de las
sociedades del mundo reconocen que provee cierta forma de sanciones institucionalmente

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aprobadas para el mal a través de los diferenciales extremos de control y poder que la prisión
fomenta.
En 1971, yo y mis estudiantes (Zimbardo, Haney, Banks & Jaffe,1973) diseñamos un
experimento dramático que se extendería por un período de dos semanas, a fin de dar a los
participantes de nuestra investigación tiempo suficiente como para involucrarse totalmente en
sus roles, experimentalmente asignados, de guardias o prisioneros. Tener a los participantes
viviendo en ese montaje noche y día, si eran prisioneros, o trabajando allí por turnos de 8 horas,
si eran guardias, permitía también tiempo suficiente para que se desarrollaran las normas
situacionales y para que emergieran, cambiaran y cristalizaran los patrones de interacción
social. La segunda característica de este estudio fue garantizar que todos los participantes de la
investigación fueran inicialmente tan normales como fuese posible, saludables física y
mentalmente, y sin historia alguna de haberse visto involucrados en drogas, crímenes o
violencia.
Estas precondiciones eran esenciales si queríamos desenredar el nudo de lo situacional versus
lo disposicional. Qué obtenía la situación de esta colección de jóvenes similares,
intercambiables, versus qué emanaba de los participantes de la investigación basado en las
disposiciones únicas que traían al experimento. La tercera característica del estudio fue la
ausencia de cualquier entrenamiento previo acerca de cómo desempeñar los roles asignados al
azar de prisionero y guardia, a fin de dejar como estaba el aprendizaje social previo de cada
sujeto acerca del significado de las prisiones y las instrucciones de comportamiento asociados
con los roles opuestos de prisionero y guardia. La cuarta característica fue elaborar el montaje
experimental tan cercano a una simulación funcional de la psicología de la prisión como fuese
posible. Los detalles acerca de cómo creamos un montaje menta comparable al de los
prisioneros y guardias reales se brindan en múltiples artículos que escribí sobre el estudio (ver
Zimbardo et.al., 1973; Zimbardo, 1975).
Fueron centrales a este montaje mental cuestiones de poder y falta de poder, dominación y
sumisión, libertad y servidumbre, control y rebelión, identidad y anonimato, reglas coercitivas
y roles restrictivos. En general, estos constructos psicosociales tomaron realidad operacional
poniendo a los sujetos uniformes apropiados, usando utilería apropiada (esposas, porras de
policía, silbatos, señales en puertas y pasillos), reemplazando las puertas de los corredores por
barras de prisión para crear celdas, eliminando ventanas y relojes que mostraran la hora o el
momento del día, con reglas institucionales que removían/sustituían los nombres individuales

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por números (prisioneros), o con títulos para el staff (señor Oficial Correccional, Alcalde,
Superintendente), y dando a los guardias poder de control sobre los prisioneros.
Los sujetos fueron reclutados entre alrededor de 100 que respondieron a nuestros avisos en el
diario local de la ciudad. Se tomó una evaluación de sus antecedentes que consistía en una
batería de cinco tests psicológicos, historia personal, y entrevistas en profundidad. Los 24
evaluados como más normales y saludables en todo aspecto, fueron asignados aleatoriamente,
la mitad al rol de prisionero y la mitad al de guardia. Los estudiantes-prisioneros padecieron un
arresto sorpresa realista llevado a cabo por oficiales del Departamento de Policía de Palo Alto,
que cooperó con nuestro plan. El oficial a cargo del arresto procedió con un arresto formal,
llevando a los “delincuentes” a la estación de Policía para ser fichados, tras lo cual cada
prisionero fue llevado a nuestra prisión en el sótano reconstruido de nuestro Departamento de
Psicología.
El uniforme de los prisioneros era un guardapolvo con número de identificación. Los guardias
vestían uniformes de estilo militar, y anteojos oscuros de cristal espejado para aumentar el
anonimato. Todo el tiempo había 9 prisioneros en el “patio”, 3 en la celda y 3 guardias
trabajando en turnos de 8 horas. Los datos fueron recogidos en términos de grabaciones de
video, grabaciones secretas de audio de conversaciones de los prisioneros en sus celdas,
entrevistas y tests en distintos momentos durante el estudio, reportes posteriores a la
experimentación, y observaciones directas a escondidas.
Para una cronología detallada y un recuento completo de las reacciones de conducta que
siguieron, referimos a los lectores a las referencias dadas más arriba, y a Zimbardo, Maslach y
Haney (1999), y a nuestro sitio web, www.prisonexp.org (una traducción al italiano fue
realizada recientemente por Piero Bocchiaro).
Para los propósitos actuales, permítanme simplemente afirmar que las fuerzas situacionales
negativas abrumaron a las tendencias disposicionales positivas. La situación de Mal triunfó por
sobre la gente de Bien. Nuestro experimento, proyectado para 2 semanas, tuvo que ser
terminado sólo 6 días después, por la patología que estábamos viendo. Jóvenes pacifistas se
comportaban de modo sádico en su rol de guardias, infligiendo humillación, dolor y sufrimiento
a otros jóvenes si tenían el status inferior de prisioneros. Algunos guardias incluso reportaron
que disfrutaban haciéndolo. Otros, siendo estudiantes inteligentes y saludables, se comportaban
patológicamente, sufriendo muchos “colapsos emocionales” como en los trastornos por estrés,
a un extremo tal que cinco de ellos tuvieron que ser retirados dentro de la primera semana. Los
prisioneros que se adaptaron mejor a la situación fueron los que siguieron las órdenes sin pensar,

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se volvieron ciegamente obedientes a la autoridad, y permitieron a los guardias


deshumanizarlos y degradarlos cada vez más con el paso de los días y las noches. La única
variable de la personalidad que tuvo algún valor predictivo significativo fue la de la escala F de
autoritarismo: cuanto más alto era el puntaje, mayor era la cantidad de días que el prisionero
sobrevivía en ese ambiente totalmente autoritario.
Terminé el experimento no sólo por el nivel incremental de violencia y degradación por parte
de los guardias contra los prisioneros, que fue evidente al ver los videos de sus interacciones,
sino también porque tomé conciencia de la transformación personal que estaba padeciendo. Me
había vuelto un Superintendente de la Prisión, el segundo rol que jugué junto al de Investigador
Principal. Comencé a hablar, caminar y actual como una figura institucional autoritaria rígida,
más preocupada por la seguridad de “mi prisión” que por las necesidades de los jóvenes
confiados a mi cuidado como investigador en psicología. En un sentido, considero que la
medida más profunda del poder en esta situación fue el alcance hasta el cual me transformó.
Finalmente, tuvimos al final del estudio largas sesiones informativas para guardias y
prisioneros, chequeos periódicos durante muchos años. Por fortuna, no hubo consecuencias
negativas duraderas de este poderoso experimento.

El Mal de la inacción
“Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”, es el
mensaje importante a destacar en nuestra próxima sección, que proviene del estadista Edmund
Burke.
Nuestra comprensión habitual del mal se focaliza en las acciones violentas y destructivas, pero
la inacción puede también volverse mal, cuando la ayuda, el disenso y la desobediencia son
necesarias. Los psicólogos sociales escucharon la alarma cuando el caso del infame Kitty
Genovese llegó a la portada de los diarios nacionales. Mientras era atacada, apuñalada y
finalmente asesinada, 39 personas en un complejo de viviendas oyeron sus gritos y no hicieron
nada para ayudar. Pareció obvio que era un óptimo ejemplo de la insensibilidad de los
neoyorkinos, como muchos medios masivos reportaron. Un argumento contrario a este análisis
disposicional vino en la forma de una serie de estudios clásicos de Bibb Latane y John Darley
(1970) sobre la intervención de los espectadores. Un hallazgo clave fue que la gente es menos
propensa a ayudar cuando está en un grupo, cuando percibe a otros disponibles que podrían
ayudar, que cuando está sola. La presencia de otros difumina el sentido de responsabilidad
personal de cualquier individuo.

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Una poderosa demostración de la falta de ayuda a extraños en peligro fue montada por John
Darley y Dan Batson (1974). Imagine que es un estudiante de teología en camino a dar el
sermón del Buen Samaritano a fin de que sea grabado en video para un estudio de psicología
sobre comunicación efectiva. Imagine que mientras se dirige desde el departamento de
psicología hacia el centro de grabación en video, pasa junto a un extraño acurrucado en un
callejón, en extremo sufrimiento. ¿Hay alguna condición que pueda concebir que pueda hacer
que no se detenga para ser el Buen Samaritano? ¿La presión del tiempo? ¿Cambiaría algo si
estuviera llegando tarde a dar el sermón? Apuesto a que le gustaría creer que no cambiaría nada,
que se detendría y lo ayudaría sin importar las circunstancias. ¿Correcto? Recuerde que usted
es un estudiante de teología, pensando en ayudar a un extraño que sufre, lo cual es ampliamente
recompensado en el relato bíblico.
Los investigadores asignaron aleatoriamente a los estudiantes del Seminario Teológico de
Princeton tres condiciones que hacían variar cuánto tiempo pensaban que tenían entre recibir
de los investigadores sus encargos e ir al departamento de comunicación a grabar sus discursos
sobre el Buen Samaritano. La conclusión: no sea una víctima que sufre cuando la gente está
demorada y apurada, ¡porque el 90 por ciento de ellos es probable que lo pase de largo, sin
prestarle ninguna ayuda! Cuanto más tiempo pensaban los seminaristas que tenían, más
probable era que se detuvieran y ayudaran. Así, la variable situacional de presión del tiempo
daba cuenta de una variación mayor en la ayuda, sin necesidad alguna de recurrir a
explicaciones disposicionales sobre el carácter insensible, cínico o indiferente de los estudiantes
de teología, tal como se asumió que eran los que no ayudaron a Kitty Genovese.
Junto a los perpetradores del mal, están casi siempre los que saben qué está pasando y no
intervienen para ayudar, para desafiar el mal, y permiten de ese modo que el mal persista por
su inacción cuando debieran haber actuado. Había buenos guardias en el Experimento de la
Prisión de Stanford, que no dañaban a los prisioneros, pero ni una vez se opusieron a los actos
degradantes de los malos guardias. En el caso de los abusos en la prisión de Abu Ghraib, está
claro que mucha gente sabía de los abusos, incluso médicos y enfermeras, pero nunca
intervinieron (ver Zimbardo 2004).

Torturadores y verdugos: ¿tipos patológicos o imperativos situacionales?


Hay pocas cuestiones menos debatidas que el hecho de que la tortura sistemática de personas
sobre sus congéneres representa uno de los lados más oscuros de la naturaleza humana.
Seguramente, mis colegas y yo razonamos que hay un lugar donde el mal disposicional podría

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manifestarse entre esos torturadores que realizaron sus sucias acciones a diario durante años en
Brasil, como policías aprobados por el gobierno para obtener confesiones a través de la tortura
a los enemigos del estado. Comenzamos por focalizarnos en los torturadores, tratando de
entender sus psiques y las formas en las que fueron moldeados por las circunstancias, pero
tenemos que expandir nuestra red analítica para capturar a sus camaradas de armas que eligieron
o fueron asignados a otra rama del trabajo violento –los verdugos de los escuadrones de la
muerte. Todos compartían un “enemigo común” –hombres, mujeres y niños que, siendo
ciudadanos del mismo estado, incluso vecinos, eran declarados por “las autoridades” como
amenazas a la seguridad nacional del país. Algunos tenían que ser eliminados eficientemente,
mientras que otros que podían retener información secreta debían ser quebrados y confesar su
traición.
En el cumplimiento de esta misión, esos torturadores podían confiar en el “mal creativo”
encarnado en los dispositivos de tortura y en las técnicas refinadas durante siglos desde la
Inquisición de los representantes de la Iglesia, y más tarde en el Estado nacional. Pero
agregaban una cuota de improvisación para acomodarse a las resistencias y capacidades de
adaptación particulares del enemigo que tenían ante ellos, que proclamaba inocencia, se
rehusaba a admitir su culpabilidad, o no era intimidado. Tomó a esos torturadores tiempo y
percepción de las debilidades humanas que podían explotarse el volverse expertos en su oficio,
en contraste con la tarea de los escuadrones de la muerte, que con capuchas y anonimato, buenas
armas, y apoyo del grupo, podían despachar su deber con la patria rápida e impersonalmente.
Para el torturador, el trabajo nunca puede estar terminado. La tortura siempre involucra una
relación personal, esencial para comprender qué clase de tortura emplear, qué intensidad de
tortura usar en esa persona en ese momento. Si se usa la clase se equivocada, o muy poco: no
hay confesión. Si se excede, la víctima muere antes de la confesión. En cualquier caso, el
torturador fracasa. Aprender a seleccionar el tipo y grado correcto de tortura que entrega la
información deseada, hace abundantes las recompensas, y el elogio de los superiores.
¿Qué clase de hombres pueden hacer tales actos? ¿Necesitan tener impulsos sádicos y una
historia de experiencias de vida sociopáticas para cortar y rasgar la carne de seres como ellos
día tras día durante años? ¿Son estos trabajadores de la violencia de una estirpe separada del
resto de la humanidad, malas semillas, troncos de árbol malos, malas flores? ¿O es concebible
que pudieran ser programados para llevar a cabo sus deplorables actos por medio de programas
de entrenamiento identificables y replicables? ¿Puede un conjunto de condiciones externas,
situaciones variables y que contribuye a la creación de estos torturadores y asesinos ser

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identificado? Si los actos malignos no fueran rastreables en defectos internos, sino más bien
atribuibles a fuerzas externas que actúan sobre ellos –las componentes de experiencia políticas,
económicas, sociales e históricas de su entrenamiento policial- podríamos estar en condiciones
de generalizar a través de las culturas y los escenarios aquellos principios responsables por esta
notable transformación. Martha Huggins, Mika Haritos-Fatouros y yo entrevistamos a varias
docenas de estos trabajadores de la violencia en profundidad, y recientemente publicamos un
resumen de nuestros métodos y hallazgos (Huggins, Haritos-Fatouros & Zimbardo, 2002).
Mika tenía un estudio previo similar de torturadores entrenados por la junta militar de Grecia,
y nuestros resultados fueron ampliamente congruentes con los de ella (Haritos-Fatouros, 2003).
Los sádicos son excluidos por los entrenadores en el proceso de entrenamiento, porque no son
controlables, obtienen placer infligiendo dolor a otros y, por ello, no sostienen el foco en el
objetivo de extraer una confesión. Por toda la evidencia que podemos exhibir, estos trabajadores
de la violencia no eran inusuales ni desviados en ninguna forma antes de practicar su nuevo rol,
ni había tendencias o patologías desviadas persistentes entre ninguno de ellos en los años
posteriores a su trabajo como torturadores y verdugos. Su transformación era totalmente
entendible como una consecuencia del entrenamiento que se les daba para jugar su nuevo rol;
camaradería de grupo; aceptación de la ideología de la seguridad nacional, y creencia en que
los socialistas-comunistas eran los enemigos de su estado. Eran también influenciados
haciéndolos creer especiales, por encima y mejores que sus pares en el servicio público, por el
secreto de sus tareas, por la presión constante para producir resultados sin tomar en cuenta la
fatiga o los problemas personales. Reportamos varios casos de estudios detallados que
documentan lo ordinario de estos hombres involucrados en la más atroz de las acciones,
aprobada por su gobierno en ese momento de la historia, pero reproducible en este tiempo en
toda obsesión de la nación con la seguridad nacional y en los miedos al terrorismo que permiten
la suspensión de las libertades básicas individuales.

Hombres-bomba: ¿fanáticos sin sentido o mártires conscientes?


Sorprendentemente, lo que es verdad para estos trabajadores de la violencia es comparable con
la naturaleza de la transformación de jóvenes palestinos de estudiantes en hombres-bomba
suicidas que matan israelíes. Recientes informes de los medios coinciden en hallazgos de
análisis más sistemáticos de los procesos de volverse un asesino suicida (ver Atran, 2003;
Bennet, 2003; Hoffman, 2003; Merari, 1990,2002; Myer, 2003). Hubo más de 95 bombardeos
suicidas de palestinos contra israelíes desde septiembre de 2000. Al principio, y con mayor

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frecuencia, los terroristas eran hombres jóvenes, pero de modo reciente media docena de
mujeres se unieron al rango de bombarderas suicida. Ha sido declarado crimen insensato y sin
sentido por los atacados y por los observadores externos, y se ha dicho de todo sobre el tema,
excepto cómo son en realidad aquellos íntimamente involucrados. Se creyó que quienes
adoptaban este rol fatalista eran jóvenes pobres, desesperados, socialmente aislados, y sin
instrucción, carrera ni futuro. Este estereotipo queda roto por los retratos reales de estos jóvenes
hombres y mujeres, muchos estudiantes con esperanzas de un futuro mejor, inteligentes,
atractivos, conectados con su familia y comunidad.
Ariel Merari, un psicólogo israelí que ha estudiado este fenómeno por muchos años, delinea los
pasos comunes en el camino a estas muertes explosivas. Los miembros superiores de un grupo
extremista identifican primero gente joven en particular que parece tener un intenso fervor
patriótico, basado en sus declaraciones en una campaña pública contra Israel, o que apoyan una
causa islámica o la acción palestina. Estos individuos son invitados a discutir cuán serios son
en el amor a su país y en su odio a Israel. Se solicita luego que se comprometan a un
entrenamiento dedicado a poner sus maldiciones en acción. Quienes aceptan, son puestos en un
pequeño grupo de 3 o 5 jóvenes similares que están en distintas etapas de progreso para volverse
agentes de la muerte. Aprenden las artimañas del tema de los mayores, fabricación de bombas,
disfraces, selección de objetivos y toma de tiempos. Luego hacen público su compromiso
privado filmando un video, donde se declaran “mártires vivientes” para el Islam, y por el amor
a Alá. En una mano sostienen el Corán, un rifle en la otra, y una banda en torno a su cabeza
declara su nuevo status. Este video los ata a la acción final, dado que se envía a casa de la
familia del recluta antes de ejecutar el plan. Los reclutas saben también que no sólo ellos
ganarán un lugar junto a Alá, sino también sus familiares tendrán derecho a un alto lugar en el
paraíso por su martirio. Después hay un incentivo financiero que va a la familia como regalo
por su sacrificio.
Sus fotos son blasonadas en pósters que se colocarán en las paredes en todas partes de la
comunidad en cuanto tengan éxito en su misión –para que se vuelvan modelos de inspiración.
Para suprimir preocupaciones sobre el dolor por las heridas infligidas cuando exploten clavos
y otras partes de la bomba, se les dice que antes de que la primera gota de su sangre toque el
suelo ya estarán sentados junto a Alá, sintiendo no dolor, sino placer. Como un último incentivo
para los jóvenes está la promesa de felicidad celestial con montones de vírgenes en la próxima
vida. Se vuelven héroes y heroínas, modelando el autosacrificio para la próxima camada de
bombarderos suicida.

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Podemos ver que este programa usa una variedad de principios psicosociales y motivacionales
para ayudar en la transformación del odio colectivo y el frenesí general en un programa
dedicado y seriamente calculado de adoctrinamiento y entrenamiento para que los individuos
se vuelvan jóvenes mártires vivientes. No es ni insensato ni sin sentido, sólo un montaje mental
muy diferente y con distintos sentimientos de los que se usan y vemos entre adultos jóvenes en
nuestro país. Un programa de televisión reciente acerca de mujeres-bomba suicidas fue tan lejos
como para describirlas más parecidas a la chica común que a fanáticas extranjeras. Eso es lo
aterrador en la emergencia de este nuevo fenómeno social, que tantos jóvenes inteligentes
puedan ser persuadidos y dirigidos a imaginar y dar la bienvenida al final de sus vidas en una
explosión suicida.
Para contrarrestar las poderosas tácticas de los agentes de reclutamiento se requiere
proporcionar alternativas plenas de sentido de afirmación de la vida a esta nueva generación.
Se requiere un nuevo liderazgo nacional que explore toda estrategia de negociación que pueda
llevar a la paz y no a la muerte. Se requiere que estos jóvenes compartan sus valores, su
educación, sus recursos, para explotar sus aspectos comunes, y no destacar sus diferencias. El
suicidio o el asesinato de una persona joven es una cuchillada en la fábrica de conexión humana
que nosotros, los mayores de cada nación, debemos unirnos para prevenir. Alentar el sacrificio
de los jóvenes por el bien del avance de las ideologías de los viejos debería ser considerado una
forma de malignidad desde una perspectiva cósmica que trasciende la política local y las
estrategias apropiadas.

Recapitulando antes de seguir adelante


Terminaré con algunas nociones acerca de lo que tiene que ver con revertir los procesos
negativos que hemos estado considerando, con algunas ideas sobre la transformación en
bondad. Antes de hacerlo, quiero reportar brevemente acerca de mi rol como testigo experto de
uno de los guardias involucrado en el abuso de prisioneros de Abu Ghraib. En octubre de 2004,
testifiqué vía circuito cerrado de televisión al juez del tribunal militar en Bagdad, en defensa
del sargento Ivan Frederick. Voy a describir algunos de los aspectos clave que hice notar y lo
que aprendí sobre el poder situacional de ese juicio y de mi acceso a los múltiples reportes de
los investigadores militares, y de mi análisis personal de este joven soldado.
Es una perogrullada en psicología que la personalidad y las situaciones interactúan para generar
el comportamiento, como lo hacen las influencias sociales y culturales. Sin embargo, traté de
mostrar en mi investigación en los pasados 30 años que las situaciones ejercen más poder sobre

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las acciones humanas de lo que ha sido en general tomado en cuenta por la mayor parte de los
psicólogos, y de lo que ha sido reconocido por el público en general. El enfoque situacional
sigue siendo sigue bajo el dominio de la tradicional perspectiva disposicional, alimentada por
la confianza la orientación individualista, central en la psicología angloamericana, y en nuestras
instituciones de medicina, educación, psiquiatría, leyes y religión. Reconocer el poder de las
fuerzas situacionales no excusa los comportamientos canalizados por esta operación. En
muchos círculos, cualquier intento de análisis situacional es descartado como nada más que
“excusología”. Se asume que la gente está siempre en control de su comportamiento, que actúa
por su libre voluntad, y por lo tanto es personalmente responsable por cualquiera de sus
acciones. A menos que sean insanos, los individuos que hacen las cosas mal deberían saber que
están actuando mal y ser castigados de modo acorde. La situación no es considerada más que
un escenario de circunstancias extrínsecas, mínimamente relevantes.
Darle importancia a adoptar la perspectiva situacional provee una base de conocimiento cambio
de atención fuera del simplista “culpar a la víctima”, y de los tratamientos individuales,
inefectivos, diseñados para cambiar a quien hace el mal, hacia intentos más profundos de
descubrir redes causales que deberían modificarse si esta conducta va a prevenirse, evadirse o
detenerse. La sensibilidad a los determinantes situacionales del comportamiento también guía
hacia alertas de riesgo para evitar o cambiar situaciones prospectivas de vulnerabilidad (ver
Richard, Bond & Stokes-Zoota, 2003, para un resumen cuantitativo de los efectos de 100 años
de investigación psicosocial).
Varias dimensiones relacionadas se obtienen del frente de ideas aquí delineadas. Primero,
deberíamos ser conscientes de que un rango de factores situacionales aparentemente simples
puede funcionar para impactar nuestro comportamiento más imperiosamente de lo que parece
posible. La investigación aquí bosquejada, junto a otras que mis colegas presentaron en este
volumen, apunta a la fuerza de la influencia de juego del rol que se juega, las reglas, las
presencia de otros, las normas emergentes del grupo, la identidad grupal, los uniformes, el
anonimato, los modelos sociales, la presencia de la autoridad, los símbolos de poder, las
presiones del tiempo, el marco semántico, y las marcas e imágenes estereotipantes, entre otros.
Segundo, el enfoque situacional redefine el heroísmo. Cuando la mayoría de la gente ordinaria
puede ser superada por tales presiones a fin de otorgar acuerdo y conformidad, la minoría que
resiste debiera ser considerada heroica. El reconocimiento de la naturaleza especial de esta
resistencia implica que deberíamos aprender de este ejemplo estudiando cómo estas personas
fueron capaces de elevarse por sobre semejantes presiones imperiosas. Esta sugerencia va de la

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mano con otra que incentiva el desarrollo de un dominio esencial de la psicología, pero ignorado
–héroes y heroísmo.
Tercero, el enfoque situacional debería, a mi modo de ver, estimularnos a compartir un
profundo sentido de humildad personal cuando tratamos de comprender “impensables”,
“inimaginables”, “insensatos” actos de maldad. En lugar de aceptar inmediatamente las altas
bases morales que nos distancias a nosotros, los buenos, de ellos, los malos, y hace que
prestemos poca atención a los análisis de factores causales en tal situación, el enfoque
situacional brinda a todos los otros el beneficio de “caridad atribucional” en el conocimiento de
que todo acto, bueno o malo, que cualquier ser humano haya alguna vez realizado, usted y yo
podríamos también haberlo hecho –dadas las mismas fuerzas situacionales. De ser así, se vuelve
imperativo contener nuestra inmediata indignación moral que busca venganza contra los que
actúan mal, en lugar de descubrir los factores causales que pudieron llevarlos en tan aberrante
dirección.
La obvia puesta en práctica de estos principios es la carrera para caracterizar a los terroristas y
bombarderos suicida como personas con disposición al “mal”, en lugar de trabajar para
comprender la naturaleza de las condiciones psicológicas, económicas y políticas que
promueven tal odio generalizado de una nación enemiga, incluyendo a la nuestra [EEUU],
como para que la gente joven esté dispuesta a sacrificar su vida y asesinar a otros seres humanos.
La “guerra contra el terrorismo” nunca puede ser ganada sólo con planes para encontrar y
destruir a los terroristas, dado que cualquier individuo, en cualquier parte, en cualquier
momento, puede volverse un terrorista activo. Es sólo entendiendo las determinantes
situacionales del terrorismo que se podrán desarrollar programas para alejar los corazones y las
mentes de potenciales terroristas de la destrucción, y llevarlas hacia la creación. No es una tarea
simple, pero es una tarea esencial, que requiere la implementación de perspectivas y métodos
psicosociales en un plan de largo plazo abarcativo de cambio de actitudes, valores y
comportamiento.

Comprender qué fue mal en la prisión de Abu Ghraib


Los abusos por parte de guardias estadounidenses contra prisioneros iraquíes en esta prisión
horrorizaron la sensibilidad del público en todo el mundo, en parte porque era la primera vez
en la historia en que tales abusos se detallaban en imágenes fotográficas. ¿Cómo pudieron estos
hombres y mujeres hacer tan terribles cosas a prisioneros indefensos? Fueron condenados por
la conducción militar como “moralmente corruptos”, y por la prensa como unas pocas

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“manzanas podridas”. Se los hizo aparecer como excepciones a la regla de que los soldados
norteamericanos son jóvenes hombres y mujeres buenos, que sirven orgullosamente a su país
para preservar las libertades y el avance de la causa de la democracia. Sus imágenes de abuso
sin sentido humillaron a las fuerzas armadas de los EEUU, y fue un estallido a la imagen de la
administración Bush. El foco inicial del gobierno, de “llegar al fondo” de este desastre, siguió
claramente la orientación disposicional de echar la culpa de este tipo de conductas patológicas
a aquellos que tenían personalidades sádicas, y otras patologías personales.
Me volví un testigo experto de uno de estos guardias de reserva del ejército que era el sargento
a cargo del turno de la noche cuando el caos ocurrió. Lo hice en parte para comprender en
profundidad la naturaleza de esa situación, y la naturaleza humana de este joven, sargento Ivan
“Chip” Frederick, a partir de la revisión de todas las investigaciones disponibles, y del contacto
personal y evaluaciones de este soldado.
Testifiqué en su nombre desde un estudio televisivo remoto en la Base Naval de los EEUU en
Nápoles, Italia, al juicio que estaba teniendo lugar en Bagdad (al cual rehusé ir, por temor a mi
seguridad). Resumiré brevemente lo que aprendí de esa persona, de esa situación, y del sistema,
y describiré la sentencia del Juez Militar.
Todo lo que pude aprender de la prisión de Abu Ghraib, Tier 1-A, el centro de interrogación de
“tortura blanda” de esa prisión, me reveló que virtualmente todos los procesos psicosociales
que operaban en el Experimento de la Prisión de Stanford estaban vigentes en el turno de la
noche en esa prisión. De hecho, una de las investigaciones independientes (liderada por James
Schlesinger) detalla específicamente los paralelos entre las dos prisiones, mi prisión de fantasía
y esa prisión del horror demasiado real.
Además, los guardias no eran soldados entrenados, sino reservistas del ejército forzados a hacer
su trabajo, sin entrenamiento en su misión específica para un rol tan difícil, sin supervisión por
parte de sus superiores, y sin rendición de cuentas personal. Apareció una norma emergente,
como operador de apoyo y recompensa, de humillación de los prisioneros y estímulo a los
abusos físicos, a fin de preparar a los prisioneros para la interrogación “ablandándolos”. Esta
norma implícita fue avanzada por los interrogadores civiles contratados, la Policía Militar, la
CIA y a través de toda la cadena de mando militar y de administración.
Le pedí al juez que considerase la evidencia en cada uno de estos tres aspectos antes de dar su
veredicto y sentenciar a este soldado:

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Disposicional: Evidencia de patologías personales, tendencias sádicas que pudieron llevarlo a


esa situación. Evidencia también de cualesquiera rasgos, valores y antecedentes personales
positivos.
Situacional: Evidencia de las terribles condiciones de trabajo en el turno de la noche en es
prisión, y en particular la naturaleza de la situación enfrentada por este soldado.
Sistémica: Evidencia de las más amplias condiciones que engrendraron y dieron sustancia a
esta situación, focalizadas en la naturaleza del liderazgo y en los objetivos en ese centro de
interrogación.
Con respecto a la disposición de esta llamada “manzana podrida”, estuve en condiciones de
reportar que este soldado era total e inequívocamente “normal” en todas las medidas que le
habían sido administradas por un psicólogo clínico del ejército (e independientemente validadas
por la evaluación de un experto civil).
No hubo evidencia de psicopatología, ni de tendencias sádicas. Lo único negativo fue: obsesión
con el orden, la prolijidad, la disciplina y la apariencia personal -¡todo desaparecido en acción
entre la suciedad, el caos y el desarreglo diario en Abu Ghraib! Pasé un día entero con Chip y
su esposa, y conduje una entrevista a fondo de cuatro horas, que me llevó a concluir que:
Este reservista del ejército es un joven estadounidense como cualquier otro, casi de modo
estereotípico. Es muy patriótico, hijo de un minero de carbón de Virginia occidental, asiste
regularmente a los servicios de la Iglesia Bautista, caza, pesca, juega softball, tiene muchos
amigos cercanos, una fuerte unión matrimonial con Martha, una mujer afroamericana, es un
padre adoptivo amado por sus dos hijas, y gozaba de buena salud física y mental cuando llegó
por primera vez a esa prisión. Había sido un buen guardia en el área de baja seguridad de la
prisión civil de una pequeña ciudad, de 100 internos. Chip había estado en la reserva del ejército
por varios años sin ningún incidente negativo en su registro. Era un reservista modelo, orgulloso
de servir en Irak en su primera misión antes de ser asignado a la prisión de Abu Ghraib, trabajó
con niños y un pequeño pueblo y estaba comenzando a aprender árabe para comunicarse mejor
con los iraquíes.
Con respecto a las condiciones situacionales, el contexto del comportamiento, estuve en
condiciones de describir un conjunto imposible de condiciones de trabajos, que bordeaba lo
inhumano –tanto para los guardias como para los prisioneros. Primero, era evidente que estaban
operando en esa prisión procesos directamente comparables a los que observamos en el
Experimento de la Prisión de Stanford, tales como –desindividualización, deshumanización,
falta de compromiso moral, modelización social, presiones para la conformidad, anonimato de

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lugar, observadores pasivos, diferenciales de poder, uso de desnudez forzada, tácticas de


humillación sexual, y la mayor parte de las otras variables contextuales que tomaron parte en
el SPE3. Además, los peores abusos en ambos casos tuvieron lugar en el turno de la noche. Las
condiciones de trabajo enfrentadas por Chip Frederick eran inhumanas, consistentes en turnos
por la noche de 12 horas (4pm-4am), 7 días por semana, por 40 días, sin días de descanso, luego
14 días tras un día de descanso. Si esta demanda increíble de trabajo no fuera suficientemente
mala, el nivel de cansancio y estrés estaba exacerbado por las condiciones caóticas, entornos
sucios y sin condiciones sanitarias, que hacían que todo oliera como una cloaca podrida todo el
tiempo, con agua limitada para la ducha, y frecuentes cortes eléctricos que creaban peligrosas
oportunidades para ataques de los prisioneros. Este joven, sin entrenamiento en una misión
específica, fue puesto a cargo de más de 300 prisioneros a principio, pero el número aumentó
pronto a más de 1000, además de estar a cargo de 12 guardias de reserva y 60 policías iraquíes,
que a menudo llevaban productos de contrabando a los internos. Rara vez dejaba la prisión;
cuando estaba de servicio, dormía en una celda en otra parte de la prisión, se perdía desayunos,
dejó de hacer ejercicio y de socializar. Tier 1-A se volvió su lugar total de referencia.
Esto lo habría calificado para un agotamiento laboral total (Maslach, 1982). Si todo ello no
fuera suficientemente malo, como fuerza situacional que distorsionaba los juicios usuales y la
toma de decisiones, estaba el intenso miedo diario que Chip y los otros guardias sentían porque
la prisión se encontraba bajo frecuentes ataques insurgentes, con 5 soldados y 20 prisioneros
muertos, y muchos otros heridos por los bombardeos casi diarios durante el tiempo en el que
Chip estuvo en su trabajo. Por último, tenemos que considerar en él sentimientos de venganza
contra siete prisioneros que se habían amotinado en otra parte de la prisión y habían sido
enviados a Tier 1-A para “mantenerlos seguros”, y también de venganza contra otros cuatro
prisioneros iraquíes que habían violado a un chico prisionero. Frederick se había quejado a un
oficial superior del peligro de tener juntos adolescentes y adultos (así como a prisioneros
mentalmente alterados y otros con tuberculosis y otras enfermedades contagiosas con la
población general), pero recibió una reprimenda por no darse cuenta de que había una guerra,
y debían tomarse medidas de emergencia. Otras dos contribuciones situacionales al abuso
fueron la presencia de un líder de grupo dominante y carismático que inició algunos de los
abusos y animó a otros guardias a que se le unieran, y la presencia de cámaras digitales que

3
SPE: Stanford Prision Experiment – Experimento de la Prisión de Stanford (N.del T.).

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hacían fácil documentar e incluso tal vez facilitaban la dominación de estos guardias sobre sus
prisioneros, en esas “fotos trofeo”.
Con respecto a las influencias sistémicas que crearon este barril malo en el cual el ejército arrojó
a Chip Frederick y a los otros, me remitiré a los resúmenes de los cinco investigadores militares
que están disponibles. Todos apuntan la culpa a “fallas de liderazgo, carencia de liderazgo,
liderazgo indiferente, demandas del liderazgo en conflicto”. Estos investigadores
independientes resaltan la falta total de rendición de cuentas, y la carencia de supervisión o
vigilancia. La Superintendente de la prisión nunca visitó esa parte del complejo, porque sus
oficiales principales le dijeron que no lo hiciera. Esto significaba, para todos, que no había
vigilancia de arriba hacia abajo. Estos reportes señalan el hecho de que ninguno de esos guardias
había recibido entrenamiento específico en la misión alguno, para este trabajo demandante con
internos tan diferentes culturalmente de ellos, y que no hablaban su lenguaje. Guardias. Estos
reportes continúan documentando la carencia de recursos vitales en esa parte de la prisión. No
había ningún programa de salud ni menta para estos 10.000 prisioneros.
Una consideración sistémica crítica es que el Tier-1 A fue creado para la interrogación de
detenidos que se asumía tenían información vital sobre grupos terroristas o insurgentes. Estos
interrogatorios descansaban en una variedad de tácticas de “tortura blanda” por parte de
interrogadores civiles y otros. Estos guardias eran estimulados a estresar y a abusar de los
detenidos, y se les daba el poder de quebrarlos para prepararlos a confesar.
Unas pocas citas de uno de los reportes (del General Faye) son pertinentes para comprender las
influencias sistémicas que operaban en la situación de esa prisión y en los guardias:
“Al no comunicar estándares, políticas y planes a los soldados, estos líderes expresaron
una tácita aprobación de los comportamientos abusivos hacia los prisioneros”.
“Hay responsabilidad tanto institucional como personal a los más altos niveles”.
“Por un período de 7 meses, el personal de inteligencia militar presuntamente requirió,
impulsó, aprobó o solicitó al personal de la policía militar [los guardias del Ejército de
Reserva] abusar de los detenidos, y/o participó en el abuso de los detenidos, y/o violó
los procedimientos de investigación establecidos y las leyes aplicables…”.
“Los abusos no habrían ocurrido si la doctrina [militar] hubiera sido seguida y se hubiese
conducido un entrenamiento de la misión”.
“El ambiente creado en Abu Ghraib contribuyó a que haya ocurrido tal abuso y al hecho
de que haya quedado sin descubrir por autoridades superiores por un largo período de
tiempo”.

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El juez militar no tomó ninguno de estos argumentos en cuenta cuando emitió su sentencia, ni
evitó que Frederick recibiera la pena máxima. El juez afirmó que fue personalmente responsable
por los abusos, que debía haberlo pensado mejor, que sabía que lo que hacía estaba mal, y, por
lo tanto, que tenía libre albedrío para hacer lo que estaba bien y cometió la acción moralmente
mala, como parte de una conspiración con otros guardias. Así, sentenció a esta “buena
manzana” a ser encarcelada por 8 (ocho) años, a la baja deshonrosa, a que su rango fuese bajado
al de soldado raso, a ser privado de 22 años de fondos de retiro del ejército, y fue enviado a
Kuwait en confinamiento solitario (hasta que estuviera listo para testificar contra otros guardias
cuyos juicios tendrían lugar en los EEUU).
Para mí, este veredicto representa el triunfo de una visión disposicional ciega del
comportamiento inusual. Culpa totalmente a la persona, ignora la multitud de variables
situacionales que contribuyeron al comportamiento abusivo y absuelve al corrupto e
irresponsable sistema militar y político que creó la situación en su apuro de guerra contra el
terrorismo. Nos lleva de nuevo a la Inquisición. El asunto nunca fue la culpa de este joven
soldado, dado que él se declaró culpable. El asunto fue si la Corte tomó o no conocimiento de
todo este conjunto de circunstancias, que tan obviamente transformaron a alguien que entró a
la situación como un soldado modelo y un buen ciudadano, y enseguida se transformó en
perpetrador de una maldad notoria. Nuestro sistema legal no tiene un mecanismo para tratar
con los desafíos planteados por el análisis psicológico de las situaciones y de los sistemas (Ross
& Shestowsky, 2003).

Promover virtud cívica, compromiso moral y bondad humana


En esta sección final consideraremos brevemente el enorme desafío que enfrenta hoy el mundo
para promover virtud cívica y resistencia contra las tentaciones situacionales a comprometerse
en los tipos de comportamiento maligno discutidos en este capítulo. No hay una solución
simple; si la hubiera, habría sido promulgada hace mucho por alguien mucho más sabio que yo.
Mi objetivo es bosquejar algunas especulaciones acerca de cuán poderosos tienen que ser los
niveles individual, situacional y del sistema para combatir las influencias seductoras en la gente
a transgredir contra otros y a violar los principios morales fundamentales. Mi análisis seguirá
siendo desde una perspectiva psicosocial amplia (pero ver también las importantes ideas
adelantadas por Seligman (2002) sobre el rol de la psicología positiva, y las visiones de Shermer
(2004)).

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En el nivel individual, imaginemos primero el reverso del experimento de Milgram, cuyo


objetivo fuese crear un escenario donde la gente aceptara demandas crecientes de hacer el bien,
comportarse gradualmente de modos más altruistas, con lentitud pero con seguridad acercarse
a aceptar acciones cada vez más positivas y pro-sociales. En lugar de organizar el paradigma
para facilitar el lento descenso de la decencia a la maldad, sustituimos el paradigma para el
lento ascenso a la bondad. Como experimento mental para usted, lector, ¿cómo podría diseñar
un escenario donde esto fuera posible? Como inicio, tal vez imagina, para cada participante en
nuestro experimento de ascenso hacia el bien, que organizamos una jerarquía de experiencias,
acciones que van del rango de lo levemente más positivo de lo que él o ella están acostumbrados
a hacer, a extremos mayores de “buenas” acciones, subiendo por el camino hacia aquellas que
son difíciles de imaginar posibles en una persona. Debería haber una dimensión basada en el
tiempo para aquellos que no hacen buenas acciones porque no tienen tiempo que perder. El
primer “botón” en el Generador de Bondad debería ser tomarse 10 minutos para escribir una
nota de agradecimiento a un amigo. El siguiente nivel debería ser 20 minutos para dar consejo
a un niño con problemas. El incremento de la presión en el nuevo paradigma es luego tal que
los participantes deben aceptar brindar 30 minutos para prepararle una comida a una persona
necesitada. Luego, la escala de altruismo sube dedicando una hora a hacer otra buena acción,
cuidar por unas pocas horas a unos niños para permitir a una madre o padre solteros romper la
rutina, trabajar una tarde en una “cocina de sopa” para ayudar a alimentar a aquellos que lo
necesitan, dar un día para llevar a un grupo de niños huérfanos al zoológico, comprometerse a
dar algo del precioso tiempo de cada semana a otra buena causa, y así siguiendo. Si el principio
de escalamiento gradual puede funcionar para llevar buena gente a hacer malas acciones, como
Milgram mostró, ¿podemos revertir el proceso usando un paradigma similar para llevar a la
gente ordinaria a acciones incrementalmente buenas? Idealmente, nuestro experimento en
bondad social terminaría cuando la persona esté haciendo algo que él o ella nunca habrían
imaginado hacer previamente, actuando de modo tan extremadamente altruista, haciendo
beneficencia de una manera tal, que se hubiese vuelto extraño a su propio concepto de sí mismo.
Obviamente, queremos extender este concepto a las vías prácticas para guiar sutilmente a la
gente por el camino de realizar acciones incrementalmente buenas, que ayuden a otros y
mejoren su sociedad. El camino de la bondad podría tener que ver también con contribuciones
para volver el ambiente más sustentable. Podría ir desde actividades mínimas de conservación
a otras más sustanciales, donar dinero, tiempo e involucramiento personal a causas “verdes”.

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Invito a los lectores a que expandan esta noción a multitud de dominios donde la sociedad
podría beneficiarse mientras más ciudadanos “recorren todo el camino”.
Si consideramos algunos de los principios psicosociales que promueven los males que he
considerado más arriba, de nuevo, como en el ejemplo del Generador de Bondad, usemos
variantes de estos principios para llevar a la gente a acentuar los aspectos positivos y eliminar
los negativos en sus vidas. Aquí están mis 11 pasos hacia la promoción de la virtud cívica, que
están en oposición a los 10 pasos hacia el mal que bosquejé extendiendo el paradigma de
Milgram a nuestras vidas.
Estimular la admisión de los propios errores, aceptar los errores de juicio, estar dispuesto a decir
que uno está equivocado. Hacer esto abiertamente, reduce la necesidad de justificar las faltas,
que continúa la acción incorrecta o inmoral. Debilita la motivación para reducir la disonancia,
afirmando o creyendo en el compromiso en público cuando hubo una mala decisión.
Estimular la “plenitud de conciencia” (Langer, 1989) en la cual a la gente se le recuerda en una
variedad de formas a no vivir su vida en piloto automático, sino tomar un momento para
reflexionar sobre la situación inmediata, para pensar antes de actuar, para no entrar
inadvertidamente en caminos que los ángeles y la gente sensible temen pisar.
Promover un sentido de responsabilidad y rendición de cuentas personal para todas las acciones
de uno, volviendo a la gente consciente de que las condiciones de responsabilidad difusa
meramente disfrazan su propio rol individual en los resultados de sus acciones.
Desalentar incluso las menores transgresiones, engañar, cotillear, mentir, provocar y acosar.
Esto proporciona los primeros pasos descendentes para comportamientos aún peores.
Aprender a distinguir entre Autoridad Justa, a quien le es apropiado el respeto e incluso la
obediencia, y Autoridad Injusta (como en el estudio de Milgram), con respecto a quien el no
respeto y la desobediencia son necesarias para oponerse y cambiar a ese tirano.
Apoyar el pensamiento crítico desde los primeros tiempos en la vida del niño y mantenerlo a lo
largo de la vida. Buscar evidencia para apoyar las afirmaciones, pidiendo que las ideologías
sean lo suficientemente elaboradas como para separar la retórica de la realidad basada en
conclusiones, para determinar de modo independiente si ciertos medios específicos de algún
modo justifican fines vagos y dañinos, o no.
Recompensar modelos sociales de comportamiento moral, llevando al reconocimiento social a
aquellos que hacen lo correcto, con recompensas de “toques de silbato”, como el reservista del
ejército de los EEUU Joe Darby, quien expuso los abusos en Abu Ghraib, y aquellos que
exponen las malas acciones en el gobierno, la corporación y la Mafia.

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PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI
Traducción de Catedra
Texto de Teóricos

Respetar la diversidad humana, apreciando la variabilidad humana y las diferencias entre la


gente como un modo fundamental de reducir nuestros prejuicios endogrupales, que llevan a la
degradación de otros, los prejuicios y los males de la discriminación.
Cambiar las condiciones sociales que hacen a las personas sentirse anónimas, y en su lugar
apoyar condiciones que hagan que la gente se sienta especial, de modo tal que tenga un sentido
de valor personal y mérito propio.
Volverse conscientes de cuándo la conformidad a las normas del grupo es contraproducente y
debiera no ser seguida, cuando la independencia debería ser prioritaria y adoptarse sin importar
el rechazo social de ese grupo.
Nunca permitirse a uno mismo sacrificar libertades personales a cambio de la promesa de
seguridad, lo que siempre es un mal acuerdo, porque los sacrificios son reales e inmediatos y la
seguridad es una ilusión distante. Esto es una verdad es arreglos conyugales tanto como lo es
en ser un buen ciudadano en una nación donde el líder prometa volver a todos más seguros
contra una amenaza actual renunciando a algunas de las libertades personales de modo tal que
el líder pueda tener más poder. Este mal acuerdo usualmente traslada más poder Sobre Ellos,
tanto como sobre el enemigo. Es el primer paso en la creación de líderes fascistas, incluso en
sociedades democráticas, como Erich Fromm (1941) nos recuerda sobre Hitler, pero es hoy una
verdad en muchas naciones.
Espero que mis futuras investigaciones y acciones sociopolíticas como científico-ciudadano
estén más dirigidas hacia entender cómo promover el bien en el mundo que a demostrar cuán
fácil es seducir a la buena gente para que se vuelva perpetradora del mal.

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