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Historia de la Lengua

Latín y romance: ¿fragmentación o reestructuración?1


Alberto Vàrvaro

En un ejemplar reciente de la Revue de LinguistiqueRomane, József Herman, con su


claridad, conocimiento y precaución habituales, describió la situación lingüística en la Italia del
siglo VI como sigue:

“Este latín no es, para los contemporáneos, un latín de Italia, una lengua local: su unidad
más allá de los límites de la península no se pone jamás en duda. A la nadie se le ocurría la
idea de una diversidad territorial que afectara el uso común y la intercomprensión entre
regiones de la Romania... Todo esto no quiere decir, naturalmente, que no haya habido
diferencias territoriales en el latín hablado de la época, entre antiguas provincias y aún en el
interior de las provincias. Lo que es cierto, por lo tanto, es que estas diferencias no
empañaban, para los contemporáneos, la unidad fundamental del latín...; si el sentimiento
de la homogeneidad territorial del latín era una ilusión, esta ilusión se fundaba en la
experiencia continua de la intercomunicación y la intercomprensión sin obstáculo entre
hablantes del latín pertenecientes a diversas regiones”.
(Herman 1988: 65-6)

Hay un elemento paradójico en estas conclusiones, acerca del cual Herman demuestra estar bien
consciente cuando habla de una “curiosa contradicción” y de “la lección más inquietante” (ibid.,
p. 66).
Podemos con seguridad olvidar el conflicto entre los puntos de vista aquí expresados y los
argumentos, basados en una cronología fonética relativa, que llevaron a los estudiosos a concluir
en favor de una fecha más temprana para la fragmentación del territorio lingüístico del latín. En
efecto, no sería completamente erróneo afirmar que el rigor lógico y el “espíritu de sistema” no
sirven para resolver un problema histórico tan difícil. Sin embargo, cuanto más tarde ubiquemos
el rompimiento de la unidad del latín, en los sentidos geográfico y social, /45 más corto y
concentrado en un período se hace el fenómeno de la formación de las lenguas romance, para el
cual los textos más tempranos nos dan precisos termini ante quos, y esto implicaría, por lo tanto,
la existencia de una “catástrofe” para la cual deben encontrarse razones internas y externas
válidas. Para el fin del siglo VI ya el colapso del Imperio de Occidente había terminado hacía

1
“Latin and Romance: fragmentation or restructuring?, en Roger Wright (ed.), Latin and the Romance Languages in
the Early Middle Ages, Londond and New York, Routledge, 1991, pp. 44-51.

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cierto tiempo y solamente la península itálica había sufrido recientemente su peor trauma: la
invasión lombarda. En otras áreas –Germania, Britania, Galia, Hispania, África– las catástrofes
sociales y políticas más importantes pertenecían ya al pasado, con la única excepción de la
invasión musulmana (pero en cualquier caso, para el 711 la lengua romance de la España
musulmana debió haber tenido muchas de las características del mozárabe que sólo están
documentadas en fechas más tardías) ¿Qué debemos concluir entonces?
József Herman es prudente al decir que la evidencia documental sólo nos informa lo que los
contemporáneos pensaban, no cuál era realmente la situación. Sin embargo, su punto de vista es
que una creencia como la que él describe debió haber sido confirmada regularmente en el curso
diario del uso del lenguaje y la comunicación exitosa:
“Los contemporáneos tenían... el sentimiento de que los textos escritos formaban parte,
normal y regularmente, del universo lingüístico de la población en su conjunto y que, por
otro lado, el hablar espontáneamente tenía, en lo escrito, una contrapartida adecuada que no
era lingüísticamente accesible a los hablantes... Este sentimiento se apoyaba en la
experiencia del éxito corriente, normal, cotidiano de la comunicación al nivel de la
comunidad completa, y tenía, como consecuencia, un fundamento sólido en una realidad
vivida aunque transitoria”.
(Herman 1988: 64)

Si queremos resolver esta paradoja, que no es en el fondo sino la vieja paradoja de los orígenes
del romance, debemos encontrar una explicación que reconcilie hechos que parecen
irreconciliables.
Antes de que trate de proponer una hipótesis, creo que puede ser útil tener en mente otro
hecho que es conocido hace mucho tiempo pero que no me parece que haya sido correctamente
interpretado. La mayoría de los fenómenos romances, con pocas –aunque importantes–
excepciones, ya están documentados en textos en latín. Reuniendo esta vasta colección de datos,
los estudiosos hasta han reconstruido una variante lingüística, a la que se le ha dado el nombre de
“latín vulgar”. Algunos han ido tan lejos como para pensar en un sistema para el latín vulgar que
puede ser representado por medio de una gramática. Otros incluso postularon una situación de
diglosia entre el latín clásico y el vulgar2. /46 Semejantes construcciones son un espejismo.
Desde el punto de vista cronológico, esta documentación “vulgar” se extiende en un período de
varios siglos, desde el latín arcaico hasta la Alta Edad Media. Desde el punto de vista social, está

2
Término acuñado por Ferguson; uso complementario y no conflictivo de variedades de la misma lengua en
diferentes esferas sociales.

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hacia el extremo “bajo” de la escala, pero la estratificación es compleja. Pero aún más
significativo es el hecho de que, desde un punto de vista geográfico, la documentación de los
fenómenos romances en textos en latín no coincide en absoluto con la distribución de los
fenómenos correspondientes.
Hace algunos años estudié brevemente la sonorización de las consonantes sordas
intervocálicas, y llegué a la siguiente conclusión: “Los ejemplos de sonorización son
relativamente pocos, pero se hacen evidentes un poco en todas partes (aunque no caracterizan a
ninguna provincia en particular) y obedecen a diferentes condiciones de aquellas que
encontramos en las lenguas romances” (Vàrvaro 1982-3:71). La imagen que emerge de un
examen de la documentación relativa a la –s final no es diferente. Este importante elemento
morfológico parece haberse perdido desde una fecha muy temprana (siglo I D.C.), aún en textos
que no son particularmente “vulgares”, pero siempre en un número limitado de instancias.
Además, y lo que es más importante, la evidencia de esta pérdida se encuentra esporádicamente
por todo el Imperio y no solamente en esas regiones donde las lenguas romance vernáculas no
exhiben, subsecuentemente, ningún rastro de –s final. Es bastante claro que de este modo la teoría
de Walter von Wartburg queda seriamente debilitada (ver también Vàrvaro 1980). Pueden
hacerse observaciones similares en conexión con otros fenómenos.
Nos encontramos enfrentados, entonces, con la siguiente situación:
1. La documentación de los fenómenos que llamamos ahora prerromances es más o menos
antigua, más o menos esporádica, pero nunca está –o sólo en un grado limitado– caracterizada
geográficamente.
2. Esta documentación debe aislarse de una vasta masa de otros fenómenos que se
encuentran fuera de la norma del latín, pero que, sin embargo, no tienen consecuencias en la
subsecuente evolución lingüística del romance (copiosa ejemplificación se puede encontrar ya en
Schuchardt 1866-8).
3. Los indicios, aunque inconclusos, que podemos derivar de la comparación de las lenguas
romances también argumenta a favor de la relativa antigüedad de los fenómenos, aún de aquellos
de los que no tenemos testimonios directos (pienso, por ejemplo, en la aparición de la categoría
del artículo y su realización por medio de las mismas formas en la mayoría de las lenguas; de la
considerablemente uniforme reestructuración del sistema verbal, etc.)./47

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4. El lenguaje escrito comienza a exhibir formas marcadas regionalmente sólo a partir del
siglo V en adelante (Herman 1967: 119).
5. La conciencia de la unidad lingüística de la sociedad occidental permanece viva en el
siglo VI.
6. Por contraste, inmediatamente después del año 800 aparece un claro conocimiento del
abismo insalvable entre el latín y el romance y –un punto generalmente desvalorizado– hay
temprana evidencia de entidades sociales diferenciadas e identificadas en forma confiable que no
están disociadas de identidades lingüísticas (ver Lusignan 1986; Vàrvaro 1989).
Consideramos injustificada la vieja hipótesis de que dentro del latín coexistieron dos
estratos lingüísticos desde una fecha temprana, uno verdaderamente "latín" y el otro, “latín
vulgar”. También consideramos indemostrable, y aún improbable, la existencia de un estado de
diglosia en un período tardío. Más allá y con más justificación rechazamos la idea de “proto-
romance” como no otra cosa que un constructo intelectual que es, para usar un término tomado de
la teoría de la perspectiva, el punto de fuga de la diseminación geográfica del romance.
Finalmente, encontramos ingeniosa pero insatisfactoria la hipótesis que remplazaría la situación
postulada de verdadera diglosia por una de aparente diglosia producida por el conservadurismo
del lenguaje escrito, que enmascara y al mismo tiempo autoriza, en virtud de su creciente carácter
ideográfico, las tendencias centrífugas del lenguaje hablado. ¿Qué queda entonces como
explicación?.
En tiempos imperiales el mundo lingüístico del latín tenía varias propiedades importantes:
una minoría dotada de enorme prestigio político, social, económico y cultural estaba absorbiendo
a una gran mayoría cada vez menos convencida de sus identidades diversas y originales. Donde
el latín tenía un rival con la fuerza del griego, este fenómeno no sucedió. Pero en el oeste, en los
confines del Imperio, los pueblos no latinizados eran meros focos recesivos, siempre campesinos
o habitantes de zonas montañosas, quienes además aún permanecían expuestos a las
consecuencias lingüísticas de la cristianización que se estaba llevando a cabo. En realidad, sólo
los vascos y los bretones pudieron evitar la romanización. Incluso los germanos, a pesar del
hecho de que ahora tenían poder, dieron paso a esta tendencia en todas las áreas donde no eran
mayoría.
Si regresamos a los tiempos del Imperio, el latín hablado por estas masas recientemente
latinizadas toleraba indudablemente infracciones a la norma. No tengo ningún deseo de exhumar

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y dar crédito a la hipótesis del sustrato (que es desde mi punto de vista un fenómeno limitado y
mayoritariamente léxico), ni niego el extremo poder de /48 la norma latina, que fue sostenida por
una clase política y militar homogénea en su mayor parte y capaz de absorber sin gran dificultad
nuevos elementos de afuera. Yo sólo diría que un vasto proceso de latinización, que involucró al
mismo tiempo aculturación, no podía evitar la proliferación de esos fenómenos que ahora
llamamos “vulgares” y que pueden ser documentados aquí y allá cuando llegan a los textos
escritos (y cuando los textos relevantes llegan hasta nosotros). Como sucede con todos los
fenómenos no estándar en todas las lenguas, algunos eran ampliamente tolerados, otros menos, y
varios fueron reprimidos por ser demasiado populares (social y/o geográficamente). Es probable
que encontremos el primer tipo muy documentado (pensemos, por ejemplo, en la pérdida de la –
m final), el segundo menos y el tercero prácticamente nada, como resultado de los diferentes
grados de auto-censura de los escritores.
El universo lingüístico del latín debió parecer un enorme y sólido espacio bajo una sólida
pero elástica cúpula (la norma), debajo de la cual operaban fuerzas ingobernables de innovación,
desviación, y en último análisis, de expresión. No hay duda de que algunas de estas fuerzas
centrífugas deben haber sido específicamente locales, en especial en lo que respecta a la
pronunciación y al léxico, pero aquellas mejor documentadas parecen ser similares, si no
idénticas, en todos lados. Esto explica el sentimiento generalizado de que el mundo romano era
lingüísticamente homogéneo. En realidad lo era, en el sentido de que la norma era
mayoritariamente unitaria y la variación era en todas partes similar y siempre controlada
estrictamente por aquélla.
En cierto sentido arriesgaría la opinión de que el origen de las lenguas romances no fue más
que el cambio, si no el colapso, de esa cúpula y, en consecuencia, la pérdida de la orientación
centrípeta de la variación. Para mí el momento decisivo (después de la crisis del siglo III) sigue
siendo el colapso del Imperio: no esa fecha precisa, el 476, ni ninguna otra, sino ese momento en
que la gente de cada área pierde -o más exactamente, siente que ha perdido- la conciencia de
pertenecer a un todo y adquiere en su lugar un sentido de identidad local. Por supuesto que esa
conciencia “universalista” no desaparece del todo, y eso explica la continua vitalidad del latín.
Sin embargo, es para este momento una característica propia de los clérigos y literatos más
educados, dos grupos que tienden, en todo caso, a volverse uno. Para el resto de la sociedad la

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realidad es diferente: puede haber quedado el nombre pero romanus (y sus variadas formas
vernáculas) se vuelve sinónimo de “nativo de cada región”.
Cuando esto sucede, la norma latina sigue teniendo sentido para aquellos que mantienen la
conciencia “universalista”del mundo romano. /49 Para los otros, la norma está representada por
los hábitos del habla de los que tienen poder y dan las órdenes. Pero la clase dirigente está ahora
constituida, en su mayor parte, por gente de poca instrucción, frecuentemente de origen
germánico, quienes –cuando no son hablantes de otras lenguas– tienen sólo un reciente e incierto
conocimiento del latín. La variación, que antes era controlada por la norma, se encuentra sólo
limitada por las prácticas de la comunicación, que ahora, sin embargo, tiene lugar solamente en
limitados contextos locales. En cada área una de las variantes anteriores se constituye como
norma; cada grupo hace su propia elección, teniendo en cuenta únicamente sus necesidades y las
de los grupos vecinos con los que se comunica. La variación diastrática cambia y cristaliza en
variación diatópica.
Si esto es de hecho lo que sucedió, puede explicarse por qué una gran parte de las
innovaciones en las lenguas romance ya aparecen documentadas en tiempos del latín como
excepciones a la norma y por qué otras, aunque no estén realmente documentadas, aún deben ser
consideradas de similar antigüedad. Resta explicar por qué este nuevo estado de cosas fue
registrado únicamente después de que hubo transcurrido un cierto período de tiempo. Afirmaría
primero que el fenómeno tuvo lugar en tiempos diferentes en partes diferentes del Imperio, en
virtud de las distintas condiciones que obtenía en cada lugar. Tampoco advierto una falta de
continuidad entre el gran proceso de latinización y la ruptura de la homogeneidad del latín en la
multiplicidad de los romances vernáculos.
Me parece discernible un caso paralelo en el proceso que se ha venido desarrollando en
Italia en los últimos cien años aproximadamente. Estamos presenciando una cada vez más amplia
difusión del italiano estándar, que está siendo adoptado por hablantes de dialectos y, en cierto
número de casos, aún por hablantes de otras lenguas (aunque desde un punto de vista práctico la
distinción es irrelevante en cuanto que para muchos hablantes de dialectos el italiano es tan
incomprensible como lo es para hablantes de griego o esloveno). Ahora que el estado de diglosia
ha pasado, existe hoy una gran cantidad de variación, firmemente controlada por la norma de una
lengua estándar que es relativamente estable, aunque no inamovible. Con seguridad, la
pronunciación y algunos fenómenos léxicos hacen que uno pueda identificar el origen de casi

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cualquier hablante, pero esto no evita que encontremos desviaciones similares de la norma en
cada región. Es este estado de cosas lo que ha dado origen al concepto de alguna manera mítico
de un italiano popular unitario. El italiano estándar, admitido en sus varias formas regionales pero
comprensibles entre sí, es entendido ahora por (casi) todos, aún por aquellos que prácticamente
nunca lo usan. Ningún /50 partido político o iglesia pensaría en usar otra lengua para atraer
adherentes y mantenerlos unidos: los casos de uso oficial de otras variantes tienen orígenes
ideológicos y no prácticos. Aquí también tenemos una sólida, si bien elástica, cúpula que cubre y
ejerce su control sobre una activa masa de variantes, algunas de las cuales desaparecerán, otras se
incorporarán a la norma, y aún otras permanecerán como variantes; algunas son toleradas, otras
menos, algunas son reprimidas (la documentación es inversamente proporcional al grado de
represión).
¿Qué pasaría si las fuerzas centrípetas desaparecieran? ¿Qué pasaría si un gran cambio
político, social o demográfico debilitara el sentido de la identidad italiana, tan recientemente
formado y cuyo prestigio es aún tan precario? El poder iría, indubitablemente, a las variantes
regionales o locales del italiano. Las últimas admiten un grado considerable de variación, dentro
de cuyos procesos de selección actuarían para crear nuevas normas locales, que a su tiempo se
volverían gradualmente disponibles como alternativas a la norma original. No dudo que habría un
período en el que algunos grupos sociales continuarían usando la norma unitaria, especialmente
en la escritura. Y todos los demás pensarían por un tiempo que nada ha cambiado, que todavía
son todos italianos, que todos hablan italiano, que no hay necesidad de ningún otro medio de
comunicación.
¿Qué es, de hecho, lo que ha cambiado en ambos ejemplos, el ficticio y el del latín tardío?
En verdad no se requiere la existencia de ningún fenómeno. Todo lo que ha cambiado han sido
las relaciones y los valores: la fragmentación no es otra cosa que la consecuencia diferida de una
profunda reestructuración del sistema sociolingüístico de la comunidad. Pero todos pueden
continuar creyendo que el sistema no ha cambiado, hasta que la falta de comprensión, la ácida
prueba de la funcionalidad lingüística, demuestra que sí lo ha hecho.

NOTA

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1 Traducción de la versión inglesa de la ponencia (realizada por Nigel Vincent y Roger Wright), publicada en Roger
Wright, ed., Latin and the Romance Languages in the Middle Ages, London and New York, Routledge, 1991, pp.
44-51. La presente traducción castellana fue realizada para uso de los alumnos de la cátedra de Historia de la
Lengua (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires).

BIBLIOGRAFÍA

Herman, J. (1967) Le latin vulgaire, Paris: Presses Universitaires de France.


——— (1988) ‘La Situation linguistique en Italie au VIe siècle’, Revue de Linguistique Romane 52: 55-67.

Lusignan, S. (1986) Parler vulgairement. Les intelectuelles et la langue française aux XIIIe et XIVe siècles, Paris and
Montreal: Vrin and Presses de l’Université de Montreal.

Schuchardt, H. (1866-8) Der Vokalismus del Vulgärlateins, Leipzig: Teubner.

Varvaro, A. (1980). Introduction to W. von Wartburg, La frammentazione linguistica della Romania, Rome: Salerno,
7-44.
——— (1982-3) ‘Omogeneità del latino e frammentazione della Romània’, Annali della Facoltà di Lettere e
Filosofia dell’Università di Napoli 25: 65-78.
——— (1989) ‘La tendenza all’unificazione dalle origini alla formazione di un italiano standard’, L’italiano tra le
lingue romanze. Atti del XX Congresso Internazionale della Società di Linguistica Italiana (Bologna 1986). Rome:
Bulzoni, 27-42

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