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Begoña-Leticia García Sierra

Begoña-Leticia García Sierra


I.E.S. Vista Alegre, Madrid

LA PERCEPCIÓN DEL OTRO EN CUENTOS ANDINOS

Desde que se descubrió América el interés por lo allí encontrado originó una curiosa
expectación, siendo, por encima de todo, el poblador de aquella nueva realidad quien más
atrajo la atención de autores y lectores. Sin embargo, la imagen difundida del indígena
americano ha resultado parcial o desvirtuada en muchas épocas y ocasiones.
En el Perú de 1920 el jurista Enrique López Albújar (Chiclayo 1872-Lima 1963)
publica una colección de 10 relatos breves bajo el título de Cuentos andinos, consiguiendo
mostrar en ellos, de manera sincera y verídica, al poblador de las comunidades andinas del
momento. Coincide esa publicación con una etapa en la que se había acentuado en el país la
reflexión sobre el problema indígena, originándose en el panorama cultural peruano nuevos
movimientos literarios acordes con el período socio-histórico1. Ese clima de renovación
ideológica, de búsqueda de sentimiento nacional y de resurgimiento de lo indio, unido a las
circunstancias particulares de López Albújar, dieron como resultado una obra que, si bien
concebida sin grandes pretensiones2, se erige en eslabón fundamental del proceso creador de
la narrativa indigenista y en literatura del medio y del momento histórico, es decir, en una
literatura testimonial, “netamente peruana”3. Evidentemente no era la primera vez que se
asomaba el aborigen a las páginas de la literatura andina, pero en los narradores coetáneos
predominaba aún una imagen idealizada, romántica y exotista que poco o nada tenía que ver
con la más inmediata y cotidiana realidad. Así pues, gracias a Cuentos andinos el lector de
1920 pudo descubrir una tierra y unas gentes con matices no abordados hasta entonces, dado
que desde la postura fundamentalmente descriptiva que adoptaron los cronistas de la
conquista y la colonia, se había pasado a una más exotista y decorativa, propia de los
románticos, y a otra más paternalista de quienes a fines del siglo XIX seguían los principios
positivistas.
Enrique López Albújar, hombre de personalidad decidida y espíritu batallador ante las
injusticias, que compaginó su labor jurídica con la labor periodística y literaria, tuvo la
oportunidad de conocer y convivir con el morador autóctono de la sierra andina en Huánuco,
en cuya capital ejerció la judicatura durante siete años. Gracias a ello pudo acercarse a las
entrañas de esa vida e indagar en el conocimiento de sus pobladores; pero unos pobladores
que no son siervos en las haciendas de los blancos o mistis, sino que son indios comuneros.
Los 10 relatos que conforman la obra centran sus acciones en la provincia de Dos de Mayo y
más en concreto en la comunidad de Chupán, a orillas del río Marañón. En sus páginas vemos
recogidos ambientes, paisajes, modos de ser, costumbres, creencias, grandeza pasada y
también necesidades y situaciones cotidianas de incomprensión y explotación. Por ello
podemos decir que estos cuentos se asemejan a las piezas de un puzzle que tras ser
contempladas y ordenadas permiten elaborar un cuadro de conjunto, en este caso el de la vida
en los Andes a comienzos del siglo XX, transformándose los relatos de esta manera en una
ventana abierta a un mundo difícilmente penetrable para el hombre blanco coetáneo. Por su
parte para el lector de hoy en día, captado por sucesos inesperados, lugares inaccesibles y
1
En prosa aparecen El Boletín Titikaka, Amauta y La Sierra, entre otras publicaciones.
2
En 1918, con 48 años, López Albújar fue inhabilitación como juez durante tres meses, tiempo que aprovechó para, como él
mismo recuerda en sus Memorias, despertar sus dormidas aficiones literarias y ponerse a escribir cuentos inspirados en
motivos huanuqueños. Y así ese entretenimiento para rellenar tres meses de suspensión se plasmó en la publicación de
Cuentos andinos.
3
Así lo manifiesta en 1922 en sus Memorias, siguiendo pues las tesis de Manuel González Prada.

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La percepción del otro en Cuentos andinos

personajes fuera de lo común, se convierte en una plástica manera de descubrir el Perú


profundo de aquellos años. En todo caso, ante el lector de cualquier momento se revela una
sociedad milenaria y organizada social y jurídicamente, que posee sus propias leyes y las
aplica de manera eficaz y cruel al margen del Estado reconocido y creado por el hombre
occidental. Prueba de ello es el relato titulado “Ushanan-Jampi”, donde asistimos a un caso de
justicia popular dictada por los ancianos (yayas) que son los encargados de administrarla
ciegamente. En él la pena impuesta es por robo, pero como no es acatada por el infractor
inmediatamente este será castigado con otra mayor y definitiva, la muerte o ushanan-jampi.

En general la personalidad del indio retratado por López Albújar deja a la vista un ser
plagado de aspectos negativos: crueldad, amor a la mentira, ignorancia, incuria, superstición,
pasividad, rencor, desconfianza, tristeza, lentitud..., rasgos que pueden llegar a provocar en
ocasiones cierto rechazo en la sensibilidad del receptor. De esta manera el autor acaba con la
idealizada imagen del indio, de inspiración romántica, predominante hasta entonces en la
literatura. Son los suyos personajes vivos, algunos con signos de animalidad, la mayoría con
taras o defectos (quizá porque su autor se inspira en hechos particulares que sin duda trataba
en su juzgado), aunque también con sentimientos y preocupaciones. Y es que López Albújar
conocía al indio de cerca, tal vez más al indio criminal, pero sin duda conocía bien la vida en
las comunidades serranas y sus problemas.

Para mí, juez de una provincia como esta, donde todo crimen es una atrocidad y todo
criminal un antropoide, donde las víctimas despiertan canibalismos ancestrales y la
superstición interviene en el asesinato con su ritualidad sangrienta, la emoción que
causa el último crimen es siempre menor que la del presente (López Albújar 1970:
84).

Si bien venimos afirmando la predominante visión negativa, también es cierto que en


algunos momentos el autor abre paso a la excepción y con ella a la esperanza, sobre todo
cuando deja entrever que no todos los indios son endémicamente bebedores, pendencieros o
asesinos; los hay trabajadores y honrados, cuya máxima aspiración es poseer ganado y por
supuesto, también, una tierra que cultivar. Incluso en algún momento excepcional López
Albújar se deja llevar de cierto romanticismo y nos da un indio idealmente sabio y culto, lo
que sería un “buen salvaje”, o nos describe indias de belleza extrema, pero esto sólo ocurre
cuando se mueve en el terreno de lo mítico, como por ejemplo en el cuento titulado “Los tres
jircas”. Consideramos que estos casos, verdaderamente excepcionales en el conjunto de la
obra, vienen a resaltar aún más la imagen negativa predominante.
Se ha dicho de manera unánime que Enrique López Albújar realiza en esta obra un
estudio cuasi antropológico del indio, pues va descubriendo en sus personajes peculiaridades
que considera comunes a toda la raza y que nos hace llegar con sus comentarios gracias a su
postura de narrador omnisciente y también de narrador testigo o personaje, como por ejemplo
cuando leemos: “era demasiado receloso y astuto, como buen indio, para fiarse de ese
silencio” (López Albújar 1970: 51), “curioso por naturaleza, como buen indio” (López
Albújar 1970: 70), “la vista y el olor de la carne cruda despertaban en él quién sabe qué
rabiosos gustos ancestrales” (López Albújar 1970: 102), “con sumisión verdaderamente
incaica, [...] por el peso de un servilismo milenario” (López Albújar 1970: 131), “es el gran
defecto de la raza” (López Albújar 1970: 106), “con ese desprecio que sólo el rostro de un
indio es capaz de expresar” (López Albújar 1970: 48), “deja en mi alma pasividades de indio”
(López Albújar 1970: 142), “a la manera india” (López Albújar 1970: 83), etc. De este modo,
y aunque los protagonistas de sus cuentos son seres individuales, progresivamente se va
creando en el conjunto de la obra una tipificación racial que guía al lector. El autor ha

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observado al indio, se ha acercado a él y lo ha captado en sus diversos aspectos, en su vida,


con sus problemas, descubriéndonos sus emociones e intentando analizar su mundo anímico,
todo lo cual nos da como resultado unos personajes en los que palpita una fuerza telúrica y
ancestral. Y desde su perspectiva los ha mostrado en casos particulares, incluso
excepcionales, pero también con cualidades generales, escribiendo con la seguridad del
entendido en la materia. Sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado y de esa seguridad que
acabamos de citar, a veces el alma del indio, y en concreto algunos de sus actos, le son
incomprensibles, lo cual le lleva a la repugnancia y/o al asombro por casos como por ejemplo
la manifiesta ansia de libertad empero su secular sumisión y pasividad, su actitud servil, su
dependencia, su recelo, su rencor, su cruel animalidad, la impenetrabilidad de su personalidad,
etc. Todo aquello, en definitiva, que los convierte en seres difíciles de comprender y que le
llevará a afirmar en 1926 en su artículo “Sobre la psicología del indio” lo siguiente:

El indio es una esfinge de dos caras [...] La primera le sirve para vivir entre los
suyos; la segunda para tratar con los extraños. [...]Bajo el primer aspecto es franco
en el trato, solemne en el rito, intransigente en sus prerrogativas, celoso en sus
fueros, recto e incorruptible en la justicia [...] Bajo el segundo, hipócrita, taimado,
receloso, falso, interesado, venal, negligente, sórdido. Esta dualidad es la que norma
su vida, la que lo exhibe bajo esta doble personalidad, que unas veces desorienta e
induce a error y otras, hace renunciar a la observación por creerle impenetrable.4

A veces son las condiciones geográficas, climáticas e incluso genéticas las que, a
juicio del autor, se convierten en evidentes condicionantes que justifican el comportamiento
adoptado por algunos de sus personajes.
En relatos como “El hombre de la bandera”, “El licenciado Aponte”, “La mula de taita
Ramún” o “El caso de Julio Zimens”, además de tratarse la idiosincrasia del indígena también
se abordan los temas sociales más debatidos desde el desastre de la guerra mantenida ante
Chile (1879-1883). Estos son el atraso de infraestructuras en la sierra, las condiciones
extremas de trabajo sufridas por el indio, su desposesión de la tierra, el ser considerados
ciudadanos de categoría inferior, los vínculos existentes entre iglesia e indio, su inexistente
noción de patria o su relación con el ejército, siendo especialmente crítico el autor con la
forma en que se actúa en el reclutamiento forzoso entre los nativos.
Pero comentemos ahora los cuatro rasgos que consideramos son los fundamentales y
más recurrentes de todos los percibidos y recogidos por López Albújar en su acercamiento al
espíritu y personalidad del indio, y que van conformando la imagen de ese poblador
mayoritario del Perú que es el aborigen.

a) Superstición: “la superstición, todo ese cúmulo de irracionales creencias con que
parece venir el indio al mundo”. (López Albújar 1970: 75)

Es éste uno de los caracteres más repetidos y definidores de los indios de Cuentos
andinos. Prueba de ello son relatos como “Los tres jircas”, “El campeón de la muerte”, “El
licenciado Aponte”, “Cachorro de tigre” o “La mula de taita Ramún”. La superstición se
arraiga en las ancestrales creencias precolombinas, en una cultura de miedos alimentados por
la ignorancia en la que viven. Por superstición llegarán a cometer acciones desgarradoramente
violentas como leemos, por ejemplo, en “El campeón de la muerte”: “Al muerto hay que
sacarle los ojos y guardárselos para que no indique a la familia dónde se encuentra el illapaco;
y la lengua también, para que no avise; y el corazón para comerlo cuando es de un valiente,

4
El artículo “Sobre la psicología del indio” (López Albújar 1926) es un estudio de carácter social surgido de los años de
convivencia con el indio huanuqueño. En él ofrece 70 juicios sobre la personalidad de la raza indígena.

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La percepción del otro en Cuentos andinos

porque esto da más valor” (López Albújar 1970: 34). O podremos encontrar casos ridículos
como el que refiere el licenciado Aponte de un joven que afirmaba que su dedo índice de la
mano derecha había empezado a pudrirse porque había señalado el arco-iris, y en
consecuencia siempre que aparecía este fenómeno atmosférico escondía amedrentado sus
manos bajo el poncho.
El autor no oculta su opinión al respecto y manifiesta que tales creencias no resultan
nada beneficiosas para el indio. Sin embargo, y a pesar de su intención crítica, encontramos
también algunos personajes en los que el temor supersticioso por algo llega a su fatal
cumplimiento, con lo que al final, paradójicamente, quedarán reforzadas las razones que dan
pie a la existencia de esas creencias y terrores irracionales. Tal ocurre en “El licenciado
Aponte”, donde la superstición fatalista conducirá a un trágico e inevitable final: la muerte del
protagonista. Por último también hay que apuntar que en algún cuento aparece la superstición
traspasada al mundo de la religión católica, lo que no deja de ser útil para aquellos poco
ejemplares sacerdotes que pretenden aprovecharse de la credulidad de primitivos e ignorantes
indios: “supersticiosos y cobardes hasta la asquerosidad ante las cosas de la iglesia” (López
Albújar 1970: 123), llega a comentar el narrador.

b) Violencia y animalidad: “Se hurtaba los pedazos de carne cruda y sangrienta y los
engullía con la rapidez y voracidad de un martín-pescador” (López Albújar 1970: 102)

En la caracterización predominantemente negativa de los indígenas de Cuentos


andinos se observa una fuerte tendencia a la animalización, acorde con unos seres violentos,
salvajes, asesinos, de “frialdad ofídica”, que a veces rugen y devoran a sus víctimas guiados
por tradiciones y arcaicas supersticiones. Y es que son los indígenas un conjunto humano que
a pesar de vivir en comunidades con una organización social, unas leyes, una filosofía de la
vida, unos dioses, creencias y unos sentimientos propios, aún no han roto el primitivo lazo de
animalidad que les une instintivamente a la naturaleza y a la tierra, como una criatura más de
las creadas. Así aparecen como seres instalados en un hábitat atroz e indomable, abrupto y
violento, pero al fin al cabo instalados armónicamente en él. De ahí algunas de sus
incivilizadas costumbres, propias del mundo animal, agreste y primitivo en el que viven. El
joven protagonista de “Cachorro de tigre” constituye un buen ejemplo de ello al no poder
librarse del lastre de su raza que le lleva a entretenimientos más propios de una criatura
salvaje que de un ser humano. Así, a pesar de mostrar inteligencia y bastante habilidad para el
estudio en el tiempo que vive acogido en casa del narrador, gusta de beber sangre de animales
muertos y roba carne cruda para comérsela, lo que lleva al autor a comentar: “Al lado de estas
manifestaciones de una inteligencia vivaz, había otras de una animalidad extraña, que habrían
confundido a un psicólogo, y a las que, posiblemente, ningún poder hubiese podido corregir o
atenuar” (López Albújar 1970: 102).
Hay que advertir, y valorar en consecuencia, que los rasgos negativos que tanto
abundan en los indios de Cuentos andinos se dan en unos personajes que muchas veces se
encuentran explotados, engañados y desposeídos. Por otro lado, la violencia de muchas de las
acciones descritas en los relatos responde a hechos protagonizados por mentes criminales,
sedientas de sangre, como las que podemos encontrar en “Cachorro de tigre”, o en “El
campeón de la muerte” donde vemos que a un padre le devuelven descuartizada a su hija
raptada; o en “Ushanan-Jampi” donde se lee: “Los cuchillos, cansados de punzar, comenzaron
a tajar, a partir, a descuartizar. Mientras una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, esta
cortaba la lengua y aquella vaciaba el vientre de la víctima” (López Albújar 1970: 56).

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c) Consumo de coca: “La coca revela verdades insospechadas, venidas de mundos


desconocidos. Es la Casandra de una raza vencida y doliente” (López Albújar 1970: 150).

Indio y coca van unidos de forma inseparable. El mascar hoja de coca preside
cualquier actividad indígena, por lo que en opinión del autor se convierte en una filosofía de
vida a la vez que en un vicio nacional. A través de los distintos cuentos se puede ver al indio
masticando coca para consolarse ante una desgracia, para reflexionar o buscar inspiración,
como cortesía social, como fiel compañera en su resignación... Tiene un uso vaticinador y
religioso, pues le lleva a comunicarse con los dioses: “Y es que la coca no es vicio sino virtud.
La coca es la hostia del campo. No hay día en que el indio no comulgue con ella” (López
Albújar 1970: 154). Para el indígena la vida es sinónimo de sufrimiento y por ello se refugia
en el consumo de coca que le insensibiliza, igual que un anestésico, ante el dolor de una vida
ingrata. Pero también esa hoja es un energético que le ayuda a superar el esfuerzo físico, la
sed y la mala alimentación que padece. Hay en definitiva un consumo en todo momento
solemne o de cierta importancia, y a la vez un uso cotidiano. Sin embargo, la coca tiene
también un lado oscuro que nos descubre el autor a través del relato de su propia experiencia
en “Como habla la coca”, y es que su ingesta embrutece y atrapa al usuario anulando
totalmente su voluntad, con lo que, en su opinión, se justificaría alguno de los rasgos más
evidentes de la personalidad india, como por ejemplo la sumisión, lo cual por otro lado
conviene al hombre blanco para tenerlo sometido: “Posiblemente es la coca la que hace que el
indio se parezca al asno; pero es la que hace también que este asno humano labore en silencio
nuestras minas; cultive resignado nuestras montañas antropófagas; transporte la carga por allí
por donde la máquina y las bestias no han podido pasar todavía” (López Albújar 1970: 148).

d) Rencor: “el mayor enemigo del indio es el indio mismo” (López Albújar 1926: 17).

Los indios se muestran rencorosos hasta con su propia gente, y “El licenciado Aponte”
constituye un buen ejemplo de ello, pues nos encontramos allí con la crueldad de toda una
comunidad india que castiga implacablemente al protagonista del relato porque no le
perdonan los crímenes que cometió su padre. Así, en esa comunidad neciamente rencorosa, el
hijo inocente sufre las consecuencias de lo hecho por su progenitor. Igualmente asistimos a un
caso de venganza rencorosa en “El campeón de la muerte” cuando vemos al indio Liberato
Tucto que encarga matar al asesino de su hija, pero matarlo muy lentamente de “diez
balazos”, para que sufra y sea sólo la última bala la que lo mate.
En cuanto a los rasgos positivos que se desprenden de la lectura de los cuentos son
menos que los negativos, pero también los hay y entre ellos destacamos la prudencia, la
curiosidad, la capacidad de sufrimiento, la astucia, el respeto por las tradiciones, la capacidad
de trabajo en condiciones infrahumanas y sobre todo el apego a su tierra y el amor por su
hogar, que lo convierten en un patriota, “aunque su patriotismo es de radio tan pequeño que
no pasa del círculo de su comunidad o su pueblo” (López Albújar 1926: 20).
En conclusión, en una época en la que el arte en general parecía inclinarse a favor del
indio, López Albújar percibió a ese “otro” poblador mayoritario del Perú al margen del
tratamiento exótico que era generalizado y al que estaba acostumbrado el lector de su tiempo.
Con estilo directo y seco, sin retroceder ante lo más desagradable, nos dio la vida serrana al
completo, tal cual la vio, con vocación realista y con ánimo de adentrarse en ese universo para
mejor entender y comprender a su protagonista. Gracias a su colección de cuentos los
indígenas ya no son mero ornamento, sino vivos e imperfectos seres humanos, que actúan,
sienten y toman decisiones acertadas o equivocadas, que admiran o que escandalizan a
quienes se acercan a ellos. Si bien es cierto que en sus indios se perciben una serie de rasgos

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que eran lugares comunes (embriaguez, superstición, apatía, tristeza, pobreza, etc.) y que
incluso el autor, como ya dijimos, con sus comentarios viene a crear una caracterización de
toda la raza, no es menos cierto su mérito al conseguir no quedarse anclado en esa tipología e
ir más allá, presentándonos casos individuales, con nombre, apellido y lugar de procedencia, y
consiguiendo avanzar de este modo hacia la humanización y la veracidad en la pintura
literaria que del indio se daba. Así pues, creemos que Cuentos andinos fue una obra que en
1920 sirvió para mostrar otra manera de aproximarse y percibir al indio y su mundo, para
mostrar la otra cara del Perú, el Perú serrano, el Perú de la población mayoritaria en número
pero, paradójicamente, la gran desconocida.

Bibliografía

-LÓPEZ ALBÚJAR, Enrique (1970): Cuentos andinos, AYLLÓN, Ezequiel S. (pról.). Lima:
Juan Mejía Baca.
-LÓPEZ ALBÚJAR, Enrique (1926): “Sobre la psicología del indio”, en Letras y números.
Guayaquil, núm. 6.

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