Después de la Guerra de Sucesión, se empezaron a oír voces en Cataluña que
reclamaban una comunidad diferencia de España. El Sexenio Democrático vino a dotar
este sentimiento de contenido político moderno. El Decreto de Nueva Planta por el que quedaban abolidos las leyes e instituciones propias del Reino de Valencia y del Reino de Aragón impregnaban el rechazo a los Borbones. Con la Revolución de 1888 se divulgaron planteamientos políticos más elaborados. Se deseaba construir una España más descentralizada, aspiración compartida por republicanos y muchos monárquicos, como expresó el diputado monárquico progresista Víctor Balaguer, “los catalanes queremos una descentralización administrativa, una independencia de la vida de la provincia y del municipio, mientras no perjudique los intereses generales de Estado y a la unidad política y la nacional del país”. Los progresistas consideraban la República Federal funesta por sus efectos desmembradores, señalando que una Cataluña independiente tendría consecuencias negativas para la economía catalana. Los republicanos fueron más lejos en su petición de descentralización económica y administrativa. El pacto federal de Tortosa, firmado el 18 de mayo de 1889 por los representantes del Partido Republicano Democrático Federal fue el primer proyecto de federalismo pactista, cuyo principal defensor era Francisco Pi i Margall. El 4 de marzo de 1889 en “El Federalista” Josep Narcís Roca i Ferreras formula la primera propuesta de catalanismo político, defendiendo los territorios históricos frente a las nuevas provincias. Para él, el modelo a seguir eran las Constituciones de los Estados Unidos de América y Suiza. Roca distinguía dos posibilidades de unión, por un lado, la centralista como la española, francesa o prusiana; por otro lado, la descentralizada como la suiza, norteamericana o la catalano-aragonesa; llegando a la conclusión de que los federalistas debían optar por la vía de la separación si el estado no ofrece vías para el desarrollo pleno de la personalidad de los territorios. A partir de 1880 se da un paso más. Se empieza a comparar dos naciones; por un lado, Castilla, guerrera y conquistadora y; por el otro, Cataluña, pacífica y emancipadora. Dos nacionalismos contrapuestos, uno negativo (guerrero, dominador, tiránico …), otro positivo (defensivo, admirable, pacífico, humanitario …). En palabras atribuidas a Roca Ferreras, “los catalanes no ambicionaban dominar a los castellanos, a los aragoneses … Su patriotismo se ciñe a no querer que nos dominen”. El sentimiento compartido de catalanidad y españolidad en los republicanos era evidente en 1873. Pero también hubo voces que deseaban la independencia total. El 13 de febrero, al proclamarse la República, se colgó del ayuntamiento de Barcelona una bandera roja, con estrellas blancas, el triángulo y la palabra “Cataluña”. En marzo se reúnen representantes de los cuatro Diputaciones y acuerdan constituir un Estado Catalán si no se disolvía la Asamblea Nacional. Los socialistas junto con los intransigentes van más allá y proclaman el Estado Catalán. Roca Ferreras, cuando inicia su colaboración con La Renaxensa, escribe que sólo una república federal era la solución para que el estado catalán pudiera defender sus vínculos con España. Aunque admitía la imposibilidad de la separación y propugnaba una federación “de baix a dalt”, esto es, “de abajo a arriba”, lo que haría posible en el futuro la independencia. El 4 de abril un manifiesto del estado catalán reclama la República Federal “basada en la autonomía del individuo, la autonomía del municipio y la autonomía de la provincia”. Muchos defendían una Federación otorgada por el Gobierno porque así se podía defender la integridad de España, ya que, de otra manera, si se conseguiría con actos revolucionarios, era improbable que la nación siguiera unida. El 18 de julio se creó en Barcelona la Junta de Defensa y Salvación de Cataluña, compuesta por el Capitán General, el Gobernador civil, el Presidente de la Audiencia, representantes de las cuatro Diputaciones, el Alcalde la ciudad y de los Diputados a Cortes. Fue disuelto el 26 sin llegar al proclamar el ansiado Estado Catalán. Análisis final: El periplo de la politización del catalanismo va desde una conciencia de catalanidad, sin planteamientos políticos definidos, a finales del reinado de Isabel II, hasta la proclamación unilateral de independencia actual. Podemos analizar dos periodos, siglo XIX y época actual. Si bien el catalán se usaba de manera habitual en el uso popular, es en la mitad del siglo XIX, con la eclosión de un movimiento cultural denominado Reinaixença cuando el catalán surge como lengua literaria y de cultura. En el Romanticismo, sobre todo alemán, se equipara la lengua con la patria. La burguesía culta retoma el uso del catalán. Desde los inicios de la revolución liberal se intentó un reconocimiento o, más o menos específico, de la personalidad catalana a través de propuestas descentralizadoras, pero todos, incluso los radicales repudiaban la sedición. Se reclamaban el autogobierno no la independencia. Pero, ante el escaso interés del poder central en reconocer el carácter identitario catalán, el sentimiento acabó derivando hacia la independencia. Casualmente surge también, a finales del franquismo, un movimiento cultural que promueve el uso del catalán. Su máximo exponente es la denominada Nova cançó que propugnaba el uso del catalán en las canciones. La burguesía vuelve a retomar al catalán como lengua vehicular. Curiosamente también en la política la historia se repite. Dejando aparte los metalenguajes y las post-verdades, pues no tenemos, aquí, tiempo para analizar, el sentimiento de frustración en los catalanes por la desconsideración, cuando no menosprecio del sentimiento catalán ha llevado a España y Cataluña a una encrucijada de difícil solución.