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SENTIDO Y ALGUNAS
LUCES
HELENA BRAUNŠTAJN
Puede parecer muy obvio, pero ¿hasta dónde se puede dilatar esta afirmación tan
compleja y densa conceptualmente?
Las repeticiones del procedimiento no solamente no desgastan las recetas, sino las
potencializan como unos signos identitarios más auténticos que se alimentan con
creativas combinaciones de elementos pr opios y ajenos. Además, como dice
Barthes, «si la comida no fuera un asunto tan “futilizado” y tan culpabilizado, se
le podría aplicar fácilmente un análisis poético». [3]
En el ámbito del arte, hemos trazado también muchas fronteras/barreras: las que
ubican de un lado al público/consumidor y del otro al artista y su equipo (ésta es
la más obvia; de ella se desprenden una serie de roles, comportamientos y
condicionamientos); las que remarcan el dominio de las instituciones y las figuras
importantes-representantes institucionales en oposición al resto de agrupaciones,
que se suelen llamar «los independientes»; las fronteras que delimitan el mercado
de arte y sus discursos fabricados para vender, con sus debidos actores y
participantes en la transacción de valores financieros; y las que dibujan los
límites de la escena del arte contemporáneo, con sus correspondientes y
satelitales escenas alternativas. En este contexto hecho de relaci ones
predeterminadas, rígidas y utilitarias, las prácticas obedientes (o desobedientes,
da lo mismo) artísticas se sujetan a tendencias de moda y pasarelas del momento
y en el centro de la órbita está la figura del artista, quien visibiliza, incluye,
emancipa, resignifica o empodera (¡muchas sonoridades interesantes!) las
comunidades diversas. Desde un panorama así conformado, hablamos de hacer
comunidad, de arte participativo, de colaborar. Y sin embargo, nada más raro que
esta insistente afirmación del verbo «colaborar». Colaboramos siempre. Siempre
hay algún otro/otra, quien me enseña, ayuda o participa en la realización de mis
ideas, que ni son mías. Nuestras obras son colectivas inevitablemente. Como diría
Marina Garcés, la interdependencia es forzosa y hay unas circunstancias urgentes
de nuestra sociedad que nos conducen a «pensar el vínculo obligatorio entre los
cuerpos como la condición para repensar la comunidad. Se trata de sacar la
interdependencia de la oscuridad de las casas, de la condena de lo doméstico, y
ponerla como suelo de nuestra vida común, de nuestra mutua protección y de
nuestra experiencia del nosotros». [4]
Hay algunas luces. En este texto, apunto solamente dos ejemplos, dos iniciativas
desde el arte (sin duda, hay muchas más) sobre las posibilidades de reconocer y
operar las potencias comunitarias. No son receta s, pero se pueden repetir.
se dedica a la investigación y gestión cultural. Es coordinadora de Casa Vecina, espacio que experimenta con
diversos lenguajes contemporáneos. Ha sido curadora de Lugar Cero, un proyecto de arte público, el cual
estuvo desarrollándose durante tres años. Ha publicado ensayos, estudios y artículos para distintos medios
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18 de julio de 2017