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A Nadia y a Sergio
A Vittorina (in memoriam)
A los antiguos y modernos Chacasinos
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Carolina Orsini
ARQUEOLOGÍA DE CHACAS
Comunidades, asentamientos y paisaje en un valle
de los Andes centrales del Perú
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ARQUEOLOGÍA DE CHACAS
COMUNIDADES, ASENTAMIENTOS Y PAISAJE EN UN VALLE DE LOS ANDES
CENTRALES DEL PERÚ
Carolina Orsini
Dibujos
Carolina Orsini con Chiara Andrenacci, Gerbert Asencios Lindo, Marta Battilana, Emanuela Canghiari,
Elizabeth Cruzado, Isabella Di Perna, Ruy Escobar, Claudia Gentili, Enrico Giorgi, Felipe Livora,
Annalisa Lollo, Giulia Marcolli, Dante Pelagatti, Liliana Piccolin, Raffaella Pivi, Marta Porcedda,
Lilian Pretell, Aurelio Rodríguez, Simona Rossi, Giacomo Savelli, Michele Silani, Antonella Suc-
cu, Kasia Szremski, Oreste Teoli, Andrea Villanueva, Raul Zambrano, Michiel Zegarra
Mapas
Carolina Orsini con Elisa Benozzi, Alessandro Capra, Enrico Giorgi, Bebel Ibarra, Francesco Man-
cini, Giulia Marcolli, Elisabetta Pareschi, Lilian Pretell, Cristian Ramos, Aurelio Rodríguez, Fa-
bio Sartori, Michele Silani, Esteban Sosa, Antonio Zanutta
Revisión de estilo
Yolanda Sabaté Pedro
Maquetación
Sara Franco
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ÍNDICE
Introducción
El Proyecto Arqueológico Valle de Chacas: 1996-2005 p. 9
Objetivos de la investigación p. 10
Bibliografía p. 353
Apéndices p. 381
Índice de las láminas p. 381
Tabla resumen de los fechados radiocarbónicos p. 390
Índice de los nombres y de los lugares p. 391
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Agradecimientos
Quiero expresar mi gratitud a todas las personas que, a lo largo de estos años, han apoyado el pro-
yecto de doctorado que ha sido la base de la investigación del presente libro. En particular a mi
directora, la prof. Laura Laurencich Minelli, por haberme dado la posibilidad de realizar las in-
vestigaciones de mi tesis doctoral en el marco de su proyecto, que empezó en el 1996 en el valle
de Chacas, y por haberme transmitido el entusiasmo por los estudios andinos. Al co-asesor de la
tesis prof. Tom Zuidema, quien aportó una ayuda invalorable a pesar del océano que nos ha sepa-
rado.
A los codirectores de las temporadas de campo, los arqueólogos Aurelio Rodríguez Rodríguez,
Liliana Pretell Saavedra, Bebel Ibarra Asencios que me ayudaron de manera infatigable con en-
trega y profesionalidad.
A los compañeros arqueólogos y aprendices arqueólogos Chiara Andrenacci, Gerbert Asencios
Lindo, Marta Battilana, Emanuela Canghiari, Elizabeth Cruzado, Isabella Di Perna, Ruy Escobar,
Claudia Gentili, Enrico Giorgi, Felipe Livora, Annalisa Lollo, Giulia Marcolli, Liliana Piccolin,
Raffaella Pivi, Simona Rossi, Giacomo Savelli, Michele Silani, Antonella Succu, Kasia Szrems-
ki, Oreste Teoli, Andrea Villanueva, Raul Zambrano, Michiel Zegarra, por sus ayuda durante el tra-
bajo de campo.
A los topográfos del INC de Huaráz, Esteban Sosa Chunga y Cristian Ramos Caceres, que hicie-
ron los planos de los sitios de Huarazpampa y de Chagastunán.
A mis compañeros miembros del proyecto “Antonio Raimondi”, que se ha originado a continua-
ción de la investigación doctoral y que sigue hasta hoy en día: Florencia Debandi, Bebel Ibarra
Asencios (co-director del proyecto), Emiliano Manca, Luigi Mazzari, Marta Porcedda, Fabio Sar-
tori y en especial manera a Elisa Benozzi, quien empezó esta aventura conmigo desde la primera
hora.
A los colegas Isabel Druc, Joan Gero, Alex Herrera, Bebel Ibarra Asencios, George Lau, Kevin La-
ne, John Rick, Aurelio Rodríguez Rodríguez, Doris Walter, Steven Wegner, Marina Zuloaga, que
me proporcionaron manuscritos inéditos y compartieron conmigo muchas reflexiones acerca de las
diferentes manifestaciones culturales de la sierra de Ancash.
A la antropóloga Sofia Venturoli que compartió su conocimiento sobre la etnografía de la zona de
Conchucos, proveyó datos inéditos y dedicó mucho tiempo y paciencia a aclarar mis dudas.
Este trabajo no se habría podido realizar sin la valiosa ayuda de los alumnos de la Escuela Técni-
ca de Conservación de Bienes Arqueológicos de Tarapampa (San Luis, Fermín Fitzcarrald, An-
cash), de su directora Ingrid Chumichero, cuyo recuerdo queda vivo en todos nosotros, y de los
profesores de la Escuela, especialmente la arqueóloga Miriam Salazar Sáenz.
A Luciano Bitelli, artista y amigo, que ha enriquecido magníficamente el proyecto aportando sus
fotografías y su ayuda en la organización de las campañas así como lo hizo Tommaso Miglio, ca-
marógrafo y director que realizó un video de las investigaciones.
Al profesor Manuel Roca Falcón mi gratitud por su apoyo y amistad.
Agradezco su colaboración a Massimo Stefani, quien realizó las reconstrucciones tridimensiona-
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les de algunos sitios investigados a lo largo de las etapas del proyecto y a todo el personal del De-
partamento de Ingeniería DISTART de la Universidad de Bolonia, especialmente a Alessandro
Capra, Francesco Mancini, Antonio Zanutta, quienes me ayudaron a documentar de manera mo-
derna la topografía de la zona de Chacas.
Michele Silani realizó numerosas láminas así como los mapas del Sistema Informativo Geográfi-
co, mientras que Marta Porcedda se encargó junto a mi en revisar y perfeccionar todos los dibu-
jos de la cerámica, que fueron un esfuerzo común de muchos miembros del grupo de trabajo.
Agradezco muy especialmente al personal del Instituto Nacional de Cultura (hoy Ministerio de Cul-
tura), la Comisión Nacional de Arqueología y la filial INC de Huaráz por las autorizaciones con-
cedidas.
Mi gratitud al Padre Ugo de Censi, al Padre Lorenzo, a Teresi y a PierAngelo Bossini (Lima), a
Lorenzo y a Luisa (Chacas), a Gustavo Conroy, a Lino y a toda la Operación Mato Grosso que han
estado apoyando este proyecto desde 1996.
El Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, a través de Sumru Aricanli y del dr.
Craig Morris, facilitaron mi investigación ayudándome en el examen de la Colección Bennett del
Museo gracias a una beca de estudio.
Diferentes instituciones italianas hicieron posible la investigación de campo: la Fundación Fla-
minia de Rávena, que financió la beca de doctorado, la Universidad de Bolonia a través de los
fondos otorgados por el proyecto “Giovani Ricercatori”, el Ministerio de Relaciones Exteriores de
Italia.
El Instituto Italiano de Cultura y la Embajada de Italia en Lima facilitaron la concesión de los per-
misos de excavación y ayudaron en la difusión de los resultados preliminares del proyecto.
Pude contar con el apoyo de las comunidades de Chacas y de Huari a lo largo de todo el proyec-
to. En particular Manuel Roca Falcón, Geovani Serna y los alcaldes de las Municipalidades de
Chacas y de Huari, nunca dejaron de promover la investigación, actuando en manera desinteresa-
da y en favor de un mayor conocimiento de dichas áreas.
A doña Clorinda y don Ricardo Ibarra Asencios, a Bebel y a Aliz Ibarra Asencios, quienes presta-
ron una invalorable ayuda para la realización de las campañas 2002, 2003 y 2004, 2005, va mi in-
finita gratitud.
Al director de las Colecciones de Arte Aplicado del Castello Sforzesco de Milán, dr. Claudio Sal-
si, quiero expresar mi gratitud por el apoyo desinteresado dado al proyecto.
Finalmente, las revisiones de los textos corrieron a cargo de Nadia Minerva Orsini y de Yolanda
Sabaté Pedro (revisión de estilo), y de las láminas a Sergio Orsini y Sara Franco. Daniela Miner-
va ayudó en la búsqueda de la bibliografía conservada al otro lado del Océano, mientras que do-
ña Vittoria Monti Minerva aportó una incalculable ayuda logística, además de infinito cariño.
Las deudas con los colegas y amigos son muchas, mientras que los errores y omisiones son solo
de mi exclusiva responsabilidad.
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Introducción
En 1999 visité por primera vez Perú con fines científicos. En aquel entonces la profesora Laura
Laurencich Minelli de la Universidad de Bolonia (Italia) estaba poniendo en marcha una investi-
gación en la zona del valle del Chacapata1 respaldada por el Ministerio de Relaciones Exteriores
de Italia. A partir del año 2000 emprendí mi propio camino de investigación bajo el proyecto ini-
ciado por Laura Laurencich con la finalidad de presentar mi candidatura para el título de doctor
en la Universidad de Bolonia (Italia).
El presente estudio es el resultado del trabajo de tesis que presenté en 2005, y de los datos de in-
vestigaciones sucesivas en la zona de Ancash y que siguen hasta ahora.
Así pues, los antecedentes más importantes para este trabajo fueron los estudios pioneros en Cha-
cas de Laura Laurencich (1999) y de otro investigador peruano-alemán, Alexander Herrera (1998).
A partir del año 2000 y hasta 2004, estuve coordinando las investigaciones en Chacas junto con Au-
relio Rodríguez Rodríguez, con la finalidad de observar cómo los cambios sociales se reflejaban en
los asentamientos locales en términos de apropiación del territorio y de conformación de algunos
asentamientos. Para cumplir con dicho objetivo era necesario ampliar los catastros de Herrera y de
Laurencich, mapear los restos de la arquitectura antigua y efectuar excavaciones restringidas para
establecer una secuencia cerámica local. Asimismo resultó importante tratar de agregar desde el
principio datos sobre la vida local en el período de la colonia utilizando datos etnohistóricos.
Los datos que recogimos fueron la base para la redacción de mi tesis de doctorado (2005). Se ex-
ploraron, en 2000, las quebradas secundarias Garguanga y Potaca, ubicadas en la porción sur de
la zona de Chacas – proyecto aprobado por el Instituto Nacional de Cultura con Credencial C/094-
2000 del 18 de agosto de 2000 y con Resolución Directoral Nacional N° 1093 del 22 de septiem-
bre de 2000. Durante la temporada 2001 no se realizaron trabajos sino solo recorridos enfocados
a la preparación del campaña 2002. En la temporada 2002 – aprobada con el credencial del Insti-
tuto Nacional de Cultura C/DGPA-076-2002 con fecha 17 de Junio de 2002 –, junto a las arqueó-
logas Liliana Pretell Saavedra y Elisa Benozzi, avanzamos en la prospección de la misma área y
se efectuaron un número restringido de excavaciones estratigráficas en dos sitios arqueológicos ele-
gidos entre los más representativos del área. Durante la temporada 2003 – aprobada por el Insti-
tuto Nacional de Cultura con Resolución Directoral 00161 del 22 de Agosto del 2003 – se realizó
la prospección arqueológica en la quebrada Juitush descubriendo nuevos sitios, se completaron re-
lieves y dibujos en la quebrada Garguanga y en la vertiente occidental del río Chacapata y se re-
alizaron las excavaciones extensivas en el sitio de Balcón de Judas. Durante el temporada 2004 se
procesaron los materiales adquiridos en las campañas, que posteriormente se embalaron y entre-
1
En la provincia de Asunción - Departamento de Ancash, Perú. La zona pertenece a la Cuenca del Marañón, bajo
valle del río Yanamayo, Callejón de Conchucos.
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garon al Museo Regional de Ancash en Huaráz. Durante la temporada 2005, se investigó el sitio
de Tayapucru.
A partir del 2006 el proyecto pasó de ser una investigación finalizada a la redacción de una tesis
doctoral a convertirse en un proyecto científico más amplio, codirigido por Bebel Ibarra Asen-
cios, promovido por las Colecciones Extraeuropeas del Castello Sforzesco de Milán, patrocinado
por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, y con la colaboración de la Embajada de Ita-
lia en Lima, del Instituto Italiano de Cultura de Lima y de la Municipalidad de Huari. Se agrega-
ron nuevos temas de investigación y se decidió ponerle al proyecto el nombre del científico ita-
liano Antonio Raimondi, quien realizó mapeos y caminatas para la exploración de la zona de Con-
chucos; sin duda fue un investigador ante litteram de todas las temáticas que abarcan la relación
entre el hombre y su ambiente. La Misión Arqueológica y Antropológica italiana proyecto “An-
tonio Raimondi” fue ampliando sus áreas de investigación y durante los últimos seis años se tra-
bajó de manera intensiva en la provincia de Huari, en la zona de la Laguna de Puruhuay.
Estos últimos datos, por ser el resultado de un esfuerzo colectivo de un grupo de personas que se
reconocen bajo la égida del Proyecto Antonio Raimondi, no entrarán sino en mínima parte en el
presente libro que tratará principalmente el problema del patrón de asentamiento prehispánico en
la zona de Chacas.
Objetivos de la investigación
11
La investigación desea prestar datos nuevos a una zona de estratégica importancia por su situación
geográfica, además de aportar nuevos testimonios sobre los grupos culturales recuay, cuyas evi-
dencias arqueológicas dominan la zona durante un largo período. Conocidos casi siempre por su
fina cerámica hallada en contextos funerarios, poco se sabía de estos grupos cuando se redactó es-
te trabajo, sobre todo en lo que concierne su dimensión socioeconómica y política2. A pesar de
ello, se era bien conscientes de la importancia de esta cultura debido a su gran área de influencia
y a sus contactos con las zonas tanto las costeras como las de la alta selva del Perú (Thompson D.
- Ravines R. 1973; Bonavia D. 1991; Makowski K. 2000, 2004; Makowski K. - Rucabado J. 2000).
Partiendo del axioma de D. Clarke que cualquier investigación arqueológica de campo es una in-
vestigación de tipo espacial – prescindiendo de la “escala” a la cual se investiga3 – en el proyecto
que presentamos se siguen escalas de investigación plúrimas: desde la dimensión espacial de la uni-
dad doméstica hasta llegar a estudiar enteras porciones de territorio. La investigación a diferentes
niveles permitió dar una visión de algunas, si bien parciales, dinámicas sociales y al mismo tiem-
po evidenciar algunos elementos de las relaciones entre las comunidades y el empleo del territo-
rio en sus diferentes fajas ecológicas. La “escala” de la investigación es “larger than an individual
site but smaller than a settlement region” (Canuto M.A. - Yaeger J. 2000: 10).
Una zona de interconexión como la descrita, donde no se desarrollaron civilizaciones organizadas
en estados y que no fue objeto, como veremos, de importantes dominios foráneos, representa qui-
zás una buena ocasión para comprobar algunas teorías relativas a las antiguas dinámicas socioe-
conómicas en los Andes, como la que se refiere al “control vertical de un máximo de pisos ecoló-
gicos” (Murra J. 1972) o “zonal complementary”. Dicha teoría influye notablemente los estudios
de arqueología del paisaje en la zona andina, sobre todo de la zona sur de los Andes. Asimismo,
la comprensión de este fenómeno es básica para considerar los criterios con los cuales fueron ele-
gidas las zonas donde asentarse.
En principio fue formulada por John Murra (1967-72, 1980, 2004) valiéndose de importantes ob-
servaciones etnohistóricas acerca de un reino de la zona del Lago Titicaca, los Lupacas; poste-
riormente esta teoría fue reelaborada y “comprobada” arqueológicamente en varias ocasiones co-
mo modelo general aplicable al período prehispánico para la interpretación de las estrategis eco-
nómicas de los grandes señoríos del Período Intermedio Tardío y del Horizonte Tardío en diferentes
partes del territorio andino. Los estudios permitieron observar, como es obvio en cualquier hipó-
tesis de trabajo, áreas donde el modelo se aplicaba más o menos bien, notando a su vez interesan-
tes diferencias zonales4. No cabe duda de que cada área de estudio, con su conjunto de fuentes es-
critas, ofrece nuevas oportunidades para integrar los principios y para replantear los trabajos de
Murra.
2
En los últimos años se publicaron varias monografías (cfr. por ejemplo Orsini C. 2007 y Lau G. 2011).
3
“Spatial archaeology deals with human activities at every scale, the traces and artifacts left by them, the physical
infrastructure which accommodated them, the environments that the impinged upon and the interaction between all the-
se aspects. Spatial archaeology deals with a set of elements and relationships” (Clarke D. 1977: 9).
4 Cabe destacar que quizás sea por el lado de los estimadores, sea por el de los detractores de la teoría de los “ar-
chipiélagos verticales”, no se ha tomado suficientemente en cuenta de que fue concebida como una hipótesis pasible de
revisión y rediscusión: “Murra nunca ha tenido paciencia por quienes toman su planteamiento, por ejemplo, acerca del
manejo Inka de poblaciones mitimaes o acerca de la estrategia productiva del ‘archipiélago vertical’, para criticarlo, al
demostrar que el modelo publicado no encuadra precisamente con los detalles de un nuevo caso. Cada planteamiento,
modelo o corrección del modelo en la obra de Murra, surge del encuentro con un conjunto específico de textos y evi-
dencias” (Peters A. - Santoro C. 2004).
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Las reflexiones emergidas en el curso de la investigación llevaron a confrontar este modelo con
otros elaborados durante los últimos años y con las investigaciones etnográficas que se llevaron a
cabo en la zona (véase infra).
Por último, el estudio de la zona de Chacas tenía como objetivo proporcionar una vista “de los már-
genes” sobre las potencias suprarregionales que se desarrollaron durante los llamados “Horizon-
tes” de la historia prehispánica.
La imagen que emerge de los antiguos habitantes de Chacas es la de una sociedad en evolución
según dinámicas locales e internas.
El tejido en que se mueven y en que se materializan los cambios, que se estudió como base de la
investigación, es el paisaje: la apropiación de los espacios vitales y económicos queda, tanto du-
rante toda la antigüedad de la zona como en el período moderno, subrayada y sancionada por la
construcción, modificación y concurrencia de áreas de viviendas y de zonas de rituales y funera-
rias. El paisaje se convierte en un espacio cultural en el que expresar la pertenencia étnica, el cul-
to a los antepasados míticos, la ritualidad hacia la naturaleza sin olvidar la propiedad de la tierra
y del agua.
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Capítulo 1
Marco metodológico. Patrones de asentamiento en los Andes prehispánicos:
algunos enfoques de investigación
Introducción y problemática
El presente trabajo se propone realizar un estudio sistemático de los patrones de asentamiento ha-
llados en una región de cerros elevados, situada en la ladera oriental de la Cordillera Blanca pe-
ruana; esta zona ocupa la cuenca hidrográfica correspondiente al valle bajo del río Yanamayo,
afluente del río Marañón.
El estudio, cuyas finalidades se exponen en el párrafo introductivo, se basa en datos arqueológi-
cos, así como en algunas reflexiones etnohistóricas y etnográficas. A lo largo de este capítulo que-
remos manifestar la criticidad, los límites y las potencialidades de la recopilación de los diferen-
tes datos que fuimos reuniendo, y nos proponemos debatir cuáles podrían ser los diferentes apor-
tes y roles que algunas macro teorías históricamente aplicadas a la interpretación del pasado pre-
hispánico pueden jugar en el tratamiento e interpretación de los datos a nuestro alcance.
En los Andes existe una consolidada tradición de conjugar los estudios arqueológicos con los et-
nohistóricos1. La evolución de los estudios etnohistóricos demostró sucesivamente que, más que
las crónicas, los documentos burocráticos como las visitas, los procesos por idolatría, etc., podí-
an constituir una fuente independiente muy útil para entender el pasado indígena al estar estos me-
nos distorsionados por la propaganda y el eurocentrismo que caracteriza la mayoría de las cróni-
cas coloniales.
A partir del proyecto pionero de Murra en la zona de Huánuco (1967, 1972), el empleo de los do-
cumentos burocráticos pasaron a formar parte de los datos arqueológicos a tener en cuenta, sobre
todo para analizar la validez de algunos modelos antropológicos (Stanish C. 1989a: 303), además
de para el estudio de los períodos tardíos de la historia andina (p.ej. el período de los así llamados
Señoríos Étnicos y del Horizonte Tardío).
Las aportaciones, en su mayoría teóricas, de la Antropología, de la Etnohistoria y de la Etnogra-
fía influyeron de manera distinta en la recopilación de los datos arqueológicos, a veces mitigando
la visión cartesiana, de un “space as homogeneous, measurable, an inert stage or setting for human
actions” (Thomas J. 2000: 491). El paisaje, así como el espacio interior de una estructura en un de-
terminado sitio arqueológico, pueden adquirir no solo diferentes funciones durante el tiempo, si-
no que también pueden percibirse sincrónicamente de manera distinta por parte de diferentes gru-
pos humanos o incluso por individuos de un mismo grupo: “Landscape is not land, bare space, or
1 Ya en los albores de la arqueología peruana se utilizaban datos de las crónicas para interpretar los hallazgos ar-
queológicos; el pionero fue Julio Tello (1981 [1929], 1967, junto con sus alumnos, entre los cuales Toribio Mejía Xess-
pe T. 1952 y Carrión Cachot R. 1955, 1959). Dicha tradición se fue consolidando en los estudios andinos a pesar de las
influencias de la arqueología procesual que predicaba un mayor empleo de estudios dirigidos a comprobar modelos uni-
versales rechazando los enfoques más descriptivos (Burger R. 1989: 37 en Wernke S. 2003: 93).
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nature, but a lived context which is experienced from the position of human being” (Thomas J.
2000: 492). La misma acción del arqueólogo, mientras recorre el paisaje en búsqueda de las hue-
llas del pasado, impregna el territorio de nuevos sentidos y nuevas funciones.
Otra capa semántica, de importancia fundamental, es la que aporta la percepción actual del paisa-
je, estudiado por la Etnografía: las modernas comunidades andinas utilizan el espacio como una
hoja en la que escribir y materializar los principios de la organización social, económica y de la
religiosidad. Acudir con frecuencia a un determinado paisaje será, para ellos, suficiente para re-
novar y devolver vivos tales principios.
A pesar de la información que cada disciplina pueda aportar, la integración de la misma es una fron-
tera crítica de la investigación (Stanish C. 1989a: 303).
Por ejemplo, las transformaciones históricas relatadas por los documentos, así como las de la cul-
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tura material, objeto de la investigación arqueológica, no siguen el mismo ritmo; un ejemplo evi-
dente de ello surge a raíz de la experiencia de correlaciones entre datos arqueológicos y etnográ-
ficos realizada por Martti Pärssinen durante sus investigaciones sobre la ocupación de los territo-
rios de Cajamarca, Pacasa y Yampará, en la sierra septentrional del Perú. El estudioso observó
que en esa zona las transformaciones en la cultura material eran más lentas con respecto a las de
la realidad social y política (Pärssinen M. 1997: 41). Una desalineación que pudimos comprobar
también en la zona de Chacas.
Otro problema específico en la interpretación de los datos arqueológicos a la luz de las fuentes et-
nohistóricas concierne a la distinción, a nivel de record arqueológico, de las “etnias”2 reveladas por
las fuentes. Los cronistas reconducen las diferencias étnicas patentes en el momento de la Con-
quista a la observación, entre otras cosas, de las ropas y de los sombreros (Cieza de Léon P. 1995
[1553]; Cobo B. 1953 [1653]). Tales indicadores son muy difíciles de observar en la arqueología
de las zonas de alta montaña, donde la conservación de estos adornos se reduce, en la mayoría de
los casos, a pequeños fragmentos muy deteriorados. Indicadores que se distinguen mejor en el re-
cord arqueológico, como por ejemplo la arquitectura doméstica (Stanish C. 1989b) y las costum-
bres religiosas y funerarias, resultan útiles para esta finalidad, si bien fenómenos de mitmae o in-
tercambio de productos pueden interferir en el proceso de identificación (véase Hastings C. 1987).
Del mismo modo resulta útil la observación de las técnicas alfareras tradicionales (Druc I. 2009).
En la zona de la sierra de Ancash, complica más la correlación de los datos arqueológicos con los
que se deducen de los documentos coloniales una cierta homogeneidad de estilos cerámicos, so-
bre todo a partir del Período Intermedio Tardío3, vinculado a la supuesta presencia4 de grandes se-
ñoríos étnicos como los Huaris en Conchucos. En nuestra opinión (véase Cap. 5) este dato carece
de fuerza tanto en lo que respecta el estudio de los patrones de asentamiento para esta fase, como
en lo que respecta las observaciones más detalladas de las técnicas alfareras (véase a este propó-
sito el extenso trabajo de Isabelle Druc 2009).
Un objetivo fundamental de la metodología de investigación es pues encontrar un punto de con-
tacto entre los datos históricos y los arqueológicos5, utilizando información procedente de dife-
rentes fuentes independientes para confrontar los datos y evidenciar los puntos de criticidad (Wern-
ke S. 2003: 95); así pues, trataremos de adoptar dicha estrategia a lo largo del presente trabajo.
Lamentablemente tenemos pocos documentos sobre la zona de Chacas, puesto que los principa-
les documentos burocráticos conocidos útiles para la zona se concentran en la documentación de
2 El término, de aquí en adelante, se utiliza en el sentido que le da Rostworowski (1990), sin que tenga una conno-
cidental de la Sierra de Ancash, es el llamado aquilpo. Debido a su decoración incisa y a la forma de sus vasijas, a me-
nudo se ha puesto en relación con el estilo costero conocido como Casma inciso. La ubicación temporal del estilo aquil-
po es muy aproximada: hay pocos contextos con fechados absolutos a los que se asocia esta cerámica, y tienen una cro-
nología muy amplia. Por ejemplo, es similar a la cerámica Pashash del período Usú (600-700 d.C.) (Grieder T. 1978:
70, 78, fig. 50). Nuestro equipo excavó un entierro completo con cerámica aquilpo, que se fechó en torno al año 1000
(véase Capítulos 3 y 4). Otros fechados llegan hasta el período colonial. Además, sabemos que existen importantes di-
ferencias regionales aún por investigar. Para un repertorio de cerámicas pertenecientes a esta fase, véase también: Fung
Pineda R. - León Williams C. 1977: 136, fig. 1-2-3; Daggett C. 1983: 209-225; Lau G. 2001: 269-274; Herrera A. 2005a:
205-206, fig. 6: 22; Lane K. 2005: 118, fig. 6,8.
4 Los sistemas de asentamiento, así como la arquitectura y los artefactos del período prehispánico, integran la in-
tacto europeo, tendríamos, obviamente, puntos cronológicos, que se relacionan mucho con el tiempo histórico cómo con
el tiempo arqueológico. Investigando sobre estos pueblos podríamos conocer mejor el tipo de cerámica o arquitectura
que existió en el período de contacto europeo.”
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la provincia de Huánuco y en la zona del Callejón de Huaylas, sin duda áreas de mayor “interés”
para el provecho económico durante la colonia. Aun así la zona se menciona en algunas visitas,
en los censos en algunos documentos que conciernen a los ricos obrajes locales (véase Capítulo 2).
La investigación sobre la arqueología del paisaje en el área andina fue proporcionando, a lo largo
de los últimos años, nuevos datos sobre algunos temas fundamentales para el conocimiento de las
culturas prehispánicas, algunos de ellos interesantes para la discusión del presente trabajo: 1) las
relaciones entre centro/periferia 2) los fenómenos de especialización económica e intercambio.
El debate acerca de la relación centro/periferia en los períodos cronológicos conocidos como “Ho-
rizontes” se desarrolló mucho en los últimos años. Los estudios regionales delimitaron drástica-
mente la extensión de las áreas de influencia de las grandes realidades estatales e imperiales que
se asomaron al territorio andino a partir del siglo V d.C. (los Waris y los Incas). Y ello no solo en
las zonas periféricas, sino también en algunas regiones clave de la zona andina. Parsons, Matos y
Hastings (2000) observan cómo en una zona central y de gran importancia estratégica, como son
los valles del Tarma y del Junín, en los Andes centro meridionales del Perú, no existe una directa
influencia del imperio wari ni se desarrolló otra realidad a nivel estatal. Existen pues fenómenos
de penetración de las potencias suprarregionales en dicha área que se mantuvieron a nivel de con-
tactos ocasionales. Las evidencias arqueológicas de esta zona indican una gran continuidad de
ocupación de las áreas y una débil influencia ejercida por el exterior, si excluimos el período inca
(Earle T. - D’Altroy T. 1989). La directa consecuencia de este fenómeno es la dificultad encontrada
por los estudiosos a la hora de distinguir un cambio entre las tradicionales “fases” en las que está
dividida la historia prehispánica entre “Períodos” y “Horizontes”. Estas problemáticas están muy
difundidas en las zonas de la sierra centro-norte y fueron objeto de discusión de varios estudiosos
(véase Earle T. - D'Altroy T. 1989; Orsini C. 2002; Herrera A. 2003a), además de constituir un pun-
to crítico que se debate en este libro.
En sus estudios efectuados en la zona del bajo valle del Santa, que comprenden una interesante área
de pasaje entre la zona de la sierra central, en particular la zona de la Cordillera Negra y el Calle-
jón de Huaylas y los valles interandinos de la costa norte del Perú, David Wilson aborda el pro-
blema desde el punto de vista de las relaciones de intercambio y relaciones de poder entre cos-
ta/sierra (1988: 24). Su consideración al respecto es que el sistema regional local había evolucio-
nado sin la presión de agentes externos, a parte en dos períodos en los cuales se encontraba la pre-
sencia Moche y Chimú. Así pues, “a great deal of regional autonomy and self sufficiently charac-
terizes Santa” (1988: 356). El motor principal del cambio fue, según el autor, no tanto la acción
de las fuerzas lejanas como los Waris o los Incas, sino los contactos interregionales, tanto a nivel
de intercambio positivo como negativo (p.ej. la conquista y sumisión).
Los avances de la arqueología del paisaje llevaron a una reexaminación de las periodificaciones
cronológicas y de cómo estas se formularon a mediados del siglo pasado para la época prehispá-
nica del Perú.
Es más, las recientes perspectivas de arqueología doméstica, hacen que se consideren más dete-
nidamente las dinámicas de los cambios locales, lo que ha desemboca en una crítica a la sobreva-
loración del rol de las capitales y de los centros suprarregionales en la prehistoria andina (Bermann
M. 1994). Esta perspectiva la fomentaron en cierta forma los mismos cronistas españoles, quienes
basaban sus relatos en la visión centralizadora y civilizadora de los Incas (Moseley M. 2001 [1992]:
16-28). La arqueología andina se ocupó principalmente del estudio de los mecanismos de forma-
ción del estado y de las sociedades complejas, por lo tanto la investigación de campo se concen-
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tró en las áreas y en los contextos culturales donde estos procesos habían tenido lugar de manera
más clara.
Una observación más exhaustiva de los fenómenos locales originó, en los últimos años, una ma-
yor consideración de los fenómenos de especialización económica propios de cada ecosistema
(Masuda S. - Morris C. - Shimada I. 1985). A partir de la formulación de la célebre teoría de los
“archipiélagos verticales”, la cuestión de la especialización económica en los Andes y del inter-
cambio de productos se convirtió en un tema fundamental para la comprensión de los patrones de
asentamiento, y naturalmente para comprender el tema de la relación centro/periferia. Los fenó-
menos de especialización económica afectan a un largo período de la historia andina y son deter-
minantes en la elección de los lugares de asentamiento. La teoría de los archipiélagos verticales,
elaborada a finales de los años 60 por John Murra, se basa en la observación de que algunos gru-
pos humanos lograban explotar todas las potencialidades ofrecidas por los diferentes contextos
geográficos andinos gracias al envío de “colonos” a zonas productivas contiguas. Así, el mismo
grupo étnico podía contar con zonas productivas distribuidas como un archipiélago en diferentes
alturas del territorio: en las áreas más bajas con cultivos, por ejemplo, de coca, en los valles que-
chuas (alrededor de los 3.000 mt. s.n.m.) con maíz, etcétera. En “El control de un máximo de pi-
sos ecológicos en la economía de las sociedades andinas” (1967-72, 1972, 1975, 2002), Murra
comprueba su teoría a través de cinco grupos humanos distintos, de diferente extensión y com-
plejidad social. Si bien Murra sostuvo que la teoría podía aplicarse tanto a grupos humanos ex-
tensos como a grupos de pocas familias, varios autores subrayaron, a lo largo de los últimos años,
(Pease F. [1978] 2001: 133; Hastings C. 1987) la relevancia de la cuestión demográfica para que
el sistema funcione.
Tras la primera formulación de esta teoría se puso a prueba el mencionado modelo en diferentes
áreas andinas; el resultado fue una serie de interesantes variantes surgidas gracias a observaciones
arqueológicas y etnográficas.
Por ejemplo, en la franja andina intertropical el modelo que pareció más apto era el de una com-
plementariedad de tipo microvertical: “en el sentido que Oberem (1981) le ha dado a este concepto:
el que un pueblo tenga campos de cultivo situados en diferentes pisos ecológicos, que pueden al-
canzar en un mismo día, con la posibilidad de regresar al lugar de residencia por la noche. [...] el
centro está localizado en región fría y alta, con cultivos en los valles” (Ramírez De Jara M. 1996).
Si las diferentes áreas de producción se explotan de manera diferencial para aprovechar todas las
oportunidades económicas permitidas por el territorio, la mayor compresión de los espacios hace
posible alcanzar un área determinada y explotarla en el arco de un mismo territorio de acción por
un grupo humano organizado. Este mecanismo, junto a otros de especialización de la producción,
de trabajo comunitario y de comercio a larga distancia de bienes exóticos, puede asegurar una sub-
sistencia satisfactoria sin necesidad de colonias. No necesariamente, pues, una organización com-
pleja y extensa de explotación de los recursos debe organizarse a nivel estatal con un “centro”. Al
contrario, según Hastings, tener al alcance diferentes recursos puede implicar, sobre todo en am-
bientes que no pueden sustentar a un gran número de personas, el predominio de una segmenta-
ción de la población en el territorio y la proliferación de intercambios a nivel local más que de bien-
es producidos por otros grupos étnicos (1987: 146).
Sugerimos en este párrafo qué tipo de aportaciones introduce la arqueología del paisaje en los es-
tudios andinos. Los modelos elaborados en el pasado sugirieron que el impulso al cambio tuvo lu-
gar en función de la influencia de fuerzas suprarregionales “irradiadas” desde los grandes centros
del poder, en medida variable, hacia el resto del territorio. Este enfoque, tras un conocimiento más
profundo de los contextos regionales introducido gracias a la arqueología del paisaje, hizo que en
el pasado se subestimaran las lógicas locales que llevaban a un cambio, como si fuera necesario
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recurrir siempre a un motor externo para conformar el propio modus vivendi con nuevas situacio-
nes sociales o ambientales. Al contrario, en la historia local de la sierra de Ancash, y en particular
como veremos en la de la zona de Chacas, asistimos a un sucederse de cambios, de innovaciones,
y a veces de involuciones, de pequeñas comunidades debidos a factores principalmente locales,
donde resulta ser muy débil el eco de los sistemas sociales y económicos impuestos por los lla-
mados imperios wari e inca.
En Chacas, así como en otras zonas de los Andes (Bermann M. 1994: XVI), quizás una perspec-
tiva de investigación de una pequeña realidad pueda ofrecer algunos datos más para la compren-
sión de ciertos fenómenos, como por ejemplo el nacimiento y la expansión de los estados en los
Andes, reconsiderando el impacto de estos fenómenos a nivel provincial.
6 Existe una larga tradición de estudios regionales en las zonas andinas del Perú (Billman B. - Feinman G. 1999).
Recientemente se han llevado a cabo nuevos estudios en la sierra meridional (por ejemplo Wernke S. 2003; y especial-
mente Tripcevich N. 2007: cap. 5, quien aplicó en la zona del Colca diferentes metodologías de prospección para loca-
lizar sitios a pequeña escala) donde se adoptaron soluciones metodológicas, tecnológicas y de representación de los da-
tos que fueron un importante punto de referencia para el presente trabajo.
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En las laderas de cerros que no conservan ruinas a la vista, o bien donde no hay campos cultiva-
bles en los que se removió el terreno, la presencia de una fuerte erosión no permitió una buena con-
servación de los objetos de cerámica superficial. Este elemento, junto con el hecho de que la ar-
quitectura de los períodos más antiguos queda bajo el nivel del piso de frecuentación, comporta el
riesgo de pasar por alto las fases más antiguas de ocupación de los sitios. Este problema, conoci-
do en todos los contextos de investigación que cuentan con problemas de visibilidad de los restos
arqueológicos (McManamon F. 1984; Shott M. 1985), se resolvió abriendo pozos de prueba en al-
gunos sitios piloto, donde se buscaron, y cabe decir que a veces se encontraron, las fases de ocu-
pación anterior. Considerado el tipo de explotación actual del territorio andino, con poca cerámi-
ca a la vista, no efectuar las excavaciones en pozos habría sido como si el reconocimiento no se
hubiera llevado a cabo (Cambi F. - Terrenato N. 2001 [1994]: 151).
Observaciones análogas añade G. Lau, durante sus investigaciones en el adyacente Callejón de
Huaylas: “Finally, the program of excavation sampling at Chinchawas also demonstrates that sub-
surface architecture is very common in terrace areas. In many of the terrace locations, processes
of erosion have buried prehistoric architecture. At any given site under such conditions, therefo-
re, site mapping alone may not capture the full diversity of architecture” (2001: 152).
También las zonas de los fondos del valle presentan problemas de visibilidad del record arqueo-
lógico a causa de los numerosos y frecuentes aluviones que afectan al área andina. En la zona
Huaylas/Conchucos se cuentan ya desde la Antigüedad aluviones innumerables y trágicamente
desoladores. A partir del año 1702 contamos con las estadísticas precisas obtenidas de las fuentes
coloniales que conciernen numerosos acontecimientos catastróficos originados por el derretimiento
de los hielos del Huascarán Norte, que domina Chacas y el valle del río Chacapata (Ferroso J. -
Williams R. 1999). En cuanto a este problema la repetición de la prospección efectuada a lo largo
del proyecto favoreció la investigación: los reconocimientos, de por sí lentos a causa de los enor-
mes problemas logísticos, se fueron repitiendo en algunas ocasiones a distancia de días, en otras
ocasiones a distancia de años. Considerados los rápidos procesos de cambio de un área tan ines-
table como la que se halla al reparo de la Cordillera Blanca, lo que suponía un impedimento lo-
gístico permitió al final añadir nuevos datos a la investigación7.
Debido a la falta de homogeneidad del territorio fue necesario organizar un retículo de investiga-
ción variable según las eco zonas. Dada la naturaleza del territorio andino era muy difícil aplicar
un método de investigación que fuera uniforme en todo el territorio porque los obstáculos físicos
que debían superarse eran considerables e impedían aplicar sic et simpliciter las técnicas de sur-
vey sistemático clásico. Se optó por emplear un método mixto que uniese diferentes técnicas fun-
cionales al entorno objeto de investigación. Se localizaron 3 zonas principales en las que se apli-
có la sectorización del territorio según su morfología ecológica: quechua, suni y puna.
En dichas áreas se adoptó un sistema de reconocimiento de diferentes “intensidades”, que varia-
ba según la zona. Las áreas de mayor intensidad se encontraban, como es obvio, en el reconoci-
miento dentro de los sitios, las de menor en las zonas adyacentes a los glaciares.
Se llevó a cabo una prospección sistemática de reconocimiento intenso (30 m) en las zonas de ba-
jo valle con suelo agrícola (eco zonas quechua y suni 2.550-3.800 mt. s.n.m.) y en las zonas de pu-
na (3.800-4.800 mt. s.n.m.), mientras que se efectuó un reconocimiento de baja densidad en las zo-
nas adyacentes a la jalca (> 4.800 mt. s.n.m.), donde se procedió localizando los sitios a vista, y,
7
Cuando por ejemplo realizamos un primer recorrido en la quebrada Garguanga, en 1999, junto al arqueólogo Au-
relio Rodríguez, no pudimos darnos cuenta de la presencia de importantes restos en la zona porque todavía no había te-
nido lugar un micro aluvión que forzó a los cultivadores a desplazar sus campos de cultivo, hecho que sacó la luz un in-
teresante depósito de cerámica.
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una vez identificados, se realizó un muestreo intensivo por unidades de las viviendas.
En las zonas de transición entre los fondos del valle y laderas, y entre las laderas y las cimas de
los cerros, se adoptó un muestrario del territorio por “transeptos”, es decir un reconocimiento sis-
temático en cuota con dirección perpendicular al río Chacapata y siguiendo las quebradas en di-
rección de las zonas de puna – otros investigadores en los últimos años adoptan esta técnica (vé-
ase por ejemplo Higueras A. 1996; Wernke S. 2003). Cuando fue posible se siguió la vía más di-
recta, mientras que cuando no fue posible se siguieron oportunamente áreas con rastros de pre-
sencia humana como caminos trazados por el hombre o, aún mejor, andenes de cultivo donde ca-
bía la posibilidad encontrar evidencias arqueológicas.
No hay duda de que la solución de los transeptos fue en función al tipo de dificultades que se en-
contraron al efectuar prospecciones en una zona con desniveles tan abruptos.
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Después de revisar una bibliografía básica y de las primeras experiencias en el campo, la misma
práctica y el apoyo de informadores locales ayudó a la hora de colocar los transeptos.
A medida que se iban obteniendo los modelos digitales navegables de una parte del territorio, la
prospección virtual antes de acceder al campo se convirtió en una herramienta realmente ventajo-
sa. La presencia de algunos elementos del paisaje, como puntas de cerros llanas o terrazas alarga-
das, especialmente en lugares atractivos por ser fáciles de defender, se pudo detectar de manera
muy simple en la navegación virtual. En el caso de Chacas, el área no era tan extensa como para
necesitar sistemas automáticos de reconocimiento de partes del territorio donde era más probable
la presencia de sitios, ni tampoco para necesitar la construcción de un modelo de predictibilidad
de presencia de los sitios resultó ser necesaria, aunque la aplicación lo permitiese.
Al contrario de lo que sucede en contextos donde la concurrencia del territorio es más asidua, en
Lám. 3. Extensión del área de prospección. Las área marcadas se reproducen a una escala mayor en las láminas
correspondientes.
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raras ocasiones se encuentran en el área concentración objetos extra sitio que atestigüen una ocu-
pación sin restos visibles de arquitectura. Es posible encontrar objetos alejados de un sitio, pero
se trata siempre de fenómenos de dispersión; en nuestro caso recorriendo los transeptos que lle-
van a sitios en las cumbres de los cerros encontramos objetos que procedían de los sitios más al-
tos – el mismo fenómeno ha sido observado en otros proyectos de prospección en áreas de puna
(véase Parsons J. - Hastings C. - Matos R. 2000: 84). Algunos de los hallazgos de objetos mejor
conservados efectuaron justo en las laderas de los cerros donde los fenómenos atmosféricos son
menos intensos, y la atención de los saqueadores menor.
Por otro lado, y por lo que respecta a los fondos del valle, que constituyen menos del 10% del te-
rritorio, se trata de una zona más fácil de investigar gracias a los campos cultivados, si bien afec-
tada por incesantes depósitos aluviales, antiguos y recientes, que repercuten en la naturaleza del
territorio, así pues la reconstrucción del paisaje antiguo y de su ocupación que se logró esbozar no
podrá considerarse nunca completa.
8 José de Acosta (1987 [1590]: 313-314), acerca del culto de los lugares naturales en el Perú antiguo, afirma: “Re-
duciendo la idolatría a cabezas, hay dos linajes de ella: una es acerca de cosas naturales; otra acerca de cosas imagina-
das o fabricadas por invención humana. La primera de estas se parte en dos, porque o la cosa que se adora es general
como sol, luna, fuego, tierra, elementos, o es particular como tal río, tal fuente árbol o monte […] este género de idola-
tría se usó en el Piru en grande exceso, y se llama propiamente guaca”.
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Resulta mucho más fácil, afortunadamente, definir las actividades o, mejor dicho, la esfera de ac-
tividades (Flannery K. - Winter M. 1976: 34; Wilk R. 1991 citado en Bermann M. 1994: 23) que
se llevaban a cabo en un área, pues muchas tareas podían tener como escenario un mismo espa-
cio, realizándose una después de la otra o simultáneamente, sin que ello se refleje a la fuerza en la
arquitectura.
En la arqueología del paisaje el concepto de unidad doméstica constituyó la base de interpretación
para las estimas demográficas. Así pues, ¿cómo lo podemos utilizar teniendo en cuenta las difi-
cultades expuestas líneas arriba? Si consideramos el estado actual de conocimiento de la arqui-
tectura local, podemos solo deducir datos acerca de la cantidad e “intensidad” de las varias acti-
vidades que se desarrollaban en un mismo sitio y, de manera indirecta, es posible hacer hipótesis
sobre la mayor o menor fuerza trabajo empleada. Así pues, cuando en el siguiente párrafo nos re-
ferimos a las estimas de las unidades domésticas de cada sitio, lo haremos teniendo en cuenta no
solo el cómputo de los recintos reconocidos, sino también todos los elementos expuestos arriba,
y, naturalmente, las indicaciones que podemos deducir gracias a las excavaciones de unidades do-
mésticas realizadas en diferentes contextos de la zona.
En las líneas que siguen, ilustramos las categorías de sitios reconocidas.
Sitios residenciales
Se trata de áreas de concentración de estructuras poli-funcionales organizadas alrededor de espa-
cios abiertos ubicadas, generalmente, en cimas o laderas de cerros. Estos sitios pueden presentar,
o no, fortificaciones o muros perimetrales. Los espacios se organizan en muchos casos alrededor
de caminos y espacios vacíos. Conservan en la mayoría de los casos una entrada que corresponde
a un camino de acceso.
Pueden comprender, a parte de los elementos que describimos a continuación, andenes de cultivo
y estructuras ceremoniales que, por encontrarse también aisladas, se describen más abajo.
Unidades domésticas. En dichas áreas, o en conexión muy estrecha con ellas, se encuentran bata-
nes, depósitos, basureros, etc. De lo que se desprende que, en dichos espacios, se desarrollaban ac-
tividades relacionadas con la preparación de alimentos, actividades de almacenamiento y, en las
cercanías, actividades de producción (áreas de textilería, metalurgia, preparación de comidas). Las
unidades domésticas pueden ser de planta rectangular o circular, dependiendo del período. Se ar-
ticulan alrededor de espacios abiertos, como patios, o aglomeradas en recintos. En las zonas ha-
bitacionales no es raro encontrar arquitectura adintelada, nichos y muros de doble cara.
Espacios públicos de agregación. Son espacios abiertos o delimitados por muros bajos situados
en las partes más altas de los asentamientos.
Áreas funerarias. Ubicadas en las partes más altas de los asentamientos próximas a espacios pú-
blicos, o en las laderas en las cercanías de los sitios (para una definición de las tipologías de es-
tructuras funerarias véase infra).
25
rarias subterráneas, de uno o más vanos, conectadas con la superficie a través de un antecámara o
de una galería. La cámara se construye normalmente con mampostería fina y las paredes pueden
presentar hornacinas. A veces una piedra colocada en la superficie indica la tumba. Normalmente
la entrada se oculta a través de una laja de piedra. Este tipo de sepultura se encuentra sobre todo,
en contextos de necrópolis asociadas, o no, a aldeas y como tumba intrusiva en arquitecturas de la
época anterior.
Las tumbas de caja o cista son construcciones subterráneas de pequeño tamaño en forma de po-
zos poco profundos. El diámetro de la boca oscila entre los 40 y los 80 cm. En pocos casos se en-
contraron restos humanos asociados; generalmente se trataba solo de un individuo. El pequeño ta-
maño de algunas de estas tumbas hizo suponer que podía tratarse de osarios de sepulturas secun-
darias (véase Rowe J. 1991: 35). Las tumbas a cista se pueden encontrar aisladas, pero también en
áreas de necrópolis o en el interior de un asentamiento. La asociación cronológica de este tipo de
arquitectura funeraria es todavía objeto de discusión. Numerosas tumbas a cista de la zona de la
sierra de Ancash fueron registradas por Bennett (1944).
Las tumbas tipo túmulo se pueden considerar una variante de la tumba del tipo cámara subterrá-
nea. La estructura de la parte interior es similar, pero la cámara se construye solo parcialmente en-
terrada o totalmente apogea. En el exterior, estas inhumaciones se recubren con un estrato de tie-
rra de manera que el aspecto final resulta el de una colina. A veces un mismo túmulo puede albergar
más de una cámara, como en el caso de la necrópolis de Antash (véase Cap. 3). Este tipo de se-
pultura se encuentra en contextos de necrópolis asociada, o no, a sitios residenciales.
Los dólmenes son estructuras simples formadas por dos piedras verticales y un dintel (cfr. encon-
tradas esporádicamente en la zona – p.ej. en el sitio de Chagastunán). Una descripción de arqui-
tecturas similares se encuentra en Acosta Parsons (2011): “Dependiendo de su tamaño, la estruc-
tura mortuoria tipo dolmen puede estar anexada a una cámara, frecuentemente formada por mu-
ros (Herrera A. 2009). Probablemente albergaban esculturas de piedra antropomorfas (Herrera A.
2005a: 265)”.
Los pucullos o chulpas son sepulturas externas que se apoyan en una base preparada ex profeso;
se trata de plataformas que podían haber desempeñado tanto la función de dar un plano de apoyo
a la estructura funeraria como la de lugar de asistencia de los rituales funerarios (Isbell W. 1997:
96). La variante de la chulpa machay9, o sea de una tumba adosada a una peña rocosa que forma
de una hasta a tres paredes de la cámara, está también representada. Las chulpas pueden estar re-
cubiertas de mortero de colores, en cuyo caso, y debido a su vistosidad y visibilidad, todas ellas
se encontraron saqueadas y en mal estado de conservación. Las chulpas se encuentran aisladas, o
no, de las zonas residenciales, en las cimas o en las laderas de las colinas, en lo alto de los cerros,
y a lo largo de los caminos o senderos. Este tipo de arquitectura se empieza a construir en la sie-
rra norte a partir de la parte final del Período Intermedio Temprano, y sigue reutilizándose duran-
te mucho tiempo, inclusive durante la Conquista.
Las cuevas naturales, artificiales y los abrigos rocosos pueden albergar sepulturas. Se ubican en
su mayoría sobre los 3.900 mt. s.n.m. en las laderas de los cerros, en posiciones normalmente pa-
norámicas. Se encuentran asociadas a sitios residenciales o aisladas. En la zona de Chacas se pre-
sentan normalmente como entierros no muy formalizados, con la cámara excavada en la roca o en
la tierra o el cuerpo depositado en la cueva. Casi todas estas tipologías de entierro fueron saquea-
das y los cuerpos se expusieron directamente a la intemperie sin ningún tipo de protección. No sa-
bemos si este es el resultado de las acciones de los saqueadores o si era una costumbre funeraria.
9
La definición se estableció durante la Ia Mesa Redonda de la Arqueología de la sierra de Ancash (MeRASA, Cam-
bridge 2003).
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Parece ser que la primera hipótesis es la más aceptable: Herrera señala casos de tumbas de abri-
go rocoso y cuevas acondicionadas artificialmente en la zona del Huandoy (2008) así como en San
Nicolás; estos últimos remontarían al Formativo Final-Período Intermedio Temprano 2005a). La
cronología de esta tipología de entierro para la zona de Chacas es difícil: hay casos como los en-
tierros en abrigo rocoso en los Pirushtus de Huayá donde no es insensato postular una datación
temprana, mientras que las cuevas de la zona de Balcón de Judas proporcionaron cerámica tardía.
Las tumbas intrusivas son entierros aislados de tipo cámara subterránea o caja. Se encuentran,
aunque no a menudo, dentro de estructuras del tipo Pirushtu.
10 Literalmente: colina (Parker G. - Chávez A. 1976), aunque más exactamente los habitantes de Chacas definen con
esta palabra un montículo artificial circular de grandes dimensiones con una plaza en su cima.
11 En realidad se trata de una tipología de arquitectura común en los centros ceremoniales de los Andes ya a partir
27
ceremonial, con diferencias notables de tamaño y de técnicas de construcción. Según Herrera a par-
tir de esta forma básica se desarrolla la tipología arquitectónica domestica del patio agrupado:
“Long and complex ‘life-histories’ of CPG [Circular Patio Group] are being re-constructed on the basis of
recent survey fieldwork and excavations in central Conchucos. Preliminary results suggest that such struc-
tures were foci of collective social action, perhaps for as long as a millennium (300-1300 AD?). At Gotus-
hjirka (Distr. San Nicolás, Prov. Fitzcarrald) more than ten CPG appear to have been used simultaneously.
At nearby Warijirka the number is easily treble, whereas from the site of Balcón de Judas (Distr. Chacas,
Prov. Asunción) only one CPG structure is known. At the two former sites long steps or ramps along the si-
des lead towards one or more raised benches, or stages, opposite the access. Detection of a flutter echo in
CPG structure E-VIII at Gotushjirka suggests that activities in the patio were accompanied by sound: sin-
ging, music and possibly dance. Ritual practices included the distribution of food and drink. [...] Abandon-
ment of CPG architecture does not appear to be simultaneous across the region. Two instances of architec-
tural encasing – channelling access through a niched rectangular building before accessing the CPG – have
been noted at sites on opposite sides of the Llanganuco pass (4800m), Keushu (Distr. Yungay) and Quishuar
(Distr. Yanama). Further east, at Marcajirca de Juncay (Distr. Yauya), extant reuse has a domestic character,
and may be related to an increase in high altitude herding during the XIII-XV centuries.” (Herrera A. - La-
ne K. 2004).
Estructura agrícola
Modificaciones artificiales generalmente de las laderas de los cerros con tal de aprovechar terre-
no para la agricultura, o sea los andenes. Pueden o no estar asociadas a sitios. Se registran hoy en
día en toda la zona de la sierra de Ancash un gran número de terrazas agrícolas abandonadas, ubi-
cadas por debajo de las zonas arqueológicas.
Qollqa
Estructuras de almacenamiento para alimentos reconocibles, en Chacas, por algunas característi-
cas como el tamaño reducido, la colocación por debajo de unidades de vivienda a manera de pe-
queñas cámaras semi-subterráneas y a veces la ausencia de una entrada a nivel del piso. Las qoll-
qas de la zona de Chacas difieren por lo general de las más estudiadas de época incaica (Morris
C. - Thompson D. 1985). Al parecer el área carece de los grandes conjuntos de qollqas para el al-
macenamiento de bienes que caracterizan el Horizonte Tardío, salvo, por lo menos, una excep-
ción (véase Cap. 3); así pues su utilización estaría más vinculada a contextos domésticos.
Restos dispersos
Definimos restos dispersos aquellos rasgos arquitectónicos cuyas formas y funciones no son re-
conocibles debido a su mal estado de conservación.
Cronología
No existe una cronología estandarizada para la zona del Conchucos. Si bien se realizaron algunos
intentos de secuencias para la zona del Callejón de Huaylas, estos resultan solo parcialmente úti-
les a causa del diferente desarrollo del área en el período post-recuay y a una mayor presencia en
el Callejón de Huaylas de influencias del altiplano sur (véase Cap. 2).
Basándonos en los datos de la cerámica, de la arquitectura y en los datos radiocarbónicos proce-
dentes de las excavaciones, así como en comparaciones con las secuencias elaboradas, entre otros,
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Cuadro cronológico simplificado de la zona del Callejón de Huaylas. Del “Boletín Informativo 4”, INC-Museo Ar-
queológico de Ancash, Huaráz - Julio 1990.
por Bennett (1944), Grieder (1978), Lau (2002-2004) e Ibarra (2003), se desarrolló una secuencia
basada en cinco fases. La periodificación se remonta solo al período Formativo, puesto que no se
hallaron datos ni para el Precerámico ni para el Inicial. Como veremos más adelante, la periodifi-
cación propuesta no coincide completamente con la panandina de J. Rowe (1962); a pesar de ello,
algunas de las nomenclaturas adoptadas para cada tipo cerámico se asocian a esas definiciones
para una comprensión más inmediata de las cronologías. Algunos períodos, en particular el For-
mativo, resultan poco detallados a causa de la escasez de datos y de material comparativo de re-
ferencia. En síntesis las periodificaciones aparecen más detalladas en algunos casos y con gran-
des carencias en otros. Serán necesarias más excavaciones en la zona para proporcionar una cla-
sificación más exhaustiva de la cerámica y un mayor número de evidencias radiocarbónicas que
ofrezcan cronologías absolutas de referencia para armar una secuencia más fina de esta porción de
los Andes Centrales.
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30
clasificaron con la sigla CVP y con un número progresivo – como veremos en el Capítulo 3. Los
datos se introdujeron en el sistema de información geográfica, SIG, un archivo que puede conte-
ner tanto información textual como imágenes, mapas y planos. La fase preliminar para la realiza-
ción de este instrumento de investigación, que sirve tanto para la gestión de los datos como para
las consiguientes interpretaciones, consistió en la creación de una base de datos relacional que
permitiera investigar, combinar y confrontar datos de diferente tipo12. Esta herramienta permitió
asociar información textual, gráfica y fotográfica a cualquier huella del pasado ubicada en una
cartografía local de referencia.
Además de la función de archivo, el SIG nos permitió elaborar interpretaciones en función de la
información que es posible pronosticar acerca del entorno geográfico; fue útil para confrontar la
ubicación de los sitios con la ubicación de los relieves, de la hidrografía de la zona y de los cam-
pos cultivables. Así pues, fue posible, por ejemplo, relacionar la distancia entre los asentamientos
de las diferentes fases de ocupación del valle con las fuentes de agua. Todo ello porque en el pro-
yecto SIG la base de datos informativos de los sitios investigados cuenta con las colocaciones es-
paciales, que se trasladaron a la base cartográfica (las mapas del Programa Evaluación y Titula-
ción de Tierras del Ministerio de Agricultura en escala 1:25.000; y el mapa del Instituto Geográ-
fico Nacional en resolución 1:100.000) donde están representado tanto los ríos como las lagunas
de la zona.
La base de datos corrió a cargo de Giulia Marcolli, quien presentó algunos avances de su trabajo en el II Convegno
12
Capítulo 2
La investigación de campo. Documentación preliminar
Introducción
Con sus cuatro mil años de ocupación, la cuenca del río Chacapata y de sus quebradas secunda-
rias constituye un entorno ideal para el estudio diacrónico de los sistemas de asentamiento de los
Andes centro-septentrionales del Perú.
A pesar de que el área de interés del proyecto se presenta hoy en día aislada con respecto a las ru-
tas de comunicación modernas, en tiempos prehispánicos la vertiente oriental de la Cordillera se
encontraba en un área privilegiada para el control de las rutas comerciales antiguas que cruzaban
los Andes en dirección sur-norte, a través de los principales caminos incaicos y preincaicos (Bur-
ger R. 1998). Además, el valle en que se ubica la capital provincial Chacas se encuentra en uno de
los puntos de la zona por los que es posible cruzar la Cordillera Blanca gracias a un paso serrano
denominado “Portachuelo de Honda”. Se trata, en definitiva, de una zona de enlace importante en-
tre la cuenca del Marañón, en la vertiente atlántica y el alto valle del Santa, que es, en el Perú, el
único valle longitudinal de importancia que se abre camino hacia el Océano Pacífico. Así pues, la
zona se conforma como área de tránsito entre la selva alta y la costa.
En dicha área, al igual que en otras partes de los Andes, existen cuatro pisos ecológicos con alti-
tudes variables entre los 2.550 mt. s.n.m., en las zonas más bajas del valle, y los 5.954 mt. s.n.m.
del nevado Yanaraju. El territorio del valle es muy estrecho y las áreas cultivables son pocas. A lo
largo de la historia de los Andes centrales el control de los varios pisos ecológicos jugó un papel
fundamental en los conflictos y relaciones entre las comunidades indígenas, a su vez, la adapta-
ción a un ambiente poco productivo fue un estímulo a lo largo de la historia andina para lograr una
atenta optimización de los recursos que acabó reflejándose tanto en la esfera económica como so-
cial y religiosa del hombre.
La zona de Chacas es un valle de origen erosional (Onern 1975b: 3) ubicado entre los 10° y 9° de
latitud sur en la Sierra Central, en la vertiente oriental de la Cordillera Blanca, en la provincia de
Asunción, Departamento de Ancash, Callejón de Conchucos. Parte de la provincia ocupa la reserva
natural del Parque Nacional del Huascarán. Se estima que la población actual de la provincia gi-
ra entorno a los 10.000 habitantes, el 10% de los cuales se concentra en la capital provincial Cha-
cas.
La Cordillera Blanca, que domina el valle con sus altos macizos, se extiende paralelamente a la
costa peruana a lo largo de la zona central del país en dirección norte-oeste sur-este por 180 kiló-
metros. Su nombre se debe a los nevados y a la granodiorita de que se componen casi todos los
picos de seis mil metros.
De la granodiorita se desprenden las rocas sedimentarias que la rodean. La pizarra negra de la
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época cretácica abunda en muchas zonas (Kinzl H. - Schneider E. 1950: 36; Druc I. 2000: 160):
se encuentra en diferentes porcentajes de concentración de carbón, y se la llama comúnmente shas-
hal, utilizándose en la Antigüedad así como hoy en día en las construcciones de piedra y como des-
grasante en la cerámica1.
La zona de Chacas se ubica en la cuenca sur del río Yanamayo; esta zona la recorre en dirección
aproximadamente norte-sur el río Chacapata o Chucpín.
El contexto fisiográfico del área está determinado por la presencia de varias quebradas secunda-
rias de origen erosional y de ríos de régimen permanentes que parten del valle formado por el río
Chacapata, donde confluyen las aguas de los ríos Collo y Pompey. Aparte del Chacapata, existen
otros ríos en la zona de régimen permanente, entre ellos el Arma y sus afluentes. El Chacapata se
une al Arma en una zona en las cercanías de Chacas conocido como Puruytumaq. El Chacapata
es en uno de los principales tributarios del Asnocancha que confluye en el Yanamayo que, a su vez,
desemboca en el Marañón.
El paisaje está conformado por suelos de baja fertilidad moderadamente profundos y altamente
erosionables.
El clima de la zona es seco y frío, en las áreas cercanas a la Cordillera, y en la parte de la puna,
templado en la parte norte-este del valle. Las precipitaciones se concentran entre diciembre y mar-
zo, con sequía en el resto de los meses, y la media anual fluctúa entre los 690 y los 1154 ml (Onern
1975b). Hoy en Chacas se explotan cuatro diferentes ecozonas.
La zona quechua (2.550-3.500 mt. s.n.m.), ocupa los fondos del valle: en Asunción el punto más
bajo corresponde a la cuenca del Chacapata en la zona de Acochaca. En esta zona se logran culti-
var frutales, cereales y verduras. De acuerdo con los mapas ecológicos (Onern 1975b), la zona
quechua presenta una vegetación de tipo bosque seco montano bajo que constituye el prototipo de
formación ecológica más cálido y subhúmedo. Es una de las áreas más pobladas en la actualidad.
La zona suni (3.500-3.800 mt. s.n.m.), ocupa las partes medias o altas de las laderas de los cerros,
con terrazas agrícolas o áreas naturalmente llanas, llamadas pampas. Se cultivan patatas, quinua,
habas, cebada, tarhui (chocho). La vegetación es de tipo bosque húmedo montano. El clima es le-
vemente húmedo, lo que garantiza un hábitat propicio para la forestación. Hoy en día quedan po-
cos bosques, compuestos en su mayoría por una planta no nativa: el eucalipto australiano. A me-
diados del siglo XIX existían bosques de quenuales (Polylepis recemosa) que se aprovechaban
como combustible “para el beneficio de los minerales” (Raimondi A. 1873: 227). La asidua acti-
vidad minera en Chacas a partir de la colonia explicaría la desaparición de dicha planta nativa. Las
forestaciones de quenuales, según Raimondi, llegaban hasta el nivel de las nieves perpetuas (“don-
de se ve la nieve tocar á los troncos de los árboles” 1873: 227).
La zona de la puna o jalca (3.800-4.800 mt. s.n.m.), ocupa las áreas planas o puntas de los cerros,
en las cercanías de los límites bajos de las nieves perennes. No se cultiva y la vegetación típica son
las especies gramíneas y las hierbas perennes. Se clasifica como páramo subandino; su clima es
frío y húmedo, apto para el pastoreo.
La zona de la Cordillera Blanca, janca, presenta nevados que se encuentran sobre todo en el Par-
que Nacional del Huascarán (el más alto es el Yanaraju -5.954 mt. s.n.m.).
El territorio cultivable queda reducido, pues, al 10% del total. El fondo del valle, donde se halla
la mayoría de los terrenos cultivables, no supera los 0.4 km de anchura.
Solamente un pequeño porcentaje del entorno moderno de Chacas es irrigado de manera regular
(Espinoza Milla S. 1994: 65). En esta zona las precipitaciones son abundantes, más que en la zo-
1
Se atestigua ya en la cerámica tardía de la época Chavín (Druc I. 1996, 2000: 162).
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na de Huaylas, y por ello no son tan necesarias las canalizaciones. El único cultivo que se hace con
riego es el del maíz porque está expuesto a las sequías.
Tiene lugar el trueque con áreas más productivas, por ejemplo con la zona de Llamellín, para com-
pensar la escasa productividad de la tierra.
La movilidad, sobre todo hacia la parte oriental de la Cordillera Blanca, presenta incluso hoy en
día dificultades: la carretera que conduce del valle Santa superior a Chavín y Huari pasando por
la punta de Cahuish se construyó después de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí el tránsito ha-
cia la zona de Chacas se efectuaba vía San Luis, en cambio hoy en día existe un camino directo
sin asfaltar que conduce a la zona de Chacas de Huaráz, a través de la punta Olímpica.
En época prehispánica, la vía directa, que todavía se recorre a pie, podría haber pasado a través de
la quebrada Honda, haber cruzado el Portachuelo de Honda y llegar así a Marcará.
Entre Chacas y Huari, cerca de los macizos de la Cordillera pasa una antigua vía de comunicación
utilizada hasta antes de la construcción de la carretera San Luis-Huari. Según Ibarra (comunica-
ción personal 2002) es un camino de herradura muy antiguo, posiblemente prehispánico que co-
munica ambos poblados; el tiempo necesario para recorrerlo es de aproximadamente unas 14 ho-
ras de camino.
Paleoclima
Hoy en día en Chacas el clima es templado, sin variaciones notables entre la estación seca y la es-
tación de las lluvias. Existe en cambio un contraste de temperaturas a lo largo de las 24 horas del
día: la temperatura oscila entre 10° y 30°C. de día y entre 5º y 10°C. de noche en la zona de que-
chua y suni, mientras que puede llegar bajo cero en la puna alta.
En la Antigüedad el clima era diferente que ahora. Las evidencias de los relieves efectuados so-
bre algunas columnas de hielo procedentes del pico sur del Huascarán, ubicado a pocos kilóme-
tros de la zona de Chacas, permiten determinar que el clima era más cálido en la zona hace unos
8400 y 5200 años cuando se produjo un cambio abrupto a nivel mundial (Thompson L.G. et al.
2006). La temperatura bajó de manera gradual, con fases de oscilaciones notables (véase infra),
hasta la época conocida como Pequeña Era Glacial (siglos XV-XIX), un período en el cual el cli-
ma se hizo más rígido a nivel mundial: recientemente la temperatura está volviendo a subir
(Thompson L.G. et al. 1995).
Los análisis efectuados en el Huascarán, y de manera más extensa en otro glaciar, el caya, ubica-
do en proximidad de la zona de Cusco, permiten estudiar la oscilación del clima y de las precipi-
taciones.
Partiendo de los datos observados en la columna del caya2 (Thompson L.G. et al. 1985), Lau re-
construye el paleoclima de la cercana zona del Callejón de Huaylas:
“Evidence is available for the latter 5th century and indicates that the terminal portion of the Kayán
[o sea IV-V d.C.] phase was pronos to wetter and colder conditions. The early part of the subsequent
Chinchawasi 1 [o sea V-VII d.C.] phase was subject to strong fluctuation in wet/dry regimes, follo-
wed by an extended period of very dry and warm, drought-like conditions between A.D. 565-595. The
initial four decades of the 7th century are characterized by wetter conditions, followed by another long
period of below-normal precipitation and warmer weather, beginning about A.D. 635. The Chincha-
wasi 2 [o sea VIII-IX d.C.] occupation begins during this period of dry conditions, but then witnes-
2 Los estudios de las columnas de hielo del Huascarán permiten observar solo cambios siglo tras siglo, y no a una
escala menor, por esta razón muchos estudiosos utilizan los datos del Quelccaya.
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ses strong decreases in temperatures. By A.D. 750, however, patterns reverse sharply to a trend to-
wards higher precipitation and warmer weather until the end of the 8th century. The subsequent War-
mi (IX-X) phase shows strong oscillations in climate, but no extended periods of extreme conditions.
Throughout the period between A.D. 500-900, the Central Andes were, on average, cooler than to-
day” (2001: 422).
La tradición de los estudios en la zona de la sierra de Ancash es bastante reciente. Son escasas las
investigaciones realizadas a lo largo del siglo XX y apenas en la última década el área es objeto
de proyectos arqueológicos.
Si dejamos de lado el viaje a Ancash de Antonio Raimondi (donde aparece una descripción de
Chacas, 1873: 225-227) los únicos antecedentes modernos para los estudios arqueológicos en el
territorio de Chacas son las prospecciones realizadas por Alexander Herrera (1998, 1999, 2000; He-
rrera A. - Advíncula M. 2001; Herrera A. - Lane K. - Advíncula M. 2002) en la cuenca del río Ya-
namayo, en las quebradas Arma, Chacapata o Chucpín, Asnocancha, Cunya, Yuma y Yanamayo.
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rámica chavín en las áreas de Conchucos (véase Cap. 4). La relación del centro ceremonial con el
territorio de sus alrededores constituye un campo de investigación abierto.
Quedan por estudiar, para el Formativo, los patrones de asentamiento domésticos; se conocen bá-
sicamente dos sitios, Pojoc y Waman Waín, investigados por R. Burger (1982) como aldeas saté-
lites de Chavín y La Banda, como anexo económico productivo del mismo sitio (Sayre M. 2010).
El mismo fenómeno se conoce en el Callejón de Huaylas (Ponte V. 2009), en Huari (Ibarra B.
2003) y en Chacas (Cap. 3). Alexander Herrera en su estudio en la cuenca sur del río Yanamayo,
analiza tres sitios formativos en Chacas (1998); otros se fueron identificando a lo largo de nues-
tra investigación (Orsini C. 2003a).
Básicamente los estudiosos concuerdan en que la forma del montículo es la más común para los
asentamientos de esta época. Existe una difundida tradición de montículos formativos en toda la
zona oriental del departamento de Ancash, cuya cerámica y arquitectura denota un desarrollo pa-
ralelo y, en ciertos casos, independiente de los de Chavín.
La ocupación preferencial de los bajos de los valles con sitios satélites casi siempre en alturas pa-
rece una característica de la época, como se observó en ambas zonas de Chacas (véase Capítulo
3) y de Huari. Para las áreas costeras del departamento de Ancash, David Wilson afirma que, du-
rante la época formativa, “the presence of one or two centrally located ceremonial-civic sites […]
suggests that public or religious activities was also carried out on a supravillages basis” (1988: 137).
Alrededor del II siglo a.C. en el centro ceremonial de Chavín de Huántar tiene lugar una arqui-
tectura intrusiva que parece asociada, dadas sus evidencias cerámicas, a un estilo conocido como
“huarás blanco sobre rojo” o simplemente huarás4. El fenómeno no se limita al centro ceremonial,
pues la reutilización de los viejos montículos formativos es común a otras zonas de la sierra de An-
cash. Según Ibarra (2003) dicha reutilización ocurre sin relevantes cambios; por su parte Herrera
(2001, 2003a) plantea la hipótesis de que el cambio significó una redefinición de los sistemas de
asentamiento que, a partir del final del Formativo y en la transición al Período Intermedio Tem-
prano, aumentaron y se ubicaron en zonas más altas.
También en Chacas se registra una utilización de los viejos montículos del Formativo como lugar
de sepultura de las élites de los períodos siguientes (p.ej. el Pirushtu de Chacas), y el uso de los
montículos de algunas zonas como lugares de viviendas (p.ej. Huarazpampa y Chagastunán).
También en otras zonas como en el medio valle del Santa, cesó, al final del Formativo, la cons-
trucción de sitios ceremoniales. Nuevos asentamientos surgieron en las cercanías de los viejos mon-
tículos, que siguieron estando concurridos (compárense con Wilson D. 1988: 148).
Habiendo cuenta de los poquísimos sitios estudiados de esta fase a nivel de patrones de asenta-
miento y arquitectura doméstica, encontramos Queyash Alto, en el Callejón de Huaylas. A pesar
de no proporcionar datos acerca de la secuencia cerámica y arquitectónica en el sitio, la estudio-
sa Joan Gero (1992, 1999) plantea una interpretación de contexto social a través del estudio de la
arquitectura pública y de los restos animales que considera el resultado de comidas públicas pro-
movidas por parte de la élite de gobernantes durante fiestas comunitarias. Otro conjunto interesante
que remonta a esta fase es el de los sitios de Maquellouan Punta y Chonta Ranra Punta, sitios for-
tificados con actividad doméstica posiblemente en relación con un conjunto ceremonial conocido
como Isabelita (Ponte V. 2009). Se trata de sitios en puntas de cerro por encima de los 4,000 m de
4 Hablar de una “cerámica huarás” es una simplificación que se utiliza solo por razones de síntesis. La cronología
de este estilo no está bien definida y los materiales huarás se encuentran mezclados sea con materiales del Horizonte
Temprano, sea con materiales del Intermedio Temprano (Ponte V. 2009). Esto lleva a suponer que podría tratarse de un
estilo cerámico en uso durante un amplio lapso de tiempo en la zona – y no solo en el Formativo final –, y no de la ex-
presión de un grupo cultural específico (Lau G. 2011: 137).
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altura que presentan muros de contención de plataformas y de defensa y estructuras de planta cua-
drada, aparte de áreas de plaza. Al estar la mayoría de los restos enterrados, los planos presenta-
dos no son completos, como indica el mismo investigador que los excavó (Ponte V. ibíd.)
Un estudio más reciente concierne los trabajos iniciados por Bebel Ibarra en el sitio de Huampa-
rán en Huari (Ibarra B. et al. 2010: 218 et passim). Las excavaciones desvelan la existencia de un
conjunto muy interesante de corralones – grandes plazas circulares hundidas – en un asentamien-
to con cerámica huarás y recuay. Los corralones se parecen a el de Riway en Chacas (véase Cap.
3). En el caso de Huamparán se trata de estructuras mucho más complejas con cámaras al interior,
de diferentes tamaños y función. Estos trabajos están todavía por publicar de manera exhaustiva.
En definitiva, podemos afirmar que durante el “período huarás” los pocos sitios reconocidos pre-
sentan patrones de asentamiento similares a los recuay respecto a su ubicación, en colinas sobre-
elevadas y aterrazadas de forma artificial. También algunos tratos de la cultura material, como la
utilización de estelas grabadas y de algunos temas de la iconografía cerámica son comparables, por
ejemplo de los vasos antropomorfos que representan personas de la élite. Queda por aclarar si
existen suficientes evidencias para diferenciar supuestos grupos culturales “huarás” de los grupos
de tradición recuay o si es necesario considerar el fenómeno huarás como un estilo cerámico en
auge durante una época (véase también nota 4).
Mucho más amplios son nuestros conocimientos sobre las epocas que giran alrededor de la era de
Cristo cuando aparece la que G. Lau (2011) define la “tradición recuay”: un sistema de patrones
de asentamiento, costumbres religiosas y tecnología cerámica que se difunde de norte a sur desde
la zona de Huamachuco (McCown T. 1945; Thatcher J. 1972-1974, 1979; Topic J. 1986) hasta, po-
siblemente – faltan aún datos al respecto – la cuenca del Fortaleza. Mientras que de este a oeste
dicha tradición se expandiría desde los medios valles del Santa (Clothier W. 1943; Wilson D. 1988)
y del Nepeña (Proulx D. 1968, 1982) hasta la zona de Huánuco (Makowski K. 2004).
El estilo cerámico recuay se conoce arqueológicamente desde finales del siglo XIX cuando el mi-
nero Agustín Icaza encontró centenares de ceramios procedentes de tumbas en sus campos de la
zona de Catac y los cedió a José Mariano Macedo (1881; Almanaque de Ancash 2002-2003) quien
sucesivamente los vendió en París. La colección fue adquirida por el museo etnográfico de Ber-
lín, donde todavía se conserva (Wegner S. 2003 [1981]).
El mismo período corresponde a un momento de fervor de estudios arqueológicos en el Perú, y al
principio de las excavaciones sistemáticas inclusive en la zona de la sierra de Ancash. A principios
de siglo XX Julio Tello hizo un recorrido por la zona de sierra de Ancash y descubrió algunas rui-
nas importantes como Yayno (Tello J. 1981 [1929]). El estudioso dejó la descripción de un asen-
tamiento de tipo militar en una posición estratégica, en un cerro modificado artificialmente en for-
ma de torreón, según un patrón bien conocido en la zona. El padre de la arqueología peruana pu-
do haber visitado también la zona de Chacas, San Luis y Yauya alrededor de 1934 (Wegner S.
2001), pero sin dejar descripción de ruinas.
Mayores datos sobre la arquitectura y las costumbres funerarias recuay provienen del trabajo de
Wendell Bennett (1938, 1944). El material procedente de su excavación, conservado en el Museo
Americano de Historia Natural de Nueva York, sirvió de comparación para el estudio del material
cerámico de la zona de Chacas.
Bennett realizó estudios en la zona de Huaráz, como Wilkawaín, Shankayán, Irwa, Ayapampa,
Katak, San Gerónimo y en Chavín de Huántar. Importante es también el material descubierto en
tumbas a galerías subterráneas, simples o complejas, de unos 2,5 m de profundidad. Muchas tum-
bas se encontraron ya saqueadas en aquellos tiempos; en otras en cambio el ajuar se destruyó in-
tencionalmente. Basándose en estos datos Bennett elaboró una secuencia para la cerámica de la zo-
na del Callejón de Huaylas que se actualizó sucesivamente gracias al trabajo de Terence Grieder
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y finalmente de George Lau (véase infra), quienes detallaron la secuencia aportando, además, nue-
vos fechados radiocarbónicos. También Raphael Reichert (1977) dio una importante contribución
ordenando por tipologías más de 700 vasijas recuay procedentes de muchas colecciones cerámi-
cas de museos norteamericanos y europeos, incluida la colección Macedo. Cada una de las tipo-
logías fue identificada con una letra que indica la forma y uno o dos números, según las variantes
de la tipología cerámica localizada.
La expansión de la cerámica recuay hacia la costa, más al norte del departamento de Ancash, y ha-
cia el Marañón, indica una amplia zona de influencia. Ya a partir de los años ’60, varios investi-
gadores empezaron a registrar cerámica recuay en la zona de las yungas del departamento de An-
cash: por ejemplo en el medio y bajo valle del Santa (Larco R. 1960; Wilson D. 1988) y del Ne-
peña (Proulx D. 1968), dando lugar a los temas de territorialidad entre Moche y Recuay (Proulx
D. 1982; Lau G. 2004). La expansión de la tradición recuay en el valle del Santa se evidencia –
según D. Wilson – a través de diversos aspectos de la cultura material: entierros de galerías sub-
terráneas, presencia de cerámica de caolín, patrones de asentamiento de carácter defensivo en pun-
tas de cerros. La concentración de la ocupación recuay en el valle del Santa se intensificó duran-
te el Período Suchimancillo Tardío (III-IV d.C.), lo que demuestra que se trató de una época de
fuertes intercambios con la costa. Testigo de ello son también los hallazgos de cerámica moche en
el sitio monumental recuay de Pashash (Grieder T. 1978), mientras que estos contactos parecen más
débiles en la zona oriental de la Cordillera Blanca: solo Amat (2003) registra en la cuenca del
Mosna objetos asociados con alfarería Moche II y Cajamarca III en tumbas recuay.
En todas áreas de influencia de la tradición recuay, incluso en los yungas del departamento de An-
cash, se registra un incremento demográfico y una construcción de sitios fortificados ubicados a
lo largo de laderas y crestas de cerros, modificadas en forma de terrazas, (Tello J. 1981 [1929]; Dis-
selhoff H. 1956; Proulx D. 1968, 1982; Amat Olazábal H. 1974, 1976, 2003; Wilson D. 1988; Ge-
ro J. 1992; Ibarra B. 1997, 1999, 2003; Lau G. 2001; Herrera A. 2001, 2003a; Orsini C. 2002,
2003a, 2003b).
Los asentamientos recuay son aldeas aglutinadas con fortificaciones (Amat H. 2003), con habita-
ciones de planta cuadrada organizadas ocasionalmente alrededor de patios (Lau G. 2001, 2011; Or-
sini C. 2007), delimitadas por muros de contención/defensa a veces de dimensiones ciclópeas.
La mampostería de los muros característica (a huanca/pachilla) para el período procede, según
Tschauner (2003), de una larga tradición local que se remonta al Formativo.
Los asentamientos recuay son multifuncionales y cuentan con áreas dedicadas al culto, áreas de
producción y áreas de entierros.
Mayores datos acerca de los asentamientos recuay se desprenden de dos excavaciones: por un la-
do la de Pashash, realizada en 1978 en la cuenca del río Cabana por Terence Grieder y Alberto Bue-
no; por el otro, la de Chinchawas en la Cordillera Negra realizada en los años 90 por George Lau,
un sitio del Intermedio Temprano Tardío que florece en el Horizonte Medio. Recientemente cabe
mencionar los trabajos realizados en Yayno en el Callejón de Conchucos (Lau G. 2010a, 2010b),
véase infra.
Pashash constituye, quizás, un caso aparte en la arquitectura recuay. Sus vínculos con la zona an-
dina norte y con la costa, especialmente con la zona de influencia moche, se reflejan en un estilo
peculiar de cerámica (véase también Bankmann U. 1979) y en el hecho de ser el único conjunto
recuay donde se ha encontrado una sepultura debajo de un edificio, La Capilla, asociada a un im-
presionante lote de ofrendas de cerámica. Basándose en la cerámica de dichos contextos y en fe-
chados radiocarbónicos, Grieder (1978) estableció una cronología de la historia de Pashash divi-
dida en tres períodos: Quinú (¿-310 d. C.), Recuay (310-600 d. C.) y Usú (600-700 d. C.).
Más típico parece en cambio el asentamiento de Chinchawas; se trata de un sitio arqueológico
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ubicado en la vertiente occidental del Callejón de Huaylas, en la Cordillera Negra (Lau G. 2000,
2001, 2002-2004, 2010c). Con sus estudios acerca de la realidad de esta pequeña aldea, Lau pro-
porciona datos útiles para la interpretación de los cambios sociales y económicos occuridos en la
sociedad recuay sobre todo en la porción final de su trayectoria. Chinchawas surgió en un pro-
montorio montañoso a 3.850 mt. s.n.m.; su población residía en viviendas cuadradas y el asenta-
miento, cuyas características son parecidas a los del valle de Chacas (véase Cap. 3), se protegía
con altos muros defensivos. Lau distingue en el asentamiento varias áreas, todas ellas con fun-
ciones diferentes. En el área habitacional del sitio localiza elementos arquitectónicos tales como
escalinatas y canales de drenaje de las aguas, así como numerosas viviendas reutilizadas en suce-
sivas fases de ocupación. En uno de los conjuntos de viviendas se encontró una sepultura secun-
daria de un joven que posiblemente había tenido lugar durante la reutilización de la vivienda, pa-
trón común también con el sitio de Queyash Alto (Gero J. 1991).
La economía se basaba en la explotación de distintos pisos ecológicos y existían talleres artesa-
nales dentro de la misma comunidad. La economía local se articulaba alrededor de la cría de los
camélidos y de cultivo de tubérculos resistentes al frío.
La estructura urbana fue tomando forma, según el autor (Lau G. 2000), a través del trabajo co-
munitario de la población encabezada por élites que podían distribuir la riqueza en fiestas comu-
nitarias – argumento tratado también por Joan Gero (1990), que tendría relación con la veneración
de los ancestros, quizás representados en Chinchawas en los numerosos monolitos escultóricos
encontrados en el sitio.
En cuanto a las zonas con probable función ceremonial/pública, el estudioso destaca por su im-
portancia un área denominada “el Torreón”. Se trata de una estructura que se remonta a la fase
Chinchawasi I de ocupación del sitio (V-VII d.C.), de forma circular que encierra afloraciones ro-
cosas. En el piso de la estructura se encontraron materiales cerámicos de alta calidad. El edificio
contaba con dos muros concéntricos con reparticiones radiales. Una estructura parecida se anali-
zó también en el sitio de Riway, objeto de estudio en 2000, y en el sitio de Balcón de Judas (véa-
se Cap. 3). Al parecer existen también paralelismos en la cerámica arquitectónica producida en po-
cos ejemplares por esta cultura (Orsini C. 2012).
Como señalamos en el capítulo anterior, es amplio el debate acerca de la cronología y función de
las arquitecturas de patrón circular – con o sin divisiones internas tipo patio agrupado – en la zo-
na de la sierra de Ancash. Según Lau estructuras circulares semejantes al Torreón se encuentran
en otros asentamientos recuay, como La Pampa y Yayno, situadas en lugares importantes y en po-
sición panorámica (Tello J. 1981 [1929]; Terada K. 1979; Lau G. 2001: 86) con funciones varia-
das. El Torreón fue utilizado durante toda la fase siguiente de ocupación del sitio, denominada
Chinchawasi II.
El último sitio del Intermedio Temprano excavado en orden de tiempo en la sierra de Ancash es el
gran sitio de Yayno (400-800 d.C.), en la zona de Pomabamba, y sus aldeas satélites (Lau G. 2010a,
2010b, 2011); los sitios presentan una majestuosa arquitectura de estructuras circulares en su ma-
yoría con divisiones internas tipo patios agrupados. George Lau argumenta que son elementos de
la tradición constructiva local recuay media y tardía, que se manifiesta de manera más evidente en
la zona del Callejón de Conchucos (Lau G. 2011: 256-260). Casi todos los patios circulares de
Yayno tenían funciones domésticas y para los demás la función está todavía por aclarar (Lau G. -
Ramón G. 2007). Uno de los aspectos mejor estudiados de la tradición recuay es el relativo a las
costumbres funerarias. Gran parte de la cerámica recuay procede de contextos mortuorios.
Importantes datos derivan del hallazgo de una tumba intacta en Jancu, cerca de Huaráz, ocurrido
en 1969. Se trata de una tumba de cámara puesta al final de una galería. La tumba estaba revesti-
da por una mampostería fina de huanca/pachilla, y el interior de la cámara estaba dividido en
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cuartos con nichos. Un cuarto contenía “un cadáver en cuclillas con dos ceramios al lado y el plu-
maje de oro en el parietal derecho de la cabeza… Muchos de los ceramios se encontraron en una
repisa cerca de la bóveda monolítica de la tumba y otros dentro de los nichos pequeños u otros com-
partimientos. Además en las gradas del pasadizo había dos vasijas utilitarias que contenían mate-
rial carbonizado” (Almanaque 2002-2003). Es interesante notar la presencia en la tumba de una
vasija del estilo huarás, considerada tradicionalmente como anterior (pero véase nota 4). Dicha cos-
tumbre se registró en otros entierros de la zona del Callejón de Huaylas (Wegner S. comunicación
personal 2002) y, como veremos, se registra además en la zona del Callejón de Conchucos.
Sabemos que tradicionalmente los grupos de cultura recuay daban sepultura a sus difuntos colo-
cándolos de cuclillas y en ocasiones hacían ofrendas textiles, que no suelen conservarse, excepto
en tumbas recuay en la costa (Porter N. 1992).
En la vertiente oriental de la Cordillera Blanca, los estudiosos relatan patrones funerarios simila-
res; Amat describe (2003) en la cuenca del Puchca moradas subterráneas en forma de galerías o
con cámaras subterráneas con nichos, similares a las que se observan en la zona del Callejón de
Huaylas (véase Bennett W. 1938, 1944, 1967 y Bennett W. - Bird J. 1949). Según destaca el au-
tor, durante las fases tempranas de la tradición recuay existieron entierros en posición genupecto-
ral en cistas de forma cilíndrica en cima de edificios religiosos (ibíd.).
Resumiendo, merece la pena mencionar el problema de la extensión temporal de la tradición re-
cuay, objeto de intensos debates. En numerosos sitios como Pashash o Chinchawas, y en la mis-
ma zona de Chacas, como veremos, la producción de cerámica caolínica, definida como típica de
esta tradición, acaba alrededor del VI siglo d.C. Esta época, considerada tradicionalmente como
un período de pasaje hacia el Horizonte Medio, se caracteriza por una marcada continuidad con el
período anterior aunque con situaciones diferentes, sobre todo por lo que concierne las vertientes
orientales y occidentales de la cordillera, como veremos en las líneas siguientes.
El Horizonte Medio se califica en diferentes partes de los Andes sur y a lo largo de la Cordillera
central andina por la influencia de la cultura wari de Ayacucho, que se caracteriza, entre otros ele-
mentos, por la presencia de arquitectura de células ortogonales y de patios agrupados (Isbell W.
1991a pero véase Topic J. - Topic T. 2000; Herrera A. 2005b; Lau G. 2010a; 2011 e infra). Ya hi-
cimos brevemente mención a la presencia de una arquitectura circular en la sierra de Ancash que
posiblemente se fue transformando en arquitectura tipo patio agrupado en la fase del Horizonte Me-
dio (véase Capítulo 1 y supra) que es evidente en algunos sitios en Chacas (p.ej. Huacramarca y
Tayapucru, véase Cap. 3). En otro trabajo más extenso sobre esta temática (Orsini C. et al. 2012)
planteamos que nuestra área de estudio participó en esta fase, aunque sin duda de manera modes-
ta, en el flujo de relaciones de intercambio con la sierra sur y con toda la sierra norte, posible lu-
gar de origen del patio agrupado5.
Es diferente la situación en el Callejón de Huaylas, donde se concentran conjuntos de clara in-
fluencia wari, entre todos ellos Honcopampa que se considera como un posible centro adminis-
trativo de esta cultura (Isbell W. 1989, 1991a, 1991b, 1997), y otros sitios con notable influencia,
como el complejo de Wilkawaín, Ichic Wilkawaín (Tello J. 1981 [1929]; Bennett W.1944, Pare-
des J. 2005) y Waullac (Tello J. 1981 [1929]; Valladolid Huamán C. 1996; Soto Verde L. 2003).
Otros sitios en el Callejón de Huaylas son Pariamarca y Tocroc (véase Williams León C. - Pineda
J. 1985). En varios de estos asentamientos la estratigrafía reveló la presencia de frecuentación de
la época anterior: en Honcopampa sabemos que existía ocupación que remonta a la época de la tra-
5 Ya en los años Noventa, John Topic (1991) avanzaba la hipótesis de que los patios agrupados eran el resultado de
un “encuentro cultural” entre la gente de la sierra norte del Perú y la de Ayacucho, o un verdadero préstamo de los pri-
meros a estos últimos.
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dición recuay (Lanning E. 1965; Tschauner H. 2003) y que durante el Horizonte Medio el sitio fue
ampliado y se construyeron una gran cantidad de estructuras, entre las cuales se destacan algunos
mausoleos monumentales (chulpas).
Los fechados radiocarbónicos de los recintos de Honcopampa excavados por Gary Vescelius y
Hernán Amat indican una frecuentación alrededor del año 1000 (959 ± 110, 994 ± 210 y 1054 ±
115 d.C., en Buse H.1965: 327, véase también Lanning E. 1965, 1967) y los autores observan que
el sitio fue ocupado probablemente hasta al siglo XIII.
También los fechados de los contextos excavados por Isbell (1989, 1991a, 1991b, 1997, véase
abajo), indican una frecuentación alrededor de los siglos VIII, IX y X d.C. Durante esta fase en
Honcopampa, así como en otros sitios cercanos del Callejón de Huaylas como Ichic Wilkawaín y
Wilkawaín, se establecieron relaciones con la zona de Ayacucho como lo demuestra la presencia
de cerámica exótica del sur asociada a la arquitectura típica de la zona de Ancash (Bennett W.
1944) pero también en los clásicos patios agrupados en D, y la aparición de obsidiana proceden-
te de la zona de Ayacucho (Burger R. et al. 2006).
Fuera de este eje principal – la parte más central del Callejón de Huaylas – la presencia wari pa-
rece reducirse a influencias a nivel de intercambio de bienes con o sin la presencia de esporádicas
estructuras de patios agrupados (que, además, tienen un aspecto mucha más local) en sitios con lar-
gas trayectorias de ocupación.
Al igual que Burger (Burger R. et al. 2006) Ponte plantea la existencia de una red de intercambio
lana/obsidiana entre los pastores de la puna de la Cordillera Negra y la gente del sur (Ponte V.
2011), así como una influencia en la arquitectura funeraria (Ponte V. 2001) sin mayores repercu-
siones a nivel de patrones de asentamiento.
Consideraciones similares las hizo George Lau (2001, 2003, 2010c) para el sitio de Chinchawas,
que se remonta al Intermedio Temprano pero cuyo florecimiento fue durante el Horizonte Medio
(Chinchawasi fase II, 850 d.C.), sin importantes reestructuraciones.
Lau enfatiza cómo la comunidad se aprovechó de los intercambios con los Waris sin sufrir una do-
minación directa y más bien manteniendo una identidad propia que se vincularía más a la tradi-
ción recuay/local que a una foránea.
Recientes investigaciones en dos sitios de la zona de Huari, en la vertiente oriental de la Cordillera
Blanca, Pinkushjirca y Ushnu (Ibarra B. - Chirinos Portocarrero R. - Borba L. 2009: fig. 2) per-
mitieron identificar dos asentamientos con patios agrupados circulares del Horizonte Medio muy
interesantes; los estudios de esta zona están en sus primeras etapas, pero aparentemente los sitios
mencionados arriba son un unicum en la zona de Huari.
En Keushu (2000 a.C.-1600 d.C.) se registró arquitectura de patio agrupado del Horizonte Medio.
El sitio se ubica en la zona del nevado Huandoy en la provincia de Yungay, en la Cordillera Blan-
ca. Según Alexander Herrera (Herrera A. 2005b, 2008) las estructuras tipo patio agrupado pre-
sentes en el sitio, así como en Quishuar (aldea estudiada por el mismo autor, véase abajo), serían
el resultado de remodelaciones de espacios circulares ceremoniales que formarían parte de una
tradición arquitectónica local, documentada por el mismo autor sobre todo en la parte más orien-
tal de la sierra de Ancash, en el Callejón de Conchucos.
El sitio más cercano a nuestra zona de estudio donde se documentaron patios agrupados es Quis-
huar (Ya-21, Herrera A. 2005a: 225), en la zona de Yanama, a pocos kilómetros más al norte de
Chacas, ubicado en el cerro homónimo aterrazado para acoger diferentes sectores con recintos, mu-
chos de los cuales de planta circular organizados o menos entorno a un patio cuadrangular. Algu-
nos de estos conjuntos son de gran tamaño y posiblemente tenían más de un piso. Herrera en-
cuentra cerámica del Horizonte Medio y del Intermedio Tardío, pero no excluye que el sitio pu-
diera haber tenido una ocupación de la época anterior: la comparación con estructuras similares
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de tradición huamachucana (Topic J. 1991) hacen inferir al investigador que esta tipología de ar-
quitectura podría remontarse a un período entre el 400 y el 800 d.C. (Herrera A. 2005b). Al pare-
cer mucho más amplio es el catálogo de estructuras en diferentes sitios de la zona más oriental del
Callejón de Conchucos, que se fechan, en buena parte, entre la fase media y tardía del Intermedio
Temprano y el Horizonte Medio (Herrera A. 2005b: Cuadro 1). Pero los patios agrupados de los
sitios descritos en este último párrafo no se asocian de una manera clara a la presencia de los Wa-
ris, muchos de los cuales antedatan, por lo menos según los datos a disposición hoy en día, la pre-
sencia de este grupo en los Andes norte, que tuvo lugar a partir de la época 1B o 2, 750-950 d.C.
(véase Knobloch P. 1991) y lo mismo se documenta para la zona de Huamachuco (véase Topic T.
1991). Como veremos en el Capítulo 5, la cuestión de los patios agrupados y su connotación lo-
cal vs foránea es un tema relevante para responder a las preguntas teóricas a la base del presente
trabajo, discutiendo la real presencia de las “culturas panandinas”– los Waris y los Incas – en la zona.
Un período mejor conocido es el de los llamados Señoríos Étnicos (Período Intermedio Tardío, si-
glos XI-XV d.C.); esta época parece abarcar un largo espacio de tiempo en la zona de la sierra de
Ancash:
“Una limitación para la arqueología del periodo Intermedio Tardío de toda la sierra de Ancash es la
falta de una secuencia fina, tanto en cerámica como en la arquitectura, que sirva para diferenciar las
épocas al interior del periodo; puesto que el periodo Intermedio Tardío abarca unos quinientos años,
del 950 d.C. hasta el 1470 d.C. Por lo tanto, todos los asentamientos arqueológicos clasificados co-
mo tardíos caen dentro de este lapso amplio; por eso, no se sabe si son totalmente coetáneos. Esta li-
mitación es válida para todos los estudios del área.” (Bazán F. 2012)
Durante esta fase existe un evidente patrón de construcción de aldeas en lugares de alturas, abrup-
tos y bien defendibles (Herrera A. 2003a; Orsini C. - Debandi F. - Sartori F. 2009; Bazán F. 2012).
Tradicionalmente se asocian a las aldeas de esta fase la presencia de estructuras defensivas – pa-
ra la zona de los Andes sur Arkush E. 2011, mientras que para la zona de la sierra de Ancash Or-
sini C. - Benozzi E. 2013. Además las aldeas se ubican en terrenos generalmente rocosos, con pen-
dientes muy pronunciadas; en algunos casos presentan una serie de murallas que rodean comple-
tamente los sitios o solo partes de ellos (véase Orsini C. - Benozzi E. 2013, consideraciones simi-
lares las hace Bonnier E. 1997a para los sitios tardíos del valle de Shaka-Palcamayo Alto en Junín).
Algunos autores proponen que en esta fase es evidente una concentración de la población en al-
gunos sitios muy grandes y que, en general, los sitios disminuyen de número con respecto a las épo-
cas anteriores (véase Herrera A. 2003a), dato que parece confirmado también para la zona de Cha-
cas (véase infra lám. 118). Otra característica es que a menudo se encuentran sitios dobles (dos
asentamientos asociados, véase Bazán F. 2012 y Orsini C. - Benozzi E. 2013).
En diferentes áreas de la sierra de Ancash, por ejemplo la cuenca del Puchca (Ibarra B. 2003) o la
Cordillera Negra (Lane K. 2005: 109), los asentamientos están ubicados en todos los puntos es-
tratégicos del territorio, al inicio de cada quebrada o confluencia de ríos, desde donde se domina
el valle. Esta situación permite que los sitios estén conectados visualmente entre sí, lo cual a su vez
sugiere que existió probablemente algún tipo de comunicación.
También caracteriza este período la constante presencia de estructuras hidráulicas asociadas a los
asentamientos mayores, que son pero de difícil datación (Lane K. 2005). Por lo que concierne las
características de las arquitecturas, en la sierra de Ancash encontramos edificios de plantas irre-
gulares, que se adaptaban a los accidentes del terreno con las soluciones más diversificadas, por
ejemplo los patrones domésticos en el sitio tardío de Ñawpamarca (Orsini C. - Ibarra Asencios B.
2007; Orsini C. - Benozzi E. - Debandi F. 2009; Orsini C. et al. 2012; Orsini C. - Benozzi E. 2013).
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Ibarra afirma que los sitios tardíos utilizan una técnica constructiva de piedras canteadas unidas
con mortero y paramento irregular (comunicación personal 2002, véase también Bazán F. 2012).
En cuanto al patrón funerario (chulpas6, tumbas en abrigos rocos y en cuevas) se observa que, a
lo largo de este período, las tumbas se abrían “constantemente”, como es el caso de las inhuma-
ciones de Marcajirca (Ibarra B. et al. 2010). En otras ocasiones se observa la costumbre de depo-
sitar numerosas personas dentro de una misma estructura funeraria. Aparte de los pocos datos a dis-
posición para el sitio de Marcajirca – todavía por publicar – no son muchos los estudios acerca de
los patrones funerarios tardíos de la sierra de Ancash. Muchos “pueblos de los muertos” (Herrera
A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012) supuestamente tardíos se fueron registrando a lo largo de los
últimos años; conformados básicamente por chulpas, asociados, o no, a asentamientos e inclusi-
ve asociados a otros patrones funerarios (véase Cap. 3), pero de los que faltan datos de fechados
absolutos que impiden asociar sic et simpliciter las arquitecturas funerarias a un determinado pe-
ríodo cronológico.
Entre los años 50 y 60 del siglo XV tiene lugar la conquista incaica del Callejón de Huaylas, cuan-
do el territorio estaba gobernado por señoríos independientes. Garcilaso de la Vega nos informa
acerca de los pueblos belicosos de esta región. La conquista llevada a cabo por el general Cápac
Yupanqui no fue una empresa fácil: las poblaciones del área definidas como los Huaráz, Pisco-
bamba y Conchucos, se aliaron para enfrentarse al invasor (Garcilaso de la Vega 1977: libro VI cap.
XII). Al final de una larga resistencia, fueron subyugados y el templo de Pumacayán en Huaráz fue
destruido (Almanaque 2002-2003). Sucesivamente la estrategia política del Inca Huayna Capac fue
tomar como esposas secundarias a Contarhuacho y a Añas Colque, hijas de los curacas de Hurín
y Hanan Huaylas (Espinoza Soriano W. 1978).
Recientes trabajos sacaron a la luz en la zona de la Cordillera Negra la existencia de sitios inca con
un carácter administrativo y ceremonial (Lane K. - Contreras Ampuero G. 2007; Lane K. 2012) y
también en la zona de Sihuas (Astuhuamán C. - Araceli D. 2006).
Por lo que concierne Conchucos, en nuestra zona de estudio no se registra una presencia inca de
forma directa, a pesar de estar relativamente cerca al tramo del capac ñan que va de Huamachu-
co a Huánuco.
El asentamiento inca más cercano a la zona de Chacas es el sitio de Maraycalla, en San Luis ha-
cia este; otros sitios inca cercanos se encuentran en dirección sur en la zona de Huari (Noel Espi-
noza A. - Escobar Silva C. 2006). En algunos sitios de Chacas se encontró cerámica local que imi-
ta formas inca, como keros y arybalos. En dos sitios se identificó una arquitectura que podría ser
de influencia inca: las qollqas de Geropalca y los grandes recintos de Ticcla (véase Cap. 3) de la
quebrada Juitush, en estrecha relación con la ruta de comunicación hacia la zona del Callejón de
Huaylas, donde la presencia inca se aprecia en diferentes asentamientos en las provincias de Re-
cuay (p.ej. Pueblo Viejo, Tantaleán H. - Pérez C. 2003), la mayoría, mencionados y/o descritos por
Miguel de Estete en su recorrido de Cajamarca hacia Pachacamac (Serrudo E. 2003 y infra).
6 Este tipo de arquitectura funeraria se difundió en una amplia zona de los Andes y se utilizó asiduamente a partir,
por lo menos, de la parte final del Período Intermedio Temprano (Isbell W. 1997); como veremos, la zona de Chacas no
es una excepción. La presencia de arquitectura a chulpa y su ubicación en zonas muy inaccesibles del paisaje de la Cor-
dillera Blanca ya fue detectada por los primeros exploradores que escalaron las cumbres del Cordillera. En relación a
la antigua población de la zona, los exploradores Hans Kinzl y Erwin Schneider (1950: 44) observan que: “La vertien-
te oeste de la Cordillera Blanca es la que más conserva estos antiguos sepulcros [se refiere a las chulpas]. Hay sitios en
que las hay en tal cantidad, que parecen verdaderas ciudades de muertos. Las tumbas más pequeñas tienen forma de cu-
bos construidos encima de una plataforma. Los muros están formados por piedras superpuestas, careciendo de argama-
sa […] el más imponente de estos edificios está cerca de la antigua población de Antapampa, al pie del Huandoy. Tie-
ne tamaño 14x18 mt. de base y consiste de seis cámaras. A la salida de la quebrada de Alpamayo se ven las chulpas”.
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Aparentemente, la presencia inca en la parte oriental de la sierra de Ancash arraigó más en las zo-
nas cercanas al camino real (véase Ibarra B. et al. 2010), sobretodo en las áreas más orientales de
la región que mencionamos líneas arriba, donde aún se hallan importantes tambos relacionados con
el camino. Estudios recientes demuestran que, al alejarse del camino, la influencia disminuye has-
ta desaparecer por completo. Esto demostraría que la administración directa, que probablemente
se aplicaba en la gestión de los tambos relacionados con la vía principal de comunicación, no arrai-
gaba de manera profunda en el territorio (Ibarra B. 2003; Herrera A. 2003a)7.
Las noticias históricas acerca de la zona de Conchucos son en su mayoría nominales y confusas
(Ravines R. 1994: 541).
Durante la conquista, la zona de Ancash fue recorrida varias veces por los conquistadores. Así Pe-
dro Cieza de León (1995 [1553] cap. XCIX fol. 109):
“En los Conchucos no dexaua de auer aposentos y otras cosas, como en los pueblos que se han pas-
sado: y los naturales son de mediano cuerpo. Andan vestidos ellos y sus mugeres: y traen sus cordo-
nes o señales por las cabecas. Afirman que los indios de esta prouincia fueron belicosos: y los Ingas
se vieron en trabajos para sojuzgarlos. Puesto que algunos de los Ingas siempre procuraron atraer a
sí las gentes por las buenas obras que les hazían, y palabras de amistad. Españoles han muerto algu-
nos de estos Indios en diuersas vezes: tanto que el Marqués don Francisco Piçarro embió al capitán
Francisco de Chaues con algunos Christianos, y hizieron la guerra muy temerosa y espantable: por-
que algunos españoles dizen que se quemaron, y empalaron número grande de Indios.”
Miguel de Estete (1947 [1533]), quien acompañó a Hernando Pizarro en la expedición a Pacha-
camac, describe con brevedad las etapas del pasaje de Hernando Pizarro por Conchucos. Las no-
ticias son muy genéricas y de ellas se desprende que en la región había curacazgos muy poblados.
El cronista apunta la existencia de minas, la fuerte actividad ganadera, así como la escasez de le-
ña y subraya la presencia de llactas en las cimas de las montañas.
De la primera época colonial, tenemos noticias de que Francisco Pizarro repartió las encomiendas
de Conchucos, en el año 1534 (Solís Benites F. 2001), a varios encomenderos. De la zona de Cha-
cas y del territorio de Ichohuari (véase infra) fue encomendero Bartolomé Tarazona, hasta por lo
menos 1561.
La cédula de encomienda relativa se conserva en el Archivo de las Indias de Sevilla y sirvió de ba-
se al etnohistoriador Miguel León Gómez para reconstruir la historia del área (véase infra). Entre
las noticias más antiguas sobre la zona podemos contar con la visita de Cristóbal Ponce de León
de 1543 (Espinoza Soriano W. 1969) enviado por el gobernador Vaca de Castro para explorar una
de las áreas que se consideraban más belicosas del territorio andino. La visita ordenada por Vaca
de Castro tiene lugar cuatro años después de la matanza obrada por Francisco de Chávez como ad-
vertencia a los Conchucanos que se negaron de pagar los tributos a los conquistadores. El reco-
rrido por la región, realizado tras la muerte de Pizarro, tenía como finalidad reordenar las pose-
siones del difunto Marqués y elaborar un censo de la población tributaria para estimar las rentas
de los tributos en dicha zona. Lamentablemente solo concierne a la parte norte del Callejón de
7
Esto no excluye la presencia de sitios asociados a terrazas agrícolas en la zona de Huari (p. ej. Ushnu Cruz, véase
Noel Espinoza A. - Escobar Silva C. 2006).
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Conchucos (Cook N. D. 1976-1977) y no comprende los territorios que nos interesan. En 1565 Lo-
pe García de Castro reúne cinco curacazgos (Conchucos, Sihuas, Piscobamba, Huari y Pinco), co-
mo señalamos regidos bajo la forma de encomiendas anteriormente por el mismo Pizarro y algu-
nos de sus fieles ya a partir del 1532, para formar un corregimiento de Conchucos, que toma el
nombre del curacazgo más importante de los cinco (Espinoza Soriano W. 1969).
Más tarde es cuando se inician los reducciones indígenas y “se producen los primeros grandes
desplazamientos de personas hacia las nuevas unidades económicas (obrajes)” (León Gómez M.
1996: 153).
Los antiguos sistemas de asentamiento, incluso donde las reducciones no radicaron, se fueron
abandonando progresivamente, convirtiendo de este modo la ciudad colonial en el nuevo foco de
las actividades económicas y sociales: se inicia, de esta manera, la historia moderna de la zona andina.
Como apuntamos líneas arriba, en la época colonial el territorio de los Conchucos estaba dividi-
do en lo que eran, en principio, encomiendas fundadas en base a preexistentes grupos prehispáni-
cos: Conchucos, Sihuas, Piscobamba, Huari y Pinco (para profundizar el tema véase Espinoza So-
riano W. 1969; León Gómez M. 1996; Chocano M. 2003; Venturoli S. 2006a, 2006b).
Según León Gómez, el grupo étnico huari ocupaba las actuales provincias de Asunción, Fermín
Fitzcarrald, Antonio Raimondi y parte de la provincia de Huari hasta al poblado de Pomachaca.
Los Huari estaban divididos a su vez en dos sayas o parcialidades Allaucahuari, que significa “a
la derecha”, y que ocupaba una parte de la provincia de Huari, hasta el poblado de Pomachaca
(León Gómez M. 1996: 143-144) e Ichohuari, que significa “a la izquierda”. En las fuentes la di-
visión aparece ya desde 1543 (León Gómez M. 1996: 143). La saya Icho (izquierda) huari es la
que más nos interesa, porque comprendía los territorios de Asunción, Fermín Fitzcarrald y Anto-
nio Raimondi. Hay que remarcar que estas divisiones pueden resultar como la acción de los rea-
comodos del período inca para crear las provincias que tenían que responder a tamaños pre-esta-
blecidos, lo de la provincia hunu (o de 10.000 unidades domésticas), dividida a su vez a medias
entre parcialidades hanan/hurin: “Esta simetría inca se logró desde luego a costa de reacomodos
y ajustes de los grupos políticos locales para adecuarlos al sistema administrativo imperial lo que
ha sido constatado en diferentes provincias del Norte.
Como la mayoría de las entidades políticas locales mayores no tenían un tamaño suficiente (la
mayoría no pasaban de cinco guarangas), los incas generalmente juntaron dos o más reinos a la ho-
ra de crear las provincias” (Zuloaga M. 2008: 32).
León Gómez nos informa de que la unidad básica de los Conchucanos era la pachaca, o sea un gru-
po de 100 personas, aunque el mismo término indicara también una agrupación de 100 familias,
o sea una unidad de agregación superior, que se define normalmente como guaranga lato sensu,
sin respetar demasiado la base decimal inca (véase Zuloaga M. 2008): “la pachaca era una fami-
lia extensa, unida por vínculos de parentesco. Tenía un hábitat fijo y linderos plenamente defini-
dos; aunque algunas pachacas poseían la territorialidad” (León Gómez M. 1996: 147). En deter-
minadas circunstancias las pachacas podían reunirse en confederaciones, guiadas por el curaca
principal que, normalmente, era el jefe de la pachaca más importante8.
8Para una tratación extensa sobre este tema véase la tesis de Marina Zuloaga (2008) que debate el problema de las
guarangas en el Callejón de Huaylas, y su rol en la organización social colonial posterior: nótense que los mismos ar-
gumentos tratados por Léon Gómez los trata M. Zuloaga para la zona de Huaylas pero tomando en cuenta como orga-
nización política la guaranga en vez que la pachaca.
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En el territorio étnico huari existía un curaca principal, y curacas secundarios que eran los jefes
de cada pachaca. En 1571 el curaca principal de la parcialidad Ichohuari se llamaba Don Diego
Xicxiguara, mientras que eran diez los curacas secundarios que gobernaban diferentes pachacas
de Ichohuari. Algunos nombres de pachacas coinciden con áreas que nos interesan de cerca. Don
Francisco Tocto y Alonso Pomacaque aparecen respectivamente como cabecillas de las pachacas
de Chacas y de Macuas (León Gómez M. 1996: 145): pensamos que en el último caso se trata del
antiguo poblado de Macuash, que efectivamente debió de tener cierta importancia porque fue ob-
jeto de una reducción al fundarse el poblado de Chacas, un año o dos después (1572-73) con mu-
cha probabilidad como “reducción de indios” para explotar los recursos mineros de la zona (Espinoza
Milla S. 1994: 17).
Este dato es de extremo interés por dos motivos: en primer lugar aparte del mencionado curaca
principal, que no sabemos dónde residía ni a qué pachaca pertenecía, existían otros que ejercían
un control más directo en diferentes partes del territorio de Ichohuari, hecho que demostraría el al-
to grado de independencia de las pachacas; en segundo lugar es interesante notar que las dos pa-
chacas citadas de Chacas y Macuash están una en frente de la otra en la quebrada del río Arma y,
por supuesto, guardan importantes restos prehispánicos. Volveremos en el Capítulo 5 al posible sig-
nificado de esta colocación espacial.
La reorganización de los pueblos a través del sistema de las reducciones debió de afectar consi-
derablemente a la población en la zona de Chacas así como ocurrió en otras zonas del territorio an-
dino, donde en pocos años tuvo lugar una espantosa disminución demográfica.
Las dos pachacas de la actual zona de Asunción, Macuash y Chacas, fueron incorporadas cuando
tuvo lugar la fundación de la villa colonial de San Martín de Chacas; actualmente se presentan co-
mo los dos barrios principales de la ciudad de Chacas y cuyo nombre completo es San Martín I Pa-
pa de Chacas.
Cabe, a mí parecer, aclarar esta cuestión. El cerro de Macuash incluye diferentes áreas arqueoló-
gicas pertenecientes a varias épocas y es muy posible que en tiempos cercanos a la Conquista vi-
viesen personas en los diferentes sitios arqueológicos que ocupan toda la ladera y la punta del ce-
rro: hoy en día se conoce como Macuash, un único sitio (véase CVP 22, Cap. 3), pero no es segu-
ro que el sitio identificado por las fuentes se refiera al mismo que guarda actualmente un nombre
idéntico o haga referencia más bien a otro presente en las cercanías – ¿por ejemplo Torre Jirca, que
floreció durante el Período Intermedio Tardío? (véase Cap. 3). En cambio por lo que concierne Cha-
cas, los datos arqueológicos no atestiguan la presencia de una aldea en tiempos prehispánicos, si-
no la de un centro ceremonial del Formativo concurrido ininterrumpidamente hasta, quizás, los pri-
meros siglos de nuestra era (Pirushtu de Chacas, CVP 15, véase Cap. 3). A pesar de que la moderna
Chacas se construyó sobre los restos prehispánicos que se encuentran en la periferia norte de la mo-
derna capital provincial, me parece improbable que en tiempos de la Conquista existiera en la mis-
ma zona una población prehispánica tan importante como para ser la sede de una pachaca princi-
pal. Esto básicamente por dos razones: 1) hasta a la fecha, no se encontraron vestigios de arqui-
tectura doméstica prehispánica debajo de la ciudad colonial, pues el Pirushtu de Chacas es un com-
plejo de plataformas monumentales del Formativo, a pesar de las muchas obras realizadas en los
últimos años; 2) la zona en la que se coloca el Pirushtu no corresponde al típico entorno preferi-
do para los asentamientos de viviendas del Período Intermedio Tardío o del Horizonte Tardío, épo-
ca a la cual podemos remitir las noticias acerca de la reducción; como veremos, en este período
todas las construcciones se ubican en zonas altas y bien defendibles, mientras que Chacas se en-
cuentra en una colina baja.
Mucho más probables es, en cambio, que con el término Chacas se aluda a Chagas, o sea Cha-
gastunán (CVP 13), un gran asentamiento prehispánico ubicado en el cerro homónimo que domi-
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na la colina de Chacas y que se encuentra tan solo a media hora de camino (una discusión sobre
la derivación de la palabra Chacas de Chagastunán se encuentra en Espinoza Milla S. 1994: 39).
Antes de comparar estos datos con los ofrecidos por las evidencias arqueológicas, podemos afir-
mar de manera preliminar que los españoles durante la colonia mantuvieron casi siempre las di-
visiones prehispánicas de las pachacas presentes en el territorio y anteriores a la Conquista, sim-
plemente agrupándolas en las reducciones en asentamientos más controlables y conformes a sus
hábitos de vida.
Sin embargo, quedan todavía muchas preguntas por contestar: León Gómez menciona la presen-
cia de un “curaca principal” de los Ichohuari, que suponemos que guiaba a los curacas secunda-
rios que se citan para la zona de Macuas y de Chacas. Ahora bien, ¿dónde se quedaba dicho cura-
ca? ¿Qué rol desempeñaba en concreto?
Otro problema por resolver es la identificación de las otras ocho pachacas que aparecen en la lis-
ta publicada por León Gómez que se redactó en base a un manuscrito conservado en la Bibliote-
ca Nacional de Lima. Las demás pachacas mencionadas son Guacos, Guantar, Concha, Guamas,
Jumbo, Yamellín, Cullos, Mitimas. Guantar podría referirse a Huántar, Yamellín obviamente a la
actual capital de la provincia Antonio Raimondi, mientras que Guamas podría ser Huamas, un
pueblo que al parecer existió durante la época colonial en la zona de Yanama. Las otras pachacas
no se localizaron y, en función del estado actual de la investigación, concordamos con León Gó-
mez en la identificación de una confederación de pachacas bajo el nombre de Ichohuari, que coin-
cide con las provincias de Asunción aunque quizás con extensiones hacia la zona de Yanama en
su extremo norte, Antonio Raimondi y parte de Huari.
Es interesante notar la existencia en nuestra área de interés – donde, como veremos, la dominación
inca fue muy poco impactante – también de una pachaca “Mitmas” formada a partir de un con-
tingente de foráneos procedentes presumiblemente de otros lugares, un fenómeno común tras la
llegada de los Incas que supuso un parcial reacomodo de las instituciones políticas locales: “Otra
opción fue crear guarangas nuevas formadas a partir de contingentes de mitimaes trasladados por
los incas: un ejemplo es la guaranga Mitimaes de Cajamarca compuesta por cuatro pachacas, ca-
da una de las cuales estaba integrada por población proveniente de diversos lugares de la sierra”
(Zuloaga M. 2008: 37).
Es muy importante que los documentos citen para la zona de Asunción principalmente los pueblos
de Chacas y de Macuash, y que no mencionen los demás asentamientos del valle, algunos de los
cuales sabemos que permanecieron ocupados hasta al Horizonte Tardío. Como veremos en el Ca-
pítulo 5, la ausencia de esta información puede, aunque como prueba “negativa”, ayudar a la com-
prensión de las dinámicas sociales que debieron de tener lugar en la zona en el momento de la
Conquista.
Una visión, si bien parcial, de la organización social durante los primeros años de la Conquista pue-
de provenir de los datos acerca de la población. Observamos que, según León Gómez, tanto el tér-
mino pachaca como el término guaranga se pueden referir a la agregación de 100 familias. An-
tes mencionamos que, de la lista de los curacas de pachacas de Ichohuari se reconocieron por lo
menos dos pachacas en la zona de nuestro interés. Debido a la confusión acerca del número de per-
sonas que formaban lo que era una especie de pachaca alargada (¿100 personas, 100 familias?),
no es posible determinar ni un mínimo de habitantes de la zona en la época inicial de la Conquis-
ta. Pero algunos datos pueden deducirse de la registración de los indios tributarios bajo los dife-
rentes encomenderos que se sucedieron en la zona.
Obviamente, a los españoles que elaboraron los primeros censos de la población indígena les in-
teresaba el cálculo de las personas que podían pagar los tributos, o sea hombres en edad de traba-
jar, denominados indios tributarios; de ahí que no se contaran ni las personas ancianas ni los ni-
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ños. Además, para el caso de Ichohuari, no encontramos una repartición de indios tributarios en-
tre las diferentes pachacas que formaban parte de esta saya; de este modo la noticia no ayuda a la
hora de hacer una estima de la población, sino solo a dar una aproximación de máximo, cruzando
algunos datos ofrecidos por León Gómez (1990, 1996):
Otro censo, que ofrece el diario de la segunda visita pastoral de Toribio de Mongrovejo en 1593
(Mongrovejo T. 1920 [1593], 2006; Gridilla A. 1937; Márquez Zorrilla S. 1965, 1970), proporciona
noticias acerca de los indios tributarios que existían en cada doctrina. Ya existía la reducción de
Chacas y la población española había formado, como es obvio, una doctrina, con 154 indios tri-
butarios, 33 reservados y 298 de confesión, totalizando un número de 552 personas.
Es imposible, en mi opinión, a estas alturas tratar de comparar estos datos demográficos con las
zonas arqueológicas de las que se hicieron reducciones, o sea Chagastunán y Macuash. No sola-
mente el dato “neto” ofrecido por Mongrovejo para la zona de Chacas, donde fueron reducidas las
dos pachacas de la época prehispánica, relata de una situación lejana en el tiempo más de 50 años
de la Conquista, sino que los restos arqueológicos de las dos áreas difieren mucho entre sí: la zo-
na de Chagastunán es más extensa pero, por otro lado, en el cerro de Macuash existe más de un
asentamiento.
Lo que parece cierto es que con el término pachaca no se indican 100 personas, sino un grupo más
amplio considerando que, si bien bajó la población durante la época colonial, se registran más de
500 personas en Chacas, resultado de la reducción de dos pachacas.
Cabe, por último, destacar que no conocemos la proporción de la población de los sitios; sin em-
bargo, según una costumbre bien difundida en la zona de la sierra de Ancash, el asentamiento más
“importante” y más antiguo entre los reducidos da el nombre a la reducción, como por ejemplo la
génesis del corregimiento de Conchucos, o bien la génesis de las reducciones de Huaráz y de Hua-
ri. Todo ello concuerda con los datos arqueológicos a nuestra disposición: Chagastunán, de don-
de deriva el nombre Chacas, era el sitio más importante de la quebrada del río Arma.
Las poblaciones rurales fueron reducidas a partir de los años 70 de siglo XVI como consecuencia
de la ya mencionada división del Virreinato en Corregimientos. Por un lado, me parece bastante
probable que se efectuaran reducciones de los poblados prehispánicos de mayor envergadura en
aquella época, o quizás de los más cercanos a las zonas donde se podía/quería implantar la reduc-
ción o un obraje – ambos sitios, Chagastunán y Macuash, están uno en frente del otro, en cerros
situados sobre la colina donde queda el Chacas colonial. Por otro lado, me parece poco probable
que con una estima de la población tan baja, se calculasen también los indios que vivían en las áre-
as más dispersas hacia la Cordillera y que, efectivamente, no se mencionan en los documentos
burocráticos.
Además queda por aclarar cómo se calculó el censo; futuros datos arqueológicos quizás podrán pro-
porcionar algunas sugerencias al respecto (véase infra).
Otra noticia interesante que concierne el área (León Gómez M. 2005) es la relativa a la formación
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de un obraje en Ichohuari9 por voluntad del licenciado Diego de Álvarez, en 1571. En la cons-
trucción participaron todos los curacas principales de la zona, encabezados por el curaca princi-
pal de todo el corregimiento, Don Diego Xicxiguara, ya mencionado antes. Llama la atención la
presencia de dos nombres para Chacas: uno es el del curaca Francisco Tocto, que encontramos
también como jefe indígena de Chacas después de la fundación del pueblo español – el pueblo es-
pañol de Chacas que unía las poblaciones de Chagastunán con Macuash se fundó al año siguien-
te –,y el otro es el de Domingo Manyampoma, cuyo nombre no se encuentra en los documentos
posteriores. Ya en 1571 se menciona la pachaca de Chacas, evidentemente refiriéndose al grupo
de gente que vivía en el sitio que hoy toma el nombre de Chagastunán. Otro elemento interesan-
te es la presencia de dos autoridades indígenas para Chacas/Chagastunán, mientras que otras pa-
chacas, incluida Macuash, cuentan con una sola autoridad.
La importancia de esta obra se deduce de la mención, en el contrato, de la construcción de un ca-
mino que tenía que conectar el obraje con el “camino principal” – el capac ñan – a la zona de
Huari (trazado publicado por Ccente Pineda E. - Román Godines O. 2006).
9 Desafortunadamente el lugar de fundación del obraje es de difícil ubicación (el paraje de Colcabamba). Con esta
término existen diferentes áreas en la zona, una de ellas con ruinas prehispánicas en Yanama. El topónimo sugiere que
se trate de una zona de qollqas, o sea depositos de la epoca inca, que apuntaría a la identificación del lugar con las rui-
nas de Yanama.
10 Vale la pena mencionar que el citado documento para la construcción del obraje de Colcabamba (Léon Gómez M.
2005) una de las pachacas que se mencionan en el documento toma el nombre de culle.
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charon contra los Incas, Katin y Rihuay, respectivamente Gatin y Riway (véase Cap.3). Los cerros
se identifican con héroes culturales, a través de un proceso bien conocido en los Andes, y en ellos
surgen sitios arqueológicos (véase Orsini C. 2002). La identificación héroes/ancestros con las di-
vinidades de los cerros se observa también en la zona del Callejón de Huaylas (Walter D. 2002).
Quizás uno de los pocos estudios lingüísticos relacionados con nuestra investigación es el que gi-
ra entorno a la palabra Huari, que aparece en las narraciones históricas como nombre de etnia y
que, a su vez, figura en muchos documentos como la denominación de los primeros habitantes
ancestrales, de quienes se creían descendientes las poblaciones locales, según los testigos recogi-
dos por los extirpadores de idolatría (vari viracocha runa, véase Guamán Poma [1616] 1987: 48).
Alfredo Torero observa que en el quechua ancashino de los documentos coloniales, “Wari es un
dios que enseña a los hombres a cultivar la tierra y es el artífice de las acequias”. Según Torero es-
ta connotación podría revelar la naturaleza solar del dios Huari/Wari (Torero A. 1990: 246-250) y
el origen de la palabra se encontraría en la lengua pano, de derivación amazónica (ibíd.). Comen-
tado este razonamiento, Armas deduce que: “el culto de Huari fue un préstamo de la lengua pano
(de la selva central) al expandirse el PQ (Proto Quechua) en aquella región” (Armas Asin F. 2001).
La esfera de interacción entre la zona oriental de la sierra de Ancash y la montaña peruana pare-
ce un proceso natural debido a la cercanía entre las dos zonas y se conoce arqueológicamente des-
de tiempos antiguos (Thompson D. 1973; Lathrap D. 1985; Burger R. 1992); habrá que indagar
en un futuro las posibles relaciones lingüísticas presentes en las dos áreas. Cabe señalar que tam-
bién Herrera alude a la posibilidad de que el proto-quechua se expandiera a la zona andina con-
temporáneamente con la influencia de la cultura Chavín, siendo este originario de la sierra de An-
cash (Herrera A. 2005a: 74).
Hoy en día el habla quechua se está difundida en las zonas rurales en la variedad Ancash-Huánu-
co, compuesta por las subvariedades huaylas, conchucos y huamalíes.
Un corpus importante de noticias que nos proporcionan datos de primera mano sobre la esfera de
la religión indígena de la zona de Ancash se desprende de los documentos acerca de la extirpación
de idolatrías. Estos documentos, de los que daremos breve reseña, se estudiaron detenidamente
(Duviols P. 1971, 1986, 2003; Zuidema T. 1973, 1989), y nos interesan sobre todo por los datos
de asistencia ritual del paisaje por parte de grupos específicos, que a su vez tienen implicaciones
importantes en el estudio de la complejidad social local.
En este apartado no se pretende estudiar toda la compleja literatura sobre la extirpación de idola-
trías de la zona de la sierra de Ancash, y que es especialmente rica de Cajatambo y Recuay. Para
estas dos zonas existe un importante fondo documental que se conserva en el Archivo Arzobispal
de Lima: entre las fuentes publicadas mencionamos Hernández Príncipe (1923 [1622]) y las noti-
cias relativas a la zona transmitidas por Fray Antonio de la Calancha (1972 [1639]) y Padre Arria-
ga (1920 [1621]). Existe también un texto mecanografiado sobre las zonas de Cajatambo, Recuay
y áreas contiguas, del documento de Estanislao de la Vega Bazán (1657).
Como señalamos, el tema más relevante para nuestro estudio que se encuentra en estas fuentes es
el de la división supuestamente étnica, religiosa, social, económica y territorial de los Huari y de
los Llacuaz – Llacta y Llachua (Hernández Príncipe 1923; Zuidema T. 1989: 118), y la asistencia
ritual de lugares especiales del paisaje y los mitos vinculados a ellos.
La división en Huari y Llacuaz, transmitida para la zona del Callejón de Huaylas por Hernández
Príncipe, está vinculada de manera profunda a la de Ichoc y Allauca, y es típica de la organización
social de toda la zona de la sierra central, y no solo de Ancash.
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Hernández Príncipe es probablemente la mejor fuente sobre los temas antes mencionados: descri-
biendo la organización ritual de tres pueblos – Recuay, Allauca y Olleros – precisa que fueron or-
ganizados en ayllus. Cada ayllu tenía un hermano-antepasado surgido del lago Titicaca y cada gru-
po se creía descendiente de la divinidad Huari o del Rayo. Como apuntamos, Hernández Príncipe
define a estos dos grupos como Llacta y Llachua, mientras que Duviols (1973) habla de Huari y
Llacuaz, respectivamente.
El grupo de los Llachua o Llacuaz, aparece como el de los conquistadores que adoraron al Rayo
(Lliviac), y que descendían de un antepasado masculino yaro, procedente del lago Titicaca (Zui-
dema 1989: 119), mientras que los Llacta o Huari adoraban al gigante Huari, una divinidad del sub-
suelo. También Calancha11 (1972 [1639]) y Arriaga (1920 [1621]) dan noticias acerca de este culto.
A esta oposición de descendencia, aparentemente se acerca una oposición que concierne el siste-
ma de subsistencia: los Llacta fueron campesinos, en cambio los Llachua pastores.
Los Llachuases adoraban el Rayo, que se convirtió en roca y que generó 4 hermanos antepasados
– esa huaca, dice Príncipe (1923), fue destruida por el visitador Avendaño –, mientras que los
Llactas, o Huari, eran hijos de un antepasado local.
Como ocurre a menudo en el mundo andino, esta subdivisión que algunos autores definen “étni-
ca” funciona sea a nivel familiar y de organización interna de cada grupo, sea a nivel más amplio,
es decir un nivel sobrefamiliar y político, para usar dos definiciones de T. Zuidema, “ayllu de pro-
creación y ayllu de orientación”. Zuidema observa cómo, a este propósito, las divisiones implican
también una significado de tipo social (1989: 120): “huaca se refiere a toda piedra sagrada o lu-
gar de culto construido de piedra, y mallqui designa las momias. Aparentemente, solo las perso-
nas de clase superior podían alegar antepasados tan lejanos como para que se hubieran transfor-
mado en piedra. No obstante, debemos tener presente el hecho de que las personas de clase infe-
rior [los conquistados o Huari] también podían adorar a huacas de piedra sin que éstos fueran con-
siderados como sus antepasados directos”.
Veremos lo difícil que puede resultar dar una dimensión histórica a la división de Huari y Lla-
cuaz, que abarca tanto los sistemas de asentamiento como el sistema de acceso a los recursos, te-
ma crucial para el estudio de la relación hombre/ambiente.
Encontramos noticias relativas a los Huari y Llacuaz no solo en las crónicas que supuestamente
relatan de una situación del periodo prehispánico, sino también encontramos estos diferentes gru-
pos reducidos en las modernas ciudades coloniales como la de Huaráz (Almanaque 2002-2004; Zu-
loaga M. 2008), y la de Recuay (Masferrer Kan E. 1984).
En todos los casos examinados hasta a ahora, las dos parcialidades Huari y Llacuaz también corres-
ponden a la división Ichoc y Allauca (izquierda y derecha); las parcialidades conviven, en algunos
casos, pacíficamente, mientras que en otros lo hacen con grandes tensiones. Los dos grupos mantie-
nen sus tradiciones y sus huacas y, a su vez, intercambian cultos con la gente de la parcialidad opues-
ta. En muchos casos durante la época colonial estas tensiones se traducen en luchas finalizadas a la
apropiación del derecho exclusivo del culto del santo patrón de la ciudad, en calidad de nueva pa-
carina del grupo étnico, al que asociar la posesión del agua y la tierra (el tema lo trata de manera ex-
haustiva Mansferrer Kan E. 1984). Del mismo modo se puede leer la lucha por la construcción de la
capilla de la fundadora del pueblo de Huari entre 4 hermanos, que representan los 4 ayllu principa-
les de la zona de Huari (Venturoli S. 2011), así como la lucha por la nueva domiciliación de la Vir-
gen en la zona de Chacas (Espinoza Milla S. 1994). En Huaráz, como en Chacas y en Huari la par-
cialidad considerada “local” y originaria da el nombre a la reducción colonial (véase supra).
11 “adoraban montes altos, cerros levantados y las casas de los Huari que son los pobladores, hijos de cada tierra,
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Como anticipamos, las fuentes remarcan cómo los Huari y los Llacuaz eran dos grupos humanos
diferentes que veneraban a antepasados diferentes, aunque también estaba vigente un sistema de
intercambio entre los dos grupos que abarcaba tanto la esfera económica como la religiosa. Según
las crónicas, la relación entre Huari (Llacta) / Llacuaz (Llachua) y su territorio se expresa además
mediante marcadores territoriales que, como es obvio, se revelan de suma importancia para un in-
vestigación de tipo arqueológico. Las descripciones de los lugares físicos donde ocurrían estas ve-
neraciones son múltiples en Hernández Príncipe; señalamos por cuestión de espacio solo algunas
categorías entre las más importantes: en varios puntos el extirpador menciona las montañas como
lugares de veneración de los grupos Llacuaz, en otros puntos se mencionan elementos del paisaje
o tumbas de personas importantes. Un ejemplo célebre de este último caso es la tumba de la ca-
pacocha Tanta Carhua, enterrada en una tumba tipo pozo construida para celebrar la realización
de un canal de agua por parte de su padre, Caque Poma, descendiente del grupo étnico de los Lla-
chua. Como dijimos anteriormente los progenitores del grupo étnico de los Llachua o Llacuaz se-
rían 4 hermanos, todos ellos hijos del Rayo convertidos en huacas de piedra (Mariscotti citada en
Zuidema T. 1989: 187). Caque Poma, el padre de Tanta Carhua, fue el bisnieto del segundo her-
mano y, puesto que los hijos de este ya hablaban español, Zuidema (1989) calcula que pasaron cin-
co generaciones entre la Conquista y los hermanos - huacas. Según Zuidema, sin embargo, se tra-
ta de una genealogía mítica y el árbol genealógico sobre el que se aplicaron las reducciones debió de
ser mucho más amplio (ibíd.).
El acontecimiento queda descrito de manera exhaustiva por Hernández Príncipe. Existen otras
fuentes independientes (Polia Meliconi M. 1999) para la zona de Ancash que hablan de la impor-
tancia de las tumbas como lugares a los que acudir para las súplicas, sobre todo peticiones de agua,
costumbre que duró hasta la época moderna (Venturoli S. 2003). La información relativa a la ubi-
cación de la tumba de Tanta Carhua, situada en la cima de una montaña en una posición panorá-
mica y de control del territorio, tiene paralelismos con los contextos geográficos de hallazgos de
las tumbas en la zona de la sierra de Ancash. Hernández Príncipe afirma que la tumba se colocó
en una posición panorámica para que pudieran verla y adorarla desde el horizonte. Esta asociación
entre líneas de mira, tumbas y preocupación por el agua está fehacientemente comprobada tam-
bién en otros lugares de los Andes (véase Sherbondy J. 1982; Zuidema T. 1978, 1989: 134).
Datos parecidos provienen asimismo de otros documentos de la zona de Huaylas (Duviols P. 1986:
476; Polia Meliconi M. 1999): todo apunta a afirmar que las poblaciones de la zonas más frías y
cercanas a la sierra adoraban al Rayo, en honor del cual sacrificaban sobre todo a niños nacidos
con malformaciones.Analicemos ahora los lugares de adoración del dios de los Huari.
Según Cieza (1995 [1553] cap. LXXXII), en la zona antiguamente se veneraban “gigantes”– los
descendientes del dios Huari (véase supra y nota 11) – en un aposento decorado con “rostros” cu-
ya descripción recuerda Chavín de Huántar. Estanislao de la Vega Bazán (1657) da noticias sobre
esta divinidad:
“un templo muy grande del dicho Huari, que era come un adoratorio de los indios todo debajo de tie-
rra con unos callejones, y laberintos muy dilatados hechos de piedras muy grandes y muy labradas,
donde hallo’ tres idolos que los quemó y hizo pedaços y enterró, lo qual le defcubriò vn Indio viejo,
que era facerdote del dicho Huari, que lo adoraua por medio de los dichos idolos, al qual adiuidaua
fi auia de aparecer las cofas perdidas, llamando, y inuocando el dicho Huari, con el pacto fobredi-
cho, y ofreciendole vnos granos de maiz negro y coca mafcada, y luego fe le aparecia una arana al
canto del fogon, donde quemaua los dichos granos de maiz, y coca mafcada, para que aquel humo
fueffe ofrecido al dicho Huari, y por la dicha arana adiuinaua las cofas”
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“[...]Y otras vezes las llevaban a los cerros [a los enfermos], pidiendo al dicho Huari que no lo vol-
biefe esta enfermedad y dandole una fricacion de harina de maiz en las dichas cuchilladas, no pare-
cia ninguna senal dellas, porque todo era aparente.
[...] en los caminos ofreciefen las ofrendas de mais y de coca y otras cosas y arrojafen estas ofrendas
en los cerros, [...] y que era criador, y autor de todo: con que aunque hafta aora fe auia entendido, que
los indios adoraban los cerros”
[...] el cual iendo a los cerros invocaba el dicho Huari con el dicho pacto [...] afi’ mismo para adivi-
nar algunas cofas, le invocaba en los manantiales, de donde falia una culebra grande: y fi la culebra
febolua a entrar en el dicho manantial, era feñal de q’ habia de acontecer lo q’ consultava; y q’ fi se-
guiva por otra parte no havia de acotecer lo q’ havia consultado...”
Según cuanto se lee, ambos dioses se veneraban realizando peregrinajes a los cerros para pedir agua
y fertilidad. Si Lliviac, el dios de los Llacuaz, se podía identificar con el Rayo y con las lluvias,
de la misma manera sabemos que Huari era el dios de las acequias y por ende relacionado con las
aguas y la agricultura.
Ahora bien, al parecer existían dos comunidades diferentes, con diferentes hábitos económicos y
con diferentes dioses, cuyos lugares de adoración correspondían a una colocación específica.
Veremos cómo esta división no se mantiene en pie en la observación de los patrones de asenta-
miento indígena de la última época antes de la Conquista (Cap. 5). Como ya señala, tratando el mis-
mo problema, Kevin Lane (2009: 180) no existían en la zona de nuestro interés grupos de pasto-
res separados de grupos de agricultores: “…by the LIP the Huari and Llacuaz were not separate
ethnic groups, but rather complementary, though with unequal moiety divisions within the ayllu
(ayllu is an Andean term generically signifying ‘community’) that existed side by side exploiting
the resources of the highlands [….]. A similar form of organization has been observed among the
farmers and herders of Sardinia.”
¿Qué pudo significar el hecho de remarcar, en las crónicas, esta división? En nuestra opinión, y
como se discutirá de una forma más extensa en el Capítulo 5 resumiendo los datos que concier-
nen los patrones de asentamiento locales, quizás los cronistas simplificaron las dinámicas de com-
plementariedad socio-económica de los indígenas (mal)interpretándolas como hábitos de dos gru-
pos étnicos separados.
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Capítulo 3
La investigación de campo
Prospección y excavaciones en los sitios representativos
•••
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Lám. 6. Vista desde sur del cerro de Riway (CVP 1) con las ruinas arqueológicas. Foto Luciano Bitelli.
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Lám. 9. Relieve del muro de defensa del sitio de Riway (CVP 1).
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de antiguas estructuras circulares en un terreno cuya pendiente desciende hasta los 3.800 mt. s.n.m.
En los alrededores del espolón rocoso existen en la actualidad áreas agrícolas de cultivos.
En la escarpada del cerro por el lado norte se identificó una fisura natural en la roca que se con-
vierte en una pequeña cueva (de 2,10 x 0,93 x 1 m de alto) antesala de una cámara funeraria. A la
derecha se abre la entrada a la cámara que mide 50 cm de alto y 35 cm de ancho y se orienta ha-
cia el este. El ambiente es rectangular y se desarrolla hacia el oeste y mide 1,75 x 1,45 x 1 m de
altura. Se encontraron restos óseos de dos individuos adultos, uno de sexo masculino y el otro pro-
bablemente de sexo femenino.
Las laderas y puntas del cerro, modificadas artificialmente, acogen el mayor número de estructu-
ras mejor conservadas. Toda el área resulta aterrazada con muros de contención de doble cara a ve-
ces de dimensiones megalíticas. La muralla se apoya en las rocas del espolón y se alza apenas
unos 50 cm más sobre el nivel que los antiguos pisos de la aldea, cuando no sirve de pared exter-
na a los edificios que encierra.
Un acceso antiguo se encuentra en la vertiente sur del sitio, donde se conserva un muro posible-
mente de defensa del sitio con una altura de 9 m (lám. 8, 9) y que se abre en una terraza (zona A)
ocupada por construcciones posiblemente domésticas.
En las partes más elevadas (zona B) del sitio existen dos pequeños cerros cuyas cumbres están cor-
tadas artificialmente para formar dos plazuelas circulares (una más alta, a 4.100 mt. sobre el nivel
del mar y la otra a 4.050 mt. s.n.m., lám. 10) unidas por una planicie natural.
A los pies del cerro de Riway en dirección sur permanecen algunas estructuras aparentemente no
residenciales y estructuras funerarias unidas a la aldea a través de una muralla (discontinua lám.
7 n. 1) que delinea una superficie de unos 15.000 m2.
En los párrafos siguientes se ofrece una descripción de las dos partes, alta y baja, de la aldea.
Zona A: en la parte meridional del sitio existen restos de construcciones de planta cuadrada que
se apoyan en los muros de contención del espolón rocoso. Las habitaciones conservan muros de
aparejo huanca/pachilla con hornacinas: en algunos casos los muros estaban reparados o reutili-
zados, por ejemplo tapando una puerta y creando nuevas aberturas.
Algunas de las unidades domésticas presentan divisiones internas de los ambientes similares a las
viviendas del sitio de Chinchawas (Lau G. 2001: 491 fig. 4.5, véase también Lau G. 2010: 67).
Grandes áreas abiertas separan los conjuntos domésticos donde en principio no se conserva ar-
quitectura (pero véase Lau G. 2001: 151), si bien se encontraron basurales de cerámica domésti-
ca: comparaciones con terrazas excavadas en el sitio de Jatungaga respaldan la hipótesis de que
podría tratarse de zonas en las que se desarrollaban actividades de producción (véase infra).
En la porción sur de este sector destaca la presencia de dos muros paralelos desplazados uno con
respecto al otro que obligan a una entrada de pocas personas a la vez y quizás constituían un pa-
sadizo que permitía el control del ingreso al sitio.
Zona B: hacia el este de la zona A el terreno empieza a subir con un desnivel de 10 m aproxima-
damente. El patrón arquitectónico cambia: no se conservan estructuras sino tan solo aparejos mu-
rarios de excelente factura de contención de una plazoleta semi circular conectada por rampas
(lám. 10). Avanzando hacia el este hay un espacio llano y alargado ubicado a una cota menor con
respecto al montículo donde no se conservan estructuras superficiales sino solo muros de conten-
ción por el lado sur y algunas estructuras cuadradas hundidas (aparentemente no documentadas en
el mapa de S. Téllez), destinadas quizás a ser depósito de almacenaje de alimentos. Al final de la
planicie, en dirección este, encontramos otro montículo elevado sin estructuras y, prosiguiendo
hacia sur, en el filo del espolón rocoso el terreno empieza otra vez a bajar abriéndose en una pla-
nicie ancha donde se encontraron estructuras funerarias subterráneas tipo tumbas “a caja” cubier-
tas por lajas de piedra completamente saqueadas y destruidas (lám. 7 n. 4).
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Este último sector es donde se encontró, como es obvio, la mayor concentración de cerámica fi-
na, con abundantes restos de caolín así como de cerámica negra pulida de excelente factura (que
no se publican).
En la base del espolón rocoso del sitio, en dirección sur se localizaron otros conjuntos arquitectó-
nicos. El más interesante y mejor conservado es una estructura formada por tres muros bajos per-
fectamente circulares y concéntricos (lám. 5 y lám. 7 n. 2). El muro externo es de contención,
mientras que los internos sirven únicamente para delimitar el espacio, así el interior delimita una
plazoleta circular. El muro circular externo de contención y el otro muro concéntrico son de do-
ble cara y la altura de ambos es de aproximadamente 1,35 m, mientras que se observa un tercer mu-
ro concéntrico, de 1,50 m de altura, que encierra un piso 50 cm más bajo. Entre la corona forma-
da por los dos primeros muros concéntricos, hay trazas de construcciones cuyas paredes externas
son curvas.
En el centro del piso circular de la plazoleta (cuyo diámetro mide 5 metros), se conservan dos po-
citos rectangulares, uno junto al otro, cuya luz mide respectivamente 30 x 26 cm y 26 x 20 cm; los
dos presentan las paredes empedradas a la misma profundidad, es decir a los 50 cm. Están sepa-
rados por una laja que sirve de pared interna mientras que otra grandes lajas cubrían los pozos. Las
demás paredes son empedradas. En las cercanías se encontró un instrumento en piedra pulida: qui-
zás una mano de moler (sin publicar).
Dicho patrón arquitectónico circular se puede comparar con una estructura similar encontrada en
el paraje conocido como Balcón de Judas (CVP 30 véase infra), así como con las estructuras cir-
culares identificadas por Herrera que se remontan, según el autor, por lo menos, al Intermedio
Temprano (Herrera A. 2005b). En fin una estructura similar es la Rondan Circular Construction
en La Pampa (Terada K. 1979).
Otra construcción interesante que se encuentra en las cercanías es una tumba a montículo tronco-
cónico rodeada por un muro cuadrado (4,5 m por lado, lám. 11). El montículo es de planta cua-
drada y fue construido con un muro de doble cara (alto 1,40 m) sobre el cual se encuentra un te-
cho de falsa bóveda. Dentro del montículo la cámara funeraria presenta una entrada rectangular,
formada por dos jambas y un dintel (de 65 cm de altura y 50 cm de ancho) que se abre al centro
del muro por el lado oeste. A continuación se observa un pasadizo de 60 cm que conduce a la cá-
mara funeraria de planta rectangular (4 x 3 x 1,20 m), decorada con hornacinas y revestida con pie-
dras pulidas y talladas.
Después del entierro, el muro del montículo se tapó con tierra para formar un talud; esta opera-
ción dio a la tumba un perfil tronco-cónico y escondió su entrada, quizás para evitar posibles sa-
queos (un ejemplo similar lo encuentra W. Diessl en Lanchán, véase Diessl W. 2004: 489-491). Sin
embargo, y lamentablemente, unos saqueadores encontraron la entrada a la tumba dejando en su
interior apenas unos huesos humanos alterados entre los que se pudieron identificar los restos de
por lo menos un hombre adulto. El techo está parcialmente hundido en la parte central-oeste, mien-
tras que en la parte este está intacto, al igual que la laja que cubre la cumbre de la falsa bóveda.
Por último se registró otra estructura (que no aparece en el mapa de S. Téllez), esta vez en la zo-
na al norte del cerro de Riway, en una planicie con restos extraviados; se trata de una estructura
circular de gran tamaño conectada con un muro, en el interior de la cual se encuentra una piedra
colocada a manera de huanca (lám. 12 y lám. 7 n. 3). La estructura es parecida a los corrales cir-
culares semihundidos de Romerojirca en Huari (lám. 13) cuyo tamaño y tipología de muros son
comparables con los grandes edificios circulares (conservados en toda su altura) de Yayno en Po-
mabamba, de Pariaj y Antarragá en Llamellín (Rafael Segura s.f.). En el caso de Riway la estruc-
tura se encuentra aislada y no en un conjunto de arquitecturas similares como ocurre en los sitios
mencionados líneas arriba, y además es de tamaño reducido.
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Riway Chico
Tipología de asentamiento: Necrópolis / Tumba a túmulo y restos dispersos
Cronología: Período Intermedio Temprano
Descripción: al oeste de Riway, a 0.4 kilómetros de distancia, se encuentra el sitio de Riway Chi-
co (235377 E, 8994706 N, 4.104 mt. s.n.m.) localizado por L. Laurencich en 2000.
El área se puede dividir en dos sectores. El primero es, quizás, un sector residencial en el que se
conservan diversas construcciones de pirca en mal estado de conservación; el segundo sector es-
tá separado del primero y lo compone una edificación probablemente funeraria de planta cua-
drangular rodeada por un muro circular. Esta estructura guarda similitudes con la estructura fune-
raria de Riway (lám. 7 n. 4) por lo que concierne el acabado de los muros y la existencia de un mu-
ro que delimita la construcción central.
Discusión: los conjuntos arqueológicos de Riway y de Riway Chico representan importantes ejem-
plos de sitios residenciales conjuntos con espacios polifuncionales ocupadas por un largo período
de la historia prehispánica de la zona de Chacas/Acochaca. Las colecciones cerámicas recupera-
das con abundantes restos de fragmentos caolínicos muestran una ocupación desde el Período In-
termedio Temprano hasta los períodos tardíos1. Las estructuras fueron reocupadas y reparadas va-
rias veces. La presencia de inhumaciones de dos tipos diferentes, un túmulo, que se conoce como
típico del Período Intermedio Temprano – véase el soterrado no 118 en Katak Tello J. 1981 [1929],
y una inhumación en abrigo rocoso, parecen respaldar dicha hipótesis. Cabe destacar la presencia
1
Véase p.ej. el fragmento 389 lám. 258 con la decoración típica impresa de los estilos de la última fase de ocupa-
ción prehispánica de la sierra de Ancash.
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de una arquitectura tipo plaza hundida, similar a la de Romerojirca (lám. 13) en Huamparán de
Huari (Ibarra B. et al. 2010: 105), y por algunos aspectos similar a las que encontramos en el sec-
tor más alto del sitio de Chagastunán (véase infra).
El número limitado de recintos para las viviendas encontrados hasta la fecha, así como las di-
mensiones restringidas del asentamiento, han llevado a suponer que allí vivía solamente una par-
te reducida de la población. Por otro lado, la construcción de los muros de contención del espolón
rocoso y el trabajo de nivelación de las plazoletas debieron de significar el empleo de un consi-
derable contingente humano. Es posible por ende que la zona se configurase como un centro resi-
dencial/administrativo y que contase con una población dispersa a su alrededor. Las abundantes
fuentes hídricas y las numerosas terrazas agrícolas presentes hasta hoy en día, que comprenden en
el arco de pocos kilómetros áreas más templadas alrededor de los 3,800 m, permitían posiblemente
una discreta explotación de los recursos agrícolas.
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Lám. 14. Ubicación de las ruinas de la quebrada Potaca: Huacramarca (CVP 2), Huacramarca II (CVP 3), Huaripa-
tac/Jato Viejo (CVP 5) ; y Garguanga: Ultopampa (CVP 4), Quenguan (CVP 7), Chilla Pampa I (CVP 38), San José
(CVP 39), Pishaj I (CVP 40), Usha Kuana (CVP 41), Pishaj II (CVP 42), Chilla Pampa II (CVP 43), Garra (CVP 44),
Chulpa amarilla (CVP 51), Tayapucru (CVP 37), Pupa (CVP 49).
Lám. 15. Estructuras y relieve tridimensional del cerro de Huacramarca (CVP 2).
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La entrada a las zonas de estructuras se efectuaba a través de una abertura seguramente sin fun-
ciones de defensa, sino más bien monumental, en la zona que denominamos sector 1, delimitada
por dos huancas en un muro de pirca de aproximadamente 45 m de largo en forma de U, 1 m de
espesor y 1 m de altura, que intercepta perpendicularmente el camino.
Dicho sector se presenta como una planicie que sube gradualmente hacia la zona más densa de ele-
mentos arquitectónicos. Aquí, al igual que en Tayapucru (véase infra), cerca de la entrada, se en-
contró una estructura funeraria bajo un abrigo rocoso cuya entrada se había cerrado mediante un
muro de piedra formando una cámara, y cuyos tres lados formaban parte del farallón (no marca-
do en el mapa de lám. 16). Aquí también se recuperaron restos alterados e irreconocibles de una per-
sona y un adorno de hueso.
En la parte del poblado (lám. 18) se identificaron numerosos recintos de planta circular (irregular)
flanqueados por recintos menores de planta cuadrada que ocupan parte de su perímetro (y que lla-
maremos a partir de ahora patios agrupados).
La nueva topografía realizada por Vega-Centeno permite ahora contar 20 recintos en total.
Los recintos de planta circular presentan muros más bajos y casi con toda seguridad se trataba de
recintos sin techo: los recintos menores, cuadrados en cambio, contaban muy probablemente con
techo: se reconocieron diferentes tamaños y diferentes patrones de circulación que sugieren que
los recintos cuadrados tuvieron diferentes funciones (véase infra). En el caso de los recintos me-
nores sin entradas, parece probable su función de depósito (hipótesis confirmada por las excava-
ciones realizadas posteriormente por Vega-Centeno, véase infra), mientras que se trataría de re-
cintos habitacionales en el caso de los más grandes (el mismo patrón parece repetirse en el sitio
de Tayapucru, véase infra).
En el extremo este del sitio se encontró una construcción denominada “corral de los nichos”; se
trata de una estructura de planta circular aislada respecto a los demás sectores del sitio, construi-
da en un relleno de la ladera del cerro de Huacramarca bajo el nivel del suelo. La estructura a co-
rral se compone por muros de una altura media de 50 cm. Su acceso desde el exterior, es por el la-
do suroeste: alrededor del espacio circular se asoman nueve cuartos de planta cuadrada con áreas
entre 8 y 16 m2 con vanos únicamente hacia el espacio interior del recinto. Dos de ellos, adosados
al muro nor-oeste, miden en cambio solo 2 x 2 m, el suelo es sobreelevado con respecto a la de-
presión excavada para la construcción del recinto de aproximadamente un metro. Según Aurelio
Rodríguez, la posición sobreelevada y la planta tan reducida respaldarían la hipótesis de que se tra-
taba de nichos que debía de albergar algún objeto importante merecedor de estar bien a la vista,
como los mallquis o momias de los ancestros fundadores del grupo familiar que habitó en el sitio
(2001); por su parte Vega-Centeno no hace mención de ninguna función especial para este recin-
to. La estructura repite, en tamaño menor y con un notable esfuerzo constructivo, el esquema que
encontramos en los recintos del sector viviendas/actividades productivas.
Las técnicas constructivas utilizadas en las áreas descritas registran un empleo diferenciado de
tres categorías de muros, que pueden ayudar en la identificación de reparaciones y reempleo de las
estructuras, así como en la identificación de diferentes funciones de los recintos. Los muros me-
jor construidos y más sólidos (los de doble cara con argamasa y con relleno de piedras sueltas y
tierra), se utilizaron para la construcción de los cuartos que se asoman a los patios o corrales, y son
los muros que han aguantado mejor el desgaste del tiempo y el fenómeno de erosión eólica, espe-
cialmente fuerte en este asentamiento; en algunos casos están decorados con hornacinas. Los mu-
ros de doble cara sin argamasa – pirca – se usaron sobre todo para delimitar los cercos de los co-
rrales. Las reparaciones y reutilizaciones se efectuaron con una tipología de muro más simple, en
la mayoría de los casos con muros en seco.
La excavación de algunos patios agrupados corrió a cargo del equipo de Vega-Centeno (para una
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Lám. 16. Plano del sitio de Huacramarca CVP 2 (adaptado de Vega-Centeno R. 2008).
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Lám. 17. Restos de construcciones de pirca, en la ladera del cerro de Huacramarca (CVP 2) por la quebrada Pota-
ca.
Lám. 18. Planicie que alberga la mayoría de los patios agrupados de Huacramarca (CVP 2).
La parte sobreelevada en la porción izquierda de la foto corresponde a los sectores 7 y 8.
La foto fue tomada del sector 11. Nótense la quebrada Vesuvio en el fondo.
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descripción completa véase Vega-Centeno R. 2005, 2006, 2008), y revelan al menos dos diferen-
tes fases de ocupación del sitio, y también permiten comprender que en Huacramarca los conjun-
tos crecían a medida que se venía concretando la exigencia de añadir otras partes, confirmando
nuestra hipótesis de la reutilización de las arquitecturas a través del tiempo.
Separado por un desnivel de casi 10 m de altura, encontramos la parte alta del asentamiento, don-
de se localizaron sectores en terrazas a diferentes alturas: el sector 9 está al mismo nivel que el sec-
tor 7, pero está separado del sector 7 por un área baja, ocupada por el sector 8. Los sectores 9 y 10
se encuentran en terrazas que suben progresivamente hasta la altura de 4.160 m. El sector 10 fue
localizado en una terraza en la ladera occidental del cerro, en dirección de la quebrada Garguan-
ga, en una planicie a la altura de 4.125 m.
A. Rodríguez (2001) ofrece una descripción de dichos sectores:
“El sector 7 [véase lám. 16] es una prominencia natural artificialmente nivelada quizás por un muro
de contención que en la actualidad no se conserva; mientras que el sector 8, es un espacio nivelado
donde se encontró un edificio de planta aproximadamente trapezoidal con dos niveles: en la parte cen-
tral presenta un recinto o plaza en cuya parte central existe un bloque de piedra de planta casi cua-
drada. La piedra es granito blanco, casi de un metro de lado y medio metro de espesor al parecer se
trata de un antiguo altar emplazado en el núcleo del sector alto. Parte del muro de perímetro del re-
cinto central está formado por grandes bloques de piedra clavados en el suelo, cuyos intersticios han
sido rellenados con piedras de menor tamaño, llamadas “pachillas”.
En un segundo nivel de esta construcción encontramos un conjunto de recintos menores que rodean
a la plaza en tres de sus lados, que forman una planta en forma de “U”, con la plaza en la parte cen-
tral.”
En el extremo norte de Huacramarca en su área más alta, se localizaron una serie de estructuras
circulares alternadas a plazas que ocupan el declive del sector 9 que asciende hasta una cuchilla
rocosa de muy difícil acceso (sectores 10, 11).
El patrón de circulación a través de los distintos niveles de esta porción alta del sitio se hace más
estrecho ya que aprovecha de las angosturas de las piedras naturales (en particular la gran roca jun-
to al sector 9). En esta parte del asentamiento casi no se conservan estructuras a causa de la fuer-
te erosión que provocó importantes daños en la zona, inclusive derrumbes de partes de las terrazas.
El sector 11 del sitio constituye la punta del cerro y el límite norte del sitio. Allí se encontraron dos
estructuras mal conservadas ubicadas sobre la cuchilla de la cresta montañosa. Todo el perímetro
de la plataforma está rodeado por grandes rocas que forman sus límites al norte y al sur. En la pla-
taforma se encontraron un grupo de cantos rodados de granito blanco en la superficie.
En el extremo norte de la plazoleta se localizaron restos de dos muros perpendiculares, construi-
dos con piedras y argamasa de barro con la técnica de huanca/pachilla empleada en otros secto-
res del sitio.
El emplazamiento tan alejado y de difícil acceso sugiere una función no utilitaria de las estructu-
ras. Vega-Centeno no ha realizado hasta la fecha excavaciones en esta zona, y por ende no se tie-
nen a disposición mayores datos acerca de los sectores altos del Huacramarca. El arqueólogo
(2008) clasifica la arquitectura a la vista en esta parte del asentamiento como otros patios agrupa-
dos, y señala – coincidiendo con nuestras observaciones – como estructuras públicas un torreón
(en el extremo norte del sector 9 en lám. 16) en el extremo norte del sitio, y una plaza en el extre-
mo sur del espolón (sector 7 en lám. 16).
Existen varias estructuras funerarias que ocupan diferentes partes del cerro de Huacramarca, y
que, por haber sido reconocidas en diferentes etapas de nuestra prospección, las describimos más
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Lám. 19. Chulpas en el sector 10 de Huacramarca (CVP 2), mirando hacia la quebrada del río Garguanga.
adelante en este capítulo. De momento mencionamos solamente aquellas más cercanas a la zona
residencial. En el sector 10, vertiente de la quebrada Garguanga, se encontraron los restos de dos
entierros en forma de chulpa (lám. 16, 19, 20a y b) alineados de norte a sur y separados por un es-
trecho pasillo. Las dos chulpas, de planta rectangular sin divisiones internas, miden aproximada-
mente 2 x 2,5 x 1,20 m de altura. Ambas estructuras se apoyan sobre una plataforma de piedra que
es además el límite de una escarpada que se abre hacia la cuenca del río Garguanga. La chulpa si-
tuada más al norte es la mejor conservada: el techo es de lajas de piedra y los muros están cons-
truidos con la técnica de huanca/pachilla; una ventana ubicada en el lado este aseguraba la venti-
lación de la cámara.
En el mismo sector se identificó una plataforma de 10,30 m de longitud con muro de contención
de pirca.
En la vertiente occidental de la cresta rocosa, justo debajo de la plataforma 11, se encontraron dos
chulpas situadas al pie de la pared rocosa en una pestaña del acantilado: fue imposible, por la ubi-
cación de las chulpas, elaborar una documentación completa. Algunos restos óseos de un niño, de-
positados mucho más abajo, en el sector bajo del sitio, podrían proceder de estas estructuras fu-
nerarias cuyo estado de conservación es bastante lamentable además de estar derrumbadas en la
escarpada.
Se asocian al sitio de Huacramarca otras dos estructuras funerarias tipo chulpa ubicadas respecti-
vamente en la ladera del cerro hacia la quebrada del río Garguanga y en un acantilado en direc-
ción norte respecto al sitio. Esta última construcción fue denominada “chulpa amarilla” debido al
color de la argamasa que recubre todo el lado visible, descritas en las secciones correspondientes
(CVP 51).
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riales, quizás porque estas áreas no estaban techadas en detrimento de la conservación de los artefactos.
Los trabajos de Vega-Centeno confirman además la presencia de algunos “cuartos especiales”,
con un hueco en el terreno a manera de pequeño fogón (en ambientes sin aeración) o ambientes
con vanos en el terreno, quizás utilizados como depósitos. En Tayapucru (CVP 37, véase infra) se
encuentran conjuntos de patios agrupados con recintos especiales que contenían hornos enterra-
dos destinados, en nuestra opinión, a la preparación de comidas comunitarias, y que pueden com-
pararse con los recintos encontrados por el equipo de Vega-Centeno durante sus excavaciones.
En las investigaciones realizadas posteriormente por nuestro equipo en algunos sitios tardíos de
la zona de Huari, como por ejemplo Ñawpamarca, en las alturas de la Laguna de Puruhuay (case-
río de Acopalca) se encontraron estructuras especializadas con hornos de cerámica para la prepa-
ración de alimentos (Orsini C. - Benozzi E. 2013) si bien con vías para la circulación del aire en
los muros de los recintos. Actualmente en la comunidad campesina de Acopalca, en Huari, exis-
ten locales comunitarios donde se prepara la comida durante las faenas. En varias ocasiones pu-
dimos observar la preparación de los alimentos con fogatas de leña en dichos locales cerrados, sin
ventanas, y por supuesto como mucho humo: la preparación es, esta también, una tarea comuni-
taria que se realiza por turnos, la permanencia dentro de los locales sin aire es por ende limitada
en el tiempo.
En cuanto al material que pudimos recuperar en la superficie, se trató en su mayoría de tiestos no
diagnósticos de piezas abiertas y de algunas jarras de textura media y de pasta anaranjada (lám. 242).
Según una informadora local, de las chulpas proceden algunas vasijas conservadas en la actuali-
dad en una colección privada en Huallin. Se trata de un conjunto de tres objetos de pasta anaran-
jada y textura media-fina: una vasija zoomorfa, un cuenco y un pequeño cántaro. El cuenco pre-
senta una decoración de semicírculos en proximidad de los labios en su parte interior, rasgo diag-
nóstico de la cerámica de la fase Chinchawasi II (VIII-IX d.C., Lau G. 2001), mientras que la va-
sija zoomorfa con vasijas de la fase Warmi (IX-X d.C., Lau G. 2001) del Callejón de Huaylas.
Vega-Centeno (2008) publica varias tipologías de cerámica: desde caolín con pintura negativa del
Intermedio Temprano hasta fragmentos con círculos estampados muy toscos tipo aquilpo.
Discusión: Huacramarca es un asentamiento de tamaño mediano, situado en una posición que do-
mina estratégicamente la confluencia de tres ríos: el Potaca, el Garguanga y el Vesuvio. El asen-
tamiento contaba con numerosas terrazas agrícolas para cultivos de altura. No está claro cómo se
efectuaba el abastecimiento hídrico aunque cabe la posibilidad de que se hiciera a través de pu-
quios, ahora secos, probablemente ubicados en la parte más alta del cerro en dirección norte (en
la misma dirección hay una laguna que posiblemente los alimentaba, a unos 1,6 km de distancia).
La estructuración de las unidades de viviendas ofrece semejanzas considerables con la del sitio de
Tayapucru (CVP 37) que se encuentra en frente de Huacramarca, en la ladera del cerro Pupa, en
el margen izquierdo del río Garguanga. El patrón de corrales (o patios) circulares rodeados por
cuartos empleados como unidades de viviendas y como posibles depósitos (estos últimos de pe-
queñas dimensiones, muros bajos y posible acceso por la parte alta), el patrón de circulación, con
acceso a las unidades domésticas a través del espacio, presupone que el corral central se utilizaba
como espacio común, quizás por miembros que pertenecían a un mismo grupo o familia amplia-
da. Es posible que el espacio circular estuviese concebido como área comunitaria para activida-
des productivas y probablemente para guardar los animales que pertenecían a un mismo grupo. Ob-
servaciones similares se hicieron para la organización de las estructuras de patios agrupados en
Honcompampa (Buse H. 1965; Isbell W. 1989, 1991a, 1991b). Recientemente algunos investiga-
dores que trabajan en la sierra de Ancash señalaron la localización de distintos tipos de patios
agrupados con diferentes funciones (Herrera A. - Lane K. 2004; Herrera A. 2005b), subrayando la
diversidad de esta tipología arquitectónica.
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Mientras que el patio agrupado parece innovador con respecto al patrón de asentamiento local, la
estructuración de los espacios en Huacramarca que no aparentan funciones utilitarias es común a
otros sitios de Chacas: en las áreas más elevadas del sitio se localizaron recintos construidos en po-
siciones inaccesibles y estrechamente relacionados con las áreas funerarias.
Cabe notar, en el sector 5, la estructura denominada “corral de los nichos” que se presenta como
una repetición en miniatura del patrón constructivo de las viviendas: la posición alejada de las de-
más viviendas, su ubicación en una zona alta y su tamaño reducido junto a las refinadas técnicas
de construcción llevan a suponer que este lugar no tenía una función práctica (Rodríguez A. 2001).
La reutilización de los muros y las cerámicas de diferentes épocas halladas en el sitio sugieren
que se utilizó durante un largo período.
Queda por aclarar la relación entre el sitio y otra unidad con viviendas y corrales que se encuen-
tra en la ladera occidental del cerro de Huacramarca, por el lado del río Potaca; de hecho las es-
tructuras arquitectónicas presentan elementos comparables, si bien el sitio (Huacramarca II) se
encuentra en un lugar accesible y las arquitecturas resultan mucho menos articuladas.
Como vimos, la cerámica encontrada sugiere que Huacramarca se ocupó por lo menos a partir del
Período Intermedio Temprano hasta finales del Intermedio Tardío.
Análisis radiocarbónicos, inéditos y efectuados por Laura Laurencich, de una muestra de huesos
procedentes de una de las chulpas revelan un fechado entre finales del Período Intermedio Tem-
prano y el Horizonte Medio (Laura Laurencich comunicación personal 2005).
De los datos expuestos se desprende que en el sitio se mezclan patrones constructivos de tradición
local consolidada del Intermedio Temprano, sobre todo por lo que concierne la ubicación estraté-
gica en punta de cerro y la ubicación de las áreas funerarias y de culto en las partes más alejadas
y altas del asentamiento, y rasgos innovadores que, a partir por lo menos de la etapa de construc-
ción de los patios agrupados, difieren de manera neta de los patrones domésticos del Intermedio
Temprano local, y que vinculan el asentamiento a ejemplos del Horizonte Medio de la zona del Ca-
llejón de Huaylas. Ya que los ejemplos de asentamientos con patios agrupados no son numerosos
en la zona, dejamos para la discusión final del Capítulo 5 el significado de la presencia de este pa-
trón en Chacas.
•••
73
permite fechar el sitio ni hacer consideraciones acerca de las divisiones funcionales de las áreas.
A pesar de ello, el sitio presenta algunas características comparables, como la ubicación o la es-
tructuración de los recintos, con Geropalca I y II (CVP 10).
Huacramarca II se encuentra a orillas del río Potaca, en una ruta de comunicación antiquísima en
dirección del Callejón de Huaylas, como parecen demostrar las pinturas rupestres encontradas por
Herrera (sitio de Ichic Tío, Herrera A. 1998).
Merece la pena destacar que las áreas agrícolas aprovechables en la zona son las terrazas artificiales
en la parte superior del sitio, en la ladera de Huacramarca. Es posible que en la Antigüedad los ha-
bitantes del sitio cultivasen en dichas terrazas, que presentan numerosas intervenciones y repara-
ciones que atestiguan un largo período de utilización. La cercanía entre los dos asentamientos y la
disponibilidad de un mismo conjunto de andenes llevan a pensar en una relación entre ambos. La
elección del lugar y las técnicas de construcción de los muros difieren profundamente, así pues es
poco probable que los dos asentamientos funcionasen durante un mismo período como aldeas in-
dependientes. En cambio parece más probable que Huacramarca II se construyera en una época su-
cesiva respecto a Huacramarca y se conformase como un asentamiento agregado que, a partir de
una cierta época, sustituyó el de Huacramarca. Las estructuras de Huacramarca II no presentan di-
ferentes fases de ocupación por eso es posible que el asentamiento se implantara en épocas tardí-
as y funcionara por poco tiempo.
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Lám. 21. Quebrada Garguanga que divide el cerro de Huacramarca del cerro Pupa (del cual se ha tomado la fo-
to). Nótense las terrazas en la falda del cerro de Huacramarca, en la parte izquierda de la foto, que hacen parte
del conjunto de Quenguan (CVP 7).
al curso del río Guarguanga. Las terrazas están construidas con masivos muros de contención y so-
bresalen piedras paradas a manera de huancas en algunos puntos. Las terrazas parecen rodear aflo-
ramientos rocosos naturales.
A poca distancia se encuentra el conjunto B, en un área de planicie al borde del río aprovechada
para la construcción de un muro hecho por piedras ciclópicas alineadas y piedras naturales, inte-
rrumpido por una entrada que conduce a un punto favorable para cruzar el Garguanga (actual-
mente se utiliza un palo de madera).
En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica.
Discusión: las construcciones con piedras ciclópicas en la zona de la sierra de Ancash se remon-
tan al período Inicial y van hasta al Formativo. Además, la presencia de huancas es transversal en
la cronología local (Bazán F. 2007). La ubicación de los restos – sobre todo los del conjunto B –
aislados de otras construcciones, cerca de un río, a la entrada de una quebrada con dirección a la
Cordillera Blanca y en una zona agrícola, hace suponer que se trata de construcciones de señali-
zación/sacralización de una porción importante del territorio local.
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Lám. 22. Croquis de las estructuras de la quebrada Garguanga: los sitios de Ultopampa (CVP 4) y Quenguan
(CVP 7). Dibujo A. Rodríguez.
cintos alineados de acuerdo a la escarpada de cerro, mientras que el conjunto B se compone de dos
terrazas delimitadas por un muro de contención que conserva algunas piedras colocadas a mane-
ra de pilar. Las terrazas del conjunto B miran hacia la confluencia de los ríos Vesuvio y Potaca, y
actualmente forman parte de una propiedad agrícola que comprende una casa privada.
No se encontró cerámica diagnóstica.
Discusión: este sitio, a corta distancia de Ultopampa (CVP 4), comparte características similares
y se le puede asignar una cronología/función parecida.
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Lám. 23 y 24. Croquis y planta de Chilla Pampa I (CVP 38). Dibujo E. Giorgi.
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Lám. 25. Planta de la estructura de San José (CVP 39). Dibujo E. Giorgi.
y un dintel, cuya luz mide 38 x 45 cm, se abre hacia la quebrada Garguanga. La cámara está for-
mada en su lado oriental por el muro con la entrada y, en los otros tres lados, por la roca del cerro
completada con tramos de muros. La mampostería es de buena factura.
Discusión: la tumba machay de Usha Kuana es muy parecida a la de Chilla Pampa II, pues ambas
comparten muchas características con los conjuntos funerarios encontrados en Huacramarca y en
las cercanías (véase supra). Es bien posible que la construyeran los mismos individuos. Un patrón
similar se encuentra también en la construcción de las chulpas machay, en el sector funerario del
sitio de Tayapucru (CVP 37), sector que se encuentra enfrente de Usha Kuana en la vertiente opues-
ta del río. No se encontraron evidencias cerámicas, salvo un fragmento de cuerpo con asa acinta-
da horizontal (lám. 203)2, pero dada la similitud con los restos de las chulpas de Huacramarca, que
se fecharon hacia finales del Período Intermedio Temprano / Horizonte Medio, podemos propo-
ner una cronología similar para este conjunto funerario.
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2 El fragmento se clasifica de la fase o estilo Llogihuasca (véase Cap. 4). Habiéndose saqueado todas las estructuras
funerarias de la zona, no hay certeza de que el fragmento proceda de la misma estructura o se trasladara desde otro con-
junto. No es infrecuente tumbas a chulpa fechadas en el Período Intermedio Tardío/Horizonte Medio donde se encon-
traron cerámicas de los períodos anteriores y posteriores, véase por ejemplo la descripción de la chulpa CVP 42.
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Lám. 26. Croquis y planta de Usha Kuana (CVP 41). Dibujo E. Giorgi.
Lám. 27. Vista frontal de las chulpas de Usha Kuana (CVP 41). Foto L. Bitelli.
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Por otro lado no se puede descartar la hipótesis que la actual ubicación de los fragmentos de otras épocas sea fru-
to de la acción de los saqueadores que revolvieron todas las tumbas del cerro Pishajirca.
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Discusión: la tumba machay de Chilla Pampa II comparte muchas características con los conjun-
tos encontrados en Huacramarca y en las cercanías (véase supra). Es muy probable que la cons-
truyeran los mismos individuos. Un patrón similar se encuentra también en la construcción de las
chulpas machay en el sector funerario del sitio de Tayapucru (CVP 37), ubicado enfrente de Pis-
haj II en la vertiente opuesta del río. No se encontraron evidencias cerámicas, pero por la simili-
tud con los restos de las chulpas de Huacramarca, se fecharon aproximadamente hacia finales del
Período Intermedio Temprano/Horizonte Medio, y podemos proponer una cronología similar pa-
ra este conjunto funerario.
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área de 1,2 ha. Para una descripción más detallada del sitio y de los trabajos que se hicieron du-
rante las campañas 2004 y 2005, véase infra.
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existencia de estructuras circulares o ‘corrales’ habría servido como lugares de guarda de estos
animales, previamente seleccionados para un uso ritual, pues los camélidos tienen por hábitat na-
tural la puna, donde el consumo del ichu y shojta favorece su buen desarrollo” (2003). Se puede
apuntar la hipótesis de que se tratase de una serie de estructuras para la cría de animales “espe-
ciales”, como supone Ibarra, y a la vez miradores hacia la Cordillera Blanca de donde se cree, in-
cluso hoy en día, proceden los camélidos y en general todos los animales (Walter D. 2002). La cer-
canía con el sitio de Tayapucru lleva a pensar que posiblemente el sitio lo construyeron los mis-
mos individuos que lo utilizaban para tareas especiales.
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Lám. 31. Ubicación de las ruinas de la quebrada Chacapata: Pirushtu de Huallin (CVP 8), Cashapatac (CVP 9) ,
Mashinka (CVP 11), Quenguan (CVP 45), Llogihuasca (CVP 46), Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47),
Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48), Gatin (CVP 28), Tucujirca (Vizcas) (CVP 27), Pirushtu de Pachama-
ray (CVP 26), Matara (CVP 36), Pirushtu de Chacas (CVP 15).
Lám. 32. Vista del alto del montículo que conforma el Pirushtu de Huallin (CVP 8).
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muy cerca, en la vertiente oriental del cerro en dirección de la quebrada Geropalca. El conjunto 2
continúa hacia la orilla occidental del río Geropalca, que forma la quebrada Geropalca o Juitush,
en frente de los sitios arqueológicos de Geropalca I y II, que se encuentran en el margen oriental
del río. Los conjuntos ocupan un área de 0,6 ha.
En los andenes no se aprecian estructuras arquitectónicas, debido posiblemente a una aluvión
(1999) que provocó la caída de una gran parte del cerro. El sitio se utiliza actualmente como área
de cultivo. En el sitio no se encontró cerámica diagnóstica.
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Lám. 34. Panorámica del cerro y de las ruinas de Llogihuasca (CVP 46).
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Discusión: La fragmentería cerámica recolectada (lám. 191, 198, 208) y el patrón de la arquitec-
tura funeraria permitió fechar las estructuras en el Horizonte Temprano final/ Período Intermedio
Temprano.
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Lám. 38. Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48): croquis de distribución de las sepulturas.
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Temprano. Se trata de cajas de piedra a pocos centímetros de profundidad (entre 10 y 15 cm) cu-
biertas en principio por lajas y ahora saqueadas (lám. 39, 40, 41). La mampostería del empedrado
de los lados de las tumbas es de factura fina: en algunas se observaron paredes con muros huan-
ca/pachilla, en otras, paredes formadas por una única laja de piedra granítica pulida y de forma per-
fectamente cuadrada. En algunas se hallaron restos óseos humanos muy deteriorados.
Discusión: sepulturas similares se encontraron en varias zonas de Chacas. Las mayores compara-
ciones se dan con los entierros de Jatungaga Pirushtu, donde se conservan tumbas de planta octa-
gonal (véase infra).
La tipología de los entierros reconocidos se observan, a parte en la cercana Colina de los Entie-
rros (véase supra), también en la zona del Callejón de Huaylas (véase discusión Mashinka, CVP
11), y en la zona del Puchca, donde Amat reconoce este patrón de entierro asociado a viviendas
del período que define huarás (2003). Estos elementos, así como la cerámica encontrada, permi-
ten fechar los entierros hacia finales del Horizonte Temprano final / Período Intermedio Temprano.
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patrón conocido para los sitios formativos (Burger R. 1982) es posible que las arquitecturas más
antiguas se encuentren por debajo del suelo de frecuentación actual. Las plataformas con restos de
muros de contención de buena factura con rampas de los sectores 2 y 3 recuerdan las de Chonta
Corral o las de Balcón de Judas. La concentración de fragmentos cerámicos (¿basurales?) en las
áreas entre los promontorios 3 y 1 llevan a pensar en una utilización de esos espacios para fines
domésticos.
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Lám. 48. Planta y perfil de tumba del Intermedio Temprano ubicada en el flanco este del montículo más alto del
Pirushtu de Chacas (CVP 15).
se del Formativo, si bien en época post-formativa siguió utilizándose, pero al parecer como lugar
de entierro.
El Pirushtu de Chacas es la mayor instalación de esta tipología en la zona. La larga reocupación,
sobre todo del Período Intermedio Temprano como lugar de entierro de las élites locales de Inter-
medio Temprano, subraya la importancia del sitio, que por largo tiempo se consideró un lugar es-
pecial. No es casual su posición estratégica en el cruce de diferentes ríos, en la desembocadura de
la ruta de comunicación natural hacia la zona de Huari, a través de la quebrada Arma, así como en
dirección de las tierras bajas de San Luis, lo que convirtió el asentamiento en un lugar ideal para
la construcción de la Chacas colonial. Es posible además que el sitio fuese adornado por escultu-
ras de piedra que representaban animales míticos o dioses.
La ubicación en una colina baja, y la falta de estructuras defensivas refuerzan la hipótesis del pres-
tigio del centro, que al parecer tenía influencia y poder en una parte considerable del territorio.
No se encontraron restos de arquitectura doméstica que podrían haberse quedado bajo el pueblo
moderno de Chacas. Por otro lado, sin embargo, desconozco posibles hallazgos de cerámica o de
otro material cultural fuera del sitio monumental, ni siquiera hallazgos durante las numerosas obras
de modernización del pueblo de Chacas. Solamente un trabajo extensivo de excavaciones podrá
esclarecer las dimensiones reales de la ocupación formativa de la colina de Chacas. Por su parte,
la relación con otros centros cercanos del Horizonte Temprano, como Huarazpampa y Gatin, está
a la espera de ser objeto de estudios más exhaustivos.
El sitio se encuentra en mal estado de conservación, especialmente en su parte oeste puesto que
parte del montículo artificial se cortó para construir una vivienda.
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Lám. 49, 50, 51. Litoesculturas posiblemente procedentes del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Foto S. Wegner.
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Lám. 55. Ubicación de las ruinas de la quebrada Juitush: Geropalca I y II (CVP 10), Cruzjirca (CVP 29), Balcón de Ju-
das (CVP 30), Pununan Cóndor (CVP 31), Shagajirca (CVP 34), Huarazjirca o Ticcla (CVP 35), Chaupijirca (CVP 50).
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área más alta se compone de una plataforma semicircular (sector A) construida sobre un montículo
artificial contenido por un muro; fuera de este, en una terraza en declive se encontró un monolito
escultórico atribuible a la tradición litoescultórica local del Período Intermedio Temprano (lám. 60
y 270), que representa un personaje agachado, cuya cabeza lamentablemente se ha perdido. En la
plazoleta se encontraron numerosos fragmentos de un colador y más cerámica diagnóstica (lám.
200, 240, 248). Esta parte elevada del sitio está bien conectada con un área funeraria donde se en-
contraron tumbas a cista y en abrigo rocoso. Frente a Cruz Jirca, en eje de alineación con la es-
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Lám. 61. Vista aérea de los sitios del Cerro Balcón de Judas: nótense el camino que pasa cerca de Cruzjirca y que
va al Callejón de Huaylas.
Lám. 62. Vista de la entrada con rampa y del muro megalítico en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30).
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Lám. 63. Morro con las ruinas de Pununan Cóndor (CVP 31) (la foto ha sido tomada de Balcón de Judas.
Lám. 64. Entrada al recinto del sitio de Pununan Cóndor (CVP 31).
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Discusión: Pununan Cóndor, así como Balcón de Judas, es un ejemplo de lo que identificamos co-
mo estructuras ceremoniales circulares de tradición local. Esta tipología de arquitectura, que pue-
de compararse con ejemplos parecidos en varias partes del Callejón de Conchucos y del Callejón
de Huaylas (véase discusión de Balcón de Judas, infra), destaca por el esfuerzo constructivo, la
planta circular con divisiones internas, y por la inusual limpieza de restos de actividades produc-
tivas o de huellas humanas. Con mucha probabilidad en el sitio no se desarrollaba ninguna acti-
vidad doméstica, y es incluso probable que su utilización fuese por temporadas. Por ello resulta
complicado, como en el caso de Balcón de Judas y posiblemente contemporáneo, definir un ter-
minus post quem de la concurrencia del sitio, que al parecer fue continua a juzgar por las repara-
ciones evidentes en algunas partes del recinto. El terminus ante quem podría coincidir con el fe-
chado de Balcón de Judas, o sea Horizonte Temprano final/ Período Intermedio Temprano final,
debido a los muchos paralelismos entre los dos sitios. En esta parte del sitio no se encontró cerá-
mica diagnóstica.
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Antecedentes: ///
Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C
Cronología: Período Intermedio Tardío
Descripción: el sitio fue reconocido efectuando una prospección en la zona de alturas que divide
la quebrada Juitush de la quebrada Chacapata; se desarrolla en la cima rocosa del cerro Balcón.
En la misma cima (lám. 65), a pocos centenares de metros, se encuentran otras áreas arqueológi-
cas en dirección sur: Balcón de Judas y Pununan Cóndor (véase supra). El sitio de Shagajirca –
cuya extensión es 1,14 ha – cubre por lo menos seis terrazas naturales que fueron fortificadas (lám.
66); quedan restos de muros en las terrazas 1, 2 y 3. Al igual que en los sitios de Huacramarca (CVP
2) y Tayapucru (CVP 37), con toda probabilidad el acceso se efectuaba a través de una serie de pun-
tos de control que culminan en la entrada “monumental” – en la porción norte del asentamiento –
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que no tenía función de defensa pero que es bien estrecha. Dicha entrada se ubica en el sector que
llamamos terraza 6A.
Las estructuras visibles, concentradas en las terrazas 6A, 7A y 7B, son de dos tipos: de planta cua-
drada y del tipo “patio agrupado”. Al contrario de otros sitios en los que se aprecia esta segunda
tipología de estructuras, no están bien claras las entradas a cada recinto a partir del patio central,
y, a causa del precario estado de conservación, es incluso difícil determinar los límites de las agru-
paciones. Se localizaron dos conjuntos más definidos que se indican en el mapa como conjunto 1
y 2. En el caso del conjunto 3, es posible que los recintos II, III y IV se asomasen a un mismo es-
pacio (ahora ya no definido por arquitectura) en dirección norte; el recinto IV tiene una entrada hacia di-
cho espacio.
En el recinto VI del conjunto I recolectamos algunos fragmentos de cerámica de un hondo hueco
hecho por saqueadores.
Discusión: Shagajirca es una pequeña aldea residencial que se encuentra en un área de pura puna,
en un lugar alto y de fácil defensa. Dada su ubicación en la cresta de un cerro, los restos arquitec-
tónicos así como la cerámica están muy mal conservados. A pesar de ello, los restos arquitectóni-
cos parecen demostrar que el asentamiento hospedó quizás un número restringido de personas,
quienes, con toda probabilidad, se dedicaban al pastoreo; este dato gana fuerza con la observación
del entorno en el cual se sitúa el asentamiento. La zona no garantiza demasiados recursos, pues las
fuentes de agua más cercanas se sitúan a no menos de 0,7 km en la ladera occidental del cerro con
un salto de cota considerable.
La estructuración de los espacios y la tipología de las construcciones recuerdan los sitios de Hua-
cramarca y de Tayapucru, aunque las técnicas de construcción parecen mucho más rudimentarias,
y relacionan el sitio con los asentamientos tardíos: Torrejirca, descrito a continuación, y el mucho
más conocido de Ñawpamarca de Huamantanga, en la cercana zona de Huari (Orsini C. - Benoz-
zi E. 2013). El único fragmento diagnóstico recuperado no ayuda a fechar exactamente el sitio, si
bien por su ubicación y la estructuración de los espacios podría ser tardío. Cabe destacar la cer-
canía con el sitio de Pununan Cóndor, que quizás los habitantes de Shagajirca mantuvieron y uti-
lizaron en momentos especiales.
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Lám. 67. Recintos de forma rectangular de grande dimensiones en Huarazjirca o Ticcla (CVP 35).
Lám. 68. Petroglifo con dibujos en forma de espiral encontrado en Huarazjirca (CVP 35).
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construcción local identificadas en Geropalca. Aunque los datos a nuestra disposición, proceden-
tes entre otros de las crónicas, sugieran una presencia inca en la zona casi nula, sabemos que los
emplazamientos inca estaban asociados a tramos del camino real o Capac Ñan. No se conocen tra-
mos del Capac Ñan en Chacas, aun así los Incas igualmente utilizaban caminos locales para des-
plazarse (Martínez Martínez G. 2004), y no es improbable que se utilizara en aquella época la vía
hacia el Callejón de Huaylas que pasaba a pocos metros del sitio.
Por lo expuesto se podría fechar el sitio al Horizonte Tardío, basándonos también en la compara-
ción con otros sitios similares en la zona de Huari (Quenhuac Jirca, Taulli, Huaga, Tambillo), de
extensión y características parecidas asociados a los tramos del Capac Ñan, que pasaba por esta
provincia rumbo a Piscobamba (Serrudo Torobeo E. 2003).
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Lám. 69. Ubicación de las ruinas de la quebrada Apash: Jatungaga Pirushtu (CVP 25), Rejrish (CVP 32), Mama-
pampa (CVP 33).
denes de cultivos que siguen utilizándose hoy en día, o por el lado nordeste aprovechando un ca-
mino de herradura que llegaba a la mina Laborión. El espolón rocoso donde surge el sitio fue ate-
rrazado artificialmente (lám. 70). Los restos visibles de ocupación antigua cubren un área de apro-
ximadamente 1,5 ha. El sitio se extiende en dirección norte/oeste sur/este. El acceso antiguo se-
guramente se efectuaba por la parte menos empinada del lado noroeste. Las numerosas platafor-
mas artificiales, a veces definidas mediante muros perimetrales y sostenidas por muros megalíti-
cos, las ocupan recintos de planta cuadrada o circular. Los sectores M, N, O presentan escasos
restos de recintos pero, sin embargo, abundantes restos de sepulturas en chulpas, a cistas subte-
rráneas, a cámaras subterráneas y en abrigo rocoso. Dicha necrópolis se encuentra en unos secto-
res empinados colocados en la vertiente sur del cerro, inaccesible si no se pasa por los sectores más
elevados del sitio.
El cerro donde surge el sitio ofrece una visual muy amplia del valle principal, formado por el río
Chacapata, y se coloca enfrente de la quebrada Juitush, antigua vía de comunicación con Callejón
de Huaylas. Se encuentra además en una posición estratégica para el control del tránsito hacia la
quebrada Apash. El sitio, por último, se encuentra enfrente al de Cruzjirca (Cerro Balcón).
En el asentamiento se distinguieron diferentes sectores y, a través de la excavaciones en pozos de
sondeo, se definieron posibles áreas de actividad dentro de los mismos (véase infra). Se recogió
una cantidad notable de cerámica diagnóstica (véase Cap. 4), que permitió definir algunas etapas
de ocupación local. Se realizaron, para terminar, algunos análisis radiocarbónicos sobre el mate-
rial orgánico encontrado en el sitio. Una discusión detallada se encuentra en el párrafo dedicado
a las excavaciones realizadas en este asentamiento.
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Lám. 70. Morro aterrazado del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). La flecha en el fondo indica el espolón ro-
coso modificado artificialmente donde se encuentra el sitio de Rejrish (CVP 32).
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nacocha y el sitio: es probable que de la laguna procediese el agua para el abastecimiento hídrico
ya que el río Apash se encuentra al final de una imponente escarpada.
Discusión: no se apreciaron restos de arquitecturas visibles, solo muros de defensa, rampas que co-
munican las diferentes plataformas, de modo que resulta muy difícil fechar el sitio. Los pocos
fragmentos recuperados en las chulpas (lám. 218, 220, 226, 240), permiten identificar un termi-
nus post quem en el Intermedio Temprano o más probablemente en el Horizonte Medio.
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Lám. 76. Restos de arquitectura funeraria adosados al flanco del montículo de Huayá, destruidos por los sa-
queos.
Lám. 77. Ceramios procedentes de una tumba a cista empedrada en Huayá (CVP 12), ahora parte de una colec-
ción privada de Chacas.
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Lám. 78. Vista del cerro de Chagastunán (CVP 13). La flecha blanca indica la depresión que divide Chagastunán I
de II. El sector más alto de Chagastunán I es el S, los montículos principales de Chagastunán II son W y Y.
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Lám. 79. Vista de Huarazpampa (CVP 14) con la ciudad de Chacas en el fondo, la foto ha sido tomada de Chaga-
stunán.
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cha probabilidad las pruebas más antiguas de ocupación se encuentran enterradas, como normal-
mente ocurre y sabemos gracias a los pocos sitios de la época de la sierra central estudiados.
En algunos casos creemos posible, para los montículos de este tipo, una función ceremonial, y en
diferentes casos estos promontorios estaban rodeados por áreas bien distintas donde posiblemen-
te se ubicaban algunas viviendas. Desconocemos, sin embargo, si es el caso de Huarazpampa. Ca-
be destacar que el sitio se encuentra a pocos centenares de metros de Chagastunán, que, como sa-
bemos por los fechados radiocarbónicos (véase infra), tenía también una ocupación del Formati-
vo final / Período Intermedio Temprano. Merecen, por ende, sucesivas y mayores investigaciones
que permitan averiguar las relaciones entre los dos sitios.
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Lám. 83. Ubicación de las ruinas de la quebrada Arma: Antash I (CVP 16), Antash II (Campana Jirca y Chonta Cor-
ral) (CVP 17), Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18), Gellei Arunan (CVP 19), Tishigojirca (CVP 20), Rayanpampa (CVP
21), Macuash (CVP 22), Tumbas de Macuash (CVP 6), Torre Jirca (CVP 23), Huaycho (CVP 24).
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Lám. 86. Olla con dibujos geométricos blanco sobre rojo procedente de Antash (CVP 16) y ahora en una co-
leccion privada.
Nombre de la zona arqueológica: Antash II (Campana Jirca y Chonta Corral) (CVP 17)
Poblado: Cochas – Caserío: Campana Jirca y Chonta Corral – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción
Departamento: Ancash
Ubicación geográfica UTM Este 241317 Norte 8984490. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.863
Antecedentes: Herrera A. 1998.
Cronología: ¿Período Intermedio Temprano?
Descripción: conjunto de terrazas con restos dispersos de muros ubicadas en el cerro de Antash,
por encima de la necrópolis descrita anteriormente (CVP 16). Se trata de un área extensa aunque
muy afectada por labores agrícolas y por haber servido de cantera de piedras para la construcción
de las viviendas de los caseríos cercanos. En la zona se distinguen dos conjuntos: Campana Jirca
y Chonta Corral. Muy probablemente los dos sitios formaban parte de un mismo conjunto.
– Campana Jirca (lám. 88)
Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo C
El acceso se efectuaba casi con toda seguridad por la vertiente norte del cerro, donde se encuen-
tra un muro de contención /defensa, que constituye el límite más bajo del sitio. Los restos prehis-
pánicos actualmente reconocibles se desarrollan, por lo menos, en seis terrazas, tres de las cuales
todavía conservan estructuras de piedra canteada. Dichas terrazas se extienden más bien en direc-
ción norte/sur en una área de 0,45 ha. El recinto semicircular más al norte del sitio, cuenta con una
huanca en su punto central. En el área más meridional se encuentra un montículo artificial a base
de tres terrazas de forma circular. Siguiendo hacia el sur, el cerro disminuye su altura y allí, en una
zanja de 2 m por debajo del montículo, se halla un conjunto de tres muros paralelos dentro de los
cuales, posiblemente, se ubicaban recintos de planta cuadrada, si bien tan solo queda uno reconocible.
– Chonta Corral (lám. 87, 88, 89)
Tipología de asentamiento: Estructura circular posiblemente ceremonial
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Lám. 88. Vista aérea del morro alargado que alberga los sitios de Campana Jirca y Chonta Corral (CVP 17).
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Lám. 90. Montículos alineados en las cumbres de un mismo cerro: en primer plano Chonta corral, el segundo
morro y tercer morro corresponden al Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18).
131
Cronología: //
Descripción: sitio arqueológico en pésimo estado de conservación que se encuentra en la salida ha-
cia el cerro de Macuash, en la orilla oriental del río Arma, casi enfrente del pueblo de Chacas. To-
do el sitio se utilizó como zona de cultivo e incluso se encuentran recintos para la cría de anima-
les en varios puntos. El sitio se compone de cuatro terrazas que se desarrollan de forma escalona-
da y paralelamente a un riachuelo que desemboca en el río Arma.
No se ha encontrado cerámica ni arquitectura superficial.
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Nombre de la zona arqueológica: Rayanpampa (CVP 21)
Poblado: Rayán – Distrito: Chacas – Provincia: Asunción – Departamento: Ancash
Ubicación geográfica UTM Este 243372 Norte 8983820. Altitud (en mt. s.n.m.): 3.850
Antecedentes: Herrera A. 1998 (Kunkushgaga).
Tipología de asentamiento: Sitio residencial tipo B
Cronología: //
Descripción: en la orilla oriental del río Arma, cerca del pueblo de Rayán, se encuentra un conjunto
arqueológico de gran extensión investigado solo en parte. El sitio ocupa cuatro espolones rocosos ate-
rrazados artificialmente y se extiende en las vertientes escarpadas del cerro. No ha fue posible efec-
tuar un levantamiento topográfico ni recolectar cerámica.
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Lám. 96. Vista aérea del sitio de Torre Jirca (CVP 23).
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Las excavaciones tuvieron lugar en cuatro sitios diferentes del valle y se llevaron a cabo con dis-
tintas finalidades. En los sitios de Chagastunán y Jatungaga Pirushtu las excavaciones en peque-
ños pozos tenían el objetivo de determinar la estratigrafía de las dos áreas para planear de una ma-
nera más eficaz los trabajos venideros y el de buscar cerámica diagnóstica para la construcción de
una secuencia cerámica fiable para la zona. Escogimos para esta tarea dos sitios con evidencias de
reocupaciones sucesivas y de arquitecturas polifuncionales que permitieran cumplir mejor con el
objetivo descrito líneas arriba. En el sitio de Balcón de Judas se planeó una excavación extensiva.
El sitio permitía realizar excavaciones extendidas en tiempos breves, y por otro lado se presenta-
ba como un ejemplo excelente de arquitectura con un patrón circular típico de la sierra de Ancash
alrededor del cual se multiplican los debates de los estudiosos en los últimos años (véase Cap. 2).
Al ser dicha tipología de arquitectura frecuente y peculiar del área, su estudio nos pareció im-
prescindible para profundizar el conocimiento de los patrones arquitectónicos locales.
Finalmente se realizaron excavaciones en el sitio de Tayapucru, siendo el asentamiento donde se
podían estudiar los patios agrupados del Horizonte Medio de una forma más profunda. Las exca-
vaciones aclararon muchos aspectos de la ocupación de la zona de Chacas entre los siglos VI y X
de nuestra era, y a la vez suscitaron nuevos interrogantes.
Chagastunán
Chagastunán es un conjunto arqueológico construido a lo largo de la cresta alargada del cerro ho-
mónimo por encima de los 3.900 mt. s.n.m., en un ambiente de páramo subandino. La vegetación
xerofítica caracteriza el área ecológica correspondiente. La zona arqueológica se extiende a lo lar-
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go de una cresta rocosa del cerro que se desarrolla en dirección aproximadamente noroeste/sures-
te en paralelo a la quebrada del río Arma que desemboca en el río Chacapata.
El sitio abarca un área de 18 ha, con casi 1 km de extensión a lo largo de la cresta montañosa alar-
gada que es accesible principalmente por la vertiente oriental. Se trata de uno de los sitios más gran-
des del valle. El cerro está dividido naturalmente en dos partes debido a una depresión. Las dos
áreas muestran rasgos de frecuentación diferenciada y se denominaron Chagastunán I y II (lám. 78).
Chagastunán I (3.866 mt. s.n.m.) se encuentra más al norte en dirección de la quebrada formada
por el río Chacapata, mientras que Chagastunán II (3.925 mt. s.n.m.) se encuentra en la parte más
meridional del cerro. Toda la meseta se destinó a la construcción de terrazas artificiales donde sur-
gen los recintos antiguos. El acceso al sitio arqueológico se encuentra posiblemente en la vertien-
te oriental del cerro, donde se hallaron restos de un camino de herradura. En el área, incluso en las
terrazas y las construcciones antiguas, la población local de Huayá cultiva patatas.
No existen estudios previos detallados en el sitio, que resulta únicamente registrado por Herrera
(1998), y por Wegner (2001) quien lo cita en un inventario de los sitios arqueológicos de los alre-
dedores de Chacas.
Herrera, en su trabajo de prospección en la zona de Chacas, registra el sitio con la sigla “Ch-9”.
Según el estudioso, el sitio se puede dividir en dos partes, que llama respectivamente Chagastu-
nán A y Chagastunán B, siendo Chagastunán B un área funeraria. Herrera publica (1998: 10) al-
gunos datos acerca de la porción del sitio arqueológico que denominamos Chagastunán I y estu-
dia 4 fragmentos de cerámica. En 2001 realizamos un recorrido preliminar del área finalizado a la
preparación de la campaña 2002, cuando se realizaron las excavaciones descritas a continuación.
En el 2007 se volvió al sitio para actualizar el mapa utilizando nuevas tecnologías4.
Evidencias arqueológicas
El sitio se localizó a través de un GPS (estación S1) y se ubicó en el mapa del PETT (Programa
Evaluación y Titulación de Tierras del Ministerio de Agricultura) con escala 1: 25.000. Los pun-
tos tomados para definir la topografía del sitio fueron alrededor de 300 (lám. 100).
La exploración de las vertientes del cerro produjo una recolección de importantes cantidades de
cerámica, y permitió reconocer restos de muros de contención y de muros de uso indeterminado.
Los sectores en que se dividió Chagastunán se definieron oportunamente siguiendo el límite de las
terrazas artificiales. La sectorización fue necesaria para distinguir de manera más precisa la cerá-
mica diagnóstica recolectada en la superficie y para subdividir en áreas de trabajo la zona. En el
interior de los diferentes sectores se marcaron, cuando fue posible, los recintos por categorías mor-
fofuncionales identificándolos con números.
En Chagastunán se pueden observar dos áreas bien distintas gracias a la misma topografía del ce-
rro. A continuación se describen las zonas más importantes de ambas áreas.
Un estrecho camino excavado en la vertiente oriental del cerro de Chagastunán conectaba anti-
guamente la llanura de Huarazpampa en dirección de la quebrada del Chacapata con las cimas del
cerro, donde se ubican los restos arqueológicos. El acceso al sitio se presenta, hoy en día, sin for-
tificaciones ni protecciones de rampas y/o caminos que conectan a las sucesivas terrazas, des-
arrolladas en dirección sur.
Las terrazas de Chagastunán I (de A a S), presentan altitudes variables, desde los 3800 hasta los
4 Este último trabajo fue a cargo de Esteban Sosa Chunga y Cristian Ramos, del Instituto Nacional de Cultura de
Huaráz.
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Lám. 100. Mapa del sitio de Chagastunán (CVP 13) por Esteban Sosa Chunga.
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3.900 mt. s.n.m. El área más alta de Chagastunán I se encuentra en el sector denominado S (lám.
101), una terraza que presenta la pared sur muy empinada y con una gran depresión, donde se ubi-
ca una tumba a cámara subterránea.
En los sectores A, B, D no se encontraron restos de arquitectura en la superficie, mientras que en
el sector que denominamos E se halló un conjunto de recintos alineados a lo largo de un mismo
eje en dirección sur. Prosiguiendo hacia sur, se detectaron otras terrazas artificiales (sector F, G)
y, en una depresión en dirección sur-este, un reparo rocoso utilizado como lugar de sepultura (E.
239253, N. 8985583, h. 3803, señalado como “Cueva” en el mapa lám. 100) puesto que presen-
taba restos óseos humanos manipulados de por lo menos cuatro personas: tres personas jóvenes,
posiblemente de sexo masculino, y una mujer adulta.
Continuando en dirección sur el terreno empieza a subir y se aprecian restos de una posible ram-
pa que conectaba esta parte del sitio con una serie de terrazas que denominamos sector H. El sec-
tor H se compone de terrazas con cotas distintas; algunas de estas están ubicadas en la vertiente
occidental del cerro y construidas con mampostería de calidad pobre (véase ubicación sondeo H8
en el mapa lám. 100). Del sector I hasta al sector L se registraron recintos de planta cuadrada, cir-
cular y ovalada. A partir de este punto las terrazas se restringen hasta a llegar a una zona de rocas
naturales que conducen al sector O, donde quedan los restos de dos estructuras circulares. El lí-
mite sur del área P se encuentra a pocos centenares de metros subiendo del sector O. Otros muros
y estructuras se conservan en el área S, al límite sur de la cual el terreno degrada de manera abrup-
ta hasta una depresión que forma la división natural entre las dos partes del sitio: el área sin cons-
trucciones es de unos 120 m de anchura. En la parte baja de la depresión, en la vertiente oriental
del cerro, se registró una tumba a cámara (Tumba II) (E 239413, N 8985250 h. 3866) (lám. 116)
cuyas paredes están en parte labradas en la roca natural y en parte delimitadas por muros huan-
ca/pachilla, como es el caso del muro oeste. Existe una antesala con una entrada hacia el este. La
cámara principal mide 1,35 x 1,20 m y su altura máxima es de 1,30 m. Fue saqueada y solo pudi-
mos encontrar algunos fragmentos de cerámica (lám. 117) y restos óseos humanos en tan mal es-
tado de conservación que no se pudieron determinar ni el sexo del individuo ni su edad.
Varios sectores de Chagastunán I se encuentran afectados por labores agrícolas. El sector E se uti-
liza en la actualidad como terraza de cultivo. Otras terrazas, como las N y M, están fuertemente
erosionadas por el lado oriental y algunas porciones del lado de la quebrada están derrumbadas;
durante las prospecciones en las paredes orientales del cerro se encontraron numerosos fragmen-
tos de cerámica y una maqueta en piedra granodiorítica de color gris oscuro (véase Cap. 4 y lám.
271), que posiblemente procedían de los sectores M o N.
Superando la depresión (lám. 78) que divide Chagastunán I de Chagastunán II, se encuentra una
zanja (lám. 101) y un conjunto de terrazas sin muros a la vista. La zona de Chagastunán II se ex-
tiende en una planicie (lám. 102) de aproximadamente 500 m de longitud por 150 m de anchura,
construida en la continuación del mismo cerro, en su parte meridional, donde se conservan restos
arquitectónicos de planta circular y rectangular alineados a lo largo de un mismo eje en dirección SE.
Al tratarse de una zona plana, los campesinos locales explotaron el área para el cultivo y los mu-
ros antiguos se desmontaron para la construcción de pircas de división del terreno agrícola en par-
celas. En ocasiones los muros modernos de pirca reintegran muros antiguos construidos con un
mortero de piedras molidas y arcilla, de modo que resulta difícil reconocer la integridad original
de las estructuras arqueológicas.
Chagastunán II se caracteriza por la presencia de lo que posiblemente fue un foso excavado que
debía de funcionar como canal de riego, pues descendía de una laguna ubicada al sur del sitio y
que actualmente está seca. El foso se articula hacia la parte norte del sitio sin llegar a Chagastu-
nán I y, posiblemente, queda enterrado en las proximidades de las construcciones del sector W. El
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Lám. 101. El sector más alto de Chagastunán I (CVP 13). La foto ha sido tomada de la zanja que divide este sec-
tor de Chagastunán II, mirando hacia norte.
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Lám. 104. Montículo W en Chagastunán II (CVP 13). La foto ha sido tomada del sector Y.
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canal no sigue recto, sino que está excavado en la vertiente occidental de la planicie de Chagas-
tunán II y fue desviado hacia la parte oriental a la altura del sector Z (lám. 100).
La planicie de Chagastunán II se niveló artificialmente y de ella sobresalen tres montículos so-
breelevados que se encuentran en los sectores Omega (a partir de ahora denominado montículo
sur), Y y W (a partir de ahora denominados respectivamente montículos norte 1 y 2, lám. 78) (lám.
100). Los montículos, al igual que las construcciones, están alineados en el mismo eje sur-norte
con una ligera desviación. En las estructuras de Y I e Y III los muros de pirca reintegran o restau-
ran los muros huanca/pachilla que se encuentran por debajo.
El primer montículo que se encuentra accediendo a la planicie de Chagastunán I es el norte 2, o
sea el del sector W (lám. 103 y 104), que ocupa un diámetro de 20 m y tiene forma redondeada.
Se caracteriza por la presencia de otro cerco de muro cuadrado en su interior, separado del muro
más exterior por una distancia de aproximadamente 2,5 m, al igual que en los otros montículos de
Chagastunán II (véase infra).
Unas cuantas rampas conectaban este morrito artificial sobreelevado con la planicie.
La misma arquitectura se observa en el otro montículo norte, o sea el del sector Y, que ocupa un
diámetro parecido y tiene una entrada orientada hacia este. El cerco interior de forma cuadrada, que con-
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trasta con la apariencia circular del montículo artificial, se ubica a unos 3 m del muro más exterior.
En el sector Z se ubican tres recintos de planta rectangular alineados, dos de los cuales (ZII 14x12
m y ZIII 19 x 15 m) quedaron seriamente afectados por trabajos agrícolas. El ZI (9,1 x 8,5 m)
(lám. 105) parece el más intacto; se trata de un recinto de forma cuadrada con una entrada carac-
terizada por la presencia de dos piedras verticales rectas que se abren hacia el canal de riego.
También este recinto, que no se asienta sobre un morrito artificial, como los otros, ni es de forma re-
dondeada, presenta otro cerco de muro cuadrado en su interior, a una distancia de unos 2 m del exterior.
En el límite sur del sitio se ubica el sector Omega con su montículo principal, que ocupa un perí-
metro de 63 m. El montículo estaba rodeado por un muro externo, con una entrada definida por
dos huancas en su parte norte (lám. 106); en la parte central del mismo hay una plaza rebajada con
rasgos de una construcción y de la que actualmente se encuentran solo pocas piedras sueltas.
A partir de este punto no quedan estructuras ni terrazas que indiquen una continuación de la zona
de ruinas, salvo un pequeño recinto (Omega 1) donde se realizó un sondeo en pozo (véase infra).
Sondeos
Se abrió un pozo de prueba en algunos sectores de interés con la finalidad recolectar material diag-
nóstico y averiguar de forma preliminar la extensión de la estratigrafía.
No se realizaron excavaciones extendidas, que aguardan futuras investigaciones. Para llevar a ca-
bo cuanto expuesto líneas arriba se consideró suficiente planear pozos de 1 x 1 m o 2 x 1 m en áre-
as de escombro de las estructuras5.
En el sitio de Chagastunán se abrieron 4 pozos de forma cuadrada por lo general. Se procedió ex-
cavando por capas naturales hasta llegar al estrato estéril (roca madre)6.
Sondeos en Chagastunán I
5 Cada uno de los pozos se denominó con la siguiente nomenclatura: la letra del sector + un número del recinto + la
letra del sondeo y finalmente un número para la unidad estratigráfica. El material que procede de la excavación del po-
zo fue clasificado con el mismo criterio.
6 La retirada de los estratos de tierra y la recolección de los materiales arqueológicos se efectuaron de acuerdo con
la estratigrafía del terreno. La técnica de excavación empleada la determinaron las capas estratigráficas del terreno. Es-
tas capas se identificaron como “unidades estratigráficas” (UE): unidades mínimas de la excavación que señalan cada
acción que se pudo determinar observando los restos visibles del terreno. Con dicho criterio, se localizaron unidades es-
tratigráficas claramente ocasionadas por acciones humanas antiguas y modernas (por ejemplo un muro, un suelo, un rel-
leno ocasionado por la acción de los excavadores clandestinos), así como por eventos naturales (acumulación natural
de tierra, derrumbe de una estructura). Cada acción realizada en el sitio, o sea cada unidad estratigráfica, puede rela-
cionarse con las demás, ayudando a la comprensión global de las dinámicas de construcción y frecuentación del mis-
mo. Las unidades estratigráficas pueden relacionarse de tres maneras: superposición, igualdad, ausencia de relaciones
directas. El conjunto de las unidades estratigráficas analizado en sus relaciones recíprocas constituye la secuencia es-
tratigráfica que es el producto del análisis de la estratificación arqueológica (Manacorda D. 2000).
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Lám. 108. Mapa de la UE 2 del sondeo adosado al Lám. 109. Vista del perfil Norte-oeste del muro
muro sur del recinto H4 de Chagastunán I del recinto H4 en el sector H de Chagastunán I
(CVP 13). Nótense las piedras alineadas. (CVP 13). Dibujo Lilian Pretell Saavedra.
Dibujo Lilian Pretell Saavedra.
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Lám. 110. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavacíon.
Lám. 111. Vista del sector H de Chagastunán I (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavacíon.
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tungaga I – véase lám. 204, 207 y 210, un fragmento de vasija de piedra pulida, un canto peque-
ño, un mortero y un martillo – lám. 266 – vasijas cerradas – lám. 212, 216), y numerosos frag-
mentos de pirurus, además de dientes de camélidos y carbón. La estratigrafía de esta parte de la
terraza H es muy baja, ya que por debajo de dicho estrato se encontró la roca madre.
Las excavaciones en este sector evidenciaron una estratigrafía no compleja, con una fase de ocu-
pación del Período Intermedio Temprano, cuyas arquitecturas no es posible apreciar sin excava-
ciones más extendidas. Es interesante notar que el material encontrado es en su mayoría no do-
méstico y de factura fina. Aparentemente en la estructura no se aprecian reutilizaciones posterio-
res y su estratigrafía es reducida. En la estructura 8 del sector H (1 x 1) (lám. 110), se ubicó un po-
zo en las cercanías de un muro de forma circular (perímetro 8 m) en una planicie en la ladera oc-
cidental del cerro; el muro mencionado se apoya en el flanco de la montaña. Las excavaciones en
la UE 1 y 2 evidenciaron un derrumbe de piedras canteadas, lo que permitió observar que el mu-
ro se apoya, sin súper-imposición de estructuras, directamente en la roca madre del cerro, que aflo-
ra en varios puntos de la terraza. Se recolectó material cultural post-recuay, o sea cerámica, aso-
ciado a la UE 2 y 3.
El sector P (1 x 1) (lám. 111), es una ancha plaza delimitada en su parte meridional por un desni-
vel de 6 m hacia la terraza Q que se encuentra a una altura mayor. Se abrió un pozo en un área sin
arquitectura a la vista y que mostró una tierra compacta estéril de color marrón claro que contenía
piedras sueltas, raíces frecuentes, con pocos materiales asociados; en el mismo sondeo no se apre-
ció ninguna otra capa estratigráfica.
Sondeos en Chagastunán II
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Lám. 112. Vista del sector Omega de Chagastunán II (CVP 13) con la ubicación del sondeo de excavación.
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Lám. 114. A la izquierda: interior de la estructura 1 del sector Omega, sondeo A (UE 2) de Chagastunán II (CVP
13), con mortero y mano de moler (n. 5,6). A la derecha: perfil del muro sur de la misma estructura con numera-
ción de las unidades estratigráficas. Nótense el carbón de la UE 3 que se utilizó para el fechado de la capa.
Lám. 115. Vista de la unidad estrátigrafica 2 de la estructura 1 del sector Omega de Chagastunán II (CVP 13).
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Discusión
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Lám. 116. Sepultura múltiple tipo cámara subterránea entre Chagastunán I y II (CVP 13).
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Lám. 119. Sepultura tipo dólmen en el extremo sur de Chagastunán I (CVP 13).
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Por último cabe destacar que no se encontraron en el sitio ni arquitectura tipo “patio group” ni ti-
pologías de entierro tipo chulpa, común en la porción suroeste de la zona de Chacas.
En cambio, se encontraron una sepultura tipo cámara subterránea con materiales del Horizonte
Temprano final/ Período Intermedio Temprano final entre Chagastunán I y II (lám. 116, 117), y se-
pulturas no muy formalizadas en abrigo rocoso (lám. 118) en ambas vertientes del cerro de Cha-
gastunán I, así como una sepultura tipo dolmen en el extremo sur de la planicie sin estructuras de
Chagastunán I (lám. 119) y similar a las señaladas por Acosta Parsons (2011) en el Callejón de
Huaylas – sitio de Awkismarka/Pueblo Viejo. Esta última tipología de entierro está poco estudia-
da todavía y hasta a la fecha no se asocia a ningún período histórico.
Jatungaga Pirushtu
Jatungaga Pirushtu está situado en la orilla izquierda del río Chacapata (lám. 69, 70), en las cer-
canías del pueblo de Pachamaray, en la cima del cerro homónimo que divide la quebrada Apash y
la quebrada del río Chacapata, dominando ambas zonas. La zona se encuentra a unos 5 km a nor-
oeste de Chacas y ocupa una cima rocosa aterrazada artificialmente enfrente del desemboque de
la quebrada Apash, que conduce a la Mina Laborión (Cerro Laborión).
Desde la zona de la mina desciende un pequeño riachuelo que posiblemente representó la fuente
de agua primaria del sitio, así como del conjunto arqueológico de Rejrish (véase supra). Posible-
mente en otros tiempos se llegaba al sitio subiendo por el lado noroeste del cerro a través de unos
andenes de cultivos.
El cerro se ubica, además, enfrente de la quebrada Juitush y su posición es estratégica para el con-
trol de la antigua vía de comunicación hacia el Callejón de Huaylas. En la planicie bajo el cerro,
encajada entre la alta colina de Jatungaga y la de un paraje conocido como Cuchicancha – por el
lado suroeste, donde además hay algunas ruinas que no documentamos –, la tierra es muy húme-
da y propicia para el cultivo; en cambio, el promontorio donde se ubica el sitio arqueológico se ca-
racteriza por una vegetación xerofítica.
No existen estudios previos del sitio. En 2001 el equipo del proyecto, efectuando un recorrido pre-
liminar del área finalizado a la preparación de la campaña 2002, reconoció y fotografió las ruinas.
Topografía
El sitio se localizó a través de un GPS y se situó en el mapa del PETT 1: 25.000. Los puntos to-
mados para definir la topografía fueron más de 300. Durante el trabajo de documentación de las
estructuras se realizaron algunas ortofotografías cuyo objetivo era el estudio de la mampostería de
los muros. Se dividió el sitio en 13 sectores individuados con una letra progresiva de A a O (los
sectores A y B no aparecen en el mapa lám. 120). Se empezaron a designar los sectores a partir del
posible antiguo acceso al sitio por el lado noroeste.
Evidencias arqueológicas
Los restos visibles de ocupación antigua cubren un área de 1,5 ha aproximadamente (lám. 120).
El sitio se extiende en dirección noroeste sureste a lo largo de unos 286 m, en diferentes niveles,
cuya parte más baja se encuentra en las cercanías de la quebrada Apash, mientras que la cumbre
del sitio corresponde al sector I (lám. 121).
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Lám. 121. Corte vertical de las terrazas del sitio de Jatungaga (CVP 25) con los sectores correspondientes.
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lar, y de la cual solo quedan porciones de muros, en proximidad de otro muro de división/conten-
ción de la terraza siguiente (G). Se abrió una cala de sondeo adosada al muro este de dicha estructura.
La conexión con el sector G, que se encuentra a más de 3 m de altura por encima del sector F, es-
tá asegurada por una escalinata que se abre en una porción del muro de contención de la terraza G
y en buen estado de conservación. En su parte inferior se utilizaron piedras talladas de forma cua-
drada y de grandes dimensiones alternadas con piedras pequeñas de forma lamelar (huanca/pa-
chilla), mientras que en la parte superior se utilizaron piedras de forma irregular (lám. 124, 125).
Lám. 124 y 125. Relieve y foto del muro del sector G de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).
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El sector G, de forma cuadrada (13 x 12 m), se yergue, como dijimos, a más de 3 m de altura so-
bre el sector F. En su porción sur se reconocieron una serie de muros de división que forman dos
estructuras con un muro en común. Después del área H, donde no se reconocieron estructuras, el
sector I, el más alto del sitio, es la cima del promontorio de Jatungaga. En esta plataforma artifi-
cial alargada (22 x 9 m) existen dos estructuras en mal estado de conservación, una de planta cua-
drada, de la que solo quedan dos muros, y otra de planta circular irregular. En la estructura de
planta cuadrada se efectuó un sondeo.
Descendiendo hasta al sector L, que se encuentra 2 m por debajo del sector I, encontramos dos es-
tructuras circulares más. En una de las dos se efectuó un pozo de sondeo. Se trata de un recinto
cuyos muros se apoyan en la roca madre que fue modelada en forma circular. La misma técnica
se observa en la otra estructura de forma circular de este sector, cuyos límites perimetrales que-
dan definidos por muros excavados en la roca madre, en la parte hacia este de la plataforma L.
Los sectores M, N y O (lám. 126) presentan escasos restos de recintos pero abundantes restos de
sepulturas de varios tipos: chulpas, cistas subterráneas, cámaras subterráneas y tumbas en abrigo
rocoso. Dicha área funeraria se encuentra en unos sectores empinados colocados en la vertiente sur
del cerro, accesible solo pasando por los sectores más altos del sitio.
Lám. 126. Distribución de las estructuras funerarias en los sectores M/N/O de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Las
dos tumbas estudiadas son TI y TII.
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Se procedió abriendo 8 pozos de prueba de forma cuadrada por lo general, en los sectores de ma-
yor interés (lám. 120)7 con medidas 1 x 1 o 2 x 2 m o, en el caso, de las estructuras mortuorias,
ocupando todo el ancho de las estructuras.
El primer sondeo (D) se realizó a continuación de un área excavada por saqueadores donde, en el
corte, se podía apreciar un muro (lám. 132) que en principio se pensó que tenía funciones de con-
tención de la terraza de la parte más alta del sector D, y que tiene un perfil inclinado. Al sacar la
UE 1 (20>40 cm) salió a la luz un relleno artificial que enterraba un piso de frecuentación más ba-
jo. Se encontraron restos de un basural doméstico que incluía cerámica, huesos, y materiales or-
gánicos quemados y, en un nivel bajo del relleno, a unos 60 cm de profundidad en la porción su-
reste de la cuadrícula, se encontró tierra quemada compactada. Los análisis radiocarbónicos die-
ron un fechado calibrado de 1240 d.C. -1650 d.C. con un porcentaje de incertidumbre alta (68.2 %)
debido a la baja cantidad de material recuperado para el fechado.
7
Para la metodología de denominación y de registro de los materiales encontrados véase el parágrafo relativo a las
excavaciones en Chagastunán.
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Lám. 132. Detalle de un muro en la terraza D de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) en un pozo excavado por saquea-
dores. El pozo fue delimitado y limpiado y en su proximidad se ubicó el sondeo A.
163
Mayores investigaciones en el área habrían requerido una excavación extendida que no formaba
parte de los objetivos de esa fase de la pesquisa, así pues la excavación no llegó a la capa final.
Sin embargo, podemos avanzar algunas observaciones acerca del área. El muro detectado al prin-
cipio de las excavaciones no era de contención de la terraza sino de una estructura, quizás, de plan-
ta cuadrada, pues queda un tramo corto por excavar, asociada a cerámica temprana (véase Cap. 4,
fase Pirushtu), que se tapó más tarde, posiblemente durante el Período Intermedio Tardío.
Por lo que concierne al sondeo del sector E (lám. 120), se ubicó en la terraza más baja del área,
que se abre hacia la quebrada del río Chacapata, en la vertiente oriental del cerro de Jatungaga.
Aquí se reconocieron cinco estructuras similares de planta rectangular. El sondeo E1 se adosó a la
pared compartida de los recintos, la pared del lado norte.
En el sondeo se apreció una estratigrafía muy baja en comparación con la de las terrazas más al-
tas de Jatungaga, encontrándose la roca madre donde se apoyaba el muro a 5 cm apenas. Poco fue
el material cultural encontrado: cerámica de épocas diferentes (p.ej. lám. 197, 202, 256), carbón
y huesos animales, un piruro en piedra, algunos pulidores (lám. 266, 267). Se trata posiblemente
de una capa de depósito natural sobre la cual se construyó, quizás más tarde, un muro con tan so-
lo una pequeña parte enterrada.
En la parte alta del sector, se colocó un sondeo en el extremo oriental de la terraza, en correspon-
dencia y por debajo de la piedra altar, que se encuentra en el sector inmediatamente superior (F,
lám. 135). La UE 1 puso en evidencia una capa de depósito natural de tierra suelta estéril marrón
y grandes piedras, cuyas dimensiones son de unos 30 cm, con raíces frecuentes. Asociados a la ca-
pa se encontraron pocos fragmentos de cerámica diagnóstica de diferentes épocas: un cuenco de
la fase Pirushtu (lám. 197), y otras vasijas de la fase Jatungaga I, que no se publican, y material lí-
tico. En la UE 2 identificamos la cabeza de un muro de piedra que corría paralelamente a la pie-
dra altar en dirección SO-NE.
La base del muro se atestaba a los 44 cm de altura, con solo 36 cm de anchura. La UE 3 era el de-
pósito natural asociado a la UE 2 y se presentaba como tierra suelta mezclada con arena gruesa de
color marrón claro, con piedras medianas regulares y raíces ocasionales, sin inclusiones orgánicas
y asociado a fragmentos de cerámica en la porción norte oeste, mientras que se presentaba como
tierra más compacta en la porción sur este, en dirección de la piedra altar (lám. 136). De manera
preliminar podemos suponer que el muro constituyó una delimitación no de estructuras, debido a
sus dimensiones, sino quizás de un canal, posiblemente para recoger las ofrendas del altar que se
ubica justo por encima del muro en el sector F. El depósito natural de materiales culturales aso-
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a la luz un estrato de raíces y piedras compactas que se apoyaba en un muro inclinado construido
directamente sobre la roca madre, que se atesta a 35 cm de profundidad.
En la transición entre el sector L y M, apenas debajo de la estructura circular del sector L, se re-
gistró una chulpa saqueada de grandes dimensiones (195 x 130 cm; h. en promedio de 160 cm, de-
pendiendo de la inclinación del techo) que denominamos Tumba I (véase también supra). Se tra-
ta de un contexto muy disturbado con restos modernos a la vista, huellas probables de los sa-
queadores clandestinos. En toda la superficie de la tumba se retiró la tierra por capas artificiales
de 15 cm para localizar posibles restos de material cultural tras el saqueo.
La Unidad Artificial 1 puso en evidencia un contexto disturbado de tierra arenosa suelta de color
marrón claro y gris, con lascas de piedras de diferentes tamaños como inclusiones ocasionales. El
contexto quedó revuelto por las intervenciones de excavadores clandestinos así que los huesos –
25 mandíbulas inferiores de adultos, 5 mandíbulas inferiores pequeñas, 5 mandíbulas deterioradas,
72 fémures equivalentes a 36 pares – se encontraron acumulados en ciertos sectores juntos a las-
cas de piedras que sin duda formaban parte de la estructura funeraria. Junto con el material cultu-
ral prehispánico (cerámica lám.191, 204, 205, 207, 208, 210, 211, 224, 225, 234-236, 238, 240,
251, 257, 258) se encontraron ofrendas modernas, como hojas de coca, y en las hornacinas de la
tumba, azúcar y cal.
Las inclusiones orgánicas encontradas comprenden huesos, raíces, un artefacto de hueso, frag-
mentos de textiles, mientras que las inorgánicas las componen cerámica de diferentes épocas (vé-
ase Cap. 4 para la descripción), artefactos líticos y metálicos (lám. 279).
La Unidad Artificial sucesiva, de 15 cm, reveló una tierra arenosa suelta de color marrón claro/gris,
con lascas de piedras ocasionales de tamaño medio. Al terminar el corte no se logró reconocer
ninguna capa más compacta; se siguió con un corte artificial en la mitad del sondeo (1 x 50 cm)
en su lado este para encontrar el piso.
Descrita anteriormente (véase supra) otra estructura funeraria de gran interés en el sector M, o sea
la tumba tipo cámara semisubterránea, que denominamos tumba II, en el extremo oriental de la te-
rraza del sector M.
Al igual que la tumba I, la tumba II se encontró saqueada. Se trata de un estructura de dimensio-
nes menores que la anterior (con diámetro de 1 m), donde se encontraron restos de un ajuar des-
pojado por saqueadores clandestinos. Se trata de un conjunto de vasijas, de “juguetes” (véase Cap.
4, lám. 278) asociados a restos humanos de adultos y niños y de animales que se retiraron de la
tumba y que se encontraron esparcidos delante de la entrada. Entre los restos humanos se recono-
cieron 2 pares de fémures, 5 mandíbulas inferiores de adultos, 1 mandíbula inferior de niño, 2 ca-
lotas craneanas de niños con la parte frontal y sus órbitas. Los restos animales son tanto antiguos
como modernos; los restos modernos pertenecen a pequeños roedores salvajes, mientras que los
antiguos remiten por lo menos a un mamífero adulto – quizás un camélido o un cérvido – del cual
quedan un hueso largo y parte de la cadera.
Tumbas octogonales similares se encontraron en otras zonas de Chacas y se describen en la zona
del Puchca (Amat H. 2003).
Las evidencias cerámicas asociadas (véase Cap. 4 y lám. 190, 191, 141, 193, 198, 226, 278) se re-
montan a la transición entre el Formativo y el Período Intermedio Temprano. La tumba acogía
restos de personas de un estatus social alto, según demuestra la posición del entierro. Cabe notar
la falta de reocupación de la estructura, rasgo que por ejemplo se nota en la tumba I, que además
fue concebida, desde un principio, para acoger a un número reducido de personas. También son
notables la mampostería finísima y la calidad del ajuar ofrecido a los difuntos. Queda por aclarar
la función de los restos de mamífero encontrados, aunque bien podría ser que se depositaran en épo-
ca contemporánea con los cuerpos en la tumba. Estos restos se encontraron, en efecto, en una par-
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te semienterrada de la cámara, en un esquina del muro muy cerca a uno de los cráneos infantiles,
por ello podría tratarse de una ofrenda de partes de un animal y a la vez de los restos de una co-
mida celebrada durante la ceremonia de inhumación8.
Otra estructura funeraria de considerable interés se encontró en gran parte enterrada en el sector
Q: se trata de una chulpa intacta ubicada en el área de entrada del sitio que baja hacia la quebra-
da del río Chacapata. La chulpa, guardaba una entrada hacia el valle, y en el lado opuesto, hacia
el morro de Jatungaga, una ventana tipo hornacina con la entrada removible (véase descripción su-
pra). Se recuperó una cantidad considerable de materiales cerámicos, asociados a restos humanos
de tan solo tres individuos: 5 fémures, equivalentes a 3 pares, la mitad de una mandíbula inferior
y una mandíbula entera. La cerámica se encontró aplastada debido al derrumbe del techo de la
tumba. Se reconocieron fragmentos de diferentes épocas, algunos de ellos quemados, de la parte
final del Horizonte Temprano al Horizonte Tardío (lám. 193, 238, 241, 244, 255-258, 260), ade-
más de un tortero (lám. 269), lo que podría indicar la presencia de una inhumación femenina, no
habiéndose podido estudiar los restos humanos que se encontraron muy deteriorados. La hornaci-
na con la entrada removible escondía un relleno de tierra que presentaba restos de carbón quema-
do y semillas. Como la parte norte de la sepultura, donde se abre la hornacina, está completamente
adosada a la escarpada del cerro, parece improbable que las ofrendas de semillas quemadas se de-
positaran en épocas posteriores a la deposición de los cuerpos. Pero el fechado de los restos de car-
bón quemado (1030-1300 d.C.) concuerda solo parcialmente con las evidencias cerámicas que in-
cluyen restos de diferentes épocas. Es probable, por lo tanto, que la tumba se construyera duran-
te el Período Intermedio Temprano y se fuera abriendo para depositar más ofrendas en épocas su-
cesivas.
Discusión
Jatungaga es un ejemplo interesante de un sitio residencial de dimensiones medianas con una con-
servación notable de los restos arquitectónicos.
Las excavaciones pusieron en evidencia la presencia de diferentes estratos de ocupación en algu-
nas partes del sitio, que conservaban, por ende, huellas de ocupación más antiguas. Algunas áre-
as en cambio, como la parte más alta del sitio correspondiente a los sectores G, H, I, parecen pre-
sentar una única fase de ocupación, posiblemente del Período Intermedio Temprano. Por lo que pu-
dimos averiguar con excavaciones reducidas, en epocas sucesivas se ocuparon partes menos “cen-
trales” del asentamiento, como las laderas del cerro y las terrazas menos altas, al igual que lo ob-
servado en el sitio de Chagastunán. La terraza D, y quizás las otras cercanas, sufrió una profunda
modificación durante el Intermedio Tardío con el fin de nivelar el terreno para asentar nuevas áre-
as de viviendas y/o áreas agrícolas. Al parecer durante esta época no se construía en los sectores
más altos del sitio, destinados a ser lugares de entierro.
Al igual que en Huacramarca, en Jatungaga, a pesar del buen estado de conservación general de
las estructuras, no se encontró arquitectura tipo “patio group”. Se hallaron cuatro diferentes tipos
de inhumaciones: las tumbas tipo cistas enterradas, las tumbas a cámara parcialmente enterradas,
las tumbas bajo abrigo rocoso – en la ladera occidental del cerro, entre las terrazas L y M – e in-
humaciones tipo chulpa. Este dato, así como la abundante fragmentería cerámica que data a par-
tir del Formativo hasta al Horizonte Tardío y la posición estratégica en el desemboque de la que-
brada Juitush que comunicaba la zona con el Callejón de Huaylas, respaldan la hipótesis de un
8
De hecho no se encontró el cuerpo entero, sino solamente partes seleccionadas con una buena cantidad de carne
apta para una ofrenda/banquete (compárense con Goepfert N. 2010).
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Balcón de Judas
Balcón de Judas (CVP 30, lám. 137), es un ejemplo interesante y representativo de arquitectura de
planta circular del valle (lám. 138), posiblemente con función ceremonial; arquitectura investiga-
da muy poco a pesar de ser típica en la zona (véase el párrafo Discusión).
Se quiso por ello investigar la cronología de este sitio, su relación con las áreas habitacionales cer-
canas – en el caso de Balcón de Judas con el área de viviendas de Cruzjirca (CVP 29, véase su-
pra) –, las semejanzas o elementos diferentes con respecto a las estructuras parecidas encontradas
en contextos cercanos (Yayno - Tello J. 1929; Rondan Circular Construction de La Pampa - Tera-
da K. 1979; Torreón de Chinchawas - Lau G. 2001 y las kancha circulares estudiadas por A. He-
rrera 2005b, véase párrafo Discusión).
No existen estudios previos del sitio. En 2001 el equipo del proyecto, mientras efectuaba un re-
corrido preliminar del área finalizado a la preparación de la campaña 2002, reconoció y fotogra-
fió la zona arqueológica. En el 2002 se llevaron a cabo trabajos de levantamiento topográfico, ubi-
cando las ruinas con GPS en las siguientes coordenadas UTM: Este 237274, Norte 8985077, H.
4108. El sitio se registró en el mapa del Ministerio de Agricultura con sus coordenadas UTM. La
exploración de las vertientes del cerro permitió detectar arquitectura funeraria y restos esparcidos
de recintos antiguos no contemporáneos a la estructura principal que se situaron con un GPS en el
mismo mapa.
El área ocupada por el sitio de Balcón de Judas era lo suficientemente pequeña como para llegar
a conocer bien las estructuras durante un tiempo de permanencia no demasiado largo, y que tenía
que ser compatible con las difíciles situaciones de vida de la zona, donde falta agua y por la no-
che se alcanzan temperaturas bajo cero. El sitio no presentaba mucha acumulación de estratos, so-
bre todo en el área A. Se logró de este modo terminar las operaciones de excavación (estrato es-
téril) llegando a cubrir un área excavada de 20% del sitio.
Balcón de Judas se encuentra en la cima del cerro homónimo – a partir de ahora denominado sim-
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Lám. 138. Mapa del sitio de Balcón de Judas (CVP 30) con las áreas excavadas.
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Lám. 139. Vista del recinto principal o sea la plaza central de Balcón de Judas (CVP 30) mirando en dirección del
Pununan Cóndor (CVP 31) que se nota por detrás.
Lám. 140. Vista de la parte realzada del recinto en Balcón de Judas (CVP 30) donde, al excavar, se encontró una
estructura tipo cámara (área C).
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Lám. 141. Muro SE de contención de la terraza artificial en la cual se asenta el recinto circular de Balcón de Ju-
das (CVP 30).
172
El área A, que corresponde a la plaza aproximadamente circular del sitio, está delimitada por un
muro que la rodea y, como señalamos, se trata del muro de contención de la estructura. En dicha
área se abrieron cuatro sectores de excavación (lám. 138). La cuota del área es aproximadamente
la misma que la de la entrada al sitio, con un ligero desnivel (¬ 55 cm) hacia el norte de dicho espacio
en dirección de la parte realzada (C). La superficie total del área A es de unos 245 m2. El acceso
era a través de una rampa en la parte meridional del espacio, que corresponde a la entrada gene-
ral al sitio delimitada por dos jambas o piedras verticales, que supuestamente sostenían un dintel.
En la parte meridional del área se observaron una serie de lajas de la entrada hacia el centro de la
plaza. Las excavaciones en los sondeos II y III permitieron sacar a la luz dicha parte, descubrien-
do un piso que se apoyaba sobre la roca madre del cerro. Las lajas mencionadas se construyeron
con piedras granodioríticas de color gris oscuro, la mayoría de ellas careadas artificialmente con
un mediocre nivel de precisión así como de bloques naturales, que se tallaron en un afloramiento
rocoso cercano al sitio.
Se abrió también un sondeo de excavación en proximidad de la huanca/altar para averiguar la ex-
tensión de la piedra y descubrir posibles restos de ofrendas a la misma (sondeo IV).
La observación superficial sugirió que podía tratarse de una plaza que no presentaba ni restos de
recintos ni reocupaciones. Es la única parte del sitio que permite la concentración de un cierto nú-
mero de personas.
Excavaciones en el Sondeo I
Ubicado en la parte norte oriental del área A, la extensión del Sondeo I abarcaba una superficie de
3 x 3 m. Los trabajos empezaron con una extensa limpieza de la vegetación sobre toda la superfi-
cie del sondeo (UE 0): una acumulación de humus, tierra y vegetación, incluso plantas cultivables
posiblemente restos de una antigua cultivación a cargo de las familias que vivían en la cercana Cua-
troscruces. No se encontraron materiales culturales en la parte occidental del sondeo, mientras que
en la parte oriental se halló una acumulación de piedras a los 30 cm, que correspondía al derrum-
be del muro perimetral que delimitaba el sector A del B (UE 1). Por debajo de la UE 1 encontra-
mos otra capa de derrumbe (UE 2) y por último la UE 3, correspondiente a la roca madre (capa fi-
nal) cuyos afloramientos se encontraron entre los 30 y 40 cm.
173
Podemos suponer que los trabajos agrícolas realizados en la zona afectaron la conservación del pi-
so en la extensión total de la plaza.
Ubicado en la parte noroccidental del área A, debajo de una gran roca, la extensión del sondeo de-
nominado IV abarcaba una superficie de 2 x 1 m. Este sondeo se situó a la base de una huanca con
la finalidad de encontrar estructuras o restos de actividades de veneración, como se habían en-
contrado en otros contextos de la sierra de Ancash (véase Bazán F. 2007), sin embargo a los po-
cos centímetros la excavación fue abandonada debido al afloramiento de la roca madre.
Lám. 143. Área A Sector II capa 2 (con primera, segunda y tercera ampliación en dirección sur) de Balcón de Ju-
das (CVP 30). Se evidencia un piso empedrado que apoya en la roca madre del cerro.
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cota similar, +15 cm sobre el punto cero del sitio. La remoción de la UE 2 desveló la UE 3, un es-
trato aún más compacto de tierra muy oscura limo-arcillosa con piedras sueltas. Se trataba posi-
blemente de un relleno para nivelar el terreno y apoyar otra fase del muro, que se evidenciaba co-
mo la base de los muros que formaban la E1 y la vez, como contrafuerte que daba solidez a todo
el conjunto arquitectónico. La remoción de la UE 3 sacó a la luz tan solo un estrato de relleno con
piedras de gran tamaño sin ordenar (UE 4), que suponemos eran la base de preparación de la Es-
tructura 1, donde se dio por terminada la excavación.
Por último, los muros también, tal y como se constató en el trascurso de la excavación, presenta-
ban dos fases contemporáneas. Por un lado, una fase de construcción con fines estructurales, o
sea para construir el relleno y sustentar el área nivelada en que se apoya el sitio entero, y que se
176
Lám. 145. Vista frontal de la entrada de la Estructura 1 (área B) que se abre hacia la plaza en Balcón de Judas
(CVP 30).
componía de varios metros de relleno de tierra y piedras, ubicadas sobre la roca madre del cerro;
por otro lado, una fase que comprendía la construcción de la habitación (E1, lám. 146, 147, 148)
que se encontraba al mismo nivel de la plaza del área A (véase área A, UE 4), y que posiblemen-
te se rellenó en un período antiguo. La entrada estaba conectada a la plazoleta a través de un am-
plio acceso, construido con técnica huanca/pachilla.
Al igual que en otras áreas, en el transcurso de la excavación solo se encontraron solo pocos frag-
mentos de cerámica y trazas de carbón en la UE 3, que luego se utilizaron para una medición con
método AMS de la estructura (540-670 d.C., véase Apéndice 2).
177
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Como señalamos, se encontraron los restos de por lo menos dos habitaciones; una de ellas fue ob-
jeto de dos sondeos (Estructura 2: Sondeos I y II). Ambas estaban rellenadas con tierra y desechos,
incluso modernos. Las cámaras se estructuraban de manera similar a la Estructura 1 del área B des-
crita anteriormente.
El acceso a la E2 se ubicaba en la pared este (lám. 151) y los muros se construyeron con piedras
granodioríticas, de color grisáceo oscuro, bien talladas y acomodadas en huanca/pachilla (lám.
152, 153). Las excavaciones en los dos sondeos en E2 (2 x 2 m cada uno, lám. 149) permitieron
sacar a la luz una secuencia estratigráfica: después de una capa superficial (UE 0) un primer re-
lleno cubría uniformemente la estructura, con piedras sueltas y desechos modernos, sobre todo en
la parte más al norte (Sondeo I), mientras que un relleno más compacto (UE 2) se encontró a una
profundidad de 55 cm. En este último estrato se recogió una muestra de carbón para realizar un
fechado que dio resultados muy poco precisos (800-100 a.C., véase Apéndice 2). Por último el pi-
so de frecuentación (UE 3) estaba compuesto por una tierra amarillenta (lám. 150) donde se en-
contraron restos de carbón, utilizados luego para fechar con más éxito la E2, que resultó ser la zo-
na más antigua del sitio (50-230 d.C., véase Apéndice 2).
El área D la ubicamos por debajo del muro que rodea el sitio (lám. 138). En el punto correspon-
diente a la Estructura 1 del área B se abrió una pequeña cala de sondeo (2 x 1 m), para averiguar
posibles fases culturales asociadas a la construcción del muro. La excavación, muy breve puesto
que se encontró a pocos centímetros la roca madre, permitió averiguar que el muro principal del
sitio se construyó en tan solo una fase.
El área arqueológica del sitio de Balcón de Judas cuenta, además de con el conjunto descrito an-
teriormente, con restos esparcidos de actividad humana que se ubican a lo largo de ambas ver-
tientes del cerro Balcón (véase supra CVP 10, 11, 29, 31, 34, 35). En la vertiente occidental del
cerro, el señor Geovani Cerna encontró una tumba mientras se realizaban trabajos agrícolas en su
terreno (punto GPS: E 2370051, N. 8984495, H. 4096).
Un derrumbe natural, causado con toda probabilidad por una infiltración de agua, había removi-
do el terreno en este lado dejando parte de la cámara a la vista.
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Lám. 150. Vista de alto de la UE 3 del Sondeo I de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Foto
L. Bitelli.
Lám. 151. Entrada en la pared este de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Silani.
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Lám. 152 y 153. Dibujo y vista y de la parte interna del muro norte de la Estructura 2 en el área C de Balcón de
Judas (CVP 30). Foto L. Bitelli.
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La tumba se excavó en la base de una colina natural, al lado del campo cultivado.
La excavación permitió remover la tierra que se había derrumbado delante de la entrada y descu-
brir así una antecámara muy sencilla (lám. 154), de un metro de ancho aproximadamente, con tres
piedras a manera de entrada, y, hacia la cámara principal, una laja de piedra labrada que tapaba la
misma. Antes de la laja se encontró un cántaro de pasta anaranjada y con decoración en relieve (vé-
ase Cap. 4, lám. 276). La cámara fue excavada en la roca sin preparación de las paredes y del
suelo donde la única operación realizada fue la de compactar la tierra antes de la deposición de
los cuerpos.
En la parte interna de la cámara (lám. 155) se localizó un contexto disturbado a causa de un de-
rrumbe natural.
En la capa superficial de la parte interior de la tumba (UE 1) se encontró a los 22 cm de profun-
didad una tierra húmeda marrón oscuro, con inclusiones orgánicas en poca cantidad, restos óseos
humanos (véase Cap. 4) muy deteriorados por la humedad y desprendimientos de material de las
paredes de la cámara. Los restos presentaban fuertes incrustaciones calcáreas debido a una infil-
tración de agua en la parte superior de la cámara. Por lo tanto los individuos no se encontraron en
su posición original y, tras la observación de los restos, se planteó la hipótesis de que en un prin-
cipio los cuerpos se habían colocado en posición agachada, posiblemente envueltos en fardo, aun-
que no se encontraran restos de textiles. En la capa había además dos vasijas completas (lám. 276).
La remoción de dicho estrato sacó a la luz 8 vasijas (lám. 276) que corresponden al mismo nivel
o capa que se había excavado hasta llegar a una tierra estéril de color claro sin materiales cultura-
les (UE 3). Se excavaron tan solo 5 cm de la UE 3, en parte central de la cámara.
La inhumación, no muy formalizada, es, a mi parecer, uno de los pocos ejemplos documentados
arqueológicamente de sepultura asociada a cerámica del Período Intermedio Tardío, conocida con
varios nombres: Akilpo, Pojoc, Pinco, etc. (véase Cap. 4). La tumba es sin duda posterior a la es-
tructura principal de Balcón de Judas.
Discusión
183
Lám. 154. Vista de la antecámara de la Tumba I de Cerro Balcón. Nótense la vasija ofrendada delante de la laja
de entrada.
Lám. 155. Corte esquemático del corredor y de la cámara funeraria de la Tumba I de Cerro Balcón. Dibujo L. Pre-
tell y S. Franco.
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casos como viviendas. El mismo Lau reconoce que este patrón arquitectónico pudo haber tenido
un antecedente en las estructuras circulares no domésticas de la zona. Otro autor, Alexander He-
rrera (2005b) ofrece un catastro de las que él define “kanchas circulares” presentes en la parte más
oriental de la sierra de Ancash en el Callejón de Conchucos. Dichas “kanchas” serían espacios cir-
culares ceremoniales que forman parte de una tradición arquitectónica local; en la mayoría de los
casos se remodelaron en épocas sucesivas, cuando las kanchas se transformarían en patios agru-
pados, o sea cámaras con acceso a un patio central que se define como espacio común de la es-
tructura. Al parecer algunas, como Gotushjirka (Distr. San Nicolás, Prov. Fitzcarrald) o como es
el caso de Balcón de Judas, se utilizaron a lo largo de un período prolongado a partir de finales del
Formativo (Herrera A. 2004). En Gotushjirka Herrera encontró una flauta que respaldaría la hi-
pótesis de una utilización de la estructura durante ceremonias acompañadas por música (Herrera
A. - Lane K. 2004). El mismo autor (2005b) especifica que el piso empedrado en el patio interior
de la kancha E VIII de Gotushjirca indicaría que era un espacio adecuado para uso público, y su-
giere que el área central pudo no haber tenido techo, acaso para facilitar su uso durante la estación
de lluvias (véase también infra).
Otras comparaciones posibles las ofrecen algunos sitios en Chacas: a parte el cercano sitio de Pu-
nunan Cóndor (CVP 31), también el conjunto de pirushtus (montículos) de Chonta Corral (CVP
17) y los tres recintos circulares encontrados en el sector II de Chagastunán (CVP 13) presentan
una arquitectura comparable a la de Balcón. Una característica común de dichas construcciones es
el eje de orientación sobre el cual se desarrollan las estructuras con respecto a los sitios de vi-
viendas más cercanos. El esquema que se repite es el de un área de utilización doméstica/funcio-
nal que se desarrolla en la parte del cerro más próximo al valle, y un área ceremonial hacia las mon-
tañas (véase supra para la descripción detallada de los sitios). Los recintos mencionados compar-
ten la misma técnica constructiva con Balcón, con la plaza rebajada con respecto al perfil externo
de los morros, donde se hallan muros de contención en estilo huanca/pachilla. En todos los casos
mencionados, los montículos se encontraron bien limpios de desechos en superficie, y en las in-
vestigaciones que se realizaron, por ejemplo en Chagastunán, no se encontró casi cerámica. Esto
contrasta con los hallazgos de Gotushjirca y del Torreón de Chinchawas. Por último, otro elemento
común en las estructuras circulares de Chacas es que a menudo son más de una, y están desplaza-
das sobre cimas rocosas en dirección de la Cordillera. Retomaremos la cuestión sobre esta carac-
terística más adelante, cuando formulemos algunas hipótesis sobre la función de Balcón y por con-
siguiente de las otras estructuras similares.
Volviendo a las investigaciones en el sitio, la excavación puso en evidencia que se había cons-
truido sobre una plazoleta artificial preparada, suponemos, con un enorme esfuerzo, nivelando ar-
tificialmente un gran espolón rocoso. El trabajo de nivelación de la plaza se manifestó a lo largo
de la excavación del área B: el muro que rodea el sitio tenía la función de retener todo el relleno
de piedras utilizado para nivelar la plaza, y para la construcción de los recintos secundarios del área
B. La plaza, al igual que los recintos, tenía un piso empedrado. En el transcurso de la excavación
casi no se encontró cerámica, ni desechos orgánicos, además de muy poco carbón. La técnica de
construcción de los muros anticipa la de las mamposterías ampliamente utilizadas en el Período
Intermedio Temprano en la zona.
La zona se construyó en un lugar prominente del paisaje y de defensa, como se indicó para la RCC
de La Pampa (Terada K. 1979); a pesar de ello, el acceso a la zona era fácil gracias a la presencia
de una rampa de acceso abierta (lám. 156) y a los muros de escasa altura, quizás incluso comple-
tados con muros de adobe. Si comparamos estas estructuras con la representación de torreones en
la cerámica arquitectónica de tradición recuay, si bien Balcón parece ser un sitio más antiguo, re-
modelado en la fase final del Período Intermedio Temprano (véase infra), los dos ejemplos a nues-
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Lám. 156. Levantamiento digital tridimensional del sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Stefani.
tra disposición – una pieza conservada en el Museo del Castello Sforzesco de Milán (Italia), y otra
en el The Walters Museum de Baltimore, (lám. 157, 158) – muestran edificios circulares de varios
pisos, el más alto de ellos abierto con almenas, donde aparecen unos guerreros parados (Orsini C.
2012). Por otra parte, los elementos ornamentales de la arquitectura parecen más aptos a edificios
donde se celebraban ceremonias que a edificios de defensa. Estos elementos nos hacen pensar que,
en esos casos, como quizás en Balcón se trataba de edificios con una función mixta: eran torreo-
nes de control pero, a la vez, edificios ceremoniales cerrados, de acceso restringido. Ya otros au-
tores subrayaron cuánto es inadecuado el hecho “de separar aspectos seculares y rituales [...] en
los Andes” (Ghezzi I. 2007) y cuánto es inadecuada “la consecuente clasificación de sitios en ce-
remoniales o defensivos, como categorías mutuamente exclusivas” (ibíd.).
La construcción de la estructura se llevó a cabo en dos fases: la frecuentación más antigua se dio
en el sector C, posteriormente se amplió el conjunto acondicionando una parte más ancha del ce-
rro con la construcción de los altos muros que permitieron nivelar el sector de la plaza A y cons-
truir las estructuras de planta cuadrada en B. En un momento difícil de fechar, se llenaron todas
las estructuras a la vista con tierra, incluidas las de la zona C. No sabemos si se trató de un entie-
rro ritual, fenómeno que bien caracteriza los edificios públicos en diferentes partes de los Andes9.
Por lo que concierne la función de este sitio, es posible imaginar que era un lugar donde se cele-
braban ceremonias y a la vez un puesto de control, que dominaba visualmente el valle y el cami-
no hacia el Portachuelo de Honda y el Callejón de Huaylas, que pasaba justo por debajo de la pe-
ña en la cual se construyó el recinto. No sabemos si funcionaba también de reparo en caso de pe-
ligro de la población que suponemos habitaba en el cercano sitio de Cruzjirca (CVP 29 véase su-
pra). Los restos a la vista de Cruzjirca se remontan al Intermedio Temprano y al Horizonte Me-
dio, esta última una fase de ocupación contemporánea a la construcción de la gran plaza de Bal-
cón y de sus estructuras conectadas.
Respecto a la relación entre Balcón y el cercano Pununan Cóndor (CVP 31 supra) es bien posible
que a un cierto punto este último funcionase de forma simbiótica con Balcón, aunque no sabemos
si durante su fase más antigua o la datada en el Período Intermedio Temprano final. En otro tra-
9 Los entierros rituales de los edificios caracterizan también algunos conjuntos monumentales de la sierra de Ancash
que pertenecen a la llamada “tradición religiosa Mito”, desarrollada por un largo período que empieza en el Arcaico Tar-
dío y que dura hasta al Formativo (Burger R. - Salazar L. 1980; Bonnier E. 1997b; Grieder T. - Bueno A. - Smith E. -
Malina R. 1988). Si bien se trata de edificios muy diferentes a los de Balcón, es interesante subrayar la bien conocida
costumbre de sellar un edificio de carácter ritual para renovar una fase de su construcción y utilizo.
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Lám. 157. Pieza arquitectónica en forma de edificio Lám. 158. Pieza arquitectónica con dos edificios circula-
circular. Colección Balzarotti, Museo delle Culture, res. The Walters Museum, Baltimore. Licencia Creative
Milán. Commons.
bajo (Mancini F. - Orsini C. - Stefani M. 2002) consideramos que quizás, a parte de las funciones
de defensa/control del valle y de la quebrada Juitush, esta pareja de sitios alineados, como los de-
más montículos citados anteriormente, con un mismo eje en el filo de crestas montañosas en di-
rección sur, de la Cordillera Blanca, podría sugerir la presencia de cultos hacia el paisaje de los ne-
vados. De manera preliminar se podría apuntar que estas áreas ceremoniales formaban parte de un
recorrido sagrado, de un peregrinaje entre los montículos que se podían entender como montañas
en miniatura. El peregrinaje se desarrollaba posiblemente saliendo del área habitacional del asen-
tamiento y avanzando hacia la Cordillera.
Tayapucru
Tayapucru (Orsini C. - Ibarra B. 2005; Orsini C. et al. 2007; Orsini C. et al. 2012) se ubica en la
quebrada Garguanga10 en las cercanías del caserío de Huallin, a 3.818 m de altura en la pared oes-
te del cerro Pupa (lám. 14). No existen estudios previos del sitio. En 2003 el equipo del proyecto,
mientras efectuaba una prospección, reconoció y fotografió los restos arqueológicos, realizando un
mapa con una estación total.
Tayapucru se encuentra en un excelente estado de conservación, incluso algunas estructuras con-
servan un alzado de más de 2 m.
Una serie de rocas naturales, al igual que en Huacramarca que se encuentra en el cerro en frente
(lám. 14 y supra), constituyen una barrera natural para quienes accedían desde la quebrada del río
Chacapata, escalando una escarpada. Pasando a través de diferentes puntos de control, construi-
dos aprovechando las rocas naturales del cerro, se alcanza el acceso al sitio: una planicie con una
10
Se trata de un valle estrecho con muchas evidencias de ocupación antigua (véase supra para un catastro de los si-
tios en las cercanías).
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vía de acceso definida por un terraplén que conduce a un muro curvo de baja altura conservado en
toda su anchura donde se abre una entrada delimitada por dos jambas. El muro está bien conser-
vado y, dada su escasa altitud, se nota que no desempeñó funciones defensivas. Al igual que en el
caso de Huacramarca, se trata posiblemente de una entrada monumental sin fines defensivos. Un
campo de unos 70 m de longitud separa la entrada del primer conjunto de viviendas (campo 1, lám.
159). En el margen oriental de dicho campo, campo 1, hacia la ladera del cerro Pupa, se hallaron
dos sepulturas muy deterioradas: una en abrigo rocoso bajo una peña de más de 3 m de altura, y
la otra en una pequeña chulpa.
En la misma vía de entrada se encontró un petroglifo de grandes dimensiones (3 x 4 m, lám. 160)
grabado en la misma roca madre – de lutita – del cerro. Los dibujos representados de puntos y lí-
neas onduladas y rectas se superponen al haber sido grabados en distintas etapas, de modo que el
dibujo se presenta muy complejo.
A partir de este punto, el sitio se desarrolla paralelamente a la quebrada del río Garguanga (lám.
159) con una sucesión regular de recintos circulares a los cuales se asoman recintos cuadrangula-
res, según el patrón tipo “patio agrupado” (Herrera A. - Lane K. 2004). La entrada a los recintos
interiores de los patios se efectuaba solo a través del mismo, que se define claramente como un es-
pacio común para todos los recintos interiores. El mismo patrón se repite igual en todos los sec-
tores, de A hasta G con una regularidad peculiar para la zona. Así como se estableció para otros
sitios de Chacas (cfr. Huacramarca CVP 2, supra), de la zona del Callejón de Huaylas (Isbell W.
1989) y del Conchucos (Herrera A. 2005b), se trata de unidades de viviendas aglutinadas con cuar-
tos utilizados para diferentes funciones (véase infra).
Existían dos vías de comunicación que conectaban cada grupo de estructuras paralelas entre sí y
con respecto a la quebrada: una vía en el margen este de los recintos, en proximidad de la ladera
del cerro, y la otra que se desarrollaba al oeste paralelamente al filo de la terraza que domina la
escarpada hacia la quebrada. En varios puntos era posible transitar de un camino al otro. Había re-
cintos con acceso al camino hacia la ladera del cerro; otros, tenían acceso al camino más cercano
a la escarpada, y otros lo tenían a ambos.
Los recintos tipo patio agrupado de forma circular (identificados en el mapa con una letra, lám.
159) son siete en total y se repiten de manera regular según un esquema de un patio central con
diámetro en promedio de 12 m, siendo los recintos un número entre 8 y 13. Los cuartos que se aso-
man al patio principal son de forma regular y, en algunos casos, la extensión no excede los 10 m2,
en otros se llega a 20 m2.
Los recintos cubrían diferentes funciones. A parte de la diferencia de dimensiones, observamos pa-
trones de construcción heterogéneos: pisos realzados de la estructura, presencia o ausencia de po-
zos en el interior de las estructuras, diferencias notables en el ancho de los muros, etc. Algunos re-
cintos tenían un acceso directo a la plaza, otros a través de una grada o un pasillo con formas y di-
mensiones variables (véase infra).
Las estructuras se construyeron tras nivelar el terreno con un relleno de piedras y tierra, y con pie-
dras de gran tamaño en correspondencia de los ángulos de las estructuras, que son, en general,
cuartos pequeños que debieron de utilizarse como dormitorios. Las entradas pueden ser realzadas
para el control del acceso al cuarto. Las ventanas de forma cuadrada suelen abrirse hacia la que-
brada, en posición opuesta a la puerta asegurando la circulación del aire. Los techos estaban pro-
bablemente formados por lajas de piedras, y existen pocos ejemplos conservados en forma frag-
mentaria in situ. Bajo los cuartos encontramos pequeños vanos (lám. 161) con una entrada baja a
nivel del piso que resulta realzado. Los vanos aprovechan los pisos realzados con respecto al ni-
vel de la plaza, y fueron construidos en el relleno por debajo del piso de la habitación. En el inte-
rior del único vano excavado (véase infra Excavaciones en el área A, Sondeo A, Recinto VI) se
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Lám. 159. Mapa de Tayapucru (CVP 37) con ubicación de los recintos excavados.
Dibujo E. Giorgi.
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Lám. 160. Petroglifo encontrado en la vía de entrada al sitio de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 161. Vista frontal de una de las estructuras que componen los patios agrupados en Tayapucru (area A, sec-
tor VI). Nótense la grada para acceder al cuarto sobrelevado y el vano debajo el piso accesible desde el patio.
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Lám. 162. Farallón rocoso con una vista de la necrópolis del sitio de Tayapucru (CVP 37).
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mente por falta de tiempo, si bien se realizó un croquis y se recogieron fragmentos de cerámica
diagnóstica (lám. 280-283), entre ellos destaca un cuenco conservado al 70%. Los análisis de los
restos óseos permiten establecer que acogían sepulturas de más de un individuo en forma de far-
do. En la chulpa mejor conservada – la tumba II – se registraron por lo menos seis individuos. Ca-
be señalar por último que, a pesar de que se podía llegar al sitio también por el lado norte, dicha
área no presenta ninguna muralla de defensa.
El área A (lám. 163), que corresponde al primer conjunto de patio agrupado accediendo al sitio des-
de la quebrada del río Chacapata, presenta una plaza aproximadamente circular y una agrupación
de 13 estructuras de planta cuadrada a su alrededor. En dos áreas, la estructura I y VI y en una por-
ción de la plaza, se abrieron tres sectores de excavación localizados en el mapa (lám. 159). La su-
perficie total del área A es de unos 322 m2 y todas las estructuras se encontraron conservadas en altitud.
Las excavaciones en los sectores I y VI permitieron estudiar dos estructuras diferentes: una apa-
rentemente de carácter doméstico, mientras que la otra con función aparentemente pública. El son-
deo en la plaza permitió sacar a la luz un piso empedrado muy destruido que se apoyaba sobre la
roca madre del cerro.
Las estructuras mencionadas se construyeron con piedras granodioríticas de color grisáceo oscu-
ro, en su mayoría artificialmente careadas con un mediano nivel de precisión así como de bloques
naturales. La observación superficial sugirió que podría tratarse de un conjunto de cuartos dis-
puestos para dormitorios y espacios públicos, con un ambiente central utilizado como lugar de ac-
tividades económicas.
11 La sectorización del sitio se realizó de acuerdo con los patios agrupados encontradas que se denominaron de A a
G procediendo en dirección sur - norte. Los sondeos fueron identificados con una letra progresiva, siguiendo la direc-
ción sur/norte. Por cada sondeo de excavación (7 en total) se adoptó el siguiente sistema de nomenclatura: la letra mayús-
cula del área + el número romano para el sector + la letra minúscula que indicaba la unidad de excavación + el número
para la unidad estratigráfica. El material que procedía de la excavación fue clasificado con el mismo criterio, por ejem-
plo CVP 37/AIII/a1, o sea la sigla de abreviación del sitio, la letra del área con el número romano que indicaba el sec-
tor, la letra minúscula que indicaba el sondeo y el número para la identificación de la capa de procedencia del material.
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Sector VI sondeo A
El sondeo A se situó en la extensión total del Sector VI (3 x 2 m) y en una porción de la plaza de-
lante de la estructura (lám. 164). La ampliación hacia la parte delantera fue necesaria para estu-
diar la entrada y un pequeño espacio, quizás un almacén, ubicado en la parte baja del muro este,
a la izquierda de la entrada de la estructura (lám. 161, 165). La estructura, de planta cuadrada, pre-
sentaba una entrada hacia la plaza cuya luz medía 60 cm. La entrada, elevada con respecto a la co-
ta de la plaza de unos +75 cm, presentaba una grada de aproximadamente 30 cm de alto todavía
in situ. La estratigrafía del sondeo permitió estudiar una fase de derrumbe formada por numero-
sas lajas grandes, y con toda probabilidad el techo de la estructura, otra fase de textura más com-
pacta, con menos piedras y con la presencia abundante de raíces, y un estrato, que correspondía
posiblemente a una fase de abandono de la estructura, aún más compacto con restos de cerámica,
carbón disperso e instrumentos líticos que iban aumentando en la fase de ocupación antigua, que
presentaba un piso (UE 4) al mismo nivel que el piso de la plaza (UE 5).
Debajo del estrato de ocupación se encontró un relleno estructural de piedras de gran tamaño y tie-
rra necesario para la construcción de la habitación. Según una costumbre que observamos en otros
sitios de la zona, el estrato de relleno sirvió como cimiento de los muros, que también presentaba
piedras megalíticas sobre todo para sustentar las esquinas, y a la vez para nivelar los desniveles
naturales de las terrazas.
Lám. 164. Ubicación del sondeo A en el área A (Sector VI y Plaza) de Tayapucru (CVP 37).
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Plaza sondeo B
El sondeo B (2,50 x 1 m) se ubicó en la porción sur-este de la plaza, definida en este caso por un
zócalo en piedra. La ubicación del sondeo tenía la finalidad de averiguar la presencia de un em-
pedrado y la cota del piso de frecuentación para ponerla en relación con el piso de ocupación de
las estructuras. El sondeo reveló, a los pocos centímetros de excavaciones, partes de un piso em-
pedrado (lám. 166) que posiblemente recubría toda la plaza. Al remover el empedrado, se locali-
zó la roca madre. La cota del piso empedrado en la plaza se pudo relacionar con la cota del nivel
de ocupación del Sector VI.
Sector I sondeo C
El sondeo C se ubicó en las cercanías de la estructura o Sector I del área A (lám. 167), que, por pre-
sentar características arquitectónicas diferentes del resto del conjunto, supusimos que desempeñaba
alguna función especial. Se excavó una trinchera (1,20 x 3,40 m, lám. 168) a partir de la entrada
de la estructura hacia la plaza y el interior de la estructura, interceptando los límites orientales de
la entrada elevada con respecto a la plaza. La entrada sobreelevada quedaba definida por dos blo-
ques de piedra verticales que se apoyaban sobre dos lajas, una al lado de la otra, con una pequeña
hendidura entre ellas, quizás para alojar una puerta de algún material deteriorable (véase un ejem-
plo similar en el área C). El sondeo permitió además sacar a la luz otra entrada (lám. 169) defini-
da por dos jambas y ubicada al mismo nivel de la plaza que unía la misma al Sector I.
Después de remover una capa de derrumbe, otras capas de textura más compacta y una mayor
cantidad de material cultural (cerámica, cuarzo, carbón), se ubicó el nivel de ocupación (UE 2) de-
bajo del cual se encontró un estrato de relleno de piedras y tierra suelta, de un promedio de 40 cm,
utilizado para nivelar la terraza (UE 3). En dicho estrato se halló un batán de granito gris (lám. 170),
finamente pulido y depositado boca abajo antes de la construcción de la estructura, quizás a ma-
nera de ofrenda a la misma. Al remover la UE 3, se encontró un estrato gris compacto que definió
la capa final de la excavación; este se apoyaba en la roca madre y correspondía al mismo nivel de
la plaza y de las demás estructuras que pudimos investigar en el área A.
En la parte interior de la misma estructura I se evidenciaba, adosado al muro sur/este, un pozo de
forma regular (lám. 171). La limpieza superficial del pozo (sondeo G) sacó a la luz un interesan-
te horno de planta circular de paredes empedradas con piedras calcinadas por efecto del fuego. El
horno estaba rodeado por un muro conservado entero solo en la porción oriental. En correspon-
dencia a la boca del horno el piso estaba empedrado.
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Lám. 167. Fachada de la estructura I del área A de Tayapucru (CVP 37) con dos vanos (almacenes?). El piso de la
estructura I era sobreelevado, su acceso se efectuaba por una grada (véase lám. 169).
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Lám. 170. Batán en granito gris encontrado boca abajo en el pasillo de entrada del Sector I del área de Tayapu-
cru (CVP 37).
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El área C (lám. 172 y mapa lám. 159) corresponde a un conjunto de 13 estructuras – al igual que
el área A –, algunas de las cuales no terminadas (I-II-III), caracterizado por la presencia de una ban-
queta y de un piso empedrado de lajas de lutita negra delgadas y regulares en la plaza central. El
piso se acababa de desmontar durante nuestra primera visita al sitio ya que un campesino local ha-
bía elegido este lugar plano para cultivar patatas.
La plaza del sector C queda rebajada con respecto al nivel de los cuartos o unidades de viviendas
que la rodean.
En la parte de la plaza delante de las estructuras VIII y XIV existe un tramo de muro en forma de
L, cuya función desconocemos. La entrada al área se efectuaba por un vano entre los Sectores VI y VII.
En este conjunto se eligió ubicar el sondeo (sondeo E) en una estructura de dimensiones media-
nas que presentaba las características de una habitación de uso doméstico (Sector V). La finalidad
de la excavación era comparar las estructuras aparentemente de uso doméstico de dicha área con
las investigadas en el sitio, y en particular con las del área A. La superficie total del área C es de
aproximadamente 309 m2.
12La muestra de cerámica de este recinto es más escasa, con tan solo 451 fragmentos, el 4,4% de los cuales decorados.
13
Se trata de los únicos fragmentos de este material que pudimos recuperar en toda la zona de Chacas, pero no hay
que olvidar que nuestras excavaciones en otros sitios locales fueron limitadas.
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Sector V sondeo E
El Sector V (lám. 173) es un recinto cuadrado con una entrada sobreelevada y definida por dos blo-
ques de piedras verticales que se apoyaban sobre dos lajas, una al lado de la otra, con una peque-
ña hendidura entre ellas, quizás para alojar una puerta de algún material perecedero.
El sondeo ocupó toda la amplitud de la estructura y parte de la banqueta, o entrada, en la parte de-
lantera, con una extensión total de 4,80 x 2,80 m (lám. 174). Las excavaciones sacaron a la luz el
piso de la habitación: toda la unidad proporcionó abundantes materiales culturales, y se encuen-
tra a la misma cota que la banqueta ubicada en la parte externa de la habitación, frente a la entra-
da. En la habitación no se localizó un piso empedrado o de tierra compactada uniforme, mientras
que en la parte externa, en la banqueta que corresponde a la misma cota, se encontró un empedrado
(UE 3). La banqueta, que parecía continuar, por lo menos por un tramo, hacia norte del perímetro
de la plaza, se presentaba sobreelevada de unos 15 cm con respecto a la plaza, que guardaba, al
igual que en otros sondeos, un estratificación muy escasa (UE 4).
Un hacha de mano en piedra (lám. 175), depositada en la banqueta y que ubicamos debajo del pi-
so empedrado correspondiente a la UE 3, quizás una
ofrenda depositada antes de la construcción de la es-
tructura, constituye otro interesante paralelismo con la
estructura I del área A (véase supra).
Por lo que concierne los demás materiales, de la es-
tructura procede una colección de 329 fragmentos de
cerámica – descritos en el Capítulo 4 (véase fase Ja-
tungaga II o Tayapucru) – de las tipologías comunes en
el sitio; así pues los cuencos son la forma más repre-
sentada, después los cántaros, los platos y pocos frag-
mentos de cucharas y coladores, si bien con un por-
centaje relativamente alto de piezas decoradas, a pesar
de la muestra pequeña (12,5%), sobre todo en compa-
ración con el material recuperado en el área A. Aparte
cuatro machacadores, que además proceden de la UE 1
del Sector, tres de los cuales publicados (lám. 264, 266,
268), y la mencionada hacha, no se encontraron ins-Lám. 175. Hacha en piedra encontrada en proxi-
trumentos líticos. midad del Sector V en el área C de Tayapucru
(CVP 37).
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El área F (aproximadamente 244 m2) corresponde a un patio agrupado con características muy lla-
mativas que se compone de ocho ambientes; es además el único con un cuarto agregado en la par-
te externa del conjunto. Es interesante notar que la parte del conjunto F, denominada como V (vé-
ase mapa lám. 159), es un gran recinto en forma de U sin entradas, que parece no terminado pues-
to que, habiéndose construido los cimientos de los muros perimétricos, falta la parte de los cuar-
tos realzados con respecto a la plaza central con entradas sobreelevadas. La estructura más nota-
ble del conjunto es la I y donde se abrió el sondeo que se describe a continuación.
Sector I sondeo D
Las excavaciones (sondeo D, lám. 176, 177) en el Sector I permitieron estudiar una estructura de
carácter público, una de las más grandes (25,5 m2) del sitio. Destaca por su entrada monumental
ancha (1,35 m) definida por dos bloques megalíticos de perfil cuadrangular y un doble sistemas
de gradas: una grada conecta la estructura con una banqueta en piedra, la otra, la banqueta con la
plaza. En el nivel de ocupación de la estructura tenía un piso empedrado conservado de manera
parcial. Es probable que la banqueta de piedra se extendiese no solo en la parte oriental del patio
para facilitar el acceso a la estructura más importante del conjunto, o sea el Sector I, sino en todo
el perímetro de la plaza. La estructura se construyó con piedras granodioríticas de color grisáceo
oscuro, en su mayoría artificialmente careadas. Los dos bloques de la entrada eran uno de color
grisáceo oscuro, y el otro de un gris más claro. Uno de los bloques se encontró partido en dos y
desplazado al centro de la plaza. En la parte delantera de la estructura se encontró una afloración
rocosa natural alineada con la entrada (¿huanca?). La estructura, además de su acceso en la parte
hacia la plaza, tenía otro vano en su lado oriental, que posiblemente constituía un acceso hacia la
plaza 3 (véase mapa lám. 159) y que se encontró tapado.
El sondeo se ubicó en toda la extensión del Sondeo I, así como en una parte de la banqueta hasta
la huanca (6,65 x 4 m). Las excavaciones permitieron sacar a la luz un amplio estrato de derrum-
be, que documentamos como el colapso de la estructura (UE 1), con pocos materiales culturales.
Al removerlo se encontró el nivel de ocupación de la estructura con un piso empedrado conservado
Lám. 176. Ubicación del sondeo D en el área F (Sector I) de Tayapucru (CVP 37).
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Lám. 177. Vista frontal del Sector I en el área F de Tayapucru (CVP 37) antes de empezar las excavaciones.
de manera parcial (- 60 y 70 cm) que se apoyaba en una matriz de preparación del empedrado. En
la capa de frecuentación de la estructura, mientras se limpiaba la entrada de acceso, se encontró
sepultada en el centro una piedra grabada de forma rectangular (lám. 178) que se dejó in situ. Las
excavaciones en la parte exterior de la estructura, en la banqueta, revelaron un piso empedrado (UE
5) recubierto por un nivel de abandono (UE
3), con abundantes materiales culturales. La
banqueta se encontraba a un desnivel de unos
20 cm más abajo de la estructura, a la cual se
conectaba con una grada de la misma altura
(-130 cm) (lám. 179). Las excavaciones en la
parte oeste del sondeo permitieron sacar a la
luz el nivel de frecuentación de la plaza (UE
4), apenas entre 2 y 5 cm por encima de la ro-
ca madre. Al igual que en las excavaciones en
otros sectores, averiguamos que el piso de fre-
cuentación de la plaza se conectaba con los
niveles de ocupación de las estructuras, que
evidentemente se construyeron en un único
momento.
Aparte de la maqueta/ofrenda, los materiales
culturales forman una colección de 243 frag-
Lám. 178. Piedra grabada con círculos en forma cuadrada mentos de cerámica – descritos en el Capítu-
encontrada sepultada en la parte
lo 4 (véase fase Jatungaga II o Tayapucru) –
central de la entrada del Sector I el área F de
Tayapucru (CVP 37). entre los cuales se reconocieron cuencos y
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Lám. 179. Vista frontal del Sector I en el área F de Tayapucru (CVP 37) después de las excavaciones.
cántaros como formas más comunes, y en cambio solo un posible plato, forma abundante en otros
sectores. También es interesante notar que proceden de aquí fragmentos de una tipología de vasi-
jas que no se encuentra en otros sectores, similares a vasos tipo kero (lám. 251). El porcentaje de
cerámica decorada es mayor con respecto a otras áreas (8,2%).
Las excavaciones en área G (lám. 180) tenían la finalidad de averiguar la naturaleza de este con-
junto, que guarda características diferentes respecto a los demás. Se trata de un conjunto mal con-
servado, adosado a una roca natural que completa parte del los muros perimetrales en su sección
norte. Se conservan solamente pocos vanos organizados alrededor de la plaza central, y el aspec-
to de la mampostería de los muros parece en general menos esmerado. El conjunto parecía no ter-
minado. Las excavaciones en el Sondeo I (sondeo F), permitieron descubrir que la zona había si-
do afectada seriamente por labores agrícolas, y que su aspecto actual es no solo parcial, al tratar-
se de un conjunto no terminado, sino también el resultado de reutilizaciones modernas de los mu-
ros. El sondeo F se ubicó en toda la extensión del recinto I; la remoción progresiva de las capas
evidenció que la estructura se había utilizado para el cultivo de patatas hasta tiempos recientes. Las
unidades estratigráficas, removidas de su posición original, proporcionaron poco material cultu-
ral de las tipologías más comunes de los cántaros, cuencos y platos. La unidad con posibles hue-
llas de ocupación corresponde a la unidad 2 (lám. 181). Considerado el mal estado de preserva-
ción de las unidades estratigráficas, llevamos a cabo la excavación solo en parte de la estructura,
abriendo un sondeo de 1 x 1 en la esquina sur este del cuarto (UE 3). La excavación permitió es-
tudiar un relleno de un metro de altura de piedras sueltas y tierra, que constituían la preparación
de la zona de frecuentación antigua (UE 2). Dado el mal estado de conservación del conjunto, no
se pudieron, como veremos en las conclusiones, avanzar muchas hipótesis ni sobre las activida-
des ni sobre la fase de frecuentación de este recinto, que al parecer es contemporáneo a los demás.
Los materiales encontrados son compatibles con actividades domésticas.
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Lám. 180. Ubicación del sondeo F en el área G (Sector I) de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 181. Vista de alto del piso de frecuentación del Sector I del área G de Tayapucru
(CVP 37).
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Discusión
Tayapucru es un interesante sitio de dimensiones medianas que se asienta en la baja cuenca del Gar-
guanga, a poca distancia de la confluencia del mismo río con el Chacapata, a la altura del pobla-
do de Huallin.
Los resultados de los análisis de las muestras de carbón14 recogidas en el sitio evidencian una ocu-
pación en un lapso cronológico de poco más de trescientos años, entre el 540 y el 900 d.C., con
una distribución horizontal homogénea de la superposición de estratos de ocupación y estratos de
abandono.
Es el único sitio de la zona de Chacas con una única fase de frecuentación que se remonta a la par-
te final del Intermedio Temprano/Horizonte Medio. Varios recintos, además, nunca fueron termi-
nados. Al comparar Tayapucru con los sitios contemporáneos y anteriores de la zona de Chacas se
evidencia una novedosa organización espacial: las viviendas – de dimensiones reducidas – se re-
lacionan todas con un mismo espacio común, el patio, desde y por el cual existe una única vía de
acceso. Los habitantes de cada patio agrupado compartían el espacio central y quizás utilizaban pa-
ra un fin común algunas estructuras. Como se observa para otros contextos (Stanish C. 1989b; Al-
denderfer M. - Stanish C. 1993), es posible que una estructuración similar de los espacios se con-
cibiera para acoger pequeños grupos de personas que tenían relaciones especiales, familiares o
corporativas; a nivel macro lo mismo sucede en los sitios contemporáneos en Huamachuco (véa-
se Topic J. - Topic T. 2000). Estas personas realizaban actividades aprovechando un espacio co-
mún, representado en este caso por el patio. Además, observamos diferencias entre las estructuras
que parecen indicar que existía una división y una especialización no solo entre los recintos de ca-
da patio, sino también entre los diferentes conjuntos, como sugiere por otro lado el análisis de los
restos materiales.
Los numerosos desechos, cerámica y huesos animales, encontrados en toda el área A (véase supra
y Cap. 4) nos llevan a suponer que allí se realizaban actividades económicas a más amplia escala
con respecto a otros patios, o quizás simplemente fue el patio frecuentado durante un lapso de
tiempo más amplio. En A encontramos (Sector I) también un fogón formalizado, que no pudimos
14
Los análisis se efectuaron bajo la autorización 1579/2005 del Instituto Nacional de Cultura del Perú. Fechados cal-
ibrados con OxCal Ver. 3.10 - Reimer P.J. et al. 2004.
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detectar en otros sectores del sitio15, junto con la concentración más alta de coladores (dos ejem-
plos en la lám. 248) relacionados con la preparación de comida o, quizás, de chicha. Los demás
patios agrupados del sitio son posiblemente recintos con las mismas funciones que los de A, pero
donde se realizaban actividades económicas a menor escala o quizás frecuentados durante un pe-
ríodo más corto, de hecho A es el único recinto terminado del sitio.
Mención aparte merece el sector F a causa de la presencia de lo que parece una estructura públi-
ca de gran relevancia. Los hallazgos no ayudan a definir su función y permiten solo plantear hi-
pótesis; así pues, la presencia de una huanca englobada en la estructura principal del conjunto
(Sector I) indicaría una función no doméstica del mismo, quizás un lugar de culto como parece ates-
tiguar la concentración exclusiva en este recinto de una peculiar forma de vasos en forma de ke-
ros que sabemos se utilizaba para las bebidas rituales (Rowe J. 1961; Cummins T. 2002: 31), y de
una maqueta/ofrenda (lám. 178) con una forma no tan diferente de las así llamadas maquetas re-
cuay que se consideran parafernalia (cfr. Smith J. 1977).
A manera de resumen podemos observar que el patrón del patio agrupado registrado en Tayapu-
cru es una novedad en Chacas ya que no encontramos ejemplos similares de la época anterior. Pe-
ro el patrón agrupado, especialmente circular, se conoce en Conchucos, pues existen canchas de
este tipo a partir de, por lo menos, la fase final del Horizonte Temprano. A poca distancia de Ta-
yapucru existen estructuras circulares con cuartos en el interior, con entradas abiertas al espacio
central – por ejemplo en los sitios de Balcón de Judas (CVP 30) y de Pununan Cóndor (CVP 31)
– que datan a la fase final del Horizonte Temprano. En ambos casos se trata de estructuras aisla-
das, aunque posiblemente relacionadas – puesto que los dos sitios se encuentran a corta distancia
en la cresta rocosa del mismo cerro (véase lám. 65) – con función no doméstica, al igual que las
canchas circulares de Gotushjirca (véase supra y Herrera A. - Lane K. 2004; Herrera A. 2005b).
Aún mayores semejanzas existen con los patios agrupados domésticos de Huacramarca (CVP 2),
y que se ubica en la misma área, en una cima rocosa divisoria de aguas entre la cuenca del Pota-
ca y la del Garguanga. Las áreas funerarias de chulpas de ambos asentamientos están en frente de
los dos lados de la cuenca del Garguanga, mientras que la zona de viviendas de Huacramarca se
ubica en una terraza que da sobre la cuenca del Potaca. A juzgar por la cercanía de las zonas fu-
nerarias y por sus patrones arquitectónicos tan similares, los dos asentamientos estaban con mu-
cha probabilidad en contacto. Otro elemento importante es que las fortificaciones en ambos asen-
tamientos están situadas a los lados de las aldeas que desembocan hacia las quebradas, mientras
que carecen de ellas las demás partes: las fortificaciones de Tayapucru protegen el sitio hacia la
zona donde el Garguanga desemboca en el Chacapata, y las fortificaciones de Huacramarca hacia
la vertiente del Potaca. En cambio parece que no fue nada difícil transitar por ambas vertientes de
la quebrada Garguanga, subiendo desde Tayapucru hasta a Huacramarca por el lado oriental del
cerro. Es razonable imaginar que entre los dos asentamientos existiesen estrechas relaciones, qui-
zás incluso relaciones de dependencia o de parentesco entre los habitantes. Huacramarca, sin em-
bargo, se construyó con técnicas menos refinadas y los patios agrupados aparecen menos regula-
res con respecto a los de Tayapucru. Además el sitio fue ocupado por un lapso cronológico más
amplio (véase supra CVP 2).
En el mismo cerro de Huacramarca se encontraron otras dos estructuras aisladas: patios agrupa-
dos de buena factura asociados a terrazas agrícolas y que podrían haber funcionado como resi-
15
Al parecer fogones formalizados se encontraron también en Huacramarca durante las excavaciones de Vega-Cen-
teno (2008), quien no informa ni acerca de la cantidad ni de la distribución de estas estructuras, como tampoco men-
ciona si se asociaban de una forma clara a algún tipo de hallazgo, como en el caso de los coladores en el Sector I del
área A de Tayapucru.
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16
Isbell (1991b) registra dataciones asociadas a evidencias de ocupación wari en Honcopampa (cal 543-814 d.C.;
cal 646-893 d.C., 928-943 d.C. y cal 657-978 d.C.), bien compatibles con los fechados que documentan la frecuentación
de Tayapucru.
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Meddens F. 2006, que define esta tipología de petroglifos de una forma más apropiada como cup-
marked stones) de diferentes épocas, interpretados como marcadores territoriales conectados al
ciclo agrícola, al calendario y a los sistemas de irrigación.
Es interesante notar que la piedra se encuentra en un espacio liminar entre lo construido y lo no
construido, los campos y en las cercanías de una tumba. Los grabados fueron incisos durante mu-
cho tiempo, quizás para conmemorar o recordar eventos importantes para el calendario agrícola.
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Capítulo 4
Análisis de los datos adquiridos
La cerámica recolectada1 consta de 8.708 fragmentos de los cuales derivan aproximadamente 1.043
diagnósticos, presentados en este capítulo en una selección de dibujos.
Durante la fase de análisis y descripción morfo-funcional de la cerámica, dichos fragmentos se fue-
ron colocando cronológicamente mediante comparación, utilizando las secuencias cerámicas de
contextos cercanos y basándose en la secuencia estratigráfica que, en pocos casos, se ha podido
acompañar por una datación radiocarbónica. Los fragmentos que venían de excavaciones se se-
pararon por capas de procedencia, mientras que para los procedentes de las prospecciones se hizo
por unidades (sectores), cuando fue posible.
Las principales comparaciones regionales tomadas en cuenta son la secuencia cerámica del valle
del río Santa (Wilson D. 1988), las excavaciones del sitio de Pashash-Cabana (Grieder T. 1978),
las labores en el Callejón de Huaylas y en la Cordillera Negra (Bennett W. 1944; Lau G. 2001,
2010c; Ponte V. 2000, 2009, 2011; Lane K. 2005; Lane K. - Contreras Ampuero G. 2007), las de
las cuencas del los ríos Mosna y Puchca (Burger R. 1982, 1993, 2003; Ibarra B. 2003, Ibarra B.
ed. 2009; Orsini C. - Benozzi E. 2013), en la misma cuenca baja del Yanamayo (Herrera A. 1998,
2005a; Vega-Centeno R. 2008) y finalmente en la zona de Pomabamba (Lau G. 2010a) y de Co-
rongo (Terada K. 1979). Por último se consideraron algunas secuencias cerámicas de la zona de
Cajamarca (Thatcher J. 1979; Reichlen H. - Reichlen P. 1985).
La clasificación de la cerámica diagnóstica por cada período cultural en la zona de Chacas sigue
los siguientes criterios: (1) frecuencia de hallazgo en los asentamientos y asociación con elemen-
tos diagnósticos en la arquitectura; (2) amplitud de la distribución; (3) considerable semejanza en
la pasta, en el tratamiento de la superficie y en la decoración con los marcadores temporales de
otras regiones o subregiones.
A continuación se describen los diferentes tipos clasificados en función de la forma, la decoración
y la tecnología. Las terminologías utilizadas se basan en Monsalve M. (1989) y los datos de color
en la tabla de colores Munsell (2000).
Fase Pirushtu
La muestra recolectada es muy pequeña (83 fragmentos), de modo que los datos que se presentan
deben considerarse un avance preliminar para la discusión de la cerámica de esta fase de la zona
de Chacas. Se trata de la cerámica más antigua que se pudo identificar localmente. El nombre de
la fase se debe al sitio de Pirushtu de Chacas (CVP 15, véase cap. 3), donde se recolectó parte de
1
El material se encuentra actualmente almacenado en los depósitos del Museo Regional de Ancash en Huaráz.
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Cuencos Tipo A
Los cuencos tipo A (lám. 183: 4-7) se caracterizan por presentar las paredes rectas, de un grosor
de 7 mm de media, con un diámetro de la boca de 15 cm de media. La pasta es fina, de color ro-
jo/amarillento (Reddish Yellow 5 YR 7/8), con inclusiones antiplásticas de cuarzo y shashal en su
mayoría, pero hay también pastas marrones (Light Brownish Gray 10R 6/2). El acabado superfi-
cial puede ser rojo lustroso (Red 2.5 YR 4/6) o marrón pulido (Dark Grayish Brown 10R 4/2).
Estos cuencos fueron identificados en las unidades estratigráficas 4 y 5 en el sondeo A del sector
D en Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y en el Pirushtu de Chacas (CVP 15). Las decoraciones aso-
La cronología absoluta de la cerámica del Formativo es uno de los temas más debatidos de la arqueología andina,
2
sobre todo por lo que concierne la secuencia del sitio de Chavín (véase Kaulicke P. 2010: 289-354) que, como es ob-
vio, es una referencia imprescindible para quien estudia la sierra de Ancash. En Chavín existe también el problema de
distinguir cerámica local de la cerámica importada, problema que haría muy urgente una secuencia de cerámica forma-
tiva de los contextos cercanos a Chavín y que no fuera del mismo templo (ibíd.). Por ello nos atrevemos aquí a publicar
los pocos fragmentos del Formativo final que pudimos identificar, no tanto pretendiendo definir una secuencia forma-
tiva para Chacas, sino esperando ofrecer un avance de un trabajo mucho más completo que deberá hacerse en un futuro.
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ciadas a esta forma son líneas incisas simples, también pintura roja y marrón oscuro. En el frag-
mento de cuenco procedente de Chacas dibujado en la lám. 183, la pintura es interna y externa.
Un caso aparte es el cuenco n. 7 de Jatungaga (lám. 183) que por su forma es similar a los demás
pero su pasta es muy fina, de color naranja con pintura externa negra. Este fragmento no se pudo
comparar con otros tiestos locales pero es muy similar a un fragmento excavado por W. Bennett
(1938, 1944: 75) en Chavín (n. 3706 en la unidad conocida como Chapel Mound CH 2, a una pro-
fundidad de 1 - 1,50 m).
Cuencos Tipo B
Los cuencos del tipo B (lám. 183: 1-3) se caracterizan por tener las paredes inclinadas y los labios
a punta. Los diámetros varían entre 22 y 15 cm. La pasta es de textura fina, de color Reddish Ye-
llow (5 YR 7/8), con inclusiones antiplásticas finas y un típico acabado superficial bien pulido de
color rojo lustroso (Red 2.5 YR 4/6), o de pasta marrón/gris (Light Brownish Gray 10 R 6/2) con
engobe crema (Light Yellowish Brown 10 YR 6/4). Estos cuencos pueden tener una banda de pin-
tura roja en la parte externa, cerca de los labios.
Cuencos miscelánea
Aparte de las tipologías mencionadas arriba, identificamos dos fragmentos de cuencos interesan-
tes por tener los bordes reforzados hacia la parte externa (lám. 182). Ambos fragmentos proceden
del sitio de Gatin y vienen de la recolección de superficie. La pasta de estos fragmentos es de co-
lor rosado, así como el engobe (Pink 7.5 YR 7/4), con antiplásticos fines. En uno de los dos ejem-
plares se observan trazas de pintura roja en la parte interna cerca de los labios. Un fragmento de
cuenco similar lo encontró Victor Ponte (2009) en la tumba E en el sitio Amá II y quien lo clasi-
fica como de la fase Cotojirca I (755-170 a.C.); su pasta es anaranjada y la decoración externa y
por ello el autor (ibíd.: 144) lo asocia al estilo “rojo sobre naranja”: “Bowls with Red-on-
Orange decoration and divergent sidewalls like that found in context 49N11 are common in the
Huaricoto and Early Capilla Styles, but there is a slight difference in the decorative painted band.
The same Red-on-Orange decoration appears on neckless ollas in the refuse area context 49IV30
and is comparable to the Capilla Expansive Phase of the Pacopampa site dated by Morales
(1998:118) at around 400 B.C.”
Otros fragmentos idénticos por la forma proceden de los sitios de Coronguimarca y Clarinjirca en
Corongo (Terada K. 1979 plate 112: 43 y 48), pero sus restos no han sido fechados hasta ahora.
Otro fragmento importante es una base de una vasija muy grande, quizás un cuenco de base pla-
na o una compotera (lám. 183: 8), con un acabado rojo lustroso y brillante que identificamos co-
mo típico de esta fase. Bennett (1938) documentó un ejemplo similar (fragmento no publicado n.
3704 procedente de la excavación de una trinchera a 1,25 m de profundidad en las cercanías del
así llamado Templo Viejo de Chavín de Huántar).
212
tral y norteña se registran ollas sin cuello. No teniendo a disposición un dato estadístico de varia-
ción de las formas de las ollas sin cuello, carece de sentido tratar de hacer asociaciones puntuales.
Es interesante notar que las dos ollas sin cuello con labios engrosados hacia el exterior (lám. 184:
13-14) son muy parecidas a las de la fase Pontó de Huari publicadas por B. Ibarra (2003: fig. 22
d-e), que corresponden al Formativo local. En cambio, no encontramos ollas sin cuello con los bor-
des engrosados tan comunes en Chavín en la fase final (Burger R. 1998: 125).
Cántaros
Los cántaros (lám. 185: 23-26) se caracterizan por presentar un cuello simple y convexo en me-
dida variable con el borde redondeado que disminuye su espesor en la parte de unión con el cuer-
po; la muestra pequeña no permitió individuar sub-tipos. La abertura de la boca es de unos 16 cm.
La pasta es fina, de color rojo (Reddish Yellow 5 YR 6/6) o marrón grisáceo, con inclusiones an-
tiplásticas de calcita y mica. El acabado superficial es pulido con un lustre bajo y no muy unifor-
me. Carecen de decoraciones, excepto pocos ejemplares con pintura roja en la parte interna de los
labios. La mayoría de la muestra procede de la capa 4 del sondeo D de Jatungaga (CVP 25), así
como del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Las comparaciones sincrónicas son con las vasijas abier-
tas de la fase Colpa registradas por Thatcher en Huamachuco (1979: lám. XIV). Los ejemplares
más convexos (lám. 185: 26) pueden ser comparados con los cántaros del tipo Cashapallán publi-
cados por Ibarra (2003: fig. 26 g) y con los cántaros de la fase Tornapampa Grey publicados por
Terada (1979: lám. 108 4-5); estos últimos con una cronología poco afirmada (ibíd. 179), ya que
la cerámica de esta fase se encontró mezclada a la fase formativa La Pampa sin que fuese posible
separar estratos claros y con fechados ciertos.
Platos
Los poquísimos platos identificados (lám. 185: 20-22) procedentes en su mayoría de la recolec-
ción de superficie en el Pirushtu de Chacas (CVP 15) y se caracterizan por bordes redondeados,
con abertura de unos 30 cm de media y un espesor notable de las paredes (10 mm de media). La
pasta es de textura mediana y de color rojo (Red 2.5 YR 4/6), con inclusiones antiplásticas de
shashal, mica y cuarzo. Carecen de decoraciones. Debido a los pocos ejemplos de platos en la ce-
rámica formativa, sobre todo en comparación con las ollas (véase Deboer W. 2003), la atribución
al grupo de la cerámica formativa es, de momento, tentativo y se basa en las semejanzas con las
pastas de las otras formas. Unos platos similares fueron publicados por Thatcher en Huamachu-
co, aunque los bordes se presentan diferentes (1979: lám. XIV).
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Botellas
Las botellas que identificamos (lám. 186: 27-29) proceden todas de la recolección de superficie en
Gatin y en el Pirushtu de Chacas. Se trata de botellas toscas, excepto un ejemplar (lám. 186: 29),
con una cierta variabilidad en las pastas, por lo general de textura gruesa con antiplásticos visibles
y con un color que varía entre el anaranjado (Light Reddish Brown 5 YR 6/4) y el marrón (Brown
7.5 YR 5/3). Es interesante notar que los cuellos se restringen y normalmente guardan un rebor-
de, al igual que las botellas de Chavín pero de forma un poco diferente de los documentados por
Burger (1998: 415).
Fragmentos decorados
En la muestra analizada no encontramos muchos fragmentos con decoración incisa, la más fre-
cuente durante el período formativo. Los pocos que registramos se caracterizan por presentar lí-
neas rectas, círculos estampados simples y círculos con puntos y de modelado aplicado (lám. 186:
30-33, véase también los fragmentos de la foto en la lám. 189) según la técnica de las prominen-
cias aplicadas (Burger R. 1998: 68), tipo janabarroide (Rick J. et al. 2009), del formativo medio,
sin que aparezcan, hasta ahora, también los demás complejos dibujos elaborados en Chavín y en
otros sitios chavinoides. Lo mismo releva Ibarra en la cercana zona del Puchca: en los 124 sitios
que el estudioso registró en 1997, solo se encontraron dos fragmentos incisos (Ibarra B. 2003: Fig.
27a, b). Casi siempre encontramos decoraciones pintadas en color rojo oscuro o marrón/negro.
En el sitio de Gatin (CVP 28) se hallaron dos fragmentos muy interesantes que pertenecen a la mis-
ma vasija de pasta de textura fina, de color rojo con inclusiones antiplásticas invisibles y decora-
ción externa de puntos grabados (lám. 186: 31+32). Esta decoración es idéntica a la que observa-
mos en dos fragmentos recuperados en Chavín por Bennett (1938: n. 3708 y 188). Los mismos fue-
ron estudiados también por I. Druc (2004: fig. 2-08a), quien, analizando la pasta, clasificó la ce-
rámica como no local debido a las características de los minerales presentes, que serían ajenos a
la zona del Mosna, con alto contenido de cesio (2004: 354), pero comunes en otras áreas de la
Cordillera Blanca. Del mismo modo Luis Lumbreras (2007: 586) describe la decoración de pun-
teado en el estilo “Puksha”, no local, mientras que una cerámica con punteado aparece en la local
colección de la Alcaldía de Chacas3 (inv. n. 164, lám. 187 y 188). Otro fragmento menos fino y en
color marrón claro con decoración de líneas y puntos alargados grabados se puede ver en la lám. 189.
Otro fragmento interesante (lám. 186: 30 y foto en la lám. 189) proviene del sitio de Chagastunán
(CVP 13); se trata de una parte del cuerpo de una vasija de pasta fina clara, con decoraciones de
prominencias en hileras (Burger R. 1998: 138), muy similar a uno publicado por Mesía (2007:
Fig. 181), encontrado en la capa 6 de la unidad de excavación ubicada en el borde sur-oeste del
sector Wacheqsa en Chavín. El autor publica unos fechados4 asociados a este estrato de frecuen-
tación: “A fourth date (AA-75387) was obtained from a clayish and sandy semi compact soil mi-
xed with abundant small sized cobbles and angular rocks, located in WQ-4 (layer 6). The date ob-
tained falls within the range of 836-538 BC. As the rest of the strata dated from this analytical
unit, there are no Janabarriu-like ceramics present in its ceramic assemblage, only Urabarriu-like
ones (figures 72, 180-181)” (ibíd. 2007: 151).
3
La colección fue estudiada por Laura Laurencich y Carolina Orsini entre 1999 y 2000. Realicé fotos y dibujos
(con la ayuda de los alumnos de la Escuela de Arqueología de Chacas) de todo el lote y que están por publicar. En este
capítulo se presentan algunas piezas cuando sirven para la comparación con fragmentos que proceden de nuestro tra-
bajo de campo.
4
Como es sabido, según Christian Mesía (ibíd. et passim) la fase “janabarroide” de la cerámica chavín sería mucho
más antigua de lo que afirmaba Richard Burger (1998).
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214
Discusión
La cerámica de la fase Pirushtu de la zona de Chacas se caracteriza más por sus notables caren-
cias que por sus presencias: llama la atención la falta de cuencos con bordes reforzados que se en-
cuentran en muchos sitios formativos a lo largo de la Cordillera central. Falta también cerámica
con elaboradas incisiones, ya sea de producción del mismo centro ceremonial de Chavín ya sea im-
portada. Contamos con rarísimos fragmentos de cerámica con decoraciones de pintura roja sobre
naranja, bien común en diferentes sitios formativos de la sierra de Ancash (Ponte V. 2009), así co-
mo en la zona del Puchca y en mismo centro de Chavín, clasificada por Lumbreras como cerámi-
ca mosna (2007: 591), y en otros sitios a lo largo de la cordillera (p.ej. en Huacaloma, Terada K.
- Onuki Y. 1982).
La escasa muestra a nuestra disposición no permite encajar los tiestos analizados en ninguna de
las secuencias conocidas por la zona. Finalmente es imposible concebir una división cronológica
más sutil de esta larga fase cuya duración indicamos, de una forma muy amplia y general, entre la
parte tardía y final del Formativo hasta principios del Intermedio Temprano, y tampoco separar “es-
tilos” ya que la muestra que analizamos es muy poco uniforme. La presencia de algunos frag-
mentos del Horizonte Temprano medio (p.ej. lám. 186: 30-31) nos permitiría plantear que quizás
algunos sitios (en particular Gatin y quizás también Chagastunán) tuvieran una ocupación bien
antigua, aunque sin una muestra más abundante de cerámica asociada a arquitectura no tiene sen-
tido ir más allá de simples suposiciones. Alex Herrera publica fragmentos del Horizonte Tempra-
no medio que proceden del Pirushtu de Chacas, de Huallin y de Gatin (1998: 136-149).
Cabe destacar, por último que la mayoría de la cerámica que describimos con un acabado rojo lus-
troso se compara más fácilmente con las tipologías de las épocas siguientes, es decir las de la fa-
se Llogihuasca (véase infra), cuando se enriquece con una decoración de pintura blanca (huarás
blanco sobre rojo) ausente en la fase formativa: estudios recientes (Rick J. et al. 2009) demues-
tran que la tradicional cronología asociada a la presencia de cerámica huarás debería revisarse por
completo (véase también Ponte V. 2009) quizás teniendo en cuenta las continuidades con las épo-
cas anteriores, por lo menos en los sitios formativos que revisamos (con excepción de Chavín,
donde, al parecer, la presencia de cerámica huarás marca un cambio radical, véase Rick J. et al.
2009).
Fase Llogihuasca
La muestra recolectada es pequeña (150 fragmentos diagnósticos), por ello los datos que se pre-
sentan deben considerarse como un avance preliminar.
El nombre de la fase se debe al sitio de Llogihuasca (CVP 46, véase Cap. 3), donde se encontró
buena parte de la colección. La mayoría de los fragmentos de esta fase se separaron en contextos
funerarios, por ejemplo en los sectores funerarios asociados al mismo sitio de Llogihuasca (Coli-
nas de los Entierros de Quenguan CVP 47 y de Lluviajirca CVP 48), de Jatungaga Pirushtu (CVP
25, tanto en áreas de tumbas octagonales y de caja como de entierros de chulpas, véase supra), y en
la parte alta del sitio de Mamapampa (CVP 33).
En las excavaciones fuimos separando muestras de la fase Llogihuasca en dos conjuntos domés-
ticos en el sector E y D de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). El material se encontró mezclado con ties-
tos de épocas posteriores en E (en una unidad estratigráfica superficial), mientras que estaban mez-
clados con tiestos de la fase Pirushtu en D, en la unidad estratigráfica 4.
La muestra relativamente más abundante para esta fase permite mayores comparaciones, sobre
todo con el escaso material excavado y publicado en el Callejón de Huaylas. La cerámica de este
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tipo corresponde al estilo “huarás blanco sobre rojo” del Callejón de Huaylas (Bennett W. 1938,
1944; Lynch T. 1980), de la cuenca del Puchca (Amat H. 1974, 2003) y del propio Callejón de Con-
chucos (Lumbreras L. 1974; Grieder T. 1978; Lau G. 2003) en función de su decoración típica. Se
trata de una cerámica de textura media y fina, con pasta de color marrón/rojo oscuro (casi siem-
pre del tipo Reddish Brown 2.5 YR 4/4), gris (Light Grey 2.5 YR 6/8) o naranja (Light Red, 2.5
YR 6/8); esta última la encontramos sobre todo en los cuencos tipo C (véase infra), con un aca-
bado superficial de color rojo mate y decoraciones con motivos geométricos de color blanco cre-
moso frecuentes. Según Grieder (1978: 65) la decoración de pintura blanca se daba en la parte fi-
nal que él define quinú en la secuencia local. El mismo autor (1978: 63) señala también tiestos co-
lor gris oscuro con una decoración post-cocción roja, que encontramos en cuencos5 del contexto
de la tumba I del sector L de Jatungaga mezclados con materiales de diferentes épocas.
Las formas más populares que logramos reconocer son los cuencos (en diferentes tipologías) y los
cántaros de pequeñas dimensiones, pero otros estudiosos proporcionan también ollas sin cuello
(p.ej. Grieder T. ibíd. y véase lám. 86).
Como ya señaló George Lau (2011: 137), la cerámica de esta fase no se conoce muy bien y no exis-
ten estudios de tiestos en secuencia estratigráfica, salvo pocas excepciones6. Complica la identifi-
cación de los especímenes, que se caracterizan por un acabado rojo mate, por el hecho de que du-
rante el Horizonte Medio se utiliza largamente una cerámica con el acabado del mismo color. Lau
(2011: 137) relata de cómo material huarás se encuentra mezclado con caolín del Intermedio Tem-
prano en el mismo sitio de Chavín (véase también Gamboa J. ms) y que cerámica con acabado ro-
jo mate se encuentra durante el Horizonte Medio. El estudioso deja abierta tres posibles explica-
ciones: 1) que cuando se encuentra cerámica con acabado rojo mate en contextos HM se trate de
cerámica muy antigua ofrendada en ajuares posteriores; 2) que sea una imitación tardía del estilo
huarás, o 3) que existieran grupos de pobladores huarás que continuaran produciendo su cerámi-
ca hasta por lo menos finales del Intermedio Temprano/Horizonte Medio. En nuestra opinión las
cerámicas con acabado rojo mate son demasiado frecuentes durante el Horizonte Medio para ser
reliquias conservadas de las épocas anteriores, además de que algunas formas presentes en el HM
de esta pasta son completamente diferentes a las formas clásicas Llogihuasca. Al mismo tiempo
nosotros también encontramos vasijas con formas y acabado Llogihuasca en contextos mortuorios de
chulpas, por ejemplo en diferentes zonas de la quebrada Garguanga (en las tumbas a chulpa de Taya-
pucru – CVP 37 y de Pishaj II CVP 42) y en dos tumbas tipo chulpa en los sectores L y Q7 de Jatun-
gaga Pirushtu (CVP 25, véase infra), así como en estructuras funerarias tipo cistas semi subterráneas
con piedras labradas (Tumba II del sector M de Jatungaga) junto con cerámica en caolín y también en
pasta gris más común (lám. 190). O sea en asociación con materiales de diferentes épocas.
Basándonos en su ubicación en los contextos estratigráficos, trataremos de distinguir la pasta con
acabado rojo mate antigua de la post-recuay, o contemporánea a la última fase de la producción
del Intermedio Temprano, ocupándonos de esta última en el párrafo de la cerámica del Horizonte
Medio. Más difícil en cambio será aplicar esta distinción en los contextos funerarios.
Las formas reconocidas para la cerámica de esta fase son cuencos y cántaros; se localizaron ade-
más algunas tipologías de asas, principalmente de cántaros o de botellas.
5
Los fragmentos no se han publicado en el presente trabajo.
6 Por ejemplo los contextos funerarios estudiados por Bennett (1944), las excavaciones en Pashash (Grieder T. 1978,
cerámica de la fase “quinú”). La cerámica de Queyash Alto (Gero J. 1986) en cambio, no se ha publicado.
7
En esta última se realizó un fechado de restos vegetales que restituye una frecuentación entre el 1030 y 1300 d.C.
(véase Cap. 3).
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Para este período no pudimos separar en fases la muestra y su cronología es, como señalamos,
muy problemática ya que se superimpone con la de las fases anteriores y posteriores.
Cuencos Tipo A
Los cuencos de tipo A (lám. 191) se caracterizan por presentar una forma abierta, las paredes rec-
tas, los labios convexos y la base plana o levemente cóncava. Los diámetros son de unos 18 cm
de media, el espesor de las paredes oscila entre los 3 y los 7 mm.
La pasta es de textura media, de color marrón gris (Dark Greyish Brown 2.5 Y 4/2) y marrón ro-
jiza (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6), con un acabado superficial rojo mate (Red 2.5 YR 5/8) y con
inclusiones antiplásticas visibles de calcita, mica y cuarzo.
La decoración es geométrica, de color blanco cremoso y está cerca de los labios. Los dibujos tí-
picos son líneas y círculos, con posibles estilizaciones de ojos. Hay casos con decoración de pin-
tura blanca en la parte interior de las vasijas y roja en los labios.
Las comparaciones más directas son con los fragmentos publicados por Lynch (1980: fig. 9.23 b
y e) Bennett (1944: fig. 12g) y Amat (2003: fig. 2) y con algunos ejemplares conservados en una
colección privada de Chacas (lám. 192).
Los cuencos de tipo A y de tipo B (descrito líneas abajo) son las tipologías más comunes en el Ca-
llejón de Huaylas (Bennett W. 1944: 37) durante esta fase.
Cuencos Tipo B
Los cuencos de tipo B (lám. 193: 43, 44) se caracterizan por presentar una forma abierta, las pa-
redes rectas, los labios convexos ligeramente evertidos y la base plana o levemente cóncava. Los
diámetros oscilan entre los 14-18 cm y las paredes del cuerpo entre los 4 y los 6 mm.
La pasta es de textura media, de color marrón claro (Light Brown 7.5 YR 6/4), con un acabado su-
perficial rojo (Reddish Yellow 5 YR 7/8) y con inclusiones antiplásticas visibles de shashal y de
piedra roja molida. La decoración es geométrica, de color blanco cremoso, en la parte superior de
la vasija, o rojo positivo. Los dibujos típicos son geométricos, en forma de griega y con pintura en los
labios. Las comparaciones más directas son con los fragmentos publicados por Bennett (1944: fig.
12b), Amat (2003: fig. 2), y con una vasija de una colección privada de Chacas, que presenta una
decoración incisa por lo que concierne la forma (lám. 194), y con otra siempre de Chacas por la
decoración con griegas (lám. 192 abajo).
En una variante (lám. 193: 48) presentan labios más evertidos con una pasta color rojo claro (Light
Red 2.5 YR 6/8), con un acabado superficial del mismo color y con inclusiones antiplásticas visi-
bles de shashal y calcita. Los ejemplares que recogimos carecen de decoraciones, pero quizás es-
to se debe al mal estado de conservación de los fragmentos. Un paralelismo interesante para esta
variante está representando por un cuenco muy similar (lám. 195) encontrado en la Estructura VIII
del sitio de Ishla Ranra en la Laguna de Puruhuay (Huari, Ancash) junto con material muy tosco
y algunos fragmentos de cuerpos de vasijas con círculos impresos (Orsini C. - Benozzi E. 2013:
fig. 111). El contexto se fechó con tres muestras: 190 BC-90 AD (95.4%); 210 AD (86.8%); 510-
350 BC (87.4%) (ibíd. Apéndice C). Por último se señala un ejemplar idéntico a nivel de forma
del cuerpo y de la boca, con una pasta marrón claro y no naranja como en los ejemplos citados an-
teriormente, también procedente de la local colección de la Alcaldía (inv. 367), con una decora-
ción incisa y la base apedestalada (lám. 196).
Cuencos Tipo C
Los cuencos de tipo C (lám. 197) son diferentes de las tipologías antes ilustradas. Se caracterizan
por su aspecto menos refinado, la forma abierta, las paredes levemente convexas, los labios re-
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dondeados. Los diámetros oscilan entre los 16-20 cm y las paredes del cuerpo entre los 5-7 mm.
La pasta es de textura marrón claro (Light Yellowish Brown 10 YR 6/4), o marrón (Brown 7.5 YR
7/3) con acabado superficial rojo (Red 10 R 5/6). Las inclusiones antiplásticas visibles son de cal-
cita y mica. En un caso se registró una pintura con líneas verticales de color rojo en la parte inter-
na de la vasija (lám. 197: 49), además de la clásica pintura blanca cremosa en la parte externa.
Cuencos Tipo D
Los cuencos de tipo D (lám. 198, véase también lám. 190) presentan una forma más redondeada
y la abertura de la boca menos ancha que las variantes anteriores: las paredes y la base son delga-
das y levemente cóncavas y los labios redondeados. La textura de la pasta es fina y granulosa, con
inclusiones casi invisibles, de cuarzo.
Los diámetros oscilan entre los 14-21 cm y las paredes de los cuerpos miden 4 mm. La pasta es
de color rojo mate (Red 10 R 5/6), así como el acabado superficial interno y externo, que se pre-
senta uniforme y pulido. Se han apreciado trazas de pintura superficial de color blanco cremoso
en la parte externa de las vasijas.
Las comparaciones más directas son con varios fragmentos no publicados procedentes de Wilka-
waín (Bennett W. 1938: 102 fragm. 3677) y con un ejemplar publicado por Diessl procedente de
Warampu Patac en San Marcos (Diessl W. 2004: fig. Sma 76c).
En la colección de la Alcaldía de Chacas existen diferentes vasijas (véase por ejemplo el inv. 222,
lám. 199) que tienen una forma parecida, la base apedestalada pero la pasta es mucho más clara y
el rojo se debe a la pintura en la parte exterior más que al engobe.
Cántaros
Esta tipología de vasija parece más rara; se hallaron además pocas formas. La mayoría de la mues-
tra procede de recolección de superficie y se clasificó en base a la pasta y al acabado exterior. Los
sitios de esta fase que presentaron cántaros son principalmente Llogihuasca (CVP 46), Colina de
los entierros de Quenguan (CVP 47) y Jatungaga Pirushtu (CVP 25). Escasean las comparaciones
sincrónicas con ejemplares a nivel regional.
Cántaros Tipo A
Los cántaros de tipo A (lám. 200) se caracterizan por presentar un cuello largo, cuyo grado de in-
clinación respecto al cuerpo puede ser muy alto (p.ej. lám. 200: 55-56), con borde redondeado. El
cuello puede disminuir en espesor en la parte de unión con el cuerpo (p.ej. lám. 200: 58). La aber-
tura de la boca mide entre los 14 y los 16 cm, las paredes entre 5 y 10 mm. La pasta es de textura
de fina a mediana, de color rojo (Reddish Yellow 7.5 YR 7/6) a marrón claro (Light Brown 7.5 YR
6/3) y el acabado superficial es rojo mate (Red 2.5 YR 4/8); dos ejemplares procedentes del estrato
profundo del sondeo en el área D de Jatungaga (sin publicar) son de pasta gris y engobe rosado con
inclusiones antiplásticas de pirita, calcita, mica y shashal. Se observaron ocasionales trazas de pin-
tura roja cerca de los labios en la parte interna y externa de las vasijas. Algunos ejemplares simi-
lares se encontraron en la colección de la Alcaldía de Chacas: véase por ejemplo el inv. 420 (lám.
201).
Miscelánea
En la lámina 202 se presentan algunas tipologías (62-66) de cántaros que no se han logrado reu-
nir bajo una misma tipología a causa de la escasez de la muestra. Se caracterizan por su cuello me-
diamente alto, convexo y con borde redondeado. La abertura de la boca es mediamente ancha y
las paredes miden entre 6 y 8 mm.
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Esta tipología de cántaro será popular durante las siguientes fases de la alfarería local.
Se presenta además un ejemplar de botella, (lám. 202: 60+61) que no conserva el cuello, muy in-
teresante por las decoraciones geométricas de líneas simples de color blanco cremoso, por su for-
ma globular, y por su cuello restringido.
La pasta de estas vasijas es de color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/8) y de textura media con iner-
tes de calcita y shashal. El acabado superficial y el engobe (en general en mal estado de conser-
vación) presentan un acabado fino y un engobe rojo mate.
En la lámina 203 ilustramos algunos ejemplos de cuerpos decorados, la mayoría de los cuales se
encontraron en el sitio funerario de Pishaj II (CVP 42)8: una chulpa profanada donde los saquea-
dores dejaron abundantes restos de cerámica de diferentes épocas. El fragmento más interesante
es quizás el que pertenece a la base completa y parte del cuerpo correspondiente a la forma de
hombre agachado de una botella antropomorfa (lám. 203: 67). La pasta es de color rojizo (Red-
dish Yellow 5 YR 6/8) y de textura media con inertes de calcita y shashal, con acabado superfi-
cial fino y engobe rojo mate. El ejemplar recuerda mucho a uno encontrado por Bennett en el si-
tio 9H2 (fragmento no publicado n. 3676), o sea procedente de una galería subterránea (que el es-
tudioso llama Subterranean House 2, 1944: 38) de donde se sacaron muchos materiales cerámicos
de diferentes épocas.
Otro fragmento interesante es el cuerpo de un recipiente de grandes dimensiones cerrado (lám.
203: 73+74) de color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/8) y de textura media con inertes de calcita
con engobe rojo mate y trazas de pintura blanca. Este recipiente tenía una asa acintada vertical que
se rompió.
Discusión
La fase Llogihuasca corresponde a un núcleo de vasijas que, igual que la cerámica conocida a ni-
vel regional como huarás o blanco sobre rojo, se reconoce por su acabado superficial. En esta fa-
se se puede apreciar el predominio de los cuencos que constituirán la forma más común de la épo-
ca siguiente (véase también Lau G. 2011: 142). Con respecto a la fase anterior, existe una conti-
nuidad en el predominio de las pastas rojizas, aunque en esta fase disminuyen las decoraciones gra-
badas y se afirma la pintura positiva, especialmente de color blanco.
La cronología de esta fase es muy controvertida: en la zona de Chacas, así como en otros lugares
de la vertiente oriental de la Cordillera Blanca y en la zona del Callejón de Huaylas, las asocia-
ciones estratigráficas permiten identificar este núcleo como perteneciente a un momento de tran-
sición entre el Formativo y el Período Intermedio Temprano. Como es sabido, no existen muchos
fechados absolutos y, en base a estudios recientes (Rick J. et al. 2009), la producción de esta ce-
rámica podría haber durado desde el 500 a.C. hasta el 250 d.C.
El contexto de hallazgo ayuda solo en parte a solucionar el dilema de la cronología absoluta de es-
ta fase, pues en la mayoría de los casos se hallaron muestras de este estilo en contextos funerarios,
en muchas ocasiones asociados a vasijas de efigies en caolín (p.ej. lám. 82, véase también Gam-
boa J. 2009 y ms para la asociación en los mismos contextos funerarios de cerámica blanco sobre
rojo con cerámica en caolín). Vale la pena notar que en las locales colecciones privadas de cerá-
mios procedentes de contextos funerarios se encuentra también un estilo muy interesante de cuen-
cos y vasijas efigies en caolín con un acabado superficial rojo mate y dibujos negativos blancos,
8
Se trata de un contexto funerario que data del Intermedio Temprano tardío al Horizonte Medio gravemente saque-
ado: no se puede descartar la hipótesis de que la actual ubicación de los fragmentos de la fase Llogihuasca sea fruto de
la acción de los saqueadores que removieron todas las tumbas del cerro Pishajirca.
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registrado también por Terence Grieder (1978: 64-65) y clasificado por el autor como pertene-
ciente a la fase terminal del periodo Quinú, que él coloca en un período mucho más reciente (?-
310 d.C., Grieder T. ibíd.) respecto a J. Rick (Rick J. et al. 2009: 500 a.C.-250 d.C.). Como apun-
tamos, la variante B de los cuencos de la fase Llogihuasca podría remontarse a una época entre el
510 a.C. y el 90 d.C.
La presencia de fragmentería de caolín en contextos Llogihuasca deja abierta la posibilidad de
que la cerámica de caolín se utilizara antes del clásico estilo que se atribuye a grupos recuay y plan-
tea además la posibilidad de una co-existencia de estilos durante mucho tiempo (incluyendo el
Formativo final). Por lo que concierne los ejemplos chacasinos, la forma de cuenco con paredes
rectas e inclinadas (tipos A y B) en cerámica fina, de color rojo mate, pero también en caolín (vé-
ase cuenco tipo B de la fase Jatungaga I infra), es otro elemento en común que quizás apunta ha-
cia la definición de dos estilos, que probablemente fueron contemporáneos y compartieron muchos
elementos de la decoración y de la tecnología.
Finalmente cabe destacar que: por un lado, en la mayoría de los casos esta cerámica procede de
contextos de tumbas subterráneas, aunque también de chulpas (pero véase nota 8), y por el otro,
se registra, aunque raramente, la presencia de estos objetos en contextos domésticos y en aldeas,
asociados a arquitectura ya que algunos asentamientos fueron activos a partir del Horizonte Tem-
prano final. Como señalamos antes, inclusive en todos los casos la cerámica Llogihuasca se en-
cuentra mezclada con fragmentería de otras fases.
Por todo lo considerado hasta ahora, quizás sería más correcto clasificar la cerámica de estas ca-
racterísticas como un estilo más que como una fase, ya que su cronología es diacrónica con res-
pecto a otras fases anteriores y posteriores.
Fase Jatungaga I
La colección de cerámica de esta fase comprende alrededor de 400 fragmentos diagnósticos pro-
cedentes de excavaciones y de recolecciones de superficie en diferentes sitios de la zona de Cha-
cas. La mayoría de la muestra procede de las excavaciones llevadas a cabo en los recintos más al-
tos de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) – de donde toma el nombre la fase – y de Chagastunán (CVP
13), así como de contextos funerarios de los sitios mencionados y de Tayapucru (CVP 37), donde
los cuencos clásicos de esta fase se clasificaron como ofrenda entre materiales de la fase Jatunga-
ga II (véase infra). Una importante muestra procede también de las necrópolis con tumbas túmu-
lo y tumbas caja de los sitios de Lluviajirca (CVP 48), así como de la Colina de los entierros de
Quenguan (CVP 47).
Distinguimos, a continuación, la cerámica con pasta de caolín y la de otras clases, debido a que
las muestras de cerámica de caolín son menos con respecto a las muestras de cerámica no caolí-
nica; además su alta calidad, junto al buen grado de conservación, nos llevaron a suponer que no
se trataba de una cerámica utilizada cotidianamente, y que su empleo quedaba reservado a momen-
tos especiales (véase también Lau G. 2011: 138 y siguientes).
Los cuencos y los cántaros con cuello evertido son las formas más comunes durante la fase Ja-
tungaga I, y la decoración más popular es la pintura positiva roja en varias tonalidades, la pintura
negra y la pintura negativa blanca.
Cabe destacar por último que, en la zona de Chacas, se encuentran tres variedades diferentes de
cerámica caolín: una puramente blanca, una blanca rosada y una blanca anaranjada (mezcladas
con arcilla seleccionada). Son casos raros aquellos en los que se registra el caolín utilizado como
engobe en un núcleo reducido finísimo de pasta color negro.
Las numerosas relaciones sincrónicas se registran, entre otras, con la cerámica de la fase recuay
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del Callejón de Huaylas9 (Bennett W. 1944; Wegner S. 2003), la cerámica de la fase Quimít de Pas-
hash en el Callejón de Conchucos (Grieder T. 1978), a su vez dividida en subfases, con la cerámica
de la fase Kayán de Chinchawas en Cordillera Negra (Lau G. 2001, 2003), y con la cerámica del
tipo pintado fino de la cuenca del Puchca (Ibarra B. 2003). Por último, a causa de una enorme ac-
tividad de saqueos de las necrópolis de esta fase en Chacas, fue posible comparar nuestros frag-
mentos con ejemplares enteros, actualmente pertenecientes a la colección de la Alcaldía, que pu-
dimos asimismo registrar y dibujar.
Cuencos tipo A
Los cuencos de tipo A (lám. 204) se caracterizan por sus paredes casi rectas y verticales. La ma-
yoría de la muestra presenta una pasta blanca muy fina de caolín (White 10R 8/1) con inertes in-
visibles, y en algunos casos de color crema muy claro (Very Pale Brown 10 YR 8/3) o rosado muy
claro (Pink 7.5 YR 8/3); quizás estos últimos son el resultado de una mezcla entre caolín y arcilla
seleccionada (véase también Lau G. 2011: 138). En las excavaciones de la estructura H4 de Cha-
gastunán (CVP 13) en la UE 2, se encontró un fragmento de un cuenco de cerámica negra pulida
que corresponde a esta tipología.
Los diámetros miden entre 8 y 14 cm, con un solo caso aislado de 25 cm y el espesor de las pare-
des oscila entre los 4 y 5 mm. Los ejemplares a menudo están decorados con pintura positiva de
color rojo oscuro y con pintura positiva de color blanco en círculos aplicada en franjas de color ro-
jo (lám. 204: 75, 79).
Como ya señalamos, esta tipología de cuenco se encontró en diferentes asentamientos con fases
de ocupación del Intermedio Temprano, como el Pirushtu de Chacas (CVP 15), en la unidad es-
tratigráfica 2 del sector H de Chagastunán (CVP 13) junto con un fragmento de una vasija en pie-
dra pulida, otras tipologías de vasijas en caolín, restos de carbón y huesos de camélidos (véase Cap.
3), así como en la recolección de superficie en el mismo sitio. Algunos cuencos procedían también
de la tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).
Cuencos del tipo A se observan en la fase Kayán de Chinchawas (Lau G. 2001: fig. 7.1 A-G, Wa-
re A) y en la fase Quimít de Pashash (Grieder T. 1978: fig. 35 T), así como en la cueva del Guita-
rrero (Lynch T. 1980: fig. 9.23 i). Un ejemplo de cuenco negro pulido lo excavó Victor Ponte en
Marca Jirka cerca de Huaráz (400-600 d.C. comunicación: MidWest Conference, Chicago, 2012).
Las paredes rectas y la profundidad aparecen como un elemento de continuidad con los cuencos
de la fase anterior.
Cuencos tipo B
Los cuencos de tipo B (lám. 205) son una variante más inclinada y convergente del tipo anterior.
Al igual que los de tipo A, estos cuencos se caracterizan por un ángulo marcado de la base, ya sea
plana o apedestalada (véase también lám. 226). Los diámetros oscilan entre los 15-20 cm y el es-
pesor de las paredes entre los 3 y 4 mm. La pasta es de textura muy fina de caolín, de color blan-
co (Light Grey 2.5 YR 7/1) o blanco rosado, con inclusiones invisibles y engobe interno y exter-
no, normalmente del mismo color que la pasta, y con una decoración de pintura positiva y geo-
métrica de color rojo. El tipo B es muy similar, como forma, a la variante B de los cuencos de la
fase Llogihuasca: quizás este elemento podría atestiguar “préstamos” entre las dos fases, que, co-
mo indicamos, posiblemente fueron contemporáneas.
9 Limitamos en lo posible las comparaciones a nivel regional, aunque es bien sabido que muchas comparaciones se
pueden hacer con otros estilos contemporáneos de la costa de Ancash y de la zona de la sierra, al norte de Ancash.
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Formas muy similares son las que aparecen en algunos cuencos de la Alcaldía de Chacas: p.ej. el
inv. 210 (lám. 206) caracterizado por una decoración de V (uves) blancas en una faja horizontal
sobre una banda roja cerca del pedestal y por V (uves) en vertical con líneas onduladas rojas so-
bre una faja blanca en el cuerpo de la vasija.
Cuencos tipo C
Tipología de cuencos profundos pero con un perfil de las paredes redondeado respecto a las dos
variantes anteriores (lám. 207). Los diámetros varían entre los 12 y los 14 cm, la pasta es de tex-
tura variable entre fina y gruesa, su color varía entre el rosado fino (Pink 7.5 YR 7/4) el marrón
claro (Light Brown 7.5 YR 6/3) y los tonos más rojizos (Light Red 10R 6/8). Los fragmentos fi-
nos proceden de la gran tumba I del sector L de Jatungaga (p.ej. lám. 207: 88). Se registraron frag-
mentos de este tipo de cuencos en contextos de estructuras en asentamientos (p. ej. en Chagastu-
nán, lám. 207: 90). Las decoraciones son de pintura positiva roja y blanca en la parte externa, ge-
neralmente en bandas. La vasija n. 88 aparentemente formaba parte de un lote de ofrendas de re-
cipientes en la tumba L de Jatungaga (CVP 25) de diferentes formas, todos con una decoración de
bandas de color rojo con puntos blancos. Para la decoración véase Ibarra B. 2003: fig. 31 C y pa-
ra la forma Lynch T. 1980: fig. 9.23j y Grieder T. 1978: fig. 36t.
Cuencos tipo D
La forma D (lám. 208) es la más popular de esta fase, bien representada en diferentes sitios del va-
lle con etapa de ocupación/frecuentación del Intermedio Temprano. Existe también en muchos
ejemplares en las colecciones privadas de la zona y a nivel sub-regional, siendo quizás la expre-
sión más conocida de los cuencos del Intermedio Temprano, sobre todo en la versión con pedes-
tal anular. No encontramos ningún ejemplar entero, pero sí numerosas bases (que se describen en
la sección dedicada) y cuencos conservados hasta un 70%. Se trata de un cuenco más profundo con
respecto a las tipologías descritas previamente, con las paredes más redondeadas y un ángulo me-
nos pronunciado en la inserción de la base cóncava. Los diámetros varían entre 10 y 16 cm, el es-
pesor de las paredes entre 3 y 6 mm, la pasta es bien fina de caolín o de caolín rosado (Pinkish Whi-
te 5 YR 5/4 o Pink 7.5 YR 8/3) y en algunos casos de un color rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 7/6)
con inertes casi invisibles, entre los cuales se distingue shashal molido. La decoración con pintu-
ra es frecuente, las pinceladas son precisas y de color rojo y negro, tanto en las partes externas co-
mo en las internas de las vasijas, incluyendo los labios.
Numerosas son las comparaciones posibles, comenzando por los cuencos de tipo fino de Yayno
(Lau G. 2011: lám. 4); también hay varios ejemplares que se pueden comparar en la colección de
la Alcaldía de Chacas (lám. 209).
Cabe destacar que un ejemplo muy bien conservado de esta tipología de cuenco se encontró en la
tumba II en el sitio de Tayapucru (CVP 37, véase infra lám. 281).
Cuencos tipo E
Los cuencos de tipo E (lám. 210) presentan una forma similar a la tipología D pero son menos pro-
fundos y su aspecto es menos regular. La pasta es de textura y colores diferentes, entre marrón cla-
ro (Light Reddish Brown 10 YR 6/4) y gris, con algunos ejemplares en caolín; las inclusiones an-
tiplásticas son menos finas, y presentan cuarzo y shashal. Se aprecian decoraciones en pintura po-
sitiva roja y negra en la parte superior externa e interior de las vasijas.
La forma recuerda la tipología Ware Bowl 2 de la fase Kayán de Chinchawas (2001: fig. 7.1 h-w).
Su difusión es amplia, incluyendo contextos de estructuras del Intermedio Temprano en los sitios
de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y Chagastunán (CVP 13) en asociación con cuencos de otra ti-
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pología de la misma fase. Incluimos en este grupo un fragmento de caolín muy fino (107/1) con
pintura de color rojo oscuro enmarcada en dos líneas de pintura positiva negra, que encaja en es-
ta tipología solamente por la forma, mientras que su decoración y el tratamiento superficial pare-
ce ajeno de la zona de Chacas. Algunos fragmentos similares los encontró G. Lau en Chinchawas
(fase Chinchawasi I: 2010a: fig.91O) y el mismo los compara con la cerámica definida Marañón
por W. Bennett (ibíd.). La cerámica caolín caracterizada por una decoración positiva de líneas fi-
nas en negro y rojo, se encuentra en la zona norte oriental de los Andes centrales, comprendiendo
el área de Cajamarca (fase Cajamarca Temprano del Período Intermedio Temprano, Julien D. 1993)
y del Gran Pajatén (conjunto pre-fase Abiseo, Church W. 1991: fig. 13).
Cántaros Tipo A
Los cántaros de tipo A (lám. 211, 212) se caracterizan por tener un cuello largo evertido con bor-
de redondeado en dos variantes: una más popular con perfil recto, y la otra con un perfil más acam-
panulado (lám 211: 109). La abertura de la boca mide entre los 24 y 9 cm, las paredes miden en
promedio unos 10 mm. Esta forma se encuentra en los sitios con fases de ocupación del Interme-
dio Temprano en contextos funerarios, así como en recintos de viviendas o espacios de ceremo-
nias. Un buen número de cántaros A y de la tipología siguiente (B) proceden de la UE 2 estructu-
ra H4 de Chagastunán (CVP 13).
La pasta es de textura variable de color rojizo (Reddish Yellow 7.5 YR 7/6) y marrón (Light Brown
7.5 YR 6/4), con inclusiones antiplásticas de calcita y shashal. El acabado superficial puede ser
de bajo lustre y no uniforme, así como bien pulido de color rojo mate (Red 2.5 YR 4/8).
Las comparaciones más directas se dan con los cántaros de tipo plano naranja (Ibarra 2003: fig.
32) y con los cántaros de la forma B5 de Pashash (Grieder T. 1978: fig. 32) para el tipo con cue-
llo más recto, y de la forma B10 (ibíd.) para el tipo más acampanulado. Cabe notar que el autor en
su secuencia clasifica dichas formas como de la fase Yaiá (400-500 d.C.).
En la colección de la Alcaldía de Chacas se conservan diferente vasijas enteras que se pueden
comparar con los cántaros del tipo A por su forma y por la pasta: el inv. 425 (lám. 213) de factu-
ra mediana decorado con pinceladas de color rojo muy imprecisas en la parte externa, y la paccha
inv. n. 2 con decoraciones aplicadas de aves tridimensionales en el cuello (se conserva solo una
de las dos) y un tubo versador en forma de cabeza de dignitario (lám. 214). Ambos ejemplares pre-
sentan un cuello acampanulado, pero la abertura de la boca generalmente es de diámetro menor.
Un perfil más recto se observa en el inv. 344 (lám. 215), pues el ejemplar presenta una pasta gris
con engobe rosado y carece de decoraciones. De hecho tanto los ejemplares enteros como los frag-
mentos de cántaros presentados en esta sección, tienen una factura muy variable en términos de
calidad y carecen de ejemplares en caolín.
Cántaros Tipo B
El tipo B (lám. 216, 217) se caracteriza por un cuello largo o medio con los labios evertidos. El
cuello puede tener un perfil casi recto o ligeramente convexo. La abertura de la boca mide entre
los 14 y 20 cm y las paredes una media de 6 mm. La pasta es variable, con ejemplares rojizos
(Reddish Yellow 7.5 YR 6/8) de dimensiones anchas; se registran también algunos ejemplares en
caolín. La mayoría de los tiestos carecen de decoraciones. Para la distribución de esta tipología de
forma véase el tipo A. Cabe señalar que esta forma de cántaro es bien similar a las registradas du-
rante las fases Pirushtu y Llogihuasca.
Cántaros Tipo C
Los cántaros que clasificamos bajo esta forma (lám. 218) son de cuello largo y muy expandido, y
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corresponden a una forma ya conocida en las fases más antiguas de la cerámica local. El mismo
cuello caracteriza vasijas grandes con bocas que pueden medir hasta 28 cm, así como vasijas con
una abertura de 8 cm. La mayoría de la muestra procede de una recolección de superficie en los
sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25), del cercano Rejrish (CVP 32) y de otros sitios del Inter-
medio Temprano de Chacas. La pasta de estas vasijas es de textura media y de color rojizo (Red-
dish Yellow 7.5 YR 6/8) con engobe de color similar. Del mismo modo que observamos en las otras
formas de cántaros, hay ejemplares más finos y otros que se presentan más toscos.
Cántaros Tipo D
Los cántaros del tipo D (lám. 219, 220) se caracterizan por un cuello corto con un borde redon-
deado: el cuello aumenta de espesor en la parte de unión con el cuerpo y el ángulo de inflexión en-
tre cuerpo y cuello es bien agudo. La abertura de la boca varía entre los 14 y 20 cm y las paredes
son mediamente delgadas. La pasta es de textura mediana y de color marrón claro (Light Reddish
Brown; 2.5 YR 7/3 y Brown 7.5 YR 5/4). Se observaron decoraciones de pintura blanca y roja po-
sitiva, en la parte superior externa o interior de las vasijas, de líneas rectas y onduladas.
Muchos fragmentos de diferentes cántaros de esta forma proceden del sitio de Llogihuasca. Una
tipología idéntica se publicó en Lynch T. 1980: fig. 9.23o. Además hay varias vasijas enteras en
la colección de la Alcaldía de Chacas en las cuales se puede apreciar la misma forma de cuello y
labios: por ejemplo, en el ejemplar inv. n. 393 que es una vasija utilitaria (lám. 221), así como en
el magnífico cántaro con una cabeza de mujer modelada en la parte central del cuerpo (inv. 394,
lám. 222).
Miscelánea
La miscelánea la componen tipologías diferentes y aisladas de vasijas (cántaros y ollas) (lám. 224)
y una cacerola (lám. 223). Los cántaros son de pasta rojiza (Light Reddish Brown 2.5 YR 7/4): al-
gunos de ellos presentan un cuello tipo cuenco (lám. 224: 141, 142) característico de los cántaros
de la zona norte del Callejón de Conchucos (Terada K. 1979: lám. 100), de Huamachuco10 y de Vi-
racochapampa (McCown T. 1945: fig. 18).
Un caso aparte sería el del recipiente abierto finísimo de caolín blanco tipo cacerola, con cuello
evertido y plano, con decoraciones geométricas rojas en la parte plana interior y en el punto de
unión exterior entre el cuello y el cuerpo de la vasija (lám. 223) procedente de la recolección de
superficie en el sector L del sitio de Chagastunán (CVP 13). Las comparaciones posibles con mues-
tras a nivel regional son varias: véase, por ejemplo, una vasija publicada por Gambini (cacerola
con labio anillado 1983-1984: 143), y otra publicada por McCown (1945: fig. 14l). La tipología
del cuello recuerda la de los cántaros con cuello anillado encontrados en la tumba Jancu, en las cer-
canías de Huaráz. La misma forma con cuello anillado se observa también en otra vasija, de as-
pecto mucho más tosco, de pasta anaranjada en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 356,
lám 225).
Bases y asas
Se registraron numerosos fragmentos de bases planas y de bases anilladas de factura fina de cao-
lín (lám. 226). Las asas (lám. 227) son en su mayoría acintadas horizontales con algunos ejemplares
coniformes (lám. 227: 157, 158).
10
Aunque los encontramos en la fase Amaru del Horizonte Medio (Thatcher J. 1972-1974: plate XXXVII).
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Discusión
La variedad de las formas, así como el mayor número de sitios que presentan esta tipología de ce-
rámica, lleva a pensar en un difusión más amplia respecto a los estilos reconocidos en los perío-
dos anteriores aunque muchas formas de los períodos anteriores se siguen utilizando. Por otro la-
do sabemos que se registra un aumento en el número de los asentamientos durante esta fase.
La cerámica caolín se vuelve más común, pues se conocen varias canteras de este material en la
zona de Chacas, en el cerro de Macuash, de donde probablemente se extraía en el pasado.
La forma que presenta la mayoría de la cerámica de caolín es la del cuenco. Sobre la base de la
variación de esta forma adoptada por diferentes grupos de la zona de la sierra de Ancash a partir
del Formativo final, George Lau (2011: 150-151) determina la existencia de tres grandes fases que
finalizarían entre el 600 y el 700 d.C. (no se indica un período de inicio). Al parecer el autor se-
ñala tres períodos subsiguientes, basándose en la secuencia de sus propias excavaciones en Yay-
no (Piscobamba, Conchucos ibíd.), y en la secuencia determinada por Grieder en Pashash (1978).
No logramos subdividir en subfases cronológicos los cuencos, quizás a causa de la pequeña mues-
tra de fragmentos de excavaciones y de los escasos fechados radiocarbónicos que pudimos reali-
zar. Por lo que concierne la cerámica utilitaria difiere de la de la fase anterior porque presenta una
pasta rojizo amarillenta sin el típico acabado rojo mate que encontramos a menudo en la fase Llo-
gihuasca. También merece la pena notar que algunas tipologías de cántaros que aparecen en esta
fase serán comunes, con algunas variantes, en las fases posteriores (véase infra).
Como observamos en el párrafo relativo a la discusión de la cerámica de la fase Llogihuasca, po-
siblemente el caolín se utilizó durante una fase más larga de tiempo de lo que se pensaba, a partir
dal Formativo final. Sin embargo, también es cierto que durante el Intermedio Temprano su uso
se intensifica. La mayoría de fragmentos se encontraron en contextos de asentamientos comple-
jos, como Chagastunán y Jatungaga, en estratos que no se pudieron fechar de forma absoluta, pe-
ro que se remontan a una fase post formativa y que, al parecer, llega hasta al Horizonte Medio.
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La colección de fragmentos de esta fase consta de 486 piezas diagnósticas, la mayoría de las cua-
les procede del sitio de Tayapucru (CVP 37). Otros fragmentos de esta fase se hallaron en contextos
de aldeas, como el sitio de Rejrish (CVP 32), de Cruzjirca (CVP 29) de Huacramarca (CVP 2), tan-
to en la zona de las viviendas como en las cercanías de chulpas, en la vertiente de la quebrada
Garguanga, y en diferentes recintos de los sitios de Jatungaga Pirushtu (CVP 25) y de Chagastu-
nán (CVP 13); se encontraron en capas superpuestas o coincidentes, en ocasiones, con la ocupa-
ción del Período Intermedio Temprano.
Una muestra se halló en el contexto funerario de chulpa en Jatungaga (Tumba I sector L), pero la
continua reutilización que padeció la tumba no permite utilizar este material como unívocamente
asociado. Los cuencos representan la forma más común: se trata de vasijas poco profundas con la-
bios redondeados o planos, con una característica decoración en la parte interior y exterior de co-
lor rojo oscuro.
El casi total abandono del uso de la pasta caolín, así como la introducción de cántaros con una do-
ble asa de sección circular además de una mayor popularidad de las vasijas abiertas con cuello pla-
no o anillado11, es una de las características principales.
Para fechar esta fase utilizamos básicamente el material de Tayapucru asociado a carbón en las es-
tructuras VI del área A y V del área C (véase Apéndice 2 y el párrafo relativo a Tayapucru en el
Cap. 3), estableciendo un lapso de tiempo que abarca entre el 540 y el 900 d.C. sin lograr distin-
guir sub-fases.
Afortunadamente es mucho más abundante el material de comparación contemporáneo: por ejem-
plo, el de Chinchawas (fase Chinchawasi I y II, Lau G. 2001, 2010), y algunos materiales exca-
vados por Rafael Vega-Centeno (msa, msb, 2008) en el sitio más cercano a Tayapucru (Huacra-
marca, véase Cap. 3). Aparte de estas dos importantes referencias, mucho material comparable
procede de los trabajos de Bennett (1944 y ms) y de Paredes (2001) en el Callejón de Huaylas.
Cuencos tipo A
Cuencos de poca profundidad con paredes cóncavas y labios redondeados (lám. 230, 231). Los diá-
metros miden entre 14 y 22 cm. Mientras que las paredes son de un espesor medio de 6 mm. La
pasta es de un color gris rosado (Pinkish Gray 5 YR 6/2) o con tonos marrones (Light Reddish
Brown 5 YR 6/4 o Light Brown 7.5 YR 6/3), o grises, de textura mediana con una cocción no muy
controlada y algunas porciones de vasijas cocidas de manera distinta. Las inclusiones antiplásti-
cas más frecuentes son de calcita y de shashal. Una decoración ocasional de pintura de líneas ge-
ométricas en la parte externa o interna de las vasijas es la única y simple decoración registrada.
La mayor muestra de cuencos de tipo A procede de los sectores I y VI del área A de Tayapucru
(CVP 37). Formas similares se detectan entre la cerámica de la fase Chinchawasi I de Chinchawas
(p.ej. Lau G. 2010: fig. 40) pero la pasta descrita por este autor es, al parecer, de color crema y no
grisácea rosada como en la mayoría de nuestra muestra. Por último señalamos que entre los “pla-
tos hondos” de Huacramarca publicados por Vega-Centeno (2008: fig. 13) hay ejemplares que se
pueden comparar por su forma con los cuencos del tipo A.
Cuencos tipo B
Se trata de una variante más profunda del tipo A (lám. 232, 233). La pasta difiere siendo en la ma-
11 Esta tipología de vasija se conoce también en la fase Jatungaga I, véase lám. 223, normalmente realizadas en
caolín.
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yoría de los casos rojizo amarilla (Reddish Yellow 5 YR 6/6). En pocas ocasiones se observa una
pasta gris perfectamente reducida. Muchos ejemplares presentan pinturas simples en rojo, blanco
o con estos colores combinados en la parte interna de las vasijas. La tipología de pasta tiene para-
lelismos con las vasijas tipo C de Chinchawas, que presentan además formas comparables (p.ej.
Lau G. 2010: fig. 44f y g).
Cuencos tipo C
Esta tipología (lám. 234, 235) presenta como rasgo característico un perfil más redondeado y al-
gunos ejemplares son profundos. Los labios pueden ser redondos pero también planos. Esta for-
ma es similar a la tipología C de la fase anterior (lám. 207), aunque la pasta es bien diferente ya
que no se encontraron ejemplares en caolín. En este último caso la pasta es de color grisáceo: a ve-
ces perfectamente reducida (Bluish Gray 5PB 5/1), a veces en parte oxidada resultando en parte
rosada (Pinkish Gray 5 YR 6/2) o en parte marrón (Brown 7.5 YR 5/3). El acabado superficial
puede ser de un tono más claro que el marrón (Light Reddish Brown 5 YR 6/4), o del mismo co-
lor que la pasta cuando es rosada. En general la pasta presenta inclusiones no muy seleccionadas
con prevalencia de shashal. Los diámetros de los cuencos varían entre los 15 y los 9 cm. El rasgo
característico es la presencia de una pintura de color rojo en la parte interna de las vasijas con un
dibujo dispuesto en semicírculos y líneas pintadas con pinceladas toscas (lám. 234: 246). Dibujos
similares se encuentran en diferentes tipos de cuencos de la fase Chinchawasi I y II de Chincha-
was (Lau G. 2010: 151-206), sin que pudiéramos identificar un paralelismo con la pasta que per-
mitiese unas comparaciones más precisas, y con los cuencos de la fase Tornapampa Thin Gray
descrita por Terada (1979: lám. 98 10 y 11).
Como dijimos, se trata de una forma “antigua” que encontramos sobre todo en contextos funera-
rios, especialmente en los sitios de Tayapucru (CVP 37, véase también lám. 281) y de Jatungaga
Pirushtu (CVP 25).
Cuencos tipo D
Los cuencos tipo D (lám. 236) se caracterizan por ser una variante con paredes más rectas en com-
paración con los tipos descritos previamente y también por ser en general bastante hondos. En al-
gunos casos los labios están algo abiertos hacia la parte externa (lám. 236: 261). Las paredes son
más bien finas. La pasta y el acabado superficial son similares a los de las tipologías descritas y
prevalecen las pastas rojiza/amarillenta (Reddish Yellow 5 YR 6/6) y gris. En algunos casos la
pasta está cubierta por un engobe blanco, no muy fino, como imitando el caolín. La variedad de
las decoraciones no permite definir una tipología estandarizada.
Un cuenco similar a la variante con los labios hacia la parte externa lo publica Bennett, y proce-
de del sitio de Shankayán, en el Callejón de Huaylas (1944: fig. 17 D); otros proceden de la co-
lección de la fase Amaru del Horizonte Medio en Huamachuco (Thatcher J. 1972-1974: lám.
XXXVIII 47).
Cántaros tipo A
Los cántaros del tipo A (lám. 237, 238) se caracterizan por la forma del cuello convexa/recta y los
labios redondeados. Esta tipología de cántaro, muy popular durante esta fase, existe en una gran
variedad de tamaños de 26 a 9 cm de diámetro de boca. La pasta es de textura no muy fina y de
color gris o marrón grisáceo (Very Dark Gray 7.5 YR 3/1), con una cocción muy poco controlada
y frecuentes huellas de quemado. Las paredes son gruesas con un espesor superior a los 6/7 mm. Las
inclusiones más abundantes son de cuarzo y mica.
La mayoría de los fragmentos procede de contextos domésticos como las estructuras VI del sec-
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tor A o la V del sector C del sitio de Tayapucru (CVP 37), pero también de contextos funerarios,
por ejemplo, la tumba I del sector Q de Jatungaga Pirushtu CVP 25.
Las comparaciones más cercanas son con los cántaros del tipo Ware C de la fase Chinchawasi II
de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 60), que presentan seis variantes, y con los de Marca Huama-
chuco (McCown T. 1945: fig. 15m).
Cántaros tipo B
Se trata de una variante del tipo A (lám. 239) con un cuello más recto. Sus características forma-
les y su distribución en los asentamientos, sobre todo contextos domésticos, no difieren del tipo
anterior.
Cántaros tipo C
Los cántaros tipo C (lám. 240, 241, 242) presentan un cuello cóncavo con un punto de inflexión
abrupto en los labios que, a veces, pueden ser planos (p.ej. lám. 240: 292). Entre los ejemplares
encontrados, los diámetros oscilan entre los 28 y los 12 cm, las paredes son mediamente delgadas
(4-6 mm) y la pasta, con desgrasante en shashal y mica, es gris (Gray 7.5 YR 6/3), con un engo-
be rojizo amarillento (Reddish Yellow 5 YR 6/6), de textura y acabado superficial no muy refina-
dos. La distribución de esta tipología es uniforme en diferentes contextos: sean domésticos, sean
de áreas públicas, la mayoría de los ejemplos proceden de los sitios de Tayapucru (CVP 37) y de
Jatungaga (CVP 25).
Las comparaciones más cercanas son con los cántaros del tipo Ware C variante 1d de la fase Chin-
chawasi II de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 61), y con los cántaros de la fase final del Interme-
dio Temprano de Huamachuco (Thatcher J. 1972-1974: lám. XXXV 19); finalmente véase
McCown (1945: fig. 15n) para otras vasijas similares en el mismo Marca Huamachuco.
Cántaros tipo D
Lo cántaros tipo D (lám. 243) presentan una boca ancha con un cuello que se restringe de forma
similar a los cuellos de C pero de una manera más gradual y los labios no están tan evertidos co-
mo en el tipo descrito líneas arriba. Por lo demás guardan las mismas características de pasta del
tipo C, con más casos de decoración de pintura roja en la parte interna de los labios.
Las comparaciones posibles son con los cántaros de la fase Chinchawasi II de Chinchawas (Lau
G. 2001: fig. 7.24 bb).
Cántaros tipo E
Esta tipología de cántaros (lám. 244) no difiere mucho de la denominada tipo D de la fase Jatun-
gaga I (lám. 219) a nivel de forma, aunque la pasta es de granulometría y lustre mediano con un
color rojizo (Reddish Yellow 5 YR 6/6), y no marrón claro, y escasean las decoraciones. Se trata
de una forma evidentemente común de cerámica que no cambia mucho a lo largo del tiempo.
Los diámetros varían entre los 26 y los 14 cm, la factura es de mediana calidad y a veces la coc-
ción es imperfecta.
Unos cántaros similares los publica Vega-Centeno y proceden del sitio de Huacramarca (2008:
71) muy cercano a Tayapucru y Jatungaga de donde se ha recolectado la mayoría de los fragmen-
tos analizados. Una forma parecida se introduce además en la fase Tornapampa de la secuencia de
la zona de Cajamarca (Jar 2 A, Thatcher J. 1972-1974: fig. 43 lám. XXXVII).
Cántaros tipo F
También en este caso (lám. 245) podemos afirmar que este tipo de cántaro presenta una forma di-
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ferente si bien la composición y textura de la pasta los acercan a los demás cántaros de esta fase.
La forma del cuello es solo ligeramente cóncava respecto al cuerpo de la vasija; el cuello no es muy
largo y la boca es ancha con labios redondos.
Su distribución es uniforme en diferentes contextos, domésticos y públicos, y, como en los demás
casos, se encontró principalmente en los sitios de Tayapucru (CVP 37) y Jatungaga (CVP 25). Es-
casean las comparaciones puntuales, con exclusión del tipo 3c de los cántaros Ware C de la fase
Chinchawasi II de Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 66).
Platos
Los platos (lám. 246, 247) aparecen como forma común durante esta fase en dos variantes, una más
honda y la otra más plana (lám. 247: 338).
Se trata de vasijas cóncavas con labios redondeados con pasta y engobe casi siempre de color ro-
jizo (Yellowish Red 5 YR 5/6 o Red 2.5 YR 5/6) o marrón (Brown; 7.5 YR 5/3), de textura me-
dia, granulosa y con inclusiones de calcita y mica, y un acabado superficial de lustre brillante del
mismo color que la pasta.
La mayoría de la muestra procede del sitio de Tayapucru. Siendo vasijas de servir, presentan una
serie de interesantes decoraciones que van de la pintura roja y blanca en la parte interna y exter-
na, a las aplicaciones de tiras de arcilla que forman dibujos ondulados en la parte externa.
Platos similares se encontraron en las excavaciones del sitio de Huacramarca en Chacas (Vega-
Centeno R. 2008: 13, 15, 16), que – véase Cap. 3 – se ubica en la quebrada Garguanga frente a Ta-
yapucru, en diferentes fases de la cerámica Chinchawas (llamados cuencos: Lau G. 2010: fig. 48
y 52), y en la cerámica de la fase Cotojirca IV en el sitio de Ancosh Punta (Ponte V. 2001: fig. 16).
Un fragmento similar aparece en un complejo de vasijas de varias épocas encontradas por Bennett
en una galería subterránea en Wilkawaín (1944: fig. 39-K).
Coladores
Los coladores (lám. 248) son en esta fase una tipología de vasija popular que solemos encontrar
de forma difundida en varias aldeas: Cruzjirca (CVP 29), Huacramarca (CVP 2), Tayapucru (CVP
37) y Jatungaga (CVP 25), entre otras. La mayoría de los ejemplares mejor conservados proceden
de Tayapucru, en particular de la estructura I del área A.
Tienen forma de platos tendidos o hondos, son de pasta marrón (Dark Reddish Brown 5 YR 3/2)
en sus variantes más amarillenta/rojiza o roja (Red 2.5 YR 5/6), de granulometría gruesa con des-
grasantes de calcita y mica y paredes espesas. Se trata de ejemplares amplios de 35 a 20 cm de diá-
metro al igual que en los casos mencionados por Lau en la cerámica de la fase Chinchawasi I de
Chinchawas (Lau G. 2010: fig. 50).
Cuencas
Definimos como cuencas (lám. 250) una tipología especial de vasijas hondas con bordes largos y
paredes casi rectas que encontramos en escasos ejemplares y únicamente en esta fase. Los labios
son evertidos, a menudo hay decoraciones plásticas y pintura, positiva y negativa, blanca y roja en
la parte externa (lám. 249) e interna. Cabe destacar que la muestra procede en su totalidad del si-
tio de Tayapucru (CVP 37) y casi toda ella de la estructura I del sector F (véase Cap. 3), que al pa-
recer fue una estructura especial, quizás un templo.
Las cuencas no difieren mucho, por lo que concierne la pasta, de las otras vasijas de esta fase; así
pues, encontramos pasta gris, en un caso con un acabado externo perfectamente reducido y pastas
rojizas (Reddish Yellow 5 YR 6/6 o Light Red 10 R 6/8) de textura mediana o fina con calcita y
mica. El tratamiento superficial es esmerado con engobes que suelen ser del mismo color que la
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pasta. Suponemos de forma preliminar que se trata de vasijas para servir líquidos. La forma más
cercana bien documentada es la de los queros, que también se encontraron en esta fase (lám. 252).
Una variante de quero muy tosco se halló en la estructura I del área F de Tayapucru (lám. 251: 355),
junto con las cuencas. Lau encuentra pocos ejemplos de formas similares: en la variante L de un
cuenco (bowl 3) del grupo de vasijas con la pasta tipo C de la fase Chinchawasi I de Chinchawas
(Lau G. 2010: fig. 44L). Se trata sin embargo, al parecer, de una forma poco profunda (bowl). En
el mismo grupo, pero con pasta tipo A, publica la forma jar 3 (Lau G. 2010: fig. 42I), más cerca-
na a nuestros ejemplares. Otro ejemplo lo publica Theodore McCown (1945: fig. 15g) y procede
de Marca Huamachuco.
Miscelánea
En esta sección (lám. 251) presentamos algunas vasijas de diferentes formas que en su mayoría pro-
ceden del sitio de Tayapucru (CVP 37). Se trata de ollas, dos vasos tipo quero (uno local y el otro
procedente, quizás, del Callejón de Huaylas), un cuenco con decoración de cabeza de felino y al-
gunas cucharas.
El quero con paredes rectas procedente, quizás, del Callejón de Huaylas (lám. 251: 323) se en-
contró en la tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). La vasija es muy fina, con un
lustre muy pulido y una pasta de color negro (N 2.5 black) perfectamente reducida. Las inclusio-
nes, muy poco visibles, son de piedra negra molida. La decoración consiste en una franja aplica-
da en la parte alta de la vasija. Una pieza idéntica procedente de Wilkawaín fue publicada por
Bennett (1944: fig. 6 C)12. El estudioso la clasifica como “Chimú style”, aunque se localizó en un
conjunto de vasijas del Horizonte Medio. Otro quero negro con paredes rectas procede de Taya-
pucru (CVP 37) y se trata claramente de una imitación local y de baja calidad (lám. 251: 355) de
estos recipientes frecuentes en la zona del Callejón de Huaylas durante esta fase. Es interesante el
hecho que, como apuntamos antes, de este tipo de quero encontrara un único ejemplar en la es-
tructura I del sector F de Tayapucru (CVP 37), en la misma unidad estratigráfica y junto con las
cuencas. Las cuencas, sin embargo, cuya forma es similar a los queros, no están hechas para be-
ber debido a la presencia de un borde evertido, y son realizadas con mucho más esmero que de-
muestra un buen manejo de la técnica alfarera.
Por lo que concierne el cuenco con la cara zoomorfa (lám. 251: 354) se trata del único ejemplar
que conocemos localmente. Se parece a las tipologías de cuencos con decoraciones aplicadas en-
contradas en diferentes contextos funerarios del Horizonte Medio en el Callejón de Huaylas (Pa-
redes J. et al. 2001: fig. 33). La vasija presenta una pasta de color y textura similar a los cuencos
de esta fase y la decoración modelada en el mismo cuerpo de la vasija en forma de cabeza de fe-
lino (¿puma?) con pintura roja y blanca. En la parte interna no hay decoraciones pero se nota un
engobe rojo mate de buen lustre. No es insensato pensar que esta vasija proceda del Callejón de
Huaylas.
Por último y respecto a las cucharitas, objetos comunes en diferentes culturas de los Andes cen-
trales de sur (p.ej. en la cultura huarpa Knobloch P. 2010 o wari Menzel D. 1968) a norte (McCown
T. 1945: lám. 19 x, y), cabe notar que, de nuevo, en la mayoría de los casos se encontraron en Ta-
yapucru. La pasta y el acabado no varían con respecto a los estándares de esta fase, pero las de-
coraciones en la parte interna de volutas de color rojo representan un toque exótico – quizás de
influencia norteña – si se comparan con las cucharas identificadas en contextos funerarios locales
conservadas en la colección local de la Alcaldía de Chacas (lám. 253), que no presentan dibujos
12
Véase también Lau G. 2010: 268, por lo que concierne el empleo de la cerámica negra pulida en la sierra de An-
cash.
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o bien tienen dibujos lineares parecidos a los publicados por Bennett (1944: fig. 13F13) y por Lau
(2010: fig. 92).
Discusión
La cerámica de la fase Jatungaga II se caracteriza por la aparición de algunas formas nuevas de va-
sijas y por el progresivo abandono del uso de caolín. Por otro lado numerosos son los elementos
de continuidad con el pasado: las vasijas utilitarias repiten algunas formas antiguas y la pasta de
la cerámica utilitaria no es muy diferente. Los elementos novedosos son la cantidad y variedad de
platos, la aparición de las cuencas y la presencia de cucharas en contextos domésticos; varias de
estas últimas se conservan en la colección local de la Alcaldía y proceden de contextos funerarios
(lám. 253). En esta fase, además, es más frecuente encontrar coladores.
También se nota un énfasis en la decoración de la parte interna de las vasijas abiertas, el empleo
marcado de la pintura blanca y roja aplicada con pinceladas toscas en las decoraciones, y el em-
pleo más frecuente de decoraciones aplicadas, todos ellos elementos que se observaron en dife-
rentes zonas de la sierra de Ancash durante este período (véase Grieder T. 1978; Lau G. 2001,
2010, 2011).
Desaparecen contextualmente las variedades de dibujos pintados registradas en el período anterior.
Otro dato relevante es que en las vasijas de esta fase no se detecta cerámica de importación wari
del altiplano sur o imitación local wari, como ocurre en el cercano Callejón de Huaylas (Paredes
J. et al. 2001; Lau G. 2010: 253 et passim). Aparte del quero de pasta negra fina y con un lustre
notable, que podría ser una vasija importada del Callejón o de la zona norte de los Andes (un ejem-
plar similar se publica en McCown T. 1945; lám. 21e), los demás escasos ejemplares que se en-
cuentran pertenecen a la colección de la Alcaldía de Chacas y desconocemos su procedencia es-
pecífica, pero probablemente fueron importadas14 (p.ej. lám. 254). En cambio, numerosas son las
comparaciones entre las vasijas utilitarias registradas en la zona del Callejón de Huaylas, como vi-
mos anteriormente. No cabe duda de que los sitios más activos en esta fase fueron aquellos que se
relacionaron con la zona del Portachuelo de Honda que conduce directamente a la zona de Hon-
copampa en el Callejón de Huaylas, un centro de influencia wari que floreció notablemente en es-
ta fase. La mayoría de la muestra a nuestra disposición procede de hecho de estos sitios, concen-
trados en la zona más conectada con el Portachuelo: Jatungaga, Tayapucru, Huacramarca y Cruz-
jirca. Es posible que a través de estos mismos contactos llegase la cerámica exótica de otras par-
tes de los Andes.
Por lo que concierne el fechado para esta fase nos basamos en la mayoría de los casos en los aná-
lisis de las muestras excavadas en el sitio de Tayapucru (véase Cap. 3, Apéndice 2): 550-900 d.C.
La colección de fragmentos de esta fase consta de tan solo 200 piezas diagnósticas procedentes de
excavaciones así como de recolecciones de superficie. La mayor muestra sin duda procede de las
excavaciones realizadas en la tumba a chulpa I del sector Q de Jatungaga Pirushtu. Un fechado ab-
Otra cucharita publicada por Bennett (ibíd. 13 D-E) muestra una influencia cajamarca.
13
Algunos ejemplos de cerámica exótica de la Colección de la Alcaldía de Chacas aparecen publicados en Wegner
14
S. - Laurencich L. 2001. Considerando el entero corpus de vasijas importadas, que comprende más ejemplares de los
publicados, se puede afirmar que no hay ninguna pieza de producción wari sureña. Los exóticos parecen más bien pro-
ducciones de zonas cercanas, sobre todo del área del Callejón de Huaylas y quizás de la sierra al norte de Chacas.
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soluto, resultado de los análisis de unos restos de carbón asociados a semillas ofrecidas antes de
sellar la tumba, establece un terminus ante quem para datar esta fase (1030 d.C., véase Apéndice 2).
Quizás aún más interesante es el hallazgo de una tumba de fosa (véase Cap. 3) con un ajuar com-
pleto de 10 vasijas en el cerro de Balcón de Judas (CVP 30 Tumba I), que permitió establecer un
repertorio de formas, decoraciones y pastas. Además de los contextos funerarios, vasijas de la fa-
se Jatungaga III, se separaron en UE superficiales en los sitios de Chagastunán (CVP 13), Jatun-
gaga Pirushtu (CVP 25), Huacramarca (CVP 2), Shagajirca (CVP 34) y de Riway (CVP 1).
Las formas más comunes son los cántaros con cuello evertido y los cuencos. La decoración más
popular es la pintura positiva roja y las decoraciones a pastillaje aplicado e incisas.
Cántaros tipo A
El 90% de la muestra de cántaros de la fase Jatungaga III procede del sitio de Jatungaga Pirushtu
(CVP 25) y en su mayoría de contextos de tumbas. Por esta razón la seriación de esta tipología de-
be considerarse solo un esbozo. Los cántaros de la tipología A (lám. 255) son el tipo más común.
Igual que los del tipo B de la fase Jatungaga II (lám. 239), presentan una forma del cuello conve-
xa/recta y los labios redondeados. Los tamaños de la boca varían entre 16 y 6 cm de diámetro. La
pasta es de textura no muy fina, con una cocción muy poco controlada y por consiguiente con par
tes reducidas, de color gris, y otras oxidadas, rojizas (Gray 10 YR 5/1 o Red 2.5 YR 5/6). En oca-
siones se encuentra también una pasta marrón (Brown 10 YR 5/3). La textura es media, con fre-
cuentes inclusiones de shashal y mica. Los engobes consisten en una capa de arcilla, normalmente
del mismo color que la pasta, que padece las mismas variaciones de color según la cocción recibida.
Por lo que concierne la forma comparaciones posibles son con la cerámica de Inti Huarán en la Cor-
dillera Negra (por ejemplo Lane K. 2005: LXXV 20) y con la de la fase Chakwas de Chinchawas
(Lau G. 2010: 87k).
Cántaros tipo B
Los cántaros del tipo B (lám. 255) son una variante del tipo anterior pero con el cuello más con-
vexo, contamos con pocos ejemplares en la muestra analizada. La pasta y el tratamiento superfi-
cial son similares al tipo A. Las comparaciones más cercanas para esta forma son con los cánta-
ros tipo A de Ñawpamarca (1150-1400 d.C.) en la provincia de Huari (Orsini C. - Benozzi E. 2013:
Table I) (cfr. forma y pasta, tipo P1, ibíd. pág. 91) y con las formas publicadas por Kevin Lane pa-
ra el sitio de Yurak Pecho en la Cordillera Negra (2005: LXVIII).
Cántaros tipo C
Los cántaros del tipo C (lám. 256) presentan un cuello largo con perfil convexo y labios abiertos.
Corresponden a una forma que se conoce también en las fases más antiguas de la cerámica local
(véase, por ejemplo, lám. 218 y 238). Los ejemplares de este período son de factura variable, al-
gunos de buena calidad, otros gruesos sin engobe. La pasta es similar a la que describimos para
los tipos anteriores. Las comparaciones más cercanas para esta forma son con los cántaros tipo B
de Ñawpamarca, tanto por lo que concierne la forma como la pasta (Orsini C. - Benozzi E. 2013:
Table II) y con la forma de algunas vasijas de la fase Chakwas de Chinchawas (Lau G. 2010: 87o).
Cántaros tipo D
En esta categoría (lám. 256) agrupamos los fragmentos de cántaros con labios expandidos y fuer-
temente convexos con inclinación variable. Algunos de ellos proceden de la recolección de su-
perficie en contextos domésticos de la zona de Jatungaga (CVP 25).
La mayoría presentan una pasta grisácea de color claro. Los pocos y heterogéneos ejemplares no
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Discusión
En razón de los pocos ejemplares que pudimos analizar, no se ofrece en este párrafo una secuen-
cia de la cerámica tardía de la zona de Chacas, sino solo avanzamos algunas observaciones, que
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se deberán confirmar en futuros estudios. Lo primero que se observa es que la muestra separada
está, por lo general, en un estado de conservación no muy bueno. A menudo procede de contex-
tos disturbados o de la recolección de superficie en sitios con condiciones extremas (por ejemplo
sitios ubicados por encima de los 4,000 mt. s.n.m.) que dieron fragmentos con el engobe superfi-
cial completamente desgastado o ausente. Podemos suponer que muchas decoraciones frágiles,
como las pinturas, no se conservaron.
La distribución de los ejemplares analizados es en contextos de aldeas así como de tumbas, sobre
todo en el sitio de Jatungaga Pirushtu (sector Q), donde esta cerámica se asocia a ejemplares de
períodos anteriores.
Otra característica general concierne la proporción entre vasijas abiertas y cerradas en la muestra
analizada: en las épocas anteriores encontramos una gran cantidad de vasijas abiertas (sobre todo
cuencos), mientras que en esta fase son más frecuentes las vasijas cerradas. El mismo fenómeno
se evidencia también en las muestras tardías de la cercana zona de Huari (Orsini C. - Benozzi E.
2013) y en la colección local de la Alcaldía.
En cuanto a la pasta, se registra la total ausencia de caolín, y la pasta en general no difiere entre la
producción doméstica con huellas de uso y la producción decorada sin usar. Las decoraciones, ya
sea plásticas o pintadas, son de baja calidad e irregulares, aplicadas en la superficie y en pocos ca-
sos recibieron un alisado o un engobe fino (véase también Lau G. 2001: 268).
Las numerosas relaciones sincrónicas se registran, entre otras, con la cerámica generalmente lla-
mada Aquilpo del Callejón de Huaylas (numerosos ejemplares se encuentran en el Museo Regio-
nal de Ancash de Huaráz) y, en la misma área, con la fase Chakwas de Chinchawas (Lau G. 2001:
287, 2003), Cotojirca IV (Ponte V. 2001), y el estilo Wanuwallana (Lane K. - Luján M. 2009), con
la cerámica del Intermedio Tardío de Huari (Ibarra B. 2003: fig. 39) y de la fase Pojoc (Burger R.
1982: fig. 9-15 y 50-55) de la zona del Mosna. La decoración de círculos incisos típica de esta fa-
se aparece, no solo en las secuencias descritas por los autores antes mencionados, sino también en
la cerámica de la fase Caserones en la zona de Cajamarca (Terada K.: 1979, lám. 97) y Cajabamba (Te-
llo J. 1985: 128).
Finalmente, Lynch publica una vasija con un cuerpo en forma de fruto y dos asas pequeñas per-
foradas procedente de la cueva del Guitarrero en el Callejón de Huaylas (fig. 9.22 G) que es idén-
tica a la encontrada en la Tumba I de Cerro Balcón (véase infra). Al parecer no es insensato pen-
sar en un estilo compartido en una vasta área de los Andes norcentrales.
No resulta para nada fácil identificar cronológicamente esta fase: un fechado absoluto, que se des-
prende del análisis de algunos restos de carbón encontrados en un nicho sellado de la tumba chul-
pa del sector Q de Jatungaga Pirushtu, ayuda a fijar un punto de partida alrededor del año mil (vé-
ase Apéndice 2). Algunos ejemplares de base cónica (lám. 260) con las características de pasta, for-
ma y decoración descritas anteriormente, parecen atestiguar una larga fase de producción que lle-
ga hasta al Horizonte Tardío.
No se registraron, ni en las colecciones de cerámicas locales ni en la muestra recolectada a lo lar-
go del proyecto, cerámicas inca importadas, con excepción de una sola vasija identificada por Isa-
bel Druc en una colección privada (comunicación personal 2006); existen, sin embargo, ejemplos
de imitaciones locales de la cerámica imperial (lám. 261, 262).
Finalmente merece la pena notar que hoy en día las decoraciones aplicadas son muy comunes en
la producción moderna de Chacas y de la cercana Huari, dos zonas vinculadas, si bien con im-
portante diferencias entre sí por lo que respecta a la aplicación de las técnicas alfareras actuales,
y donde al parecer la producción no sufrió muchos cambios de los períodos tardíos a los moder-
nos (Druc I. 2009).
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cal, pero parece bien claro que no existe una producción con cánones controlados como sucedió
en algunos centros mayores como fue Pashash en Cabana (por lo menos en el Periodo Intermedio
Temprano), quizás por falta de una demanda fuerte que sustentase un alto nivel de producción y
de experimentación de estilos, técnicas y decoraciones.
El material lítico recuperado en el trascurso de las investigaciones suma alrededor de 100 ejem-
plares (lám. 263) que proceden tanto de excavaciones como de recolección de superficie.
Además, se encontraron otros instrumentos y adornos en piedra en contextos funerarios que tra-
tamos en la sección relativa al análisis de algunos ajuares de tumbas. En la mayoría de los casos,
aparte algunas importantes excepciones, se trata de instrumentos líticos utilitarios (de molienda,
martillos, alisadores) realizados con poco esfuerzo y con materiales locales (cantos rodados de
río). Poca es la industria lítica en sílex o andesita, si bien se lograron recuperar algunos cuchillos,
lascas de raspadores y de puntas; de andesita o arenisca son las pocas esculturas encontradas, que
se tratan en el párrafo correspondiente.
Tal y como señalamos, en casi todos los contextos excavados se encontraron instrumentos de mo-
lienda, salvo en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30). El mayor número de instrumentos concen-
trados en el mismo contexto se identificó en el Sector A del sitio de Tayapucru (CVP 37), donde
se recuperaron numerosos morteros (uno de ellos utilizado como ofrenda de fundación de una es-
tructura, véase Cap. 3), pulidores de diferentes formas, proyectiles, un martillo y esquirlas de ob-
sidiana (encontrada exclusivamente en este contexto) y dos instrumentos líticos que no logramos
identificar. La mayoría de la muestra lítica del Sector A procede de la Estructura VI: dos martillos,
dos hachas y una mano proceden de una única estructura excavada en el sector C del mismo sitio,
mientras que de la estructura excavada en el sector F, se recuperó una tabla en piedra como ofer-
ta de fundación y tres proyectiles.
A continuación se describen de forma esquemática los diferentes instrumentos líticos divididos
por categorías funcionales, y se ofrece una síntesis de sus contextos de utilización. Por lo que con-
cierne su cronología tentativa, a partir del contexto de descubrimiento, véase la tabla resumen en
la lám. 263.
Instrumentos de molienda
Los principales instrumentos de molienda encontrados en los sitios son morteros y batanes junto
con su parte activa, llamada mano.
Los batanes identificados no se retiraron de los sitios debido a sus dimensiones y a su peso (véa-
se Lau G. 2010: 313): se trata de piedras planas grandes (más de 50 cm de largo) que encontra-
mos abandonados en las terrazas de los asentamientos. No hallamos ningún batán dentro de habi-
taciones o estructuras cerradas.
Las manos horizontales normalmente se consideran la parte activa más apta para utilizar con los
batanes; son pocos los ejemplares identificados (dos ejemplos en la lám. 264: CVP 13/1 y CVP
25/F/1), son de mayor tamaño (15/20 cm de largo) que las manos verticales (véase infra) y nor-
malmente con señales de utilización en una sola cara. Estos instrumentos se usan con las dos ma-
nos y realizando un movimiento bascular o rotatorio.
Morteros15 (lám. 265) y manos verticales, de diferentes formas y en mayor cantidad, se identifi-
15
Véase Diessl W. 1993 para una clasificación de los diferentes instrumentos de molienda, y Mazzari L. 2013 para
ejemplos de instrumentos líticos encontrados en la cercana zona de Huari.
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caron en contextos domésticos, bien enterrados en los pisos o bien abandonados en terrazas abiertas.
De los morteros son pocos los ejemplares enteros (solamente 4) y, por lo general, se modelaron a
partir de bloques de granito, blanco o gris, o de arenisca. En un caso un mortero fue tallado de for-
ma intencional (lám. 265 CVP 37/AI/c3-1) y ofrendado boca abajo en la entrada de una estructu-
ra en el sector A del sitio de Tayapucru (véase Cap. 3).
Los morteros suelen medir entre 15 y 25 cm de diámetro; en un caso se encontró un mortero mi-
niatura (7 x 5,5 cm) en una fogata con restos animales en el sector D del sitio de Jatungaga Pirus-
htu (véase Cap. 3).
El mortero más antiguo que pudimos identificar en un contexto fechado (380-50 a.C.) es de di-
mensiones muy pequeñas, apenas esbozado en una piedra gris y utilizado con un mano, que es po-
co más que una piedra redonda con trazas de utilización. Procede de un contexto doméstico (sec-
tor 1) del sitio de Chagastunán (CVP 13, véase Cap. 3, lám. 114 a la izquierda).
Entre las manos verticales identificadas, distinguimos algunas formas: redondas (lám. 264:
CVP/25/E3/1), ovoides (lám. 264: CVP/13/ /a-1), y alargadas de sección circular o paralelepípeda
(lám. 264: CVP 37/CV/e1-1), además de las llamadas (véase Lavallée D. - Julien M. 1983: 93) ma-
nos de doble plano (lám. 266: CVP 37/GI/f2-2; CVP 37/AVI/a4-5) similares en medidas y formas
a las encontradas en Asto.
Martillos, percutores
Se hallaron una serie de instrumentos que con mucha probabilidad se utilizaron para machacar
cáscaras o como percutores en el trabajo de las piedras, por ello suelen presentar diferentes hue-
llas de desgaste y melladuras. Es posible que los mismos instrumentos se utilizasen también para
procesar las semillas, al igual que las manos. Los martillos (lám. 266: CVP 37/CV/e1-3; CVP
13/H4/a2-1; CVP 37/AVI/a4-4) miden entre 6 y 12 cm y presentan una cara plana, mientras que
los guijarros percutores son más pequeños (4-5 cm, lám. 264: CVP 37/AVI/a4-1 y 2; CVP 37/GI/f2-
1; CVP 13/ /a-1) y quizás se utilizaran para trabajos más finos. La distribución de este tipo de ar-
tefactos es bastante amplia y la mayoría de los ejemplares proceden de Tayapucru (CVP 37).
Miscelánea
Entre los manufactos en piedra únicos o con pocos ejemplares encontrados hay:
1. un ejemplar de hacha de mano (11,5 x 8,5, lám. 175) cuya parte terminal está rota, de piedra cal-
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cárea blanca, que procede del sitio de Tayapucru (CVP 37, área C sector V UE 3) enterrada a ma-
nera de oferta de fundación en una estructura (véase Cap. 3).
2. dos utensilios (lám. 268), que parecen hachas, contruidos a partir de guijarros planos de color
gris (8 x 4,8 y 8 x 6,6 el más grande), con una parte en forma triangular útil para sujetarlos, al pa-
recer no enmangados. Ambos proceden de Tayapucru (CVP 37), respectivamente del área C, Sec-
tor V - UE 1 y del área A, Sector VI - UE 4.
3. un fragmento tipo mango de piedra, que formaba parte de un recipiente, de piedra gris oscuro
muy bien pulida cuya función desconocemos y que procede del sitio de Chagastunán (CVP 13) sec-
tor H4 sondeo A UE 2; se encontró junto con numerosos otros materiales culturales.
4. tres herramientas tipo hacha o rompeterrones en piedra, con huellas de perforación bicónica en
ambos lados (véase Dissel W. 2004: 165 y Arkush E. 2011: fig. 4.17), que se utilizaban enmanga-
das y procedentes de la recolección de superficie o de excavaciones en los sitios de Jatungaga
(CVP 25) y de Chagastunán (CVP 13). Los ejemplares se rompieron, bien durante el proceso de
fabricación (lám. 266: CVP 13/ 3 -12,4 x 11,2 - y CVP 25/EI/a1-1 que mide 9 x 6) o bien debido
a su uso (lám. 266: CVP 13/2 -15 x 8). Existe una objetiva dificultad en distinguir para esta tipo-
logía de instrumentos una función específica, así pues podrían haberse utilizado como armas y
como instrumentos agrícolas.
5. varios torteros, de diferentes tipologías en piedra (lám. 269) que se publican junto a algunos
ejemplares en cerámica.
238
239
ocupación se remonta, como sabemos, al Horizonte Medio (véase Cap. 3). Es de piedra gris, cua-
drado, los huecos no son muy profundos y son de forma irregular, además no se conserva en buen
estado; pudimos reconocer tres huecos de forma rectangular en el centro y, por lo menos, 16 hue-
cos de forma circular alrededor, tres de los cuales en los ángulos más grandes. Este objeto (15 x
12, con 4 cm de espesor) se encontró enterrado en la entrada de la estructura I del Sector F de Ta-
yapucru, en la grada de acceso de la entrada monumental delimitada por dos columnas. Se trata
de un edificio de carácter público y podría ser una estructura de culto (véase Cap. 3); así pues, si
esta maqueta o tablero se encontró a manera de oferta a la estructura que era lugar de culto, este
tipo de objeto tuvo una función de parafernalia, quizás para utilizarse durante un juego ritual co-
mo se sugiere líneas arriba. Otros dos objetos (lám. 273, 274), posiblemente de la misma catego-
ría, proceden de la zona de Chacas, pero se distinguen por estar construidos en una piedra mucho
más blanda (arenisca) y por su aspecto general: uno es un bloque esbozado en forma rectangular
(y no cuadrada), y el otro parece un fragmento sin esbozar y sin forma. Ambos objetos presentan
sencillos y profundos agujeros circulares esbozados con un instrumento puntiagudo. Miden res-
pectivamente 14 x 7 y 9 x 10 cm; el más grande presenta 10 agujeros mientras que el otro sola-
mente 3. Se localizaron durante la prospección en el cerro Balcón, uno en proximidad de la tum-
ba I de Balcón, el otro no lejos del sitio tardío de Huarazjirca o Ticcla (CVP 35).
Lau (2010: fig. 123) publica un fragmento de piedra redonda con agujeros redondos en círculo –
el objeto viene de la recolección de superficie. Dichos agujeros recuerdan otra piedra con foros en
círculo de aspecto simple encontrada en el mismo sitio por el mismo autor (Lau G. 2006: 222).
Similar a las maquetas tardías apenas descritas es un objeto publicado por Wilhelm Diessl (2004:
256, ¿un juego?) que registró en una colección privada en la zona de La Banda (San Marcos); el
aspecto de los agujeros profundos e irregulares recuerdan mucho a los objetos de las láminas 273,
274, pero, en este caso, con agujeros en ambas caras.
Por último encontramos, abandonada en el sitio de Huarazjirca o Ticcla (CVP 35), una piedra de
forma rectangular (18 x 22) con un dibujo en espiral (lám. 275) grabado en una arenisca marrón
claro al igual que las dos piedras con foros descritas arriba. Elisabeth Arkush (2011: 134) encuentra
piedras con dibujos en espiral en una serie de recintos con función de culto del Intermedio Tardío
en Mallakasi; así, la autora afirma que se trata de un tema común en el arte rupestre de esta fase.
Por otro lado, George Lau encuentra en Ancash una piedra con dibujo en espiral en el Torreón de
Chinchawas (2001: 86 y fig. 10.4e) que guarda ciertas relaciones arquitectónicas con el sitio de
Balcón de Judas (véase Cap. 3), muy cercano al lugar donde se encontró la piedra con espiral.
En la vertiente occidental del cerro Balcón se estudió una tumba a cámara, descrita en el Cap. 3,
que contenía un ajuar formado por 10 vasijas del tipo Jatungaga III (lám. 276) asociadas a restos
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óseos humanos – un cuerpo casi completo – de un hombre y una mujer16 (lám. 277). El cráneo bien
conservado, muestra una deformación intencional, quizás de tipo anular oblicua o tabular oblicua17.
Las vasijas, excepto una encontrada en la entrada de la sepultura (lám. 276: CVP 30/TbI/1), for-
maban parte de un ajuar hallado en la parte interior de la tumba. Se trata de vasijas de factura po-
bre, aunque posiblemente no todas utilitarias, a juzgar por el discreto estado de conservación de
algunas, quizás fabricadas como ofrenda a los difuntos. Otras vasijas, en cambio, presentan ras-
tros de quemado y pueden representar vasijas utilitarias reutilizadas en el ajuar.
Vasija 1 (lám. 276: CVP 30/TbI/1). Se trata de un cántaro con un cuerpo completamente globular
y de base inestable. El cuello es recto con los labios levemente evertidos (rotos). La abertura de la
boca en la parte mejor conservada y mide unos 7 cm; el espesor de las paredes varía alrededor de
los 6 mm. La pasta es de color rojizo anaranjado (Reddish Yellow 7.5 YR 6/8), las inclusiones son
de calcita, cuarzo, shashal. La decoración se limita a una franja aplicada en la juntura entre el cue-
llo y el cuerpo. Consta de una banda con círculos grabados.
Vasija 2 (lám. 276: CVP 30/TbI/2). Jarra con asa cintada vertical con huellas de quemado en el
cuerpo. La parte conservada del cuello es recta y levemente convexa; la base de la vasija plana irre-
gular. Las paredes de la vasija miden entre 4 y 7 mm de espesor. La pasta es de color rojo (Red
2.5 YR 5/8) y presenta inclusiones antiplásticas toscas de calcita, cuarzo, shashal, mica.
Vasija 3 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/3). Jarra con asas cintadas verticales/ laterales. La forma del
cuello se presenta convexa en la parte cerca de los labios, que están rotos, y cóncava antes de la
juntura con el cuerpo. La pasta es de color rojizo (Yellowish Red 5 YR 5/6) con un acabado su-
perficial tosco, una cocción aproximativa y huellas de quemado. La base es plana. Las paredes mi-
den 5 mm. La decoración plástica es muy sencilla y presenta un apéndice en el cuerpo y cuatro agu-
jeros ubicados en los lados de una de las asas. Analogías posibles con las jarras de la fase Chak-
was de Chinchawas (Lau G. 2010: 88c).
Vasija 4 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/4). Olla con dos asas cintadas verticales/ laterales. El cuello es
levemente convexo. La base es plana e irregular. Las paredes, muy gruesas e irregulares, miden
entre los 7 y 10 mm. La pasta es tosca de color marrón oscuro (Strong Brown 7.5 YR 4/6) con in-
clusiones rústicas de calcita, cuarzo, shashal y mica. La forma del cuello, mal conservado, y de
las asas que se juntan directamente en los labios recuerda la de los cántaros del tipo C de la fase
Jatungaga II. Diferentes vasijas de las fases Chinchawasi II y Warmi del Callejón de Huaylas pre-
sentan características parecidas (Lau G. 2001: fig. 7.27 y 8.13). Evidentemente se trata de una ti-
pología de vasija popular a lo largo de un período prolongado, quizás una vasija utilitaria.
Vasija 5 (lám. 276: CVP 30/TbI/5). Jarra con huellas de asa vertical posiblemente cintada, que no
se conserva. El cuello es cóncavo y la base plana. Las paredes miden entre 4 y 7 mm. La decora-
ción es muy simple y presenta un apéndice en el cuerpo. La pasta es marrón claro (Light Brown
7.5 YR 6/4) con inclusiones rústicas de calcita, shashal, mica.
Vasija 6 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/6). Vasija modelada en forma de un fruto o de calabaza, con dos
asas en la parte superior del cuerpo de perfil redondo. La forma del cuello, con labios redondea-
dos, es cóncava. La boca es muy estrecha y mide 3,3 cm. La base es cóncava e inestable. La pasta de
16 En la capa superficial de la tumba se identificaron la mayoría de los restos óseos que, como apuntamos, se en-
contraron completamente desarticulados: 2 fémures, 2 tibias, 1 peroné, 1 cúbito, 1 radio y un cráneo con deformación
tabular o anular oblicua, 1 fragmento de cráneo de otro individuo, fragmentos de vertebras, fragmento de mandíbula,
huesos del pie (1 astrágalo, 6 falanges en pésimo estado y otros huesos que no se identificaron debido al mal estado de
conservación), 1 fragmento de pelvis, 15 dientes (molares, premolares e incisivos) y 12 fragmentos de huesos largos no
identificados. En la UE 1 se identificó tan solo un fragmento de hueso largo y dos dientes.
17
Agradezco a Marla Toyne por indicarme estos datos.
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la vasija es rojiza (Yellowish Red 5 YR 5/6). Una vasija similar la publica Lynch (1980: fig. 9.22 G).
Vasija 7 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/7). Cuenco de factura aproximada, profundo y con base cónca-
va (véase frag. 386 lám. 257). La abertura de la boca, que está fragmentada, es de 9,3 cm y las pa-
redes son gruesas con un espesor variable entre los 5 y los 8 mm. La pasta es rojiza (Yellowish Red
5 YR 4/6).
Vasija 8 (lám. 276: CVP 30/TbI/8). Cuenco de factura aproximativa, profundo y con base cónca-
va. La abertura de la boca es de 7,2 cm y las paredes son gruesas con un espesor variable entre los
4 y los 8 mm. La pasta es rojiza (Reddish Yellow 7.5 YR 6/6) y de factura muy aproximativa.
Vasija 9 (lám. 276: CVP 30/TbI/1/9). Cantarito con rastros de asa vertical cintada, que no se con-
serva. Se trata de una miniatura de cántaro con cuello evertido y base plana, con una abertura de
la boca, conservada en un pequeño fragmento, de unos 5 cm. Las paredes son de espesor media-
no (4 mm) y la pasta rojiza (Yellowish Red 5 YR 5/8). La decoración es a base de pinceladas tos-
cas de color rojo en la parte exterior de la vasija, y rojas/ gris en la parte interior.
Vasija 10 (lám. 276: CVP 30/TbI/10). Jarra pequeña con asas laterales verticales minúsculas y
cuello recto. Es una variante del tipo descrito antes, si bien en este caso presenta una decoración
plástica en forma de apéndice.
Las vasijas y materiales líticos expuestos en la lámina 278 representan parte de un ajuar saquea-
do encontrado en la Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu asociado a restos óseos huma-
nos y animales (véase Cap. 3). Pertenecen al mismo contexto fragmentos de cuerpos de vasijas y
minúsculos fragmentos de metal que no se publican; este material data, por su estilo, entre las fa-
ses Llogihuasca y Jatungaga I.
El material cerámico encontrado entero consta de una vasija efigie (lám. 278: 466) de pequeñas
dimensiones, con pedestal y con detalles de la cara de un hombre incisos en la parte delantera. En
la parte de atrás se observan dibujos geométricos en forma de triángulos abiertos realizados con
pintura roja. Dos apéndices en forma de orejas completan la decoración.
Se recuperó también un fragmento de un cuenco (lám. 190) de bordes delgados, de pasta roja muy
fina, con engobe rojo mate y decoraciones de triángulos de color blanco cerca de los labios de for-
ma marcadamente cóncava, del tipo cuenco D de la fase Llogihuasca (lám. 198).
Los materiales líticos comprenden un tortero de piedra (lám. 278: 467), una vasija miniatura de ala-
bastro con tres minúsculos soportes (lám. 278: 468) y un canto redondo con un diámetro menor
de 1 cm (lám. 278: 469).
La vasija miniatura permite establecer comparaciones con las encontradas en otros contextos de
la zona de Chacas y con algunas vasijas de la zona del Callejón de Huaylas (Bennett W. 1944: fig.
13 B; Ponte V. 2012 ms).
Los cantos de dimensiones minúsculas se encontraron en diferentes contextos de excavaciones,
asociados a capas del Período Intermedio Temprano y posterior de la zona de Chacas, al igual que
las pequeñas piedras redondas (véase supra “proyectiles”).
Los materiales presentados en la lámina 279 son, como en el caso anterior, parte de un ajuar sa-
queado encontrado en la Tumba I del sector L de Jatungaga Pirushtu, descrita en el Cap. 3. Perte-
nece al mismo contexto el fragmento de cuenco conservado en un 70% aproximadamente (n. 386)
presentado en la lámina 257, y una cantidad abundante de fragmentería cerámica perteneciente a
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diferentes épocas (láminas 191, 204-205, 207-208, 210-211, 224, 226, 234-236, 238, 240, 245,
251, 258), así como restos óseos humanos y fragmentería de materiales variados (metales, texti-
les, cuero, un fragmento de calabaza, piedras de varias formas) que no se publican.
El material completo encontrado consta de dos minúsculos artefactos en cerámica, uno en forma
de cascabel perforado (lám. 279: 471) y el otro de cuenco (lám. 279: 472), y dos pirurus (lám.
279: 476-477).
Se encontró además material lítico: un tortero de piedra pulida (lám. 279: 478), un cántaro en mi-
niatura de piedra negra (lám. 279: 479), una escultura zoomorfa en forma de llama (lám. 279: 473)
y cuentas de collares en crisocola y piedra negra (lám. 279: 480).
Se identificó además un raspador irregular (lám. 279: 474) (véase Lau G. 2001: 11.6b) y diferen-
tes cristales de cuarzo (naturales y entallados, p.ej. lám. 279: 475) y un ticpis de cobre (lám. 279:
482) (compárense con Lau G. 2001: 11.27c) con la cabeza rectangular doblada y algunos frag-
mentos de metal alternados a cuentas de crisocola, que quizás formaban parte de un collar (lám.
279: 481). Se conserva también un objeto de hueso: un pendiente zoomórfico (lám. 279: 470).
Debido a que la tumba se encontró saqueada con los estratos revueltos, y a que se utilizó durante
largo tiempo como lugar de deposición por varios individuos, no sorprende que los objetos perte-
nezcan a diferentes épocas; así pues, datan a partir, por lo menos, del Intermedio Temprano, co-
mo parece demostrar la numerosa fragmentería de cerámica en caolín encontrada. El ticpis en co-
bre y algunos artefactos en piedra son comparables con los objetos similares encontrados por Lau
(ibíd.) que se remontan a la fase Chinchawasi II del sitio de Chinchawas. Habiendo cuenta de to-
dos estos elementos, no es improbable que la tumba fuera reutilizada hasta el Horizonte Medio.
La “necrópolis” de Tayapucru es un pequeño complejo de seis chulpas que fueron saqueadas y par-
cialmente destruidas. Los fragmentos de las vasijas que formaban parte de los ajuares, así como
los restos óseos humanos se encontraron esparcidos y mezclados en toda el área. Pudimos reco-
nocer algunas vasijas que posiblemente pertenecían al mismo contexto en la Tumba II y en la
Tumba III, y que se presentan en las láminas 280-281 y 282-283. El material consta de una mues-
tra abundante de cerámica que pertenece a la fase Tayapucru o Jatungaga II por su pasta y su for-
ma característica; los cuencos son numerosos, de finos a medianos, decorados con dibujos geo-
métricos en la franja superior externa en rojo oscuro sobre un engobe blanco (en algunos casos cao-
lín pero de baja calidad). También se encontraron cántaros y ollas sin cuello. Se encontraron ade-
más otros materiales que no se publican: un buen número de cuentas de collares en concha y en
hueso, una espátula de madera (largo 6,6 cm) con una extremidad horadada, una aguja en hueso
(largo 11,2 cm), el fragmento de un pito en cerámica fina de color marrón (5 YR 6/8), y varios tor-
teros, uno de ellos de forma tronco cónica con trazas de pintura roja.
En esta sección se presenta una discusión sintetizada de los datos que emergen del análisis de los
sitios localizados con su entorno geográfico. El objetivo de la misma es ilustrar los cambios, a lo
largo de la historia prehispánica de la zona de Chacas, de las estrategias de ocupación del territo-
rio. La elaboración de mapas temáticos y diacrónicos en relación con los recursos de la zona su-
giere preferencias diferenciadas a través del tiempo en la elección de los lugares de asentamien-
to, que son la respuesta a distintas exigencias socioeconómicas y políticas, y quizás responden in-
clusive a cambios religiosos en algunos períodos. Esta parte de la investigación se revela de es-
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243
pecial interés a la hora de enfrentar la discusión del modelo económico de micro-verticalidad que
consideramos (véase Cap. 2) como el más adecuado para una subsistencia en la zona de Chacas
en la antigüedad.
18
Puesto que las macro fases identificadas del Chacas prehispánico se basan en parte en una cronología absoluta, y
en parte en una cronología relativa, o sea en estilos de cerámica que a veces soprepasan las épocas, utilizamos a con-
tinuación la terminología clásica de períodos y horizontes acompañada por la que expresa las fases locales que fuimos
identificando a lo largo de nuestra investigación.
19 No se trata de dos categorías que se excluyen entre sí, sino de una clasificación sugerida por la observación, que
244
Though it is not very clear, there appears to be a severed human head held by its hair in the ani-
mal’s mouth”.
Al parecer las litoesculturas se empleaban en los sitios monumentales de esta época, como pare-
ce confirmar el hallazgo in situ de una de grandes dimensiones en el sitio de Matara (véase Cap.
3, y lám. 54). La iconografía terrorífica de la escultura de Matara – conservada en una colección
privada – y de las piedras de Chacas (lám. 49, 50, 51) subrayan el carácter especial de algunos sec-
tores de los Pirushtu.
Los montículos de esta época se caracterizan además por haber sido erigidos en lugares bien visi-
bles desde lejos y en una posición central del valle, dos rasgos clásicos de la arquitectura pública
(Moore J. 1996: 143 y 153).
El mismo patrón se conoce en la zona del Puchca, por ejemplo en Huarijircan y en Yamllipitec (Iba-
rra B. comunicación personal 2002) y en la zona del Santa (Wilson D. 1988: 137). De hecho, los
Pirushtus, en términos de inversión de energías y de importancia estratégica, eran la materializa-
ción (sensu DeMarrais E. - Castillo L.J. - Earle T. 1996) más prominente a nivel social de la ide-
ología dominante del período. Es interesante notar como su simbología en términos de iconogra-
fía tenga poca o ninguna conexión con el cercano centro de Chavín de Huántar.
La arquitectura de tipo doméstico de esta época se conoce muy poco, del mismo modo que los pa-
trones funerarios. Es evidente que los datos a disposición son todavía preliminares; así pues, el ha-
llazgo de cerámica formativa en los estratos más bajos del sitio de Jatungaga Pirushtu plantearía
el problema de la auténtica difusión de los asentamientos que se remontan a esta fase. Además,
fragmentos del Horizonte Temprano medio se encontraron también en Chagastunán y en Gatin: el
primero un sitio con una extensa área doméstica; el segundo, caracterizado por montículos, uno
de los cuales con un basural de cerámica que podría indicar la presencia de un área de viviendas.
Véase supra en el párrafo “Discusión” de la fase Llogihuasca para la problemática cronología de esta fase.
21
La presencia de una parte más elevada es característica de muchos sitios del Intermedio Temprano, como Riway
22
y Jatungaga. No sabemos si el montículo es el núcleo de construcción primaria, o si se trata de una tradición que se
mantiene también en los sitios de nueva construcción.
23 La única que pudimos excavar se encuentra en Chagastunán II, y se trata de un recinto de planta cuadrada asociado
a una zona de montículos con características no domésticas, que es difícil colocar a nivel cronológico (véase Cap. 3).
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Un dato evidente es la variedad de las tipologías de sitios de esta época, esparcidos por una vasta
área del territorio. Por último, se observa la presencia prominente de arquitectura funeraria (infra).
Aparece además una estructura ceremonial circular, sin plazas monumentales asociadas, objeto
de investigación de otros estudiosos en varias zonas de la sierra de Ancash (véase Cap. 2 y Cap.
3 sitio de Balcón de Judas). Como apuntamos, registramos un cierto número de entierros de esta
época, bien distribuidos en la totalidad del territorio analizado, en su mayoría montículos o ar-
quitectura fúnebre hipogea tipo cajas de piedra. Es evidente que, sin excavaciones que nos infor-
men acerca del sexo de los individuos enterrados, sus status, etc... resulta muy complicado dedu-
cir argumentos generales sobre la dimensión social (Chapman R. 2003) de estos cementerios. En
la totalidad de los casos, se trate de montículos visibles o de cajas enterradas, su distribución y ubi-
cación en crestas que dividen quebradas, o en zonas de tránsito, hablan de la posibilidad de que
estos monumentos estableciesen límites24, aunque posiblemente solo a nivel de micro-comunidad
local o de familia. Existía sin duda una “escala” de importancia también dentro de estos monu-
mentos, que quizás será posible detectar una vez realizadas excavaciones que permitan distinguir
entre el culto de los antepasados a nivel familiar y otro a nivel más amplio (compárense Herrera
A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012).
Las evidencias arqueológicas más destacadas del valle de Chacas aparecen a partir de la fase Ja-
tungaga I, cuando surgen nuevos asentamientos tipo sitios residenciales, que ocupan un área mu-
cho mayor respecto a los períodos anteriores y, básicamente, abarcan todas las quebradas secun-
darias de la zona de Chacas, además de la quebrada principal del Chacapata, cerca de la cual se
asentaban las construcciones de los períodos anteriores. El incremento de los asentamientos con
función de vivienda atestigua un nivel más formalizado de las aldeas. Cabe destacar el aumento
de la ubicación en crestas rocosas de cerros y en lugares estratégicos para el control del territorio,
así como la presencia de arquitectura defensiva y de áreas con diferentes funciones dentro de los
asentamientos. Suelen encontrarse áreas habitacionales en terrazas – viviendas de planta cuadra-
da – y áreas públicas con un patrón de acceso restringido asociadas a áreas de necrópolis hipoge-
as, así como parcialmente apogeas. Se registraron también monumentos fúnebres aislados, nor-
malmente en zonas de cultivo.
Ciertos sitios monumentales de la época anterior, en particular el Pirushtu de Chacas, al parecer
siguen considerándose “huacas”, si bien cambian la praxis de los rituales que se celebraban (com-
párense Moore J. 2010), ya que se transforman en lugares de entierro. Futuras investigaciones po-
drán aclarar por qué este proceso afectó solo algunos monumentos.
La distribución horizontal más amplia de cerámica de la fase Jatungaga I, así como una asociación
más clara con la arquitectura de esta época, permite estimar una distribución mayor de la pobla-
ción respecto a la época anterior.
24
Para la relación entre monumentos mortuorios y territorio, la literatura a partir de los años 70 es abundante, con
algunos títulos importantes por lo que concierne los temas de la visibilidad de los montículos fúnebres (entre otros Flem-
ing A. 1973; y en general Renfrew C. 1976; Chapman R. 1981); para los casos andinos véase Hyslop J. 1977; Dillehay
T. 1995: 8; Isbell W. 1997. El tema ha sido objeto de debate también por lo que concierne la situación de Ancash: Lau
G. - De Leonardis L. 2004; Herrera A. 2005a: 127 et passim, 2007; Mantha A. 2009; Canghiari E. - Orsini C. 2014.
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dencia con la zona de la quebrada Juitush. Allí se identificaron los ejemplos más antiguos de es-
tructuras de viviendas tipo “patio group” y de arquitecturas funerarias tipo chulpas.
Interesante y llamativo a la vez es el patrón difundido de las chulpas en la zona de la quebrada Gar-
guanga, en ambas faldas de la cuenca del río, hacia el cerro de Huacramarca, así como en la falda
donde surge el asentamiento de Tayapucru (véase Cap. 3). La misma entrada a la quebrada está do-
minada visualmente por la cresta donde se emplazaron el grupo de chulpas de Huaripatac, que se
asoman además a la triple confluencia entre los ríos Potaca, Pompey y Garguanga (lám. 287). Los
monumentos fúnebres apogeos no son una novedad de esta fase, existen ya a partir de la época an-
terior (véase supra), horizontalmente distribuidos en asociación, o no, con los asentamientos con-
temporáneos, algunos de los cuales posiblemente cubrían una función de protección y delimitación
del territorio de la comunidad. El mismo fenómeno se puede observar en la construcción de la ar-
quitectura funeraria de esta fase, cuando parece más marcada la función relativa a la visibilidad,
con un énfasis en monumentos altos y a veces incluso decorados para que se puedan ver desde le-
jos (Herrera A. 2007). Aun no alcanzando la complejidad de las comunidades mortuorias de la zo-
na de Huaylas (véase Herrera A. 2005a: 264), sospechamos que se trata de un fenómeno que no
se repite, ya que la mayoría de las chulpas se construyen en esta fase y no en las sucesivas, cuan-
do, como veremos, el patrón de los entierros será mucho menos formalizado. Llama la atención
además el hecho de que este patrón funerario se afirmara en la porción de la subregión de Chacas,
más conectada con la zona del Callejón de Huaylas, donde existen numerosos “pueblos de los
muertos” (Kinzl H. - Schneider E. 1950: 44).
247
res de metros separan los dos sitios. En Huari, la aldea tardía de Ñawpamarca estaba conectada con
un centro ceremonial con muros concéntricos de piedra, al igual que Pununan, conocido como
Awilupaccha (Orsini C. - Benozzi E. 2013: 75). Más difícil es discutir acerca de las característi-
cas intra sitio de esta fase ya que, como apuntamos, los sitios de nueva construcción son pocos en
comparación con los que se siguen frecuentando, y en su mayoría no cambian mucho la arquitec-
tura anterior. A nivel de observación general, se aprecia una baja planificación del espacio aldea-
no y de diferenciación entre las estructuras sea a nivel de técnica de construcción sea por la for-
ma, al igual que en otras zonas de los Andes; según algunos autores sería un indicio de un bajo ni-
vel de diferenciación social (Bonnier E. 1997). La presencia de estructuras defensivas y la ubica-
ción en terrenos generalmente rocosos, con pendientes muy pronunciadas, suelen asociarse tradi-
cionalmente a las aldeas de esta fase. Bonnier (ibíd.) señala que se disfruta de manera amplia de
las características del terreno y que, por esta razón, las obras de fortificaciones no son continuas,
pues generalmente se construyen en los puntos donde son necesarias (véase también Arkush E. -
Stanish C. 2005). La estudiosa (Bonnier E. 1997) registra además recintos fortificados, uno den-
tro del otro y con fosos en el medio. Los espacios que separan las murallas que rodean los sitios
se quedaron a menudo sin construir (Bonnier E. 1997). Todos estos elementos están presentes en
dos sitios de nueva construcción en la parte central de la subregión, Torrejirca y Rayanpampa,
mientras que no aparecen en los demás. Al parecer no se asiste a un proceso de fortificación de los
sitios de la época anterior, que siguen frecuentándose, como por ejemplo el sitio de Chagastunán.
Respecto a la arquitectura funeraria, son muy escasos los contextos encontrados. Aparte de la cue-
va de Pununan Cóndor (CVP 31) y de la cercana tumba I de Balcón (véase supra), sabemos que
se reutilizaron chulpas en Jatungaga (CVP 25) y cuevas en las cercanías del sitio de Riway (CVP
1). No se conocen los grandes complejos funerarios machay del tipo encontrado en otras zonas de
Conchucos (véase Ibarra B. 2009; Herrera A. 2007; Herrera A. - Amaya A. - Aguilar M. 2012) o
en la zona de Rapayán (Mantha A. 2006, 2009), que delimitaban los territorios étnicos mayores
(Mantha A. 2009) marcando un paisaje social con una clara función política (Herrera A. 2007).
Quizás la zona sufrió una fase de marginalidad, que continuó durante la época sucesiva, cuando,
exceptuando la construcción de dos sitios a corta distancia en la zona de tránsito hacia el Callejón
de Huaylas, con posible función de almacenaje (lám. 289: CVP 10, CVP 35), no se empezaron nue-
vos proyectos. Los pocos sitios del Intermedio Tardío siguieron utilizándose, como parece atesti-
guar la presencia de una cerámica local que imita a la inca, pero en general poco diferenciada de
la del Intermedio Tardío puesto que no se ha identificado en una fase específica (véase supra). En
general no se detecta la presencia de material inca en la zona, salvo pocas excepciones. Respecto
a esta cuestión, Wegner (2001: 34) señala: “There is a fine blackware Inca bottle (“aryballos”) in
a private collection in Pampash. Its small size and dark color suggest that it was made on the North
Coast in the conquered Chimu territory. In the museum’s collection [Museo de Chacas], there is a
red ceramic version of an Inca cup or kero [véase lám. 262]. Keros, often made of wood, were used
frequently to serve chicha in many ceremonies of ritual exchange. Perhaps, the Chacas kero be-
longed to a local cacique or a low-level imperial administrator. Local potters also made pottery imi-
tating standard Inca vessel forms. One tall bottle [véase lám. 261] has a pointed base like that of
an aryballos, but without the side handles, narrow neck and elegant contours of an Inca vessel. Its
painted decoration of red wavy lines on the neck and vertical loops on the shoulder was probably
derived from the local ceramic tradition of the Conchucos ethnic group.”
Período colonial
La ciudad de Chacas se fundó entre 1572 y 1573 como “reducción de indios” (Espinoza Milla S.
1994: 17). En el capítulo 2 tratamos de una forma extensa la cuestión de la reducción que signifi-
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có, posiblemente, el desplazamiento de grupos humanos de los sitios que se ubican en el valle del
río Arma (lám. 290). La fundación respondió a la creciente presencia de Españoles en la zona in-
tencionados a explotar los recursos mineros de la región.
La elección de la zona del Arma para la fundación respondía posiblemente a una doble exigencia:
“reducir” indios de una zona medianamente poblada de la subregión – en la zona del Arma se ubi-
caban los asentamientos mayores en los periodos tardíos (véase lám. 289: 22, 23, 24,13) – y em-
plazar una ciudad colonial a corta distancia de la zona de Huari, a un día de camino recorriendo
la quebrada Arma en dirección sur25.
No es casualidad que la única fundación, salvo la ciudad de Chacas, que pudimos detectar sea un
sitio minero de la primera década del 1700 ubicado en la misma quebrada del Arma (lám. 290: 19).
Otro posible sitio minero, cerca del antiguo poblado de Rejrish, no se logró definir con claridad,
nisiquiera la primera instalación minera de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Tumac,
implantada en la primera mitad del siglo XVI y operativa hasta mediados del siglo XVIII.
Los datos elaborados por el SIG permiten hacer algunas consideraciones acerca de las tendencias
poblacionales de la zona a través del tiempo.
En primer lugar se aprecia que los sitios más antiguos de la zona se asoman a la cuenca principal
de la zona del Chacapata y no se distancian excesivamente el uno del otro. Si estos sitios repre-
sentaron el núcleo de las actividades socio-económicas, aun considerando el patrón disperso de una
población que vivía en habitaciones deteriorables, y por ende no detectables por la arqueología,
es poco probable que existiese una población numerosa.
La tendencia poblacional es creciente en los períodos sucesivos, cuando tiene lugar una expansión
en dos direcciones: hacia las quebradas secundarias de la zona de Chacas y, por consiguiente, ha-
cia pisos ecológicos más elevados, puesto que la zona de la cuenca del Chacapata es la parte más
baja del valle. Esta tendencia es progresiva e indica una diferenciación de los recursos locales. El
progresivo levantamiento de asentamientos en ecotonos suni-puna permitía controlar un número
mayor de territorios con un provecho diferente, necesarios para sustentar una población más nume-
rosa a medida que pasaba el tiempo.
Dicho fenómeno, al parecer, inicia en Chacas en tiempos remotos, o sea a finales del Período For-
mativo, cuando sitios como Gatin y Jatungaga Pirushtu se fundaron. Es probable que este fenó-
meno tan precoz determinara un impulso, bastante evidente a lo largo del Período Intermedio Tem-
prano, para ocupar nuevos territorios y para construir nuevos asentamientos.
La explotación de nuevos territorios para sustentar a una población que iba creciendo es un fenó-
meno macroscópico hasta finales de la fase Jatungaga I.
Durante la fase Jatungaga II el número de los asentamientos parece ir en disminución, con excep-
ción de la parte sur del valle, mientras que durante la fase III la disminución es aun más evidente:
son menos los asentamientos que dominan un territorio más amplio, a veces en parejas, con cada
pareja distanciada entre sí, invirtiendo de este modo la curva de alta densidad evidente en los pe-
ríodos anteriores. Contextualmente desaparecen las tipologías diferenciadas de los asentamientos
presentes en los períodos anteriores, predominando la aldea nuclear con un bajo nivel de formali-
zación. En otras áreas de la sierra de Ancash las aldeas de esta fase alcanzan una extensión enor-
La misma preocupación la encontramos en el acta de fundación del primer obraje de Colcabamba (¿zona de Yana-
25
ma?), que data del 1571; las autoridades se esmeraron en construir un camino de conexión entre Colcabamba y Huari
(véase Cap. 2).
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me, desconocida en Chacas. Sin embargo, cabe destacar que el sitio de Chagastunán posiblemen-
te alcanzara su mayor extensión en esta época. Por último, la época de la Conquista y de la insti-
tución de las reducciones (véase Cap. 2) cambia de manera radical los patrones de asentamiento,
concentrando la población en los obrajes y en las villas coloniales, hecho que causa además una
progresiva despoblación de las zonas altas del territorio – puna – y una concentración mayor en
las aldeas ubicadas en la zona quechua, si se exceptúan los sitios mineros.
Lám. 182. Cuenco con borde reforzado encontrado en el sitio de Gatin (CVP 28).
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Lám. 183. Cuencos tipo A (4-7), B (1-3) y miscelánea (8) de la fase Pirushtu.
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Lám. 184. Ollas sin cuello (9-13) y ollas de cuello corto (14-17) de la fase Pirushtu.
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Lám. 188. Cerámica con punteado de color marrón con trazas de pintura de relleno roja y amarilla. Procede de
una tumba de caja cerca de Wilkawaín. De Bennett W. 1944: plate 2.
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Lám. 189. Fragmentos decorados formativos: un tiesto se caracteriza por una decoración tipo prominencias en
hileras (véase tambíen lám. 186), los otros presentan circulos estampados, excisos simples y líneas grabadas.
Lám. 190. Un cuenco miniatura efigie en pasta de textura gruesa con engobe blanco y decoración roja ge-
ométrica y un cuenco fino tipo D del periodo Llogihuasca encontrados en la misma estructura funeraria (Tum-
ba II del sector M de Jatungaga Pirushtu, CVP 25).
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Lám. 192. Ejemplos de cuencos de la fase Llogihuasca en una colección privada en Chacas.
La forma del ejemplar de abajo es compatible con las formas del tipo A de la lám. 191.
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Lám. 194. Cuenco tipo B de la fase Llogihuasca procedente de una colección privada de Chacas, nótense la dec-
oración incisa.
Lám. 195. Cuenco similar al tipo B de la fase Llogihuasca encontrado en la Estructura VIII del sitio de Ishla Ranra
en la Laguna de Puruhuay (Huari, Ancash). De Orsini C. - Benozzi E. 2013: fig. 112.
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Lám. 196. Cuenco parecido a la variante más abierta del cuenco tipo B de la fase Llogihuasca. El ejemplar pro-
cede de la local Colección de la Alcaldía (inv. 367), presenta una decoración incisa que no hemos encontrado en
ningun ejemplar de la fase Llogihuasca en nuestras excavaciones, y la base apedestalada.
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Lám. 199. Ejemplar similar a los cuencos tipo D de la fase Llogihuasca en la Colección de la Alcaldía de Cha-
cas (inv. 222).
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Lám. 201. Ejemplar similar a los cántaros tipo B en la Colección de la Alcaldía de Chacas
(inv. 420).
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Lám. 206. Cuenco similar a los del tipo B de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas (inv.
210).
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Lám. 209. Ejemplar similar a los cuencos tipo D de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Chacas
(inv. 360).
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Lám. 213. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Cha-
cas (inv. 425). La decoración es de pinceladas toscas en color rojo.
Lám. 214. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Cha-
cas (inv. 2). La decoración es de color rojo positivo.
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Lám. 215. Ejemplar similar a los cántaros del tipo A de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Cha-
cas (inv. 344).
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Lám. 221. Ejemplar similar a los cántaros del tipo D de la fase Jatungaga I en la Colección de la Alcaldía de Cha-
cas (inv. 393).
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Lám. 222. Ejemplar similar a los cántaros tipo D de la fase Jatungaga I en la colección de la Alcaldía de Chacas
(inv. 394). La decoración pintada geométrica es de color blanco, rojo amarillento y marrón sobre un engobe
rosado.
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Lám. 225. Vasija abierta con cuello anillado en la colección de la Alcaldía de Chacas (inv. 356).
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Lám. 249. Ejemplar casi completo de cuenca de la fase Jatungaga II decorado con una faja de pintura blanca en la
parte mediana del cuerpo, y en la parte plana de los labios evertidos. En la parte restante del cuerpo se aprecia una
decoración negativa en fondo rojo con dibujos geométricos. En la parte delantera de la vasija una tira de arcilla de-
fine un espacio donde habia una decoración plástica, con posiblemente la cara de un hombre, de la cual quedan una
orejera o un ojo.
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Lám. 252. Fragmentos de un quero procedente del sitio de Tayapucru (CVP 37).
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Lám. 261. Dibujo y fotografía de la vasija con base instable inv. 424 de la Alcaldía de Chacas.
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Lám. 262. Dibujo y fotografía de quero inca de producción local inv. 404 de la Alcaldía de Chacas.
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Lám. 266. Martillos: CVP 37/CV/e1-3, CVP 13/H4/a2-1, CVP 37/AVI/a4-4; instrumentos tipo achas o rompeter-
rones: CVP 13/3, CVP 25/EI/a1-1, CVP 13/2; manos de doble plano: CVP 37/GI/f2-2, CVP 37/AVI/a4-5.
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Lám. 268. Utensilios procedentes del sitio de Tayapucru (CVP 37): quizás achas con una forma apróximada-
mente triangular.
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Página siguente:
Lám. 271. Maqueta en andesita encontrada en la escarpada con restos de muros derrumbados de la plataforma
L en el sitio de Chagastunán (CVP 13).
Lám. 272. Tablero en piedra procedente del sitio de Tayapucru (CVP 37).
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Lám. 273 y 274. Bloques en arenisca con agujeros circulares procedentes del cerro Balcón.
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Lám. 275. Piedra de forma rectangular con un dibujo en espiral encontrada en el sitio de Huarazjirca o Ticcla
(CVP 35).
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Lám. 276. Ajuar procedente de la Tumba I de Cerro Balcón formado por 10 vasijas del tipo Jatungaga III.
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Lám. 277. Cráneo femenino con deformación intencional de la sepultura en la Tumba I de Cerro Balcón.
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Lám. 278. Artefactos que hacían parte del ajuar saqueado encontrado en la Tumba II del sector M de Jatungaga
Pirushtu (CVP 25).
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Lám. 279. Artefactos que hacían parte del ajuar saqueado encontrado en la Tumba I del sector L de Jatungaga
Pirushtu (CVP 25).
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Lám. 280 y 281 (página siguiente). Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba II de la
necrópolis de Tayapucru (CVP 37).
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Lám. 282 y 283 (página siguiente). Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba III de la
necrópolis de Tayapucru (CVP 37).
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Lám. 284. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Inicial identificados en la zona de prospección.
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Lám. 285. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano medio (Fase Pirushtu).
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Lám. 286. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano Final/Período Intermedio Temprano (Fase
Llogihuasca y Fase Jatungaga I).
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Lám. 287. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Medio (Fase Jatungaga II).
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Lám. 288. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Intermedio Tardío (Fase Jatungaga III).
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Lám. 289. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Tardío (Fase Jatungaga III).
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Lám. 290. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Colonial.
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Capítulo 5
Un acercamiento a la complejidad de Chacas prehispánico
Las poblaciones del valle de Chacas en ningún momento fueron objeto de una organización esta-
tal (sensu Sanders W. 1992: 2791), más bien podemos suponer la existencia de pequeños grupos
que alcanzaron diferentes fases de complejidad a lo largo del tiempo sin llegar a desvincularse de
un nivel de organización pre-estatal. Los datos etnohistóricos que se refieren a la coexistencia de
muchos grupos humanos en un territorio limitado, respaldan esta hipótesis (León Gómez M. 2003).
Esto no significa, como ya tuvimos ocasión de afirmar en un trabajo anterior (Orsini C. 2006),
que las antiguas sociedades chacasinas no construyeran una identidad compleja o que no supieran
negociar dicha identidad frente a otros grupos humanos. En nuestro estudio se parte del presu-
puesto que la diferenciación social, y por ende la complejidad social entre los antiguos chacasinos,
surgió de mecanismos de especialización económicos vinculados a factores endógenos y exóge-
nos a la sociedad misma. Una ubicación territorial aislada, la ausencia de influencia de organiza-
ciones estatales multivalles, un ecosistema comprimido entre zonas de producción diferenciadas,
y a su vez contiguas, fueron fortaleciendo la identidad étnica, las diferencias faccionales y las for-
mas de heterogeneidad reconocidas en otros contextos prehispánicos americanos, por ejemplo en
los Andes sur (Janusek J. 2001) o en Mesoamérica (Hare T. 2000), como elemento de complejidad
a la par con jerarquía y especialización económica.
Esta consideración implica que, a nivel espacial, no tiene lugar una planificación sistemática del
espacio de toda la microrregión, sino más bien la subdivisión de los espacios y la coexistencia de
pequeños centros administrativos sugiere un modelo de organización social no igualitaria basado
en relaciones de parentesco.
En un territorio tan limitado geográficamente como el que estamos tomando en consideración, no
existe pues un centro de dominio predominante, o al menos no de manera estable (véase infra). Es
también poco probable que los varios asentamientos dependieran de un centro administrativo lo-
1
“Terms like “ranking” and “stratification” are often used interchangeably by archaeologists and are equated with
the terms “chiefdom” and “state”[…] There is, of course, a broad correlation of the chiefdom (as a political form) with
ranking (as a principle of status differentiation), and the state with stratified society […]. I would define chiefdoms as
political systems in which political statuses area based solely or predominantly on kinship. States could be defined not
only as systems where the exercise of force is legitimized […], but […] as political systems in which specialized insti-
tutions of power, separate from kin-ranked-based structures, have evolved; in the early stages of state formation, these
occur side by side with the older structure”.
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calizado en otra área, por ejemplo del Callejón de Huaylas, al menos a juzgar por los fuertes ele-
mentos de continuidad diacrónica en la evolución de los asentamientos locales.
Tales procesos se manifiestan de manera simultánea inclusive en zonas limítrofes durante el Perí-
odo Intermedio Temprano, por ejemplo la zona de Cajamarca (véase Topic T. 1991; Julien D.
1993), donde tradiciones comunes, a pesar de las diferencias microregionales y de las competen-
cias entre los diferentes grupos, funcionaron como elemento de cohesión junto con la religión.
La complejidad social cambió a través del tiempo materializándose a través de la ocupación físi-
ca y simbólica de los diferentes espacios y ecotonos de la región a lo largo del tiempo, refleján-
dose en la cultura material, en la religión y en los hábitos funerarios.
Durante el Formativo, conocido todavía a nivel muy superficial, observamos la construcción de
plazas que, en principio, podían acoger a un gran número de personas y que imaginamos que fun-
cionaban como centros de referencia, presumiblemente a nivel de valle, para la celebración de los
cultos religiosos. Desafortunadamente, al contrario de lo que sucede en otras áreas, pocas son las
evidencias de zonas residenciales asociadas a estos sitios, es por eso que resulta difícil formular
hipótesis sobre la entidad de la población y la naturaleza de los asentamientos.
Los centros ceremoniales de Formativo llevan a suponer que existía una consistente población
que prestaba la mano de obra necesaria para la realización de estas imponentes construcciones. Sin
embargo, este nivel de organización no se considera suficiente para poder definir los estándares
mínimos de una organización estatal; en varias ocasiones ya se demostró que la movilización de
una gran cantidad de fuerza trabajo para construir extraordinarias obras arquitectónicas en los An-
des habría tenido como único motor el de la religiosidad (Burger R. 1995: 37). En tal caso “the ide-
ology represents the community, not individual or élite groups” (Stanish C. 2001: 45).
Este nivel organizativo se conoce como “pilgrimage center model”, puesto que el esfuerzo y la co-
hesión social aparecen en la medida en que son útiles a la construcción y al mantenimiento del cen-
tro religioso.
Los centros de peregrinaje revelan una estrategia de planificación territorial, pues se sitúan en
puntos estratégicos del paisaje y de sacralización del territorio, que dejan suponer que los cultos
de ese período estaban estrechamente conectados con el mundo agrícola y, en particular, con el con-
trol de las aguas: no es casual que se ubiquen en confluencias de ríos. Como señalamos, no se de-
be por ello imaginar una sociedad organizada como un curacazgo2 o un estado: “many of the sur-
face attributes of organization can exist [en el “pilgrimage model center”] – large centers, wides-
pread distribution of art style, and sé forth-without the actual socioeconomic hierarchies that anth-
ropologists see as central to organizations” (Stanish C. 2001: 52).
A finales de este período se pone en marcha un significativo proceso de cambio. En una etapa, cu-
yo inicio podemos suponer alrededor del 400 a.C., encontramos evidencias de sepulturas, asenta-
mientos relacionados con terrazas agrícolas y situados en zonas altas y fácilmente defendibles.
También las estructuras ceremoniales cambian de forma y de ubicación, prefiriéndose para ellas
áreas vinculadas a zonas de viviendas, es decir, en lugares más altos, como por ejemplo el sitio de
Balcón de Judas o el sector de los montículos de Chagastunán (véase Cap. 3). Dichas estructuras
ceremoniales son, además, mucho más pequeñas con respecto al período anterior. Dejan de reali-
zarse las grandes plazas que habían caracterizado los centros de peregrinaje, así como se abando-
na la tradición escultórica monumental que retraía oscuros dioses ántropo-zoomorfos que parece
Para definir un nivel de organización pre-estatal, como por ejemplo el de los curacazgos, se necesita la presencia
2
de un jefe de una élite basada en un sistema de parentesco, una estratificación social, la presencia de un sistema económi-
co organizado y un modelo repetitivo y visible de asentamientos (Sahlins M. 1958, 1963; Service E. 1965: 149; Carneiro
R. 1981, Earle T. 1987, 1997: 193).
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en neta decadencia; en su lugar se da espacio a una producción cerámica más rica y a litoescultu-
ras de tamaño menor que representan a los ancestros o a animales míticos.
La misma ubicación de los asentamientos pone de manifiesto un fenómeno que va adquiriendo ca-
da vez mayor relevancia: el énfasis por el control de los terrenos agrícolas y de la ganadería, la de-
limitación de los territorios más altos de la zona que adquieren importancia en la economía y que
se “sacralizan” mediante marcadores territoriales bien visibles, como las estructuras dedicadas al
culto y a las inhumaciones de la élite. Para esto último véase el caso de los Pirushtu de Huayá, una
hilera de montículos con estructuras funerarias que delimita la división de aguas entre el valle del
Arma y la Quebrada Huayá.
Tiene lugar un proceso de delimitación de los territorios que destaca, de manera evidente, junto con
el proceso de creación de una nueva élite que justifica la conservación de su poder en las relacio-
nes de parentesco y en la gestión de bienes materiales.
Esta fase todavía se conoce poco porque los asentamientos se encuentran bajo los del período si-
guiente y no podemos calcular la amplitud de los poblados ni su número exacto. Sin embargo, al-
gunos de los fenómenos que acabamos de describir no descartan la posibilidad de que tuvo lugar
un importante cambio del sistema social y económico. La mayor distribución de los recursos se re-
fleja en el crecimiento de la producción de cerámica. Del mismo modo la estratificación social y
las instituciones políticas debieron de adquirir una conformación más definida en esta fase.
Las áreas de actividades dedicadas a la producción de bienes quedan pues asociadas a estos asen-
tamientos, lo que hace suponer que hubo un control directo sobre las actividades económicas, pro-
bablemente administradas bajo una cierta supervisión de las élites que habitaron en las áreas resi-
denciales de dichas aldeas.
Considerada la densidad de terrazas agrícolas, asentamientos y otras huellas de estructuras que
caracterizan los primeros siglos de la era cristiana en el valle de Chacas, imaginamos que la po-
blación no residía exclusivamente en los pequeños asentamientos. Parece más bien que la aldea se
concebía como lugar de concentración de productos, bienes santuarios, viviendas y tumbas de la
élite. Podemos suponer que las viviendas de parte de la población eran de materiales degradables
y estaban dispersas en el territorio.
Diferentes autores (Lane K. 2006; Lau G. 2007; Ponte V. 2007) señalan que crece de manera sen-
sible en esta fase la importancia de la ganadería3, y que el emplazamiento de los centros de la épo-
ca permitía el crecimiento de una economía mixta, más agro-pastoril a partir de la época sucesiva
(Lane K. 2005, 2006). Es posible que, a lo largo del tiempo, los procesos de especialización eco-
nómica fueran causando una división social que expresaba, para decirlo con P. Duviols (1973), una
relación de oposición pero a la vez de complementariedad entre grupos especializados de la mis-
ma comunidad (véase Lane K. 2005: 239 et passim). Retomaremos este tema más adelante.
Los centros del poder, o sea las aldeas situadas estratégicamente en la ecozona de producción su-
ni, controlaban las actividades económicas relacionadas con la producción que tenía lugar en su
interior, por ejemplo la elaboración de las materias básicas, así como su redistribución a través de
rituales y festividades que involucraban a toda la comunidad (Gero J. 1990, 1992, 2001; Lau G.
2002) sin la necesidad de la existencia de un centro de control único, como se afirmaba en la teoría
clásica del curacazgo (p. ej. Service E. 1965: 144).
No es insensato defender que junto con una explotación más exhaustiva del territorio y el empe-
ño en emplazar los asentamientos en una franja del territorio estratégica para el control de dife-
rentes pisos ecológicos se fue afirmando un modelo económico de microverticalidad comple-
3
Que está documentada arqueológicamente desde tiempos mucho más antiguos en la zona, véase Burger R. - Miller
G. 1995.
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mentaria (Oberem U. 1981; Ramírez De Jara M.C. 1996; Herrera A. 2003a, 2006; Orsini C. 2006),
que bien se adaptaba a la gran compresión del territorio que estudiamos, un valle muy estrecho don-
de en pocos kilómetros se encuentran territorios explotados de manera distinta.
Aceptando tales premisas, se pone sin duda en evidencia que los modelos de complementariedad
vertical a larga escala que prevén la ocupación de territorios situados en zonas ecológicas muy di-
ferenciadas, por parte de diferentes segmentos de un mismo grupo – como se planteó para otras
zonas del Perú (véanse Cap. 1 y 2) –, no parecen describir bien los sistemas sociales y económi-
cos de Chacas. Hasta hoy en día es costumbre obtener productos de las áreas más cálidas a través
del trueque o, en el caso de las poblaciones de la zona más oriental del valle de Chacas, gracias a
los desplazamientos a campos de cultivo en áreas más templadas que se puede realizar en un mis-
mo día4.
¿Pero en qué términos se relacionaron los varios centros que consideramos contemporáneos en es-
te período? Un número relativamente alto de asentamientos no pudo compartir un territorio tan es-
trecho y limitado en recursos sin conflictos o, por lo menos, tensiones. La posición de muchos si-
tios enfrentados para controlar una misma porción de territorio, se configura como una planifica-
ción de control que debió de ser objeto de una coordinación de mayor nivel.
Sin embargo, hasta la fecha, no se encontró un asentamiento principal que pudiera haber actuado
como guía para la planificación del territorio. Es posible que los términos de esta autoridad fue-
ran frágiles, que las decisiones se tomasen alternativamente en diferentes sitios o que existiera una
fuerte política matrimonial y de intercambio que permitió solucionar el problema y cuyo resulta-
do fue una convivencia relativamente pacífica5.
Por otra parte, los distintos tamaños y niveles de expansión de los sitios tomados en consideración,
apunta hacia la inexistencia de sistemas políticos uniformes y estables en la zona. Con toda pro-
babilidad fueron activos una serie de pequeños centros en expansión y contracción con una base
cultural común y liderados por una autoridad, que se podría definir de primus inter pares, desem-
peñada por diferentes asentamientos a lo largo del tiempo (véase en el área maya el fenómeno del
“peer-polity network” Freidel D. 1986; Sabloff J.1986; Demarest A.1992).
La zona de la actual ciudad de Chacas gozó de suma y especial importancia gracias a su posición
de control, tanto hacia oeste como hacia el norte, y también gracias a su ubicación en dirección a
otra área importante durante el pasado prehispánico, la actual provincia de Huari. Chacas se en-
cuentra además en la confluencia de dos importantes ríos y fue sede de un importante huaca du-
rante el Período Formativo (Pirushtu de Chacas, CVP 15). La zona la rodean asentamientos con-
temporáneos; entre ellos destaca Chagastunán, el sitio mayor de la zona meridional del valle.
El mismo término Chacas, como señalamos (Cap. 2), alude al sitio arqueológico de Chagastunán
cuyas poblaciones fueron reducidas a Chacas para la construcción de la ciudad colonial. A su vez,
el asentamiento prehispánico de Chagastunán, que presenta señales de ocupaciones de finales del
Formativo, pudo haber nacido como área satélite del sitio del Pirushtu de Chacas, y luego ir ad-
quiriendo progresivamente importancia; sin embargo, la misma huaca ya durante los primeros si-
glos de nuestra era dejó de funcionar como centro ceremonial para convertirse en lugar de sepul-
tura de las élites en la fase Jatungaga I. La reutilización de los viejos montículos del Formativo in-
4 En la actualidad, como probablemente sucedió en pasado, las poblaciones que viven cerca de las tierras bajas y
húmedas, en la parte oriental de la provincia de Chacas, cultivan estas tierras aunque los asentamientos y las viviendas
se encuentren en una zona más elevada, ecotono quechua (véase el caso de Tarapampa en la contigua provincia de Fitz-
carrald, justo al este de Chacas, Venturoli S. comunicación personal 2004), mientras que quienes viven en la zona cen-
tro occidental de la provincia acceden a tales bienes mediante intercambio.
5 Aunque no siempre, como indican las armas y los proyectiles de piedra encontrados en las partes altas de los asen-
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dica, a nuestro parecer, que tuvo lugar un cambio dentro de la sociedad así como un proceso de
“historización” y de una cierta “visión” del pasado (Thomas J. 1993), importante instrumento de
propaganda política de la nueva élite y de fortalecimiento de la identidad comunitaria (Sinopoli C.
2003; Van Dyke R. - Alcock S. 2003; para un caso andino compárense Moore J. 2010).
Es posible que Chagastunán funcionara como autoridad tipo primus inter pares subregional durante
un período, tal vez durante la fase Jatungaga I y el Período Intermedio Tardío. No sabemos en qué
términos se expresaba esta autoridad subregional y, lamentablemente, la escasez de estudios so-
bre los sistemas de asentamiento y sobre la sociedad del Período Intermedio Temprano en la zo-
na de la sierra de Ancash no nos permite establecer comparaciones con modelos políticos parecidos.
Entre los grupos que hacen parte de la tradición recuay la afirmación de una nueva clase política
se pone de relieve con la multiplicación de imágenes de los jefes; imágenes que sugieren una in-
mediata asociación entre líder y poder político, religioso y económico indicando su capacidad de
mantener relaciones sociales, a veces incluso a través de políticas matrimoniales (acerca de las
imágenes de relaciones sexuales hombre/mujer sus implicaciones políticas véase Gero J. 2004).
A pesar de contar con pocos datos a disposición, de ellos se desprende que durante el Período In-
termedio Temprano la autoridad se basaba en sistemas de parentesco, y que el culto de los muer-
tos tenía un papel muy importante en la manifestación pública del poder (Lau G. 2000, 2002).
Durante el lapso de tiempo correspondiente con la expansión del estado wari, algunos asenta-
mientos del período anterior en Chacas siguen siendo la base de la vida social local, pero no to-
dos se mantienen activos. Los pocos sitios nuevos de este período se concentran en la zona su-
roccidental del valle y se colocan sobre todo en áreas elevadas. Se aprecia contextualmente la des-
aparición de temas figurativos que conciernen a la élite, para volver a una iconografía geometri-
zante y/o abstracta, por lo menos en la cerámica local6. El énfasis en las estructuras domésticas con-
cebidas para acoger a familias ampliadas, patio group, y la construcción de nuevas tumbas, desti-
nadas no a pocos individuos como en el período anterior, sino a un grupo más amplio, son quizás
la señal más visible de la consolidación de una identidad clánica (cfr. Isbell W. 1997: 281-283; He-
rrera A. 2005a: 264, 2007). La adoración de los antepasados de cada grupo étnico, iniciada ya en
el período anterior, se convierte quizás en predominante y en nuevo motor de cohesión social.
Como ya observamos, el territorio oriental de la Cordillera Blanca, al menos en el área de estudio
que nos ocupa, no conoció antes de la colonia una organización estatal. Según la teoría que goza
de mayor aceptación, fueron los Waris quienes fundaron, en la zona de los Andes Centrales, los
primeros estados organizados difundiendo así su modelo de organización social en buena parte
del área andina. Aunque los términos y las modalidades de esta expansión en Ancash se cuestio-
naran bastante recientemente (véase Ponte V. 2007), es innegable que los Waris llegaron al área del
Callejón de Huaylas influenciando, en qué medida es todavía objeto de discusión, algunos centros de
viviendas y ceremoniales locales.
La cultura wari parece no haber tenido ningún contacto con la zona de Chacas, si se excluyen dé-
biles cambios de bienes exóticos, que deducimos tras la observación de objectos en colecciones
privadas (Wegner S. 2001) pero que no podemos probar con datos arqueológicos. Sin embargo, se
detectan algunos cambios como un nuevo estilo constructivo y la importancia creciente de la ar-
quitectura funeraria de chulpa: estos fenómenos tuvieron, como vimos, una evolución paralela a
la misma historia local de la zona. Es complicado ofrecer una explicación exhaustiva de estos fe-
nómenos, que no son imputables a una sola causa sino a elementos relacionados que, como de-
muestran los lentos procesos de evolución y cambio de la zona de Chacas, se arraigan de manera
6 Mientras que en la zona del Callejón de Huaylas se conocen botellas antropomorfas de producción local con fuerte
influencia wari (véase p.ej. Paredes J. - Quintana B. - Linares M 2001; Paredes J. 2005; Ponte V. 2007).
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profunda en la historia local. La mayor importancia de los grupos familiares, con respecto a las fa-
milias nucleares independientes, podría ser la natural evolución del fenómeno de organización del
trabajo para una explotación de los recursos agro-pastoriles más difundida, dando una mayor im-
portancia a las actividades de ganadería que destaca en diferentes áreas en esta fase (compárense
Lane K. 2005, 2006; Lau G. 2007; Ponte V. 2007). Por su parte no hay que olvidar que tales cam-
bios se precipitaron debido a una serie de transformaciones que caracterizan toda el área andina
alrededor del Horizonte Medio; estas transformaciones, que acompañaron la expansión wari son
evidentes, por ejemplo, en el contiguo Callejón de Huaylas, y es posible que aceleraran procesos
ya en acto en la zona de Chacas. Ponte (2007) sugiere que el pastoreo en la zona de la sierra de
Ancash aumentó gracias a la influencia de los Waris, quienes probablemente fomentaron la pro-
ducción de lana de camélidos a cambio de productos exóticos, o incrementaron la producción con
la mita en las zonas del Callejón de Huaylas7.
No es casual que la mayor concentración de arquitectura tipo patio group y de necrópolis de chul-
pa se encuentre en la zona suroccidental de Chacas, en correspondencia de la quebrada Juitush que
comunica con el Callejón de Huaylas y cuya continuación en la vertiente occidental de la Cordi-
llera es la Quebrada Honda, sede del importante sitio de influencia wari de Honcopampa.
En cuanto al período siguiente, que corresponde a la fase Jatungaga III, el dato más evidente es un
fuerte descenso del número de asentamientos, y el predominio de aldeas, mientras que desapare-
cen casi por completo las muestras de otras tipologías de sitios. Otro dato relevante es que las al-
deas de nueva construcción se establecen en zonas muy altas (compárense Herrera A. 2003a; Iba-
rra B. 2003; Mantha A. 2006; Orsini C. - Debandi F. - Sartori F. 2009; Herrera A. - Amaya A. -
Aguilar M. 2012). Sin duda la especialización de la economía pastoril fue aún más notable a par-
tir de esta fase (Lane K. 2005), momento en que grupos especializados construyeron en toda la sie-
rra de Ancash nuevos asentamientos en áreas más cercanas a los pastos para los rebaños. Se trata
de un período que corresponde a la fase así llamada de los señoríos étnicos, que en la zona de
Conchucos fueron descritos por primera vez por Waldemar Espinoza (Espinoza Soriano W. 1969;
León Gómez M. 1996, 2003; Chocano M. 2003; Venturoli S. 2006a, 2006b). En el Capítulo 2 de-
tallamos lo que fue la organización étnica durante los períodos tardíos de la historia de Conchu-
cos: Chacas formaba parte de la saya Icho – izquierda– del grupo de los Huaris, que comprendía
los actuales territorios de Asunción, Fermín Fitzcarrald y Antonio Raimondi. No sabemos si esta
división se remonta al período que nos interesa, o si fue el resultado de una política de reacomo-
dos de los poderes provincianos por parte de los Incas (Zuloaga M. 2008: 32). Muy probablemente
el área de Chacas fue sede de caciques menores, como ocurrió en el siglo XVI (véase Cap. 2), que
mantenían relaciones con otros grupos.
Durante la época inca, la influencia del Tawantinsuyu en esta zona de los Andes fue débil y cir-
cunscrita a la zona del camino real, que no pasa por la sub-región objeto de nuestro estudio. No se
7 “Uno de los principales proyectos del estado Wari pudo haber sido el incentivo, adquisición y administración de
mayor ganado camélido [...] El aprovechamiento de la llama como elemento de transporte y carga, el uso de fibra lanar
de alpacas y vicuñas silvestres para la elaboración de finos textiles, así como su constante empleo en sacrificios para cer-
emonias pudieron constituir, entre otras razones (Shimada y Shimada 1985), bienes económicos de suma importancia
para la administración Wari. Sociedades que practicaban la agricultura y el pastoreo pudieron haber sido potenciados o
incorporados a la maquinaria estatal. [...] La frecuencia de telares Wari induce a pensar que el pastoreo de camélidos fue
una actividad prioritaria para el estado, el cual dio materia prima para la producción artesanal textil especializada. Us-
ando una analogía con el Imperio Incaico, Wari pudo promover el pastoreo en la puna del Callejón de Huaylas medi-
ante el tributo textil estatal mit´a, impuesto por los Inkas, que consistía en trabajo que las comunidades debían realizar
para el estado. Sin embargo, este sistema empleado en la época Inkaica todavía no puede ser aplicado para el Imperio
Wari por carecer de sustento arqueológico” (Ponte V. 2007: 95).
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8 A este propósito vale la pena recordar el mito chacasino de “El Inca y el shashal”. En este relato se explica cómo,
al llegar el Inca a la zona, obligó a los habitantes de Chacas a pagar los impuestos. Los chacasinos rechazaron y el In-
ca, desde un cerro, les castigó enviando la tierra negra, shashal, a la zona de Chinlla (antiguo distrito ollero enfrente de
Chacas) mientras que, por otro lado, envió a San Andrés de Llamellín las semillas de la abundancia (cuento recogido
por S. Venturoli, existe una versión similar en Márquez Zorrilla S. 1965). Tradicionalmente las zonas de San Luis, San
Andrés de Llamellín y sus tierras más bajas y cálidas, son áreas mucho más favorables al cultivo respecto a las tierras
de Chacas que, posiblemente, fueron ignoradas por el Inca. En San Luis se registró una cierta presencia inca (véase
Herrera A. 2005a: 110; Ccente Pineda E. - Román Godines O. 2006). Según Herrera (2003c, 2005a: 71), los andenes
de cultivo de San Luis y de las tierras bajas y cálidas a su este, como la zona de Yangón proporcionaban cosechas de al-
godón y sal utilizados por el Inca (ibíd.: 123), o sea eran zonas con finalidades productivas específicas: “Vertical arch-
ipelagos established by internally differentiated societies probably never functioned to provision whole populations but
to produce goods that were critical to the maintenance of political power” (Van Buren M. 1996: 12). Hasta hoy en día
es costumbre intercambiar algunos productos con estas poblaciones (Espinoza Milla S. 1994). Quizás los intercambios
tanto hoy como en el pasado no eran de productos de uso cotidiano. S. Venturoli nos informa que en Chacas y en Huari,
los productos de las tierras cálidas como el ají no forman parte de la dieta cotidiana de las comunidades que viven en la
puna y no cuentan con el abastecimiento de productos industriales (S. Venturoli, comunicación personal 2004).
9
“Constituían las guarangas cuerpos políticos forjados y consolidados a lo largo del tiempo. El nombre de guarangas
(mil) se ha relacionado con la organización decimal inca pero ello no nos debe confundir. Los especialistas concuerdan
en que las guarangas representaban complejas organizaciones sociales previas a los incas – además de circunscripciones
territoriales [...] típicas del norte peruano” (Zuloaga M: 2008: 19).
10
Sistema que posiblemente continuó funcionando en la época de la conquista, véase infra.
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Sofia Venturoli indica que en la cercana ciudad colonial de Huari, a un día de camino de Chacas,
se practicaba una mita reuniendo a gente que procedía de las comunidades más cercanas a Huari
(Venturoli S. 2006a); el mismo fenómeno se observa en Huaráz para la época pre-inca (Zuloaga
M. 2008: 36). El aspecto quizás más interesante es que, cuando el sistema de movilización entre
llactas ya no existe porque los indios quedan reducidos en las ciudades coloniales, quienes se des-
plazaban a los nuevos centros administrativos mantenían una estrecha relación con la comunidad
de origen, sea a nivel de propiedad de la tierra, sea a nivel de vínculos rituales y religiosos (Ven-
turoli S. 2006a y 2006b). En mi opinión este dato es consistente con un sistema de cohesión in-
terna de los diferentes grupos (que convive con cierta competencia y rivalidad, véase infra y Platt
T. 1976), que aparece bien reflejado en los datos que emergen de la arqueología de Chacas.
Por lo que concierne otro tema clave, el de la competencia entre grupos afines, en los documen-
tos que hablan de los indios reducidos en las ciudades coloniales se detecta mucha rivalidad entre
los miembros de una misma colectividad o guaranga. De nuevo es necesario hacer referencia a do-
cumentos que tratan de las zonas cercanas puesto que Chacas no figura casi nunca en las crónicas;
sabemos que en la fundación de la ciudad colonial de Huaráz, los españoles mantuvieron la divi-
sión de los diferentes grupos humanos para la repartición de los pueblos reducidos en los diferen-
tes barrios de la ciudad. Se lee en la documentación de la época que se adoptó esta estrategia pa-
ra evitar conflictos (Almanaque 2002-2003). Las relaciones conflictivas entre los diferentes gru-
pos humanos de la zona persiste hasta al siglo XVII (Mansferrer Kan E. 1984) e implican diná-
micas de control de los recursos a nivel microrregional más que un enfrentamiento con grupos fo-
ráneos. Vamos a tratar este tema de una forma extensa en las líneas que siguen.
Complejidad social, conflictos y percepción del sí: el problema de los Llacta y Llachuaces
En diferentes documentos que tratan de la zona de nuestro interés, la distinción entre facciones den-
tro de un mismo grupo a menudo hace referencia a una repartición dual, la de los Llacta y Lla-
chuaces (Hernández Príncipe R. 1923 [1622]; una recopilación completa de las fuentes se en-
cuentra en Duviols P. 1973, 1986, 2003, véase también Robles Mendoza R. 2007 y Orsini C. -
Venturoli S. 2007 para una análisis reciente del mito). Los términos – se utilizan con el mismo sig-
nificado también Huari y Llacuaz – se refieren a dos grupos distintos de indígenas que se procla-
maban, respectivamente, descendientes del dios Huari y del dios Libiac o Lliviac. La misma dis-
tinción la encontramos aplicada a grupos de otras áreas de los Andes centrales (véase Arriaga P. J.
de 1920 [1621]: Cap. II y XV; Calancha A. de la 1972 [1639]: Cap. 2).
Los Llacta o Huari se identificaban con la parcialidad Ichoc (véase Mongrovejo T. de 1920 [1593])
y según las crónicas eran agricultores y habitantes de las tierras bajas, en cambio los Llachuaces
o Llacuaz lo hacían con la parcialidad Allauca (Mongrovejo T. de ibíd.), eran pastores y habitan-
tes de la puna (véase Cap. 2). Algunos documentos señalan también la oposición entre “autócto-
nos” Huaris y “forasteros” Llacuaz, mientras que en otros los Huaris también parecen proceder de
lejos (Duviols P. 1973, 1986).
En un contexto donde la arqueología proporciona al territorio de nuestro interés un cuadro de sis-
temas de subsistencias mixtas, de micro verticalidad y de escasa influencia de grupos foráneos, ¿có-
mo se puede interpretar esta división, que aparentemente marca una oposición neta entre grupos
que practicaban medios de subsistencia diferentes y que hasta parecen pertenecer a dos etnias dis-
tintas? No solo, la distinción Huari/Llacuaz va acompañada de una disposición geográfica
(Ichoc/Allauca) que implica también una jerarquía de tipo social al igual que la noción de Ha-
nan/Hurin en el contexto inca (Hana y Hura en Ancash).
En nuestra opinión esta división aparentemente étnica y geográfica podría ser una lectura europea
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Diferente la situación en la zona de la Cordillera negra. Lane (2005: 97) por ejemplo, aceptado que: “Huari and
Llacuaz during the LIP were complementary facets of the same macro-etnia ... they spoke the same language variant,
Central Quechua (Heggarty 2004), and more importantly that they venerated their separate gods on the same days,
around the Christian feast of Corpus which is when the harvest is gathered in the highland regions (Rostworowski
1988b: 56)”, pero sostiene que hubo movimientos de poblaciones en épocas anteriores (Horizonte Medio y principios
del Intermedio Tardío). También sostiene (2005: Cap. 8) que la especialización económica de los grupos Huari y Llacuaz
se refleja en diferentes patrones de asentamiento a lo largo de su área de estudio (la Cordillera Negra de Ancash), con
un área donde predomina una economía pastoril y otra zona donde es prevalente la agricultura, y que los grupos de pa-
stores tuvieron más prestigio en el PITa (ibíd.).
12
“Este pueblo da la Magdalena de Ichoca parece visito según dicen el Doctor Diego Ramírez desde el pueblo de
Marca por bajar muy mal dispuesto a Lima de los trabajos de la visita. Es un pueblo de desabrido y frígido temple, y de
pocos indios arruinado por un obraje que está fundado en su contorno fueron reducidos de cuatro pueblos que están un-
os enfrente de otros los tres llactas y el uno llachuas llamados Huahalla Yanas Pallanto y Cascaparac.” (Duviols P. 1986: 479).
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pan zonas asociadas respectivamente a la agricultura y la ganadería se identifica con términos di-
ferentes inclusive en la zona de los Andes del sur (véase por ejemplo la zona del Titicaca: Bouys-
se-Cassagne T. 1986). En el pueblo de Huari, en la vertiente oriental de la Cordillera Blanca a po-
cos kilómetros al sur de Chacas, hasta hace 30 años, se celebraba una fiesta durante la cual las mi-
tades Hana/Ichoc y Hura/Allauca de la ciudad, reducidas durante el siglo XVI, respectivamente,
en la reconstrucción de S. Venturoli (2006b), de las comunidades de las partes altas – la zona de
la puna tradicionalmente asociada a las actividades ganaderas – y de las tierras bajas y más férti-
les del territorio étnico de los Huaris, se enfrentaban en la plaza de la ciudad en una guerra ritual
que se llevaba a cabo con palos de madera prendidos como antorchas (Venturoli S: comunicación
personal 2005). De la misma manera en Huari la concentración de edificios de la época colonial
más antiguos, y pertenecientes a familias ancestrales y económicamente influyentes de la zona, es
el reflejo de la parcialidad más poderosa – Allauca/Hura – con respecto a la otra – Ichoc/Hana –,
cuyos edificios se ubican en el lado opuesto de la plaza (Venturoli S. 2006b). Al revés que en el
caso de la división inca de Hanan, o sea Allauca, y Hurin, o sea Ichoc, la parte baja del pueblo se
identifica con la parcialidad Allauca que reúne a familias más antiguas y prestigiosas, mientras que
la parte alta lo hace con la parcialidad Ichoc, que se identifica con familias procedentes de la par-
te más pobre. Según Venturoli, este fenómeno es congruente con la división entre Ichoc y Allau-
ca que involucra todo el territorio de los antiguos Huari (de dicha división, se hace referencia en
el Cap. 2), puesto que la parcialidad Ichoc del pueblo de Huari se encuentra en dirección de la zo-
na de Chacas, o sea hacia la parte alta del territorio, hacia el noroeste.
Marina Zuloaga (2008: 33) subraya que: “Los nombres de las guarangas, tal como las conocemos
en la época colonial podían hacer referencia al origen y filiación étnica mayoritaria del grupo: los
pomas o los guaraz, los checas, los quinti etc., a la posición jerárquica que ocuparan dentro de su
grupo: Allauca (los del lado derecho) que tenían un estatuto privilegiado respecto a los de Ichoc
(lado izquierdo)”. En este caso el binomio grupo privilegiado/allauca parece conservarse en su
forma más clásica. El dato importante que subraya la estudiosa es que: “Solía tratarse de una his-
toria idealizada, transmitida a través de generaciones y muy estereotipada. Las tradiciones estaban
referidas a la ñawpa pacha “los tiempos antiguos”, a una época en que se dio origen a los ritos y
costumbres (antiguas)....” y recuerda de cómo estos relatos se repetían y se iban renovando hasta
tal punto que es imposible y peligroso atribuirles un valor cronológico lineal según parámetros oc-
cidentales. Todo ello significa, en nuestra opinión que el estatus de Huari y Llacuaz no se refiere
strictu sensu a una división étnica (véase Gose P. 1992), más bien a una percepción de un estatus
móvil y momentáneo, de modo que, en algunas áreas, la asociación entre división geográfica y es-
tatus de privilegio cambia según las zonas (¿y las épocas?).
La mención de Huari y Llacuaz, así como la que suele hacerse en todo el área de Ichoc y Allauca,
se refiere evidentemente a una especialización de tipo económico relacionada con una división
del trabajo; quizás este proceso, como tuvimos ocasión de señalar, se vuelve más evidente en el
período posterior a la fase Jatungaga II, si bien a principios de nuestra era estaba ya vinculado a
la creciente complejidad social que se iba perfilando. Así pues, a pesar de practicar cotidianamente
una economía mixta, poseer ganado fue en algunos momentos un símbolo de prestigio, por ejem-
plo para los caciques durante la época colonial (véase Hernández Príncipe R. 1923). Si leemos la
oposición Huari/Llacuaz en este sentido, como actividad de un grupo social más asociada a la cría
del ganado, los Llacuaz percibieron su actividad como más prestigiosa, más aún en los tiempos en
los cuales esta actividad se documentó, o sea en los tiempos del incanato y de la Conquista, cuan-
do la zona de la sierra de Ancash estaba considerada un área de alto rendimiento de lana de ca-
mélidos, un elemento extremamente valorable para los Incas (véase Murra J. 1980: 98-117) y pa-
ra los españoles en épocas posteriores. A propósito de la autodefinición o percepción que un gru-
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po o un individuo proporciona de sí, Lane (2005: 71) afirma: “That an ethnically similar commu-
nity should have multiple and sometimes contested identities is not a rare occurrence. Identity is
always multi-vocal, of which ethnicity is a component (Maalouf 2000); a person or a community
will therefore draw upon and will associate with distinct overlapping and sometimes contradictory
identities depending on what is being discussed or negotiated (Holland et al. 1998; Sökefeld 1999)”.
En la metáfora de oposición y complementariedad, el prestigio se pudo “convertir” en conquista;
podría ser que de esta manera los españoles percibieran como conflictiva, opositiva y diacrónica
una relación que expresaba, quizás, un enfrentamiento entre bandos (véase supra), parte de una
misma realidad social y de un mismo substrato cultural.
Concordamos con P. Duviols (1973) en que los procesos de división social desarrollados a medi-
da que los grupos humanos de la zona maduraban una organización socio-política y económica más
compleja, podrían haber fomentado relaciones de oposición y complementariedad entre grupos, pe-
ro en nuestra opinión solo entre grupos pertenecientes a una misma comunidad étnica.
Las hipótesis expuestas nos llevan a considerar de manera diferente las relaciones de poder entre
los grupos humanos de la zona de la sierra de Ancash referidas por los cronistas. La condición de
Huari y Llacuaz aparece más como estatus social que como división étnica, y como una condición
no perenne, sino transitoria. Los cambios ambientales podrían haber favorecido, con el pasar del
tiempo, el mayor desarrollo de las esferas económicas vinculadas a cada uno de estos grupos. Co-
mo en una alfombra de hojas secas en un bosque13, el sucederse de las estaciones causa nuevas es-
tratificaciones, dejando en la memoria colectiva la percepción de un tiempo “antiguo” en que do-
minaron grupos que ahora son conquistados.
No sorprende, por último, que el grupo entregado a la actividad económica principalmente rentable
en el momento de la conquista ofreciera una percepción de sí como “conquistadores” extranjeros.
Es común en la tradición oral andina, el topos literario de la hegemonía de una élite guerrera que
puede jactar descendencias exóticas, o de célebres pacarinas, como por ejemplo el lago Titicaca
(al igual que los Llacuaz, véase Duviols P. 2003: 274), a pesar de ser parte de un mismo grupo local.
La persistencia en la memoria colectiva de estos mecanismos es todavía muy fuerte; hoy en día el
apellido Llaquas existe en la zona oriental de la Cordillera Blanca y es percibido como un apelli-
do “extranjero” (Venturoli S: comunicación personal 2004). Del mismo modo existen mitos loca-
les que postulan la presencia en la zona de Huari de los huarirunas, fuertes guerreros entregados
a la agricultura que dominaban, en cambio, en tiempos remotos las zonas de Huari y Yacya (Ven-
turoli S. comunicación personal 2005).
Así pues, podemos concluir que las evidencias arqueológicas a nuestra disposición apoyan la hi-
pótesis de que, a nivel de recursos primarios para la sustentación, en Chacas, la explotación de las
varias áreas ecológicas tuvo lugar sin grandes desplazamientos de gente, y que, en el arco de una
misma jornada laboral, era posible llevar a cabo actividades tanto ganaderas como agrícolas. A. He-
rrera, quien primero observó este fenómeno en la zona de Chacas y de San Luis, considera este sis-
tema de sustentación como el más viable y difundido en la zona (Herrera A. 2003a). Para que es-
te sistema funcione, es necesario que dentro del mismo grupo exista un nivel de especialización
de las actividades económicas y que algunas determinadas personas tengan la tarea, en ciertos pe-
ríodos del año, de encargarse a rotación del ganado de todo el grupo y, quizás, también del gana-
do de las élites. Podemos suponer que las parcelas de campo las utilizaban a nivel comunitario y
que este tipo de organización favorecía la cohesión del grupo, la especialización y al mismo tiem-
po la competitividad con respecto a los grupos externos del control de los recursos de los pastos.
13
La eficaz imagen me la sugirió T. Zuidema (2004) durante una de las muchas conversaciones que tuvimos sobre
este argumento.
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Los procesos señalados en el párrafo anterior dejaron huellas más o menos visibles en el territorio.
Los cambios sociales se reflejan en una nueva organización espacial, significan también una evo-
lución en la cosmovisión religiosa e implican la aparición de nuevas señales sobre el territorio que
sancionarán la transformación simbólica, además de física, del paisaje (Moore J. 2004).
Tanto en el pasado como en la actualidad, los rituales medían la relación con un entorno de fuer-
zas sagradas. Es por ello significativo el proceso de transformación en la ubicación y en la función
de las áreas sagradas en la época prehispánica de la zona de Chacas.
En la época más antigua – fases Pirushtu y Jatungaga I – la cohesión social entre los diferentes cen-
tros tuvo probablemente como base compartir no sólo un mismo sistema social y económico, si-
no también religioso. El esfuerzo por mantener el sitio del Pirushtu de Chacas podría ser una se-
ñal de ello; se trata de un centro ceremonial que surge en un lugar de carácter sagrado incluso en
épocas anteriores, y que durante la conquista sigue siendo un lugar mágico de apariciones: la Vir-
gen se lo indica a los españoles como lugar de fundación de la Chacas colonial (Espinoza Milla
S. 1994). Quizás este lugar era un foco de concentración para rituales de cohesión de las diferen-
tes comunidades que vivían en el territorio.
En la zona de Chacas se observa, a partir de finales del Formativo, un modelo de asentamiento mu-
cho más articulado, con respecto al período anterior, que prevé una ocupación más sistemática de
diferentes pisos ecológicos y donde las zonas residenciales de la élite destacan dada su importancia.
Contextualmente a la relevancia otorgada a los nuevos asentamientos situados en el límite entre
la zona quechua y puna, en este período se siente la necesidad de construir zonas ceremoniales más
cercanas a las comunidades y así sacralizar el nuevo espacio vital.
En algunos asentamientos existen áreas con funciones públicas compuestas por una arquitectura
de forma circular, posiblemente ceremonial. Dichas estructuras se estudiaron en varias partes de
los Andes norcentrales, como en La Pampa (Terada K. 1979), y Chinchawas (Lau G. 2001). Se tra-
ta de arquitecturas construidas sobre montículos artificiales o aprovechando las cimas de cerros
modeladas como plataformas.
A partir de la fase Jatungaga I la litoescultura ya no representa a los dioses antropo-zoomorfos si-
no a la élite local, según una iconografía predominante también en la cerámica. Dicha iconogra-
fía en el arte lítico no celebra de manera directa a los nuevos jefes, sino más bien celebra el lina-
je al que la élite pertenece. Inicia de este modo un predominio del culto de los antepasados, que lle-
gará a ser predominante a lo largo del período sucesivo.
El papel de mediación y prestigio de los linajes adquirirá paulatinamente mayor importancia a lo
largo del largo período siguiente. De hecho, este papel determinó la aparición de sepulturas bien
visibles en el entorno natural y que debían de funcionar como marcadores territoriales. Esta ten-
dencia ya se registra a finales del Formativo, cuando los divisorios de aguas entre las diferentes
quebradas se marcan con filas de sepulturas ubicada en montículos, (véase los sitios tipo el Pi-
rushtus de Huayá, Cap. 3).
Sin duda estas nuevas señales dejadas en el terreno marcaban los límites entre los territorios de los
diferentes asentamientos y revindicaba, mediante la presencia de las inhumaciones de los antepa-
sados, su explotación. Al igual que en otras sociedades, la ocupación de espacios tiene lugar con-
temporáneamente con una apropiación simbólica de dichos lugares: “access to territory seems to
have been controlled by the symbolism of place, expressed so vividly in the location of burial mo-
numents and ceremonial sites. These were the fixed points in the social landscape, and many types
of activity, from the locations of settlements areas to the disposal of occupation debris, were ca-
rried out with an awareness of these associations” (Bradley R. 1991: 65).
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El énfasis en una ritualidad más relacionada con las dinámicas internas de cada asentamiento se
vuelve evidente con la construcción de áreas sagradas en el corazón de las aldeas. Marcando el te-
rritorio con la presencia de tumbas de los antepasados se señala una exigencia bien diferente con
respecto a los rituales comunitarios a nivel intrarregional que caracterizaban el período anterior.
En último lugar, en un momento de transformación importante para la historia de Chacas, es de-
cir a finales de la fase Jatungaga II, el modelo de inhumación de tipo cámara destinado a pocos in-
dividuos, en ocasiones a la familia nuclear, queda desplazado por grandes inhumaciones destina-
das a recoger grupos más numerosos de difuntos. Las tumbas, reabiertas continuamente a partir de
esta fase, por ejemplo en el sitio de Jatungaga (véase Cap. 3), se convierten con bastante probabi-
lidad en el nuevo foco de las actividades cultuales, como lo demuestran también los documentos
de extirpación de idolatrías (véase Cap. 2 y Duviols P. 1986: 52-53). En áreas más pobladas, co-
mo el Callejón de Huaylas, se realizaron estudios sobre verdaderas “comunidades mortuorias”,
ubicadas en áreas elevadas para guardar los territorios de explotación agro-pastoril de enteras re-
giones (Herrera A. 2006).
Epílogo
La arqueología de la zona de Chacas presenta aún muchos aspectos desconocidos. Los breves y
discontinuos resquicios abiertos por esta investigación ofrecen una visión de los márgenes, de la
antigua historia prehispánica de la zona de los Andes centrales.
El fenómeno tal vez más notable de la historia local aquí presentado es la permeabilidad, y al mis-
mo tiempo la autonomía, que las antiguas sociedades de la zona ofrecieron a las influencias de los
centros mayores de cultura de la zona andina como Chavín, Huari y Cuzco, junto con una dife-
renciación social horizontal, en vez de jerarquizada y vertical, que funcionó como estímulo para
la construcción de una identidad comunitaria.
Es importante remarcar que la función de este estudio es analizar los procesos que definen la emer-
gencia de la desigualdad y de la estratificación social, es decir el escenario donde tienen lugar las
relaciones sociales, en un contexto como la sierra de Ancash, donde las clásicas señales que acom-
pañan a estos fenómenos – alto nivel de jerarquización, urbanismo, estructuras sociopolíticas de
jefaturas o estados – (véase, entre otros, Service E. 1965; Carneiro R. 1981; Earle T. 1987, 1997)
aparecen casi en claroscuro.
La diferenciación social horizontal se expresa en grupos que desempeñan funciones importantes
tan a nivel social como económico para los grupos humanos de la sierra de Ancash, al igual que
dos caras de la misma moneda, y que, durante la colonia, se cristalizan en la interpretación euro-
pea como relaciones de supremacía de grupos ajenos.
El conflicto entre bandos que forman parte de un mismo grupo y la diferenciación social hori-
zontal son dos elementos importantes para el fortalecimiento de la identidad étnica y son parte de
una estrategia de cohesión social que perdura en el tiempo.
Los múltiples estudios acerca de los mecanismos sociales andinos a través de datos arqueológicos,
y los estudios cada vez más exhaustivos acerca de la complementariedad zonal, darán lugar a nue-
vos estímulos para la investigación de cómo algunos mecanismos internos de la sociedad pueden
empujar al cambio y a las transformaciones.
Mientras tanto, tratamos de demostrar que fenómenos como la complementariedad zonal, si bien
a nivel de micro-pisos ecológicos, los conflictos intra-étnicos, la especialización económica jun-
to a los rituales religiosos de cohesión social, desempeñaron un rol paritario en el surgimiento de
una sociedad compleja en Chacas.
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Apéndices
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guan (CVP 47), Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48), Gatin (CVP 28), Tucujirca (Vizcas)
(CVP 27), Pirushtu de Pachamaray (CVP 26), Matara (CVP 36), Pirushtu de Chacas (CVP 15).
Lám. 32. Vista del alto del montículo que conforma el Pirushtu de Huallin (CVP 8).
Lám. 33. Tumba a cista en el sitio de Mashinka (CVP 11).
Lám. 34. Panorámica del cerro y de las ruinas de Llogihuasca (CVP 46).
Lám. 35. Túmulos funerarios en la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47).
Lám. 36. Camara funeraria debajo de una gran roca que forma uno de los túmulos en CVP 47.
Lám. 37. Caja en piedra en el complejo de los túmulos de la Colina de los entierros de Quenguan (CVP 47).
Lám. 38. Colina de los entierros de Lluviajirca (CVP 48): croquis de distribución de las sepulturas.
Lám. 39, 40, 41. Ejemplo de sepultura tipo caja en piedra en Lluviajirca (CVP 48).
Lám. 42. Promontorio 1 del conjunto I de Gatin (CVP 28).
Lám. 43. Promontorio 3 del conjunto I de Gatin (CVP 28).
Lám. 44. Colinas aterrazadas de Tucujirca (Vizcas) (CVP 27).
Lám. 45. Croquis de las estructuras del sitio Pirushtu de Chacas (CVP 15).
Lám. 46. Reconstruccion isométrica del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Dibujo Massimo Stefani.
Lám. 47. Vista del Pirushtu de Chacas (CVP 15).
Lám. 48. Planta y perfil de tumba del Intermedio Temprano ubicada en el flanco este del montículo más al-
to del Pirushtu de Chacas (CVP 15).
Lám. 49, 50, 51. Litoesculturas posiblemente procedentes del Pirushtu de Chacas (CVP 15). Foto S. Wegner.
Lám. 52. Colina nivelada en la cima en forma de plazoleta en el sitio de Matara (CVP 36).
Lám. 53. Monolito de granito con representaciones de un ser sobrenatural en Matara (CVP 36).
Lám. 54. Monolito con representación de una cabeza triangular con apéndices ofidomorfas en Matara
(CVP 36).
Lám. 55. Ubicación de las ruinas de la quebrada Juitush: Geropalca I y II (CVP 10), Cruzjirca (CVP 29),
Balcón de Judas (CVP 30), Pununan Cóndor (CVP 31), Shagajirca (CVP 34), Huarazjirca o Ticcla (CVP
35), Chaupijirca (CVP 50).
Lám. 56. Qollqas de Geropalca I (CVP 10).
Lám. 57. Recintos de Geropalca II (CVP 10).
Lám. 58. Promontorio aterrazado de Cruzjirca (CVP 29).
Lám. 59. Croquis de Cruzjirca (CVP 29).
Lám. 61. Vista aérea de los sitios del Cerro Balcón de Judas: nótense el camino que pasa cerca de Cruzjir-
ca y que va al Callejón de Huaylas.
Lám. 62. Vista de la entrada con rampa y del muro megalítico en el sitio de Balcón de Judas (CVP 30).
Lám. 63. Morro con las ruinas de Pununan Cóndor (CVP 31) (la foto ha sido tomada de Balcón de Judas).
Lám. 64. Entrada al recinto del sitio de Pununan Cóndor (CVP 31).
Lám. 65. Estructuras de Shagajirca (CVP 34). Nótense a continuación en la foto las ruinas de Pununan Cón-
dor (CVP 31).
Lám. 66. Mapa del sitio de Shagajirca (CVP 34).
Lám. 67. Recintos de forma rectangular de grande dimensiones en Huarazjirca o Ticcla (CVP 35).
Lám. 68. Petroglifo con dibujos en forma de espiral encontrado en Huarazjirca (CVP 35).
Lám. 69. Ubicación de las ruinas de la quebrada Apash: Jatungaga Pirushtu (CVP 25), Rejrish (CVP 32), Ma-
mapampa (CVP 33).
Lám. 70. Morro aterrazado del sitio de Jatungaga Pirushtu (CVP 25). La flecha en el fondo indica el espo-
lón rocoso modificado artificialmente donde se encuentra el sitio de Rejrish (CVP 32).
Lám. 71. Vista del montículo de Mamapampa (CVP 33).
Lám. 72. Croquis de la plazoleta de Mamapampa (CVP 33).
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383
Lám. 73. Ubicación de las ruinas de la quebrada Huayá: Pirushtu de Huayá (CVP 12), Chagastunán (CVP
13), Huarazpampa (CVP 14).
Lám. 74. Montículos de Huayá (CVP 12).
Lám. 75. Mapa de las ruinas de Huayá (CVP 12).
Lám. 76. Restos de arquitectura funeraria adosados al flanco del montículo de Huayá, destruidos por los
saqueos.
Lám. 77. Ceramios procedentes de una tumba a cista empedrada en Huayá (CVP 12), ahora parte de una co-
lección privada de Chacas.
Lám. 78. Vista del cerro de Chagastunán (CVP 13). La flecha blanca indica la depresión que divide Cha-
gastunán I de II. El sector más alto de Chagastunán I es el S, los montículos principales de Chagastunán
II son W y Y.
Lám. 79. Vista de Huarazpampa (CVP 14) con la ciudad de Chacas en el fondo, la foto ha sido tomada de
Chagastunán.
Lám. 80. Croquis de las estructuras visibles de Huarazpampa (CVP 14).
Lám. 81. Cuencos y un vaso doble apedestalado procedentes de Huarazpampa (CVP 14), ahora parte de una
colección privada en Chacas.
Lám. 82. Fragmento de una vasija retrato en el típico caolín anaranjado (inicio del Período Intermedio Tem-
prano) y un cuenco rojo mate (Formativo final), procedentes de Huarazpampa (CVP 14), ahora en una
colección privada en Chacas.
Lám. 83. Ubicación de las ruinas de la quebrada Arma: Antash I (CVP 16), Antash II (Campana Jirca y
Chonta Corral) (CVP 17), Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18), Gellei Arunan (CVP 19), Tishigojirca (CVP
20), Rayanpampa (CVP 21), Macuash (CVP 22), Tumbas de Macuash (CVP 6), Torre Jirca (CVP 23),
Huaycho (CVP 24).
Lám. 84. Túmulo funerario en Antash (CVP 16).
Lám. 85. Entrada de una tumba a cámara en Antash (CVP 16).
Lám. 86. Olla con dibujos geométricos blanco sobre rojo procedente de Antash (CVP 16) y ahora en una co-
lección privada.
Lám. 87. Croquis de Chonta Corral (CVP 17).
Lám. 88. Vista aérea del morro alargado que alberga los sitios de Campana Jirca y Chonta Corral (CVP
17).
Lám. 89. 3D del morro de Chonta Corral (CVP 17).
Lám. 90. Montículos alineados en las cumbres de un mismo cerro: en primer plano Chonta Corral, el segun-
do morro y tercer morro corresponden al Pirushtu de Hojchajirca (CVP 18).
Lám. 91. Vista aérea de Gellei Arunan (CVP 19).
Lám. 92. Cerro aterrazado de Macuash (CVP 22).
Lám. 93. Croquis de la zona de Cerro Macuash, con las terrazas del sitio domestico (CVP 22) y la zona con
estructuras circulares y tumbas (CVP 6).
Lám. 94. Vista aérea del sitio de Macuash (CVP 22).
Lám. 95. Vista del cerro de Torre Jirca (CVP 23).
Lám. 96. Vista aérea del sitio de Torre Jirca (CVP 23).
Lám. 97. Vista del sector F del sitio de Torre Jirca (CVP 23).
Lám. 98. Vista del sector B. La foto fue tomada del sector A de Torre Jirca (CVP 23).
Lám. 99. Vista del sector I de Torre Jirca (CVP 23). La foto fue tomada del sector H.
Lám. 100. Mapa del sitio de Chagastunán (CVP 13) por Esteban Sosa Chunga.
Lám. 101. El sector más alto de Chagastunán I (CVP 13). La foto ha sido tomada de la zanja que divide es-
te sector de Chagastunán II, mirando hacia norte.
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Lám. 135. Gran roca ubicada en la terraza E, que forma parte de la piedra altar del sector F de Jatungaga Pi-
rushtu. A la base de la roca se colocó un sondeo.
Lám. 136. Mapa de la UE 3 del sondeo A sector E de Jatungaga Pirushtu (CVP 25).
Lám. 137. Vista del sitio de Balcón de Judas (CVP 30).
Lám. 138. Mapa del sitio de Balcón de Judas (CVP 30) con las áreas excavadas.
Lám. 139. Vista del recinto principal o sea la plaza central de Balcón de Judas (CVP 30) mirando en direc-
ción del Pununan Cóndor (CVP 31) que se nota por detrás.
Lám. 140. Vista de la parte realzada del recinto en Balcón de Judas (CVP 30) donde, al excavar, se encon-
tró una estructura tipo cámara (área C).
Lám. 141. Muro SE de contención de la terraza artificial en la cual se asenta el recinto circular de Balcón
de Judas (CVP 30).
Lám. 142. Huanca en el espacio vacío central de Balcón de Judas (CVP 30).
Lám. 143. Área A Sector II capa 2 (con primera, segunda y tercera ampliación en dirección sur) de Balcón
de Judas (CVP 30). Se evidencia un piso empedrado que apoya en la roca madre del cerro.
Lám. 144. Mapa de la Estructura 1 en el área B de Balcón de Judas (CVP 30).
Lám. 145. Vista frontal de la parte interna de la E1 (área B) de la entrada abierta en la pared oeste en el si-
tio de Balcón de Judas (CVP 30).
Lám. 146. Área B Sector I de la Estructura 1 de Balcón de Judas (CVP 30): pared este. Dibujo M. Silani.
Lám. 147. Área B Sector I de la Estructura 1 de Balcón de Judas (CVP 30): pared oeste. Dibujo M. Silani.
Lám. 148. Área B Sector I de la Estructura 1 de Balcón de Judas (CVP 30): pared sur. Dibujo M. Silani.
Lám. 149. Mapa de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP30).
Lám. 150. Vista de alto de la UE 3 del Sondeo I de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP
30). Foto L. Bitelli.
Lám. 151. Entrada en la pared este de la Estructura 2 en el área C de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M.
Silani
Lám. 152 y 153. Dibujo y vista y de la parte interna del muro norte de la Estructura 2 en el área C de Bal-
cón de Judas (CVP 30). Foto L. Bitelli.
Lám. 154. Vista de la antecámara de la Tumba I de Cerro Balcón. Nótense la vasija ofrendada delante de la
laja de entrada.
Lám. 155. Corte esquemático del corredor y de la cámara funeraria de la Tumba I de Cerro Balcón. Dibujo
L. Pretell y S. Franco.
Lám. 156. Levantamiento digital tridimensional del sitio de Balcón de Judas (CVP 30). Dibujo M. Ste-
fani.
Lám. 157. Pieza arquitectónica en forma de edificio circular. Colección Balzarotti, Museo delle Culture,
Milán.
Lám. 158. Pieza arquitectónica con dos edificios circulares. The Walters Museum, Baltimore. Licencia Cre-
ative Commons.
Lám. 159. Mapa de Tayapucru (CVP 37) con ubicación de los recintos excavados. Dibujo E. Giorgi.
Lám. 160. Petroglifo encontrado en la vía de entrada al sitio de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 161. Vista frontal de una de las estructuras que componen los patios agrupados en Tayapucru (area A,
sector VI). Nótense la grada para acceder al cuarto sobrelevado y el vano debajo el piso accesible desde el pa-
tio.
Lám. 162. Farallón rocoso con una vista de la necrópolis del sitio de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 163. Vista general del área A de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 164. Ubicación del sondeo A en el área A (Estructura VI y Plaza) de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 165. Relieve de la fachada del recinto VI del área A de Tayapucru (CVP 37). La flecha indica un va-
no debajo del piso del recinto. Dibujo F. Sartori.
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Lám. 166. Piso empedrado en el sondeo B del área A del sitio de Tayapucru (CVP 37), en la porción sur es-
te de la plaza. Dibujo F. Sartori.
Lám. 167. Fachada de la estructura I del área A de Tayapucru (CVP 37) con dos vanos (almacenes?). El pi-
so de la estructura I era sobreelevado, su acceso se efectuaba por una grada (véase lám. 169).
Lám. 168. Ubicación sondeo C en el área A de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 169. Vista desde la plaza de la entrada con dos jambas al recinto I. Nótense el pequeño pasillo y la en-
trada posterior definida por una grada.
Lám. 170. Batán en granito gris encontrado boca abajo en el pasillo de entrada de la estructura I del área de
Tayapucru (CVP 37).
Lám. 171. Horno enterrado encontrado en la estructura I del área de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 172. Vista general del área C de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 173. Fachada de la Estructura V del área C de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 174. Ubicación del sondeo E en el área C (Estructura V) de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 175. Hacha en piedra encontrada en proximidad de la Estructura V en el área C de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 176. Ubicación del sondeo D en el área F (Estructura I) de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 177. Vista frontal de la Estructura I en el área F de Tayapucru (CVP 37) antes de empezar las excava-
ciones.
Lám. 178. Piedra grabada con círculos en forma cuadrada encontrada sepultada en la parte central de la en-
trada del Sector I el área F de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 179. Vista frontal de la Estructura I en el área F de Tayapucru (CVP 37) después de las excavaciones.
Lám. 180. Ubicación del sondeo F en el área G (Estructura I) de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 181. Vista de alto del piso de frecuentación de la Estructura I del área G de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 182. Cuenco con borde reforzado encontrado en el sitio de Gatin (CVP 28).
Lám. 183. Cuencos tipo A (4-7), B (1-3) y miscelánea (8) de la fase Pirushtu.
Lám. 184. Ollas sin cuello (9-13) y ollas de cuello corto (14-17) de la fase Pirushtu.
Lám. 185. Platos (20-22) y cántaros (23-26) de la fase Pirushtu.
Lám. 186. Botellas (27-29) y fragmentos decorados (30-34) de la fase Pirushtu.
Lám. 187. Ceramica Alcaldía de Chacas inv. 164.
Lám. 188. Cerámica con punteado de color marrón con trazas de pintura de relleno roja y amarilla. Proce-
de de una tumba de caja cerca de Wilkawaín. De Bennett W. 1944: plate 2.
Lám. 189. Fragmentos decorados formativos: un tiesto se caracteriza por una decoración tipo prominencias
en hileras (véase tambíen lám. 186), los otros presentan circulos estampados, excisos simples y líneas
grabadas.
Lám. 190. Un cuenco miniatura efigie en pasta de textura gruesa con engobe blanco y decoración roja ge-
ométrica y un cuenco fino tipo D del periodo llogihuasca encontrados en la misma estructura funeraria
(Tumba II del sector M de Jatungaga Pirushtu, CVP 25).
Lám. 191. Cuencos tipo A de la fase Llogihuasca.
Lám. 192. Ejemplos de cuencos de la fase Llogihuasca en una colección privada en Chacas. La forma del
ejemplar de abajo es compatible con las formas del tipo A de la lám. 191.
Lám. 193. Cuencos tipo B de la fase Llogihuasca.
Lám. 194. Cuenco tipo B de la fase Llogihuasca procedente de una colección privada de Chacas, nótense la
decoración incisa.
Lám. 195. Cuenco similar al tipo B de la fase Llogihuasca encontrado en la Estructura VIII del sitio de
Ishla Ranra en la Laguna de Puruhuay (Huari, Ancash). De Orsini C. - Benozzi E. 2013: fig. 112.
Lám. 196. Cuenco parecido a la variante más abierta del cuenco tipo B de la fase Llogihuasca. El ejemplar
procede de la local Colección de la Alcaldía (inv. 367), presenta una decoración incisa que no hemos en-
contrado en ningun ejemplar de la fase Llogihuasca en nuestras excavaciones, y la base apedestalada.
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Lám. 280 y 281. Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba II de la necrópolis de
Tayapucru (CVP 37).
Lám. 282 y 283. Vasijas de la fase Tayapucru o Jatungaga II encontradas en la Tumba III de la necrópolis
de Tayapucru (CVP 37).
Lám. 284. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Inicial identificados en la zona de prospección.
Lám. 285. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano medio (Fase Pirushtu).
Lám. 286. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Temprano Final/Período Intermedio Tempra-
no (Fase Llogihuasca y Fase Jatungaga I).
Lám. 287. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Medio (Fase Jatungaga II).
Lám. 288. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Intermedio Tardío (Fase Jatungaga III).
Lám. 289. Mapa con la ubicación de los sitios del Horizonte Tardío (Fase Jatungaga III).
Lám. 290. Mapa con la ubicación de los sitios del Período Colonial.
Lám. 291. Distribución de los sitios por altitud.
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169, 185, 206, 209, 212, 213, 233, 234, 243, 340, 72, 73, 74, 76, 77, 80, 82, 83, 84, 86, 87, 88, 90,
341 91, 94, 95, 97, 99, 101, 104, 105, 108, 110, 112,
Buse, H. 41, 71, 132 114, 115, 117, 120, 121, 123, 126, 129, 131, 133,
Cabana 38, 235 134, 137, 138, 150, 153, 165, 167, 168, 182, 184,
Cahuish 33 187, 190, 197, 204, 205, 206, 209, 210, 211, 213,
Cajabamba 233 216, 217, 218, 219, 220, 222, 223, 224, 228, 230,
Cajamarca 15, 38, 43, 47, 209, 222, 227, 230, 233, 232, 233, 234, 236, 237, 238, 239, 241, 242, 243,
340 244, 245, 246, 248, 249, 315, 317, 339, 341, 342,
Cajatambo 50 343, 344, 345, 346, 347, 348, 349, 350, 351
Calancha, A. de la 50, 51, 346 Chagas 46
Cambi, F. 20 Chagastunán 25, 36, 46, 47, 48, 49, 63, 117, 120,
Cambridge 25 121, 122, 137, 138, 139, 140, 141, 142, 143, 144,
Campana Jirca 105, 124, 125, 126, 127, 128 145, 146, 147, 148, 149, 150, 151, 152, 153, 161,
Canghiari, E. 245 166, 167, 184, 210, 213, 214, 219, 220, 221, 222,
Canuto, M.A. 11 223, 224, 225, 231, 236, 237, 238, 244, 247, 249,
Cápac Yupanqui 43 319, 340, 342, 343
Capilla, estilo 35, 211 Chagastunán, cerro 120, 121, 150, 153
Capra, A. 63 Chakwas, fase 231, 232, 233, 240
Caque Poma 52 Chapman, R. 245
Caraz 88 Chaupijirca 101, 112, 381
Cardich, A. 34 Chávez, A. 26
Carneiro, R. 340, 351 Chávez, F. de 44
Carrión Cachot, R. 13 Chavín 33, 35, 36, 37, 52, 210, 211, 212, 213, 214,
Caserones, fase 232, 233 215, 244, 351
Cashapallán, estilo 212 Chavín, cerámica 36, 210, 213
Cashapatac 84, 85 Chavín, cultura 50
Casma, estilo 15 Chavín, época 32
Castillo, L.J. 243, 244 Chicago 220
Castro, L.G. de 45 Chilla Pampa I 64, 76, 77, 80, 81
Catac 37 Chilla Pampa II 64, 78, 80, 81
Ccente Pineda, E. 49, 345 Chimú 16, 229, 234
Cerna, G. 178 Chinchawas 20, 38, 39, 40, 41, 59, 150, 167, 182,
Chacapata, río 9, 10, 20, 21, 31, 32, 34, 55, 83, 84, 220, 221, 222, 225, 226, 227, 228, 229, 231, 232,
85, 86, 87, 91, 94, 95, 99, 104, 105, 109, 112, 113, 233, 237, 239, 240, 242, 350
114, 125, 134, 138, 153, 160, 163, 166, 168, 186, Chinchawasi, fase I 39, 222, 225, 226, 228, 229
191, 204, 205, 243, 245, 248 Chinchawasi, fase II 39, 41, 71, 225, 226, 227,
Chacas, capital provincial 31, 32, 46, 47, 49, 91, 228, 240, 242
94, 95, 97, 119, 120, 121, 123, 129, 131, 134, 153, Chinlla 91, 345
213, 216, 244, 257, 258, 342 Chirinos Portocarrero, R. 41
Chacas, colección de la Alcaldía 213, 217, 220, Chocano, M. 45, 344
221, 222, 223, 229, 230, 232, 233, 234, 254, 259, Chonta Corral 94, 105, 115, 124, 125, 126, 127,
260, 261, 265, 268, 271, 272, 276, 277, 278, 304, 128, 129, 130, 184
311, 312 Chonta Ranra Punta 36
Chacas, reducción de 48, 97, 134, 247, 248, 350 Chucpín, río 32, 34
Chacas, valle/zona 9, 10, 12, 15, 18, 19, 20, 21, 22, Church, W. 222
23, 25, 26, 27, 29, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 39, Cieza de León, P. 15, 44, 52, 345
40, 41, 42, 43, 44, 46, 47, 48, 49, 51, 55, 61, 63, Clarinjirca 211
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Jatungaga Pirushtu 59, 86, 91,104, 112, 113, 114, Lau, G. 11, 15, 20, 23, 26, 28, 33, 36, 37, 38, 39,
137, 147, 153, 154, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 40, 41, 59, 71, 104, 150, 167, 182, 184, 206, 209,
162, 163, 164, 166, 167, 210, 211, 212, 214, 215, 215, 218, 219, 220, 221, 222, 224, 225, 226, 227,
217, 219, 220, 221, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 228, 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235, 236, 237,
229, 230, 231, 232, 233, 236, 237, 239, 241, 244, 238, 239, 240, 242, 244, 245, 341, 343, 344, 350
246, 247, 248, 255, 325, 326, 351 Laurencich, L. 9, 10, 55, 61, 63, 72, 213, 230
Jatungaga Pirushtu, cerro 150, 157, 163, 166 Lavallée, D. 236
Jatungaga, fase I 150, 163, 219, 225, 227, 241, Leblanc, C. 246
244, 245, 248, 264, 265, 266, 267, 268, 269, 270, León Gómez, M. 44, 45, 46, 47, 48, 49, 339, 344
271, 272, 273, 274, 275, 276, 277, 278, 279, 280, Libiac 51, 53, 346
281, 282, 333, 342, 343, 350 Llachua (véase: Llacuaz)
Jatungaga, fase II 197, 199, 201, 219, 225, 230, Llachuac (véase: Llacuaz)
231, 240, 242, 245, 248, 283, 284, 285, 286, 287, Llachuaces (véase: Llacuaz)
288, 289, 290, 291, 292, 293, 294, 295, 296, 297, Llachuas (véase: Llacuaz)
298, 299, 300, 301, 302, 303, 327, 330, 342, 348, Llachuases (véase: Llacuaz)
351 Llacta/Llactas 50, 51, 52, 346
Jatungaga, fase III 230, 231, 239, 246, 305, 306, Llacuaz 50, 51, 52, 53, 346, 347, 348, 349
307, 308, 309, 310, 323, 334, 335, 336, 344 Llamacorral 371
Juitush, quebrada y río 9, 43, 86, 99, 101, 105, Llamellín 33, 60, 345
109, 112, 113, 129, 153, 166, 168, 186, 206, 237, Llaquas, appellido 349
246, 344 Lliviac (véase: Libiac)
Jumbo, pachaca 47 Llogihuasca, sitio 85, 87, 88, 117, 125, 210, 214,
Juncay 27 217, 223
Junín 16, 42 Llogihuasca, fase/estilo 78, 80, 214, 215, 218, 219,
Katak 37, 61 220, 222, 224, 234, 241, 244, 255, 256, 257, 258,
Katin (véase: Gatin) 259, 260, 261, 262, 333
Kaulicke, P. 210 Lluviajirca 85, 86, 90, 92, 214, 219
Kayán, fase 33, 220, 221 Lucmabamba 129
Kellayruna (véase: Gellei Arunan) Luján, M. 233
Kellett, L. 34 Lumbreras, L. 35, 210, 212, 213, 214, 215
Kembel, S. 35, 374 Lupacas 11
Keushu 27, 41 Lynch, T. 35, 215, 216, 220, 221, 223, 233, 241
Kinzl, H. 32, 43, 246 Macedo, J. 37, 38, 367
Knobloch, P. 42, 229 Macuas 46, 47, 134
Kotosh 35, 169 Macuash, cerro 46, 48, 86, 131, 132, 133, 137, 224
Kubler, G. 238 Macuash, pachaca 46, 49, 132, 167
Kunkushgaga 131 Macuash, poblado 46, 47, 131, 133
La Banda 36, 239 Macuash, sitio 46, 48, 49, 86, 124, 131, 133, 167
Laborión, cerro y mina 94, 112, 113, 114, 153 Macuash, Tumbas 86, 124, 133
Lanchán 60 Makowski, K. 11, 37, 356, 365, 367
Lane, K. 15, 27, 34, 42, 43, 53, 71, 105, 184, 187, Malina, R. 185, 362
205, 209, 231, 233, 234, 246, 341, 344, 345, 347, Mallakasi 239
349 Mamapampa 113, 115, 116, 121, 214, 244
Lanning, E. 41 Mancini, F. 63, 186
La Pampa 60, 167, 182, 184, 212, 232, 350 Mansferrer, K. 51, 346, 367
Larco, R. 38 Mantha, A. 245, 246, 247, 344, 367
Lathrap, D. 50 Manyampoma, D. 49
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Yamllipitec 244
Yampará 15
Yana Llojlla, valle 129
Yanacocha 115
Yanama 27, 41, 47, 49, 248
Yanamachay, cueva 35
Yanamayo, río 9, 13, 32, 34, 36, 209, 362
Yanaraju, nevado 31, 32
Yaro, antepasado mítico 51
Yauya, distrito 27, 37
Yayno 37, 38, 39, 60, 167, 182, 206, 221, 224
Yuma 34
Yungay 27, 41
Yurak 231
Zuidema, T. 50, 51, 52, 347, 349
Zuloaga, M. 45, 47, 51, 344, 345, 346, 348
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