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PRIMERA PARTE
Hay una serie de ideas que se publican en la inmensa mayoría de los trabajos
académicos y periodísticos acerca de la política en América Latina, que deben
ser revisadas si queremos llegar a una comprensión realista del tema. Algunas
de estas tesis se han convertido en dogmas que "no se deben cuestionar"
porque la sola idea de hacerlo pone al autor en entredicho y bajo la sospecha
de herejía. Sin embargo, para entender lo que está ocurriendo en la realidad
política latinoamericana es indispensable pensar con libertad, a despecho de
tener problemas con algunas mentes inquisitoriales que existen, especialmente
en los ámbitos intelectuales.
En muchos casos, esos intelectuales han intentado llegar al poder por la vía
democrática, han fracasado en las elecciones y desconfían de la "democracia
burguesa" porque suponen que es un sistema en el que la gente participa
poco y es manipulada. Sienten que sería absurdo que no los elijan a ellos si los
votantes no estuviesen alienados. Los argumentos son semejantes en todo el
continente: “a los idealistas nos falta dinero para competir en las elecciones”,
“la burguesía y el gran capital son los dueños de los medios de comunicación
que manipulan la mente de la gente”, “la gente no oye ideas profundas”, “los
consultores políticos son los Maquiavelos electrónicos que engañan a las masas
populares”, “hay una gran confabulación del capitalismo y la CIA que impide
nuestro triunfo”. Incapaces de abrirse campo en la democracia representativa,
proponen nuevos esquemas en que se amplíe la democracia desde su punto
de vista, en que la gente participe permanentemente en el manejo del poder,
mediante gremios y otras organizaciones. La idea es la de que no basta con
votar. Todos deben gobernar. Una democracia en la que sólo se va a las urnas
es una mascarada que no resuelve todos los problemas de la sociedad.
Suponen también que todo esto se produce porque la democracia elitista del
pasado era más pura, ideológica y amplia. Creen que se ha restringido en los
últimos años, porque cada día la gente quiere participar menos.
a. La población ha crecido
Por otra parte, los nuevos electores que se incorporaron masivamente a los
padrones, no son semejantes a los antiguos electores. Antes, los que
participaban en la política eran parte de una elite que se interesaba más en los
textos y las ideas. En la democracia contemporánea, participan muchos
votantes sin sofisticación intelectual, que dejaron en minoría a los “cultos". Los
nuevos electores, son en gran parte, ciudadanos que estuvieron sometidos en
la sociedad tradicional y no podían opinar. Hoy son mayoría, imponen su
agenda y sus gustos. Una mentalidad elitista como la de Ortega y Gasset intuyó
hace años el germen de este fenómeno, y lo expuso en su libro, “La Rebelión
de las masas”. En él, anticipó el triunfo de la “vulgaridad” y el “mal gusto” sobre
la sofisticación intelectual. Vivimos sociedades en las que las masas, eligen a
Presidentes que maltratan el castellano y que no han leído tres libros
medianamente profundos a lo largo de toda su vida. Los intelectuales corren
generalmente en desventaja. Esta es otra consecuencia de esa masificación
del electorado, de ese crecimiento que es propio de los enormes países y
ciudades en que hoy vivimos.
Mencionemos unos pocos números: México hace cincuenta años tenía tres
millones de habitantes y hoy tiene veinticuatro millones; Lima tenía un millón
de habitantes y hoy tiene nueve. Vale decir, el México de hace cincuenta años,
era como un tercio de la Lima contemporánea, con una población menor a la
de Guadalajara o Monterrey. Lo mismo ocurre con casi todas las ciudades
latinoamericanas: han crecido de manera descomunal en poco tiempo, gracias
a las altas tasas de natalidad, a la caída de la mortalidad infantil y al éxodo
masivo del campo a la ciudad que se ha operado en estas décadas.
Hay además un hecho físico: las comunicaciones se han desarrollado, las redes
viales se han extendido y los habitantes de sitios que antes se comunicaban
con dificultad con los centros urbanos, se han incorporado a los procesos
electorales. Antiguamente, para una buena proporción de la población, era
difícil concurrir a los recintos electorales o informarse acerca de esos procesos.
Muchos ciudadanos no sabían en que país vivían y menos lo que pasaba con
el mundo del poder. Hoy eso no es así. Bien o mal, casi todos están informados
sobre la política y estén o no muy enterados, votan.
En promedio, podemos decir que hasta la década de 1960, menos del 20% de
ciudadanos mayores de 18 años participaban en los procesos electorales de la
región, y que en estos años lo hace alrededor de un 80%. La democracia fue
hasta hace cincuenta años un privilegio de minorías más urbanas, masculinas,
relativamente informadas. Hoy se ha extendido al conjunto de la población.
Suponer que ahora se pueden hacer las campañas electorales como se las
hacía en el tiempo de Velasco Ibarra, Haya de la Torre o Perón, es simplemente
insensato. Los cambios cuantitativos suponen también cambios cualitativos
radicales y el solo hecho de este descomunal crecimiento y la incorporación a
los procesos electorales de nuevos participantes tan variados hace necesario
repensar todo el esquema.
Casi todos los que podían leer periódicos votaban desde principios del siglo XX.
Buena parte de los nuevos electores vinieron de masas sin formación
intelectual, a las que no se les exigió que hagan cursos de formación política
para que ejerzan su derecho al sufragio. Conquistaron ese derecho, lo ejercen,
pero conservan sus puntos de vista, costumbres y su desinterés hacia los temas
de los que hablaban los “políticos”. No tuvieron tiempo para desencantarse de
la política, porque nunca estuvieron encantados por ella. Su incorporación al
mundo político, al igual que la de muchos de los jóvenes, que también odian
ese tipo de política, se dio cuando nacía en Occidente una nueva forma de ver
la vida, hija de las transformaciones que conmovieron a nuestra civilización en
las últimas décadas del siglo XX.
Aunque algunos de los que hemos estudiado política quisiéramos que toda la
población lea textos, reflexione sobre nuestras ideas, analice programas de
gobierno y decida racionalmente su voto, eso no ocurre, ni ocurrirá nunca. En
los países con voto obligatorio un alto porcentaje de electores llega a las urnas
sin haber decidido cuál es su preferencia, y se decide a última hora, a veces
sin siquiera conocer quienes son los candidatos. En muchos casos, el
espectáculo y otros elementos que nada tiene que ver con la política, terminan
determinando el resultado de la elección.
Manuel Mora y Araujo publicó hace poco el tratado más interesante de los
últimos años acerca de cómo se genera la opinión pública, "El poder de la
Conversación”, en el que afirma que la opinión pública se forma, más allá de
la prensa y la publicidad, a través de la conversación de la gente, en una
sociedad en la que la gente común cobra creciente poder. Esa conversación
incorpora más referencias a la política que antes, por la densidad de electores
en el conjunto de la población.
países es urbana.
esos nuevos electores adquieren otra mentalidad. No solo hay más personas
que viven aglomeradas, sino que la urbanización de los espacios en que viven,
conduce a la “urbanización” de la mente de los electores, que adquieren nuevos
ciudades con muy poca población que no había desarrollado los valores
menos rurales que los de hace medio siglo, incluso los campesinos que viven
contacto con el agro, cuyos valores y realidades les son totalmente extraños.
cuando ven gallinas vivas, tienen asco de la leche ordeñada porque ven que
sale de la vaca y prefieren tomar leche de caja porque les parece que no
los medios de comunicación y su contacto con las grandes ciudades. Los mitos
seriales y más anónimas. Los fantasmas, los curas sin cabeza y los huaikacikes
lumbre de las fogatas, que iluminaba el rostro de los viejos campesinos que
leños y pan cocido en hornos de barro. Todas esas cosas fueron parte de la
vida de quienes dirigen nuestros países y nunca han existido para el nuevo
elector.
El nuevo elector, al ser más urbano, es más libre. No vive en un entorno que
controlaba permanentemente la vida cotidiana y todo lo que hacían los
antiguos y determinaba también su decisión política. Los patronos de la
hacienda, los curas, los vecinos, los parientes, los señores “importantes” de los
pueblos, resolvían cómo votaban los campesinos que eran llevados a las urnas
en camiones. Todavía en zonas rurales de Guatemala, Bolivia, Ecuador, Perú
son las “comunidades” las que deciden cómo votan muchos indígenas, sin que
exista mayor espacio para sus preferencias personales. No existen los derechos
humanos del individuo como los concibe la cultura occidental. Al que piensa
por sí mismo se lo acusa de “divisionista” y enemigo del bien común. Se supone
que en las elecciones está en juego el interés comunitario y no el individual,
perpetuando relaciones de dominación que están socialmente aceptadas. Hay
familias de líderes indígenas y “estudiados” mestizos, que manejan el voto de
masas obedientes, de la misma manera como ocurría con la mayoría de la
población hace cincuenta años. Todo eso, tiene cada día menos espacio.
Los nuevos electores, entonces, a más de ser más numerosos y vivir en una
sociedad con mayor densidad electoral, son más independientes e
individualistas, gracias a este proceso de urbanización que no tiene retorno. Es
poco previsible que en el futuro inmediato se produzca un proceso de
"ruralización" masiva de nuestras sociedades. Es más probable que dentro de
cincuenta años más campesinos de nuestras zonas rurales usen blue jeanes y
menos que para ese tiempo, los habitantes de Buenos Aires o Bogotá adopten
las vestimentas y costumbres de los actuales campesinos.
Lo mismo ocurre con los medios que se usan para comunicarse con los
electores. Los medios masivos, tienen distinta importancia según el grado de
“ruralidad” de los votantes. La televisión, la radio y los periódicos son
indispensables para atraer los votos de los electores urbanos. En zonas rurales
hay que estudiar otros elementos: redes de tiendas, lugares de encuentro de
los vecinos y docenas de otros medios a través de los cuales los consultores
hacemos proselitismo en ese tipo de realidad.
Como línea general podemos decir sin embargo, que los electores
latinoamericanos son cada vez más urbanos y adoptan, en su vida cotidiana y
frente a la política, actitudes propias del habitante de las ciudades. Este
fortalecimiento de lo urbano significa también una difusión de los valores y
formas de ver el mundo propias de las ciudades hacia las áreas rurales, por
medio del tránsito de las gentes de un sitio a otro y de lo que difunden los
medios de comunicación masiva.
Probablemente por eso, grupos con ritos menos racionales como los
shamánicos, los éxtasis de los pentecostales y los delirios de algunos tele
evangelistas han quitado espacio a una religión católica, que a fuerza de
incorporar a sus doctrina elementos de la racionalidad occidental, ha perdido
el encanto de lo mágico.
A partir del Concilio Vaticano II, el Catolicismo ha vuelto a los orígenes y está
más cerca de la doctrina predicada por Cristo, personaje alejado de los
poderes, que no fue Rey, ni líder militar de un pueblo. En esto fue diferente de
los otros fundadores de religiones monoteístas, Moisés y Mahoma. Nos hemos
alejado del cristianismo impuesto por Teodosio II como Religión Oficial del
Imperio Romano. Los grupos que siguen mezclando la religión y la política,
como Tradición Familia y Propiedad o la Teología de la Liberación están en
franco retroceso.
Hasta mediados del siglo XX ser "doctor" fue un privilegio que concedía a los
miembros de ciertas elites intelectuales un papel preponderante en la sociedad
y en la política. Había un respeto sacramental por la cultura. Algunos de los
personajes más importantes de nuestros países eran la personificación de este
valor: escritores, pensadores, rectores universitarios, profesores. En la edad
de la palabra, los que manejaban libros, tenían un enorme peso en la sociedad.
Quienes añoran esa época, dicen que los líderes de entonces hablaban "como
se debe hablar" y que las piezas oratorias de Velasco Ibarra, Gaitán o el propio
Perón, nada tenían que ver con los desvaídos discursos de los líderes actuales.
Las cosas cambiaron radicalmente desde que, en casi todos nuestros países,
se produjeron auténticas "revoluciones culturales", en la década de 1970, que
popularizaron la educación universitaria. En países como Argentina, con una
tradición universitaria más rígida, el proceso fue lento, en países como Perú o
Ecuador más acelerado, pero a la larga, la educación universitaria se masificó.
Millones de latinoamericanos accedieron a las aulas universitarias y los títulos
académicos se distribuyeron como propaganda de circo. En uno de los últimos
eventos que siguen esa línea, el coronel Chávez ha masificado totalmente la
educación universitaria en Venezuela financiando programas que la ponen al
alcance de todos. No se trata de que nuestros países han terminado poblados
por sabios y científicos, pero la mayoría accede a algo que, no es una educación
muy superior, pero es lo que ahora tiene ese nombre: un poco de información
y un cartón.
La democratización de la educación superior condujo a una enorme
proliferación de las universidades. Países que hasta los años setenta tenían
pocos centros de Educación Superior dedicados a la formación de elites,
mantienen ahora decenas o centenas de universidades a lo largo de todo su
territorio, abiertas a millones de latinoamericanos. En algunos países se
tomaron medidas "revolucionarias" que ayudaron a esa masificación, como
suprimir los exámenes de ingreso o facilitar de diversas maneras el tránsito de
los estudiantes por las aulas, para conseguir un título universitario sin realizar
mayor esfuerzo intelectual.
Muchos creen que “ somos más pobres que antes” Aunque desarrollamos el
tema en otra parte de este texto, digamos aquí que muchos que fueron muy
pobres, o que nacieron muy pobres, son ahora doctores, viven mejor que sus
padres, pero se sienten más pobres, porque estudiaron para ser tan
importantes como los doctores de antes y no lo han logrado.
Hay que decir también de que el mito de que los antiguos líderes eran sabios
y los actuales son mediocres, es relativo. Muchos estudiantes de secundaria de
nuestros tiempos tienen una información mayor que nuestros grandes líderes
de antaño. La ciencia está al alcance de todos. Hace cincuenta años, muy pocos
sabían sobre la existencia de Afganistán o Irak. Hoy vemos lo que pasa en esos
países en una ventana, que está en todos los hogares, que nos permite
asomarnos al mundo. Si se leen los textos de los viejos discursos, uno no puede
dejar de sonreír por la cantidad de cosas simplonas que se dicen. No estamos
diciendo que, para su tiempo, esos líderes no fueran informados. Decimos que
la crisis de la democracia, en lo que al nivel cultural tiene que ver, no se da
porque los líderes actuales sean más ignorantes que los antiguos, sino porque
las masas actuales son mucho más informadas que las del siglo pasado. Desde
ese nivel mayor de información, exigen ser oídas y terminan imponiendo sus
puntos de vista.
En todo caso, estos hechos significan una transformación de la democracia
difícil de asumir para muchos intelectuales. La democracia se ha ampliado
porque se ha despolitizado y se ha vulgarizado. Las gentes comunes, las masas
de Ortega, imponen su agenda, sus gustos y sus preferencias electorales. Los
partidos, si quieren tener éxito deben incorporar en su agenda temas y
soluciones que proceden del mundo de la gente común. Es más, en muchos
casos, los candidatos “serios” necesitan incluir en sus listas candidatos
“vulgares” que se identifiquen con ese electorado. Saben que si no lo hacen
pueden perder la elección.
Los políticos que no entienden este nuevo mundo, siguen repartiendo regalos
y suponen que van a conseguir en contrapartida el voto de los electores, pero
generalmente consiguen el efecto contrario. La gente concurre a las reuniones,
recibe los obsequios, toma los refrescos que les ofrecen, disfruta de la fiesta,
y después vota como le da la gana.
Digamos por el momento que, quienes creen en ese discurso y suponen que
hay ahora más pobres de “venta” en la política de equivocan. Los pobres
actuales no son las personas que antes vivían en el límite de la subsistencia y
dependían física y psicológicamente de los ricos. No hay pobres sumisos y ricos
dueños de vidas y haciendas. Los pobres actuales se sienten iguales a los
poderosos. En estos años, sería difícil que algún aristócrata venido de Francia,
lleve a la fuerza a “sus indios” para que participen de las manifestaciones para
la formación del Partido Comunista, como lo hizo uno de los “Marqueses”
ecuatorianos en la década de 1930. Ya no son dueños de otras personas.
Por otra parte, los líderes contemporáneos han sido desmitificados y cosas que
parecían "naturales" en los "grandes señores" de la sociedad tradicional, lucen
ridículas cuando sus protagonistas son simplemente seres humanos. Las
ceremonias de las casas reales europeas son bastante pintorescas, pero
parecen "naturales" por prejuicios que se acumulan en nuestra memoria
histórica. Cuando el sargento Bokassa se coronó Emperador de Centro África
con la misma pompa que Napoleón, el espectáculo fue absolutamente ridículo.
Nos parece natural que los miembros de la familia Windsor hagan ciertas cosas,
que resultan indignantes cuando las hace un sargento del ejército francés que
se convierte en Emperador. Sucede algo semejante con nuestros líderes
contemporáneos, más parecidos a Bokassa que a la realeza europea.
Repartiendo bolsas de comida o heladeras, para comprar votos, lucen más
torpes que los antiguos oligarcas que parecían desempeñar esos roles con más
naturalidad.
En definitiva, para lo que importa en esta reflexión, los nuevos electores son
más independientes y menos manipulables por políticas clientelares burdas,
que los votantes de hace cincuenta años. No temen a los ricos, no les tienen
el respeto reverencial de antaño.
En ese sentido, son también más independientes; tienen una información que
consiguen de primera mano, procedente de la televisión, la Internet, la radio
y la conversación cotidiana. No necesitan que se la transmita el cura párroco,
ni el maestro de la escuela, ni alguna persona con “autoridad moral”, como
ocurría en la vieja sociedad. Al adquirir por sí mismos esa información, los
ciudadanos se sienten más libres para tomar posiciones sobre esos eventos.
Hay que tener cuidado con este dato. El hecho de que tengan más información,
nn no significa que están más politizados en el sentido original del término.
Saben más acerca de la política que sus antepasados pero, en proporción con
el resto de información con la que ahora cuentan, los datos sobre la política
tienen en su mundo un espacio menor del que tenían en la sociedad anterior.
Si imaginamos que la mente del elector es una biblioteca de cien tomos,
podemos decir que hace cincuenta años era una biblioteca aburrida, con
muchos tomos que contenían alguna información chata acerca de la vida
cotidiana, unas pocas supersticiones y con cinco libros acerca de la política.
Hoy puede tener diez tomos con información política, pero inmersos en
decenas de tomos sobre temas que le apasionan: el fútbol, sus aficiones, el
sexo, los chismes acerca de los famosos, la crónica roja, las mascotas, los
bailes etc.
Hay tanto que ver en la televisión, hay tanto de qué hablar, han aparecido
tantas cosas interesantes, que lo político, que por lo general se transmite con
técnicas muy atrasadas, pierde espacio frente a ese mundo al que el nuevo
elector tiene acceso desde sus primeros años.
Mientras otros mamíferos nacen sabiendo que la hierba es hierba, que otros
animales son peligrosos y una serie de cosas útiles para la vida, los humanos
nacemos inermes, dependiendo de nuestros mayores para aprender el sentido
de las cosas. En el caso extremo, cuando dos niños fueron criados por lobos
en el sur de la India, terminaron sintiéndose seguros con ellos y aprendieron a
sentir el temor propio de los otros lobos hacia los seres humanos, supieron que
la carne cruda era un alimento delicioso y desarrollaron una serie de gustos y
destrezas lobunos. Sobre este caso, de los niños lobos de Madrás, son
interesantes las reflexiones de Pedro Laín Entralgo en su libro “El yo y los
otros”.
Esa familia, que es tan importante para nuestra socialización en todos los
ámbitos de la vida y también en lo político, que es lo que nos interesa más en
este texto, ha sufrido una norme transformación en los últimos cincuenta años.
Esos cambios están en la base de las nuevas actitudes del elector
latinoamericano.
En contraste, los niños de la actualidad salen del círculo familiar a edad muy
temprana. A los dos o tres años van a parvularios en los que alternan con niños
de otras familias y con institutrices y otras personas extrañas al entorno
familiar, que están con ellos tanto o más tiempo que sus propios padres y su
familia biológica. Duverger oponía, hace años, a la familia como instancia
transmisora de las ideas conservadoras, con la escuela, como una instancia de
innovación, en la que los maestros daban a los discípulos una información que
los sacaba de los parámetros tradicionales en los que querían socializarlos sus
progenitores, en especial su madre. Actualmente ocurre que, la educación
formal ha avanzado de manera impresionante, llegando casi a sustituir a la
educación familiar. Podríamos decir que el nuevo elector se socializa fuera de
la familia, de manera que los valores conservadores se transmiten menos. El
niño se acostumbra a vivir en una realidad que cambia permanente desde sus
primeros años.
Desde sus primeros años, el niño experimenta una nueva sociedad en la que
lo efímero sustituye a lo perdurable. Las personas, las cosas, las ideas, todo
cambia permanentemente, está para no permanecer.
Desde la infancia, aprende que las relaciones con los objetos también son
efímeras. Cambian constantemente no solo las personas que se relacionan
con él sino también las cosas. Sus padres ya no le compran una "máquina
Rémington “que durará toda la vida” como en otros tiempos, sino
computadoras que irán a la basura en pocos años. La ropa, el carro, la casa,
los textos en la pantalla de la computadora, todo lo que se usa, es efímero y
se desecha cuando deja de ser útil. Otro tanto ocurre con las relaciones de
pareja, que en un alto porcentaje no pretenden ir al matrimonio o que
fácilmente terminan en divorcio. Si esa es la relación con las personas y las
cosas, ¿por qué habría de mantener relaciones definitivas con una ideología o
un partido cuando sea adulto? ¿No sería lógico que tenga en este campo la
misma actitud que con los seres humanos y las cosas?
Lo político y los valores no pueden estar fuera de esa nueva realidad y de ese
nuevo orden de las cosas. El nuevo elector, socializado de esa manera, no
aprecia los valores permanentes a los que rendían culto las viejas
generaciones. En la antigüedad, discrepando o no con sus ideas, admirábamos
a personajes como aquel militante consecuente, que luchó toda su vida en el
Partido Comunista buscando la instauración de una sociedad utópica y nunca
se cambió de camiseta, lo que le condujo a morir en la miseria.Cesar Vallejo,
el gran poeta peruano, sufriendo y muriendo de hambre en Paris porque “se
desayunaba con Comunismo” parecía un modelo de ser humano. Actualmente
un personaje así tendría poco prestigio. Se valora más al que cambia de su
forma de pensar las veces que fueran necesarias hasta tener éxito, que al que
por consecuencia con sus ideas es capaz de morir de hambre. Es más, si
alguien toma esa actitud en estos años, podría ser encerrado en una casa de
enfermos mentales. Se admira más al triunfo en la vida, que a la consecuencia
con las ideas. Por lo demás en un mundo en que se descubren tantas cosas,
parecería un poco obcecado negarse a cambiar y aprender. También la
sociedad es menos afecta al sufrimiento, y más lúdica. La gente común no
admira a los que padecen, sino a los que gozan de la vida. Incluso cuando los
jóvenes católicos participan en procesiones como la de la Virgen de Luján en
Argentina, la Guadalupana en México o la Virgen del Quinche en Ecuador, hay
más búsqueda de placer que de penitencia. En las grandes peregrinaciones
religiosas los chicos se divierten, buscan novias, rezan pero también bailan y
tienen ocasión de sexo. Ya no se azotan, ni usan silicios.
Cuando llegan a la adolescencia o aun antes, la pertenencia a "grupos de edad"
juega un papel importante en sus procesos de identidad. Los jóvenes se
identifican con grupos generacionales o con grupos menores de amigos,
condiscípulos o miembros de grupos barriales que en gran parte han sustituido
a la familia biológica, a los hermanos y primos.
Hace pocos años, un candidato que pretendía lograr una importante votación
entre los jóvenes, repetía el mito de que el demonio envía mensajes a través
del rock, cuando se escuchan algunas canciones al revés. Pretendía denunciar
esta conspiración satánica y anunciar que prohibiría los conciertos de rock en
su país. Le pedimos que tuviera más sentido común y tratara de ver la vida
como sus electores. Debía dialogar con ellos. Si quería atraer votos juveniles,
debía compartir el gusto por esa música o al menos ser capaz de comprenderla.
La siguiente actividad de campaña era asistir a una par de espectáculos y
comprar unos tantos discos que le sensibilicen. Para gustar del rock metálico
es necesario educar el oído, así como otros se educan para disfrutar de la
música de Stravinsky.
Vale aclarar que esta anotación no supone una valoración negativa de los
líderes contemporáneos. Simplemente llama la atención sobre un cambio de
estilos. No está muy claro que los líderes mesiánicos hayan sido buenos para
nuestras sociedades y que los actuales sean nocivos. Si lo vemos en el largo
plazo histórico y lo referimos a países de otros continentes, con los que
estamos menos envueltos sentimentalmente, claramente parecen preferibles
las grises figuras de Putin y de la señora Schroeder al frente de Rusia y
Alemania, que las de dos iluminados excepcionales como Hitler y Stalin.
Uno de los elementos más importantes del cambio del mundo contemporáneo
tiene que ver con los nuevos roles de la mujer en la sociedad y en la política.
Uno de los mayores logros del racionalismo occidental fue comprender que las
mujeres son seres humanos con derechos iguales a los de los hombres y que
merecen las mismas oportunidades en todos los ámbitos de la vida. En este
sentido, tal vez Occidente ha dado un paso adelante en la evolución, que lo
separa de su propio pasado y de las prácticas de casi todas las demás
civilizaciones.
Román Gubern, en su libro “El Eros Electrónico” dice que en épocas remotas,
las hembras preferían a los machos de mayor tamaño y de peor aspecto,
porque asustaban a los demás animales agresivos y protegían mejor a sus
crías. Los machos más fuertes dominaban territorios más extensos y
proporcionaban más comida a su familia. Ahora las necesidades han cambiado.
No vivimos en esa etapa de simios territoriales y agresivos. Pensamos,
estudiamos, nos entendemos, dialogamos, tenemos valores superiores. La
preferencia actual de las mujeres hacia rostros “feminizados” y menos
desagradables, se explica porque “en la especie humana, la capacidad de tener
descendencia fértil depende en gran parte del cuidado que se presta a los hijos,
que ahora es compartido por padre y madre. El padre de esta nueva etapa
debe desarrollar características como la ternura y debe saber expresar sus
afectos apara colaborar en la crianza de niños que viven una nueva etapa.”
Gubem afirma que estas son características “definidoras contemporáneas del
rol de buen padre y auguradas por un rostro masculino con rasgos
feminizados.” El padre no es ya un perro guardián del territorio, sino un ser
humano que comparte con la mujer una vida más diversa y comparte con su
pareja roles más semejantes.
Más allá de que se han debilitado los prejuicios en contra de los homosexuales,
la misma apariencia física de los heterosexuales ha cambiado. En la moda
metrosexual, actualmente en boga, los rasgos feminoides en la vestimenta y
el aspecto físico de los hombres, no están relacionados con una preferencia
erótica por el propio sexo, sino que son una nueva forma de afirmar la
heterosexualidad de muchos hombres jóvenes. Los hombres actuales se bañan
con frecuencia, tratan de no oler mal, van al gimnasio, se pintan el pelo, utilizan
cremas de belleza, se hacen la cirugía plástica, tratan de parecer “hermosos”.
Esto era impensable hace pocos años, cuando la sociedad machista rendía
culto al macho apestoso y brutal.
Pero tal vez el aporte más importante de las mujeres a la nueva democracia
es que, en general, tienen una visión más práctica de la vida y un enorme
sentido común. Muchas de las masacres de la historia de la humanidad, desde
Stalin a Bin Laden pasando por Hitler, Duvalier y Videla se habrían ahorrado,
si hubiésemos vivido en sociedades con menos hombres que se creían
iluminados y más mujeres con poder. El sentido común, más frecuente en las
mujeres que en los hombres, es probablemente su mayor aporte a la
transformación de lo que llamamos en este trabajo el "nuevo elector".
Vale la pena destacar que, como en todo el trabajo, nos fijamos más en las
mujeres como conjunto numeroso de seres humanos comunes que
transforman y mejoran la sociedad, más que a sus elites. Hay dirigentes
feministas que reproducen los valores de la sociedad machista, son tan
agresivas y salvajes como los viejos simios y no son parte de este salto delante
de la especie.
Con un poco más de retraso, sin tanta espectacularidad, pero con fuerza, el
desate de lo erótico llega a América Latina en las últimas décadas y es uno de
los elementos que transforman al nuevo elector.
Actualmente los niños latinoamericanos tienen acceso a la información sobre
los temas sexuales desde sus primeros años. No solo que en las escuelas se
imparten materias de educación sexual, sino que mediante muchos medios,
los pequeños se informan sobre temas, que sus padres descubrieron,
dificultosamente, cuando ya eran adultos. Toda la sociedad vive una
erotización masiva que llega a través del cine, la televisión, la Internet, las
modas, la propaganda.
Los líderes nacidos en una sociedad más reprimida, necesitan una enorme
apertura para comprender la vida de los nuevos electores que experimentan
una libertad sexual que, aparentemente, no tiene retorno. Si elucubramos
acerca de lo que ocurrirá en el futuro, es difícil creer que los niños volverán a
creer en la cigüeña y los adolescentes en las virtudes de la virginidad. Lo más
probable es que las libertades no solo se afirmen, sino que se extiendan aún
más, como parte de la evolución de una humanidad que nos es difícil de
imaginar. La creciente autonomía del sexo respecto de la reproducción y su
desarrollo como mero instrumento de placer, es el horizonte hacia el que
camina nuestra cultura.
La relación del sexo con la política ha sido tratada por varios autores desde
hace mucho tiempo. Freud, además de tratar sobre el tema de manera
indirecta en “Más allá del principio del placer” y en “El malestar de la cultura”,
fue autor de un texto en el que hizo una interpretación de la guerra mundial a
partir del psicoanálisis del Presidente Thomas W. Wilson. El psicólogo Eysenck,
en los años cincuenta, realizó una serie de estudios para analizar la relación
entre la posición política de los británicos y su relación con las actitudes que
mantenían frente a la sexualidad. Entre los descendientes intelectuales de
Freud se generó toda una corriente que empezó con su discípulo Wilhem Reich
y siguió con el “Freudismo Marxista” de Cooper y Laing que tuvo impacto entre
los revolucionarios de los años sesentas, como analizamos, con más detalle,
en otra parte de este escrito. El tema por tanto, ya está un poco viejo en
Occidente.
Los nuevos electores se interesan más en discutir estos temas que en las
ventajas de la revolución cubana y mantienen puntos de vista distintos a los
de las elites políticas conformadas por mayores de cincuenta años. La temática
sexual les mueve mucho y sienten frustración porque los viejos políticos casi
nunca la tratan con naturalidad. En los últimos años, esta problemática inquieta
más a los votantes jóvenes, porque a más de vivir una sexualidad más
temprana, frecuente y con más parejas que sus antecesores, apareció una
enfermedad de transmisión sexual que pone en peligro su propia vida. Si
vemos las estadísticas, hay muchos más jóvenes inquietos por el SIDA, que
por las políticas del FMI. Pocos candidatos están dispuestos a hablarles de los
preservativos y no de la deuda externa. Es más académico y serio hablar de
los grandes problemas de la humanidad o definir si son de izquierda o derecha,
cosa que a la mayoría de esos muchachos les interesa mucho menos que la
información acerca de cómo tener sexo seguro. Como estos, hay una serie de
temas que interesan mucho a los electores jóvenes e incomodan a los viejos
políticos.
Cuando hablamos de estos temas no estamos mezclando esferas de la vida
que nada tienen que ver entre sí. Todo es político y todo al mismo tiempo es
sexual. El voto de esos jóvenes se puede mover más fácilmente si el mensaje
del candidato tiene que ver con una sexualidad que les interesa y a veces pone
en peligro su vida, que con elucubraciones acerca del ALCA o la guerra en Irak.
Son pocos los que sienten una pasión más ardiente por la política internacional
que por su pareja y muchos los que viven intensamente su sexualidad y quieren
una sociedad más libre que les permita debatir este tema.
En todo caso, podemos decir, que la mente del nuevo elector está cargada de
erotismo. El sexo ocupa un lugar muy importante en su percepción de la vida.
Sus actitudes frente a la sexualidad son distintas de las que tienen los líderes
de mediana edad que prefieren ignorar el tema. Los jóvenes están mucho más
informados y tienen menos prejuicios que los líderes. Juegan con el erotismo
constantemente y se sienten distantes de una política que no incorpora ese
aspecto de su vida a su discurso, ni lo usa para comunicar su mensaje.
El culto a la juventud
Todos los elementos de los que hemos hablado hasta aquí van en la misma
dirección: la aparición de un nuevo elector con una agenda propia, que es más
independiente, lúdico e individualista que los antiguos electores y que habita
en un mundo erotizado. Estos elementos vienen de la mano con el renovado
culto a la juventud como valor. En las antiguas sociedades el Consejo de
Ancianos regía a la tribu. En ese entonces, ser viejo fue credencial de sabiduría
y experiencia. Hoy es casi un delito. Cuando el ciudadano pasa de los cincuenta
años, en la plenitud de su desarrollo intelectual, se ve excluido paulatinamente
de todo y, si queda en el desempleo, se angustia todos los días leyendo
anuncios de prensa que ofrecen trabajo a personas menores de treinta años.
Pero el culto a la juventud fue más allá de las fronteras de los politizados, de
los que leían con curiosidad a Marcuse. Dejó de ser un tema de las elites para
generalizarse como un nuevo valor de Occidente. Nuestras sociedades han
sacralizado lo "joven" y existe en todos los órdenes de la vida una segregación
en contra de quienes ya no son jóvenes. Si alguien se queda sin empleo a los
cuarenta años, es muy difícil que pueda encontrar una nueva colocación.
Hombres y mujeres se pintan el pelo y se hacen cirugías para tratar de borrar
las huellas de los años. En el mundo occidental, día a día, se devalúa el respeto
por los mayores. La experiencia y sabiduría que se suponía que acumulaban
a lo largo de la vida ya no son un valor cuando lo prioritario es la permanente
innovación y cuando los menores saben tantas cosas.
Entre otras cosas, el fenómeno tiene que ver con la aceleración de los
descubrimientos tecnológicos y con el acceso masivo de los niños y de los
jóvenes a la información que se encuentra en la televisión, en la Internet y en
muchos otros medios que les ofrece la revolución de las comunicaciones.
Muchos de ellos sienten un cierto desprecio intelectual por adultos que saben
menos que ellos acerca de temas que les parecen importantes. Se dan cuenta
de que las viejas generaciones mantienen prejuicios que no tienen sentido a la
luz de los nuevos descubrimientos de la ciencia. Por lo general no se burlan
abiertamente, pero callan y sonríen cuando se dan cuenta de que sus padres
creyeron en la cigüeña y siguen actuando de acuerdo a una mentalidad que
se formó a la sombra de esos mitos.
Muchos padres y abuelos sienten una cierta sorpresa y fascinación cuando los
niños llegan de la escuela con preguntas que no pueden responder, o cuando
tienen que recurrir a ellos para solucionar problemas que no pueden resolver
al usar sus computadoras o al navegar en La Red. La nueva tecnología es
parte natural de la vida del niño y los adultos no pueden competir con ellos en
ese campo.
El culto a la juventud tiene que ver también con la erotización de la sociedad
y la fascinación por la hermosura del cuerpo. Antes, particularmente los
hombres, daban poca importancia a su belleza física. Decían los antiguos que
el hombre, mientras más oso es más hermoso. Esto ha cambiado. Todos los
occidentales creen ahora que alguien no puede ser exitoso si no es apuesto,
joven, flacos, sanos.
Cientos de miles de latinoamericanos corren todas las mañanas por las calles
y los parques de nuestras ciudades, tratando de huir de la vejez, la muerte y
la gordura. Buscan Spas, hacen aeróbicos y llegan a la anemia con tal de
conseguir esos cuerpos lánguidos que satisfacen los estándares de la belleza
contemporánea. Los desnudos de Fragonard se esconden en las bodegas con
vergüenza, sin que nadie entienda cómo alguien pudo pintar mujeres tan feas,
mientras todos los días asoman especialistas que han descubierto alguna
nueva dieta, una pócima mágica que borra las arrugas o combate
cancerígenos, colesteroles o cualquier otro elemento que engorda, enferma y
del que hay que cuidarse. El café tiene cafeína; la carne, grasa; los fideos,
azúcar; la lechuga lechuguina. Todo lo que es agradable, si no mata, al menos
envejece. Este es el único espacio para la ascética. El ayuno, para conseguir el
cielo, como lo hacían los antiguos, tiene poco sentido. El nuevo elector está
dispuesto a hacer esos sacrificios, para conseguir algo más importante que el
cielo: preservar su imagen juvenil y cumplir con los cánones de belleza
vigentes.
Las culturas antiguas como las indígenas, que forman parte de nuestros países
y viven también este proceso, tienen aquí uno de sus principales problemas.
Los consejos de ancianos, portadores de la "sabiduría milenaria" sucumben
ante los conocimientos de las nuevas generaciones. En muchos casos, las
ceremonias y los ritos que se conservan, se han postmodernizado. Se
mantienen y multiplican porque son fuente de ingresos para nuevas
generaciones que, detrás de sus túnicas de druidas o sombreros con plumas,
viven el mismo individualismo y el consumismo que hemos descrito, y
encuentran, en su adhesión a las tradiciones, un buen instrumento para
conseguir los dólares que necesitan para comprar walkmans, computadoras,
carros y los productos propios de la cultura occidental que cuestionan.
Comunitariamente, chantajean a empresas petroleras y de otro orden que
viven en sus “territorios ancestrales”, y obtienen dólares para conseguir vías,
hospitales, canales de televisión y todos los adelantos tecnológicos que
aplastarán lo que queda de su cultura tradicional, manteniendo ciertas formas,
cuando son un buen negocio.
El nuevo elector vive una libertad que habría sido inimaginable hace pocas
décadas. De los cuestionamientos que movilizaron a la generación de los años
sesenta, uno de las que dejó una huella más permanente fue la revolución
sexual. Cuando se celebraban los veinte años de la Revolución del Mayo
Francés, Dany Cohn Bendit, afirmó que una de las principales consecuencias
de esa revolución fue que el mundo occidental nunca podrá volver a ser como
antes, particularmente en el campo de la sexualidad.
Hay entre los jóvenes un respeto creciente por las diversas alternativas
sexuales. Cada vez más se entiende el sexo como algo en lo que cada uno
decide lo que hace, sin opinar sobre lo que hace su vecino. La legislación de
varios países ha despenalizado la homosexualidad y en toda ciudad
medianamente grande hay un espacio para la llamada subcultura gay.
Pero, más allá del sexo, en Occidente vivimos una crisis de valores radical. Una
nueva ética orienta la vida cotidiana de nuevas generaciones que no tienen
que ver con las normas del pasado. Ni siquiera han roto con ellas. Eso lo
hicieron sus padres. Los nuevos electores simplemente viven un mundo que se
desestructuró y está tomando nuevas formas.
El libro de Pekka Himanen, prologado por Linus Trovalds, “La ética del Hacker”,
esboza algunas de las posturas ante la ética de jóvenes que se encuentran el
la vanguardia tecnológica. No son representantes del adolescente medio, pero
ocupan en esta época, el lugar que tuvieron las bandas de rock en los años
sesentas: son los anti héroes que expresan de manera más radical los nuevos
valores.
Lo mismo ocurre con los seres humanos y su relación con los ordenadores.
Inicialmente fueron una herramienta de trabajo y por tanto de sobrevivencia.
Después hicieron posibles nuevas formas de socialización a través de los chats,
las amistades virtuales y otras relaciones humanas hijas de esta tecnología.
Con los hackers, la relación de lo seres humanos con los ordenadores llega a
su cumbre: se convierte en un entretenimiento que solo se justifica por sí
mismo. El hacker disfruta de su relación con la Red porque juega con ella sin
límites y se divierte.
B. LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA
Dice Hobsbawm que "el mundo de 1789 era incalculablemente vasto para la
mayoría de sus habitantes. La mayor parte de los europeos, de no verse
desplazados por un acontecimiento terrible o el servicio militar, vivían y morían
en la misma parroquia de su nacimiento: nueve de cada diez personas en
setenta de los noventa departamentos franceses, vivían en el mismo
departamento en que nacieron. Lo que sucedía en el resto del globo era asunto
de las gentes del Gobierno y materia del rumor. No había periódicos, salvo
para un escaso número de lectores de clase media y alta. La circulación
corriente de un periódico francés era de 5.000 ejemplares en 1814, y no había
mucho que leer. Las noticias eran difundidas por los viajeros y la parte móvil
de la población: mercaderes, buhoneros, artesanos y trabajadores de la tierra
sometidos a la migración por la siega o la vendimia, la amplia y variada
población vagabunda que comprendía desde frailes mendicantes o peregrinos,
hasta contrabandistas, bandoleros, titiriteros, gitanos y desde luego los
soldados que caían sobre las poblaciones en tiempos de guerra.". Todo esto
cambió con la aparición de la máquina de vapor que movió nuevos tipos de
barcos y especialmente con el invento del ferrocarril. Los occidentales
desarrollaron técnicas que les permitieron moverse de manera constante y a
velocidades inimaginables hasta entonces. El desarrollo de nuevas máquinas
para imprimir y del telégrafo significó otro gran adelanto en términos de
comunicar a la gente entre sí.
En los albores del siglo XX, un invento desarrollado por Alejandro Graham Bell
hacia 1895, hizo posible que mucha gente se pudiera en contacto a grandes
distancias, que pudiera intercambiar ideas, y que se empezara a derrumbar la
pared que encerraba a los ciudadanos en los límites de su familia. El invento
del teléfono permitió que la comunicación personal rompiera muchas barreras.
Aceleró la comunicación entre los seres humanos y abrió espacios de libertad
inimaginables en la sociedad tradicional, permitiendo una comunicación libre y
ágil entre la gente. Obviamente, enfrentó los temores de los conservadores de
esa época. De una parte, fue posible que las noticias y las comunicaciones se
difundieran a una velocidad vertiginosa. Se podía marcar un número y hablar
con una persona que estaba muy distante para conversar con ella e informarle
sin censuras, sobre lo que pasaba. Parecía inaudito.
Pero se produjo algo mucho más importante. El teléfono permitió romper las
censuras que impedían la comunicación entre seres humanos que, según sus
padres o patronos, no debían hablar entre sí. La sociedad occidental,
acostumbrada, como casi todas las otras, a vigilar y castigar a sus ciudadanos,
experimentó la apertura de un inesperado espacio de libertad. De pronto, los
jóvenes, no tenían que pararse en la esquina de la casa de su amada, durante
días, para verla a la distancia. Gracias al teléfono podían conversar,
directamente, sin censuras, incluso "obscenidades" burlando la vigilancia de
padres, madres y hermanos. Durante toda una época los padres de familia
vigilaron con recelo al nuevo huésped de la casa y respondieron personalmente
el teléfono, para controlar que sus hijos e hijas no hablen con personas poco
deseables, o acerca de temas prohibidos. Después se cansaron de vigilar y el
teléfono fue una línea de comunicación con lo prohibido. El teléfono jugó un
rol importante en el derrumbe de la moral tradicional, porque aumentó las
posibilidades de que se establezcan vínculos no controlados por los mayores,
por los cónyuges, por todos los que según Foucault están para vigilar y
castigar. Todo esto parece casi cómico en una sociedad en la que los celulares
están en manos de los niños y en la que parecería inverosímil que hayan
existido estas barreras.
Desde el punto de vista del desarrollo económico, el teléfono hizo posible que
se fomentara la velocidad de los negocios y que se hicieran transacciones que
antes habrían sido imposibles.
En esta carrera tecnológica, cada vez más acelerada, a mediados del siglo XX
aconteció algo que transformó al homo sapiens en homo videns. Es probable
que los historiadores del futuro marquen, con el aparecimiento y difusión de
la TV o de la Internet, la fecha del nacimiento de una nueva etapa en la historia
de la especie. La historia de las comunicaciones es la historia de nuestra
diferenciación con los otros simios y en estos años, estamos inmersos en una
transformación radical que recién ha empezado y que se acelera
constantemente. No logramos apreciar todavía la magnitud de sus
consecuencias.
Pero hay un hecho que se debe destacar: los televidentes tienen acceso a una
cantidad descomunal de información, que está totalmente fuera del alcance de
quienes no tienen acceso a esta tecnología. Los actuales ciudadanos comunes
de Occidente siguen la misa del Papa, los bombardeos en Irak y las bodas de
los príncipes europeos en directo, mientras sus padres tuvieron ideas difusas
de esos mundos, imaginando lo que podían, a partir de lo que leían o
escuchaban.
Por otra parte, la televisión creó la ilusión de una relación directa entre los
candidatos y los mandatarios, con los electores. En la antigua sociedad, los
líderes eran seres míticos a los que se veía alguna vez en la vida y cuyas voces
decían por la radio cosas poco comprensibles. De pronto se convirtieron en
visitantes cotidianos de la casa de la mayoría de los ciudadanos. La distancia
que separaba a los gobernantes de los gobernados se redujo en el imaginario
de la gente.
Hoy, los electores ven a los candidatos en su pantalla, todos los días, en primer
plano. Miran su rostro, observan sus ojos, creen saber cuando les mienten,
cuando les hablan con alegría y cuando están deprimidos. Los personajes de
la televisión y los políticos se han integrado a la vida cotidiana del ciudadano
común. La distancia sicológica entre los líderes y los nuevos electores, ya
mermada por todos los elementos que hemos mencionado antes, se ha vuelto
ínfima.
Tomemos en cuenta, además, que la aparición del control remoto permite que
el televidente cambie de canal cuando le viene en gana. Esto hace más
necesario y urgente que los políticos se renueven, muestren algo original y den
un mensaje que esté muy claro.
El uso cada vez más generalizado de la televisión por cable constituye otro
elemento que ha limitado la influencia de la televisión convencional. El
ciudadano quiere controlar lo que ve y cuando tiene televisión por cable tiene
más opciones que pueden satisfacer sus intereses individuales. Algunos
terminan conociendo mucho sobre la vida de determinados animales, estudian
historia, saben todo sobre el fútbol, se vuelven expertos en películas violentas,
platillos voladores, o se inician en los secretos de las religiones de la nueva
era, sintonizando canales especializados.
3. Las computadoras
4. La Internet
Sin embargo, la mayor parte de los usuarios no usan la Red para informarse y
estudiar. Se ha comprobado, estadísticamente, que se usa principalmente para
la comunicación y la interacción entre seres humanos que establecen
relaciones virtuales. Los “chats” permiten un nuevo tipo de comunicación
desconocida para los antiguos y cotidiana para muchos nuevos electores. La
mayoría de quienes saben navegar, contactan con personas con gustos afines,
que pueden ser de cualquier tipo. Aquellos con quienes conversan y entablan
ciberamistades pueden pertenecer a todos los mundos posibles. Las barreras
de sexo, edad, distancia, clase social, caen de manera casi mágica. A través
de la Red, es posible conectarse con personas de cualquier país o condición,
que simplemente comparten algún interés con otro cibernauta.
En el mundo real habría sido imposible que muchos de estos seres humanos
contacten entre sí, por las barreras que las costumbres de cada cultura ponen
entre las personas de diversa condición. Somos simios que tendemos a
desconfiar de los diversos y buscamos a los semejantes en todos los órdenes.
Hay normas que regulan nuestras relaciones. Prejuicios y prohibiciones
raciales, sociales, sexuales, de edad. Dijimos antes que el teléfono empezó a
derrumbar esos muros. La Red permite superar esas limitaciones de una
manera mucho más eficiente. Todos pueden conversar con todos porque nadie
puede impedírselo y porque la pantalla nos protege de los peligros. Hemos
conocido jóvenes comunes y corrientes que “chatean” y son amigos de
personajes importantes como un ex Presidente latinoamericano, católico
convencido que hace apostolado aconsejándoles. Para esos chicos, hablar en
persona con un personaje tan importante habría sido imposible.
Nada está vedado. Todo es posible. La Red permite que se cumplan las
fantasías más extrañas y las depravaciones más absurdas. Solamente por
medio de ella es posible que gente con gustos extremadamente exóticos pueda
encontrarse e interactuar. Armin Meiwes, un técnico informático de 42 años
que adquirió triste celebridad como el "caníbal de Rotemburgo", fue condenado
a ocho años y medio de cárcel porque dando rienda suelta a sus fantasías
sexuales, cuando la noche del 10 de marzo del 2001, mató y descuartizó a un
ingeniero, un año mayor que él, tras haberle cercenado el pene, que víctima y
victimario intentaron comer juntos.
La condena que recibió Meiwes fue leve a pesar de lo horripilante del crimen y
la espectacularidad del proceso judicial, en el que salieron a la luz pormenores
escabrosos del caso. El tribunal tuvo toda la información: Meiwes había filmado
un video que permitió constatar que la víctima consintió la mutilación de sus
genitales e intentó ingerirlos. Sin embargo, el delito no estaba tipificado en el
código penal y en ningún país civilizado se puede condenar a alguien por una
acción que no cumple con esa condición. A ningún legislador se le había
ocurrido que alguien podía actuar de manera tan monstruosa como para incluir
este tipo de crimen en el Código Penal.
El nuevo elector vive este fenómeno y es poco probable que deje de vivirlo.
Muchos miembros de la generación de dirigentes de América Latina que
estuvieron sobre los cincuenta años al empezar el milenio, cultos, inteligentes
y que han viajado en el mundo real, no saben navegar en la Red.
5. Los celulares
6. La revolución de la información
Pero no solo es que la televisión nos transmite lo que ocurre en tiempo real.
Los celulares nos mantienen en permanente comunicación con el mundo.
Mientras caminamos, mientras conducimos el coche, o aun cuando nos
encontramos cabalgando en desolados páramos de los Andes, nos
mantenemos en contacto con otras personas de cualquier lugar del mundo.
En cuanto ocurre algo importante, la noticia se nos transmite por el celular y
nosotros podemos transmitirla a otros. No importa la hora, el sitio, ni ninguna
circunstancia. Estamos permanentemente conectados con seres humanos que
están lejos del entorno físico que nos rodea.
Esto, que ocurre cuando hablamos sobre las guerrillas, vale para cualquier otra
faceta de la vida. La Internet es una ventana abierta al universo, contiene toda
la información imaginable, e inimaginable y para el nuevo elector muchas de
estas cosas son más interesantes que la política.
Las zonas rurales de los Estados Unidos son otra región del mundo en la que
la antigua religiosidad se conserva intacta y los electores se mueven por valores
tradicionales como se demostró en la elección presidencial del año 2004. Hay
el temor de que, como dice Carl Sagan, en uno de sus libros más
desconcertantes, un nuevo fundamentalismo cristiano y una nueva época de
oscuridad surja encabezada por personas que creen en la interpretación literal
de la Biblia y en otras supersticiones.
Comprender que los cambios en la vida cotidiana de los nuevos electores que
hemos descrito tienen consecuencias importantes en su comprensión de lo
político, nos permite orientarnos mejor en la realidad.
1. El individualismo
La relación del elector con el candidato es cada vez menos racional. Los textos
y la prensa escrita, que ocuparon un lugar importante en la antigua
democracia, llevaban a pensar y a discutir temas más abstractos. El
instrumento de comunicación privilegiado de estos tiempos es la televisión, un
medio inventado para entretener, no para analizar, que transmite sentimientos
y sensaciones. La relación del elector con el candidato está plagada de
emociones, resentimientos, prejuicios regionales, raciales y de todo orden,
pero es ante todo, una relación entre individuos. El televidente no puede ver
en la televisión al "proletariado", al PRI o al APRA. Mira personas a las que a
veces aprecia, otras teme y en las que puede o no confiar.
Por eso las campañas electorales se centran más en los atributos personales
de los candidatos. Los votantes cada día se interesan menos en los programas
de gobierno y más en las personas que eligen. Los programas, finalmente se
parecen mucho unos a otros. El libre mercado no tiene oposición y se discuten
solamente tonos de una misma opción. Cuando algún candidato logra hacer
un planteamiento novedoso, las encuestas detectan su impacto y sus
competidores le copian inmediatamente. Lo gracioso es que este plagio,
gracias a la Internet, tiene ahora una dimensión continental. Cualquier idea
curiosa que se usa en una campaña electoral en Argentina termina siendo
reproducida en pocas semanas en México o República Dominicana.
Cuando creen en tesis que, según las encuestas, pueden quitarles votos, los
candidatos evitan mencionarlas porque su fin es ganar la elección. Aunque
sepan que, cuando ganen las elecciones, subirán los impuestos, o el precio de
los combustibles, no lo dicen. Esperan para asumir el mando, “sorprenderse”
con el estado en que se encuentra el país y tomar medidas económicas de
ajuste culpando del hecho al anterior mandatario. No estamos refiriéndonos a
nadie en particular. Este es un rito que cumplen la mayoría de mandatarios.
Los que dicen la verdad en la campaña como Mario Vargas Llosa en Perú, no
ganan las elecciones. Las campañas terminan unificando las propuestas de los
candidatos de acuerdo a que lo que recogen las investigaciones sobre las
opiniones de la gente. La mayoría de los electores cree que los políticos son
bastante mentirosos y prefieren votar por los que parecen más confiables.
En todo caso, hay que tomar en cuenta el individualismo de los electores, que
ven la política desde sus pequeños mundos. En reiterados estudios de grupos
de enfoque, cuando pedimos a la gente, de clase popular, que dibuje cuál es
el principal problema del país, aparecen su casa, su hijo, su empleo. El país
para ellos es eso: su vida, sus necesidades. Lo previsible es que esa tendencia
al individualismo que interpela al paradigma de la democracia representativa,
tienda a fortalecerse de manera notable en el mediano plazo.
Es probable que este fenómeno venga larvándose desde hace rato y que el
postmodernismo simplemente lo haya desnudado. Marx habló de lo económico
como de algo "determinante en última instancia" de la historia y en eso, tenía
razón en el mediano y largo plazo. Los conflictos por intereses concretos y la
lucha por el control de territorios y bienes son los que explican finalmente casi
todos los conflictos ideológicos y religiosos que han existido. En la mayoría de
los casos, en la dimensión micro, la política actual se explica, de una manera
abierta, por el dinero. Antes, las ambiciones de los individuos y grupos se
escondían detrás de supuestas motivaciones altruistas. La “Patria”, Dios, la
lucha por la Iluminación, la construcción del hombre comunista, la defensa de
la democracia, eran altos fines colectivos, que se invocaban para dar un sentido
épico y desinteresado a la lucha política.
Para los nuevos electores esos maquillajes tienen poca importancia. La regla
para medir la realización en la vida, es el éxito económico individual. Si un
joven acomodado de la Recoleta, en Buenos Aires, tira por la ventana los
bienes de su padre y sale a caminar desnudo por el parque, terminaría en el
manicomio, sería objeto de mofa en el barrio y no terminaría en los altares
como San Francisco de Asís. En estos tiempos la respetabilidad y el triunfo,
van de la mano con el dinero y no con la ascética.
Hasta la caída del muro de Berlín había gente dispuesta a sacrificarse, concurrir
a manifestaciones, participar como voluntario en las elecciones, movida por
tesis más o menos abstractas. Actualmente, los “voluntarios” de las campañas
son casi siempre remunerados de una u otra manera y el dinero es
indispensable. Sin él no se puede movilizar adherentes que necesitan
transporte, refrigerio, y que se les reconozca el “día perdido de trabajo”.
3. El consumismo
En las Ciencias Sociales hay toda una polémica acerca de la creciente pobreza
de la región, sobre la que volveremos más adelante. Esa discusión tiene una
lógica propia, llena de elementos afectivos. La definición de la pobreza y el
señalamiento de los indicadores que pueden medirla, son parte de ese debate.
Vivimos en una sociedad en la que casi todos somos consumidores y cada día
queremos consumir más. La televisión nos dice que debemos pertenecer al
mundo Marlboro, aprendemos en los comerciales que quien no tiene los
zapatos de determinada marca adecuada es un idiota y que para ser
verdaderamente sexy es indispensable comprar tal perfume. Demás está decir
que ya nos han vendido la idea de que estamos obligados a ser “sexy”. Se
podría creer que para mantener la condición de ser humano es necesario estar
protegido por alguna marca. La sociedad de consumo es la sociedad de las
marcas.
Muchos hombres y mujeres de clase media, que tienen recursos para una vida
"pasable" buscan dos trabajos y se desesperan por incrementar su nivel de
consumo. Los ciudadanos comunes necesitan realmente una parafernalia de
electrodomésticos, quieren ir al cine, divertirse, una escuela mejor para sus
hijos. Los de clase media y alta necesitan viajar, mandar a sus hijos a
especializarse en el extranjero. Los más intelectuales que encuentran en la
Internet un arma para luchar en contra de la globalización, viajan, necesitan
comprar computadoras, software y muchas otras cosas para luchar en contra
del consumismo y de ese mundo globalizado que rechazan. Se dedican
febrilmente a trabajar escribiendo libros en contra del imperialismo para
conseguir los recursos necesarios para enviar a sus hijos a estudiar en los
Estados Unidos.
Casi todos los ciudadanos tratan de conseguir dinero por cualquier medio para
satisfacer sus necesidades en una sociedad en la que la ascética tiene poco
espacio.
Ni que hablar del parto, que era mucho más frecuente que en la sociedad
occidental contemporánea. No existían métodos anticonceptivos modernos,
casi todas las mujeres tenían muchos hijos que con frecuencia no sobrevivían.
Las tasas de mortalidad infantil eran muy altas. Las mujeres daban a luz a sus
criaturas sin anestesia y experimentaban dolores brutales sin ninguna ayuda
para mitigarlos.
Actualmente no solo que nos ponen una inyección de anestesia para que no
sintamos molestias cuando nos calzan un diente, sino que pedimos que nos
apliquen anestesia local, para no sentir ni siquiera el pinchazo de la aguja
hipodérmica con que nos aplican el medicamento. Todos los hospitales, aun
más modestos, son lugares en que los enfermos están asilados en silencio,
cumpliendo con prácticas de higiene básicas. La medicina se ha especializado.
Los odontólogos les han quitado este trabajo a los peluqueros y hay pocos
doctores en medicina general. Casi todos están especializados en distintas
ramas de la disciplina. Un medico sabe de pulmones, otro de fracturas, otro de
ojos, otro de hígado. Nos hacemos exámenes y radiografías con relativa
frecuencia. En todos estos procesos, tratamos de no sentir dolores. Podemos
hacerlo. Ya no es parte inevitable y casi permanente de la vida como lo fue en
otros tiempos.
En el ámbito religioso, el dolor era visto como una prueba divina e incluso como
una vía para conseguir la realización. Cuando se padecían infortunios de
cualquier orden, había que dar gracias a Dios por la prueba que nos había
enviado. No solo que había que aceptar los dolores que aparecían por sí
mismos, sino que a veces, el masoquismo era visto como virtud. En los
monasterios y en las procesiones, los fieles católicos se azotaban, se ponían
cilicios, se infligían diversos martirios para "agradar a Dios". No estamos
hablando de costumbres de la época de los padres de la Iglesia, que tuvieron
ocurrencias tan brutales como Orígenes. Los estudiantes y profesores de los
conventos e institutos religiosos practicaban hasta la década de 1970 la
"penitencia" como una forma de purificación. Esa es otra costumbre que casi
ha desaparecido en Occidente. En una de sus novelas, Leopoldo Marechal
describe las nuevas actitudes ante la ascética cuando uno de sus personajes,
Pablo Inaudi, encerrado en una celda, enfrenta la posibilidad de hacer
penitencia azotándose las espaldas. Examina los diversos tipos de látigos que
se encuentran a su alcance, unos con pedazos de metal y otros con diversos
aditamentos para producir mayor dolor y termina azotándose las espaldas con
los cordones de los zapatos, herramienta suficiente para espantar a las moscas
que revolotean por el cuarto, y para producir el dolor que puede soportar un
asceta contemporáneo.
En la mayoría de nuestros países mucha gente que antes consumía muy poco,
consume bastante. Los campesinos, que producían buena parte de sus
alimentos, son cada vez menos y compran también buena parte de su comida.
Los pobres de las ciudades compran todo tipo de bienes y servicios. Todos son
clientes potenciales y muchos productos se elaboran dirigidos explícitamente a
los sectores menos ricos y menos cultos de la población. Todos somos
consumidores, clientes potenciales, víctimas propicias de la propaganda.
Sus gustos son claros: están más para jugar que para ser héroes. Prefieren ver
telenovelas que leer Thomas Mann. Oyen tecnocumbias o rock y no les gusta
Mahler. Prefieren programas en que “gente como ellos” va a contar sus
intimidades, en medio de los gritos y risas de un público que hace barra para
que se divorcie un marido, que descubre ante las cámaras que su mujer sale
con su mejor amigo. El “Gran Hermano” tiene más teleaudicencia que todos
los programas de análisis juntos. Muchos de los héroes y heroínas de la pantalla
chica, son más pintura que contenido. Usan más tiempo en maquillarse que en
leer algún texto profundo.
6. La corrupción.
Son varios los casos de candidatos que siendo vistos como corruptos por los
electores han obtenido un importante respaldo electoral. No hacemos aquí un
juicio de valor acerca de la realidad, sino que nos referimos simplemente a las
percepciones medidas por las encuestas. Abdalá Bucaram cuando ganó la
Presidencia del Ecuador; Alan García cuando perdió por pocos puntos frente a
Toledo, y Menem cuando obtuvo su reelección, eran vistos por la mayoría de
los habitantes de sus países y por muchos de sus propios votantes como
corruptos y, sin embargo, tuvieron éxitos importantes. En algún país en el que
trabajamos en la campaña presidencial, los resultados de las encuestas decían
que el 95% de los electores consideraba que lo más importante era que el
nuevo Presidente no sea corrupto. El día de las elecciones pasaron a la segunda
vuelta dos candidatos, que tenían, justa o injustamente la imagen de
corruptos. En ningún caso hacemos juicio de valor sobre los políticos
mencionados. Hablamos simplemente de las percepciones del electorado.
Son pocos los que trabajan en el puerta a puerta, o los bancos telefónicos, por
simple adhesión al candidato o al partido. Menos, los que lo hacen por
adhesión a ideas y tesis por las que en otro tiempo se daba la vida. Me refiero,
como es obvio, a las campañas importantes, con posibilidades de triunfar
electoralmente. Las campañas de grupos ideológicos duros, tienen más
voluntarios reales y muy pocos votos. En muchos casos son una actividad de
minorías movidas por ideales, que tienen poco espacio en la mente del nuevo
elector al que hemos descrito.
Incluso las únicas guerrillas que existen son poco ideológicas. Es difícil imaginar
al Che Guevara o a otros idealistas del siglo pasado, equivocados o no,
participando en bandas armadas que protegen a narcotraficantes y viven del
secuestro y la extorsión, como lo hacen ahora los que se dedican a "luchar"
por esa alternativa política.
Generalmente, no solo creemos en las cosas que nos rodean, sino que
tratamos de encontrar un sentido a nuestra vida y a todo lo que suponemos
que existe, a partir de grandes explicaciones que son nuestros puntos de
referencia para creer que actuamos bien o mal. Desde nuestros primeros años
de vida aprendemos que determinada religión es la verdadera, que ciertos
objetos son comestibles o agradables, que otros no son buenos, que
determinadas actitudes o acciones deben ser reconocidas y que otras merecen
la reprobación. Eso va desde la aceptación o el rechazo oficial de la poligamia,
que diferencia a un islámico de un cristiano, hasta el gusto de saborear frutas
con chile, tan difundido entre los niños mexicanos, que causa sorpresa y casi
horror en un niño chileno.
Somos fruto de una educación. Si, desde nuestros primeros años vemos a
nuestros padres dándose golpes hasta sangrar, en las procesiones de Karbala,
porque creen que con eso hacen un homenaje a Hussein, también nosotros
creeremos que eso es bueno. Si nos educan con la idea de que hay que matar
a los infieles porque eso agrada al Dios en el que creemos, podemos terminar
autoinmolándonos en un atentado suicida suponiendo que eso es normal. Si
nuestros padres fueron al festival de Woodstock y viven en San Francisco, es
poco probable que pensemos de la misma manera.
Son las adhesiones definitivas a verdades absolutas las que se han debilitado
en Occidente. La gente cree menos en ese tipo de cosas. Casi nadie está
dispuesto a dar su vida por sus creencias. La mayoría de la gente, acepta que
hay diversas creencias que son respetables, y no ve bien que alguien mate a
otro porque discrepa con él.
No significa esto que nos hemos vuelto racionales. En “El mundo y sus
demonios”, Carl Sagan dice que ya no creemos en brujas y demonios, sino en
platillos voladores y cientos de supersticiones propias de las religiones de la
nueva época y de una sociedad en la que el mito se ha vuelto cotidiano y
superficial. Probablemente esto es cierto. Felizmente, la fe en esos mitos
livianos no conduce a exterminios ni a brutalidades. Hace cuarenta años,
cientos de personas fueron fusiladas en Cuba por “contrarrevolucionarios” y los
intelectuales del continente aplaudieron la hazaña. Hace menos años todavía,
miles de argentinos, chilenos y uruguayos fueron asesinados por las dictaduras
militares de esos países y no fue posible detener la masacre. Tenemos la
fortuna de vivir en unos años en los que parece que eso sería más difícil que
ocurra dentro de Occidente.
D. LA BANALIZACION DE LA POLÍTICA
En el mundo que hemos descrito, el nuevo elector no toma en serio ese tipo
de mitos. Sabe que sus dirigentes son humanos y quiere elegir mandatarios
humanos. Intuye que detrás de los delirios de grandeza de muchos héroes de
la historia se ocultan psicopatías que podrían perjudicarle. Ni Hitler, ni
Duvallier, ni Stalin, ni los otros líderes mitificados del pasado, conseguirían hoy
su voto.
Hoy los dirigentes son vistos como personas normales. Cuando organizamos
sesiones de grupos focales para diseñar una campaña electoral, se organizan
diversos juegos que permiten conocer la relación de los electores con los
diversos líderes de ese país o esa ciudad. En uno de ellos, los asistentes
conversan con los candidatos que se encuentran sentados, imaginariamente,
en sillas vacías, para que el participante del experimento dialogue con ellos.
Su lenguaje corporal, sus palabras, sus actitudes, demuestran cuanto han
desacralizado a los dirigentes. Los tratan sin reverencias, como personas a las
que pueden hallar de manera horizontal.
En este punto hay que tener cuidado al interpretar determinados hechos desde
el paradigma de la política antigua propio de las elites. Lo que algunos
interpretan como necesidad de un liderazgo mesiánico en los casos de Hugo
Chávez o Abdalá Bucaram, tiene que ver más con el espectáculo, la diversidad
y la revancha social que con el "carisma". Desde los ojos de sus electores, más
que líderes mesiánicos, son actores de espectáculos divertidos protagonizados
por "uno de nosotros", que ofrece además fastidiar a los más ricos.
Por el momento veámoslo solamente desde los ojos del nuevo elector. Toda la
investigación empírica nos dice que la inmensa mayoría de los latinoamericanos
no tiene interés por las posturas ideológicas cuando escoge a su candidato. En
nuestros países el porcentaje de ciudadanos que rechaza las discusiones
ideológicas y dice que no le importa si un mandatario es de izquierda o de
derecha, oscila entre un 70% y un 90%. Esas cifras tienen relación con otras:
entre siete y ocho de cada diez latinoamericanos dicen que no se interesan en
la política y no quieren saber nada de ese tipo de temas.
Por otra parte, otros actores políticos importantes tampoco parecen muy
interesados en esa distinción. En la práctica de nuestra profesión, hemos
conocido a muchos candidatos que antes de una elección, piden que
averigüemos si les conviene presentarse por la izquierda o la derecha para
ganar el comicio. Esta actitud es menos frecuente en las capitales de los países
relativamente grandes, en donde suele existir una elite teorizante y más
frecuente en sitios menos urbanos y refinados intelectualmente. El caudillismo
se renueva dentro de este mundo pragmático y desmitificado, pero se
mantiene como un elemento importante en los procesos electorales de la
región. Hay líderes locales que "tienen" sus propios votantes, que los respaldan
sin que les importe el partido por el que se postulan.
La política es cada vez más local y sólo los partidos que dan espacio a
problemas de la vida cotidiana, vistos antes como intrascendentes,logran
sobrevivir. La capacidad de los partidos de atraer a las masas es inversamente
proporcional a su ortodoxia ideológica. Esa pérdida de definición ideológica en
las formaciones partidistas hace que los electores den todavía menos
importancia a los idearios de los partidos y que los candidatos puedan
transitar fácilmente de un partido a otro, cosa que era más difícil cuando los
liberales eran liberales, los conservadores, conservadores y los izquierdistas
ateos y racionalistas.
En todo caso, podemos decir que el nuevo elector, más allá de lo que piensen
las elites intelectuales, tiene cada vez menos interés por lo ideológico y ha
puesto en la agenda electoral otra serie de temas que los políticos deberían
discutir.
Por otra parte, todos los estudios de opinión dicen que los electores desconfían
de casi todos los entes colectivos. En la mayor parte de los países de la región
las instituciones han perdido prestigio. Cuando se mide su imagen, suelen tener
saldos positivos la Iglesia Católica, los medios de comunicación y a veces, las
Fuerzas Armadas, en los países en que sus dictaduras no fueron muy brutales.
Tomemos en cuenta que las tres son organizaciones que no pretenden, al
menos formalmente, ser voceros políticos del conjunto de la población. Casi
siempre las organizaciones e instituciones que tienen que ver con la política:
partidos, parlamento, gobierno, tienen una imagen negativa.
Pero hay algo más: no hay otras organizaciones que hayan podido llenar ese
vacío. Sindicatos, asociaciones indígenas, ONGs, grupos ecologistas y otra serie
de grupos de todo tipo han presentado o apoyado a candidatos y en muchos
casos han sufrido derrotas aparatosas. Los estudios de opinión nos dicen que,
en general, los electores no sienten que estas instituciones les representan.
Sería absurdo que, no solo las instituciones políticas, sino que todas las
organizaciones de todo orden, se equivoquen en el continente.
Defienden su derecho a votar porque saben que esa pequeña fuerza impide
que los atropellen y les permite conseguir algunas cosas que les parecen
importantes desde su vida cotidiana.
Por lo general, los que emigran no son hijos de personas que viajaban en
primera y que ahora, como efecto de la crisis, se ven obligados a emigrar en
clase turista, sino que son ciudadanos de hogares modestos, cuyos padres
nunca salieron del país, a veces ni siquiera de su aldea, que ven en la
emigración la posibilidad de mejorar sustancialmente su nivel de vida. Con el
dinero que envían los emigrantes, pueblos y barrios enteros se transforman en
El Salvador, México, la República Dominicana o El Ecuador. Quienes se van
obtienen ingresos que nunca habrían conseguido en su propio país, aunque
sus economías hubiesen progresado más.
Los emigrantes mantienen una intensa relación con sus lugares de origen, lo
que promueve nuevas oleadas migratorias. Varios estudios han comprobado
que la gente emigra hacia donde viajaron anteriormente sus vecinos o
parientes. El dinero que envían, es una de las fuentes más importante de
ingresos de varios países de la región y ha generado la aparición de
importantes grupos de electores, que viven de los envíos de sus parientes y
que terminan constituyendo un grupo de privilegiados con motos y ropa de
marca que viven en barrios marginales. El tema de cómo llegar a esos votantes
de extracción popular, con acceso a un consumo inusual en el entorno en que
viven, socializados en familias que se han desarticulado completamente y que
trasladan a sus comunidades costumbres propias de otros países, está poco
estudiado. Su voto, en algunas ciudades más pequeñas puede ser decisivo.
Todo esto les lleva a buscar un cambio radical que está fuera del paradigma
de la ciencia política tradicional. Los antiguos sueños revolucionarios han
muerto, pero la subversión es uno de los motores de la evolución de la vida y
del progreso de la especie. Los avances se producen porque distintas formas
de vida tratan de innovar el mundo.
Las masas suelen ser poco innovadoras. Los nuevos electores son también
conservadores, pero hay una nueva realidad que no es compatible con las
viejas formas políticas. Tal vez les interese un cambio que esté más allá de la
vieja política y que replantee una política que incluya sus demandas.
SEGUNDA PARTE