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El verbo tácito

por José María Iarussi

Hay criminales que han sido salvados por la lengua escrita. Lejos del dedo acusador y
la tiranía del rumor existen personas cuyo nombre se pierde en la vorágine textual. Son los
sujetos tácitos, aquellos especímenes elípticos y voyeristas que disfrutan desde el exterior,
desde el escondite fácil de la conjugación verbal.
Matan, castigan, lloran, ríen a carcajadas, saltan, aman y odian, vomitan y comen
desaforados pero sin un nombre que los condene. Son tres malvadas personas llevándose el
crédito y otras tantas que bajo el manto de la pluralidad o del colectivo imaginario actúan
impunes.
Hay una religión del sujeto tácito que conspira contra el buen nombre, el lícito ser que
se hace cargo de las acciones. Sus templos son construcciones que desafían la arquitectura
gramatical. A veces vale preguntarse si no son devotos de la cobardía y el miedo escénico.
Aún en su anonimato, los sujetos tácitos han adquirido una alta notoriedad.
Auspiciados por la educación formal generaciones enteras de niños han sido víctimas de ese
juego diabólico de hallar lo no escrito. La perversidad del sujeto tácito no estaba en estar sin
estar, sino en poseer al cuerpo del verbo para tener voz. Ni los más grandes exorcismos
pudieron contra la fuerza maligna de este sujeto elíptico.
¿Y el verbo tácito? ¿Usted profesora cree que no existe?. Que talvez sea un
pensamiento en voz alta contra tanta historia de lingüistas y agentes secretos de la gramática.
Me parece que ha llegado su hora. ¿Qué pasaría si un día los verbos decidieran ocultarse y uno
tuviera que reponerlos?
¿Caos? Claro. Se imagina personajes esperando una acción que los salve del desamor.
O una persona eternamente quieta esperando una palabra que lo empuje a subir a un micro,
emprender un viaje o irse definitivamente del lugar que detesta pero sin poder hacerlo porque
un verbo tácito podría ser cualquier otra cosa que “irse”.
Hay un vago recuerdo de algunas oraciones unimembres escritas en un viejo cuaderno
rayado. Yo creo que en esas pequeñas construcciones gramaticales se ocultaban los verbos
tácitos, aquellos que nos dejaban jugar sin límites con la imaginación. Pero también los que
permitieron cambiar el rumbo de los finales previsibles. Imagínese usted frente a esta
unimembre: “La almohada” o “Suéter rojo”. ¿Su almohada qué? Podría ser “La almohada deja
a Luisa dormir tranquila” pero también podría ser que “La almohada mató a Luisa cuando tapó
su respiración en medio de una pesadilla”. ¿Y con el “suéter rojo”? Será el que Romina se pone
antes de salir a bailar” pero también con el mismo “Suéter rojo” Romina mató por celos a su
hermano.
El verbo tácito es una incitación a cambiar las reglas. Es una provocación para que los
sujetos dejen sus rutinas y que de una buena vez por todas las vacas dejen de dar leche y se
vuelen sin tanta culpa.
Quizás sea una tremenda locura convencer a la tradición lingüística de una idea así. En
el año 1961 Samuel Gili Gaya, gramático, lingüista, lexicógrafo, crítico literario y pedagogo
español decía que:
“Cuando el sujeto sea un pronombre de primera o segunda persona se omite
por regla general, porque la desinencia del verbo lo indica suficientemente.
Así, al decir amas, el sujeto no puede ser otro que tú... Sólo cuando se quiere
poner de relieve la participación del sujeto en la idea significada por el verbo o
por el predicado nominal, lo expresamos diciendo, por ejemplo: yo lo he
visto..."
Quizás deberíamos preguntarnos si el sujeto tácito no es la imposibilidad del libre
albedrío o la falsa promesa de alguien que nunca nos dirá su verdadera identidad.
Recordemos juntos una frase que una buena parte del mundo repite para probar en parte que
lo del verbo tácito podría ser no tan descabellado: “En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo”. ¿Cura? ¿Sana? ¿Llama? ¿Mata? ¿Eleva? ¿Exime?
Vaya profesora con sus sujetos tácitos. Vaya buscando verbos que le den una o varias
identidades a esos sujetos eclípticos. Me quedó con mis verbos tácitos. Mis verbos libres de
irse con el sujeto que se les dé la gana.

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