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dérmico, al compás de los cambios históricos que enmarcaron un periodo tan di-
latado. El lugar que desempeñaron en él los medios de comunicación no escapa
a esa dualidad. Así, vale para toda la era de Franco la caracterización que hace el
profesor Martín de la Guardia en las páginas introductorias sobre la función de
los medios y su perversión. El régimen surgido de la Guerra Civil los entendió
como «un instrumento de control social mediante el ejercicio práctico de presen-
tar y difundir unos patrones de comportamiento y unas formas de comprensión
de la realidad adecuadas al fin último de legitimar el régimen», con la preten-
sión añadida de que fueran «componentes básicos del sistema político». Aún se
acentuaría su perversión al hacer que «el periódico [y por extensión, los demás
medios, nos permitimos añadir], reflejo, en teoría, de la realidad sobre la que in-
forma, se convertía en un fruto de la construcción de la realidad efectuada por el
aparato del Estado» (pp. 11-12).
Ese elemento constante, sin embargo, no es incompatible con el leitmotiv
del libro: la sustitución de una legislación nacida en plena guerra por la conocida
como «Ley Fraga» de 1966 - que a su vez era una consecuencia inercialmente
aplazada de cambios más profundos en la estructura económica y social-, con
todas sus insuficiencias, e incluso con sus mecanismos de control y sanción mu-
cho más sofisticados, hizo posible -bien que a pesar de sus impulsores- la
creación de un «espacio público», algo incompatible con la naturaleza dictatorial
del régimen. Un nuevo espacio donde «el margen de maniobra de los periodis-
tas, aunque discreto, sirvió para remover las conciencias y sentar las bases y dis-
cusiones cuya proyección en la configuración del Estado de Derecho posterior a
1975 nadie pone en duda». «Al final del Régimen y durante la Transición -se-
ñala seguidamente, adelantando la conclusión- la prensa no sólo fue el foro de
esos debates y reflexiones o la voz que informaba sobre los cambios, ni tampoco
un mero notario de los acontecimientos trascendentales para el futuro del país,
sino que se convirtió en poder y sirvió para incentivar las transformaciones de
las que daba cuenta» (pp. 79 Y81).
Poco se entendería el cambio experimentado a partir de la Ley de 1966 sin
una consideración de las normas y prácticas que encuadraron el fenómeno de la
comunicación de masas del franquismo desde sus orígenes. Por eso el autor de-
dica un primer capítulo a resumir de forma esclarecedora una realidad bastante
complicada, cuyo hito fundamental fue la Ley de Prensa de 1938. Nacida en las
circunstancias provisionales de la guerra y con «estrechos vínculos dogmáticos»
-como recalca el autor- con la legislación fascista italiana, como tantas otras
provisionalidades del régimen prolongó su vigencia por casi tres décadas. Lo
más destacable era la imposición de una rígida censura previa -erigida en ce-
loso guardián de la ortodoxia del Nuevo Estado-, la conversión del periodista
en «una suerte de funcionario con una formación profesional específica» (regu-
lada por la Escuela Oficial de Periodismo creada en 1941), encuadrado en un
Registro Oficial, y de la información en consigna. Por lo que respecta a la radio,
una orden de octubre de 1939 también sometía sus emisiones a la censura previa
y obligaba a conectar a cualquier emisora con los «diarios hablados» de Radio
Nacional de España, dándole así a ésta el monopolio de la información nacional
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