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RAZONES

El ojo sencillo Nos encontramos ante unas palabras de Jesús, que podríamos titular “la luz del cuerpo”:
“34La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está ilu-

(Lc 11, 34-36)


minado, pero cuando está enfermo, también tu cuerpo está a oscuras. 35Por eso, ten cuidado
de que la luz que hay en ti no sea oscuridad. 36Por tanto, si todo tu cuerpo está iluminado, sin
tener parte alguna oscura, estará enteramente iluminado, igual que cuando una lámpara te
ilumina con su resplandor”.

Dos sentidos de “lámpara”


El sentido de la frase puede resultar algo oscuro y ha provocado cierto debate entre los exé-
getas. Observamos un cambio de sentido de la palabra “lámpara” (presente también en el v.
33 a modo de parábola, con sus paralelos en Mt 5, 15 y Mc 4, 21, y en un duplicado en el mismo
Lucas: 8, 16): “Nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín,
sino sobre el candelero, para que los que entran vean la luz” (v. 33). En esta sentencia, la lám-
para y la luz que emite son expresión de la luz de la predicación del Maestro, en el fondo esa
luz es el mismo Jesús, “luz del mundo” (Jn 8, 12; 9, 5).
Sin embargo, el v. 34 dice que la lámpara del cuerpo es el ojo: es decir, que el ojo es una fuente
de luz. ¿Cuál sería el sentido literal o más bien material de esta frase?
Es aquí donde los exégetas aportan una importante información: “Había entre los griegos
varias teorías sobre la visión, una de ellas la de la extramisión (del ojo salen rayos luminosos).
Esta teoría, defendida por Parménides, los pitagóricos y los estoicos, coincide con una creen-
JOSEP BOIRA cia difundida en la mayor parte de las civilizaciones, también la de Israel. Ver es proyectar
—Profesor de rayos de luz. Por lo demás el sol era considerado frecuentemente como un ojo y los ojos se
Sagrada Escritura comparaban con las estrellas” (Bovon; también Betz, Allison y otros). De hecho tenemos
en el Antiguo Testamento testimonios que confirman este uso del ojo como fuente de luz:
“sus ojos como antorchas llameantes” (Dn 10,6); “los siete ojos del Señor que recorren toda
la tierra” (Zc 4,10); “la luz de mis ojos” (Sal 38,11; hb: ’or ‘enai); “la luminaria de los ojos” (Pr
30,15; hb. m ’or ‘enayim).
Queda claro que la expresión de Lucas no es extraña: según un concepto antiguo de la fun-
ción del ojo, este puede ser fuente de luz.

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SAGRADA ESCRITURA

Sentido figurado Una visión antigua de la función del ojo


Pero, ¿qué quiere decir Jesús usando esta imagen, este uso opuesto al normal de la palabra permite entender que también el discípulo
“lámpara”? El gran escritor eclesiástico Orígenes propuso que la “lámpara”, es decir, el “ojo”, es irradia luz para sí mismo y para el mun-
la mente, la facultad de visión, y el “cuerpo” es el alma. Su argumentación es muy sugerente: do, sin olvidar que el origen primero de la
la mente (el ojo) prologa su rayo hasta fusionarse con la luz del Logos y así producir la visión luz está en Jesucristo: “yo soy la luz del
para el alma. Esta interpretación ayuda a entender la comprensión de Orígenes acerca de mundo”, “vosotros sois la luz del mundo”.
cómo funciona el “sentido divino” y cuál es su papel, una habilidad de la percepción espiritual.
Orígenes contribuye con su doctrina en la desarrollo de la teología espiritual: consideraba La Iglesia tiene la tarea imperiosa de pro-
que el alma tiene sentidos espirituales, análogos a los cinco sentidos físicos. A través de estos clamar la palabra de Jesús, poniéndola en
sentidos espirituales, el alma percibe las verdades divinas (Hauck). lugar alto para que ilumine a todos, pero
Otras interpretaciones no se alejan mucho, en el fondo, de la que aporta Orígenes. Pero una la recepción está condicionada al tipo de
mejor visión del contexto de este fragmento aporta nuevas luces. Antes de las enseñanzas ojo sincero del oyente, comprometido o
sobre la luz, Jesús se dirige a los que le piden un signo diciéndoles que no se les dará más sig- no en la búsqueda de la verdad.
no que la sabiduría de Salomón, o la predicación de Jonás. Jesús es la luz, no hace falta otro
“signo”. Jesús es “luz para las naciones” (Lc 2, 32). Jesús reprocha a esa generación perversa
porque no acepta la señal que tiene delante, que es precisamente la “luz” que no se puede
esconder, no puede estar debajo de un celemín sino sobre un candelero (Lc 11, 33). Hasta aquí
la luz está puesta al lado y en coherencia con la palabra de Jesús que hay que acoger: algunos
acogieron la predicación de Jonás, pero esta generación no acoge la predicación de quien es
más que Jonás, es decir, Jesús (Fitzmyer).
Pero seguidamente, la luz cambia de significado: es una lámpara que ilumina el cuerpo.
Teniendo en cuenta esa concepción antigua y precientífica de la función del ojo humano, el
ojo sería el medio que tiene el hombre para percibir y entender la realidad y, en este caso, la
obra de Jesús. Ahora bien, el ojo ha de estar sano (gr. aplous), es decir, debe tener capacidad
de iluminar. Pero no sólo “sano” en sentido físico, sino también en sentido moral, sencillo,
sincero, generoso (como opuesto a ojo malo equivalente a avaro). En este texto tiene sentido
moral. La consecuencia de tal tipo de ojo es que toda la persona, iluminada de esta forma,
estará iluminada y estará en condiciones de reconocer la obra de Jesús, sus palabras y sus
signos. De aquí la advertencia final que invita a examinar qué tipo de luz hay en el ojo. La
última sentencia es una consecuencia de lo anterior: si toda tu conducta responde a un ojo
sincero que capta toda la realidad, y en este caso la revelación de Jesús, toda tu vida está ilu-
minada (Rodríguez Carmona).

Confluencia de los dos sentidos


Este doble sentido de la palabra “lámpara”, aplicado primero a Jesús y luego al discípulo,
lejos de pretender ponerlos en posición antitética, adquieren una total compenetración si
consideramos la unidad del mensaje evangélico. Ya Orígenes, con su propuesta de que el
rayo de luz que proviene del ojo humano alcance la luz del Logos, está proponiendo que al
final es Jesús quien puede proporcionar al discípulo esa visión sobrenatural del mundo que
nos rodea. Pero los mismos evangelistas, el mismo Jesús, en definitiva, nos da la clave: por
un lado, Juan nos recuerda que Jesús se nos revela como “luz del mundo” (Jn 8, 12; 9, 5). Al
mismo tiempo, el mismo Jesús, en el discurso del monte (justo en el paso paralelo a Lc 11,
33), donde trae la pequeña parábola de la lámpara, dice a los oyentes: “Vosotros sois la luz del
mundo” (Mt 5, 14-16).
En realidad, hay una sola luz, Jesús, que se difunde en el mundo, a través de los ojos de sus
discípulos, es decir, a través, en términos de Orígenes, de los sentidos divinos de los discípulos
de Jesús. Actualizando el fragmento lucano, “la Iglesia tiene la tarea imperiosa de proclamar
la palabra de Jesús, poniéndola en lugar alto para que ilumine a todos, pero la recepción está
condicionada al tipo de ojo sincero del oyente, comprometido o no en la búsqueda de la verdad”
(Rodríguez Carmona). n

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