chanchitos. El más grande se encargaba de buscar la comida y cuidar a sus dos hermanos menores, quienes lo único que hacían era jugar entre los árboles y con los demás animalitos. Un día llegó al bosque un lobo feroz, y en cuanto vio a tres chanchitos gorditos (porque estaban muy bien alimentados) empezó a planificar como atraparlos para comérselos.
El chanchito mayor que adivinó las
intenciones del lobo, reunió a sus hermanos y los mandó a que cada uno se construyera una casa para protegerse. El chanchito más pequeño que era el más vago de los tres, sólo pensaba en jugar y la sola idea de trabajar lo ponía de mal humor. Así que construyó una casa con pajas para hacerla rápido.
El chanchito del medio al ver a su
hermano jugando, apuró su trabajo e hizo su casa con unas maderas. En cambio el mayor, trabajó todo el día en una casa de piedras para que fuera más resistente.
Días más tarde, mientras los tres
jugaban en el bosque, escucharon unos ruidos extraños y vieron unos arbustos moverse. Los chanchitos menores no le dieron importancia y siguieron en lo suyo, pero el mayor que era más precavido, se acercó a los arbustos y pudo ver la nariz del lobo asomándose por uno de ellos. Corrió tan rápido como sus pequeñas patas le permitían, y con la respiración entrecortada gritó: - El lobo, el lobo.
Cada uno de los chanchitos entró en su
casa con mucho pero mucho miedo.
El lobo fue hacia la casa de paja, y el
chanchito que estaba dentro se escondió temblando y rogando que no le pase nada. - Soplaré, soplaré y tu casa derribaré - gritó el lobo, sopló y las pajas se desparramaron por el bosque.
El chanchito totalmente indefenso
corrió a la casa de su hermano. Y de nuevo escucharon: - Soplaré, soplaré y tu casa derribaré - y el lobo sopló sopló y no pasó nada, tomó más aire y sopló tan fuerte que las maderas cayeron unas encima de otras. Los chanchitos salieron de entre las maderas y se encontraron con la cara del lobo hambriento; reunieron coraje y corrieron a refugiarse con el hermano mayor. El lobo se encaminó hacia allí. Pero como esta casa estaba construida con material más fuerte, el lobo soplaba y soplaba y no pasaba nada. Al darse cuenta de que no podía derribarla se enfureció, buscó un tronco y subió a la chimenea.
Mientras tanto, los chanchitos guiados
por el mayor, quien intuía la idea del lobo, llenaron una olla de agua hirviendo y la colocaron debajo de la chimenea de forma tal que, cuando el lobo bajo por ella, cayó dentro de la olla. Los aullidos del lobo al quemarse la cola fueron escuchados en todo el bosque. Durante años los chanchitos menores contaron las hazañas de su hermano mayor para echar al lobo, quien muy frustrado, nunca más volvió a molestar a los chanchitos. Caperucita roja
Había una vez una niña a la que
llamaban Caperucita Roja, porque siempre vestía con una caperuza de ese color que le había regalado su madre. Era una niña alegre y divertida a la que le encantaba la aventura y jugar en el bosque; por esa razón su madre siempre le advertía de los peligros que podía correr en allí. Aunque era traviesa, quería mucho a su madre y por eso hacía caso a todos sus consejos. Una mañana de primavera, su madre le dio una canasta con tortitas y le dijo que fuera a visitar a su abuela que estaba enferma. Antes de que Caperucita partiese, le recordó que se cuidase en el camino y no hablara con extraños.
Caperucita tomó la canasta y cruzó el
bosque cantando, cuando de repente se encontró con el lobo. Pensó en lo que todos los días le repetía su madre "no hables con nadie en el bosque", y continuó su camino. El lobo le sonrío, la saludó y caminó junto a ella preguntándole hacia donde se dirigía. Caperucita siempre había imaginado a los lobos como animales feos y malvados, sin embargo, como este parecía simpático le contó que iba a visitar a su abuela y a llevarle unas tortitas de regalo.
-¿Dónde vive tu abuelita? - preguntó el
lobo. - Allá, del otro lado del molino - respondió Caperucita señalándole el lugar. - Yo tengo que ir en esa dirección, ¿por qué no jugamos una carrera y hacemos el viaje más divertido? Tú irás por ese camino y yo por este otro - le dijo el lobo.
El lobo contó hasta tres y se separaron,
él fue por el camino más corto y Caperucita por el más largo. La abuela vivía en una hermosa cabaña rodeada de grandes árboles. Estaba acostada en su cama cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta:
-¿Quién es? - preguntó.
- Yo abuelita, ¿puedo pasar? - respondió el lobo fingiendo voz de niña. - Caperucita, entra que la puerta está sin cerrojo.
El lobo entró y antes de que la abuela se
diera cuenta, se arrojó sobre ella y la devoró. Luego se vistió con su camisón y gorro de dormir y se acostó en su cama para esperar a Caperucita Roja. Al rato, la niña golpeó la puerta:
-¿Quién es? - preguntó el lobo
haciéndose pasar por la abuelita.
Al principio, Caperucita se asustó al oír
una voz tan grave, pero se tranquilizó cuando pensó que debía ser por el resfriado que sufría su abuelita.
- Soy Caperucita, vine a visitarte.
- Entra, hijita, te estaba esperando - respondió el lobo mientras se tapaba con las sábanas para que no lo reconozca.
Caperucita entró, y al llegar al pie de la
cama se quedó sorprendida al ver lo cambiada que estaba su abuela. Se acercó un poco más, la miró fijamente y le preguntó: - Abuelita ¿qué brazos tan grandes tienes? - Son para abrazarte mejor - le dijo el lobo. - Abuelita ¿qué orejas tan grandes tienes? - Son para oírte mejor.
Caperucita se acercó un poco más, sin
poder dejar de mirar a su abuelita.
- Abuelita, ¿qué ojos tan grandes
tienes? - Son para verte mejor. - Abuelita, ¿qué dientes tan grandes tienes? - Son para comerte mejor - gritó el lobo, y en el mismo instante saltó de la cama y se comió a Caperucita. El lobo se quitó la ropa de la abuela. Cuando se estaba escapando de la casa un leñador que caminaba por ahí lo vio y, creyendo que el lobo había hecho algo malo en esa cabaña lo mató con su hacha. El leñador arrastró al lobo hacia el bosque para enterrarlo, lo dejó a un costado y comenzó a cavar con la pala. Escuchó una voces pidiendo socorro y miró a los costados para ver de quienes eran. Como no vio a nadie continuó con su tarea. Pero esta vez, además de las voces vio un movimiento en la panza del lobo. Con un poco de temor abrió con el hacha la panza, y gran asombro se llevó el hombre cuando de ella salieron la niña y su abuelita. Caperucita abrazó fuerte a su abuela, le agradeció al leñador y le convidó unas tortitas.
Caperucita se prometió nunca más
desobedecer las advertencias de su mamá. Blancanieves y los siete enanitos
Había una vez un rey y una reina que
tuvieron una hija que tenía la piel tan blanca que la llamaron Blancanieves. Cuando Blancanieves era todavía una niña murió su madre y al tiempo su padre se volvió a casar con una mujer tan hermosa como soberbia que gozaba creyendo ser la más bella de todo el reino; y para confirmarlo tenía un espejo mágico, al cual le preguntaba todas las mañanas:
-¿Espejito, espejito mágico, quien es la
mujer más bella del reino? - Tú eres la reina más bella que se haya conocido - respondía día a día el espejo mágico. Y así, la reina vivía feliz. Años más tarde Blanca nieves fue creciendo, no solo en edad, sino también en hermosura y bondad. Una mañana, la madrastra, como era habitual, le hizo la misma pregunta al espejo, pero este respondió:
- Tú eras la mujer más bella, pero ahora
lo es Blancanieves, quien por su belleza y su corazón bueno se ha convertido en la mujer más hermosa del reino.
El orgullo y el odio hacia Blancanieves
se apoderaron de la madrastra, llamó a un cazador y le ordenó que lleve al bosque a Blancanieves para matarla. El cazador sin decir una palabra obedeció a su reina. Llevó a Blancanieves lejos del castillo, y cuando la estaba por matar, vio a la niña llorar desconsoladamente y suplicarle que no la mate. El cazador, que era un buen hombre, sintió lástima y le dijo que se fuera muy lejos del reino para nunca volver.
Blancanieves comenzó a correr por el
bosque. Pasó todo el día buscando un lugar donde dormir hasta casi al anochecer, cuando encontró una casita. Se asomó y no vio a nadie. Entró, miró a su alrededor y todo era muy pequeño: en la cocina el horno era tan bajito que para abrirlo se tuvo que arrodillar, y los platos y los cubiertos eran muy pequeñitos. Siguió caminando hacia un cuarto que estaba al lado, ¡no podía salir de su asombro! habían siete camitas, se recostó en una de ellas y la mitad de su cuerpo quedó fuera. Fue al salón y encontró una larga mesa con siete sillitas y siete platos de sopa calentita. En ese instante, se dio cuenta del hambre que tenía; se comió todas las sopas, y sintió tanto sueño que se acostó en una de las camitas sin importarle si estaba incómoda. Horas más tarde abrió los ojos, y siete enanitos la estaban observando. Se asustó y se levantó de un salto mientras les pedía perdón por comerse su comida y dormir en su cama. Blancanieves les contó toda su historia, los enanitos se abrazaron en ronda y murmuraron entre ellos cosas que Blancanieves no lograba escuchar. Luego se acercaron y le dijeron:
- Si prometes ayudarnos con las tareas
de la casa y cocinar, puedes quedarte con nosotros y te construiremos una cama, una mesita y una silla de tu tamaño. Blancanieves aceptó con gusto, y los enanitos se pusieron contentos, ya que no tenían mucho tiempo para hacer los labores de la casa, dado que se levantaban muy tempranito para ir a trabajar a las minas. Así fue como todas las mañanas los siete enanitos salían cantando a trabajar, y volvían a la tardecita donde Blancanieves los esperaba con una exquisita comida. El enanito más sabio le dijo un día a Blancanieves:
- Ten mucho cuidado y nunca dejes
entrar a nadie, porque en algún momento la reina se enterará que sigues viva y vendrá a buscarte.
Y tal como le dijo el enanito sucedió: la
madrastra le preguntó nuevamente al espejo quien era la más bella del reino, y cuanto odio sintió la reina al escuchar al espejo responder:
-Tú eras la más bella del reino, pero
ahora lo es Blancanieves, quien vive en una casita en el medio del bosque.
La reina malvada, quiso vengarse y
matar ella misma a Blancanieves, se disfrazó de vendedora y caminó por alrededor de la casita de los enanitos gritando:
- Vendo muy lindas y baratas cosas para
las mujeres…
Blancanieves se asomó por la ventana,
y le preguntó que vendía. La vendedora, a quien Blancanieves no reconoció como su madrastra, le mostró unos pañuelos para el cuello muy bonitos. Hace tanto tiempo que la niña no vestía con tan lindos accesorios que le compró uno. Cuando se lo estaba colocando, la madrastra le ofreció su ayuda y le apretó tan fuerte el pañuelo en el cuello que la pobre de Blancanieves cayó al suelo.
Al poco tiempo llegaron los enanitos,
quienes al verla tirada en el piso rompieron en un llanto convencidos de que Blancanieves había muerto. Pero uno, observó que tenía un pañuelo que le ajustaba mucho el cuello y se lo quitó, y al hacerlo la joven comenzó a respirar de nuevo.
Cuando los enanitos escucharon lo
sucedido le dijeron que esa vendedora era en realidad su madrastra y le advirtieron una vez más del cuidado que debe tener cuando se encuentra sola en la casa. Pasaron unas semanas y la reina estaba tranquila y feliz, creyendo que nuevamente era la mujer más bella y una tarde volvió a preguntarle al espejito, y la rabia y el odio la consumió por dentro cuando escuchó: - Tu eras la mujer más bella, pero lo es Blancanieves, quien su belleza y su bondad la hacen la mujer más hermosa del reino.
Esta vez la reina buscó una forma más
efectiva de matar a Blancanieves: preparó un peine con veneno, se disfrazó de una vieja mujer y fue a la casita de Blancanieves. Nuevamente gritó que vendía unos peines, y al escuchar Blancanieves a la viejecita le dijo de atrás de la ventana que no le permitían abrirle la puerta a nadie. - Pero que podría hacerle yo, una pobre viejecita – le respondió la madrastra.
Blancanieves, que tenía un corazón
muy bondadoso y no le gustaba desconfiar de la gente, le volvió a creer y se asomó por la ventana. Al comprobar que era cierto que era una pobre viejita y sentirse tan atraída por los peines que vendía, le abrió la puerta:
- Deja que te peine para que veas lo
suave que es – le dijo la viejita a Blancanieves quien accedió.
La madrastra le pasó el peine
envenenado por su pelo y en pocos segundos el veneno hizo efecto y Blancanieves cayó al piso. La madrastra corrió a su castillo con una sonrisa de satisfacción por volver a ser la mujer más bella. Por suerte para Blancanieves era la hora en la que los enanitos volvían de trabajar, y cuando estos la encontraron tirada en el suelo y con la puerta abierta, sospecharon que la reina tenía algo que ver y buscaron algo que les llame la atención, hasta que vieron el peine en el pelo y se lo quitaron, y de esta forma Blancanieves se recuperó.
Mientras tanto, la madrastra entró en su
habitación y para corroborar que Blancanieves estuviera muerta le hizo la pregunta de siempre al espejo:
- En la casita del bosque donde viven
los enanitos, Blancanieves es la mujer más bella y bondadosa del reino.
La madrastra encolerizada, bajó a un
sótano donde escondía unas pociones mágicas e hizo una manzana envenenada. Más tarde se disfrazó de campesina y se fue al bosque a buscar a Blancanieves.
Al llegar a la casa de los enanitos,
golpeó la puerta y Blancanieves no abrió la puerta diciendo que los enanitos no se la permitían abrir. La campesina le respondió:
- Me queda solo una manzana y para no
tirarla quiero regalártela. - Gracias pero no puedo salir – le explicó Blancanieves. - Si tienes miedo de que esté envenenada, come una parte que yo comeré la otra – le sugirió la campesina.
Blancanieves abrió la puerta y como vio
que la campesina comía la manzana, se sintió tranquila y aceptó su parte, comiendo la madrastra la parte blanca y Blancanieves la roja. La manzana estaba tan bien hecha que solo la parte roja tenía el veneno, y así Blancanieves cayó como muerta al suelo. La madrastra fue a su castillo y le preguntó al espejo quien era la más bella:
- Tú eres la más bella del reino – le
respondió y la madrastra se sintió feliz.
Los enanitos al volver a su hogar, la
encontraron en el suelo y buscaron rápidamente cualquier elemento que pudiera estar envenenado sin hallar nada. Lloraron un largo rato y como Blancanieves seguía teniendo la piel tan blanca como la nieve y mantenía su belleza, le construyeron una caja de cristal donde la acostaron y la llevaron al bosque donde todos los días uno se quedaba cuidándola, y todos los animalitos del bosque y las mariposas, los pajaritos, las ardillas, los conejitos iban a llorarle y a despedirse.
Luego de mucho tiempo, pasó un
príncipe montado en su caballo por la casa de los enanitos, al ver que todos estaban muy tristes se acercó para ofrecerles ayuda.
Los enanitos le contaron lo sucedido y
llevaron al príncipe a la caja de cristal. Al ver a Blancanieves el príncipe se enamoró perdidamente y les pidió llevarse a Blancanieves a su castillo porque no podría vivir sin verla todos los días, asegurándoles que la cuidaría mucho. Los enanitos accedieron y los sirvientes del príncipe levantaron la caja de cristal. Al caminar unos pasos tropezaron con una piedra, y con el golpe el pedazo de la manzana envenenada salió de la boca de Blancanieves quien se despertó.
Felices los enanitos le contaron lo
sucedido, y el príncipe le propuso casamiento. Días más tarde se casaron haciendo una gran fiesta con los enanitos.
Se fueron a vivir muy lejos de la
malvada reina, quien no pudo acercarse más a ella. Y sufría día a día al escuchar que el espejito repetía que la mujer más bella era Blancanieves que vivía feliz junto a su príncipe. La Cenicienta
Esta es la historia de una joven que
vivía junto a su madrastra y sus dos hijas. Estas tres, la maltrataban y la hacían trabajar desde la mañana hasta la noche en los quehaceres del hogar. Como solía estar cubierta de cenizas de tanto trabajar, sus hermanastras se burlaban de ella llamándola Cenicienta. Cenicienta en cambio era una mujer dulce y buena, y aunque su vida era muy triste nunca se quejaba. Un día, se corrió la voz por la ciudad de que el príncipe organizaría un gran baile en el Palacio. Todas las mujeres, principalmente las hermanastras, estaban emocionadas con la noticia y se pasaban todo el día probándose vestidos, zapatos y joyas para asistir a la fiesta y ser las más hermosas. Cenicienta miraba esos vestidos anhelando usarlos alguna vez, y cuando los tenía que coser y planchar, se los probaba a escondidas y soñaba que bailaba con un apuesto hombre. Y llegó la gran noche. Cenicienta desde la ventana de su dormitorio admiraba los carruajes y los elegantes vestidos que usaban las mujeres de la ciudad. En ese mismo momento, un hada se apareció delante de ella.
- ¿Quién eres? – preguntó Cenicienta un
poco asustada. - Tu hada madrina. Sé que sueñas con ir al baile y por haber sido tan buena cumpliré tu deseo. A ver a ver… – pensaba el hada - necesito un zapallo, seis lauchas y un ratoncito. Cenicienta sin preguntar para que, consiguió todo lo que su hada le pidió; salieron de la casa y el hada con su varita mágica convirtió el zapallo en una carroza, las lauchas en seis caballos y el ratón en un apuesto cochero. Luego tocó con su varita las sucias ropas que llevaba puesta Cenicienta y las transformó en un vestido tan hermoso como no había otro igual, y sus zapatos en unos de cristal.
Antes de marcharse el hada le advirtió:
- Debes volver antes de medianoche,
hora en que el hechizo se romperá –
Al llegar Cenicienta al salón de baile
todos los invitados se dieron vuelta para mirar a la bella dama, y las mujeres murmuraban envidiosas sobre quien sería esa mujer desconocida que no dejaban de contemplar los maravillados ojos del Príncipe. Cenicienta bailó toda la noche con el príncipe, y disfrutaba tanto de la fiesta que se olvidó de la hora. A medianoche el reloj sonó, Cenicienta se sobresaltó y corrió tan rápido que perdió uno de sus zapatitos de cristal al bajar por las escaleras. Al llegar afuera del salón, en lugar de encontrar su carruaje halló un zapallo y unas lauchitas jugando a su alrededor. El príncipe enamorado corrió tras ella sin poder alcanzarla. Volvió triste al Palacio, y al subir las escaleras encontró el zapatito y lo guardó. Al día siguiente, el príncipe ordenó a sus sirvientes que recorrieran la ciudad y le probaran el zapatito a todas las mujeres. De esta manera encontraría a la hermosa dama con quien deseaba casarse. Así fueron casa por casa hasta llegar a lo de Cenicienta. Aunque las hermanastras intentaron de todas formas ponerse el zapato, les resultaba imposible que sus grandes pies entrasen en ese delicado y chiquito zapatito, y lloraban por no ser las afortunadas que se casarían con el príncipe. Cuando los sirvientes se estaban por marchar, apareció Cenicienta y les preguntó si podía probarse el zapato.
- No pierdan el tiempo con Cenicienta,
nunca le entrará el zapato – decía la madrastra mientras las hermanastras se reían.
Sin embargo, tenían orden del príncipe
de probarles el zapato a todas las mujeres que lo quisieran. Gran sorpresa hubo cuando el pie de Cenicienta se deslizó dentro del zapato de cristal hasta quedar perfectamente calzado. Del bolsillo de su delantal de cocina sacó el otro zapatito que entregó a los sirvientes mientras las otras tres mujeres la miraban con asombro y celos. Semanas más tarde el príncipe y Cenicienta se casaron organizando un gran baile para la boda y vivieron muy felices en el Palacio. La Bella durmiente
El día del bautismo de la princesa, los
reyes organizaron una gran celebración para festejarlo e invitaron a todas las hadas menos a una: la conocida como el hada malvada y temida por todos. Esta, ofendida por no ser invitada, se disfrazó y se mezcló entre los invitados. Cuando llegó el momento en que las hadas debían concederle un don a la princesa, el hada mala se acercó a la cuna y le susurró:
- Mi regalo para la princesa es que si
algún día se pincha el dedo con un huso morirá.
Afortunadamente un hada buena
escuchó el hechizo, y como todavía no había concedido su don le dijo a la princesa:
- No puedo eliminar el don del hada,
pero sí cambiarlo. El mío será que si alguna vez te pinchas con un huso no morirás, pero caerás en un profundo sueño hasta que un príncipe te despierte con un beso de amor verdadero.
El rey enterado de lo sucedido prohibió
en todo el reino que se hilara con huso y los eliminó a todos, creyendo que de esta forma protegería a su hija. Una tarde la princesa, que ya había cumplido los 15 años, paseaba por el castillo y halló un altillo al cual nunca había entrado; como era muy curiosa entró y vio en una silla a una mujer hilando con un huso. Se acercó a mirarlo y en cuanto lo tocó se pinchó el dedo y cayó al piso en un profundo sueño. La mujer, que en realidad era el hada malvada, sonrío con satisfacción pensando que su hechizo había sido cumplido y se marchó por la ventana. Los reyes lloraron desconsoladamente y recostaron a su hija en una cama de oro que construyeron para ella. El hada buena al ver el sufrimiento de los padres de la princesa hechizó en un sueño profundo a los reyes y a todos los que vivían en el castillo, quienes dormirían hasta el día en que la princesa despertase. Así pasaron 100 años, los pastos que rodeaban el Castillo estaban tan crecidos que era difícil llegar a él. Un día, un príncipe que cabalgaba por ahí le llamó la atención ver un castillo abandonado, sacó el machete y se abrió paso entre la espesura. Entró al castillo y encontró a cientos de personas en los pisos, en las camas y hasta sentados en las sillas sin moverse. Se asustó porque pensaba que estaban todas muertas, pero al acercarse a ellas sintió la respiración y hasta escuchó algunos ronquidos. Recorrió todas las habitaciones hasta hallar a la princesa dormida. Se quedó unos minutos mirándola, era una mujer tan bella que se enamoró de ella a primera vista. Se sentó junto a su cama y la besó convencido de que la amaría siempre. La princesa despertó y junto a ella todas las personas del castillo.
- ¡Tantos años esperé a un príncipe que
venga a despertarme! - le dijo la princesa con una sonrisa y le narró la historia del hechizo y las hadas. Días más tarde, se celebró la boda de la princesa con el príncipe, e invitaron a todo el reino y a todas las hadas. El hada malvada, enfurecida por el rompimiento de su hechizo, se alejó del castillo para siempre. El Gato con botas
Al morir el Molinero, dejó sus riquezas
a sus tres hijos: su molino al mayor, su burro al segundo y al menor le dejó su gato. Este último estaba indignado por la parte que le había tocado.
- Mis hermanos podrán trabajar con lo
que les tocó de herencia, en cambio yo ¿qué haré con un gato? - se quejaba el hijo menor.
El gato, al escuchar a su nuevo amo
decepcionado con él, se le acercó y le dijo:
- No te preocupes, dadme unas botas de
cuero y una bolsa y te haré ganar mayor fortuna que las que tendrán tus hermanos. Aunque el amo no confiaba en las palabras de un gato que lo único que hacía era cazar ratones, no perdía nada en darle una oportunidad, así que aceptó su ayuda y le consiguió lo pedido.
A la mañana siguiente, el gato salió a
caminar hasta encontrar una madriguera. Metió comida en su bolsa que apoyó sobre el pasto, y se escondió hasta que un conejo hambriento entró en ella.
Cerró la bolsa con los cordones de sus
botas y se marchó hacia el palacio del rey. En cuanto estuvo frente al rey le dijo haciendo una reverencia:
- Buenos días su majestad, le he traído
un conejo de regalo de la cacería del marqués Carabás (nombre que inventó para llamar a su dueño). - Agradezca al marqués de mi parte – respondió el rey.
Días más tarde, el gato volvió al campo
y atrapó unas palomas que llevó de regalo al rey. Durante varios meses, se levantaba temprano y se iba de cacería para conseguir obsequios para el rey, a quien entregaba de parte del marqués de Carabás. Un día, enterado que el rey pasaría por la orilla del río junto a su hija, una bellísima princesa, llevó a su amo al lugar y le dijo:
- El plan esta a punto de cumplirse,
anda a bañarte al río y haz todo lo que yo te diga. Mientras el marqués se bañaba, pasó el rey en su carruaje y el gato comenzó a gritar:
- ¡Ayuda, ayuda! el marqués de Carabás
se está ahogando ¡socorro!
El rey hizo detener el carro, y los
hombres que estaban a su cargo bajaron a salvar al marqués. El gato se acercó al rey y le contó:
- Pobre marqués estaba junto al río
cuando unos ladrones le robaron todas sus ropas, dejándole en cambio estos harapos sucios.
El rey que se sentía muy agradecido por
los regalos que le había hecho el marqués, le dijo a los hombres que le trajeran unas ropas y lo invitó al palacio. El marqués se cambió y subió al carruaje junto a la princesa, quien al verlo con esos vestidos tan elegantes se enamoró de él.
Antes de que el carruaje comience a
andar el gato se adelantó, buscó a los campesinos que trabajaban en el campo más próximo y les dijo: - Si el rey les pregunta de quienes son estos campos respondan del marqués de Carabás, de lo contrario, los soldados del rey los matarán.
Los campesinos, temerosos de que el
gato dijera la verdad, hicieron cuanto él les ordenó.
- ¡Qué hermosos campos! - le dijo el
rey al marqués. - Gracias – respondió el hijo del molinero – dan una muy buena cosecha. Al pasar por unos viñedos, los vendimiadores, amenazados por el gato, también le contaron al rey que eran del marqués de Carabás. Lo mismo sucedió con cada campo que encontraban en el camino.
Más tarde, llegó el gato a un enorme
castillo rodeado de unos jardines con las más bellas flores y con abundantes árboles frutales. Su dueño era el ogro más soberbio y rico del mundo, sin embargo, como el gato ya había escuchado varias historias sobre él sabía como tratarlo para lograr su propósito.
El gato entró a saludar al ogro. Este, le
preparó unas exquisitas comidas y charlaron un largo rato hasta que el gato le preguntó: - ¿Es verdad que usted tiene el poder de convertirse en cualquier animal? - ¡Por supuesto! Te lo demostraré en este instante – respondió el ogro y se transformó en un enorme león. Fue tal el susto del gato, que saltó al techo y se quedó ahí hasta que el ogro volvió a su forma normal. -¡Increíble! -dijo el gato – aunque no lo creo capaz de convertirse en algo tan pequeño como un ratón.
El ogro, que era muy orgulloso, no
pudo tolerar que el gato no lo considere capaz y se convirtió en ratón. El gato que lo había planificado todo se lo comió.
Minutos más tarde, escuchó los pasos
de unos caballos y salió a recibir al rey: - Bienvenido sea el rey a la casa del marqués de Carabás, le he preparado una comida para que descanse antes de llegar a su palacio.
El rey estaba sorprendido por la riqueza
que tenía el marqués, y al ver que su hija lo miraba con amor le dijo: - Si usted quiere, puede casarse con mi querida hija. El hijo del molinero aceptó feliz, y a los pocos días se realizó la boda con una gran fiesta en el castillo. Agradecido con su gato, lo nombró su principal asesor y se lo llevó a vivir con él. Hansel y Gretel
En una cabaña cerca del bosque vivía
un leñador junto a su mujer y sus dos hijos: Hansel el mayor y Gretel la niña menor.
Eran muy pobres y cada día le costaba
más al leñador llevar comida a la casa. Preocupado por la situación le consultó a su mujer que podría hacer. La madrastra de los chicos, quien era una mujer egoísta, le aconsejó a su esposo que lleve a sus hijos al bosque y los abandone ya que de esta manera serían dos personas menos que alimentar.
Hansel, escondido detrás de una puerta,
escuchó la conversación y corrió a contárselo a Gretel. -No te preocupes hermanita, yo te protegeré - consolaba Hansel a Gretel quien lloraba amargamente.
Al día siguiente, el leñador le pidió a
sus hijos que lo acompañen a recoger leña. Le dio un pedazo de pan a cada uno y se encaminaron hacia el bosque. Hansel fue tirando migas de pan por todo el camino, con la intención de encontrar más tarde el camino de vuelta a su casa. Al ver Gretel lo que su hermano hacía, le convidó la mitad de su pan.
Luego de una larga caminata el padre
les dijo: -Ustedes junten leña por acá, que yo levantaré la que esta más allá- Los niños con una lágrima en los ojos asintieron sabiendo que no verían más a su padre. Cuando comenzaba anochecer, Hansel buscó el camino de migas que había hecho, pero tan sólo encontró unas palomas comiendo lo que quedaba del pan. Ya sin poder volver a su hogar, se recostaron bajo un árbol. Tenían mucho miedo, se sentían desprotegidos, solos y el frío de la noche no les permitía dormir.
A la mañana siguiente, se levantaron y
caminaron en busca de un lugar donde vivir y algo para comer. Cuando el cansancio y el hambre superaba sus fuerzas Gretel gritó: - ¡Hansel, mira! - y señaló una casa ubicada entre grandes árboles.
Los dos hermanos se pararon frente a
ella sin poder salir de su asombro. Nunca habían visto nada igual, no era una casa común, era una casa pintada de todos los colores y construida con los más deliciosos dulces y golosinas. La chimenea era de galletas de chocolate, las paredes estaban repletas de caramelos, las ventanas en lugar de tener macetas con plantas tenían enormes tartas de limón, manzana y chocolate.
No podían creer que fuera verdad.
Hansel y Gretel se pellizcaban para comprobar que no estaban soñando. Se acercaron con cuidado y al no ver a nadie se abalanzaron a comer todo lo que veían. - Coman, disfruten - Les dijo una viejita asomada a la puerta.
Los hermanos se asustaron y se alejaron
de la casa, pero la anciana con una gran sonrisa los invitó a pasar. Entraron y mientras la mujer les preparaba una cena exquisita los niños le contaron los sucedido. Comieron hasta el cansancio y se quedaron dormidos en unas camas tan cómodas como nunca habían conocido. Pasaban los días y Hansel y Gretel engordaban con tanto dulce que comían.
Hansel fue el primero de los dos en
engordar realmente mucho, y fue en ese momento cuando la viejita mostró quien era realmente: una malvada bruja que construyó esa casa para atraer a los niños y engordarlos para luego comérselos.
La bruja encerró a Hansel en una jaula,
preparó una gran olla con agua e ingredientes donde lo metería a él más tarde. Le ordenó a Gretel que busque leña para prender el fuego y calentar la olla.
Gretel buscó la leña y mientras
encendía el fuego pensaba como ayudar a su hermano.
Al notar que el agua hervía, llamó a la
bruja y la engañó haciéndole creer que no sabía si el agua estaba caliente. La bruja se acercó a la olla para comprobarlo y Gretel con toda su fuerza la empujó adentro. Luego liberó a su hermano, llenaron unas canastas con comida y fueron en busca de su padre.
Al llegar a su hogar su padre, que había
echado a la madrastra, se encontraba solo y triste, y al ver a sus dos hijos sanos se emocionó. Arrepentido de haberlos dejado en manos de una mujer tan malvada los abrazó, ellos lo perdonaron y vivieron muy felices. El valiente soldado de plomo
Habían veinticinco soldaditos de plomo
que vivían dentro de una caja, cada uno de ellos parados de frente vestían uniformes y cargaban un fusil al hombro. Cierto día lo primero que oyeron decir fue: - ¡Soldaditos, soldaditos! - era el grito de un niño abriendo sus regalos en el día de su cumpleaños. Los sacó de la caja, y los ordenó uno al lado del otro dispuesto a librar una gran batalla. A simple vista todos eran iguales; pero uno tenía la particularidad de poseer una sola pierna, esto se debía a que el fabricante se había quedado sin material para terminarlo. Esta diferencia fue lo que más le llamó la atención al niño que lo convirtió en su soldado preferido. Todos los regalos estaban desparramados por todo el dormitorio. Desde su posición el soldadito de plomo de una sola pierna, alcanzó a ver por la ventana de un castillo de madera a una bailarina, vestida con un vestido de gasa con una gran lentejuela roja y brillante. En su paso de baile tenía una pierna alzada hacia arriba, el soldadito, que no podía ver ese detalle, supuso que ella tenía una sola pierna al igual que él, y por esta razón y por su belleza sintió que era la mujer perfecta para él y se enamoró de ella. Cuando todos en la casa se fueron a dormir, comenzó la hora esperada por todos los juguetes: la hora en que juegan entre sí y se conocen. Se empezaron a librar batallas, los juguetes iban de un lado al otro, bailaban y hacian tanto ruido que despertaron al canario que se unió con su canto a la diversión. Los únicos que no se movieron fueron la bailarina, que seguía rígida en su posición y el soldadito de plomo que no podía dejar de mirarla. A media noche, de una caja de sorpresas salió disparado por un resorte un payasito con cara diabólica, este observó como el soldado miraba a la bailarina y le dijo al soldadito con toda maldad que le prohibía que la mire. El soldado no le dio importancia a sus palabras y el payasito enojado lo amenazó: - Ya verás lo que te sucederá mañana por no hacerme caso - A la mañana siguiente cuando el niño ordenó su dormitorio colocó al soldadito sobre un estante encima de la ventana. Al abrirla el viento arrojó al soldadito a la vereda. El niño corrió afuera pero no lo encontró y el soldado quedó atrapado entre una baldosa. Más tarde unos niños que jugaban por ahí lo hallaron. Como quisieron hacerlo navegar construyeron un barquito de papel, pararon al soldado dentro de él y lo empujaron por la canaleta. Había tanta agua estancada por las lluvias, que el barquito navegaba a toda velocidad, y aunque el soldadito sentía un poco de miedo seguía parado firme con el fusil en el hombro, actitud que como soldado valiente no podía abandonar. Comenzó a llover y la corriente era cada vez más rápida, el soldadito y el barco cayeron en un estanque o un río, no podía darse cuenta bien donde estaba, solo vio como el barco se desarmaba y él se hundía. En aquel instante pasó lo peor: un gran pez se le acercó y se lo tragó. Dentro de la panza del pez todo era muy oscuro, y a pesar de eso, el soldado continuó firme hasta que sintió un fuerte sacudón. Tiempo más tarde vio una luz y escuchó una voz familiar que decía: - ¡Mira, un soldadito de plomo! - El pez había sido pescado y llevado al mercado para ser vendido. La mujer que lo compró lo había cortado en dos partes para cocinarlo. Que emoción la del soldadito al ver que la voz que había escuchado era la de la cocinera que trabajaba en la casa del niño, su dueño. Ahora el niño estaba feliz de haber recuperado su juguete, y para no perderlo de nuevo lo puso encima de la chimenea del salón. Desde ese lugar el soldadito alcanzó a ver a la bailarina que ahora estaba en un mueble del mismo salón, pero esta vez ella también lo miró y le sonrió. Sin embargo, para desgracia del soldadito, el niño quiso tomarlo y perdiendo el equilibrio lo arrojó a la chimenea. El soldadito de plomo firme y con el fusil al hombro se derretía entre las llamas, sus ojos sólo miraban a la bailarina quien seguía con su mirada fija en él. Y sucedió algo inesperado: una corriente de aire hizo volar a la bailarina que cayó junto a él, uno al lado del otro se sonrieron por última vez hasta que desaparecieron en las brazas. Al día siguiente, cuando limpiaron la chimenea, encontraron entre las cenizas lo que quedaba del soldadito: un poco de plomo en forma de corazón y junto a él la lentejuela de la bailarina. El Patito Feo
Ya llegado el verano, Mamá Pata estaba
en su nido empollando los huevos e imaginando como serían los patitos al nacer. En una mañana muy calurosa, los patitos empezaron a romper sus cascarones y a salir de a uno, ¡eran tan lindos! tal como los había soñado Mamá Pata: de un color amarillo suave, graciosos al intentar dar sus primeros pasos. Todos en el corral se asomaban para conocer a los recién llegados y la felicitaban.
Cuando Mamá Pata juntó a todos sus
patitos en el nido para darles un poquito de calor, notó que un huevo no se había roto, así que se sentó de vuelta a empollar hasta que por fin rompió el cascarón.
Este no era como sus hermanos patitos,
era muy grandote y feo. Las gallinas, el gallo y los otros patos se reían y le gritaban a Mamá Pata que si no sería un pichón de pavo.
Al día siguiente, Mamá Pata llevó a sus
hijos al arroyo para enseñarles a nadar, los zambulló uno a uno y en cuanto se hundían salían a flote y nadaban para el orgullo de su madre. Hasta el patito feo nadaba tan bien que su madre se convenció de que no era un pichón de pavo.
Al patito, la vida comenzó a resultarle
muy difícil: en el corral nadie lo quería, se burlaban de él, lo empujaban y a veces hasta le pegaban por la única razón de ser muy feo. Sus hermanos en lugar de defenderlo lo hacían a un lado y no le permitían jugar con ellos, y hasta Mamá Pata empezó a sentir vergüenza de él y a desear que estuviese muy lejos.
Cansado de tanto rechazo y sin
despedirse de nadie se marchó del corral. Llegó a un pantano donde habitaban unos patos silvestres que lo miraban y murmuraban entre risas. Sin darles la mayor importancia nadó un rato para descansar del viaje, los patos lo siguieron y uno le dijo:
- Eres tan feo que te estamos tomando
simpatía, si quieres puedes quedarte con nosotros en el pantano.
En ese lugar se sentía más tranquilo a
pesar de que nadie le hablaba mucho. Pero un día escuchó unos estruendos, se escondió detrás de unos matorrales y vio a unos cazadores que les disparaban a los patos silvestres.
Cuando todo hubo terminado y
encontrándose de nuevo solo, se fue en busca de otro lugar más seguro.
Así paso todo el verano: sólo, triste,
sufriendo las risas y las humillaciones de quien se cruzara por el camino, hasta que llegó el otoño y con él los días más fríos y el pobre patito sufría al no encontrar un lugar donde pasar las nevadas del invierno.
Una tarde una bandada de aves blancas
voló por encima de él, eran cisnes que iban en busca de zonas más cálidas para vivir. -¡Qué hermosas que son! - se dijo para él.
En los días siguientes el patito feo no
dejaba de pensar en aquellas aves, se sentía atraído por los cisnes y deseaba volver a verlos y que lo aceptaran entre ellos a pesar de su fealdad.
Y pasó todo el crudo invierno sin un
sitio donde refugiarse, cambiando todos los días de lugar sin que nadie lo acepte.
Cuando llegó la primavera el patito feo
estaba en un pantano casi muriéndose a causa de las heladas que había pasado, el calor del sol lo revivió y le dio fuerzas para levantarse. Alzó sus alas y las agitó con todas sus fuerzas, con tanta fuerza que ascendió del suelo. Desde lo alto vio unos cisnes, bajó al agua, nadó hacia ellos y en cuanto los tuvo enfrente sintió temor de ser rechazado por esas aves que tanto quería. Por eso bajó la mirada para no ver como los cisnes se burlarían de él, en cambio, en el reflejo del agua vio su imagen, no la del patito feo sino la de un cisne tan hermoso como los que tenía enfrente.
Los demás cisnes se acercaron a él, lo
saludaron y lo invitaron a nadar. ¡Pensar que siempre fui un cisne! - gritó de felicidad el patito feo, y era tan grande la alegría que dejó atrás todo lo sufrido hasta entonces. La Sirenita
En medio del mar, en las más grandes
profundidades, se extendía un reino mágico, el reino del pueblo del mar. Un lugar de extraordinaria belleza rodeado por flores y plantas únicas y en el que se encontraba el castillo del rey del mar.
Él y sus seis hijas vivían felices en
medio de tanta belleza. Ellas pasaban el día jugando y cuidando de sus flores en los majestuosos jardines de árboles azules y rojos. La más pequeña de ellas, era la más especial. Su piel era blanca y suave, sus ojos grandes y azules, pero como el resto de las sirenas, tenía cola de pez. A la pequeña sirena le fascinaban las historias que su abuela contaba acerca de los seres humanos, tanto que cuando encontró una estatua de un hombre en los restos de un barco que naufragó no se lo pensó y se la llevó para ponerla en su jardín. La abuela les contó que algún día conocerían la superficie.
- Cuando cumpláis quince años podréis
subir a la superficie y podréis contemplar los bosques, las ciudades y todo lo que hay allí. Hasta entonces está prohibido.
La pequeña sirena esperó a que llegara
su turno ansiosa, imaginando como sería el mundo de allá arriba. Cada vez que a una de sus hermanas le llegaba el turno y cumplía los quince años, ella escuchaba atentamente las cosas que contaba y eso aumentaba sus ganas porque llegara el momento de subir. Tras años de espera por fin cumplió quince años. La sirena subió y se encontró con un gran barco en el que celebraban una fiesta. Oía música y alboroto y no pudo evitar acercarse para tratar de ver a través de una de sus ventanas. Entre la gente distinguió a un joven apuesto, que resultó ser el príncipe, y por quien quedó embelesada al observar su belleza.
Continuó allí mirando hasta que una
tormenta cayó sobre ellos repentinamente. El mar comenzó a rugir con fuerza y el barco empezó a dar tumbos como si se tratase de un barquito de papel, hasta que finalmente logró partirlo y mandarlo al fondo del mar. En medio del naufragio la Sirenita buscó al príncipe, logró rescatarlo y llevarlo sano y salvo hasta la playa. Estando allí oyó a unas muchachas que se acercaban, y rápidamente nadó hasta el mar por miedo a que la vieran. A lo lejos vio como su príncipe se despertaba y conseguía levantarse.
La Sirenita siguió subiendo a la
superficie todos los días con la esperanza de ver a su príncipe, pero nunca lo veía y cada vez regresaba más triste al fondo del mar. Pero un día se armó de valor y decidió visitar a la bruja del mar para que le ayudara a ser humana. Estaba tan enamorada que era capaz de pagar a cambio cualquier precio, por alto que fuera. Y vaya si lo fue.
- Te prepararé tu brebaje y podrás tener
dos piernecitas. Pero a cambio… ¡deberás pagar un precio!
- Quiero tu don más preciado, ¡tu voz!
- ¿Mi voz? Pero si no hablo, ¿cómo voy a enamorar al príncipe?
- Tendrás que apañarte sin ella. Si no,
no hay trato
- Está bien
La malvada bruja le advirtió que nunca
más podría volver al mar y que si no conseguía enamorar al príncipe y éste contraía matrimonio con otra mujer, moriría y se convertiría en espuma de mar. La Sirenita estaba muy asustada pero a pesar de todo, aceptó el trato.
La sirena se tomó la pócima y se
despertó en la orilla de la playa al día siguiente. Su cola de sirena ya no estaba, en su lugar tenía dos piernas. El príncipe la encontró y le preguntó quién era y cómo había llegado hasta allí, la sirena intentó contestar pero recordó que había entregado su voz a la bruja. A pesar de esto la llevó hasta su castillo y dejó que se quedara allí. Entre los dos surgió una bonita amistad y cada vez pasaban más tiempo juntos.
PLa Sirenitaasó el tiempo y el príncipe
le anunció al día siguiente su boda con la hija del rey vecino. La pobre sirena se llenó de tristeza al oír sus palabras pero a pesar de eso lo acompañó en la celebración de sus nupcias y celebró su felicidad como el resto de los invitados. Pero sabía que esa sería su última noche, pues tal y como le había advertido la bruja, se convertiría en espuma de mar al alba. A punto de amanecer, mientras contemplaba triste el horizonte, aparecieron sus hermanas con un cuchillo entre las manos. Era un cuchillo mágico que les había dado la bruja a cambio de sus cabellos y con el que si lograba matar al príncipe podría volver a convertirse en sirena.
La sirenita se acercó sigilosa al
príncipe, que estaba durmiendo y levantó el cuchillo...pero se dio cuenta de que era incapaz de acabar con él, aunque esta fuera su única oportunidad de seguir viva.
De modo que se lanzó al mar y mientras
se convertía en espuma, conoció a unas criaturas espirituales: las hijas del aire.
- Todavía tienes una oportunidad de
conseguir un alma inmortal. Tendrás que pasar trescientos años haciendo el bien como nosotras, y después podrás volar al cielo. Mientras las escuchaba vio cómo el príncipe la buscaba en el barco, y en la distancia permaneció contemplándolo mientras una lágrima, la primera de toda su vida, comenzó a brotar por su mejilla.
1. Periodo Pre-Hispánico 1.1 Antigüedad humana en Panamá 1.2 Lugar de tránsito e intercambio entre aborígenes. 2. Periodo Colonial 2.1. Europa y España a fines del siglo XV 2.2. Conquista hispánica en el Istmo 2.2.1