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Hoy queremos a abrir el tema de “Distorsiones del feminismo” con una primera reflexión sobre la
apropiación que puede hacer un régimen de los ideales feministas mientras condena a la mujer a
un papel secundario respecto al hombre. Y lo vamos a hacer acercándonos a la complicada
relación que existía entre la Unión Soviética y el feminismo.
Hace tiempo que estudio la Unión Soviética, incluso he realizado viajes o vivido en algunos de los
países que la componían, y siempre me ha llamado la atención la contraposición de la información
que me llegaba sobre sus políticas respecto a la mujer. Si bien por un lado había leído numerosos
artículos y opiniones sobre la igualdad entre sexos que reinaba en la URSS, por el otro lado leía
otros en los que se exponía una situación mucho más cruda para las mujeres que para los
hombres, y yo misma hablé con algunas mujeres (jóvenes y mayores) que prácticamente
aborrecían el término “feminismo”, ya que tenían una concepción bastante tradicional de los roles
de género.
Nuestro objetivo es acercarnos un poco más a la realidad de un régimen que se describía como
igualitario y preocupado por las mujeres. Intentaremos responder a las preguntas de si era la URSS
una sociedad tan igualitaria como quería parecer ante su población y el mundo, ¿en qué momento
se perdieron los valores feministas de la Revolución? Y ¿En qué se diferenciaba la estrategia de la
Unión Soviética para alcanzar la igualdad y la propuesta feminista?
Desde su nacimiento, la Revolución de Octubre estuvo dominada por hombres con una clara
vocación aperturista a la modernidad, eso no se puede negar. Durante la guerra civil rusa
participaron numerosas mujeres en la defensa y difusión de los ideales feministas y comunistas
desde los centros de poder hacia la periferia del antiguo Imperio Ruso. Si bien la palabra
“feminismo” no estaba a la orden del día en aquella época por ser un término tabú, sus máximas
estaban presentes entre los bolcheviques, siendo la liberación de la mujer de las cadenas
patriarcales de la sociedad y la igualdad de sexos dos de los baluartes de la Revolución.
Las reformas legislativas e institucionales que pugnaban por liberar a la mujer (aunque fuera en la
teoría) fueron introducidas en plena guerra civil (1917-1923), en medio de las matanzas y el
colapso económico. Así, en 1918 fue redactado un nuevo cuerpo legislativo en el que se
concedieron el derecho al divorcio y a que las mujeres fueran propietarias de bienes, el sufragio
femenino, el matrimonio civil, el nacimiento fuera del matrimonio fue reconocido y la maternidad
mejorada, entre otros cambios. En 1919 fue creado el Departamento para la Mujer del Partido
Comunista, o Zhenotdel, dedicado a la organización de las mujeres, la alfabetización femenina, la
defensa de los derechos de la mujer, y la propaganda por la incorporación de la población
femenina al trabajo fuera del hogar. Y desde 1920 el aborto y la prostitución quedaron legalizados,
al igual que la homosexualidad.
Desde el primer momento de la Revolución, la lucha por la mujer desarrollada desde el interior del
Partido se basaba en la creencia de que, una vez los corruptos valores capitalistas fueran
reemplazados por la nueva ideología socialista, las personas se sacudirían el yugo de la propiedad
y la misma sociedad se alejaría naturalmente de la religión, el prejuicio ético, el nacionalismo, el
sexismo, y abrazaría un humanismo tolerante e igualitario. El problema fue que esta reeducación
de una población ampliamente tradicional no llegó a darse espontáneamente, tal y cómo se
esperaba, y la mentalidad no cambió aunque las leyes sí lo hubieran hecho. (Clements, 1992, The
Utopianism of the Zhenotdel)
El Gobierno estableció como objetivo principal la creación de un empleado soviético que fuese
trabajador, estuviese cualificado, se atuviese a la autoridad del Partido y fuese un devoto
comunista. Con el fin de alcanzar este logro se dejaron de lado otros valores, como la lucha por un
movimiento feminista, o la defensa de la igualdad en el hogar entre mujeres y hombres, ya que
fueron considerados menos esenciales para la industrialización y más proclives a provocar
resistencia publica, debido a la arraigada mentalidad tradicional de la mayoría de la población. Así,
los “problemas del día a día” a los que se enfrentaban las mujeres continuaron siendo tratados
como importantes en el discurso, pero secundarios y problemáticos en la práctica. (Clements,
1992, The Utopianism of the Zhenotdel)
Frente a esta postura, las mujeres que defendieron la libertad femenina y la igualdad de sexos a
través de su propio trabajo y lucha, quedaron de lado por su visión diferente de la situación y el
hincapié que demostraron hacer en desligar a las mujeres del movimiento revolucionario
masculino para crear uno propio. Mientras el Zhenotdel existió, defendió que para incorporar a la
mujer al mundo laboral plenamente debían crearse cientos de comedores comunitarios,
guarderías y centros de atención a personas dependientes. De esta manera las mujeres quedarían
libres de algunas de sus tareas domésticas y podrían tomar parte de la vida pública, tal y como era
el deseo del Gobierno. Esto contradecía claramente los planes del Soviet Supremo, que no estaba
tan interesado en que cada mujer se reconociera como persona independiente y tomara las
riendas de su vida, tanto como en enquistar la mentalidad soviética en el pasado para centrarse en
la creación de un ejército de trabajadores fieles al régimen.
Esto se aplica a todos los mensajes lanzados desde el régimen, dando como resultado que,
mientras la Unión Soviética mostraba con orgullo sus galardones por la igualdad ante su
ciudadanía y la comunidad internacional, en la vida real la mayoría de las mujeres llevaban una
vida de esclavitud al trabajo y la familia. En el contexto de la mayoría de mujeres de la Unión
Soviética, el retroceso que sufrieron sus derechos unido a la propaganda que las devolvía a su
papel tradicional dentro de la familia durante la época Stalin, no supuso una mejora en su calidad
de vida por mucho que el Partido se empeñase en que así era, y aunque algunas mujeres lo
creyeran, como expone Nina Balyaeva en “Feminismo en la URSS”.
Desde el comienzo de la Revolución y hasta los últimos días de Gorbachov, el gobierno soviético
tuvo una postura paternalista respecto a la cuestión de la mujer, decidiendo que ésta debía ser
liberada a través de leyes redactadas por hombres. Tal y como dijo Lenin el 19 de noviembre de
1918 en el Primer Congreso de la Mujer Trabajadora de Todas las Rusias, “Ninguna otra república
ha sido capaz de emancipar a la mujer. El gobierno soviético la está ayudando”. Con esta táctica,
consiguieron reprimir el movimiento feminista incipiente mientras esgrimían las consignas de
igualdad propias del feminismo.