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¿REALMENTE ES POSIBLE QUE EL

UNIVERSO SEA UN HOLOGRAMA?

SEPTIEMBRE 27, 2017 JORDI PEREYRA 12 COMENTARIOS


Hace poco me di cuenta de que el buzón de entrada de mi correo electrónico
(jordipereyra@cienciadesofa.com) ha acumulado muchas preguntas sobre la hipótesis
del universo holográfico, un concepto que seguramente os habréis encontrado alguna
vez en forma de noticias con titulares sensacionalistas que afirman que algún grupo de
científicos ha demostrado que vivimos en un holograma.
A juzgar por los correos que me han llegado, parece que mucha gente ha interpretado
que la comunidad científica se está preguntando seriamente si nuestro
universo podría ser realmente un holograma en el sentido literal de la palabra: un
modelo en tres dimensiones proyectado a partir de una superficie bidimensional (ya sea
plana o curvada). Algo así, vaya:

Dramatización. (Fuente)

Pero, ¿hay algo de cierto en esta idea? ¿De verdad alguien ha demostrado que vivimos en
un “universo holográfico”? ¿O el concepto de que la realidad es un holograma es una
exageración más, alimentada por las ansias que tienen los medios digitales de ganar
clicks fáciles?
Conociendo el historial de este blog, me huelo que la respuesta es que…
Shhhh, no adelantemos acontecimientos, voz cursiva. Para entender de qué va todo esto
del universo holográfico, primero tendremos que hablar sobre información y agujeros
negros.
En el campo de la física, el concepto de información es distinto al que estamos
acostumbrados en nuestro día a día. En este caso, la información que contiene un objeto
no es una referencia a los mensajes que pueda haber codificados en su interior, sino a las
propiedades de cada una de las partículas que lo componen y que definen su
aspecto a gran escala.
Por ejemplo, imaginemos que tenemos un libro en nuestras manos… No sé, el segundo
libro de Ciencia de Sofá, por decir algo. Por un lado, en el libro hay información que
nuestros cerebros pueden descifrar, formada por letras agrupadas en frases. Pero,
además, también contiene su propia información física (como la velocidad y la
dirección de sus partículas o la dirección en la que se mueven) que, al fin y al
cabo, es lo que hace que lo que tenemos entre manos sea el segundo libro de Ciencia de
Sofá y no otra cosa.
Este segundo concepto es el que nos interesa hoy e, igual que ocurre con la materia y la
energía, una de las características principales de la información es que no se
puede destruir.
Imaginemos que tiramos el libro al suelo, lo rociamos con gasolina y le prendemos fuego.
Como la edición ignífuga del libro aún no ha salido a la venta, el papel empieza a arder y
las moléculas de celulosa de las páginas se descomponen mientras sus subproductos se
dispersan por el aire y el suelo en forma de gas y ceniza. Cuando el fuego se apaga, lo
único que queda del libro es un olor a papel quemado y algunos restos de polvo
carbonizado.

Llegados a este punto, está claro que el libro ya no existe como tal, porque el material
que lo componía está alterado y desparramado por la atmósfera y el suelo. Por tanto, se
podría decir que la información física que contenía el libro (lo que lo convertía en lo que
era) ha sido completamente destruida, ¿verdad?
Verdad.
Pues no, no necesariamente: en realidad, la información de cada una de las partículas
que contenía el libro no ha sido destruida, sino transformada. De hecho, usando las
leyes de la física y una tecnología suficientemente avanzada, podríamos
reconstruir el camino que ha seguido cada partícula durante la combustión y
deducir cómo era exactamente el libro antes de que empezara a arder. Por tanto,
la información no ha desaparecido, sólo ha cambiado de forma.
Este planteamiento se puede aplicar a todos los procesos que están ocurriendo todo el
rato a nuestro alrededor… O, mejor dicho, a casi todos.
Al principio, parecía la ley de la conservación de la información no se cumplía en el
interior de unos cuerpos celestes de los que hablo con frecuencia: los agujeros negros. La
intensa fuerza gravitatoria de estos cuerpos no deja escapar ningún tipo de partícula o
radiación de su interior así que, a primera vista, la información de un objeto que
caiga en un agujero negro desaparecerá por completo de la faz del universo. Por
tanto, si metemos un libro en un agujero negro en vez de quemarlo, nuestra tecnología
súper avanzada que nos permite recuperar papel de las cenizas no nos servirá de nada,
porque ni siquiera tendremos unas cenizas con las que intentar reconstruirlo.
O sea, que los agujeros negros parecían incumplir la ley de conservación de la
información… Y, para más inri, también se llegó a pensar que violaban la
segunda ley de la termodinámica, que enuncia que la entropía de un sistema siempre
tiende a aumentar.
Espera, “entropía” es esa palabra que utilizan los científicos para medir cómo de
desordenada está una cosa, ¿no? ¿Qué pinta la entropía en todo esto?
Pues que la información que puede contener un objeto y su entropía están estrechamente
relacionadas.

Es verdad que muchas veces se define la entropía como el grado de desorden de un


sistema pero, en realidad, es algo más parecido a una medida que representa en cuántos
estados se pueden encontrar las partículas que contiene un sistema sin que su aspecto
macroscópico cambie. En este sentido, la entropía también refleja la cantidad de
información que puede llegar a contener un sistema a través del número de
combinaciones posibles de sus partículas.
El caso es que, como hemos visto otras veces, los agujeros negros se forman a partir del
colapso gravitacional de estrellas gigantes. Y, al fin y al cabo, las estrellas no son más que
sistemas compuestos por un montón de partículas muy calientes, con la entropía y la
información que les corresponde.

Por tanto, según la segunda ley de la termodinámica, un agujero negro debería tener
una entropía mayor que la estrella que le da lugar.
Al principio, esto les parecía raro a los científicos porque, hasta donde sabían, los agujeros
negros no están hechos de partículas que puedan adoptar un estado u otro ni contener
ningún tipo de información. Entonces, ¿significaba eso que los agujeros negros incumplen
las leyes de la física? ¿Y si no era así y existía alguna manera de que un agujero negro
retenga la información y el aumento de entropía de la estrella original?

Esta cuestión fue respondida por el físico Jacob D. Bekenstein, que llegó a la conclusión
de que los agujeros negros no incumplen las leyes de la física porque ni la
información ni la entropía de la materia que cae en su interior desaparecen,
sino que quedan plasmadas en su superficie o, mejor dicho, en la superficie de su
horizonte de sucesos, el punto de no retorno.
Pero, no lo entiendo, ¿cómo está grabada esa información? ¿Hay partículas sobre ese
horizonte de sucesos? ¿O alguna otra cosa que adquiera las propiedades de la materia
que cae en su interior?
Es un concepto complicado y hay varias maneras de visualizarlo pero, en resumidas
cuentas, se puede considerar que la información de cada partícula que cae en el
interior de un agujero negro queda registrada en unas regiones diminutas en
las que está dividida su superficie, como si fueran los píxeles de una pantalla
(salvando las distancias).
Crédito: Scientific American

Bekenstein llegó a esta conclusión después de analizar las matemáticas que definen los
agujeros negros y darse cuenta de que la superficie del horizonte de sucesos crece
con un nuevo “píxel”, del tamaño de un área de Planck, cada vez que la
atraviesa una nueva unidad de información (una partícula elemental, por
ejemplo). De ahí que dedujera que la información de las cosas que caen en un agujero
negro queda grabada en estos pequeños “píxeles” de su superficie bidimensional.
Eso sí, un área de Planck es una unidad minúscula basada en la distancia más pequeña
posible, la longitud de Plank, que ronda los 10-35 metros… O un cero, seguido de una coma
y 34 ceros más, con un uno al final. Para hacernos una idea de lo pequeña que es la
escala de estas unidades en las que está dividida la superficie de un agujero
negro, harían falta sesenta mil sextillones (6*10 34) de áreas de Planck para
recubrir la superficie de un sólo protón.
Es importante tener esto en cuenta porque, en condiciones normales, cada unidad de
información viaja a bordo de partículas fundamentales, que son mucho más grandes que
los “píxeles” de la superficie de un agujero negro. Esto significa que, cuando una
partícula cae en un agujero negro, su información se ve comprimida a una
región de un tamaño muchísimo menor sobre su superficie, de modo que se puede
almacenar una cantidad tremenda de “datos” en ella.
De hecho, sobre el horizonte de sucesos de un agujero negro cabe la mayor cantidad de
información posible para un volumen determinado.

Total que, además, este planteamiento sugiere que la información de los objetos que
caen en un agujero negro no está en su interior tridimensional, sino que queda
registrada sobre la superficie bidimensional y esférica de su horizonte de
sucesos. Por tanto, en cierto sentido, estaríamos hablando de un mecanismo parecido al
de un holograma: una superficie en dos dimensiones que puede proyectar imágenes
tridimensionales porque contiene los datos codificados en su interior.
Espera, ¿cómo que “en cierto sentido”?
Es que, al contrario de lo que pueda sugerir mi ilustración anterior, este fenómeno no
implica que las siluetas de los objetos que caen en el interior de un agujero negro queden
grabadas en su superficie. Simplemente que la información de las partículas que
componían el objeto (como su posición o su velocidad) deja una marca a lo largo del
horizonte de sucesos cuando lo atraviesan. Pero, sea como sea, esto no significa que
los objetos que caen dentro de un agujero negro se conviertan en hologramas
proyectados desde su superficie.
Ah, vale, vale. ¿Y qué tiene que ver todo esto con que el universo entero sea un
holograma, por cierto?
Buena pregunta, voz cursiva.
De toda esta elucubración sobre los agujeros negros surgió el principio holográfico, un
postulado que sostiene que la máxima cantidad de información que puede
contener cualquier sistema no depende de su volumen, sino del tamaño de su
superficie, dividida en “píxeles” del tamaño de un área de Planck. Y el sistema
más grande conocido es el universo entero, claro.
Aplicado a la vida real, este principio da a entender que toda la información contenida en
nuestro espacio tridimensional se podría “codificar” en el horizonte de partículas del
universo, la cara interna de la esfera de 93.000 millones de años luz de diámetro que nos
rodea (hablé de esta frontera con más detalle en esta entrada sobre la posible
infinitud del universo).
Tomado literalmente, este concepto parece sugerir que, en efecto, toda la materia que
contiene el universo es un holograma proyectado desde los confines del espacio… Algo
que funcionaría más o menos así:
¡Entonces es verdad! ¡Vivimos en un holog…!
Espeeeera, voz cursiva, espeeeera. Hay que recordar algo muy importante antes de sacar
ciertas conclusiones: la extrapolación del principio holográfico de los agujeros
negros al universo entero no es literal, sino teórica y puramente matemática.
Según el principio holográfico se podría representar matemáticamente toda la
información del universo en una superficie bidimensional, es verdad. Pero que se pueda
hacer matemáticamente no significa que toda la materia que contiene el universo sea un
holograma. El astrofísico Paul Sutter, de la Universidad de Ohio, lo aclara en esta
entrevista:
“[El principio holográfico] es una herramienta matemática útil porque, en física, algunas
preguntas son muy complicadas […] y resolverlas en tres dimensiones es realmente
difícil, pero podría ser más fácil hacerlo en una superficie bidimensional […]. Por tanto,
no es que el principio holográfico implique que el universo sea tenga dos dimensiones y
que vivamos en una proyección tridimensional de él, sino que contiene algunas
traducciones matemáticas útiles que podemos aprovechar para facilitar los cálculos y
hacer predicciones sobre cómo funciona el universo.”
En otras palabras: calcular cómo se comportará un sistema en tres dimensiones puede
ser complicado pero, usando el principio holográfico como modelo matemático, es posible
simplificar la tarea eliminando una dimensión del problema. Cuando se conoce el
resultado en dos dimensiones, basta con volver a añadir la tercera dimensión para ver
como se traduce a la vida real.
De hecho, trabajando en el marco de la teoría de cuerdas, otro físico llamado Juan
Maldacena descubrió que, con la formulación adecuada, la fuerza de la gravedad
desaparece si se supone que el resto de interacciones de las demás fuerzas
ocurren sobre una superficie bidimensional, lo que sirve como ejemplo del tipo de
triquiñuela matemática de la que estamos hablando.
O sea, que el principio holográfico no implica que vivamos en un holograma ni ninguna
otra interpretación esotérica extraña: simplemente es un modelo matemático que se
puede utilizar para construir modelos bidimensionales del universo que no se desmoronan
al traducirlos a tres dimensiones. Y eso es útil para hacer cálculos. Nada más: hasta
donde sabemos, no vivimos en un holograma.
Bueeeeno, vaaaale. Aun así, ¿podría esta herramienta matemática tener algún vestigio
de realidad y que nuestro universo sea verdaderamente alguna especie de proyección
holográfica de una superficie lejana?
No hay ninguna evidencia que lo sugiera. De hecho, este principio pertenece al campo de
la teoría de cuerdas, un campo en el que es muy complicado verificar experimentalmente
las predicciones así que, incluso aunque hubiera algún indicio de que describe
correctamente la naturaleza del universo más allá de un modelo matemático, es posible
que nunca lográramos ser capaces de averiguarlo.

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