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Ficha de cátedra n° 1 – Sociología - Prof.

Sánchez Fernando
Corrientes sociológicas clásicas

El Socialismo utópico

El término socialismo utópico ha sido acuñado para denominar a un conjunto diverso de pensadores y activistas que vivieron
entre los siglos XVIII y XIX, configurando un prematuro adelantamiento al socialismo moderno, una especie de línea divisoria
entre el socialismo primitivo y éste.
El calificativo fue empleado inicialmente en 1839 por Louis Blanqui (un socialista utópico). Sin embargo, lo fijaron definitivamente
Federico Engels y Karl Marx para distinguirlo de una corriente que considera más madurada, el socialismo científico, en un
momento histórico en el que las condiciones materiales del sistema capitalista eran las adecuadas para una correcta
comprensión del funcionamiento de la lucha de clases. Engels analiza en su texto “Del socialismo utópico al socialismo
científico” a tres grandes autores: Saint-Simon, Fourier y Owen. Por ello lo distinguieron de idea del socialismo, al que apelaron
como "científico". El término procede de "utopía": plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable ya
desde el mismo momento de su formulación. Utopía es una obra escrita por Tomás Moro, intelectual, político y humanista inglés,
en la que teorizó sobre una ciudad del mismo nombre, ideal y perfecta.
Antes de adentrarnos en las características propias de los socialistas utópicos, es preciso señalar que si bien Engels denomina
a estos autores como los “fundadores del socialismo”, no podemos olvidar las referencias socialistas y utopistas anteriores y las
influencias que en ellos ejercieron. Norman MacKenzie, en su “Breve Historia del Socialismo”, realiza un repaso de todas las
prácticas y teorías precedentes al socialismo utópico: las revueltas campesinas en la Europa de la Edad Media; Tomas Münzer
y los anabaptistas protocomunistas; la famosa “Utopía” de Tomás Moro de 1516; los levellers ingleses y los diggers
encabezados por Gerard Winstanley a mediados del siglo XVII; los escritores franceses Mably y Morel; el comunitarismo de
Rousseau... son algunas de las experiencias que contribuyen a la formación del socialismo, si bien todas ellas no pueden ser
consideradas como tal. Pero hay una figura que según MacKenzie, “marca la línea divisoria entre el socialismo primitivo y el
socialismo moderno”]: se trata del revolucionario Babeuf, nacido en los momentos finales de la Revolución Francesa siendo “el
primer socialista de cierta importancia que manifestó que la clase obrera podría hacerse con el poder mediante una revolución
tan cuidadosamente preparada como una operación militar”.
Lejos de esta premisa del cambio social violento parece encontrarse las doctrinas del socialismo utópico. Para una primera
aproximación a sus características ideológicas generales, podemos recurrir a la lectura del texto de Engels y a los rasgos
comunes que él extrae de los tres autores:
Por un lado, actúan en nombre de toda la Humanidad, no de un sujeto antagónico de clase (el proletariado):”Al igual que los
ilustrados franceses, no se proponen emancipar primeramente a una clase determinada, sino, de golpe a toda la humanidad. Y
lo mismo que ellos, pretenden instaurar el reino de la razón y de la justicia eterna”.
El segundo rasgo común sería considerar este reino de la razón y de la justicia eterna como el socialismo: “El socialismo es,
para todos ellos, la expresión de la verdad absoluta, de la razón y de la justicia”]. Podríamos añadir como un tercer rasgo
común: el rechazo de los principios burgueses que reinan tras la Revolución Francesa y que sólo han conseguido emancipar a
una parte de la sociedad.
Profundizando un poco más en los postulados de distintos autores del socialismo utópico, encontramos una serie de similitudes
en lo referido a su concepción ideal de la sociedad y de los mecanismos de transformación social:

a. Las descripciones de sus sociedades ideales inciden en subrayar la armonía del cuerpo político y rechazar el conflicto. Son
muy recurrentes sus apelaciones a la armonía, concediendo gran importancia a las tendencias asociativas de los
trabajadores de la época y a sus lazos de identidad comunitaria y rechazando el individualismo egoísta del liberalismo. Uno
de los elementos que tienen en común es la incidencia que hacen en los “sistemas de cooperación como un modelo que
estaba funcionando en las prácticas sociales específicas como alternativa al del capitalismo emergente”.
b. La idea de naturaleza pervivió en sus doctrinas, sin embargo no estuvieron en contra de las novedades como la industria
moderna o las máquinas.
c. Si bien no podemos encontrar un total acuerdo entre ellos en lo referido a cuestiones más específicas, sí vislumbramos una
cierta cercanía de planteamientos que se derivan de la necesidad de una sociedad justa e igualitaria y que parten de la
necesidad del control social del nuevo orden económico.
d. Aparece la negación del capitalismo a través de la sujeción a controles de la propiedad privada o su abolición, la
racionalización del industrialismo, la secularización y el desarrollo científico, etc. A la vez, encontramos en todos ellos una
visión positiva del trabajo y una insistencia en la necesidad de organizarlo y planificarlo, en oposición a la anarquía
económica del capitalismo y a las clases aristocráticas improductivas y ociosas de la época.
e. El rechazo del conflicto les lleva a una marcada aversión hacia los métodos revolucionarios, entendiendo que el nuevo tipo
de sociedad no sería la consecuencia de una revolución, sino que debería ser el resultado de un acuerdo en temas clave por
parte de los grupos sociales básicos. Esa sociedad se realizaría por la simple voluntad de los hombres, por lo tanto,
pacíficamente.
f. Los medios para alcanzarla no serían obligatorios ni violentos, de ahí que los seguidores de estas doctrinas estuviesen en
contra de las revoluciones y acciones como la huelga.
g. A fin de paliar sus adversos efectos propusieron planes de diversa índole, en los que primaron la solidaridad, la filantropía y
el amor fraternal.

El carácter prematuro de esta doctrina y, en buena medida, el motivo por el que es tachada de utópica por Marx y Engels, es
producto del contexto histórico en el que se desarrolla: surge en una etapa de transición, en la que el capitalismo industrial es
aún incipiente y apenas está desarrollado. Los socialistas utópicos no tienen que enfrentarse con los problemas de un sistema
industrial altamente organizado. El movimiento de la moderna clase obrera no había aparecido por entonces y no tenían una
idea real de cómo podría establecerse un nuevo orden social. De esta situación derivan las mayores críticas que se les ha
realizado desde el socialismo moderno. Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista afirman que no ven en “el proletariado una
acción histórica independiente” (los socialistas utópicos hablan a la humanidad en su conjunto) porque “se encuentran con que
les faltan las condiciones materiales para la emancipación del proletariado”.
La negación del conflicto y del cambio violento, la confianza en la proclamación de una nueva sociedad como única necesidad
para el cambio, son aspectos que se derivan también de la ingenuidad en su visión de la lucha de clases.
No obstante, a pesar de sus fallos, las aportaciones teóricas y prácticas de esta corriente ejercieron una poderosa influencia en
todas las corrientes socialistas posteriores.
I. FRANCIA
Henri de Saint-Simon

El conde de Saint-Simon nació en París en 1760. Representó un prototipo del espíritu ilustrado
creativo y visionario. Puede considerarse como el primer teórico de la sociedad industrial, lo que
causó que algunos le atribuyeran el título de fundador del socialismo francés, incluso de iniciador
del socialismo. Escribió una obra voluminosa, centrada en la economía.
Luchó a favor de la independencia de los Estados Unidos enrolándose con solo 17 años en el
ejército al mando de La Fayette y pasó por diferentes niveles económicos a pesar de
ser aristócrata. Su contexto social es el de la Revolución francesa, la revolución estadounidense y
la primera industrialización. Recibió influencias de la Ilustración y el Romanticismo.
Estuvo relacionado con Auguste Comte, padre de la sociología. Por un largo tiempo trabajó con este, pues Saint-Simon lo
contrató como secretario, junto al historiador Augustin Thierry; al parecer, la teoría de los tres estadios de Comte, surgió de
aquella colaboración.
Es el autor más influyente sobre los primeros socialistas, así como también pesó en los románticos, en la sociología de Auguste
Comte, en John Stuart Mill e incluso en Luis Napoleón. También su postura llegará hasta Marx, pues este compartirá el
optimismo científico y la fe en la tecnología. Murió en París el 19 de mayo de 1825 a la edad de 64 años.
Henri de Saint-Simon es quizá el más ambiguo en sus escritos de todos los socialistas utópicos. Decepcionado por los
resultados de la Revolución Francesa y la traición a sus grandes ideales, por el traspaso del poder del terrateniente aristócrata
al especulador y la conquista del poder por una pequeña parte privilegiada del tercer estado (la burguesía), encontró la
necesidad de “abrazar una nueva religión que sustituyera al cristianismo ortodoxo. Los hombres tendrían que comportarse como
hermanos, tendrían que subordinarlo todo al esfuerzo por mejorar la existencia de la clase más numerosa”.
Saint-Simon encuentra el antagonismo de clase entre la clase industrial y la ociosa (especuladores y rentistas) que detenta el
poder. Aunque “lo que a él le preocupa siempre y en primer término la suerte de la clase más numerosa y más pobre de la
sociedad”, la ambigüedad reside en que dentro de la clase industrial incluye a obreros y banqueros, productores y fabricantes.
La explicación se debe a que el criterio que escogió para configurar su concepto de clase no fue el de propiedad, si no el de
producción, y dentro de éste se encontraban propietarios y no propietarios.
Basado en “su idea de que la función propia del Estado consiste en garantizar el bienestar de las masas”, construye un modelo
de sociedad que tiene como eje el control de la producción. Saint-Simon comprende que la “política es la ciencia de la
producción, y proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración de las
cosas”. Es un modelo de sociedad planificada, racional en el que, como afirma en su Catecismo de los industriales (1823) “clase
industrial debe ocupar el rango primero, porque es la más importante de todas; porque puede prescindir de las otras, mientras
que las otras no pueden prescindir de ella”.
En definitiva, la experiencia que le ofrece el liberalismo burgués de la época, le lleva elaborar su modelo de sociedad ideal y a
ensalzar el trabajo y despreciar a las clases ociosas de la sociedad, como indica en sus Cartas Ginebrinas, defendiendo que
“todos los hombres deben trabajar”. Su posición sobre la clase industrial unido a su preocupación por la clase más numerosa
será recogido con posterioridad como un primer apunte hacia el proletariado industrial.
Los Saint-Simonianos
La escuela fundada por Saint-Simon tuvo repercusiones muy hondas en el socialismo francés y europeo, sobre todo en
Alemania, donde Marx y sus predecesores entraron en contacto con ella.
El grupo se había constituido como asociación regular poco después de la muerte del maestro, pero es después de la
Revolución burguesa de 1830 cuando cobra verdadera fuerza y supera el industrialismo para constituirse en una auténtica
corriente socialista. En ese momento, Pierre Leroux, fundador de Le Globe, irá abandonando sus tendencias liberales para
acercarse al socialismo y unirse a esta corriente. Antes de esto, encontramos dos refernencias fundamentales en el Saint-
Simonismo: Le producteur (1830), periódico de corta vida que dura de 1825 a 1826 y la Exposition de la doctrine de Saint-
Simon, un compendio de dos volúmenes de varias conferencias dadas por algunos de sus seguidores, entre los que se
encuentran Enfantin, Bazard, Abel Transon y Jules Lechevalier.
En estos escritos, los discípulos radicalizan los postulados del maestro y acotan algunas de sus ambiguas tesis. Realizan una
incisiva crítica a la propiedad privada burguesa y a uno de sus aspectos fundamentales: la herencia, a la que consideran un
obstáculo para la posibilidad de crear una riqueza ilimitada gracias a la explotación científica de la técnica. Por oposición,
plantean como solución adecuada la transmisión al Estado, que se convertiría en una asociación de trabajadores.
Desaparecerían así los privilegios por nacimiento.
Es destacable su primer intento de formular una teoría de la explotación, definiendo el socialismo como “una doctrina económica
que contraponía los burgueses a los industriales”, concretando así este último concepto que Saint-Simon había definido muy
ampliamente. Para sus seguidores, los industriales son ya identificables con la masa obrera productora.
Por otra parte, oponen a la estructura social de libre mercado vigente en el capitalismo, un sistema de regulación social, con
“una institución social depositaria de todos los instrumentos de producción”, que lejos de estar en manos privadas, esté
coordinado adecuadamente y presidido por una banca central que sirva de centro planificador supremo.
Podemos encontrar la originalidad del movimiento saint-simoniano en el hecho de haber combinado la aspiración romántica a la
armonía con una visión profética que trascendía la disputa entre liberales burgueses y conservadores católicos. Continúan con
la concepción del maestro de la necesidad de una nueva religión: el socialismo era una fe que había de emancipar a todos los
que la antigua religión había dejado encadenados, ante todo a la mujer y al proletariado. A pesar de su carácter cuasirreligioso,
no puede olvidarse el núcleo sociológico de esta doctrina, concretado en dos aspectos: una teoría de la revolución industrial
como precursora de la nueva sociedad y una crítica abrumadora de la desigualdad social. La doctrina política la resume George
Lichteim en los siguientes términos:
“La Revolución Francesa liberó al burgués; ha llegado el momento de liberar al proletario. La propiedad privada supone un
obstáculo para lograrlo. No debe abolirse, pero sí dejar de ser un derecho absoluto para transformarse en función social
modificable a voluntad. La sociedad obtiene la primacía sobre el individuo.”
La escuela saint-simoniana se había deshecho como tal hacia 1848, cuando tiene lugar en las calles de París el primer
levantamiento proletario, pero algunos de sus miembros pervivieron hasta la Comuna de París. De todos ellos es destacable la
influencia que ejerció Pierre Leroux, sobre todo en el colectivismo federalista. Sus escritos, en especial De l´egalité (1838) y De
l´humanité ejercieron mucho peso en la propagación de las ideas socialistas de la época.
Charles Fourier

François Marie Charles Fourier, nació en Besanzón el 7 de abril de 1772 fue


un socialistafrancés de la primera parte del siglo XIX y uno de los padres del cooperativismo.
Fourier fue un mordaz crítico de la economía y el capitalismo de su época. Adversario de
la industrialización, de la civilización urbana, del liberalismo y de la familia basada en
el matrimonio y la monogamia. El carácter jovial con que Fourier hace algunas de
sus críticas hace de él uno de los grandes satíricos de todos los tiempos. Murió en París, el 10
de octubre de 1837.
En su proyecto de una sociedad socialista justa y feliz incorporó a la mujer como objeto de
reflexión dentro su proyecto utópico. Su tesis de que la situación de las mujeres era un indicador
del nivel de civilización de la sociedad fue literalmente asumida por el socialismo posterior.
A Fourier se le ha atribuido durante años el inicio de la utilización de la palabra "feminismo" sin embargo estudios posteriores
han demostrado que el concepto ya existía en el vocablo médico francés del siglo XIX. Asimismo usó en 1837 la
palabra féminisme; y seguidores de sus ideas establecieron comunidades intencionales como La Reunión en Texas, Estados
Unidos, y La Falange Norteamericana, en Nueva Jersey, Estados Unidos, a mediados del siglo XIX.
Charles Fourier, criticado en muchas ocasiones por una imaginación desbocada que le llevaba a diseñar hasta el último recodo
de sus construcciones ideales, fue sin embargo uno de los socialistas utópicos más influyentes en las corrientes socialistas
posteriores: desde el socialismo libertario y Proudhon, hasta el materialismo dialéctico de Marx y Engels (este último se quedó
maravillado con sus planteamientos, hasta el punto de considerarse a sí mismo fourierista).
En palabras de Engels, Fourier “pone al desnudo despiadadamente la miseria material y moral del mundo burgués, y la compara
con las promesas fascinadoras de los viejos ilustradores, con su imagen de una sociedad en la que sólo reinaría la razón, de
una civilización que haría felices a todos los hombres y de una ilimitada perfectibilidad humana”. Según Lichteim, es “el primer
autor de su tiempo que situó la crítica de la sociedad burguesa en el contexto de una doctrina materialista de la naturaleza
humana”. Para Fourier la civilización burguesa es el resultado de un apartamiento en lo fundamental de las verdaderas normas
de la vida social, es una perversión que hunde sus raíces en la ignorancia de las necesidades permanentes de la naturaleza
humana. Estas necesidades se concretan en los instintos y las pasiones; sólo haciendo un uso adecuado de ellas puede el
hombre hacer un uso adecuado de ellas. La civilización burguesa, por el contrario, se ha dedicado a reprimirlas generando así
una fuente constante de infelicidad y tensión social. Así, indica en su obra La doctrina social (El Falansterio):
“Mi teoría se limita a utilizar las pasiones reprobadas tal y como las crea la naturaleza y sin cambiarlas nada”
Fourier expresa la necesidad de una emancipación histórica de los oprimidos para liberarse de la civilización burguesa.
Curiosamente, identifica el grado de emancipación femenina con la medida natural de la emancipación general, convirtiéndose
en uno de los mayores feministas de la historia occidental y defensor absoluto de la igualdad entre sexos. Engels considera
magistral su crítica a la forma burguesa de las relaciones entre sexos y de la posición de la mujer. Sin embargo, destaca por
encima de esto su modo de concebir la historia de la sociedad. Fourier divide la historia anterior de la humanidad en cuatro
fases de desarrollo: el salvajismo, el patriarcado, la barbarie y la civilización. Esta última corresponde a la sociedad burguesa,
“que se mueve en un círculo vicioso, en un ciclo de contradicciones, que se están reproduciendo constantemente sin acertar a
superarlas”. En su concepción de la historia manifiesta una visión dialéctica en la que toda fase histórica tiene una vertiente
ascendente y una vertiente descendente e introduce la idea de una futura etapa armónica de la humanidad. No es de extrañar
que Marx y Engels viesen en él un adelanto de su división de la trayectoria del desarrollo humano que culminará con la
Revolución Proletaria y la instauración del comunismo.
En cuanto a la forma de organización de su sociedad ideal, Fourier describe escrupulosamente hasta los últimos detalles de sus
falansterios o falanges comunales: se trata de asociaciones o instituciones colectivas en el que los medios de producción, los
trabajos y los alojamientos serían comunes. Incide en la voluntariedad del trabajo e incluso plantea la rotación de las
ocupaciones para evitar lo aburrido de la especialización. En los falansterios, “todo el mundo tendría la oportunidad de encontrar
un trabajo que fuera a la vez lucrativo y apropiado para la expresión creadora de su personalidad”. Estas construcciones ideales
“fueron la base de Brook Farm y otros experimentos comunitarios rurales en los Estados Unidos”.
El entramado teórico de Fourier se basa en su postulado de que todas las necesidades y los deseos humanos son compatibles
entre sí, siendo posible “una sociedad exenta de conflictos, siempre y cuando tenga el marco institucional adecuado e impida las
represiones sexuales o sociales innecesarias”. Algunas de las tesis de la doctrina fourierista son acogidas por varias de las
doctrinas presentes en la Comuna de París, sobre todo por el colectivismo federalista.

El Falansterio
Se fundaban en la idea de que cada individuo trabajaría de acuerdo con sus pasiones y no existiría un concepto abstracto y
artificial de propiedad, privada o común.
Los falansterios son comunidades rurales autosuficientes, que serían la base de la transformación social. Los falansterios se
crearían por acción voluntaria de sus miembros y nunca deberían estar compuestos por más de 1.600 personas, que vivirían
juntas en un edificio con todos los servicios colectivos. Todas las personas serían libres de elegir su trabajo, y lo podrían
cambiar cuando quisieran.
Charles Fourier, más que ningún otro socialista utópico, trató de resolver todos los problemas de la sociedad mediante la
construcción de un elaborado sistema de organización social, en el que toda persona, actividad o cosa ocupaba por anticipado
un lugar bien determinado. Fourier partía de la creencia de que el ser humano es intrínsecamente bueno, porque es depositario
de una armonía natural que refleja la armonía del universo.
El problema estaba en la sociedad existente, que impedía el desarrollo completamente libre de las cualidades del ser humano.
Para resolverlo planteó la construcción de una rígida comunidad liberadora: el falansterio. El falansterio era la unidad social
mínima, reunía a unas 1.000 personas, disponía de tierras para agricultura y para diversas actividades económicas, para
viviendas y para una gran casa común. Todo estaba reglado, todo debía seguir un orden muy particular, incluso el amor y el
sexo. Todo estaba pensado para una vida cómoda y con el mayor placer. Las personas trabajarían en función de su capacidad y
recibirían en función de sus necesidades; así pues, una persona joven trabajaría más que una persona anciana y ésta recibiría
más porque tiene un mayor número de necesidades que la persona joven.

Otras figuras destacadas del socialismo utópico fueron el mencionado Blanqui, que formuló una teoría sobre la dictadura del
proletarido, y Louis Blanc, partidario de la acción del Estado como forma de mitigar las desigualdades. A raíz de la Revolución
de 1848 en Francia, siendo ministro de Trabajo de la IIª República, creó los Talleres Nacionales en un intento de amortiguar el
desorbitado paro obrero provocado por la crisis económica
II. INGLATERRA
Robert Owen

Robert Owen, nació el 14 de mayo de 1771 fue un empresario y un socialista


utópico británico, que llevó a la práctica sus ideas reformistas primero en su fábrica de New
Lanark (Escocia) y luego en las «colonias» de New Harmony, que fundó en 1825 en Estados
Unidos, y de Harmony Hall, fundada en 1840 en Gran Bretaña. A su vuelta de América en
1828, se convirtió en el gran impulsor y líder del movimiento obrero británico.
Su reformismo y su oposición a la idea de la lucha de clases marcó la historia del socialismo
inglés, como recordó Sidney Webb en el Congreso del Partido Laborista de 1923: «Debemos
recordar que el fundador del socialismo inglés no fue Karl Marx sino Robert Owen, y que
Robert Owen no predicaba la lucha de clases, sino la doctrina de la fraternidad humana».
Por otro lado Owen está considerado como el padre del cooperativismo. Murió el 17 de noviembre de 1858.

En la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra ya estaban firmemente asentados los cimientos de la industria y el socialismo
moderno. Mientras en la Europa continental la clase trabajadora no apareció como fuerza importante e independiente hasta las
revoluciones de 1848, en esa fecha el proletariado inglés ya había creado su propio partido de masa y sus organizaciones
sindicales y había experimentado empresas en régimen de cooperativa. Este estadio superior de desarrollo del capitalismo
genera a su vez unas condiciones de vida más extremas e inhumanas del proletariado inglés.
Sobre estas condiciones materiales, inicia Robert Owen, uno de los industriales más capacitados de su época, una serie de
proyectos reformistas, enmarcados en lo que Engels denomina comunismo oweniano, siendo su principal característica a los
socialistas utópicos franceses el carácter práctico de toda su actividad.
El eje fundamental de la doctrina de Owen se basa en su insistencia en la cooperación frente a la competencia para alcanzar el
desarrollo humano. Como indica MacKenzie, prácticamente sólo Owen insistía a principios del siglo XIX en que un nivel
decoroso de cultura, de salario, y de condiciones de trabajo era esencial para el adecuado desarrollo de la personalidad
humana” y dirigió toda su actividad práctica a alcanzar estos fines. De la misma manera, consideraba que la mejor forma de
sacar partido a la enorme potencia productiva de la industria era que “los hombres cooperasen por el bien común, eliminasen la
propiedad y el beneficio privado, y montasen comunidades industriales y agrícolas autónomas”.
Para Owen, el hombre depende de su entorno natural y social. El hombre es bueno por naturaleza pero las circunstancias no le
dejan serlo. Quiere mejorar el entorno del hombre para que éste sea bueno, para que emerja su bondad. El hombre bueno
trabajará mejor voluntariamente. Estas ideas las aplica en sus fábricas mejorando los salarios, reduciendo las jornadas de
trabajo a 10 horas, facilitando viviendas dignas para sus empleados, ofreciendo formación a los hijos de los trabajadores, etc.
Se muestra a favor de leyes que regulen los horarios y que prohíban el trabajo infantil. Robert Owen defendía la posibilidad de
desarrollar un sistema económico alternativo basado en la cooperativa. Desde su perspectiva los obreros debían unirse para
crear una nueva realidad europea basada en cooperativas que fuesen más rentables que las industrias: Cooperativas de
producción y cooperativas de distribución. Estos planteamientos fueron los frutos iniciales, y en 1832 ya existían unas 500
cooperativas que englobaban a 20.000 trabajadores. A pesar de ese gran fracaso esa experiencia sindical demostraba que se
podían plantear alternativas al sistema capitalista (como cooperativas de producción). Owen atacará instituciones como la
familia, la religión, la herencia, etc., porque pensaba que limitaban la libertad del ser humano. Confía en que la solución vendrá
de la propia sociedad. Numerosas Cooperativas de consumo británicas surgieron influidas por sus ideas.
Son varios los experimentos que inició para poner en práctica su teoría: El primero de ellos es la fábrica de hilados New Lanark
(1800-1829), la gran colonia que Owen dirigió en Escocia y que resultó ser “una colonia modelo, en la que no se conocía la
embriaguez, la policía, los jueces de paz, los procesos, los asilos para pobres, ni la beneficencia pública”. Pero, indica Engels,
“Owen no estaba satisfecho con lo conseguido. La existencia distaba mucho de ser, a sus ojos, una existencia digna de un ser
humano”. A pesar de haber establecido, entre otras muchas cosas, jornadas reducidas de trabajo para los obreros y una
educación gratuita para sus hijos, siguió viendo en esa forma de producción una forma de esclavitud. Así llegó a otra conclusión:
si las máquinas eran una nueva fuente de riqueza y ellas habían sido producidas por la clase obrera, a ella debían pertenecer
también, por tanto, sus frutos”. De esta forma, introduce la crítica a la propiedad privada y la defensa de la propiedad colectiva
de los medios de producción.
Es así como en 1823 radicaliza sus planteamientos para pasar a proponer “un sistema de colonias comunistas para combatir la
miseria reinante en Irlanda”. Este acercamiento al comunismo le costó ser proscrito de toda la sociedad oficial y la pérdida de su
posición social.
Engels ensalza con admiración la figura de Owen, a la que asocia “todos los progresos reales registrados en Inglaterra en
interés de la clase trabajadora” y lo nombra como el primer promotor de las cooperativas de consumo y de producción y los
bazares obreros. Estos bazares eran un adelanto de lo que después denominaría Proudhon los bancos de trueque.
Como todos los socialistas utópicos, Owen ejerce una importante influencia en el socialismo moderno, y dentro de la Comuna de
París entre el colectivismo federalista, con la diferencia de que sus prácticas suponen un primer experimento de un modelo
alternativo de producción.
El 20 de junio de 1820 moría en Buenos Aires Manuel Belgrano en la pobreza extrema, asolado por
la guerra civil. Fue uno de los más notables economistas argentinos, precursor del periodismo
nacional, impulsor de la educación popular, la industria nacional y la justicia social.

Manuel Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. El joven Belgrano estudió en el
Colegio de San Carlos y luego en las Universidades de Salamanca y Valladolid (España). En 1793
Belgrano se recibió de abogado y ese mismo año, ya en Buenos Aires, fué designado a los 23 años
como primer secretario del Consulado. Desde allí se propuso fomentar la educación y capacitar a la
gente para que aprendiera oficios y pudiera aplicarlos en beneficio del país. Creó escuelas de
Dibujo, de Matemáticas y Náutica. En 1806 durante las invasiones inglesas, se incorporó a las
milicias criollas para defender la ciudad. A partir de entonces, compartirá su pasión por la política y
la economía con una carrera militar que no lo entusiasmaba demasiado. Pensaba que podía ser más
útil aplicando sus amplios conocimientos económicos y políticos. Cumplió un rol protagónico en la
Revolución de Mayo y fue nombrado vocal.

Se le encomendó la expedición al Paraguay. En su transcurso creó la bandera el 27 de febrero de


1812. En el Norte encabezó el heroico éxodo del pueblo jujeño y logró las grandes victorias de
Tucumán (24-9-1812) y Salta (20-2-1813). Luego vendrán las derrotas de Vilcapugio (1-10-1813) y
Ayohuma (14-11-1813) y su retiro del Ejército del Norte.

A fines de 1811, aumentaron los ataques españoles contra las costas del Paraná ordenadas por el
gobernador español de Montevideo, Pascual Vigodet. Frente a esto el Triunvirato encargó el 24 de
enero de 1812 a Manuel Belgrano partir hacia Rosario con un cuerpo de ejército.

¿Por qué celeste y blanca?

Hay muchas teorías sobre las fuentes de inspiración para la creación de la escarapela de la que
derivan los colores de la bandera. Mirándolo con atención, todas las teorías tienen una relación entre
sí. Los colores del cielo fueron tomados para representar el manto de la Inmaculada Concepción.
Estos colores, a su vez fueron elegidos por la dinastía de los Borbones para la condecoración más
importante que otorgaban: la Orden de Carlos III, celeste, blanca y celeste, y de allí surgió el color
del penacho de los patricios y, seguramente, la escarapela.

Fue vocal de la Primera Junta de Gobierno, encabezó la expedición al Paraguay, durante la cual
creó la bandera, el 27 de febrero de 1812.

El general Belgrano logró controlar las agresiones españolas e instalar una batería (una especie de
fuerte militar) en las barrancas del Paraná, a la que llamó Libertad. A Belgrano le pareció absurdo
que sus soldados siguieran usando distintivos españoles por lo que solicitó y obtuvo permiso para
que sus soldados usaran una escarapela. Por decreto del 18 de febrero de 1812, el Triunvirato
creaba, según el diseño propuesto por Belgrano, una "escarapela nacional de las Provincias Unidas
del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que
antiguamente se distinguían".

Como premio por los triunfos de Tucumán y Salta, la Asamblea del Año XIII le otorgó a Belgrano
40.000 pesos oro. Don Manuel lo destinará a la construcción de cuatro escuelas públicas ubicadas
en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero. Belgrano redactó además un moderno reglamento
para estas escuelas que decía, por ejemplo, en su artículo primero que el maestro de escuela debe
ser bien remunerado por ser su tarea de las más importantes de las que se puedan ejercer. Pero
lamentablemente, el dinero donado por Belgrano fue destinado por el Triunvirato y los gobiernos
sucesivos a otras cosas y las escuelas nunca se construyeron.
En 1816 participará activamente en el Congreso de Tucumán.

El 23 de agosto de 1812, como General en Jefe del Ejército del Norte, comandó el abandono de la
ciudad de Jujuy con un objetivo estratégico ante el avance de las fuerzas realistas del general
Goyeneche.

Belgrano emitió un bando disponiendo la retirada general ante el avance de los enemigos. La orden
de Belgrano era contundente: había que dejarle a los godos la tierra arrasada: ni casas, ni alimentos,
ni animales de transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles.

El 20 de febrero de 1813 tuvo lugar la Batalla de Salta, donde se enfrentaron las fuerzas patriotas
del Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano, y las realistas, conducidas por el
general Pío Tristán.

En el Norte encabezó el heroico éxodo del pueblo jujeño y logró las grandes victorias de Tucumán,
Salta y Las Piedras. Luego vendrían las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma y su retiro del ejército del
Norte. En 1816 participó activamente en el Congreso de Tucumán.

Sus incansables preocupaciones abarcaron desde la enseñanza estatal gratuita y obligatoria, hasta
la reforma agraria. Infatigable ante los obstáculos encontrados a su paso diría: “Mi ánimo se abatió,
y conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses
particulares posponían el bien común. Sin embargo, (…) me propuse echar las semillas que algún
día fuesen capaces de dar frutos”.

Belgrano murió en la pobreza total el 20 de junio de 1820 en una Buenos Aires asolada por la guerra
civil que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos. Sólo un diario, El Despertador
Teofilantrópico se ocupó de la muerte de Belgrano. Para los demás no fue noticia.

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