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Sanando las enfermedades espirituales

3. PATOLOGÍA DEL HOMBRE CAÍDO

1. Patología del conocimiento


2. Patología del deseo y del gozo
3. Patología de la agresividad
4. Patología de la libertad
5. Patología de la memoria
6. Patología de la imaginación
7. Patología de los sentidos y de las funciones corporales

4. Patología de la libertad

• El hombre ha sido creado libre, es decir, disponiendo de una voluntad independiente,


que tiene el poder de determinarse por sí misma sin estar sometida a ninguna necesidad

• (cf. Gregorio de Nisa, La creación del hombre, XVI; Discurso catequético, 5; 30;
Basilio de Cesarea, Homilía: Que Dios no es autor del mal; Juan Damasceno,
Exposición exacta de la fe ortodoxa, II, 12; 25; Máximo el Confesor, Disputa con
Pirro, 324D).

• La libertad (eleuthería ) es una de las propiedades de la naturaleza divina y, al crear al


hombre a su imagen, Dios puso esta propiedad en él

• (cf. Cirilo de Alejandría, Glafira sobre el Génesis, 24C; Juan Damasceno,


Exposición exacta de la fe ortodoxa, III, 14).

• Cuando confirió la libertad a la naturaleza humana, Dios quiso hacerla participar de


su propia perfección

• (cf. Máximo el Confesor, Disputa con Pirro, 304C; Gregorio de Nisa, La


creación del hombre, XVI, 184B).

• Al crear libre al hombre, Dios quiso que el bien adquirido por el hombre, que se uniría a él
por la realización de la semejanza, fuera verdaderamente suyo.

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• Dios “ha honrado al hombre al conferirle la libertad, a fin de que el bien pertenezca
propiamente al que lo eligiera, no menos que a aquel que puso las primicias del bien
en la naturaleza” (san Gregorio de Nacianzo, Discursos, XLV, 632C).

• A la objeción común de que Dios no hubiera debido crear libres a los hombres a fin
de que no pudieran caer en el mal, san Ireneo de Lyon responde:

• “En tal hipótesis (…), la comunión con Dios sería sin valor, y no habría nada
deseable en el bien que sería adquirido por él sin movimiento, ni cuidado, ni
aplicación de su parte y hubiera surgido automáticamente y sin
esfuerzo” (Contra las herejías, IV, 37, 6).

• San Macario por su parte subraya:

• “Si no le atribuyes una naturaleza dotada de libertad, vuelves al hombre muy


indigno de alabanza. En efecto, el que es por naturaleza bueno y excelente no
es digno de alabanza (…) En efecto, no es digno de alabanza el bien que no
procede de una elección libre” (Macario de Egipto, Homilías, colección II,
XXVII, 21).

• El hombre no hubiera podido verdaderamente volverse Dios si le hubiera


faltado una de las características esenciales de la naturaleza divina: la
libertad,

• y por otra parte no hubiera sido realmente virtuoso si las virtudes


le hubieran sido en cierto modo impuestas, si no las hubiera
adquirido por la libre apertura de su voluntad de su querer a la
gracia santificante de Dios.

• En el estado normal de su creación, la libertad (eleuthería) consiste para el hombre en no


estar determinado sino por sí mismo, es decir, obrar según su naturaleza.

• San Máximo el Confesor que la libertad consiste para el hombre en hacer concordar
su disposición de querer personal o voluntad “gnómica” (thelema gnomikón) con su
voluntad natural (thelema physikón),

• la cual tiende hacia el Bien y al cumplimiento de la naturaleza en Dios que es


su principio y su fin (cf. san Máximo el Confesor, Opúsculos teológicos y
polémicos, 1, 12C-13A; 17C; Cartas, 2, 396C; Ambigua a Juan, 10, 116B;
Comentario al Padrenuestro, 880A; 905A).

• Dicho de otro modo, la libertad consiste para cada uno, en elegir


constantemente el Bien y optar siempre por Dios.

• Hemos mostrado que la naturaleza del hombre es tender hacia Dios a fin de volverse dios.

• Así pues, manteniendo todas sus facultades conforme a su naturaleza orientadas hacia
Dios, y realizando la semejanza con el Logos, el hombre puede ser verdaderamente él

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mismo, obrar en conformidad con su naturaleza, no estar determinado por nada
exterior o extraño a sí mismo.

• En las virtudes, hemos mostrado igualmente, reposa la naturaleza verdadera del


hombre, por ellas él cumple en sí la imagen de Dios, realizando la semejanza.

• Viviendo según las virtudes el hombre no solamente lleva una vida en la cual
es él mismo, obra según lo que es, es movido por su propia naturaleza sin ser
llevado por nada exterior o extraño que se imponga a él o actúe como parásito
en su querer, sino que también obra en conformidad con Dios mismo,
participa de su Voluntad soberana y de Su absoluta libertad.

• Deificado de este modo, el hombre unido a Dios por la virtud, es libre con la libertad
de Dios: es “la libertad de la gloria de los hijos de Dios” de la que habla san Pablo
(Rom 8, 21).

• San Gregorio de Nisa enseña también que estos tres principios se implican recíprocamente y
significan en el fondo la misma cosa:

• semejanza con Dios, vida en la virtud y conformidad con la naturaleza,

• donde reside para el hombre la libertad verdadera.

• “La libertad es la semejanza con el que no tiene dueño, con el soberano,


semejanza que nos ha sido dada por Dios en el origen. Ahora bien, como por
una parte, la libertad es la identidad con su propia naturaleza y la conformidad
con ella, como consecuencia, todo el que es libre se une con su semejante.
Pero, como, por otra parte, la virtud no tiene dueño, se desprende igualmente
que en ella reside la libertad porque la libertad tampoco lo tiene. Pero como la
naturaleza divina es la fuente de toda virtud, en Dios se unen los que se han
purificado del mal, a fin de que Dios sea todo en todos” (san Gregorio de
Nisa, Diálogo sobre el alma y la resurrección, 85).

• Entonces, al conformarse con los mandamientos divinos que le indican cómo crecer en virtud
y unirse más estrechamente a Dios, el hombre puede realizar su libertad en toda su
perfección.

• Por eso san Marcos el Monje llama a los mandamientos “mandamientos de libertad”,
“obra de libertad” o siguiendo a Santiago (St 2, 12) “ley de libertad”

• y san Agustín puede escribir: “No hay más que una libertad: la de los
bienaventurados y la de los que adhieren a la ley divina”.

• Esto se corresponde con la enseñanza de Jesucristo: “Si permanecen en mi


palabra (…) conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn. 8, 31)”

• [Marcos el Monje, Sobre el bautismo, 5-7, 8; Agustín de Hipona,


Sobre el libre albedrío, I, 15].

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• “La libertad es la voluntad de un alma razonable dispuesta a moverse hacia su objeto”
dice san Diádoco de Fótice, en Cien capítulos gnósticos, 5.

• Esta libertad era la de Adán en el Paraíso.

• En estado de inocencia, se le podía aplicar a Adán lo que dijo el profeta Isaías:


“Antes de conocerlo, el niño rechazará el mal y elegirá el bien, porque antes
que el niño sepa lo que está bien y lo que está mal, rechazará el mal para
elegir el bien” (Is 7, 15-16).

• Adán había sido creado por Dios en proceso de deificación y tendiendo, pues,
hacia el bien de forma espontánea.

• Tenía la posibilidad “de abandonar el bien e ir al mal, separándose de Dios


por una opción deliberada”, (san Juan Damasceno, Exposición exacta de la
fe ortodoxa, II, 22);

• “era capaz de ceder al asalto de Satán o de no hacerlo porque


tenía la facultad para ello” (Marcos el Monje, Sobre el bautismo,
22. Cf. Ireneo de Lyon, Contra las herejías, IV, 37, 2; Macario de
Egipto, Homilías, colección II, XV 25; 36; 40; XXVII, 10; 11).

• “Sabiendo que la voluntad del hombre podía inclinarse en ambos sentidos, Él


se adelantó imponiéndole una ley, fortificó la gracia que le había dado” (san
Atanasio, Sobre la encarnación del Verbo, III).

• El hombre, sin embargo, estaba constantemente tentado por el diablo para que usara de su
libertad de una manera distinta a la que Dios le había indicado.

• “Era necesario que el hombre fuera ante todo probado”, escribe san Juan
Damasceno, Exposición exacta de la fe ortodoxa, II, 30.

• “Ni probado, ni tentado, el hombre no es digno en ningún aspecto. Llevado a la


perfección por la tentación, guardando el mandamiento, hubiera conocido la
incorruptibilidad como precio de su virtud” (san Juan Damasceno, Exposición
exacta de la fe ortodoxa, II, 30).

• En la tentación la libertad se revela verdaderamente como tal, porque, por una parte
se revelan sus otras posibilidades, y por otra, la voluntad es probada y muestra cuál es
la medida de su adhesión a Dios por la fuerza del rechazo que ella opone a todo lo
que busca alejarla de Él.

• El hombre, a pesar de todos los bienes que Dios le ofrecía, cedió a la tentación diabólica.
Utilizó su libre albedrío para apartarse de Él, para tomar parte del mal que le sugería el
Maligno, y para introducirlo en él y en la creación.

• Todos los Padres de la Iglesia insisten en el hecho de que el mal que hay tanto en el
hombre como en el mundo es producto del uso perverso de la libertad del ser humano,

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de una voluntad personal o en la terminología de san Máximo el Confesor voluntad
“gnómica”.

• “No existe mal fuera de una elección” afirma san Gregorio de Nisa, “la libre
elección le da su consistencia (al mal)”;

• el uso equivocado de nuestro libre arbitrio “ha engendrado los impulsos


hacia el mal”, afirma además;

• “la responsabilidad de los males recae pues sobre nuestra imprudencia


que ha elegido lo peor en vez de lo mejor” (san Gregorio de Nisa,
Tratado de la virginidad, XII, 2; Discurso catequético, 5 y 7; Homilía
sobre el Eclesiástico, VIII, 3. Cf. Basilio de Cesarea, Homilía: Dios no es
el creador del mal ).

• San Antonio constata lo mismo a propósito de los males que afectan al


hombre caído: “Todo lo que estaba fuera de nuestra naturaleza venía de
nuestro libre arbitrio” (san Antonio el Grande, Cartas, 5 bis).

• San Máximo el Confesor muestra que el hombre, por el pecado, disocia y desacuerda su libre
arbitrio, su “voluntad gnómica” de su voluntad natural que,

• por lo mismo se aparta de su naturaleza, con todas las facultades de su ser se desvía
de una vida conforme a su naturaleza para llevar una vida contra la naturaleza, se
aparta del Bien para entrar en todas las formas del mal y se destruye a sí mismo.

• Cuando en su estado primitivo Adán no quería conocer nada más que a Dios y no vivir sino
para asemejársele, su libre albedrío, lo hemos visto, concordaba con su voluntad natural y no
se desviaba de la norma o logos de su naturaleza, se orientaba espontáneamente hacia el
Bien.

• Al adquirir por su pecado el conocimiento del bien y del mal, el ejercicio de


su libre arbitrio deja de ser simple, se despliega en deliberaciones inciertas y
se pierde en la dualidad confusa del bien y del mal. Obnubilado por las
pasiones, engañado por su imaginación, el hombre ya no conoce el bien
inmediatamente, confundiendo el bien y el mal, tomando a menudo el mal
por bien y el bien por mal, está sometido en sus elecciones al riesgo constante
de equivocarse.

• Por el uso perverso de su libertad, el hombre se vuelve esclavo del pecado (cf. Jn 8, 34; 2 Pe
2, 19; Ro 6, 20; Is 61, 1; Ro 6, 17; 8, 21; Gál 5, 1),

• cautivo de los deseos y los placeres sensibles hacia los cuales se volvió. (Tt 3,3;
Rom 6, 19), sujeto a las falsas divinidades que él se hizo de las criaturas (Gál 4, 3.
8-9).

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• Los Padres no dejan de mostrar cómo el hombre caído, incluso cuando cree ser
libre o liberarse, se hace esclavo.

• “El fin de esta libertad intempestiva es una dura esclavitud”, señala


san Isaac el Sirio (Isaac de Nínive, Discursos ascéticos, 42).

• El hombre caído vive, de hecho, atado a la carne y dominado por


su ley, sujeto a los sentidos, sufre la tiranía de los deseos, está
sujeto a la búsqueda del placer y al miedo al sufrimiento, es
servidor de sus vicios, en resumen, es esclavo de sus pasiones.
Éstas ejercen sobre él una verdadera tiranía que cautivan su alma.

• Movido por estas tendencias extrañas a su naturaleza original y


esencial, el hombre está alienado.

• Hablando con propiedad, ya no es él quien obra, sino la ley del pecado que habita
en él (Rm 7, 17. 20. 23).

• Esclavo de sus pasiones, el hombre también lo es del diablo y de los demonios. No solamente
está influenciado, sino incluso dominado y aplastado por la tiranía del Maligno (cf. san
Simeón el Nuevo Teólogo, Catequesis, V, 409-413).

• San Isaac destaca que “aquel que no somete a Dios su propia voluntad, se somete
a su adversario” (Isaac de Nínive, Discursos ascéticos, 42).

• San Macario describe así esta doble esclavitud que sufre el hombre de parte de las
pasiones y de los poderes del mal:

• “Después de la caída y la expulsión del paraíso terrestre, el hombre


está encadenado por una doble serie de lazos. Unos vienen de la vida
misma, de los asuntos que están implícitos en ella, del amor por todas
las cosas visibles. En su interior, el alma está envuelta, circundada,
encarcelada por los espíritus maléficos que la mantienen en las
tinieblas” (san Macario de Egipto, Homilías, colección II, XXI, 2).

• Hay evidentemente una relación directa entre estas dos series de lazos: porque el
hombre vive en el mal los poderes demoníacos tienen sobre él tal poder; por sus
pasiones él se abre a ellos y los hace vivir en él.

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7. Patología de los sentidos y de las funciones corporales

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