Вы находитесь на странице: 1из 177

Anthony Alongi y Mary J.

Davidson Jennifer
Scales I

~1 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

ANTHONY ALONGI
Y

MARY JANICE DAVIDSON

JENNIFER
SCALES Y EL
FUEGO
ANCESTRAL
JENNIFER SCALES 1

~2 ~
Para las hijas:

Gabriela Alongi, Christina Alongi y Erika Growette,

cuya ayuda fue invaluable


Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Índice
ARGUMENTO.....................................................................5
Prólogo..............................................................................
Prólogo..............................................................................6
6
Capítulo 1.........................................................................
1.........................................................................7
7
Capítulo 2.......................................................................
2.......................................................................19
19
Capítulo 3.......................................................................
3.......................................................................28
28
Capítulo 4.......................................................................
4.......................................................................37
37
Capítulo 5.......................................................................
5.......................................................................48
48
Capítulo 6.......................................................................
6.......................................................................61
61
Capítulo 7.......................................................................
7.......................................................................76
76
Capítulo 8.......................................................................
8.......................................................................86
86
Capítulo 9.......................................................................
9.......................................................................99
99
Capítulo 10...................................................................
10...................................................................110
110
Capítulo 11...................................................................
11...................................................................119
119
Capítulo 12...................................................................
12...................................................................125
125
Capítulo 13...................................................................
13...................................................................134
134
Capítulo 14...................................................................
14...................................................................142
142
Capítulo 15...................................................................
15...................................................................153
153
Capítulo 16....................................................................
16....................................................................161
161

~4 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

ARGUMENTO

Jennifer Scales ha ido a clase de educación sexual.


Sabe que crecer significa cambiar. Pero no estaba
preparada para las escamas azules y las garras, ya
que nadie le había contado que provenía de un linaje
secreto de hombres dragón. Pronto lo averigua, junto
con cómo ocultar su identidad a sus mejores amigos,
y su mayor desafío será protegerse a sí misma del los
enemigos ancestrales de su familia, quienes quieren
ver a los pocos dragones vivos destruidos.
Con sólo con la guía de su abuelo a través de su
transición, Jennifer debe prepararse para la feroz
batalla que aún está por venir.
Demasiado para alguien de su edad, pero Jennifer
Scales tiene un destino que no puede negar.

~5 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Prólogo

La Ruina de Eveningstar

En el día en que Jennifer Scales cumplió cinco años, su familia se vio forzada a mudarse.
Fue la mañana en que su tranquila ciudad a orillas de río; Eveningstar, Minnesota murió de
una muerte horrible.
Jennifer recordaba sólo la luz tenue del alba contra su ventana, a su madre despertándola,
y vaqueros y una sudadera encontrando su camino a través de su cansado cuerpo mientras la
cabeza se le caía contra el pecho.
Si pensaba más duramente, podía recordar caminar a través de los frescos y marrones
bosques de detrás de su casa hasta que alcanzaron el río Mississippi, entrando en un plano y
resbaladizo bote que se hundió un poco con su peso, y temblando en los firmes brazos de su
madre mientras la voz de su padre la tranquilizaba calmadamente.
Y si relajaba su mente, cosa que no sería capaz de hacer hasta que fuera algo mayor, podía
recordar estar de pie en un risco más allá del otro lado del río, viendo desde una distancia
segura como su ciudad natal se quemaba bajo la luna creciente. Escuchó el rugido de bestias...
¿dinosaurios?... los aullidos de lobos y el chillido de cosas desconocidas.
La mañana del 18 de septiembre, esas cosas habían arrasado Eveningstar. Nadie de más
allá de sus fronteras trató alguna vez de apagar los incendios, o sepultar a aquellos que
murieron allí, o siquiera informar del incidente.
Nadie fue allí. Nadie lo recordaba. Eveningstar, Minnesota, fundada por inmigrantes
escandinavos e incorporado al país más de cien años atrás, reducido a cenizas y eliminado de
la existencia.

~6 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 1
La pirueta

Las Halcones de Winoka estaban al borde de su tercer Campeonato de Fútbol


consecutivo de la Liga Comunitaria Juvenil. En la prórroga, el marcador estaba
empatado 1-1 con las Estrellas Fugaces de Northwater. Jennifer Scales, capitana de
las Halcones, regateó la pelota a través del medio campo. Cuatro de sus compañeras
cargaron hacia delante con ella, sólo tres exhaustas defensoras seguían el ritmo.
Jennifer, quien había cumplido catorce años el día anterior, quería una victoria
como regalo de cumpleaños. Cuando una de las defensoras de Northwater se
acercaba, ella dio una patada a la pelota bruscamente a la izquierda, en lo que podría
haber sido campo abierto. La pelota paso rozando la hierba y se acomodó
directamente en el empeine de su compañera de equipo Susan Elmsmith. Jennifer
sonrió abiertamente de placer ante el repentino cambio de paso y dirección de su
amiga. Había momentos en los que estaba segura de que podían leerse la mente la
una a la otra.
Susan avanzó hacia la portería enemiga apretando los dientes.
Jennifer se deslizó detrás de la defensa que la había desafiado y emparejó el paso
con la última defensa contraria, cuidando de no deslizarse fuera de lugar.
Desafortunadamente, había llovido la mayor parte del día anterior y, aunque el
cielo estaba despejado hoy, el suelo era traicionero. A más de veinte metros de su
meta, Susan patinó en el pasto y el lodo con un grito de rabia, logrando sólo empujar
la pelota un poco sobre la tierra y por encima del pie de la defensa. Ésta vino girando
hacia Jennifer y en una décima de segundo ella vio su tiro.
Se lanzó hacia adelante como una flecha y pateó la pelota recta con el pie. Luego
dio una voltereta en el aire, se retorció y mando la pelota navegando hacia la red con
una dura patada. Por un instante boca arriba, vio al portero pendiendo del cielo con
el suelo encima. Luego se retorció de nuevo, completando la vuelta en el aire y
aterrizando sobre sus pies mientras la pelota pasaba volando más allá de los dedos
estirados del portero.

~7 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Fin del partido. 2-1 a favor de las Halcones.


Se volvió hacia sus compañeras sonriendo abiertamente, anticipando las palmadas
y las felicitaciones. Pero todas las jugadoras del campo la miraban fijamente
sorprendidas, y con un poco de… ¿miedo?
—¿Cómo hiciste eso? —Los ojos de Susan, normalmente almendrados, estaban
muy abiertos por la sorpresa—. Te pusiste boca abajo… Fue tan rápido.
—Bueno, tenía que serlo —espetó Jennifer. La miraban con la boca abierta como si
se hubiese sacado una segunda cabeza del trasero y hubiese lanzado eso a la red—.
Rayos, cualquiera de vosotras hubiera podido hacerlo. Yo sólo fui la que estaba más
cerca de la pelota.
—No —dijo Terry Fox, otra compañera de equipo. Su voz sonaba extraña y débil
—. No, no hubiésemos podido.
Entonces el campo quedó abarrotado con los padres que venían de las gradas, y su
extasiado entrenador, quien levantó a Jennifer por los codos y la agitó como a una
maraca. Ella olvido las extrañas reacciones de sus amigas y celebró la victoria.
Durante todo el jaleo, no pensó en ver la reacción de su madre a su pirueta. Para
cuando la buscó entre la multitud, la mujer mayor estaba celebrando y aplaudiendo
como todos los demás.

*****

Winoka era una ciudad donde el otoño quería durar más, pero se encontraba a sí
misma excluida del legendario invierno de Minnesota. Como muchos suburbios,
tenía nuevos vecindarios de clase media construidos sobre viejas granjas y dentro de
pequeños bosques. La casa de los Scales, en el 9691 de Pine Street East, estaba en uno
de esos vecindarios ligeramente forestados, donde cada casa tenía un garaje para tres
coches, paredes de piedra cubiertas de hiedra, y una canasta de baloncesto móvil en
el borde de un césped esmeradamente cortado. Parecía increíblemente típico. Jennifer
nunca había podido entender porque eso la molestaba.
La noche del campeonato, sin embargo, no estaba pensando en la casa. Estaba
pensando en sus amigas. Quería que su madre pensara en ellas también.
—¡Se volvieron locas! ¡Actuaban como si me hubieran brotado alas!

~8 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

La doctora Elizabeth Georges-Scales era una mujer que no mostraba emociones


muy a menudo. Si su hija hubiese estado prestando mucha atención, tal vez habría
notado una leve tirantez en los bordes de sus solemnes ojos.
—Cuando después el entrenador nos llevó a tomar un helado, todas parecían
normales —continúo Jennifer—. Pero aún atrapé a Chris y Terry atravesándome con
la mirada cuando pensaban que no estaba mirando.
—Fue todo un salto —dijo Elizabeth suavemente.
—Veo a jugadores del equipo de E.U. hacerlo todo el tiempo.
—¿De verdad?
Jennifer bufó suavemente. Si la mujer mayor no la estuviese mirando
directamente, Jennifer podría haber jurado que no tenía la atención de su madre para
nada. ¡Típico! Una mirada vaga y ausente, asentimientos verbales sin sentido, y
ningún instinto maternal en absoluto.
¿De verdad me diste a luz, o sólo abriste un tubo de ensayo? No dijo esto en voz alta. La
emoción que obtendría por forzar una reacción por parte de su madre no valía el
castigo durante el fin de semana que recibiría.
Además, tenía que reconocerle el mérito a su madre por haber estado en el partido
de hoy... y en todos los demás partidos de fútbol que Jennifer había jugado. Y ésta
era una de sus conversaciones más largas en semanas.
Así que Jennifer pasó por alto la ofensa.
—Estaban raras, es todo lo que digo. El instituto acaba de empezar, ya estoy bajo
suficiente presión… ¡y ahora esto! —el timbre de la puerta las sacó bruscamente de la
conversación—. Voy yo. —Cogió el dinero de la mano de su madre y abrió la puerta.
El repartidor era alto, rubio y enjuto, y desafortunadamente plagado de suficiente
acné para cubrir a doce chicos de su talla.
—Q... que t... tengas una buena c... cena —tartamudeó él después de pasarle las
bolsas de comida. No dejaba de mirarla fijamente, así que ella finalmente le metió el
dinero en el bolsillo de la camisa y le cerró la puerta.
Probablemente fueran sus ojos. Algunas veces los chicos se los quedaban mirando
fijamente. Eran de un gris brillante... casi plateados... y parecían desprender luz
propia. Su padre tenía unos ojos similares y las mujeres adultas lo contemplaban
tanto como los chicos desgarbados la contemplaban a ella. La idea de que su padre
fuera un imán de nenas la asqueaba, pero su madre nunca parecía notarlo.

~9 ~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Dios mío! —dijo Jennifer, esparciendo el banquete entregado. Pollo al limón y


costillas de cerdo para ella, fideos lo mein 1 y bolitas de masa para su madre, arroz
blanco, alrededor de cien paquetitos de salsa de soja, y cantidades industriales de
galletas de la fortuna para ambas—. Que deliciosa comida, madre, ¿De dónde sacas
el tiempo?
—Muy graciosa. —Elizabeth sonrió burlonamente—. Sabes perfectamente que
ninguna de nosotras quiere que yo cocine.
Jennifer sonrió abiertamente, agradecida por la momentánea conexión.
—Cierto, cierto. Oye, algunas de las cosas que cocinas son realmente geniales. Por
ejemplo, tus huevos. Y tú, uh, sopa. Tu sopa es la mejor.
—Comunicaré a la Corporación Campbell 2 lo que has dicho —Elizabeth sonreía de
verdad ahora. Esto no ocurría frecuentemente, y Jennifer observó cuan joven se veía
su madre.
Usualmente prefería no notarlo. Una vez había oído sin querer a un grupo de
chicos de su clase de octavo que habían ido a su casa. La forma en que hablaban de
su madre había hecho a Jennifer sentirse incomoda, por decir poco.
La estatura parecía ser su atractivo. La altura hacía las piernas más largas,
inexplicablemente, al cabello rubio miel a la altura de los hombros más brillante,
hasta los pómulos más altos. De algún modo hacía que los ojos esmeralda parecieran
más agudos, y suavizaba las curvas pronunciadas de dar a luz a una hija. Y esa figura
alta se movía con una especie de gracia directa que no le recordaba a Jennifer tanto a
un médico como a una gimnasta.
Por comparación, Jennifer se sentía inadecuada. Mientras la estatura de su madre
la hacía hermosa, la de Jennifer la hacía sentir inadaptada. El único lugar donde se
sentía en casa era el campo de fútbol, donde todo el mundo estaba a metros de
distancia unos de otros y nadie tenía tiempo para comparar tu cuerpo con el de los
demás. En los pasillos abarrotados del Instituto Winoka, ante cada chico y chica que
conocía (y muchos que no conocía) su altura y sus ojos resaltaban, su fuerte risa

1
Lo mein es un plato chino basado en fideos de trigo fritos y mezclados durante poco tiempo. Este
a menudo contiene verduras y algún tipo de la carne o mariscos, por lo general carne de vaca, pollo,
cerdo o camarón. Lo mein son fideos suaves mientras su contraparte chow mein son fideos crujientes.
(N. de la T.).
2
La Compañía de Sopas Campbell, es un productor conocido americano de sopas enlatadas y
productos relacionados. Los productos Campbell son vendidos en 120 países alrededor del mundo.
Esta tiene sede en Camden, Nueva Jersey. (N. de la T.).

~10~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

destacaba, y las vetas plateadas que acababan de aparecer en su cabello rubio este
año definitivamente destacaban.
El cabello realmente la molestaba. Aunque su padre señalaba que el color
emergente combinaba con sus ojos, ella no podía soportar que su cabello hubiese
comenzado a volverse... gris viejecita... antes de haber cumplido siquiera catorce
años. Primero había intentado teñirlo, pero las vetas plateadas nunca parecían
aguantar el color. Luego considero las pelucas, pero se sintió ridícula la primera vez
que se probó una en la tienda... y por supuesto, sabía que una peluca nunca
funcionaria en el campo de fútbol. Actualmente, simplemente usaba sombreros
siempre que podía. Aunque siempre parecían escabullirse mechones de plata de los
bordes del sombrero.
A veces, cuando se miraba en el espejo, Jennifer pensaba que parecía una versión
mayor de su madre.
El aroma del pollo al limón alejó pensamientos incómodos, y empezó a comer.
—Tu padre viene a casa esta noche —manifestó Elizabeth entre mordiscos de lo
mein.
—¿De veras? —La mención de su padre irritó a Jennifer—. Parece pronto.
—Han pasado cinco días —señaló su madre.
—Como un mecanismo de relojería, supongo.
—Tal vez podrías mostrarle ese nuevo truco de fútbol.
Jennifer dejó que el tenedor cayera ruidosamente.
—Si hubiera querido verlo, habría venido al partido.
—Sabes que va cuando puede.
—Sé que va de viaje de negocios a alguna parte, una o dos veces al mes, y nunca sé
cuándo va a estar allí o no.
—Ese es su trabajo.
—Yo creía que ser mi padre también era su trabajo. Era el partido del campeonato.
—No tuvo elección.
—Claro que la tuvo. Cada vez que va a un nuevo viaje, tiene que mover sus
propios pies y subir a un avión.
Hubo una pausa.
—Eso no es así.

~11~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer apartó el pollo.


—Odio que pienses que no es para tanto.
Elizabeth apartó a un lado su propia comida.
—Jennifer, honestamente. Cuando está por aquí, todo lo que haces es decirle lo
irritante que es. Luego se va, y te quejas de que no está cerca.
—Siento no poder ser un robot racional y sin emociones como tú, mama. Jesús,
¿por qué no puedes ser tú la que se vaya cada par de semanas?
Jennifer vio inmediatamente por la reacción sorprendida de su madre que había
cruzado varias líneas demasiado rápido. No había querido que la conversación fuera
por ese camino. Había parecido tan agradable hacía sólo un minuto.
Antes de poder reunir voluntad para disculparse, su madre se había levantado de
la mesa y estaba tirando el resto de la cena en el plato del perro. Phoebe, una mezcla
entre collie y pastor con enormes orejas negras puntiagudas, vino corriendo desde la
sala ante el sonido de comida golpeando su plato. Y así sin más, Phoebe estaba en la
cocina y su madre no.

****

Para cuando Jonathan Scales llegó a casa esa noche, su hija se había sumergido en
sus bocetos al carboncillo. Pilas de blanquecinos borradores en blanco y negro de
ángeles, dragones y hadas ensuciaban el suelo de la habitación de Jennifer. Cuando él
abrió la puerta, empujó algunos a un lado.
—Eh, campeona. ¿Una tormenta de dibujos? ¿Qué tal el partido?
Jennifer fijó sus ojos en los de él.
—Para ser alguien que afirma ser mi padre, haces una increíble imitación de
alguien que no sabe nada de nadie más de por aquí.
Jonathan suspiró y cerró la puerta.

****

Más tarde esa noche, Jennifer y su madre estaban hablando sobre las sobras.
Ambas estaban sonriendo ésta vez, pero de repente Jennifer cambió. Pudo sentir su

~12~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

piel moviéndose, y su cara estirarse. Echando una mirada a sus manos, vio el dorso de
las mismas volverse azul, y las uñas crecer rápidamente y volverse más gruesas.
Cuando miro de nuevo hacia arriba, su madre la estaba mirando fijamente... no con
sorpresa o miedo, sino con tranquilo odio. Los rasgos de la mujer mayor eran oscuros
y horribles. Su enemigo mortal.
Con reflejos de relámpago, Jennifer se lanzó sobre la mesa de la cocina, abrió las
mandíbulas y le arrancó limpiamente la cabeza a su madre con un chasquido
sangriento.
Entonces se despertó.

****

—Así que tal vez podrías explicar por qué hiciste eso —dijo su padre. Estaban
todos en la cocina a la mañana siguiente. Sábado, tomando el desayuno. Un frío
viento otoñal soplaba a través de la ventana entreabierta sobre el fregadero.
Jennifer no había dicho una palabra en toda la mañana. Miraba fijamente a su
madre, que estaba sentada exactamente donde había estado durante la cena, en su
sueño. Elizabeth no se parecía a la visión de odio y peligro del sueño. En cambio,
estaba pálida, con su cabello hecho un torturado desastre.
Jennifer echó una mirada a sus manos.
Aún rosadas. Y las uñas aún eran cortas.
Intentó calmarse. Su pesadilla no significaba nada, aparte de algo de culpa.
Hablando de eso.
—¿Jennifer? —La irritación de su padre captó su atención.
—Lo siento —ofreció amablemente a su madre—. Me dejé llevar por mi mal genio
anoche.
No había rabia en los ojos de Elizabeth, sólo una especie de vacía tristeza que
tensó las arrugas de edad bajo sus cejas. Jennifer sintió un nudo apretado en el fondo
de su garganta. Se mordió la lengua nerviosamente.
—En serio, mamá… lo siento.
Los ojos de su madre no cambiaron.
—Deberías mostrarle a tu padre como ganaste el partido ayer.

~13~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer se asombró ante el cambio de tema pero se alegró bastante de ello. Si su


madre quería barrer eso bajo la alfombra, perfecto. Se encogió de hombros y empujó
su silla hacia atrás.
—Vamos afuera papá.
—Aguarda —por un momento Jennifer estuvo segura de que él no honraría el
dejemos-pasar-de-largo-la-discusión que su esposa acababa de ofrecer. Pero en vez
de eso frunció el ceño, señalando pensativamente al tazón de naranjas sobre la mesa
—. Lánzame un par de esas naranjas.
Jennifer escogió dos... estaba segura de que su padre no podía estar pensando lo
que ella creía que estaba pensando, ¿o sí?... y se las lanzó. Luego retrocedió a un
espacio vació cerca de la puerta del patio. La cocina era grande, pero nunca había
pensado en saltar y dar vueltas ahí dentro. Las baldosas se sentían de repente frías
bajo sus pies descalzos.
—¿Justo aquí?
—Sí. Tu blanco es la tele.
Con la puerta del patio a sus espaldas, giró la cabeza y miró a través del gran arco
hacia la sala. La pantalla negra del televisor de cuarenta pulgadas en el extremo más
alejado reflejaba su sorprendida expresión.
—Papá, esto es raro. ¿Por qué no solo…?
—Podemos hacerlo aquí mismo y olvidar las horribles cosas que le dijiste a tu
madre anoche. O podemos salir, que será la última vez que sientas los rayos del sol
en tu cara hasta la próxima primavera —dijo su padre en un tono perfectamente
agradable y singularmente aterrador.
—Vale —se aclaró la garganta y se puso en cuclillas un poco más sobre las puntas
de los pies—. Naranjas fuera.
Él se cambió una naranja a la mano izquierda y la lanzó suave y solapadamente
sobre la mesa; y un poco demasiado alto.
Jennifer cambió su peso al pie izquierdo, brincó un cuarto de paso atrás, y saltó. La
cocina se inclinó a su alrededor... había una vieja mancha de agua en la esquina del
techo... y se dio la vuelta a tiempo de golpear el pie contra la naranja, lanzándola a la
sala. Oyó un apagado ruido sordo y aterrizó firmemente sobre los pies de nuevo en
las baldosas.
La fruta se había empalado en la esquina superior izquierda del marco de caoba
de la televisión. Jugo y semillas chorreaban sobre la alfombra color cáscara de huevo.

~14~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Al poste —dijo el padre de Jennifer con una sonrisa—. Cerca, pero no en la
meta. Inténtalo de nuevo.
Esto era una tontería. Jennifer miró a su madre buscando ayuda. Nada por ahí.
—Bien. Sigue lanzándolas, tan rápido como quieras. Patearé todo el tazón de
naranjas de Florida contra el televisor si eso es lo que quieres.
—Sí, lo harás. Asegúrate de darles a todas.
Otra naranja surcó el aire. Jennifer vio como venía un poco más rápido que la
primera, y a su izquierda. Rápidamente se ajustó y se lanzó al aire otra vez.
En mitad del salto, vio para su molestia que su padre había lanzado otra naranja
después de la primera. Completó la patada y aterrizó, luego se lanzó dos pasos
adelante para encontrar este nuevo objetivo. Desde la sala, pudo oír el estruendo del
vidrio cuando el primer misil encontró su objetivo.
Sin distraerse, giró hacia arriba para el segundo y... vio una tercera naranja, la cual
su padre aparentemente había lanzado detrás de la segunda. Capullo, siseó para sí
misma, y resolvió lanzar la segunda naranja a otra pieza diferente de costoso equipo
de entretenimiento. El equipo estéreo estaría bien. Con un porrazo limpio su largo pie
lanzó el cohete cítrico navegando más alto que el último.
Aterrizó con suficiente tiempo para ajustarse al tercero, el cual era más bajo y
cercano a su posición original. Probándome, supuso, y por lo tanto se decidió por la
lámpara de la mesita a la izquierda del sofá en la sala.
Un momento después, estaba de vuelta sobre sus pies. La sala estaba hecha un
desastre... una lámpara destrozada, la pantalla numérica del amplificador del estéreo
rajada, y con un televisor que necesitaba desesperadamente un nuevo tubo catódico.
Un empalagoso olor a naranjas llenaba el aire.
Jennifer inspeccionó la devastación con satisfacción, y luego miró a sus padres.
Tenían unas caras de lo más extrañas.
—¿Qué? —preguntó un poco de mal humor—. Dijisteis que pateara las
condenadas naranjas, así que las pateé. Lamento haber golpeado las otras cosas, pero
¿a qué venía eso de lanzar tres naranjas una tras otra así?
—Tu padre tiró tres naranjas… —admitió su madre, en un tono muy lento y
mesurado.
Jennifer miró a su padre. Jonathan Scales no dijo una palabra. Casi nunca le había
visto así de asustado, no así, no desde que ella había perseguido un balón a la calle
poniéndose delante de un coche cuando tenía ocho años.

~15~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Su madre continuó.
—…pero no las tiró de una en una. Las lanzó todas al mismo tiempo.
Todos se miraron fijamente durante unos segundos. Cuando su padre finalmente
dijo algo, no era para nada lo que Jennifer esperaba.
—Viene más rápido de lo que pensábamos —susurró, más para sí mismo que para
los demás.

*****

Después de ser desterrada amable pero firmemente a su habitación, Jennifer no


pudo oír mucho de la conversación que seguía escaleras abajo. Pero eso no impidió
que lo intentara.
¿Viene más rápido? ¿Qué viene más rápido? ¿Las naranjas?
Oyó retazos y frases... cambio rápido... y... cuarto creciente aproximándose 3… pero
sus padres no eran lo bastante descuidados para hablar por encima de ásperos
susurros.
Después de unos minutos de esto, empezó a sentirse resentida. ¿Por qué estaban
hablando de ella sin que estuviera presente cuando sabían que estaba arriba? ¿No iba
esto de ella? ¿No era esta su vida?
Un golpe en su ventana la sobresaltó. Adivinó quién era antes de girarse a mirar;
sólo Susan era lo suficientemente audaz y ágil para trepar la resbaladiza enredada de
la pared exterior. Desde luego era el cabello negro en cascada de su mejor amiga,
brillantes ojos azules, y genuina sonrisa al otro lado del cristal. Jennifer cruzó su
habitación y levantó el panel inferior.
—¡Eh, Flipper! ¿Has rebotado alguna pelota con tu cola últimamente?
—Ja-ja. Me parto de risa. ¿Qué estás haciendo aquí? —Jennifer se sentía aliviada
de oír a su amiga gastando bromas sobre la patada que todo el mundo había
encontrado tan extraña ayer.
—Un grupo vamos a la granja de Terry hoy, a montar una fogata, asar algunas
manzanas y eso. ¿Vienes?

3
Fase lunar que tiene su orto (salida del astro en el horizonte) por el Este a las 12 del mediodía, su
cenit se produce a las 6 de la tarde y su ocaso a las 12 de la medianoche. La parte luminosa de la Luna
durante esta fase tiene la forma de un círculo partido justo a la mitad (semicírculo). (N. de la T.).

~16~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Los hombros de Jennifer se hundieron.


—No lo sé. A mamá y papá les está dando un ataque por mí, probablemente esté
atrapada aquí un rato. ¿Cuánto tiempo estaréis?
—Sólo un par de horas. Aunque tal vez vayamos después al cine. —Algunos rizos
castaños fueron alzados suavemente por la brisa que flotaba a través de la ventana
cuando Susan ladeó la cabeza—. Tus padres están mosqueados, ¿eh? ¿Por esa
pirueta?
—Supongo.
—¿Qué, piensan que tomas drogas?
—No lo creo —Jennifer se sentó en su cama—. Están susurrando cosas raras sobre
algo que se acerca.
Su amiga se rió tontamente.
—¿La pubertad?
—¡Ugh, madura! No, otra cosa. No tengo ni idea. Nunca los he visto así.
Normalmente, no parece interesarles lo que hago.
Susan estaba repentinamente pensativa.
—Um, ¿no estarás en realidad…? Quiero decir, ¿no te habrás metido nada durante
el…?
Jennifer la detuvo alzando una mano.
—No empieces conmigo. No estoy para nada de humor para esto.
—Tienes que admitirlo, nunca antes habías hecho algo parecido. Quiero decir, eres
la mejor jugadora del equipo y todo eso, pero… deberías haberte visto. Parecías
totalmente intoxicada.
—¿Y qué? ¿Estás diciendo que tomo drogas, y no me crees? —Pudo sentir su
propia cara enrojecer. Probablemente Susan tuviera razón... ¡de esto era de lo que sus
padres estaban farfullando! ¡Iban a castigarla! ¡Por tomar drogas! ¡Era tan injusto!
Su amiga se movió incómodamente sobre el enrejado.
—Por Dios, Jenny, que no te de un infarto. Sólo estoy diciendo que la gente no va a
saber lo que pasó. Van a pensar que es raro.
—Quieres decir que soy rara. Y no me llames Jenny.
—No dije que tú fueras rara. ¿Y desde cuando te importa que yo te llame Jenny?

~17~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Era “Jenny” cuando tenía seis años. Ahora estoy en secundaria y prefiero
“Jennifer”. ¿Y no tengo que ser rara? ¿No está todo el mundo diciendo que soy un
fenómeno, que tomo esteroides o lo que sea?
Susan bajó la mirada a la calle.
—Oye, Jen, tengo que irme. ¿Vienes o no?
—Sí, claro, justo después de que me meta mis píldoras y me pinche.
—Vale. Me largo de aquí —Sin siquiera mirar atrás, Susan se deslizó rápidamente
por el enrejado y desapareció.
Jennifer bullía de rabia mientras miraba fijamente por la ventana abierta durante
un momento, luego se levantó y la cerró de golpe. Cruzó la habitación, abrió la
puerta de un tirón, y gritó escaleras abajo a sus susurrantes padres.
—¡No tomo drogas!

~18~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 2
Mariposas gritando

Las siguientes fueron unas semanas miserables. Aunque sus padres la liberaron de
su habitación después de una hora ese mismo día, no dijeron mucho sobre naranjas,
o drogas, o lo que fuera que se estaba... acercando... ni de nada más. Su padre pareció
querer decir algo en varias ocasiones, pero en el último momento sólo suspiraba y
mascullaba algo sobre cómo siempre estaba disponible si ella necesitaba a alguien
que escuchara.
Por supuesto, se marchó a otro viaje durante cinco días.
Entretanto, Jennifer continuaba teniendo sueños perturbadores. En algunos, era un
dinosaurio que atacaba a sus padres. En otros, era un ángel ahogándose entre las
nubes. En otros más, era una pitón en la oscuridad, enroscada alrededor de la rama
de un árbol y esperando a caer sobre sus amigos.
Todo eso era demasiado inquietante para compartirlo. Así que simplemente
vagaba por la casa, esperando a que sus padres dijeran algo, y deseando que no lo
hicieran. Y mientras Susan y el resto del equipo de fútbol, aunque no eran
desagradables con ella, tampoco eran exactamente amigables. Arreglar relaciones
llevaba su tiempo.
Después de dos semanas tras el día de las naranjas, irrumpió valientemente a
través de las puertas delanteras del todavía aterrador instituto y casi tropezó con
Edward Blacktooh. Y sonrió por primera vez en lo que parecía un año.
Eddie, su vecino de la puerta de al lado, le recordaba a un gorrión. Tenía la piel
pálida y profundos tonos marrones en el cabello y los ojos, y su nariz se arqueaba
como un pico suave de ave. Una sonrisa ladeada y traviesa honró su cara cuando él y
Jennifer se reconocieron el uno al otro.
—¡Eddie! —gritó, deleitada—. ¡Has vuelto!

~19~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Jenny! —sonrió él. Sabía que ella odiaba ese apodo—. La estrella del fútbol que
controla la escuela. ¿No te han saltado a décimo curso aún?
—Difícilmente —se ruborizó—. ¿Qué tal Inglaterra?
Normalmente Eddie empezaba el curso con todos los demás, pero este año su
familia había insistido en llevarle a unas extrañas vacaciones de un mes de duración
en Inglaterra. Eddie le había dicho a Jennifer antes de salir que visitarían iglesias
antiguas, museos, fortalezas, y otros puntos horrorosamente aburridos que se
suponía eran de interés. Aparentemente, podía trazar a sus ancestros varios siglos
atrás hasta algún barón que vivía en un castillo no muy lejos de Gales.
—El castillo era bastante interesante. Todo lo demás fue tolerable. Pasamos un
buen rato... Mamá y papá incluso sonrieron una o dos veces. ¿Qué tal la batalla? —
Eddie siempre estaba hablando con metáforas militares: ¿Qué tal la batalla? ¿Quién
va ganando la guerra? ¡Qué asombrosa hazaña!
—La batalla va mal —masculló ella mientras él le cogía el paso—. Va bastante mal.
—Oh, no dejes que la gente como ella te hunda —Jennifer le miró. Camiseta
marrón y vaqueros azules. Mocasines marrones. Su cabello color barro le caía sobre
los ojos y él se lo echó hacia atrás con un movimiento rápido de la cabeza. Y por
primera vez, Jennifer notó una débil fragancia a aftershave. Edward Blacktooth era
confiable, estaba allí cuando le necesitabas, menos cuando no lo hacías. Era... Eddie.
—¿Gente como quién?
Él inhaló un poco y después habló rápidamente.
—No tengo nada contra Susan. Los tres hemos sido colegas desde primero. Pero
he oído lo de esa pirueta, y obviamente está celosa. Las dos habéis sido las dueñas
del campo de fútbol desde hace mucho. El año que viene, cuando ambas intentéis
entrar en el equipo titular, ella tendrá que empezar desde el principio otra vez... pero
quizás tú no. Ella lo ve y no le gusta.
Jennifer no respondió al momento. Eddie presionó.
—Es su problema, Jen. Tendrá que tratar con él ella misma.
Ella asintió con la cabeza e intentó sonreír. Cierto, Eddie podía ser un poco snob...
había sacado eso de sus padres, a quienes no les gustaba nadie... y Susan era más
profunda de lo que Eddie le concedía. Pero ahora mismo, a Jennifer no le importaba.
Sabía por qué él decía esas cosas.
—Gracias, Eddie.

~20~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—De nada. Te veo en el gimnasio —le dio un golpe casual en el hombro y dio un
giro rápido a la izquierda. Jennifer le observó marchar durante un largo rato,
después empezó a caminar hacia clase.

*****

—Chicos, este es Francis...


—Skip.
La señora Graf entrecerró los ojos hacia la copia amarilla.
—Francis Wilson.
—Por favor, sólo Skip —suspiró el chico nuevo. Jennifer luchó por contener una
risita. Los ojos de Skip Wilson eran verdes, o tal vez azules, muy separados de una
estrecha nariz y bajo un cabello color chocolate oscuro. Era más alto que la señora
Graf, a quien muchos estudiantes apodaban Señora Jirafa, y sus dedos eran
increíblemente largos extendidos a través de su libro de texto: Principios y
Aplicaciones del Cálculo. ¿En noveno curso?, pensó Jennifer para sí misma. Se había
sentido bastante lista por escoger Álgebra Avanzada este año.
—La familia de Skip se ha mudado aquí a Winoka desde fuera del estado,
¿verdad, Skip?
Él se encogió de hombros.
La señora Graf era una profesora veterana y supo rendirse en ese punto.
—Coge un asiento ahí mismo —dijo, señalando el pupitre vacío detrás de Jennifer.
El silencio en el aula era pronunciado. Jennifer sintió pena por el chico. Esto era,
después de todo, el instituto. Nadie iba a decir hola, o sonreír, o siquiera mirarle
realmente. Nadie lo haría jamás.
Excepto Bob Jarkmand. Cuando Skip pasaba entre él y Jennifer, Bob estiró su
enorme pierna.
La pesada y gruesa extremidad estaba directamente en el camino del chico nuevo.
Jennifer suspiró. Éste era uno de esos momentos en los que ser una chica era
definitivamente mejor que la alternativa. Cuando Skip intentara pasar por encima,
Bob subiría la pierna y golpearía al chico en la ingle. Después fingiría inocencia
mientras su víctima se doblaba de dolor. Entonces la señora Graf intentaría averiguar
qué había pasado, y todo el mundo tendría demasiado miedo de Bob para hablar.

~21~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Luego sonaría la campana y todos lo olvidarían. Excepto el chico nuevo, que nunca
en su vida se sentiría más solo y sin amigos.
Jennifer observó, preguntándose si debía intervenir. Bob se reservaba sus peores
trastadas para los chicos, y generalmente ignoraba a las chicas a menos que tuviese la
impresión de que hacer un comentario crudo sobre pechos o funciones corporales
fuera a arrancar unas risas a sus amigos. Cualquier otro día, no habría dudado en
hablar... pero hoy, no estaba segura de necesitar el agravio adicional, sólo para
ayudar a un chico nuevo que podría acabar siendo otro capullo.
No tuvo tiempo de resolver la cuestión. Skip alzó la pierna para pasar sobre la
pierna de Bob, y entonces... justo cuando la pierna del chico mayor se alzaba... saltó
directamente en el aire, esquivando la rodilla de Bob por al menos 15 centímetros. Al
mismo tiempo, balanceó su pesado libro de texto, golpeando a Bob en un costado de
la cabeza tan fuerte, que toda la clase levantó la mirada ante el sonido.
Pero para entonces, Skip se había deslizado en el asiento detrás de Jennifer, y Bob
aullaba como una morsa. Todo había ocurrido tan rápido, que estaba segura de que
nadie más lo había visto. Jennifer se quedó mirando fijamente, con la boca abierta de
deleite.
La oreja de Bob estaba de un rojo furioso y ya se estaba hinchando. Bob giró la
cabeza y escupió a Skip las palabras:
—¡Estás muerto, Francis!
Skip se giró en su asiento... ojos, cabeza, y cuerpo entero... para enfrentarse al otro
chico. Jen estaba impresionada por lo tranquilo que parecía el chico nuevo.
—No he visto lo que ocurrió —replicó el nuevo.
La señora Graf, por supuesto, se lo había perdido todo. Estaba sacando una pila de
largos marcos de madera de un estante bajo tras el escritorio.
—Hoy, clase, empezaremos nuestra unidad de insectos. Comenzaremos con la
familia de los Lepidópteros... más comúnmente conocidos como mariposas y polillas.
Lepidóptero significa, literalmente, "alas escamosas".
Jennifer se animó un poco ante eso. Alas escamosas... eso sonaba bastante guay. Y
siempre había pensado que los insectos eran fascinantes. Cuando era pequeña, había
cogido libélulas, saltamontes y mariposas con las manos desnudas y mirado sus
cabezas a través de una lupa. Habían tenido una expresión de lo más dulce.

~22~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Tristemente, la señora Graf podía volver soso incluso el tema más interesante. En
diez minutos Jennifer había pasado de un perspicaz interés a un absoluto
aburrimiento. A su lado, Bob había inclinado la cabeza y empezado a roncar.
Ella se despertó del todo cuando la señora Graf abrió los marcos y empezó a sacar
especímenes.
—Por supuesto —dijo la profesora—, no hay nada como ver a estas criaturas de
cerca para captar totalmente su belleza, complejidad y elegancia.
Pequeñas tarjetas se abrieron paso desde la parte delantera de la clase hacia atrás.
—Tocad suavemente —se les informó.
Sujeta en el centro de la primera tarjeta amarilla de 7 por 12 centímetros había una
preciosa mariposa monarca. Sus espirales negro-anaranjadas estaban estiradas contra
el papel, y su cuerpo estaba medio descompuesto.
Los alfileres de metal clavados a través de sus suaves alas escamosas le parecieron
increíblemente crueles a Jennifer. Haciendo una mueca, lanzó la tarjeta a su espalda.
—¡Vale, eh, calma! —masculló el chico nuevo mientras intentaba atrapar el torpe
misil—. Vamos a ver… umm… comida.
Ella se permitió una risita ante el comentario y ante su propia remilgada reacción,
aunque su estómago se tensara de náuseas. ¿O era empatía? ¿Por qué demonios le
importarían tanto unos estúpidos bichos en tarjetas?
Otra tarjeta llegó... una mariposa rojo óxido, con cuatro puntos azul brillante en las
esquinas de las alas. Marcas negras, amarillas y blancas marcaban los puntos.
Dio la vuelta a la tarjeta. En la parte de atrás, a lápiz, estaban escritas las palabras:
Mariposa Pavo Real. Inachis io. Irlanda. Uno de los alfileres marcaba el lazo alto de la P.
Jennifer hizo de nuevo una mueca, y volvió a girar la tarjeta para mirar a la pobre
cosa.
Las cuatro marcas azuladas le devolvieron la mirada, como ojos sin párpados.
Jennifer hizo una pausa. Había algo espeluznante en esto. No sabría decir qué. Era
un instinto, o una advertencia de peligro...
Un pinchazo agudo en su hombro derecho la sobresaltó. ¡Ataque! Su mano
izquierda salió disparada y agarró... el dedo del chico nuevo.
—Oye —masculló Skip con una sonrisa ladeada—. Tranquila, campeona. Sólo me
preguntaba si podía echar un vistazo a la siguiente. Y, umm, ¿tal vez recuperar mi
dedo?

~23~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer se relajó, le dedicó una sonrisa fácil, le soltó el dedo, y ofreció la mariposa
pavo real.
—Lo siento. No me pinches.
—Lo siento. Buenos reflejos.
Jennifer sintió un enrojecimiento alrededor de las orejas.
—Gracias.
La letra a lápiz del dorso de la siguiente tarjeta señalaba Cola de Espada Cinco
Barras. Pathysa antiphates. Singapur. La Cola de Espada era elegante, con rayas negras
y verdes pintadas a lo largo de sus alas, acentuadas por marcas amarillas y blancas
en mitad de las mismas. Sorprendentemente, gritaba.
—¡Jesús! —chilló Jennifer, dejando caer a la mariposa aullante en su regazo. Esto
hizo que el chirrido empeorase. Saltó precipitadamente de su silla, dejando caer la
tarjeta al suelo, y retrocediendo varios pasos.
—¡Señorita Scales! —la señora Graf fijó en ella sus ojos atónitos—. ¿De qué va
esto?
Jennifer volvió a mirar a la mariposa. Las alas tiraban en vano contra los alfileres.
Dejó de gritar lo suficiente para jadear buscando aliento, pero después empezó de
nuevo.
Las miradas de sus compañeros y la señorita Graf le proporcionaron más
información de la que deseaba. Señaló a la Cola de Espada aullante.
—¿Nadie más oye eso?
La señorita Graf suspiró.
—Los de noveno nunca son tan divertidos como ellos creen. Señorita Scales, por
favor, vuelva a su asiento.
Bob Jarkmand se rió a carcajadas. Jennifer no estaba segura de si se reía de ella, o
con ella. Parecía por las sonrisas afectadas en otros pupitres que la mayor parte de la
clase creía que estaba gastando una broma. Sonrió ansiosamente, aceptando la
alabanza por interrumpir el tedio de un día de escuela, y se sentó.
Otro pinchazo en su hombro.
—Umm, si estás segura de que eso está muerto, ¿podrías pasármelo?
Jennifer se oyó a sí misma sisear. Este chico era simpáticamente raro, tal vez, pero
también un poco pesado. ¿Y no le había dicho que dejara de pincharla?

~24~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Dame un segundo.
Se inclinó y recogió la tarjeta. La mariposa estaba sollozando ahora.
Era horrible. Jennifer se sentía como si fuera conspiradora en un complot para
hacer daño a esa cosa. Se giró hacia las ventanas altas de la clase... cerradas contra la
fría mañana de otoño... que proporcionaban una vista de las granjas cercanas. Deseó
saltar de su silla, abrir de un tirón una de las ventanas, arrancar los alfileres de la
tarjeta, y liberar a la criatura.
La voz de Skip tras ella interrumpió sus pensamientos.
—Umm...
—Un minuto —ahora estaba segura de que este chico la irritaba. ¡Una pena que
Bob no se las hubiera arreglado para atormentar al ágil pesado!
Los repiques de dolor y pena de la mariposa seguían. Jennifer volvió a mirar a las
ventanas de la clase. ¿En qué estaba pensando? Todo el mundo se reiría de ella. ¿Y de
qué serviría de todos modos? A pesar de lo que sus oídos le decían, esa mariposa
estaba muerta. Y no iba a volver de la muerte y perseguirla como un bichito
fantasma.
No había ningún clamor proveniente de su sueño de muerte, ni súplica de
venganza, ni familiares que se preocupara de sí vivía o moría.
Pleck.
Apareció un punto en una de las ventanas. Jennifer entrecerró la mirada para
divisar la forma. Un bicho bastante grande se había lanzado sobre el cristal y se había
estrellado contra el mismo.
Pleck. Pleck.
Dos puntos más aparecieron, cerca del primero. Jennifer pudo divisar alas largas y
transparentes entre los restos. Estaba oscureciendo fuera.
Pleck-pleck. Pleck-pleck-pleck. Pleck-pleck.
Como definidas gotas de lluvia, más cuerpos pequeños y lisos se lanzaron contra
las sombrías ventanas. Libélulas, veía ahora Jennifer. Por debajo del ritmo, podía
captar un zumbido bajo y excitado.
—Umm, ¿señorita Graf? —una de las chicas que estaba cerca de la ventana había
reparado en los bichos también.

~25~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Antes de que la profesora pudiera reaccionar, una andanada de libélulas se lanzó


contra la ventana. Sin prestar atención a su destino, empujaban con la fuerza y el
volumen del granizo. Empezaron a aparecer grietas en el cristal.
—¡Todo el mundo fuera de la habitación!
Nadie se movió. Era demasiado aterrador. Las grietas del grosor de un cabello se
alargaron y conectaron unas con otras. Un trozo de cristal cayó sobre el mostrador de
abajo. El enjambre negro todavía seguía viniendo. Era incluso más grande allá lejos
en el cielo, donde tapaba el sol. Una vasta columna se hallaba apuntando como un
tornado hacia la esquina sudeste del segundo piso del Instituto Winoka.
En medio del caos, Jennifer lanzó una mirada furtiva a la Cola de Espada. Ésta
aullaba en sus manos. Su estómago dio un vuelco.
—Basta —le susurró. La mariposa la ignoró—. ¡Basta!
Se detuvo.
Las libélulas se desvanecieron. No las muertas... esas todavía estaban pegadas
como una miserable pasta por todas las ventanas de la clase. Pero el zumbido y los
impactos se detuvieron, y la nube de afuera se disipó.
Jennifer se giró lentamente, y dejó caer la mariposa sobre el escritorio de Skip.
Como todos los demás, él estaba mirando a las ventanas... nadie había notado que
Jennifer susurraba una orden a la mariposa. Pero la cara del chico estaba encendida.
—¡Eso ha estado genial!

*****

Jennifer sabía que era mejor no sacar el tema con sus padres. Pero en el momento
en que llegó a casa de la escuela, descubrió que era inútil ocultar nada.
—He oído lo de las libélulas —dijo su padre cuando se acercaba a la mesa de la
cocina donde él y su madre estaban sentados.
—Bien, gracias, ¿y tú?
—Jennifer, creo que tenemos que hablar. Antes de salir para mí viaje esta noche.
—Porque sí, padre, mi día ha sido agradable. ¿Y el tuyo?
—Ahora, Jennifer.

~26~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Paaapaaá! —estampó su pie contra el suelo—. No quiero hablar de eso. Fue una
panda de estúpidas libélulas. Esta noche, en las noticias, dirán que fue un tornado. O
un globo meteorológico. ¿Quién sabe? ¿A quién le importa?
—No queremos hablar de las libélulas. Queremos hablar de ti, y de los cambios
que se avecinan.
—Tienes que estar bromeando. Ni siquiera tú puedes ser tan despistado. Aprendí
todo eso en tercero. Tengo mis libros. Navego por internet. Chico ama a chica, chica
ama...
—Oh, por amor de Dios, Jennifer, cállate —siseó Elizabeth.
Miró fijamente a su madre. Elizabeth Georges-Scales se estaba sujetando la cabeza
con las manos. Corrían lágrimas por las mejillas de la doctora. Jennifer sintió
lágrimas inundar sus propios ojos. Si no lo supiera bien, habría pensado que alguien
había muerto.
—¿Qué... qué pasa?
—Siéntate, campeona. —Su padre apartó una silla con la pierna—. No hay forma
fácil de pasar por esto.
Dos horas después, sollozando sobre su almohada en su propia habitación,
Jennifer tenía que estar de acuerdo al menos con eso. Ya nada sería fácil, en absoluto,
ya no.

~27~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 3
Luna creciente

Mors vestra gloria nostra erit. Tu muerte es nuestra gloria.


—Mi… ¿qué? —Jennifer miró a su alrededor. Estaba en un oscuro, frío lugar y le
dolía moverse—. ¿Mi muerte?
Justicia. Ley. Profecía. Morirás, gusano.
—¿Qué es éste lugar?, ¿quién eres tú?
Un pequeño fuego ardió frente a sus ojos. La señora Graf salió de las llamas.
Habían desaparecido las gafas y el vestido desaliñado: Llevaba una reluciente
armadura completa, con una brillante corona en la cabeza.
—No importa. Ahora desaparecerás. —Allí estaba el susurro de una hoja saliendo
de su vaina, el sonido de la espada deslizándose a través del aire y después la más
grande agonía que Jennifer había conocido. Extendió la mano, demasiado poco,
demasiado tarde. La habitación se desvanecía locamente y ella rodaba hacia el fuego.
Su cuerpo permanecía inmóvil detrás. Era el cuerpo de una mariposa Cola de
Espada, con las alas plegadas y sin cabeza. Luego perdió el equilibrio hacia atrás…

****

Jennifer se incorporó de golpe en la cama. El débil reflejo de la puesta del sol


caldeaba el cuarto. Sus manos volaron a su cuello, para asegurarse de que la cabeza
estaba todavía allí.
Ya era suficientemente malo ser una friki, suficientemente malo que sus padres
hubieran enloquecido, pero estas pesadillas se le estaban yendo de las manos.
Miró la hora. La temprana oscuridad otoñal la había engañado; eran sólo las seis

~28~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

en punto. Era viernes por la noche, sus amigos seguramente estaban en el centro
comercial, y ella estaba aquí en su cuarto, enfurruñada y provocándose pesadillas.
—Basta —masculló. Saltó fuera de la cama, alisó las arrugas de su ropa, y se
dirigió a la puerta. Entonces se detuvo. ¿La dejarían salir sus padres?
Por si acaso usó la ventana. Un soplo de viento fresco revolvió su cabello rubio de
mechones plateados cuando levantó la ventana y la mosquitera. Una hábil maniobra
la sacó fuera y bajó precipitadamente por el enrejado. No hizo ningún ruido.
Veinte minutos más tarde, trotaba hacia la plaza del centro. Los grupos de coches
en el aparcamiento, las marcas genéricas de los escaparates, y los grupos de
adolescentes despreocupados gritando y riéndose la hicieron sentirse normal de
nuevo. Relajó los hombros y desaceleró hasta ir al paso.
Ridículos, pensó sobre sus padres. Demencial. Se les ha ido la pinza. O sólo están
embarullándome la cabeza. Alguna técnica que aprenderían en una revista de padres.
Débilmente se preguntó qué lección estaban intentando enseñarle haciéndola
sentirse tan miserable, pero una voz conocida rompió sus pensamientos.
—¡Jenny!
Eddie se paseaba por la acera de la entrada al centro comercial. A su lado, para
sorpresa de Jennifer, estaba Skip.
—Oye, Eddie. ¿Qué estás…?
—Patrullando en busca de chicas calientes. ¡Eh, encontramos una! —Eddie pareció
avergonzado por su propia broma pesada—. Jenny, ¿ya conoces a Skip? Es nuevo en
la ciudad.
—Ajá. —Saludó con la cabeza brevemente a Skip—. Estamos juntos en ciencias
con la señora Graf… ¡Hola!
—¡Hola a ti también, Jenny!
—Es Jennifer. —Le salió más frío de lo que pretendía.
Skip esbozó una sonrisita.
—Qué susceptible eres, Jenny.
Se miraron durante unos segundos. Ninguno de los dos se echó atrás.
—De cualquier forma —interrumpió Eddie—, Skip y yo estamos en una misión de
búsqueda de un helado antes de que mi padre venga a recogernos. ¿Quieres unirte a
nosotros, Jenny… ee… fer?

~29~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Si te vienen a buscar pronto, podemos ir sin ti —añadió Skip. Había un rastro de
desafío en su voz y en sus ojos, casi como si estuviera retando a Jennifer a abandonar
su paseo.
—Estaba dando una vuelta. Tengo toda la noche. —Se adelantó un par de pasos,
justo hasta quedar cara a cara con Skip—. Me encantará ir contigo, Eddie.
—Mejor nos movemos a paso ligero —dijo Eddie echando un vistazo a su reloj.
El puesto de helados estaba al otro lado del centro comercial. Caminaron por
fuera, con Eddie entre Skip y Jennifer hablando todo el rato. Parecía ajeno al hecho de
que sus dos amigos se fulminaban con la mirada el uno al otro. Tras unos pocos
minutos, Jennifer descubrió que prefería la visión de la despejada y brillante luna
plateada en el cielo occidental.
Pidieron rápidamente y luego trotaron de vuelta, sosteniendo cautelosamente sus
conos demasiado llenos, hacia la entrada del centro comercial donde el padre de
Eddie debía encontrarse con ellos.
De hecho Hank Blacktooth ya estaba allí en su polvorienta camioneta color café,
con el motor en ralentí. El señor Blacktooth era una visión de un futuro Eddie... si
Eddie estaba predestinado a volverse más gordo, más peludo, y más furioso. Miraba
a Eddie mientras los tres chicos se acercaban a la puerta del pasajero.
—Llegas tarde.
Eddie levantó su reloj.
—Dijiste a las seis treinta…
—Eso fue hace tres minutos. —El señor Blacktooth alzó su ancha muñeca. El
austero reloj digital marcaba las 18:33.
Eddie suspiró. Skip los miró a ambos con una pregunta en el rostro, pero Jennifer
conocía al padre de Eddie demasiado bien como para hacer otra cosa que no fuera
mantener la mirada fija en el horizonte.
—¿Podemos acercar a Jenny a casa también?
—Sólo tengo sitio en la cabina para tres. Tendrá que viajar en la parte de atrás.
Jennifer abrió la boca para decir que prefería caminar, pero Eddie la detuvo.
—Ostras, papá, muestra un poco de caballerosidad. No tiene que hacerse así. Yo
subiré a la parte trasera. Ella y Skip pueden viajar delante.
Sin otra palabra, Eddie se hizo a un lado y pegó un salto para subirse a la parte
trasera de la camioneta.

~30~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Alarmada, Jennifer miró de Eddie, a su padre, a Skip… y de vuelta al padre de


Eddie. Los ojos de Hank Blacktooth se entrecerraron. En medio de un silencio
embarazoso, Skip y Jennifer se deslizaron en el interior de la cabina. Los cinturones
de seguridad emitieron incómodos chasquidos, y luego arrancaron.
Pasó un interminable minuto antes de que alguien hablara.
—Entonces, Skip, decías de camino hacia aquí que tu padre trabaja en la
construcción.
Skip estaba secándose las manos en los vaqueros. Jennifer casi le dio un codazo
antes de que el chico de repente reconociera la pregunta y exclamara:
—Sí.
—¿Ha tenido mucho éxito últimamente?
—Bueno, no estoy muy al tanto, pero papá parece bastante feliz, o tan feliz como
ha estado desde que mamá falleció. Estaba hablando anoche en la cena sobre acabar
algún contrato municipal en el que ha estado trabajando durante años…
Siguieron así durante un rato. Hank Blacktooth era promotor inmobiliario, y Skip
se tranquilizó y parecía saber lo suficiente sobre propiedades y promociones para
sostener una pequeña charla. Jennifer descubrió que sus sentimientos encontrados
hacia ése extraño chico se transformaban en ligera admiración ante su creciente
aplomo, aplastado como estaba entre dos desconocidos.
Por supuesto, Jennifer sabía que el padre de Eddie no le preguntaría nada a ella.
Desde aquel día, hacía casi siete años, en que pillaron a su hijo y a la chica nueva de
la puerta de al lado jugando a un inocente juego de médicos en el patio trasero, el
señor y la señora Blacktooth habían tratado a Jennifer como a una leprosa.
Prácticamente prohibieron el contacto entre las familias.
Eddie se las había apañado para seguir siendo amigable con el paso de los años.
Pero nunca desafió a sus padres abiertamente. A pesar de ello, salía a buscar a
Jennifer en los recreos de la escuela, le daba besitos rápidos en la mejilla cuando se
escabullían para volver a casa dando un paseo, e incluso los desafiaba con visitas
ocasionales a la casa de los Scales, donde siempre obtenía una calurosa acogida de la
madre de Jennifer.
—¿Cómo está tu madre, Jennifer?
El tono helado sacó de golpe a Jennifer de su ensueño. ¿Acababa de hacerle una
pregunta?
—Muy bien —se las apañó ella para responder—. Está trabajando con una beca

~31~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

para el hospital.
—Bravo, todavía es enfermera, ¿verdad?
—Todavía es médico, en realidad. Jefe de cirugía.
Jennifer quiso hacer la corrección amablemente, pero la mirada rápida de
Blacktooth le hizo tragar saliva.
—La gente de la iglesia todavía pregunta por ella.
—¿Después de todos éstos años? —Jennifer trató de sonar suave, pero
interiormente ardía. Su madre había intentado convertirse en un miembro activo de
la iglesia local al principio de trasladarse a Winoka, pero algunos cotilleos crueles
sobre su marido y otra mujer la había desterrado en menos de un año. Como los
rumores comenzaron al poco tiempo de que los Blacktooth empezaran su ataque
contra Jennifer, ésta sospechó siempre mucho de ellos.
—¿Ella y tu padre todavía se llevan bien?
Jennifer sólo apretó los dientes. Al principio, para contenerse. Pero de repente, lo
hizo por otra razón totalmente distinta: un dolor terrible se disparó subiéndole por la
columna vertebral y le atravesó la mandíbula.
—¡Aaay!
Skip se sobresaltó.
—¿Estás bien?
Así como así, el dolor había cesado. Jennifer se frotó la nuca.
—Eso creo. ¿Hemos pasado sobre algo?
El señor Blacktooth masculló algo, irritado.
Otra llamarada de dolor se arremolinó en su caja torácica. Se llevó las manos
rápidamente a los costados.
—¡Gaaagh!
Los ojos de Skip se agrandaron.
—¡Señor Blacktooth, creo que se está poniendo enferma!
Hasta éste momento, Jennifer se había olvidado completamente de la conversación
con sus padres esa tarde. Encontrarse a Eddie y Skip, comprar helados, y encontrarse
con el señor Blacktooth, había hecho que todo pareciera muy normal durante un rato.
Pero la realidad de su situación cayó del golpe sobre ella.

~32~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Sus padres no estaban chiflados. No estaban usando alguna absurda técnica de


educación. Lo sabía en sus huesos.
Literalmente.
Los dientes comenzaron a castañetearle y deslizarse unos contra otros. Tosió
incontroladamente, y antes de que pudiera taparse la boca con la mano, escupió
sangre sobre su palma.
—¡Señor Blacktooth, creo que tenemos que llevarla a un hospital! —La voz de Skip
no ocultaba su pánico.
La camioneta viró hacia la cuneta y se detuvo de golpe. El señor Blacktooth
masculló una maldición, y luego pasó sobre Skip para sacudir a Jennifer por el
hombro.
—¡Tosiendo sangre! ¿En qué estás metida, en drogas? ¿Qué acabas de tomar?
—¡Se ha chutado helado de galleta de chocolate, no heroína! —gritó Skip. Agitaba
los largos brazos torpemente en el aire—. ¿Qué pasa con usted? ¡Conduzca hacia el
hospital!
Jennifer no les dio oportunidad. Se agachó y se desabrochó el cinturón de
seguridad con una mano ensangrentada mientras abría la puerta con la otra; luego
salió a gatas del coche y corrió, atravesó el patio y pasó la casa hacia otro patio, y se
perdió de vista.
Eddie le gritó desde la parte trasera de la camioneta de su padre, pero ella no
podía oír a su amigo de la infancia. La sangre estaba hirviendo en sus oídos.

*****

El camino a casa fue la experiencia más aterradora de la vida de Jennifer. Sola,


tambaleándose a través de la oscuridad, incapaz de oír más allá de los confines
crujientes de su cráneo, Jennifer sentía sensaciones nuevas, la mayor parte de ellas
insoportablemente dolorosas, en cada rincón de su cuerpo.
No sólo sus dientes, sino ambas mandíbulas, superior e inferior, le llameaban. Sus
omóplatos parecía que se iban a abrir en canal y a perforarle la piel. Su médula
espinal se curvaba y se estiraba.
Gritó y luego se sobresaltó. Un rugido animal atravesó el caos de sus orejas. ¿Un
león o un lagarto? No había nadie a su alrededor, sin embargo algunos de los arbustos

~33~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

cercanos lanzaban profundas sombras.


La calle Pine estaba tranquila, sin peatones y sólo algún coche ocasional. La
mayoría de la gente estaba acomodada frente a un programa de máxima audiencia
de la tele o una cena tardía. Jennifer estaba a la vez contenta por ello y alarmada... no
quería que nadie más viera lo que sabía que estaba a punto de sucederle, pero no
sabía si podría volver a casa sin ayuda.
Las venas bajo su piel se ensancharon y agrandaron. El azul le tiñó las manos,
luego las muñecas, después los brazos. El pelo se le clavaba en el cuello y los
hombros; podía palparse hebras presionando bajo piel y tejiéndose entre los vasos
capilares.
Dejó escapar otro grito… el animal rugió otra vez… y fue a tientas hacia la acera.
Se raspó las rodillas en el suelo, pero sintió algo resistente bajo los pantalones
vaqueros, algo parecido a cuero absorbió el golpe por ella. Un calor insoportable
emergió de su garganta. Era difícil respirar.
—¡Mamaaaaaaaá! ¡Papaaaaaaá! —Su voz era más lenta y más profunda.
Sobre su alargado hocico azul, Jennifer intentó divisar la casa. Estaba a menos de
una manzana, pero las luces estaban apagadas. ¿Adónde habían ido sus padres?
Estarían seguramente fuera buscándola, probablemente frenéticos. Debería haberse
quedado en su cuarto. Ellos habrían sabido qué hacer. Todavía sería horrendo, pero
al menos ellos habrían estado ahí.
No tenía ni idea de qué era lo siguiente que le iba a ocurrir, y el pensamiento la
aterrorizó.
—¡Mamaaaaaaaaaaaaaá! —tosió. Sintió como si el vómito saliera a raudales de su
boca. Una bola de fuego le quemó las encías al salir. El fuego recorrió el pavimento
de la acera durante unos metros.
Se le enturbió la mirada y cayó al suelo.
¿Pero todavía podía ver, todavía sentía, aún oía? Sí, podía oír mejor ahora. Se
acercaba un coche, con las ruedas chirriando, una puerta se abrió, y luego la voz de
su madre.
—¡Jennifer!
Unas manos le tiraron de las piernas. Confiando en el toque de sus padres,
Jennifer se dejó deslizar en la inconsciencia.

*****

~34~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Despertó a la familiar vibración y zumbido del monovolumen familiar. Sus padres


habían abatido el asiento trasero, y ella yacía, acurrucada, en el espacio de carga.
La primera cosa que notó Jennifer fue que aún le dolía todo.
La segunda fue el asombrosamente obvio cuerno asentado en el borde de su
morro, justo ante sus ojos.
Se giró para examinar el resto de sí misma.
Era tal y como le habían advertido. Vio el cuerpo de un lagarto grande y
misterioso. Escamas azul eléctrico parecidas al cuero dejaban paso a franjas
horizontales plateadas, todo de camino a una delgada cola bifurcada. La barriga del
lagarto... su barriga... era de un gris suave.
Jennifer era más grande de lo que había sido antes, y un poco más larga… mucho
más larga, si contabas la cola. Los extraños músculos nuevos ondulaban con cada
movimiento que hacía. Garras de cinco pulgadas se proyectaban desde sus
poderosos cuartos traseros.
¡Y tenía alas! Dos, dobladas pulcramente a lo largo de su espalda. Jennifer movió el
codo, y una se desplegó. Contoneó los dedos, y diminutas garras como las de un
murciélago al final de sus alas se agitaron de nuevo.
Se volvió a desmayar.

***

La siguiente vez que Jennifer se despertó, no volvió a mirarse el cuerpo de lagarto.


En lugar de eso, estiró el cuello hasta que pudo ver los asientos delanteros. Su madre
estaba en el asiento del conductor. Más allá del parabrisas, la luna creciente estaba en
lo más alto del cielo nocturno.
Comenzó a mover su lengua con mucho cuidado.
—¡Ay!
Por supuesto. Dientes más afilados. Jennifer se regañó por casi hacerse un piercing
en la lengua. Elizabeth se giró brevemente.
—¿Estás despierta?
Incluso este primer intento de conversación normal hizo a Jennifer patalear de

~35~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

resentimiento.
—¿Qué pasa, no puedes ver mis ojos de monstruo resplandeciendo en la
oscuridad?
Elizabeth se giró otra vez.
—Oh, sí. Ahora puedo. Son bellos. Plateados, querida. ¿Cómo te sientes?
—Soy un dragón, madre. Me siento como un fenómeno. No, más que un
fenómeno. Un monstruo.
Su madre no contestó de inmediato.
—No te sentirás como un monstruo para siempre.
Jennifer siseó. Sonó muy peligroso, lo cual sólo consiguió enfadarla más.
—Me siento así ahora.
No hubo respuesta.
—¿Adónde vamos?
—A casa del abuelo Crawford.
Eso tenía sentido. El padre de su padre tenía un tranquilo y aislado lugar en el
lago.
Es más, a ella le gustaba el abuelo Crawford. Cada Navidad, venía al sur del
estado con un montón de regalos, en su mayor parte libros. Siempre se saltaba el
discurso habitual de “qué grande estás, cuánto has crecido”. Cada verano, ella iba de
visita a su granja durante una semana. Adoraba relajarse en su enorme salón,
rodeada de estanterías llenas de libros hasta arriba, y se encontró recordando con
cariño como se sentaba en su regazo como una chiquilla y oía las historias más
escandalosas. Incluso ahora, podía describir sus centelleantes ojos grises...
—Oh —eso la trajo de vuelta al presente—. ¿Él, también?
—Bueno, por supuesto. Después de todo, tu padre…
—¿Dónde está papá?
Su madre señaló con la cabeza hacia la derecha del monovolumen. Jennifer miró
por la ventanilla. Ni a siete metros del coche, una sombra oscura y alada se elevó. Les
mantenía el paso con facilidad a lo largo del borde de la carretera.
La cabeza del reptil se giró hacia ellas, y Jennifer vio el gris que cubría los ojos
plateados de su padre.

~36~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 4
La nueva mujer dragón

Crawford Thomas Scales era un hombre que había hecho fortuna con una forma
de agricultura y un rancho poco normales. Su hacienda tenía una expansión de
cientos de acres, la mayoría eran tierras de labranza y colinas arboladas que
rodeaban un generoso lago. Un desmoronado muro de piedra se extendía varias
millas alrededor de su propiedad, más una señal que una auténtica barrera contra los
intrusos. Pero de todas formas el abuelo Crawford no se encontraba con muchos
intrusos, puesto que ningún extraño se atrevía a dar los primeros pasos dentro de su
propiedad sin una escolta adecuada.
Una única abertura en el extremo sur del muro permitía el paso de una larga y
serpenteante entrada de gravilla. A cada lado de la entrada, y abriéndose paso a lo
largo del interior de la mayor parte del muro, se aglomeraban unas colmenas de
aspecto extraño. Estas colmenas contenían abejas de un tamaño y un carácter
extraordinarios. Nunca volaban más allá de los confines de la propiedad de su
dueño... pero atacaban sin piedad a cualquier extraño que fuese lo suficientemente
idiota para entrar. Peor aún, parecían insensibles al tiempo, y permanecían activas
incluso durante el invierno más duro de Minnesota.
Más allá de las colmenas existía una franja, una tupida docena de acres, de flores
silvestres. Ni una de las flores era igual... Jennifer nunca había podido averiguar
cómo había hecho crecer su abuelo tal diversidad de increíbles flores silvestres... pues
cada una de ellas era un monumento diminuto y único a la naturaleza. Estas flores
estaban ahí primordialmente en beneficio de las abejas, pero el abuelo Crawford a
veces recogía algunas para venderlas en las floristerías locales.
Tras las flores estaban los pastos, con caballos a un lado del camino y ovejas al
otro. Jennifer no disfrutaba montando a caballo pero tenía que admitir que su abuelo
seleccionaba, reproducía y criaba unos animales extraordinarios. Había dos o tres
que le gustaban especialmente: negros caballos árabes con marcas blancas en el

~37~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

hocico.
Las ovejas, por otro lado, eran demasiado numerosas y vivían demasiado poco
para preocupase por ellas, había cientos, libres para vagar por las suavemente
inclinadas colinas.
Entre los pastos y el modesto bosque que rodeaba el lago y la cabaña del abuelo
Crawford descansaba una pequeña franja de pradera desatendida. Encinas, negros
nogales, arces rojos, y píceas noruegas se agrupaban en sus bordes, dando paso a un
prado en la parte norte. La cabaña se asentaba al fondo del prado, en el extremo del
extenso lago.
La llamaban la “cabaña” pero era mucho mayor que una cabaña normal, con
capacidad para casi una docena de invitados. Era enorme. El abuelo Crawford había
construido el lugar él mismo, hacía cuarenta años, haciendo ampliaciones cada diez.
El primer piso estaba revestido de piedra, cubría casi dieciséis mil metros cuadrados,
y conectaba con cada edificio: el garaje, el cobertizo, una despensa, y hasta un
granero. La planta superior hecha de madera, destinada a la vivienda, no era muy
grande, y estaba orientada hacia el norte en dirección al lago.
Jennifer observó por la ventana aquel paisaje durante algún tiempo antes de
comprender que veía en la oscuridad, en color, con total claridad. Visión nocturna...
como un monstruo. Aquel ambiente le era tan familiar, y a la vez tan completamente
diferente cuando lo veía con aquellos ojos.
Su madre hizo girar el monovolumen fuera del camino de entrada y condujo con
cautela alrededor de la punta este de la cabaña hasta que pudieron ver la parte norte.
La entrada al granero ya estaba abierta, y se metieron dentro. Jennifer recordó la
distribución de la casa y que siempre había pensado lo extraño que era que todo
estuviese unido entre sí por enormes puertas batientes. El extremo más alejado del
granero podía conducir a un gran vestíbulo posterior, y luego a la cocina, y más allá a
una enorme sala de estar. La sala de estar daba a un patio orientando al norte a
través de una puerta doble batiente, a un pasto de poca altura, y más allá el lago.
Ahora tenía perfecto sentido, pensó cuando su madre detuvo el coche y se bajó,
que el abuelo Crawford tuviese un sitio para vivir tan grande, con una entrada como
aquella. Podía prever que las habitaciones de tamaño normal, las puertas de tamaño
normal, y los porches de tamaño normal simplemente no eran una opción para los
días que estaban por venir.
Elizabeth levantó la puerta trasera del monovolumen y esperó.
Jennifer le devolvió la mirada.

~38~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¿Qué?
—Tienes que salir ahora, a menos que quieras pasarte toda la semana en el
maletero.
—Vale… —Jennifer observó con cautela sus piernas. No tenía ni idea de cómo
hacerlo. Evaluó con la mirada a su madre, de arriba abajo—. ¿Supongo que no
podrías llevarme en brazos otra vez, verdad?
—Pesas unos cuarenta y cinco kilos más que hace dos horas —estimó su madre—.
No eres exactamente portátil. ¿Has pensado en ponerte a dieta?
—Qué momento más adecuado para chistes de gordos, madre. Después de todo,
tan sólo acabo de cumplir catorce y me he metamorfoseado en una iguana gigante.
—En realidad —gritó Jonathan desde el extremo más alejado del granero, donde
estaba metiendo la garra en una profunda ranura justo bajo la estructura de la puerta
doble—, es más águila que iguana. Al igual que los dinosaurios, nosotros los
hombres dragón tenemos más en común genéticamente con los pájaros que con los
reptiles. De hecho, tu madre ya ha buscado información sobre el tema. A medida que
vayas desarrollando tus capacidades más parecidas a las de un raptor, verás lo que
quiero decir…
—Y las primeras palabras de mi padre llegaron en forma de sermón biológico —
refunfuñó Jennifer—. Se ve que yo he cambiado, pero vosotros dos seguís tan
despistados como siempre. —Intentó salir majestuosamente del maletero del
monovolumen con la garra de su ala derecha, pero calculó mal la distribución del
peso y acabó tumbada con el rabo sobre la cabeza en un manto de heno. Los caballos
bufaron a ambos lados del establo; burlones, estaba segura.
Jonathan suspiró y su garra dio con la palanca oculta que buscaba, las puertas que
daban a la cabaña se abrieron hacia dentro de la manera apropiada. Las luces del
vestíbulo posterior se encendieron automáticamente, y Jennifer le echó un buen
vistazo a su padre por primera vez.
Lo primero que le llamó la atención fueron los tres cuernos delgados que le
perforaban la parte posterior de la cabeza. Brillaban plateados, como sus ojos.
Tímidamente, Jennifer se llevó la mano hacia atrás y palpó su propio cráneo... sí,
pudo sentir las tres puntas colocadas de manera pareja también allí.
Pero a diferencia de su hija, Jonathan Scales no tenía un cuerno en la nariz. Y había
otras diferencias.
Mientras que su color era un azul oscuro y eléctrico, el de su padre tenía un matiz
más profundo y casi purpúreo. Su espalda y sus alas estaban cruzadas por rayas

~39~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

negras, y su estómago era más azul que su espalda. Las alas de él eran mucho más
largas en proporción con su cuerpo que las suyas, y sus brazos en el extremo de las
alas eran mucho más delgados. Y mientras la cola de Jennifer tenía dos puntas en el
extremo, la de su padre estaba rematada por una punta esbelta. En conjunto, la
constitución de su padre era más ligera que la suya… y era más delgado, notó
Jennifer con algo de auto desprecio.
—Liz, ¿por qué no entras? No parece que papá tenga ningún invitado por aquí
durante este ciclo. Quizás haya dejado algún mensaje. Yo me quedaré en el granero y
ayudaré a Jennifer con sus nuevas habilidades motoras.
—¿El abuelo Crawford no está? —Jennifer, desde su desgarbada posición en el
suelo, se sintió decepcionada y curiosa. Si el abuelo también era un hombre dragón,
¿no debería estar en forma de dragón en este momento? Si así era, ¿no era su casa el
mejor lugar donde estar? Y si no, ¿cuándo volvería? ¿Y de qué iba todo aquello de
invitados y ciclos? Ella había estado en aquella cabaña muchas veces, pero nunca
había visto ningún invitado a excepción de ella misma y sus padres.
—Probablemente haya ido al lago. Regresará más tarde. Levántate si puedes —
dijo Jonathan Scales, ignorando el mohín de su hija. Alzó las alas, empujó
suavemente la puerta de entrada con una de sus patas posteriores, y flotó hasta el
heno cerca de Jennifer. Elizabeth entró.
Jennifer se retorció en el suelo. Tirada como estaba de espaldas, levantarse no era
fácil. Se removió, no fue a ninguna parte, y gimió.
—Esto es tan embarazoso.
—Pliega tus alas y rueda —le sugirió su padre.
Así lo hizo, y pronto estuvo sobre sus cuatro patas, sus patas traseras empujaron
su gordo trasero más alto que nunca en sus catorce años, y las garras de sus alas se
sujetaron al suelo sin resultado. Tenía el hocico en la tierra. Todo lo que podía ver era
el heno a dos pasos frente a ella.
—La humillación no acaba nunca, ¿verdad?
—Apóyate un poco en las garras delanteras, para despegar la cabeza del suelo…
así…
Aquello estaba mejor. Ahora Jennifer se encontraba agazapada como un gato listo
para saltar. Estaba segura de que no podría moverse, pero se sentía de algún modo
serena mientras permaneciese recta.
—Caminar no es el punto fuerte de un dragón —explicó Jonathan—. Hasta los

~40~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

dragones pateadores prefieren galopar y saltar a caminar sin más. Pero tú tendrás
que aprender a dar un pasito o dos antes de poder siquiera pensar en volar.
Él la guió a través de lo básico. Jennifer aprendió con rapidez que las criaturas de
cuatro patas tenían más independencia de movimiento de piernas que los bípedos
como los humanos. Descubrió que tenía que mantener sus patas traseras medio
pasadas por delante de las delanteras, y debía usar un método de arañar-y-tirar con
sus alas de murciélago para llegar a algo. Progresar no fue fácil. Aún hacía pucheros,
y su padre parecía determinado a ignorarlos. Así que siguió hablando más y más, y
ella diciendo menos y menos, y pronto la lección de caminar fue un casi
ininterrumpido chorro de palabras provenientes del dragón mayor.
—Dobla la pierna un poco más, eso es, mantén las alas más cerca del cuerpo o sólo
irás en zigzag. No, más, así, ahora araña y empuja, ¡no está nada mal para ser el
primer día! No, mira, te caes porque no levantas la cabeza… Guau, eso tuvo que
doler…
—¡Basta, ha sido suficiente! —anunció ella, después de quizás diez minutos—. Ya
puedo al menos entrar e ir a la cama.
Se le hundió el corazón cuando recordó su tamaño. ¿Cómo iba a caber por la
puerta la habitación, y mucho menos en una cama?
Jonathan no parecía preocupado por eso.
—Sí, claro. Hay mucho que aprender. Pero hay una o dos cosas que repasaremos
mañana.
—Como quieras —gruñó ella. Arañó y empujó para abrirse paso por el granero,
luego sorteó delicadamente los tres anchos escalones de madera… y entonces casi
cruza de una voltereta las puertas al pisarse la punta del ala con una de las patas
traseras.
—¡Aaaaargh!

*****

El abuelo Crawford había dejado sólo dos palabras como mensaje: Crecent Valley.
Las letras estaban garabateadas con carboncillo; una gran parte de éste había sido
abandonado de la sala, cerca del papel donde había escrito. Ninguno de sus padres le
dijo a Jennifer qué era Crecent Valley o cuando esperaban que volviese su abuelo... y
le recordaron que dormir era probablemente una buena idea.

~41~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

La sala era, como recordaba Jennifer, bastante espaciosa. Los sofás afelpados y las
sillas ya estaban contra las paredes, las cuales estaban repletas de estantes de roble
llenos de libros encuadernados en cuero. Los títulos diversos de estos últimos
siempre habían fascinado a Jennifer. La cabeza atrofiada, Cría de avispones, Trazar mapas
Cuadridimensionales y más. Algunos de ellos, tales como Draco madrugador atrapa al
pájaro 4 y Formas que nunca cambian, tomaban ahora un nuevo significado.
Replegando con cuidado las garras para no arañar los suelos de madera o rasgar
los muebles, se acercó con cautela a una de las estanterías de libros que siempre
había sido la favorita de Jennifer y su abuelo. Sintió una lágrima en sus plateados y
extraños ojos cuando recordó el tema de las fantásticas historias que él mejor
contaba: dragones.
Bueno, obvio, pensó ahora.
Allí estaban todos: clásicos modernos como El Hobbit, varios cuentos del Dragón
Chino Nü Wa, y versiones para niños de obras más complejas como la historia de San
Jorge y el Dragón, y Beowulf.
Había un libro colocado encima de los demás, un volumen descomunal y plano
encuadernado en cuero con los bordes profundamente desgastados. Jennifer alargó
una garra alada y agarró la encuadernación. El título estaba escrito en letras doradas:
Anatomía de Grayheart.
Jennifer no solía decirlo abiertamente o tan a menudo como antes, pero admiraba
el trabajo de su madre como doctora. Sabía que la biología era su área favorita de
todas las ciencias, aunque sólo había comenzado su propio curso en el instituto en
ella. Trabajar con cosas vivas, entender qué las hacía moverse o respirar y ver, era
absolutamente fascinante para ella. Y Anatomía de Grayheart representaba el cruce de
aquel interés y el amor por los dragones que el abuelo Crawford ponía en sus
historias.
Era el diario de un explorador del siglo dieciocho en América del Norte quien se
había encontrado con el cuerpo de un dragón muerto recientemente, lo había
diseccionado, y lo había estudiado. Las capas de piel, los órganos, la estructura ósea...
todo estaba exquisita e ilustradamente detallado. Usaba el estudio incisivo de la
anatomía de la criatura para suponer cómo había vivido, dormido, luchado, e
incluso, cómo se había enamorado.
Las páginas eran lo suficientemente grandes y gruesas para que Jennifer pudiera
pasarlas, si dejaba el libro en el suelo. Así lo hizo, mientras las lágrimas seguían
4
Juego de palabras con el refrán: it’s the early bird that catches the worm (es el pájaro madrugador
el que atrapa la lombriz) que equivale a nuestro “al que madruga Dios le ayuda”.

~42~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

manando. Aquello no era un examen ficticio de un cuerpo falso. Aquello era ella, o
algo muy parecido a ella. Cada músculo arrancado para ser analizado, cada cámara
del corazón superior e inferior abierta para descubrir…
¿Corazón inferior y superior? El pensamiento la dejó helada.
Colocó una garra sobre la parte izquierda del pecho.
Tu-tun, tu-tun.
Entonces dejó que la garra se deslizara poco a poco hacia abajo y hacia el costado
derecho, cerca de donde estaría su apéndice si fuese una chica humana.
Da-da-tun, da-da-tun.
Tras todo el dolor de la metamorfosis, ver su nuevo cuerpo por primera vez,
observar a su padre, intentar caminar, y todo lo demás, con esto la golpeó por fin el
impacto completo de lo que le había pasado.
—De acuerdo, al cuerno con dormir —les dijo a sus padres, que estaban
desenrollando unas enormes alfombras orientales al otro lado de la habitación—.
Tengo preguntas, y quiero respuestas.
Se pararon en seco, dragón y mujer, luego parpadearon y asintieron al unísono.
—Primera pregunta. ¿Por qué esperasteis hasta hoy para contármelo? ¡No es justo!
No he tenido tiempo…
—Tienes razón, Jennifer. No es justo. Lo sentimos.
Se quedó anonada ante la rápida disculpa de su padre.
—Pero no sabíamos que iba a pasar tan rápidamente. Creímos que quedaban años.
La mayoría de los hombres dragón no experimentan su primer cambio hasta más
tarde... a los dieciséis o diecisiete años, como muy jóvenes. Entonces vimos lo rápida
y fuerte que estaba siendo tu conversión, pero creímos que aún nos quedarían unos
pocos meses. Las libélulas en la escuela fueron una sorpresa absoluta... como
descubrirás, ese tipo de cosas es una habilidad practicada por los dragones más
viejos.
—En cuanto lo hiciste, supimos que teníamos que contártelo todo para que
estuvieses preparada. Y eso hicimos. Pero aun hoy no estábamos seguros de si te
convertirías este ciclo lunar, el próximo, o incluso dentro de un año.
—¿Entonces qué hago así, dos años antes?
—No estamos seguros —Jonathan suspiró—. Probablemente es porque tu madre
no es una mujer dragón. Tú eres un híbrido. Eso seguramente te habrá afectado.

~43~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer se encogió.
—A ver, dejemos esto claro. No sólo soy una anomalía entre la gente, ¿soy una friki
entre los dragones?
—Honestamente, Jonathan —siseó su madre—. ¿Un híbrido? El perro es un híbrido.
¿Podríamos usar un lenguaje menos insultante? —Se giró desesperada hacia Jennifer
—. Por favor, no lo veas de esa forma. Sé que esto es duro, pero…
—¡CÁLLATE, MADRE, TÚ NO LO SABES. ES IMPOSIBLE QUE TE PONGAS EN
MI LUGAR!
Los tres se quedaron en silencio durante un rato. Entonces Jennifer expuso su
siguiente pregunta.
—Papá, tú y yo parecemos diferentes. ¿Eso también es porque soy una friki?
Él hizo una pausa y se rascó detrás de su cuerno central, claramente retrasando la
respuesta.
—Pareces tener algunas características inusuales.
—Tomaré eso como un sí. Siguiente pregunta: ¿quién está cuidando a Phoebe?
—Llamé a los Blacktooth con el móvil de camino —dijo su madre en voz baja—.
Eddie se pasará y dará de comer al perro hasta que volvamos.
—¿Voy a estar así durante un par de días?
—Cuatro o cinco.
—Entonces me gustaría que Phoebe estuviese aquí conmigo.
—Cariño, el perro…
—La quiero aquí conmigo —Jennifer se agazapó y se hizo una bola. Creía que sus
padres al menos entenderían aquello.
—Vale —concedió Elizabeth—. Mañana por la mañana iré a buscarla.
—Bien —Jennifer estiró el cuello—. ¿Saben los Blacktooth... Eddie... lo de los
dragones?
—No —contestó rápidamente su padre—. Como podrás imaginar, Jennifer, mucha
gente se sorprendería si supiesen la verdad. Y tenemos algunos enemigos de los que
te enterarás más tarde. No quedan muchos de nuestra raza. Los que sobrevivieron a
Eveningstar se han escondido desde entonces. Los conocerás cuando estés
preparada.
—Eveningstar —los recuerdos de la mañana de su quinto cumpleaños volvieron a

~44~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer—. Aquel era nuestro hogar. Alguien atacó la ciudad.


—Sí.
—Tú me despertaste, y escapamos…
—Sí.
—… en un bote por el río…
—Sí. Bueno, no. En realidad, tú y tu madre montabais a mi espalda y yo nadaba.
Parecías nerviosa, ya que nunca antes me habías visto siendo dragón. Así que usé mi
voz para convencerte de que era yo. Funcionó lo suficientemente bien como para que
te subieses y cruzásemos el río.
Jennifer cerró los ojos.
—Había fuegos por toda la ciudad. Los veíamos desde el otro lado del río. Y
gritos. No recuerdo que…
—Era una guerra, Jennifer. —Era su madre quien hablaba ahora—. Los hombres
dragón casi fueron exterminados. Familias y amigos que habían crecido juntos
durante generaciones, dispersados. Cada uno de nosotros se mudó a una ciudad
diferente, queriendo ocultarnos. No hay nadie más en Winoka que sepa la verdad
sobre tu padre y tú.
—Eso no es totalmente verdad, ¿no? —preguntó Jennifer. Intentaba permanecer
tranquila, pero cuantas más cosas descubría, más se enfadaba, con sus padres,
consigo misma, y con sus vecinos—. Los rumores que corrieron por la ciudad cuando
nos mudamos por primera vez. La forma en que te trataron en la iglesia. Deben haber
averiguado algo.
—Probablemente presintieron que algo no iba del todo bien con nosotros —dijo
Jonathan con cuidado—. Es imposible mantener un secreto como éste. Las fases
medias de la luna se suceden en momentos muy inconvenientes, y las historias que
contamos para cubrir la verdad pueden haber cambiado al pasar de persona a
persona. Tu madre y yo sentimos que había una presencia en la iglesia que no era del
todo amigable. Los rumores encontraron campo abonado, y yo no estaba allí el
tiempo suficiente como para ayudar a tu madre a refutarlos.
Jennifer vio la mano de su madre dar un apretón a la garra alada de su padre
cuando dijo aquello. Decidió cambiar de tema.
—¿Cuándo conoceré a otros hombres dragón? Quiero decir, aparte de a ti y al
abuelo.
—Pronto —dijo su padre—. Aunque hemos sido cuidadosos alejándote de esta

~45~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

granja cuando la luna está en su fase media, descubrirás que hay un mundo muy
diferente cuando estas fases se suceden. Esto es un refugio, uno de los pocos que
quedan, donde podemos mantenernos lejos de ojos enemigos y entrometidos.
—¿Y yo me volveré así, cada media luna, durante cinco días, como tú?
—Más bien sí. Hay pequeñas diferencias de un hombre dragón a otro. Durante los
días de luna creciente en los que ésta se dirige al primer cuarto, y el menguante en
una luna nueva, nuestros cuerpos sienten una intensa presión para cambiar. Pasarás
al menos cuatro días en ese estado, pero la mayoría de los hombres dragón necesitan
cinco. Pero dure lo que dure, sucede en ambas fases, siempre.
Jennifer se estampó el ala contra la frente cuando la asaltó otro pensamiento.
—Esto seguirá pasando, ¡dos veces al mes! ¡Voy a perderme la escuela! Mis amigos
van a descubrirlo, quizás Eddie no lo sepa, pero lo que él y Skip vieron la otra
noche…
—No vieron nada —dijo Elizabeth—. Cuando hablé con el señor Blacktooth por
teléfono estaba bastante seguro de que estabas drogada. Por supuesto, le aseguré que
no. La historia que usaremos con la gente como los Blacktooth, la escuela, y el resto
será que estás seriamente enferma. Algo crónico, y quizás hasta incurable.
—Encantador. Sabes, ya puedo oír y sentir el aire silbando mientras mis amigos
me abandonan.
—Confía un poco en tus amigos, Jennifer. No son tan superficiales. Entenderán tu
ausencia y te apoyarán cuando estés ahí. Nos guardaremos para nosotros el nombre
de tu “clínica” para evitar visitas, y estableceremos un plan a largo plazo antes de
que termine el año escolar.
—¿Largo plazo? ¿Quieres decir que tenemos que mudarnos?
—Sí, probablemente. Lo siento, campeona, pero una mujer dragón en edad escolar
presenta muchas oportunidades de que la descubran, o peor, de que la hieran o
maten.
La cara de Jennifer se puso blanca.
—Nunca volveré al instituto. Nunca iré a un baile, ni jugaré en el equipo titular de
fútbol.
Elizabeth se adelantó un paso.
—Te perderás esas experiencias. Pero harás y verás cosas que nadie más puede.
Cosas que yo nunca veré. Tú misma lo dijiste; nunca podré ponerme en tu lugar.
Nadie puede.

~46~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Eso no es exactamente lo que quise decir.


—Sabes que nosotros te seguimos queriendo, más que a nada en el mundo.
¿Verdad?
Su madre parecía genuinamente insegura de la respuesta de su hija.
—Mmm —Jennifer sintió que comenzaba a suavizarse un poco, pero no iba a
permitirlo. Miró a otra parte.
—¿Tienes alguna otra pregunta? —preguntó Jonathan.
—Cientos. Pero por esta noche es suficiente —dijo de mala gana—. Tenéis razón,
debería dormir un poco.
Elizabeth sacó un par más de alfombras orientales del armario. Las extendió sobre
el suelo de madera de la sala mientras su marido cerraba las puertas del patio.
—¿Vamos a dormir todos aquí, en esta habitación? ¡Pero si hay montones de
habitaciones de invitados, y con camas enormes!
—No estaría bien dejarte sola en tu primera noche —contestó Jonathan—.
Además, tu abuelo odia que tu madre y yo usemos su cama.
Elizabeth no pudo sofocar del todo su risa.
—Ahggg —gimió Jennifer. La imagen de sus padres besuqueándose en la cama
era particularmente desagradable, si no asquerosa, dada las formas que veía ante ella
en ese momento.
—Tranquila —dijo Jonathan—. Lo que estás pensando es del todo imposible. Todo
eso que te da tanto asco, pasa fuera de la media luna.
—Por favor, deja de hablar, papá.
Elizabeth apagó las luces, y sólo el más ligero haz de luz de luna se aventuró a
través de las puertas del patio. Era suficiente para que Jennifer viese a su padre
acurrucado contra el sofá, y a su madre acostada junto a él y con la cabeza en su
vientre.
Ella permaneció en su propia esquina de la sala, extendida sobre una alfombra
verde y canela que acababan de desenrollar. Qué mono, dijo para sí misma. Igual que
en el canal vida salvaje, excepto por las alfombras orientales.

~47~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 5
Ovejas, abejas, y peces

Esta vez, Jennifer supo que era un sueño de inmediato.


Primero, estaba volando, lo cual por supuesto solo ocurría en sueños. Segundo,
había cientos de naranjas y pelotas de fútbol en el aire, cayendo como granizos. Sabía
que tenía que patearlas todas otra vez hacia el cielo, aunque no tenía ni la más ligera
idea de por qué.
Se deslizaba a través del aire, extendiendo manos y pies humanos para lanzarse
hacia un único objetivo... una naranja. Fwap, la patada la envió hacia arriba y de
vuelta a las nubes. Lo siguiente fue una pelota de fútbol. Fwap. Otra y otra... fwap-
fwap.
Entonces las naranjas y las pelotas de futbol se volvieron negras. Jennifer guiñó los
ojos para conseguir una mejor visión. Ya no eran naranjas y pelotas. Gruesos cuerpos
hinchados de patas articuladas caían en cascada de las nubes tormentosas.
Llovían arañas.
Varias cayeron con gritos chillones sobre su cabeza. Sentía los apéndices peludos
apretar su cráneo como colmillos danzando justo ante sus ojos...

*****

—¡Muy bien! —gritó Jennifer a nadie en particular mientras empezaba a despertar


y golpeaba el aire vacío alrededor del cuerno de su nariz—. ¡Ya basta de sueños!
Estaba sola en la sala, y la débil luz del sol de media mañana se filtraba a través de
las puertas del patio. Estaban lo bastante abiertas para oler el frío otoñal.
Bajo la luz, podía ver los colores del bosque y el lago de fuera más claramente de

~48~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

lo que lo había visto anoche. Los árboles del abuelo Crawford eran hermosos en esta
época del año, cada color que una hoja pudiera tener alguna vez ahora desplegado...
púrpura, dorado, naranja, marrón, amarillo, y testarudo verde. Unos pocos tonos
menos brillantes continuaban alrededor del lago. El propio lago estaba en calma, con
olas dispersas subiendo y desapareciendo rápidamente sobre el agua clara.
La casa estaba en silencio. Curiosa, deambuló a cuatro patas por las habitaciones
hasta que llegó al granero. El monovolumen había desaparecido.
Con un breve acceso de pánico, Jennifer se abrió paso arañando rápidamente a
través del granero. Empujó las grandes puertas y se asomó fuera. No había nadie allí.
—¿Mamá? ¿Papá? —Intentó no parecer alarmada mientras correteaba torpemente
alrededor de la esquina noreste y trepaba al patio. Había una razón para que se
hubieran ido, se dijo a sí misma. Sólo mamá podía conducir el coche, así que debía
haber ido a algún recado.
Entonces pensó en la noche anterior. Por supuesto, había ido a buscar a Phoebe.
Jennifer lo había exigido. Volvería pronto con el perro.
Eso dejaba a su padre...
—¡Cuidado!
Jennifer miró arriba justo a tiempo para agacharse lejos de una enorme y peluda
bola que caía como una bomba hacia su cráneo.
Pensó brevemente en las arañas gigantes de su sueño, pero cuando el misil
aterrizó se tranquilizó, aunque sólo un poco.
Era una oveja, una de las del abuelo Crawford. Su lana enredada chorreaba
sangre, y sus cuartos traseros parecían rotos. Balaba despavorida.
—¡Papá! —A Jennifer no le parecía en absoluto divertido.
Él aterrizó en el porche junto a la oveja y balanceó una garra hacia la garganta de
la misma.
—Lo siento, no te vi hasta que ya la había dejado caer.
—¿Qué estás haciendo maltratando ovejas de todos modos? —Estaba bastante
segura de que podía adivinar la respuesta y empezó a sentirse enferma—. El abuelo
va a cabrearse de veras contigo.
—Creo que sabes bien que no lo hará. ¿Por qué crees que se hace con más ovejas
de las que puede criar cada año? No puede vivir sólo de miel, y le gustan demasiado
sus caballos para comérselos.

~49~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer se sintió aliviada de no tener que observar a su padre comerse a un


garañón árabe. Entonces se enfadó una vez más.
—Puag. Eso no es sólo para ti, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Yo ya he comido. Traje esta para poder mostrarte como
despellejarlas y cocinarlas. Después, iremos a ver a los caballos, y luego te daré tu
primera lección de vuelo.
La palabra "cocinar" asentó un poco el estómago de Jennifer. La palabra "volar"
incitó su imaginación.
Entonces Jonathan Scales retorció la garra trasera que aferraba la garganta de la
oveja, y el crujido y borboteo que siguió le revolvió el estómago de nuevo.
—Ay, papá...
—Es una oveja, campeona, no un niño. Comes este tipo de cosas todo el tiempo.
Eso trajo otra pregunta a la mente de Jennifer.
—Hum, papá, no comemos... personas... ¿verdad?
Jonathan miró a su hija con sus pacientes ojos plateados.
—No importa cuanto intentes decirte a ti misma otra cosa, Jennifer, no eres un
monstruo. No eres un fenómeno. Todavía comes las mismas cosas que antes de ayer,
y todavía te gusta hacer las mismas cosas que antes de ayer. Vamos a cocinar y comer
nuestra comida de modo tan civilizado como podamos. Tendremos trucha esta noche
para cenar, como siempre que venimos aquí, a casa del abuelo. Yo haré el risotto para
acompañar... tu estómago de triple cámara encontrará la comida de tu madre tan
horrible como el de una.
Ella ahogó una risita.
—Puedes utilizar el mismo carbón y papel que el abuelo tiene por ahí para hacer
bocetos. La garra de tu ala puede manejarlo. Incluso hay una pelota de fútbol, para
cuando recuperes tu equilibrio. Todavía eres Jennifer Scales, y eres todo lo que hace
de ti una hija terrorífica. No estoy diciendo que no habrá nuevas cosas que aprender.
Pero si las ves como una adición y no como una sustracción, te será más fácil.
¿Entiendes?
Jennifer asintió lentamente con la cabeza.
—Genial. ¡Ahora destripemos esta oveja y asémosla!
No fue tan horripilante como pensó que sería. Su padre le mostró como utilizar las
garras para despellejar al animal, abrir la barriga, separar lo comestible de lo no

~50~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

comestible, y cortar la carne en trozos manejables. Tenía un tío por parte de madre
que solía tratar carne de venado para cazadores, así que había visto este tipo de cosas
antes. No era del todo agradable, pero se parecía más al trabajo de un carnicero que
al de una bestia.
Con diez pulcros pedazos de carne yaciendo sobre el porche, levantó la mirada
hacia su padre con algo que se aproximaba al orgullo.
—Excelente. Ahora a cocinarlos.
El abuelo Grawford tenía una enorme parrilla al final del porche... era de tres
veces el tamaño de la mayoría de las parrillas. Jonathan metió una garra alada bajo la
rejilla, removió los carbones de abajo, y luego disparó una bola de llamas por la fosa
nasal. Los carbones comenzaron a arder inmediatamente.
—Muy bien. Pon esos trozos ahí, y baja la cubierta. A partir de aquí, es como una
barbacoa.
—Genial —Jennifer no pudo ocultar una sonrisa—. ¿No se supone que hay
kétchup en el frigorífico?

*****

Cuando estaba terminando... Jennifer se sorprendió a sí misma engullendo los


diez trozos en diez bocados teñidos de kétchup... el monovolumen aparcó en el
césped norte. Una figura familiar estaba colocada en el asiento del pasajero con la
cabeza asomada por la ventana.
—¡Phoebe!
No estaba segura de cómo reaccionaría el collie a un reptil de dos metros y pico
con la voz de un miembro de la familia, pero para interminable deleite de Jennifer,
no hubo duda en la mente del perro. Phoebe saltó por la ventana abierta y subió a la
carrera los escalones del porche para lamer la cara escamosa de su hermana de
manada. Luego, como un relámpago negro, rodeó la casa y atravesó el bosque.
Jonathan sonrió.
—A buscar su propia oveja. Nunca ha podido resistirse a reunirlas.
—¿Que tal va? —gritó Elizabeth. Estaba sacando algo del coche.
—Hemos desayunado. Me gustaría hacer unas cuantas cosas más, tal vez un poco
de vuelo antes de almorzar.

~51~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Bueno, tengo lo que pediste. ¿Seguro de que es seguro?


De todas las cosas que su madre podría haber sacado del monovolumen, Jennifer
nunca imaginó que vería un trampolín. Miró a su padre con ojos alarmados.
—Es seguro —las tranquilizó él a ambas—. Pero antes de llegar a eso, tenemos que
cubrir lo de respirar fuego. ¿Podrías comprobar a los caballos por mí, Liz? —Se giró
hacia Jennifer—. Yo prendí ese fuego que cocinó tu desayuno, pero tendrás que
aprender como hacer tu propio fuego si quieres conseguir por ti misma cualquier
cosa que no sea carne cruda.
—Vale —estuvo de acuerdo Jennifer. Con el estómago lleno, una buena noche de
sueño, y una creciente aceptación de que su transformación no era inmediatamente
fatal, estaba lista para aprender unas cuantas cosas. Además, la idea de arrastrarse
sobre la barriga y comer comida cruda durante cinco largos días no sentaba bien.
Elizabeth puso el trampolín contra el porche, y después fue a comprobar los
caballos, a Phoebe y a las ovejas.
—Vamos. —Su padre gesticuló—. Practiquemos en el lago, con el viento a nuestras
espaldas.
Resultó que respirar fuego implicaba las mismas acciones vocales que hablar, en
realidad. Una tos, un bufido, un gruñido, incluso un estornudo... cada uno de ellos,
explicó su padre, abría una pequeña válvula en la parte de atrás de la garganta que
liberaba el elemento del fuego. Luego, al igual que con el habla, la colocación de los
labios, la lengua, y los dientes hacían el resto.
Mientras los estornudos generaban cortos pero impresionantes fuegos artificiales
por las fosas nasales, un carraspeo para aclararse la garganta emitía un flujo
volcánico que caía en cascada sobre la hierba y el lago. Lo más espectacular de todo,
un silbido chillón dio rienda suelta a un anillo de llamas que se hizo más y más
grande como aros de hula-hoops.
—Observa esto —le dijo su padre, llamando a Phoebe a todo pulmón—. De vez en
cuando, como cuando estás de campamento, tu madre y yo traemos al perro aquí
durante las lunas crecientes y le enseñamos trucos.
Phoebe vino corriendo como un dardo oscuro, rodeando el extremo opuesto de la
casa por donde había desaparecido. En el momento en que vio a Jonathan alzarse
sobre sus cuartos traseros, se detuvo a alrededor de veinte metros de distancia y se
agachó con expectación.
—¡Phoebe... circo!

~52~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

El perro se puso en posición. Jonathan emitió un corto silbido, y un anillo de fuego


abandonó su boca. Sin dar ni un sólo paso, el perro saltó a través del resplandeciente
aro cuando éste pasó rugiendo por su posición, haciendo un medio giro en el aire, y
después aterrizando brillantemente a cuatro patas.
Jennifer rompió a reír. Phoebe corrió hasta un punto a unos veinte metros de ella y
se agachó como antes, obviamente esperando a que Jennifer hiciera lo mismo.
Los tres jugaron así durante un rato. Cuanto más largo era el silbido, más grande
el número de aros que Phoebe tenía que saltar. Se arreglaba con tres, pero podía
chamuscarse la cola si se le pedían más.
Después de una hora o así, Jennifer se sentía tan animada que asintió cuando su
padre sugirió empezar con las lecciones de vuelo.
—Esto no va a ser como respirar fuego —le advirtió él—. Eso es tan natural para
un dragón como, bueno, respirar. Pero volar no es más fácil que andar cuando eres
un bebé. Te caerás. Mucho. Ahora estarás más alto.
—Genial —suspiró Jennifer.
—No te preocupes demasiado. Los huesos y tendones de un dragón son
increíblemente elásticos. No te romperás ni retorcerás nada. Sólo tu ego, un par de
veces. ¡Además, tenemos esto!
Agarró una barra del trampolín con una garra trasera y lo levantó del suelo con la
otra.
—Reúnete conmigo junto al campo de flores silvestres. Los árboles y el agua no
son lo mejor para un primer vuelo. —Contoneándose a través de olmos y pinos,
desapareció.
Jennifer caminó a paso pesado con las cuatro garras, bajando de nuevo por el
camino de grava. Había al menos ochocientos metros hasta el campo de flores. Para
cuando llegó allí, su garganta estaba seca y su barriga magullada de todos los roces y
tirones. Estaba más que lista para alzar su peso muerto de tierra.
Jonathan estaba rebotando en el trampolín, canturreando una alegre melodía y
sacando humo por sus fosas nasales.
—¡Un hermoso día para pasar al sol! —gritó él—. Y un buen día para estar en el
aire, también. Ven aquí, campeona. Te echaré una mano...
Bajó mientras ella buscaba su equilibrio en el centro de goma. Si caminar a cuatro
patas era difícil, navegar por un material elástico y resbaladizo fue incluso peor. Se
sacudió arriba y abajo, una confusión de alas y cuernos. Era imposible parar. Decidió

~53~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

minimizar la vergüenza quedándose de culo, saltando arriba y abajo miserablemente.


Su anterior entusiasmo desaparecía.
—¡Ánimo, campista! Estás aprendido algo asombroso.
—¿Qué, a saltar sobre el trasero?
Su padre resopló de risa, dejando que una nube de vapor escapara entre sus
dientes. Jennifer casi le devolvió la sonrisa, aunque una parte de ella estaba decidida
a seguir gruñona.
—Muy bien, ¿qué hago?
—Empezaremos con un simple rebote, arriba y abajo. Justo como haces. Sentada
está bien, la idea es captar la sensación de despegue.
Eso era bastante fácil, ya que el trampolín no había dejado de hacerla rebotar aún.
Se empujó un poco más fuerte en el aire, y no mucho después estableció un ritmo
lento y firme.
—Bien. Ahora, extiende las alas al subir y pliégalas al bajar...
Eso era más difícil, porque sus alas captaban el viento del sur cuando estaban
desplegadas, lo cual la movía ligeramente fuera de posición con cada viajecito al aire.
Jennifer se encontró ajustando las alas cada vez, para intentar y captar el viento de
modos diferentes.
—¡Genial! Estás averiguando como interaccionan el viento y tus alas. Hay cuatro
fuerzas en funcionamiento... la gravedad, alzar, empujar, y arrastrar. Tus alas
representan un increíble salto evolutivo que minimiza el arrastre mientras permiten...
—Papá.
—¿Sí?
—Si quieres minimizar el arrastre, podrías hablar menos.
Jennifer dejó que sus cuartos traseros bajaran de forma que estaba de pie y
saltando ahora. Alas fuera, dentro, fuera, dentro... De repente, Jennifer pateó con
fuerza fuera del trampolín y ondeó las alas frenéticamente. Al tercer golpe, las alas
captaron viento, y se elevó al menos diez metros en el aire.
—¡Genial! —oyó gritar a su padre—. Oh, sigue aleteando, o volverás a bajar
demasiado rápido.
Captó el mensaje justo cuando su masa empezaba a caer. Aleteando las alas de
nuevo, encontró otra ráfaga de aire que soportó su peso, e inclinó las alas para
aprovecharla. Ahora estaba a más de cuarenta y cinco metros del suelo. El aire era

~54~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

más frío aquí. Con ojos desorbitados captó toda la extensión de la granja del abuelo
Crawford. Ahí estaban las colmenas en el sur, el muro más allá, y si giraba un poco
podía ver las ovejas corriendo ante la visión de su silueta en el cielo, y más allá de
ellas los árboles, y la casa, y el lago...
—¡SIGUE ALETEANDO O PERDERÁS ALTURA! —La voz de su padre a su lado
la sobresaltó, y dio un salto torpe. Inmediatamente cayó tres metros.
—¡Jesús, papá! —Recuperó la compostura y fulminó con la mirada su forma
revoloteante. Las lecciones no solicitadas en tierra eran simplemente aburridas. ¡Pero
a esta altitud, eran peligrosas!
Después de unos cuantos minutos de aletear, empezó a captar la cuestión de ganar
y perder altitud. Sus alas se estaban cansando, sin embargo, y bajó la mirada al suelo
a la vez con anhelo y miedo.
Su padre pareció leerle la mente.
—Como cualquier piloto te dirá —gritó—, aterrizar es fácil. Aterrizar bien es difícil.
Apunta de nuevo al trampolín, e intenta perder altitud unos pocos metros cada vez.
Cuando comenzó a descender, encontró que relajar y volver a extender las alas era
incluso más duro que aletearlas continuamente. Era como caer poco a poco en un
helicóptero tembloroso, y su estómago se revolvió una o dos veces después de una
bajada particularmente inclinada.
Mirando abajo, podía ver el trampolín muy lejos, casi entre sus garras traseras.
Ajustó un poco a la izquierda y se dirigió a por el centro.
El pesado silbido entre los árboles del norte debería haberla advertido de lo que se
avecinaba, pero ni Jennifer ni su padre notaron el súbito viento de costado hasta que
fue demasiado tarde. Sintió como un empujón en su espalda. En una fracción de
segundo perdió la postura y el equilibrio, y se encontró cayendo con los pies por
delante en un ángulo agudo hacia el suelo. Las flores se alzaban rápidamente para
saludarla.
—¡Inclina las alas! —oyó gritar a su padre.
Se inclinó hacia adelante presa del pánico y se niveló con el suelo, pasando
rozando con la barriga las flores silvestres más altas y las cañas de las hierbas. Fue
como su primera experiencia con una bici de niña... estaba moviéndose rápido, con
los músculos congelados, y no tenía ni idea de cómo parar.
Pasó el campo de flores silvestres hasta el campo de las abejas, acercándose más y
más al suelo. Dejar caer una pierna para intentar frenarse era inconcebible; Jennifer

~55~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

tuvo visiones de estrellarse a cincuenta kilómetros por hora y romperse el cuello en


la subsiguiente caída. Lo mejor que podía esperar era una aterrizaje planeando sobre
la barriga. La hierba parecía suave...
Una pequeña inclinación fue todo lo que hizo falta para que el ala derecha de
Jennifer tocara tierra. El impacto le sacudió el cuerpo entero, echando por tierra su
simetría y enviándola exactamente al tipo de caída arrolladora que había estado
procurando evitar... solo que esta vez, fue lanzada oblicuamente por el golpe hacia el
costado derecho. Jennifer se perdió en un furioso remolino de tierra y cielo.
Al fin, se estrelló contra algo que se sintió como madera podrida. Su cabeza giraba
y zumbaba, y un olor empalagoso llenó sus fosas nasales.
—¿Estás bien, Jennifer? —Oyó la voz de su padre sobre ella.
—Sí...
—Bien. ¡Ahora sal de ahí!
Un líquido lento rezumó sobre su barriga. Pensando que era sangre, alzó la
cabeza... y vio miel. Entonces comprendió que el zumbido no estaba en absoluto en
su cabeza.
—Ah, dulce...
—¡Fuera! ¡Fuera! —llamaba su padre. Podría haber jurado que se reía
ahogadamente. Cientos de puntos negros convergieron en su posición. Con otra
maldición, se abrió paso a patadas a través de la pila de panales rotos que había
destruido al aterrizar. Por supuesto, no tenía forma de huir. Era arrastrarse o volar, y
Jennifer ni siquiera se detuvo a pensar. Sólo desplegó las alas, dio dos o tres pasos
empujados por el pánico con sus patas traseras, y luego se lanzó hacia arriba.
Milagrosamente... o así le pareció a ella... funcionó. Tres metros arriba, luego siete,
luego estaba de nuevo sobre el campo de flores, dejando al furioso enjambre atrás.
—¡Buen despegue! —Su padre sonreía mientras se dejaba caer en posición junto a
ella—. No debería haberme molestado con el trampolín. Todo lo que tuvimos que
hacer fue ponerte sobre una colmena, y perfeccionaste tu técnica a pedir de boca.
—Hilarante, papá. ¿Cómo diantres hago para bajar?
—Intentémoslo un poco más al norte, junto a los pastos de las ovejas. Ellas no
pican tan fuerte.
—Esto no tiene gracia.
—No lo ves desde mi ángulo.

~56~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Podría haberme mutilado!


—No seas ridícula. Como te dije, hace falta algo más que un choque de
principiante para lastimarte. Y ningún bicho que tú hayas visto jamás tiene un
aguijón lo bastante largo como para atravesar tu coraza. Podrías vestir esas abejas
como abrigo de invierno. Ahora vamos, tenemos que conseguir aterrizar al fin.
Le siguió hasta los pastos de las ovejas, pero las palabras... ningún bicho que tú
hayas visto jamás... daban vueltas en su cabeza. Su mente volvía a las mariposas de la
clase de la señora Graf, y la amenazante nube de libélulas.
¿Qué bicho podría ver algún día del que sí tendría que preocuparse?

*****

Durante el resto del día, trabajaron en volar y aterrizar. La única interrupción fue
el almuerzo.
Elizabeth hizo dos recipientes de macarrones con queso ligeramente pasados, y
luego se quedó con ellos durante la tarde para observar los progresos de su hija.
Para cuando el sol estuvo bajo en el cielo, Jennifer se sentía medianamente cómoda
despegando y aterrizando en un campo abierto. Se aventuró tan alto como a unos
treinta y cinco metros una vez, pero perdió el valor cuando comprendió que estaba
sobrevolando pinos espinosos. Dos águilas doradas inusualmente grandes se
abalanzaron junto a su oreja y la convencieron de buscar suelo firme. Ya era
suficiente... decidió mientras aterrizaba sin tropezar por primera vez para aplauso de
su madre y alabanza de su padre... por ahora.
—¡Excelente! —Celebró su padre—. Tienes un auténtico don para esto, campeona.
Tu abuelo tuvo que trabajar conmigo al menos tres días. Finalmente perdió la
paciencia, me subió al tejado de la cabaña, y me empujó hacia el lago. Hablando de lo
cual...
Extendió las alas y abandonó el suelo con una patada, alzando el vuelo. Jennifer
reparó en su postura perfecta y sin esfuerzo con una pequeña punzada de celos.
Luchó por seguirle arriba, mientras su madre empezaba a trotar de vuelta a la
cabaña.
—Tengo que atrapar la cena —explicó Jonathan—. Tú deberías sólo observar esta
parte, creo. No tiene sentido que te mojes aún.
Giraron hacia el norte y dejaron que sus alas se extendieran mientras bordeaban el

~57~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

lago. Jennifer intentó no pensar en el hecho de que aterrizar aquí sería imposible, y
en que la línea de árboles de la orilla era difícilmente mejor terreno para ello. En vez
de eso, se concentró en seguir a su padre mientras éste subía en amplios círculos.
Veinte, treinta, cuarenta metros... Jennifer captó un pequeño viento de costado pero
movió las alas rápidamente para compensar... sesenta metros, ciento veinte, y
Jonathan seguía subiendo.
Jennifer mantuvo la cabeza alta. Sabía que la distante vista del agua y los árboles
de abajo la aterraría. Estaban subiendo más alto de lo que nunca había estado fuera
de un avión.
Cuando alcanzaron los ciento cincuenta metros, su padre giró la cabeza.
—Lo primero que tienes que hacer es seguir las sombras. Despeja tu mente y
mantén los ojos en el agua.
Él bajó la mirada, y Jennifer hizo a regañadientes lo mismo. La puesta de sol
lanzaba una luz accidentada sobre la superficie del lago, y al principio no pudo ver
mucho más. Pero dejando que sus ojos se relajaran, descubrió que podía a la vez
ignorar la altitud y ver pequeñas formas bajo el agua.
—Sobrevuelas y esperas hasta que se acercan a la superficie —oyó que su padre
continuaba—. Luego te zambulles. Vale, recuerda, sólo observa por ahora.
Un instante después, su padre se dejó caer con los pies por delante y abajo y las
alas extendidas hacia atrás a su espalda. A Jennifer le pareció un enorme halcón color
índigo.
Segundos después, justo antes de que se zambullera en el lago, interrumpió su
propia caída con un furioso golpe de alas, atravesando el agua con ambos cuartos
traseros, y extrayendo dos formas plateadas. Se alzó de nuevo, rodeando el lago
hacia la costa, y dejando caer el pescado en una enorme caja de plástico que su
esposa había sacado al patio. Luego volvió a subir en círculos para encontrarse con
Jennifer.
—Papá, nunca seré capaz de hacer eso. ¡Ha sido una locura!
—Lo harás al final de la semana. Mañana, si tenemos tiempo.
Sin esperar un argumento, se zambulló de nuevo, esta vez de cara y con las alas
plegadas alrededor del tronco y la cola. Jennifer casi gritó cuando vio su cabeza
golpear el agua, seguida de su cuerpo con una salpicadura sorprendentemente
pequeña. Sobrevoló ansiosamente. ¿Era la sombra de su padre lo que veía? Sí, por
supuesto; dejaba escapar una corriente de burbujas y atravesaba el agua. Era mucho
más rápido bajo el agua de lo que ella había esperado.

~58~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Unos segundos después, él emergió del lago, esta vez con una forma reluciente
más grande en la boca. Jennifer conocía al dedillo su pez; podía decir incluso a esta
distancia que era una perca. Éste siguió a las truchas en el depósito de plástico.
—Necesitaré coger una docena más de esos —jadeó su padre al reunirse con ella
—. Debería llevar sólo unos minutos. Pero tú podrías bajar un poco más, si eso te
hace sentir más cómoda. Seré tan rápido como pueda.
Y se fue de nuevo. Mientras él pescaba, el par de águilas que Jennifer había visto
antes volaba en un círculo apretado en el extremo opuesto del lago, lanzando
ocasionalmente una mirada aguda a este depredador aún mayor. Ella observó a su
padre con algo que se aproximaba a una sensación de fracaso... él estaba haciendo
todo el trabajo, mientras ella sólo se quedaba allí mirando. Nunca le había gustado
esa sensación, ni siquiera cuando era niña. Siempre habían pescado juntos cuando
venían al lago del abuelo Crawford. Tenía su propia caña, carrete y cebo; el abuelo
incluso tenía una caja especial de pesca para ella en su garaje. Coger su propio
pescado siempre era especial, y no había necesitado ayuda para preparar su tanza o
colocar su anzuelo desde hacía años.
Esto, por otro lado, se parecía mucho a cuando su padre la rodeaba con sus brazos
para guiar la caña, mientras mantenía una mano en la de ella sobre el carrete para
asegurarse de que éste no corriera demasiado rápido o demasiado lento. La
fastidiaba.
No parece tan difícil, se convenció a sí misma cuando su padre salía con su sexto o
séptimo pez. Y si lo hago mal, ¿qué pasa? Me mojaré un poco. No es para tanto.
Jennifer fijó sus ojos en la superficie del lago, un poco más lejos de donde su padre
había perturbado las aguas. No mucho después, los encontró: tres figuras esbeltas,
zigzagueando justo bajo la superficie del lago. Dejó caer los pies, empujó las alas
hacia arriba...
.... y empezó a gritar.
Como la más alocada de las olas, la zambullida fue más aterradora de
experimentar que de observar. Al principio, Jennifer estaba segura de que estaba
haciendo algo mal. Entonces habló una voz en la parte de atrás de su mente. Mantén
la cabeza baja. Ojos sobre el pescado.
Vio las tres formas diseminarse ante la sensación de la sombra sobre ellas...
demonios, había llegado hasta ellos desde el oeste, como una idiota. No había
marcha atrás ahora. Mientras dos de las formas saltaban en direcciones opuestas, una
salió disparada justo hacia adelante. Escogió a esa, e inclinó las alas de forma que la
zambullida se volvió menos pronunciada.

~59~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Garras fuera...
Vio sus garras traseras flexionarse mientras se extendía delante de ella. Su
aproximación a la superficie fue perfecta, el pez estaba justo bajo ella, se inclinó hacia
atrás, atrás...
¡Alas! ¡Despliega las alas, tonta! ¡Afloja! ¡Te vas a pasar!
Perdió de vista el pez cuando éste desapareció bajo su cuerpo casi bocabajo. Un
aleo desesperado de las alas rompió su equilibrio, y luchó por evitar hundirse bajo el
agua. Funcionó, en cierto modo... frenó un poco, el pez intentó escabullirse, y ella
metió la pata trasera en el agua sin pensar. Sus garras atravesaron carne y escamas, y
sintió un breve estremecimiento de victoria.
Desafortunadamente, todavía se estaba moviendo, y se percató de que no tenía ni
idea de cómo parar. En su espalda, con las alas desplegadas como enormes frenos de
aire, Jennifer hizo lo único que se le ocurrió... giró las alas hacia adelante y empezó a
aletear.
Si hubiera sido más rápida, o hubiera estado a unos cuantos metros sobre el agua,
podría haber funcionado. Pero en vez de ello, la nueva postura la hizo girar, y rebotó
a través de la superficie del lago como un canto rodado. Unas cuantas salpicaduras
terminaron en una enorme bomba, y luego estaba flotando de espaldas sobre la
superficie, un poco aturdida...
... y con el pez todavía retorciéndose, empalado en el último dedo de su garra
trasera.
Alzó la cabeza y descubrió a su padre, que estaba navegando hacia ella.
—¡TENGO EL PEZ! —aulló—. ¡TENGO EL PEZ!
Con un vigoroso tirón, el pez se liberó de su garra y cayó al agua con una ligera
salpicadura.
—¡Aaaaaaargh! —Plegó inmediatamente las alas contra su cuerpo, rodó sobre el
agua, y se zambulló.
¡Vuelve aquí, resbaladizo, estúpido, agujereado, inútil excusa de pez! Era difícil para
Jennifer no tomarse la escapada del bribón como algo personal. Hacía dos segundos,
había parecido una tonta que se las había arreglado para atrapar un pez. Ahora, a
menos que volviera a capturarlo, parecería sólo una tonta.
Ahí estaba... una forma ondeante y reluciente adelante, goteando sangre que
escapaba de las heridas punzantes de ambos lados. Sabía que sería bastante fácil
cogerlo en la superficie cuando muriera en no mucho rato, pero esa no era la

~60~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

cuestión.
Oyó una enorme salpicadura cerca, y vio la forma de su padre entrar en el agua.
Oh, no, no lo harás, Papá. No me ayudarás con este. ¡Este pez es mío!
Con ese último pensamiento, dejó escapar un siseo furioso. Para su gran sorpresa,
una cascada de llamas escapó de sus mandíbulas y se abalanzó hacia su presa,
hirviendo el agua a su paso. La tempestad se abatió sobre el pez y Jennifer lo perdió
de vista por un instante.
Entonces, después de que murieran las llamas y el agua se enfriara, vio al pez
flotando gentilmente hacia la superficie, más bien muerto.
Lo siguió hacia arriba. Cuando su cabeza irrumpió en el frío aire otoñal, oyó algo
grande atravesando el agua a corta distancia... ¿y riendo?
El pez muerto flotaba gentilmente cerca del cuerno de su nariz. Estaba
chamuscado, pinchado, y la mitad de él había desaparecido. Era patético. Era
hermoso.
Más tarde esa noche, con su padre todavía riéndose ahogadamente, su madre
soltando risitas, el risotto hirviendo a fuego lento, y el resto del pescado asándose,
Jennifer todavía creía que ella había atrapado el mejor de todo el lote.

~61~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 6
Regresión

Los siguientes días pasaron bastante agradablemente. Jennifer continuó


trabajando en el vuelo y la caza, y encontró tiempo para algún ocasional juego de
circo con Phoebe. Durante las noches, intentaba bosquejar con el gran trozo de
carbón y el papel que usaba el abuelo Grawford. Parecía una causa perdida al
principio, pero finalmente captó la forma de mover la garra del ala adelante y atrás,
tan fluidamente como si movería una mano humana, de forma que el carbón hacía
gentiles y precisas pasadas. No mucho después, estaba esbozando árboles, agua, y
otras formas.
A pesar de los ánimos de su padre, sin embargo, no podía con la pelota de fútbol.
A pesar de los éxitos de esta semana, mirando a la pelota era demasiado fácil pensar
en sus amigos, y en cómo reaccionarían si averiguaban alguna vez lo diferente y
peligrosa que era.
¿Qué diría Eddie? ¿Qué dirían sus padres? ¿Y Susan? ¿Qué pasaría con ella y su
familia, si el pueblo lo averiguaba? ¿Tendrían que mudarse? ¿Les seguiría la verdad?
¿Alguna vez se sentiría o actuaría como alguien normal otra vez?
Así que la pelota permanecía en el garaje, y Jennifer permanecía fuera del garaje.
Los sueños, se alegró de ver, se calmaron un poco. De hecho, dormir en su casa de
vacaciones favorita, en su habitación, e incluso la (reconocidamente reconfortante)
presencia de sus padres era todo casi agradable.
La cuarta mañana en la cabaña yacía estirada sobre la hierba, disparando anillos
de humo suavemente alrededor del largo morro de Phoebe, mientras el perro le
lamía el cuerno de la nariz. Los chillidos de la cercana familia de águilas doradas
atravesaban el aire. Elizabeth estaba terminándose unos cereales fríos en el porche, y
su padre se había ido volando a alguna parte, antes incluso de que Jennifer hubiera
despertado.
—Volar hoy estaría bien —le dijo a su madre. No habían hablado mucho en toda

~62~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

la semana; Jennifer se figuraba que ambas habían estado intentando mantenerse


fuera del camino de la otra.
Elizabeth no contestó de inmediato. Jennifer alzó la cabeza.
—¿Mamá?
—Te he oído. Pero no estoy segura de que tu padre quiera que vueles hoy.
Jennifer alzó el hocico en el aire. Su padre le había enseñado como saber si el
tiempo estaba cambiando.
—La temperatura está alta, pero no demasiado. No huelo demasiado cambio en el
viento. ¿Me equivoco?
Elizabeth mostró una sonrisa genuina.
—No sabría decirte, querida. Pero esté como esté el tiempo, creo que tu padre
quiere que te lo tomes con calma hoy. Es, después de todo, el quinto día.
Quinto día. Las palabras golpearon a Jennifer como ladrillos. La luna creciente
estaba terminando. ¡Por supuesto que no quería estar volando por el aire a sesenta
metros de altura si su cuerpo escogía ese momento para volver a cambiar a su forma
humana!
Se preguntó cuánto dolería. Hacerse más grande y que te salieran escamas
definitivamente no había sido un simple cosquilleo. ¿Encogerse y que le creciera el
pelo sería mucho mejor? Parecía menos traumático, pero no estaba segura y no sabía
si su padre le daría una respuesta honesta.
—¿Así que vamos a irnos hoy? ¿Y dónde está papá?
—Nada de planes, sólo haz lo que quieras. En tierra, es decir. Tu padre fue a ver a
tu abuelo.
—¿Dónde ha estado el abuelo todo este tiempo, por cierto? La nota que dejó decía
"Crecent Valley" pero no le hemos visto por los alrededores.
Su madre hizo de nuevo una pausa.
—¡No importa! Ya veo que no voy a conseguir una respuesta directa.
Elizabeth engulló la leche que quedaba en el cuenco de un sólo trago.
—Siempre has sido una chica perspicaz.

*****

~63~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jonathan no volvió hasta el mediodía. Jennifer estaba bosquejando peces en la sala


cuando su madre la llamó a la puerta del patio y señaló. Dos largas formas arañaban
la superficie del lago con sus alas.
Parecían idénticos... los colores de su lomos y barrigas, los tres cuernos en la parte
de atrás de sus cráneos, e incluso sus sonrisas dentudas. Jennifer suponía que su
abuelo era el ligeramente más pequeño, ya que su padre era más alto que el abuelo
como humano.
Examinó la piel azul eléctrico y plateada a lo largo de sus propias alas, espalda y
doble cola. El cuerno de su nariz era un bulto más grande que ya le había hecho
sentirse diferente de su padre, pero sólo ahora veía lo distinta que era.
Con una mirada encolerizada a la culpable de la mitad de su herencia genética,
Jennifer salió al porche y observó a su padre y al abuelo Crawford alcanzar la costa.
Phoebe estaba intentando reunir un montón de hojas secas sopladas por el viento,
pero se interrumpió y corrió hacia los dragones cuando éstos aterrizaron.
—¡Hola, Phoebe! —La voz del abuelo Crawford era más aguda y gruesa que la de
su padre, pero tenían el mismo aire familiar—. ¡Cógelo! ¡Cógelo! —El dragón más
pequeño alzó un ala y retorció la garra a unos cuantos centímetros sobre la cabeza
del perro. Phoebe lo complació, saltando y golpeando la garra con la nariz. Luego se
alejó brincando del abuelo Crawford y subió los escalones del porche, donde intentó
compartir su entusiasmo con Jennifer.
—¡Abajo, Phoebe, abajo! ¡Hola, abuelo!
—¡Niffer! ¡Eres gloriosa!
Parte de ella sabía que los abuelos siempre dicen cosas como ésa, y otra parte supo
que su padre era lo bastante listo como para instruir a su padre sobre su estado
mental, pero la mayor parte de ella podía ver que el abuelo Crawford lo decía en
serio. Sonrió abiertamente.
—¡Por amor de Dios, Jon, mírala! —Crawford saltó sobre la barandilla del porche,
saltándose los escalones, y aterrizando justo junto a Jennifer—. ¡Es una aleación
perfecta! Apuesto a que no ha habido nada como ella en siglos. ¡Demonios, sapos y
culebras... todo a la vez!
Ahora estaba golpeándola ligeramente con la garra de un ala. Un poco adulada y
un poco sorprendida por la punzada, ella le sonrió y apartó esa ala con la suya.
—¿Acabas de llamarme culebra?

~64~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Espera a que comiencen tus lecciones! —siguió—. ¡Tienes mucho que aprender,
y lo harás! ¡Y te llevaremos a Crescent Valley!
—Calma, papá —interrumpió Jonathan con algo de alarma—. No está ni de cerca
lista para Crescent Valley aún. Tiene un largo camino por delante. Y si no recuerdo
mal, a mí no me dejaste entrar en Crescent Valley hasta que cumplí dieciséis.
—Tú eras un idiota —Crawford hizo un guiño.
—Ya he aprendido mucho, abuelo... a volar, a respirar fuego, a atrapar ovejas,
¡incluso a pescar! —Su propia excitación le sonaba extraña, como si fuera una niña de
cinco años que acababa de terminar de leer su primer libro por sí misma.
—¡Maravilloso! —rió él—. Lamento habérmelo perdido.
No importaba no haberle visto antes en esta forma... su voz, sus modales, todo en
él era exactamente como lo recordaba. Casi deseó preguntarle si le leería una historia,
para poder acurrucarse en su regazo.
—He hecho salsa de espagueti —ofreció Elizabeth justo dentro de las puertas del
patio—. No te preocupes, papá, es vuestra receta familiar.
—Eso no es ninguna garantía —masculló Crawford a Jennifer—. Muy bien
entonces —dijo más alto—. ¡Sácala, daremos cuenta de ella!
Jennifer tenía que admitir que una de las mejores cosas de ser un dragón era el
descarte absoluto de todos los modales convencionales. Su madre trajo tres grandes
cuencos y los colocó simplemente en el porche. Cada dragón se colocó junto al
cuenco más cercano y metió la cabeza en él. Sus sorbidos y gorgoteos eran casi
cómicos, pero Jennifer estaba demasiado atrapada por el aroma de la salsa para que
le importara.
—¡No está nada mal, Lagartija! —eructó Crawford. El apodo hizo bufar a Jennifer.
No había oído ese antes—. ¿Estás segura de que mi hijo no ayudó?
Elizabeth se colocó con su propio cuenco de pasta y salsa en la única silla del
porche. Su sonrisa traicionó diversión e irritación.
—Puedo seguir la receta perfectamente. También puedo hacer muchas otras cosas,
todas las cuales son bastante más importantes que cocinar comidas perfectas para tu
hijo de forma regular.
Crawford alzó sus mandíbulas cubiertas de salsa del cuenco. Para Jennifer, se
parecía un poco a un dinosaurio levantando la cabeza de una presa reciente para
mirar a un retador.
—Vamos, vamos, doctora, no hay necesitad de ponerse picajosa. No quería decir

~65~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

eso.
Hubo silencio por un rato. Jonathan alzó la cabeza de su propio cuenco y les lanzó
a ambos miradas de advertencia. Confusa, Jennifer dejó de masticar y permitió que
algunos fideos colgaran de su boca. Nunca había notado este tipo de tensión entre su
madre y su abuelo antes.
Finalmente su madre se encogió de hombros.
—Da igual. Tu hijo cocina bastante bien, así que no importa. No nos moriremos de
hambre pronto.
Esto pareció romper la tensión. Todo el mundo comenzó a comer de nuevo, así
que Jennifer siguió con ello. Estaba a punto de lamer los últimos trazos de salsa de su
cuenco todavía caliente cuando empezaron los temblores.
—Papá... —No podía controlar sus garras, sus alas, su cuerpo entero. Temblaba del
hocico a la cola, dio varios pasos atrás cuando sintió que sus entrañas se retorcían.
Era una sensación ligeramente diferente al primer cambio, pero lo bastante similar
para que Jennifer se asustara. Sabía lo que se avecinaba... su espina dorsal, su piel,
sus dientes, todo empezaría a doler de nuevo.
Pero hacía cinco días, había estado sola. Esta vez, su familia estaba presente y lista.
—Está bien, Jennifer —la consoló la voz de su madre—. No dolerá mucho esta vez.
Puse algo en tu salsa para aliviar el dolor.
—¿Algo en su salsa? —oyó preguntar a su abuelo. Su voz sonaba desaprobadora,
pero podrían haber sido los ecos en su cabeza. Su visión comenzó a nublarse.
Oyó a su padre, a lo lejos.
—No hablamos exactamente de esto, Liz...
—Órdenes del médico —replicó su madre, aun más lejos.
Las voces continuaron, pero Jennifer no podía ya distinguir lo que estaban
diciendo. Sus entrañas todavía estaban deslizándose y frotándose unas contra otras.
Podía sentir los mismos cambios perturbadores en su columna y su cráneo, solo que
esta vez a la inversa... y para nada con el mismo dolor, sólo una incomodidad
medianamente suave.
—¿Qué pusiste en la salsa, mamá? —Su voz parecía diminuta y a millas de
distancia a sus propios oídos—. ¿Morfiiii...?
Sintió su cuerpo derrumbarse cuando la morfina, o lo que fuera, hizo efecto del
todo. A través de los borrones ante sus ojos, vio las formas de su abuelo y su padre,

~66~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

pero no pudo leer sus expresiones.


—Espupenta geceta, mamá —dijo con una sonrisa, y se quedó dormida.

****

El sueño fue muy corto.


Se estaba mirando a un espejo. Su cuerpo era demasiado delgado. Huesos visibles
bajo su piel cuando sus mandíbulas de dragón y sus alas terminaron de retroceder.
Hubo un repentino nudo en su garganta, y luego un bulto en su boca. Lo escupió en
su mano.
Era su segundo corazón, el que había sentido cuando había estado mirando
Anatomía de Grayheart hacía unos días. La masa resbaladiza y roja todavía latía en su
mano... da-da-thump, da-da-thump, da-da-thump...
Cuando despertó estaba en su cama. La suavidad del colchón la sorprendió.
Demasiado acostumbrada a alfombras en el suelo, se regañó a sí misma. Se sentó y miró
alrededor.
Era una de las habitaciones de invitados, en la parte de arriba de la cabaña del
abuelo Crawford. Las ventanas estaban entreabiertas... el frío aire otoñal cortaba
contra su piel frágil... y la puerta al pasillo estaba abierta de par en par. Podía
discernir las voces bajas de su familia, probablemente escaleras abajo.
Había un vaso de ginger ale y un trozo de tostada ligeramente untada de
mantequilla en la mesita de noche a su lado. Era una clara señal en la familia Scales.
Se quedó en la cama, extendió sus sonrosadas manos humanas, y agarró la comida
de enferma. El plato era más pesado de lo que esperaba, y casi dejó caer el vaso.
Mientras comía, más preguntas daban vueltas en su mente. ¿Cuánto tiempo había
llevado la transformación? ¿Siempre dolía? ¿Su madre siempre estaría a su lado, lista
con drogas aturdidoras? ¿Y dónde demonios estaba su cola?
Esa última pregunta era ridícula, por supuesto: Ya no tenía cola. Desde el
momento en que despertó había sabido que era una chica de nuevo. Pero al mismo
tiempo echaba de menos la cola. No había pensado mucho en ella mientras era
dragón, pero hacer que la cola se retorciera tras ella había sido una fuente de confort.
Relájate, se dijo a sí misma. No necesitas la cola. Vuelves a ser normal.
Por supuesto, otra parte de su mente se mantenía firme en la idea de que no era
normal en absoluto, y que no volvería a serlo nunca.

~67~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Las voces de abajo se acercaron un poco más... definitivamente su madre y su


padre. Jennifer pudo oír multitud de pasos subiendo las escaleras. Estaban hablando
del viaje a casa, y de sí Phoebe había comido ya, y de las provisiones que necesitaban
guardar aquí para la próxima vez.
Para la próxima vez. La mitad de Jennifer lo anhelaba. La mitad lo temía.
Puso el vaso vacío de ginger ale de vuelta en la mesilla y volvió a tenderse en la
cama. Una urgencia a cerrar los ojos y fingir que estaba dormida la abatió, pero eso
no tenía ningún sentido. Así que cuando sus padres entraron por la puerta, estaba
mirando al techo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó su padre. Él tampoco era ya un dragón. Dos
piernas, nada de alas, ni cuernos, pelo fino. Como cualquier otro padre. ¿Había sido
todo un estúpido sueño? ¿Habían estado de vacaciones como una familia humana, y
la parte del dragón había sido toda una larga pesadilla?
—Mis pies están un poco entumecidos —contestó—. Mi estómago está un poco
revuelto. Y la nariz me pica como loca —comprendió de repente, extendiendo la
mano para rascársela.
—El entumecimiento es por la metamorfosis —explicó él—. Lo demás es por la
morfina.
—Tener un cuerno de seis centímetros en el morro probablemente tampoco ayudó
—se quejó ella, todavía rascándose.
—¿Alguna dificultad para respirar?
Jennifer tomó un profundo aliento y lo dejó escapar.
—No.
—Bien. Tu madre y yo creemos que deberíamos estar listos para marcharnos en
una hora. La luna está saliendo, así que pasarán algunas semanas hasta tu próxima
metamorfosis. Tienes colegio mañana, y tu madre tiene un calendario de cirugía. A
mí mismo me alegrará dejarme caer por la oficina un día o dos.
Jonathan Scales era arquitecto. Hacía casi todo su trabajo desde casa cuando no
estaba de "viaje de negocios". Como podía escoger clientes, podía encajar su trabajo
con un horario poco convencional. Su trabajo tenía completo sentido para Jennifer
ahora... como el teléfono de la cocina de abajo con los botones y el auricular tamaño
gigante.
—Creo que podría estar lista en una hora —aventuró Jennifer con una sonrisa.
—La ropa que llevabas el jueves pasado está en la lavadora —explicó su madre—.

~68~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Traje algo para que te vistieras. Lo encontrarás en la cómoda.


—Gracias, mamá.
—La próxima vez, puede que quieras quitarte la ropa antes de tu metamorfosis —
sugirió su padre—. No es que importe la ropa, pero sacar el olor a humo, pescado y
sangre después es un poco difícil.
—Claro. Lo siento, no lo sabía.
Se produjo un silencio torpe. Luego sus padres sonrieron nerviosamente y
cerraron la puerta para que pudiera estar sola.
Levantarse y vestirse fue mucho más duro de lo que Jennifer esperaba. Por una
razón, la brisa temprana de octubre que se colaba en la habitación enfriaba su piel
frágil. Así que intentó acercarse a la ventana para cerrarla, y entonces averiguó que
caminar sobre piernas otra vez era como ir con zancos.
La cómoda estaba más cerca que la ventana, así que en vez de eso, decidió vestirse.
El cajón superior no respondió al principio a sus débiles tirones, pero finalmente se
las arregló para abrirlo y meter la mano con dedos temblorosos. No estaba segura de
cómo le quedarían los vaqueros y la sudadera que su madre había doblado
cuidadosamente en el cajón. Cada extremidad se sentía alargada y larguirucha. La
forma del dragón había sido más musculosa y poderosa. Esta forma se sentía como
uno de esos aliens excesivamente delgados y pálidos con manos y pies pandeados y
abultada cabeza y ojos grandes.
Y nada de cola. La cola la había ayudado con el equilibrio.
Se tambaleó hacia adelante sobre la cama y decidió vestirse tendida.
Para cuando consiguió ponérselo todo (todo le quedaba bien) se figuró que había
ganado suficiente coordinación como para levantarse otra vez. Se alzó lentamente y
se acercó al espejo de la pared opuesta para mirarse por primera vez.
Una adolescente triste y cansada le devolvió la mirada. Sus hombros estaban
hundidos, su peso estaba apoyado sobre uno de los pies, y sus dedos retorcían
ansiosamente el cabello fibroso. Había más mechones grises en su cabello que antes,
pero no eran tan brillantes como algunas veces.
—Debería haber tomado una ducha —dijo su reflejo en voz alta. Jennifer no pudo
estar más de acuerdo.
*****

~69~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

El viaje a casa fue tranquilo y sin incidentes. Phoebe se acurrucó junto a Jennifer
en el asiento de atrás del monovolumen durante la mayor parte del viaje, lamiéndole
ocasionalmente la oreja. De vez en cuando, uno u otro de sus padres le preguntaban
cómo se sentía, o si había disfrutado viendo de nuevo al abuelo (lo había hecho,
aunque la forma humana del mismo, esa mañana, le había recordado lo viejo que
realmente era), o si todavía tenía deberes que hacer.
Jennifer respondía a todo con las menos palabras posibles. Los gruñidos sin
compromiso eran sus favoritos. Sabía que esos volvían locos a su madre y su padre,
pero no le importaba. ¿Quién va a tener una conversación normal después de algo como lo
de esta semana pasada?, se preguntaba a sí misma. No se le ocurrió nada.

****

El siguiente sueño tomó a Jennifer un poco por sorpresa, ya que no ocurrió de


noche, sino en el autobús escolar a la mañana siguiente. Eddie no estaba en la parada
como solía por la mañana, así que subió sola.
Mientras miraba por la ventana del autobús, empezó a ver los animales de granja
más extraños.
Caballos huesudos, con las articulaciones casi protuberantes en las caderas,
caminando calle abajo y conduciendo coches. Cerdos rollizos, con patas que
prácticamente desaparecían bajo los pliegues de carne tierna, aplastados juntos en
paradas de autobús. Gallinas fibrosas, la mayor parte con sólo unas pocas plumas,
cruzando la carretera con saltos y paradas.
Entonces sintió un pinchazo en el hombro. Se giró y se echó atrás con sorpresa.
Dos ovejas altas y delgadas estaban de pie en el pasillo. Cada una tenía patas
imposiblemente largas, con extrañas articulaciones que se sacudían con las
vibraciones de la aceleración de autobús. Una descansaba una pezuña frágil y
larguirucha sobre el asiento junto a su cuello. Se inclinó hacia adelante y la miró con
dos ojos negros saltones.
—¿Está ocupado este asiento? —dijo una voz familiar.
Jennifer sacudió la cabeza y se frotó los ojos. Cuando volvió a levantar la mirada,
la oveja había desaparecido, al igual que los demás animales de granja del bus. En
vez de eso, Skip estaba de pie delante de ella, con su sonrisa tímida.
—No. Toma asiento —dijo con una mezcla de alivio y precaución. Temía intentar

~70~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

explicar su ausencia a Skip, aunque sus padres habían inventado una elaborada
historia de trágica enfermedad. Pero Skip no la presionó demasiado.
—Dime, ¿te sientes bien? La señora Graf nos dijo que estabas enferma.
—Sí, enferma —refunfuñó ella. Intentó cambiar de tema—. Nunca antes te había
visto en el autobús. ¿La casa de tu familia está por aquí?
Él se removió incómodo en su asiento.
—Mi tía se la vendió a mi padre, sí. Desde que mamá murió...
El incómodo silencio se extendió ante ellos un rato. Jennifer no quería hablar de su
enfermedad, y estaba claro que Skip no quería hablar de su madre muerta.
Finalmente, Jennifer tomó un profundo aliento.
—¿Has visto a Eddie últimamente?
Eso funcionó bien. Skip se lanzó a una serie de tópicos extendiéndose desde cómo
él y Eddie había pasado todos los fines de semana, hasta cuantos deberes les habían
puesto en la clase de la señora Graf y si Jennifer podría ponerse al día alguna vez.
Pero Jennifer descubrió mientras escuchaba que no le importaba mucho si se ponía
al día, o si se quedaba más atrás aún, o incluso si se graduaba en el Instituto Winoka.
Con cada palabra de Skip que le pasaba a través de un oído y le salía por el otro,
sentía más y más que ir a la escuela ya no tenía sentido.
Sabía leer y escribir. Sabía más matemáticas que algunos universitarios. La historia
nunca le había interesado. ¿Y la ciencia? Su admiración por la carrera de su madre
seguía siendo eso... admiración, bordeada por los límites muy reales enmarcados de
una chica de catorce años... crónica y terminalmente enferma. ¿Entonces por qué
estaba aquí? ¿De qué podía servirle la escuela a una criatura como ella?
Pasándose la mano por el cabello, sintió disgusto al tocar las hebras canosas. Por
cada momento que había pasado odiando su cuerpo de dragón la semana anterior,
odiaba éste más. Esta cosa bípeda había llegado a parecer mal de algún modo. ¿Y
cómo podía odiarlo, cuando sólo había sido dragón durante unos días, pero había
caminado sobre dos miserables y pálidas piernas toda su vida?
Skip no parecía notar su falta de atención. De hecho, seguía hablándole cuando el
autobús finalmente alcanzó la escuela y se bajaron todos. Aparentemente, se tomaba
su silencio o el ocasional contacto visual como aprobación tácita. Cuando Jennifer
bajó del autobús, casi tropezó por la tensión nerviosa que los escalones provocaron
en su cuerpo. Ahogó una risa desesperada. ¡La estrella atleta de su clase, y a duras
penas podía mantenerse en pie en su propia piel!

~71~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Marchó a través del primer par de clases en medio de una neblina. Una vez pasó
junto a Susan en el pasillo, pero su amiga pareció sentirse incómoda hasta por
mirarla. Jennifer suponía que probablemente fuera lo mejor.
En la clase no habló, sin importar cuánto intentaran persuadirla sus profesores.
Cuando la señora Graf intentó hacer un drama de ello en ciencias, Jennifer fijó sus
vidriosos ojos grises desafiantes en ella. La señora Graf devolvió una mirada
desdeñosa por la rudeza, pero dejó en paz a Jennifer el resto de la hora.
La campana sonó y la clase salió. Una vez más Jennifer cayó en medio de una
corriente de pensamientos amargos, rota de repente por la voz de Bob Jarkmand.
—¿Qué te pasa, “Escamas”? Pareces cabreada. ¿Tienes problemas femeninos?
Problemas femeninos. Ovulación. Reproducción. La breve interrupción de Bob hizo
pensar de nuevo a Jennifer. ¿Qué clase de críos tendría ella, dentro de unos años?
Antes siempre había parecido raro adivinar, pero ahora cada pensamiento que tenía
le revolvía el estómago. Por supuesto, pensar en sexo y niños...
—Miradla, está totalmente colocada por sus problemas femeninos. Apuesto que
eso es lo que té pasa cuando pierdes la virginidad y empiezas a pendonear por la
escuela...
Además de eso. No había forma de que ella hiciera pasar a un hijo suyo por esto.
No, lo siento, todo el mundo fuera del tren genético, se acabó el trayecto. Disfrutaría
de su vida como lagarta ermitaña soltera.
—¡No le hables así, capullo!
Eso interrumpió su tren de pensamientos. Skip se había plantado a unos cuantos
centímetros de Bob. Los estudiantes cercanos se habían detenido todos a mirar. Bob
no era mucho más alto que Skip, pero era más ancho de espaldas. Al contrario que la
última vez que habían chocado, aquí no había ningún profesor o sillas de clase que se
interpusieran entre ellos.
Que dulce, pensó Jennifer observando el desafío directo de Skip. Suicida, pero dulce.
Le ofreció una sonrisa adusta, pero él estaba demasiado ocupado mirando al chico
mayor.
—Ni siquiera le hables —continuó Skip—. Ni siquiera la mires.
—¿Por qué, Francis? ¿Eres su novio del día? Menuda suerte. “Escamas” parece el
tipo de chica a la que le gusta rondar por ahí. Apuesto a que estará con algún otro
mañana —Bob se adelantó, dejando a Skip completamente a su sombra—. De hecho,
sé que así será. Porque tú estarás en el hospital.

~72~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Bruscamente, Jennifer perdió la paciencia. Era encantador por parte de Skip


ayudar y todo eso, pero...
Se adelantó y golpeó a Bob directamente en la cara con su puño. El crujido hizo
que la multitud congregada jadeara y a lo largo de todo el pasillo las cabezas se
giraron. Incluso más, el disparo derribó a Bob de sus pies y le desplazó un par de
metros a la izquierda, donde golpeó la pared junto a la oficina del orientador escolar
con un satisfactorio trompazo. Resbaló por la puerta y rodó por el pasillo. Se llevó
una mano a la boca, pero no antes de que Jennifer viera sangre brotando a través de
sus labios separados.
Skip miró al matón caído, luego a Jennifer. Se agachó y sacudió un dedo ante la
cara de Bob.
—¡Y hay muchos más de donde vino ése, abusón!
Jennifer sacudió la mano, esperando que le doliera del puñetazo... pero no.
—Humillante —dijo Skip alegremente, incluso alborozado—. ¿En qué ha quedado
mi papel de caballero de brillante armadura, eh? Un puñetazo asombroso, Jenny...
¡quiero decir, Jennifer! ¡Guau! Yo... —sus ojos se abrieron un poco más y empezó a
pasar junto a Jennifer—. Yo... te veo luego.
—¿Por qué, adónde vas?
—Deberías preocuparte por adónde vas tú, jovencita. —Una mano se cerró sobre
su hombro. Sabía sin girarse que era el nada sociable orientador, el señor Pool. Debía
haber pasado sobre Bob para salir de su oficina—. Estás metida en muchos
problemas.
—¿Ella tiene problemas? —La mirada de Skip era incrédula, y señaló al matón
derribado en el suelo—. Empezó él.
Los ojos empalagosos del señor Pool descansaron sobre el chico nuevo.
—Puede que aún no esté familiarizado con el código de conducta de este instituto,
señor Wilson —siseó—, pero pronto lo estará. Eso incluye mostrar respeto a sus
mayores.
—Mostraré respeto a aquellos mayores que lo merezcan —devolvió Skip.
Jennifer no estaba segura de qué hacer aquí. La última vez la solución había
implicado un directo a la mandíbula; pero de algún modo parecía menos apropiado
esta vez. No tuvo ocasión de averiguarlo; el señor Pool decidió llevársela a rastras sin
más comentarios. Vio a Skip fijar una mirada encendida en la nuca del consejero
mientras Pool la arrastraba.

~73~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

****

—¡No me importa decir que estoy sorprendido! De acuerdo con sus informes,
Jennifer nunca antes había tenido ningún tipo de problema disciplinario en el
instituto. —El director del Instituto Winoka, el señor Mouton, estaba sentado tras su
escritorio después de estrechar las manos de Jonathan y Elizabeth, y de haberles
indicado que tomaran dos sillas de vinilo delante de él. Jennifer se mordía la lengua
en una incómoda silla de fibra de vidrio a un lado.
—Señor Mutton —empezó Jonathan.
—Es Mooo-TONE, si no le importa. Debo añadir, señor y señora Scales, que es un
placer conocerles a ambos. Aunque las circunstancias podrían ser mejores, por
supuesto. Como nuevo director aquí, he estado intentando conocer a los padres antes
de que haya un problema. Desearía poder haberlo hecho en este caso. Mi asistente
me dice que tuvo problemas para encontrar un hueco en el que el señor Scales
estuviera disponible...
Jennifer lanzó una mirada acusadora a su padre, y luego una triunfante a su
madre. ¡JA!
—Normalmente estoy de viaje —explicó Jonathan lentamente—. Elizabeth está
más en contacto con las escuelas de Jennifer, por norma general.
—Mmm.
—Ambos estamos muy interesados en la educación de Jennifer, señor Mouton,
Pero los horarios a veces...
—No ha perjudicado su desempeño académico —interrumpió cordialmente el
director—. Al menos aún no. Pero estos años son normalmente el punto en el que las
reglas cambian, señor y señora Scales.
Elizabeth se removió incómoda en su silla. Jonathan captó la señal.
—Mi esposa asiste a cada reunión de padres y profesores, partidos de fútbol, y
ferias de arte. Y yo acudo a tales eventos cuando puedo. Siempre hemos apoyado a
Jennifer...
—Sí, por supuesto, por supuesto. —Era una concesión y un descarte al mismo
tiempo. El señor Mouton revolvió algunos papeles y sacó un archivo. Era bastante
delgado, pero estudió las escasas páginas como si estuviera examinando un
diccionario—. No es inusual en estos casos, señor y señora Scales, que un niño

~74~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

sobreactúe en ausencia de sus padres. Dice usted que pasa mucho tiempo en la
carretera. Jennifer podría haber estado llamando su atención.
—O podría haber increpado al matón del colegio por su atroz comportamiento.
Jennifer casi se cae de la silla. ¡Su madre había dicho eso! Elizabeth parecía no sólo
conocer a Bob Jarkmand ya, se estaba poniendo de su lado... ¡de su lado!
Las mejillas del director enrojecieron.
—Puede que sea así, señora Scales...
—Es doctora Georges-Scales, si no le importa. ¿Por qué no está el gamberro aquí
respondiendo a preguntas? —Elizabeth recorrió con la mirada la oficina del director,
esperando obviamente ver al chico más grande del instituto Winoka colgado junto a
los diplomas y premios que revestían la pared.
—El "gamberro" como lo ha llamado, está en la enfermería, masticando trozos de
hielo en un intento de bajar la hinchazón —dijo Mouton fríamente—. No importa lo
que Robert dijera a Jennifer, la violencia no es la respuesta.
—Ahórrese sus perogrulladas. Veo las consecuencias de la violencia cada día, y
conozco al tipo de personas que la producen. Entiendo que este Robert no sólo estaba
diciendo a mi hija que era una puta, sino que también amenazaba a uno de sus
amigos. ¿Ha hablado con ese testigo?
—Aún no —admitió el señor Mouton. Jennifer podía ver por la expresión de su
madre que ella ya sabía la respuesta. Skip había pillado a sus padres de camino a la
oficina del director entonces, y les había contado todo. Se saltó la clase para acechar
fuera de la oficina y hablar con ellos. Jennifer sonrió para sí misma. ¡Caballero de
brillante armadura, ciertamente!
El señor Mouton captó la sonrisa y se giró hacia ella.
—Esto no es cuestión de risa, señorita Scales.
Jennifer no dejó caer las comisuras de la boca.
—No puedo evitar encontrarlo divertido.
—Mejor estate callada, querida —exclamó Elizabeth. La cálida relación madre-hija
se disipó instantáneamente.
—¿Por qué debería quedarme callada? —exclamó ella en respuesta—. Estáis todos
hablando de mí. De mí vida. De cómo yo estoy atrapada aquí en esta escuela sin
sentido sin ninguna razón en absoluto.
Elizabeht ignoró el discurso.

~75~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Señor Mouton. La semana pasada a nuestra hija le diagnosticaron una condición


médica bastante seria. Aunque las pruebas no son concluyentes aún, parece...
—¡SOY UN MONSTRUO! —Jennifer se levantó y gritó al señor Mouton, haciendo
que el hombre saltara contra la parte de atrás de su desgastada silla de vinilo—. ¡SOY
UN MONSTRUO Y NO HAY NINGUNA CURA! ¡LO HEREDÉ DE MI PADRE, Y MI
ABUELO! ¡TODOS SOMOS MONSTRUOS, PERO YO SOY UN POCO MÁS
MONSTRUOSA! ¡MONSTRUO CONCENTRADO! ¡MONSTRUO CON
ESPECIALMENTE NUEVAS Y PERFECCIONADAS CARACTERÍSTICAS
MONSTRUOSAS!
Jonathan se levantó rápidamente y la rodeó con un brazo. Gentil pero firmemente,
la empujó otra vez a su silla. Su voz fue demasiado suave que para nadie más allá del
oído de Jennifer.
—Si continuas —susurró—, te dejaremos en tierra.
La palabra tierra cobraba ahora un nuevo giro. ¿Sin volar? ¿Sin pescar?
¿Encadenada en el sótano de la cabaña, atiborrada de morfina y malos ejemplos de la
cocina de su madre?
Humeó silenciosamente.
Jonathan se giró hacia el señor Mouton.
—Creo que si une lo que mi esposa y mi hija están diciendo, verá que la disciplina
en este caso no está ni garantiza completamente resultados ni es necesaria. Apreciaría
que nos dejara solucionar esto dentro de la familia. Debido a ciertos... asuntos...
teniendo en cuenta la salud de Jennifer tenemos... su madre y yo hemos discutido la
posibilidad de la escolarización en casa. Tal vez ha llegado el momento de hacer de
ello algo más que una conversación.
El señor Mouton se frotó la barbilla pensativamente, intentando mostrar lo bien
que se estaba recobrando del exabrupto de Jennifer.
—Bueno... podría hablar con los Jarkmand. Dado el historial de Robert, no debería
ser difícil mostrarles ambos lados de la historia. Puedo garantizar que dejarán pasar
el asunto, dada la condición de Jennifer... hablando de lo cual, no quiero parecer
insensible, pero, er, podría ayudar tener alguna documentación de... er...
—¡Firmaré una nota como médico yo misma! —Elizabeth puso los ojos en blanco—.
Dios no quiera que un director arriesgue su propio cuello sin una nota firmada por el
médico.
—Ya nos vamos —anunció Jonathan. Agarrando el cuello de su hija y la muñeca

~76~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

de su esposa, comenzó una salida apresurada—. Gracias, señor Mouton...


—Mouton... —Jennifer se las arregló para resistirse al tirón de su padre el tiempo
suficiente para mirar a los ojos del director de su escuela—. El señor Dejanais de la
clase de francés nos enseñó que eso significa oveja, ¿verdad?
—Cierto —replicó el señor Mouton inseguro.
Antes de que Jennifer pudiera decir nada más, fue empujada a través de la puerta
de la oficina con un chillido.

~77~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 7
La granja en luna creciente

—Nunca habría pensado eso de ti, Jennifer —dijo su padre, una vez en el coche y
de camino a casa—, pero o no eres tan lista como siempre hemos pensado, o te da
igual si tu familia vive o muere.
—¡Oh, vamos, papá! Mouton es un idiota, y sólo me estaba divirtiendo un poco.
—¡Esto no es un juego! —Estaba gritando al espejo retrovisor—. Hay enemigos...
seres de los que nunca has oído hablar... enemigos que me cortarían la cabeza en el
mismo instante en que supieran lo que soy. La tuya también.
—Eso no suena tan mal —dijo ella haciendo pucheros—. De todos modos odio
vivir así. —Asomándose a la ventana del asiento trasero, divisó un carnero negro
vestido con traje de chaqueta, sujetando con las pezuñas a una oveja rubia flaca y
huesuda con un vestido de estampado floral. Un trío de corderos lanudos entraban y
salían de su camino por la acera. Se restregó los ojos, pero las formas animales
estaban todavía allí cuando miró de nuevo… esto empeoraba.
Su padre seguía.
—Esperábamos que pudieras asistir a la escuela algunos días, antes de sacarte por
"razones médicas”. Faltar a clase la semana pasada, volver por un día, y desaparecer
de la noche a la mañana otra vez parecerá sospechoso. Y encima de eso, ¡encima!,
pegas un puñetazo a un chico enorme como Bob Jarkmand. ¡Puede que se lo
mereciera, pero un combate de boxeo en el pasillo es apenas compatible con el cuento
de que tienes una enfermedad crónica y debilitante!
—Tal vez podáis decir que sólo estoy mentalmente enferma —se burló ella—.
¡Tengo la impresión de que me estoy volviendo loca de todas maneras!
La expresión de su padre en el espejo retrovisor se suavizó, pero sólo ligeramente.
—Por supuesto que no estás loca, Jennifer. Estamos tratando de que no te resulte
demasiado duro...

~78~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No me digas.
—¡... pero tienes que usar la cabeza!
Ella inhaló por la nariz y se enjugó las lágrimas a tiempo de ver una vaca Jersey
conduciendo un monovolumen junto a ellos. Varios cerditos color melocotón estaban
situados en los asientos traseros.
—Lo siento. No consigo captar del todo los detalles de haber dejado de ser dragón
a otra vez humana por primera vez.
Elizabeth interrumpió.
—Ser adolescente mientras esto ocurre no puede ser fácil. Pero entendamos tu
dolor o no, tienes que escuchar a tu padre. Está intentando decirte que hay códigos
de comportamiento. Cuando rompes esos códigos, nos pones en peligro a todos. Así
que tienes que madurar.
La vía por la que se internaba su madre en esta conversación enfureció a Jennifer.
Fulminó con la mirada las cabezas de sus padres.
—¡En otras palabras, esto es una función de vodevil, yo soy vuestro títere, y ambos
estáis molestos porque no me muevo y hablo de la forma indicada por el brazo que
desde arriba dirige mis movimientos!

****

No prestaron la más mínima atención a esa última metáfora, reflexionó más tarde
Jennifer en la quietud de su cuarto. Sus pósteres de bandas, equipos de fútbol y
películas de fantasía estaban hechos trizas en el suelo. Estaba bosquejando un
interminable rebaño de ovejas con su lápiz de carbón vegetal, directamente en la
descolorida pared rosa. A espaldas de estos, surgía una oscura sombra alada.
—¿Jennifer?
No se dio la vuelta.
—Entra, Susan. Skip y Eddie pueden entrar, también. Asegúrate de que saben que
no deben poner peso en la parte superior del enrejado.
—¿Qué estás haciendo? —Susan sonó preocupada mientras los chicos trepaban
sobre el alféizar detrás de ella.
—Quién mantiene abierta su ventana en noviem... ¡Ey! —La voz de Eddie parecía
aún más preocupada que la de Susan, pero intentaba bromear—. ¿No te ejecutarán

~79~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

tus padres por hacer eso? Mi padre me pilló con lápices de colores en la pared
cuando tenía cuatro años, y todavía puedo recordar la corte marcial.
Jennifer todavía no se daba la vuelta.
—No me castigarán. No pasaré demasiado tiempo en este cuarto, de todos modos.
Y sabía que vendríais, por eso dejé abierta la ventana. Por favor ciérrala, Skip.
Oyó la ventana cerrarse, a continuación la voz tentativa de Susan. Era difícil
prestar atención: podía oler a comida. ¿Una presa? Su sentido común arrojó ese
pensamiento a un lado.
Susan estaba diciendo que Skip les había contado a ella y a Eddie lo que había
sucedido con Bob Jarkmand, y que Bob había tenido que ir al hospital, y que toda la
escuela hablaba. De eso, y de que tal vez Jennifer no regresara a la escuela, porque
había sido expulsada...
—Eso no es cierto —la interrumpió Jennifer.
Susan hizo una pausa.
—¿No? ¿Entonces qué ocurrió?
—No me han expulsado. Estoy… —Era tan duro mentir a sus amigos así—. No
quiero hablar de eso.
—Skip oyó que tal vez estabas realmente enferma, lo cual tiene sentido —ofreció
Eddie—. Quiero decir, por la forma en que saltaste de la camioneta de mi padre la
semana pasada. Si no quieres hablar de ello, estupendo. Pero por favor no te sientas
sola. Estamos aquí si nos necesitas.
Jennifer extendió la mano detrás de ella y agarró la rodilla de Eddie cuando él se
puso en cuclillas a su lado.
—Gracias, Eddie.
Todos exhalaron con un poquito de alivio antes de que ella continuase.
—Pero siento que estoy sola, incluso entre amigos. Al menos por ahora. Podéis
quedaros si queréis. Poned música, sentíos como en casa. Caray, coged un
carboncillo si queréis. Pero no hablaré demasiado.
—No llego a comprenderlo —dijo Susan, ignorando lo que Jennifer acaba de decir
—. ¡El campeonato no fue hace tanto! Jugaste de maravilla. ¡Aquella pirueta! Y luego
le pegas a Bob en el pasillo... pareces tan fuerte. ¿Cómo puedes estar enferma?
Jennifer se levantó y comenzó a esbozar árboles a lo lejos, a distancia de las ovejas.
Nada de refugio para las pobres ovejitas.

~80~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Su amiga lo intentó de nuevo.


—Sea como sea, me porté como una imbécil hoy cuando no acerté siquiera a
decirte hola. No sabía qué decir. Realmente lo siento. Quiero decir, que eres mi mejor
amiga, y no nos hemos visto ni hemos hablado en mucho tiempo. Te echo de menos.
Jennifer no pudo decidirse a hablar. Una parte de ella se sentía emocionada
porque todavía le importaba a Susan, pero la mayor parte de ella deseaba haber
cerrado la ventana y con ello haber evitado esta situación. ¿Para qué hacerse las
mejores amigas otra vez, cuándo tendría que desaparecer de nuevo antes de la
siguiente luna creciente... posiblemente para siempre?
El momento pasó, y Susan explotó.
—Maldición, ¿puedes al menos darte la vuelta y mirarnos?
Me da miedo las formas que podría ver, pensó Jennifer. Recordó las flacuchas ovejas
del autobús, y los animales por todo el pueblo. A ella le gustaban sus amigos tal y
como les recordaba, no quería despertarse y ver una especie de personajes dementes
de la película rebelión en la granja. Pero no sabía cómo expresar su miedo con
palabras.
—Ya me estoy hartando —terció de nuevo Susan.
—¡Susan, para ya! ¡Dale un respiro! —explotó Eddie—. No podemos saber lo que...
—Tuve a mi madre enferma hace cinco años —interrumpió Susan—. Estoy segura
que Jennifer la recuerda. Murió seis meses después de que los médicos descubrieran
su cáncer. Se pasó esos seis meses absorta en su propio dolor, sin hablar con nadie.
Ni siquiera conmigo, aunque me quedaba junto a su cama noche tras noche.
Adelgazó más y más en esa cama. Sin apenas una palabra en todo ese tiempo. Y
después se murió, sin hacer lo correcto. Eso fue egoísta y cruel. Si Jennifer quiere
hacer lo mismo, estupendo. Pero yo no voy a malgastar más tiempo aquí. Duele
demasiado mirar.
Jennifer oyó ruidos en la ventana, la cual aparentemente se había quedado
atascada, luego un golpe en el alféizar.
—Estupendo, atascada. Saldré por la puerta principal.
Cuando Susan abrió la puerta y salió al pasillo Jennifer captó un vistazo de su
amiga... un árabe negro como la medianoche que pasaba galopando, con su melena
brillante y sus mejillas largas, aterciopeladas, jaspeadas con sonrojo y lágrimas.
Jennifer hizo a un lado esa imagen y recordó a la madre de Susan. ¡Qué estupidez la
suya al olvidarla! Nunca debió dejar que sus padres pusieran una enfermedad como

~81~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

excusa.
Deseó con toda su alma llamarla, eso empeoraría las cosas. ¿Cómo se sentiría
Susan si descubría que Jennifer y su familia estaban usando una enfermedad como
coartada?
No tenía importancia. Esto era inevitable. Los perdería. No a todos de inmediato,
sino uno a uno...
—¡Susan! —Eddie salió precipitadamente del cuarto en forma de garañón
plateado—. Jennifer, la traeré de vuelta. ¡Susan!
Se oyó ruido de pasos en escaleras, y voces amortiguadas, Susan gritando, y luego
las voces de sus padres también. Susan gritando otra vez y una puerta cerrándose de
golpe. Después se hizo el silencio.
Ella esperó un momento.
—Skip, si vas a quedarte, coge un carboncillo.
—Vale.
Vio por el rabillo del ojo, cómo él se agachaba y cogía un carboncillo, y como
estiraba la otra mano para terminar de arrancar de los pósteres destrozados de la
pared.
—¿Más ovejas u alguna otra cosa?
—Otra cosa —dijo ella, trémula. En su sueño despierta, lo vio otra vez como la
flacucha criatura-oveja del autobús. Hizo todo lo que pudo para no mirarle
directamente mientras él recorría la pared con sus apéndices faltos de gracia—.
Definitivamente cualquier otra cosa, ahora. No me importa qué.

*****

Jennifer dejó de comer al día siguiente. Desde la reunión con el señor Mouton, se
sentía demasiado depredadora... se encontró deseando ardientemente más comida
de la cuenta y sintiéndose culpable porque todo el mundo a su alrededor pareciera
tomar la forma, oler, o llamarse como un sabroso bocado. Por supuesto, no comer
solo empeoró las cosas, y antes de que acabara la semana, Jennifer veía comida en los
lugares más insospechados... fideos en el lavabo del cuarto de baño, galletas
azucaradas colgando de las ventanas, y un pez nadando alrededor de la ropa sucia
esparcida por su habitación.

~82~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Apenas abandonó su cuarto durante tres semanas, dejando que su madre le trajera
comida que no comería... intentó con un poquito de sopa de pollo una vez, y la
escupió cuando le supo a sangre... y se conformaba con sorber agua y mordisquear
pan. Cubrió sus paredes de dibujos a carboncillo... rebaños de ovejas cazadas por
manadas de ángeles vengativos y (donde Skip había inyectado su vena artística) un
par de mariposas negras, sin rostro. Él había dejado bastante espacio rosa de la pared
que se revelaba a través de las alas y eso hacía que se parecieran un poco a esa Cola
de Espada a la que Jennifer había oído gritar en la clase de la señora Graf semanas...
años atrás, parecía ahora.
Skip y Eddie venían a verla cada par de de días después de la escuela, algunas
veces juntos, algunas veces por separado. Invariablemente le subían la comida que
los padres de Jennifer esperaban que comiera si le era ofrecida por manos diferentes,
y luego se la comían ellos mismos cuando la táctica no surtía efecto.
La mayoría de las veces, aparecían con sus extrañas formas... Eddie como un
hermoso garañón plateado con manchas color café, y Skip como una oveja
excesivamente alta y flaca. Ninguna de las dos distorsiones era reconfortante para
Jennifer, así que habitualmente les daba la espalda, quejándose de que necesitaba
descansar los ojos, y les dejaba hablar del instituto (aburrido), de Bob Jarkmand (que
se estaba recuperando), e incluso de las chicas que consideraban monas (con algunas
risitas).
Si el tema era lo suficientemente mundano, hacía una pregunta o dos,
simplemente para que siguieran hablando. Después de todo, aun si se marchaban
algún día como Susan, todavía no estaba preparada para perder a todo el mundo de
inmediato. Y quizá tras suficiente conversación, insistía un rincón de la mente de
Jennifer, pudiera encontrar algún modo de contarles la verdad después de todo.
Pero las cosas nunca fueron bien en esas semanas después de que Susan se fuera.
Cada vez que Eddie o Skip dirigían la conversación hacía ella o su enfermedad,
Jennifer se tensaba y sacudía su cabeza. Ellos sabían entonces que era el momento de
cambiar de tema.
Una mañana temprano, horas antes de la salida del sol, alguien a quien apenas
había visto durante las dos semanas pasadas la despertó: su padre.
—Nos vamos —dijo simplemente.
—¿Adónde?
—A la granja del abuelo. Vístete.
La idea de ir a la granja durante una luna creciente fue suficiente como para avivar

~83~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

el interés de Jennifer. ¡Había considerado negarse a moverse durante su siguiente


metamorfosis, simplemente para que Skip el Oveja y Eddie el Caballo entraran un
día y se encontraran a Jennifer la Dragón en su cama! Pero eso podía esperar.
—¿Habrá otros hombres dragones allí?
—Vístete. Recuerda, nada de ropa buena.

*****

Condujo hasta la cabaña él mismo, mientras la luna creciente iba alejándose a la


deriva hacia el este. A pesar de las protestas de Jennifer, no dejó que Phoebe les
acompañara.
—No habrá tiempo para jugar con tu perro. Tu madre se queda en casa. Cuidarán
la una de la otra.
Y así se fueron a solos, en un tranquilo paseo en coche que pareció durar más
tiempo de lo que fue en realidad. Para cuando llegaron a la cabaña, Jennifer
comenzaba a sentirse excitada y nerviosa a la vez... vio los campos de flores silvestres
que había sobrevolado, y la colmena rota, y las ovejas (ovejas auténticas, no el
flacucho-Skip-oveja) paciendo en el pasto.
—¿Te dio mamá la morfina que usó la última vez? —le preguntó a su padre
nerviosa mientras él aparcaba el monovolumen.
Él la miró de reojo.
—No apruebo exactamente los métodos de tu madre. Hay mucho acerca de ser un
hombre dragón que ella no puede comprender. La mayor parte de lo que sentiste la
primera noche era miedo, no dolor.
—Qué raro. Pareció un horrible dolor cociéndose en mi cerebro y volviendo de
nuevo una y otra vez. Eh, ahora que lo pienso, eso es lo que fue.
—No será tan malo esta vez. Cuantos más cambios tengan lugar, más te
acostumbrarás a ellos. Tomando morfina, o cualquier otra cosa, simplemente te
llevará más tiempo ajustarte.
Nada... ni siquiera el viento, ni las águilas reales que había visto a diario en su
última visita... realizaba ningún movimiento, ni sonido alguno alrededor de ellos en
medio del crepúsculo. Su padre salió del monovolumen, abrió la puerta trasera, y
sacó las bolsas que llevaban.

~84~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No has traído bastante ropa, pero tu madre puede subirte más, dentro de una
semana poco más o menos.
—¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí?
—Algún tiempo. Tu madre y yo decidimos…
—¿Mamá y tú decidisteis?
—... que es simplemente demasiado peligroso dejarte vagar por Winoka, donde
podrías cometer un error…
—¿Qué quieres decir con eso de cometer un error?
—... y más allá de eso, estamos preocupados por tu salud, ya que no has estado
comiendo.
—¡Yo puedo decidir lo que como y cuando!
—De cualquier manera, tendrás que quedarte hasta que...
—¿Hasta que qué? ¿Hasta que alguien de verdad busque mi comodidad en mí
propio futuro?
—... hasta que te habitúes y te sientas cómoda con quién eres ahora.
Ella le siguió a través del granero y el pasillo que conectaba con el resto del
edificio.
—¡Cómoda con quien soy! ¡Nunca voy a sentirme cómoda con quién soy! Odio no
parecerme a ti o al abuelo. Odio la forma en que veo y huelo cosas. Odio como esto
hace que tenga que mentir a mis amigos. Y odio lo mucho que duele. —Se derrumbó
en un sillón del cuarto de estar. Su padre hizo una pausa en la puerta de la cocina lo
suficiente larga como para mirarla.
—Por eso necesitas este tiempo. Confía en mí, Jennifer.
—No puedo confiar en quien ha estado mintiéndome durante catorce años —gritó
ella. Una vez que lo hubo soltado no se arrepintió. Sintió que le gustaba demasiado la
verdad.
Él le clavó la mirada pero no contestó. En lugar de eso, entró en la cocina.

****

El cambio sucedió menos de una hora después, y aunque Jennifer odió admitirlo,

~85~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

su padre tenía razón. No dolió tanto como la primera vez. Sus entrañas todavía se
retorcían incómodamente, y su columna vertebral aún se retorcía más allá de lo que
jamás hubiera creído posible, pero había poco dolor en sus mandíbulas, garras, o
extremidades.
Con menos dolor y menos miedo, Jennifer pudo observar su transformación más
claramente. La parte más interesante, se dijo a sí misma mientras apretaba los dientes
a través de los modestos dolores, era el despliegue de las alas. Una vaina explotó de
sus omóplatos y se envolvió a sí misma alrededor de sus brazos y torso. De él salió
girando un fino material que se alargó desde sus muñecas escamosas hasta su
reluciente abdomen. Luego los codos se inclinaron hacia atrás con un sonido
enfermizo, aunque ella no lo sintió como mucho más que un crujir de nudillos.
Con todo, no podía decidir qué había sido más problemático: el primer cambio
hacía semanas, cuando estaba aterrorizada y apenas había podido ver nada; o este,
dónde sabía qué ocurría y serenamente podía observar la forma del dragón borrar
todo rastro de su cuerpo humano.
Cuando el tono azul brillante cubrió su piel y un resbaladizo cuerno comenzó a
asomar de su alargado hocico, finalmente decidió que tanto daba una cosa que otra.
Su padre entró desde la cocina cuando ambos hubieron cambiado... le había
proporcionado algo de privacidad, a petición de ella... y la examinaba con una
sonrisa que no llegaba a sus ojos de plata. El hiriente comentario que Jennifer había
hecho antes aparentemente había hecho mella en él.
—La luna lleva en cuarto menguante al menos un día. Los demás llegarán pronto.
Espera aquí.
—¿Qué? ¿Te vas?
Sus ojos plateados refulgieron con un tinte helado.
—No finjas sentirte desilusionada.
Jennifer nunca había experimentado amargura de su propio padre, y esto la
sorprendió. Le hacía parecer bastante más joven... o quizá a ella misma bastante más
mayor. Una oleada de culpabilidad enrojeció sus mejillas.
—Lo siento, me he estado mostrando difícil.
—No lo lamentes —la interrumpió él, sosteniéndole la mirada—. Tienes derecho a
sentirte así. Pero creo que te estoy haciendo más daño que bien. Tu abuelo será mejor
tutor para ti.
—¿Dónde irás? Quiero decir, eres un dragón, papá. ¿No deberías quedarte aquí, al

~86~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

menos durante la luna creciente?


—Iré adonde suelo ir cuando estoy así. A Crescent Valley.
—Puedo... quiero decir, cuando pase un tiempo, ¿crees que yo también podría ir
allí?
Él hizo una pausa y por segunda vez en la conversación, reveló una expresión que
ella nunca antes había visto. Esta vez, parecía como si la estuviera midiendo con sus
ojos, o examinando sus faltas. Le hizo sentirse a la vez resentida y ansiosa.
—Con el tiempo —dijo finalmente—. Por ahora, tengo que ponerme en
movimiento mientras haya suficiente luz de luna en el agua. —Empezó a salir.
—¿Cuándo te veré otra vez? —Sentía el inicio de un ataque de pánico. ¿Y si el
abuelo no venía? ¿Y si los demás hombres dragones eran poco amistosos? ¿Y qué
tenía que ver la luz de luna en el agua con todo esto?
—Probablemente me quedaré allí algunas semanas —dijo—. Tu madre va a salir
de viaje por unos seminarios. Recogeré la furgoneta en el camino de regreso.
—Espera, ¿semanas? Creía que sólo permanecías como dragón mientras duraba la
luna creciente.
Él se inclinó más cerca de ella y dejó al descubierto sus dientes afilados en una
sonrisa misteriosa.
—Curioso, ¿verdad?
Y entonces, con una ráfaga de viento, se fue.

****

El amanecer llegó una hora más tarde, y todavía no había señal de nadie más. El
silencio y el perfume cubierto de rocío del amanecer llenaban el crispado aire de
octubre. Jennifer se acurrucó en el porche y esperó, mirando por encima del cuerno
de su nariz, atenta a cualquier señal de alguien y preguntándose si debería cazar algo
que comer por sí misma… cuando repentinamente el desayuno llegó a ella.
Al menos media docena de las ovejas del abuelo, lejos de su prado, venían
corriendo entre los árboles rodeando la esquina noreste de la cabaña. Parecían
aterrorizadas.
El sonido de pies galopantes surgió justo después, y antes que Jennifer pudiera
reaccionar tres enormes formas de color aceitunado irrumpieron alrededor de la

~87~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

misma esquina en encarnizada persecución. Los tres dragones... pues eran dragones,
aunque de ninguna clase que Jennifer hubiera visto antes... lanzaban rugidos
tempestuosos que prácticamente la tiraron del porche. Entonces, como un rayo,
redoblaron sus pasos y volvieron a la carga tras su presa.
—Hola ¿quiénes sois...? —comenzó, pero su voz se perdió entre el horrible
estrépito. ¿Estaba viendo formas animales otra vez, o esto era real?
Era real, decidió, y una auténtica cacería ya que estábamos. Los antebrazos de los
depredadores eran gruesos y firmes, y el escaso tejido que conectaba estas
extremidades con sus cuerpos parecía más decorativo que útil. Desde luego estaban
mucho más cómodos en el suelo que Jennifer. No podía imaginarse estos enormes y
voluminosos cuerpos dando vueltas alrededor de un lago lleno de peces como su
padre, o buceando graciosamente hasta el fondo de nada.
Pero fueron sus enrojecidos ojos violentos los que realmente captaron su atención.
Tres pares de estrechos puntos rojos corrían a gran velocidad hacia su presa,
completamente concentrados. Si las ovejas hubieran sido gacelas, no habrían salido
ganando, de eso Jennifer estaba segura.
Uno atrapó a una oveja rezagada. Con un rápido movimiento de la cabeza, se
agachó bajo la barriga del animal y corneó su caja torácica con el cuerno de la nariz.
La oveja saltó en el aire y se desplomó sin vida.
Ew. Jennifer hizo una mueca. Con la garra de un ala toqueteó el cuerno de su
propia nariz tentativamente.
Los otros dos dragones casi se habían acabado sus ovejas cuando dos esbeltos
cuerpos azules sobrevolaron los árboles cercanos y descendieron rápidamente. Sus
escamas eran casi exactamente del mismo tono que las de Jennifer, pero sus enormes
alas tenían patrones de naranja, rosado y amarillo que le recordaban más a una
mariposa que a un dragón.
Con una risa animosa, los recién llegados mecieron sus colas y golpearon a cada
uno de los dragones verdes con las puntas. Se armó la gorda, y hubo gritos de
protesta y más risa. Los dragones azules intentaron hacerse con la oveja
superviviente, pero los dragones verdes no tenían pensado permitírselo.
—¡Oye, Catherine! —uno de los voladores soltó una risita con ojos relucientes y
dorados—. ¿Qué pasa? ¿No has aprendido a volar aún?
—Acércate y repíteme eso —fue la respuesta en tono afable—. Te tendré a ti para
desayunar en lugar de esto.
—¡Vas a pasar hambre hoy! ¡Estas ovejas son nuestras!

~88~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Mientras ambos grupos se perseguían de acá para allá, Jennifer creyó ver moverse
una sombra al borde de los árboles. Parecía un montículo de suciedad y maleza que
no estaba segura de que hubiera estado allí antes. Clavando directamente los ojos en
él, comprendió que tenía ojos... ojos plateados. Estaban fijos mirando a la oveja, y a
los dragones que la perseguían.
Parecían hambrientos, y para nada amistosos.

~89~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 8
La leyenda del Fuego Ancestral

Jennifer alzó la cabeza, sin saber qué era aquel misterioso montículo con ojos o si
debía avisar a los demás... pero antes incluso de que pudiera articular palabra, el
montículo atacó. Cuando la distraída oveja pasaba trotando a su lado, su mandíbula
se ensancho, agarró a aquella cosa suave por el cuello, y la retorció.
—¡Acechador! —gritó uno de los dragones azules, pero aún se estaba riendo—.
¡Alerta Acechador! ¡Muller intenta robarnos nuestra comida!
Esto consiguió que todos trabajaran en equipo. Pero antes de que ningún dragón
verde o azul llegara al lugar del ataque, el recién llegado ya había vuelto a
desaparecer, envolviendo su piel sombría alrededor de la presa entre la maleza
espinosa.
—¡Sal, Muller! —rugieron todos a la vez, balanceando ligeramente las ramas—.
Muéstrate, ¡y a la oveja! O quemaremos el bosque entero buscándote.
—No lo haréis —gritó Jennifer de repente, saltando sobre la barandilla del porche
y aterrizando (bastante elegantemente, se felicitó a sí misma) en el césped no muy
lejos de los demás. Todos se sobresaltaron un poco por su interrupción, pero
rápidamente sonrieron al ver quién era.
—Eres la nieta de Crawford, ¿verdad? —dijo uno de los dragones de piel
aceitunada.
—Así es. Soy Jennifer Scales. ¿Quién eres tú, y por qué persigues nuestras ovejas
alrededor de nuestro granero y amenazas con quemar nuestro bosque?
El dragón extendió la garra de su ala.
—Catherine Brandfire. Lo de quemar el bosque no era más que una broma...
conocemos las reglas de por aquí.
Jennifer estrechó reticentemente la garra que le ofrecía.
—Está bien. ¿Y qué pasa con la oveja?

~90~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¿Qué, quieres una? Únete a la caza. ¡Pero eso significara que dos de nosotros se
marcharan hambrientos, en lugar de uno solo! —dijo esto último para todo el grupo,
y hubo algunas risitas.
—¿Cómo es que no te había visto antes por aquí?
Catherine se encogió de hombros.
—Bueno, soy bastante nueva. Cumplí los dieciséis hace unas pocas semanas. Pero
los otros llevan viniendo por aquí desde hace años. Algunos nos aburrimos a la hora
de la comida... ¡abatir una presa es muy fácil, a no ser que tengas algo de
competición!
Un dragón azul, que aun planeaba sobre sus cabezas, las interrumpió.
—¿Quieres un reto, Catherine? ¡Espera a las cazas oream de Crescent Valley!
—¡Espera un momento! ¿Venís aquí en cada luna creciente? ¿Y conocéis a mi
abuelo?
—¡Sería difícil no conocerlo! —Esto vino de una mata de plantas con ojos
plateados, que emergió de entre la maleza y rápidamente cambio de color y textura
para revelar una forma de dragón. No era diferente de su propio padre o abuelo:
color morado oscuro, con una frente huesuda que terminaba en una cresta negra—.
Todo el mundo conoce al Anciano Scales, y a su hijo, Jonathan.
No sonrió, sino que había respeto en su voz.
Jennifer se preguntó ociosamente que significaría ser un Anciano, pero había algo
más que la molestaba en aquel momento.
—¿Y cómo es que nunca os había visto antes a ninguno de vosotros?
Un dragón azul con un matiz rosado en el dorso de las alas se posó
cuidadosamente cerca de ella.
—Apostaría a que no has venido por aquí durante la luna creciente.
—No... supongo que no. No hasta hace unas pocas semanas.
En realidad nunca había prestado atención a las fases lunares antes de esta locura.
¿Porque tendría que haberlo hecho? Le gustaba el cielo nocturno como a cualquier
otra persona, pero no era astrónoma.
—Crawford hizo que nos marcháramos la ultima vez, antes de que llegaras. Tu
familia pensó que así te sería más fácil. ¡Me alegro de conocerte al fin, Jennifer! Soy
Alex Rosespan. Llevo siendo un arrojador los últimos seis años, y mi hermano,
Patrick, también lo es desde hace un par de meses. Si no fuera por tu abuelo, Patrick

~91~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

y yo no hubiéramos tenido a donde ir la primera vez que cambiamos. Esto es como


un segundo hogar para nosotros.
—Y para todos nosotros —intervino Catherine—. Yo sólo he cambiado otras dos
veces antes, pero todo el mundo sabe que la granja Crawford es el lugar más seguro
si eres un dragón. También es el lugar donde vienen los tutores a enseñar a los
novatos como usar sus poderes.
—¿Poderes? ¿Quieres decir escupir fuego y volar?
—Y otros más interesantes. —Los ojos carmesí de Catherine brillaron—. Como la
llamada del reptil para nosotros los pateadores o el camuflaje para los acechadores
como Muller.
—Este es mi primer año como tutor —explico Alex—. Ayudaré a los arrojadores
con el manejo de su cola.
Jennifer se sentó sobre sus patas dando coletazos nerviosamente. Todo esto sonaba
sospechosamente a más escuela...
—¿Sabes ya a que tipo te unirás?
—¿Qué qué? —para ella la pregunta no parecía tener sentido.
—¿Qué tipo? —la presionó Alex—. Quiero decir que pareces tener un poco de
todos... cuerno y físico de un pateador, piel y cola de arrojador, y, por supuesto,
acechador en tu sangre... y no sé si esto había pasado antes, incluso cuando las
familias se mezclan. Los hijos de padres diferentes suelen pertenecer a uno grupo u
otro.
Como un desagradable viento invernal, el recuerdo de que era una friki incluso
entre los monstruos abofeteó sus escamosas mejillas y se las enrojeció. ¿Qué
demonios debían pensar estos, tan perfectamente criados que todos los que tenían
características similares se mantenían unidos en grupos de caza, de ella? Era como
ser un mutante entre monstruos con pedigrí.
—Yo... eh... no lo sé. Mi padre no... mi abuelo no ha... es culpa de mi estúpida
madre…
—Yo creo que es una mezcla adorable —dijo Catherine dulcemente—. ¡Eres
sorprendente! Apuesto a que el cruce de tipos nos puede venir muy bien. Cada raza
tiene sus puntos fuertes y sus debilidades... por ejemplo, nosotros los pateadores no
podemos volar muy bien. Pero apuesto a que tú puedes escoger cualquier habilidad
que quieras, y ser buena en ella. ¿Tal vez podríamos aprender juntas la llamada del
reptil?

~92~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¿Qué del reptil? —Estaba demasiado abrumada por la gentileza de la dragona


verde como para recordar el término—. ¿Crees realmente que seré buena en ello?
—Claro, ¿por qué no? No lo sabrás hasta que no lo intentes, ¿verdad? Aprendí eso
cuando en mi primer año de secundaria tuve que cursar cálculo. Resultó que
suspendí miserablemente.
Jennifer quiso abrazar a esta extraña en el acto, pero de repente una sombra se
posó a su lado, sobresaltándola. Era el abuelo Crawford.
—¿Ya estás haciendo amigos, Niffer? —dijo simplemente—. ¡Fabuloso! Pero ya
casi es hora de desayunar. Si los demás termináis la caza y la lleváis a la cabaña, la
asaremos y compartiremos algunas historias.

*****

Para cuando empezó la hora del desayuno, Jennifer había contado no menos de
treinta y dos dragones diferentes corriendo por los pastos de su abuelo, o
moviéndose furtivamente a través de los árboles, o navegando sobre el lago con
tranquilos aleteos. Había pateadores como Catherine, todos con matices verdes y
largos cuerpos, ojos rojos tras diferentes números de cuernos nasales, y unos pocos
de camino a las alas; arrojadores como Alex, con pequeños cuerpos azul brillante,
ojos dorados y patrones brillantes bajo sus anchas alas; y acechadores como su padre
y su abuelo, morados y negros en su mayoría, con cuernos y crestas en la cima de sus
cabezas, y pocas veces se los veía por como sus escamas cambiaban de textura y color
a voluntad.
Era extraño, ver su segunda casa llena de criaturas completamente extrañas. Pero
cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que todo aquello que le resultaba
familiar estaba cambiando... la gente allá en su casa, sus amigos, su familia, ella, todo.
Había oveja en el menú, por supuesto, y Jennifer se tomó su tiempo para capturar
y preparar la suya. Eso la hizo sentir como si estuviera encajando, y tenía que admitir
que cuanto más veía a estos otros dragones, más le gustaba la idea. Además,
comprendió mientras los veía cazar que no había probado comida sólida en días, y
eso parecía estúpido en retrospectiva. ¿En que había estado pensando?
Los dragones formaban un escándalo cuando se reunían. No era capaz de
reconocer el género o la edad de ninguno, aunque si sus padres estaban en lo cierto,
todos debían de ser un par de años mayores que ella. Los arrojadores se mezclaban
con los pateadores, y los pateadores con los acechadores... a ninguno parecía

~93~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

importarle demasiado quién era quién, y ningún dragón estaba sólo. Incluso Jennifer,
que estaba intentando quedarse atrás y observar a los demás sobre los pedazos de
oveja salpicados de ketchup, se encontró riéndose de los chistes que escuchaba, y
devolviendo una sonrisa a aquellos que pasaban ante ella por el porche.
—¡Hora de una historia! —gritó uno de los arrojadores después de que la mayoría
hubiera terminado de comer—. ¿Dónde está el viejo Crawford? ¡Papá-Craw,
cuéntanos una historia!
—¡Estoy aquí mismo! Pero, ¿cómo es que nunca nadie escribe las cosas cuando las
cuento, así no tendríais que andar molestándome? —La voz de su abuelo era
escandalosamente alta, e hizo reír a los demás—. Muy bien, una historia. Es nuestra
tradición después de todo, especialmente cuando hay nuevos dragones entre
nosotros. Así es como los nuestros transmiten las historias... rodeados de comida, y
bajo la luna creciente. No usamos bibliotecas o archivos... mi salón tiene más ficción
que hechos, me temo, pero os contare una historia que algunos consideran cierta y
otros no.
"Hubo un tiempo, hace siglos, en que las personas aceptaban a los dragones, se
adaptaban a su presencia, e incluso los reconocían como parte del mundo. Las
civilizaciones creían que los dragones daban suerte, controlaban el tiempo, o incluso
la vida y la muerte. Los humanos cambiaban sus cosechas, sus tácticas de batalla, y
con quien se casarían, todo por el caprichoso susurro de una lengua bífida.
"Por aquel entonces, existía una fuerza que mantenía la vitalidad de los dragones.
No se sabe mucho de ella, solo su nombre: el Fuego Ancestral.
—¿Qué, quieres decir algo así como una enorme chimenea? —La interrupción
provino de un arrojador de voz joven que se sentaba junto a Alex. Los patrones de
sus alas eran similares, por lo que Jennifer supuso que se trataba de Patrick, el
hermano de Alex—. ¡¿Es una historia sobre una estúpida chimenea?!
La propia nieta de Crawford, y los más experimentados hombres dragón reunidos,
sabían lo poco que le gustaban al anciano las interrupciones en mitad de una historia.
Pero él descartó el comentario, sonrió, y continuó.
—Fuera el tipo de máquina que fuera, llenaba cavernas enteras con sus bramidos y
gruñidos, y sumía bosques enteros en brillantes llamas azules y verdes. Pero aquellas
llamas hacían crecer los árboles en lugar de consumirlos. Hace unos miles de años
más o menos, el Fuego Ancestral construyó un refugio mágico para los hombres
dragón, cubriendo Crescent Valley con olmos de luna apropiados para nuestra
especie.
Varios de los dragones asintieron en reconocimiento. Esto estaba volviendo loca a

~94~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer... ¿Qué demonios era eso de Crescent Valley? ¿Y ahora olmos de luna? Aun
así sabía que era mejor no interrumpir a su abuelo.
—Una noche, una tribu de hombres araña se arrastró hasta el interior de Crescent
Valley. Habían oído hablar del poder del Fuego Ancestral, y lo querían. Usando
brujería, tejieron sus redes sobre las defensas del Fuego, envenenaron su
funcionamiento y robaron sus secretos. Pero mientras intentaban huir, el Fuego se
accionó con un último esfuerzo, despertando a los dragones y llevándolos a la lucha.
“Ningún hombre araña salió de allí con vida. Pero la maquinaria del Fuego
Ancestral estaba irrecuperablemente dañada. Su luz se atenuó, sus rugidos se
silenciaron, y poco después de aquello, se perdió.
—¿Se perdió? —otra vez Patrick.
Crawford, molesto por esta segunda interrupción, saltó:
—¡Sí, perdido, chico! Como en "nunca volvió a encontrarse".
—¿Y cómo es que nadie se limitó a ir a la misma cueva en la que estaba y
buscarlo? Tal vez nosotros podríamos repararlo.
—Eres un jovencito brillante —dijo el anciano sin parecer querer decirlo en
realidad—. ¡No dudo de que posees un mapa con la verdadera localización del Fuego
Ancestral, y una pala y un pico, y suficiente pegamento, y conoces exactamente el
modo de repararlo!
Jennifer estaba disfrutando de la regañina... nadie perdía la paciencia como su
abuelo en mitad de una historia... pero una pregunta más básica la impulsó.
—Hum, abuelo… ¿qué es un hombre araña? Quiero decir, hombres dragón,
hombres araña… ¿cuántos hombres-cosas existen, por cierto?
Él volvió la cabeza hacia ella, pero su expresión estaba más calmada.
—Ah, lo siento, Niffer. He contado estas historias tantas y tantas veces que ya no
sé quien ha escuchado cuales. Bueno, veamos… hombres araña… sí, creo que sé
cómo explicarlo. Seguidme, todos.
Fue un paseo corto hasta la orilla del lago, donde Crawford abrió una gran caja de
madera que había allí. Jennifer siempre había pensado que contenía aparejos de
pesca o chalecos salvavidas, por lo que se sorprendió cuando él sacó algunos tazones
de cerámica y pequeñas bolsas de plástico cuyo contenido ella no pudo identificar.
—Diferentes dragones responderían a Jennifer de diferentes maneras —dijo al
tiempo que cogía un tazón con un rápido movimiento de su garra y lo sumergía en el
lago—. Yo responderé así: En realidad hay un único tipo de “hombres-cosas”, como

~95~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

tú los has llamado. Observad mientras añado los ingredientes…


Todos lo miraron con incertidumbre, incluso los más mayores. Cuidadosamente
sacudió el contenido del primer tazón pequeño sobre su garra, y después araño los
restos un momento antes de volver a hablar.
—Cincuenta granos de sal, por los ancestros que pelearon primero —murmuró.
Los introdujo dentro del cuenco. Después vació el segundo tazón pequeño y contó
algo más sobre su palma.
—Cincuenta semillas, para alumbrar el fruto de futuras generaciones. —Esto
también fue a parar al cuenco.
—Cincuenta minutos, por el tiempo que está llevando esta respuesta —susurró
Catherine, que se había sentado al lado de Jennifer. La dragona más joven resopló.
—Tal y como sabréis algunos de vosotros, cincuenta es un numero con significado
entre los hombres dragón —explicó Crawford mientras mezclaba los ingredientes del
cuenco con una garra—. Un dragón no es considerado maduro hasta haberse
transformado cincuenta veces. Las cazas oream requieren cincuenta cazadores de
cada clan. Los nelobo usan cincuenta acordes diferentes para comunicarse con
nosotros. Y así podría continuar.
Jennifer sintió una nueva oleada de irritación. Había preguntado que era un
hombre araña, ¡y ahora su abuelo estaba hablando de oreams, y nelobos, y un
montón de cosas más que no le interesaban en absoluto! Se dio cuenta de repente de
por qué su padre era tal como era... debían ser los genes.
Espera, la sacudió un helado pensamiento. ¿Quiere eso decir que seré como ellos
cuando sea vieja?
La voz de Crawford la liberó de aquel terrorífico pensamiento.
—Nadie sabe por qué el número es cincuenta, pero lo es. Y esta bebida que acabo
de elaborar, con cincuenta gramos de sal y cincuenta semillas, es una bebida
ceremonial entre los hombres dragón. Honra nuestro pasado, nuestro futuro, y los
cambios que sufrimos entre ambos. Bebemos y nos adaptamos. Tomad.
Respiró un pequeño chorro de llamas sobre el cuenco y se lo tendió a Jennifer. Ella
lo cogió con las dos garras y examinó su contenido. Varias semillas... pequeñas
semillas de kiwi, e incluso un hueso de melocotón... la miraban entre el agua salada.
Se lo llevó a la boca y sorbió. Lo primero que notó fue lo difícil que era para una
cabeza de reptil sorber algo... el líquido goteaba entre los afilados dientes, y caía por
su larga y estrecha barbilla. Lo segundo que notó fue que era, esencialmente, agua

~96~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

salada caliente.
—¡Argghhhh! —chilló, dejando caer el tazón.
Su abuelo suspiró mientras estudiaba las semillas que había a sus pies.
—Sí, bueno, aun así, la tradición es importante. Estoy seguro de que habéis
captado la idea.
—Lo siento —se disculpó Jennifer.
Él le guiñó un ojo y continúo.
—Volviendo a lo de los hombres araña, proceden del pasado profundo, como
nosotros y nuestras tradiciones. "Cincuenta veces hace cincuenta años", decimos los
dragones cuando queremos decir hace tanto que nadie sabe cuando fue. Y por aquel
entonces, de acuerdo con la leyenda, solo había un grupo de gente capaz de cambiar
de forma. Eran los mutautem y sus hazañas influyeron en la mitología de Grecia,
América Central, Asia Oriental, y Noruega: personas, que fueron confundidas con
dioses, por su capacidad de pasar de una forma a otra. Cada mutauta podía
transformarse en cualquier cosa viva... peces, pájaros, osos, dragones, insectos,
incluso árboles... pero la copia no era más que una triste imitación.
"Fue así, hasta que llego la Primera Generación. Eran los primeros cincuenta hijos
de la más poderosa mutauta, una mujer llamada Allucina, que podía transformase en
pura luz. Cada uno de los hijos de Allucina podía adoptar una forma diferente... una
única forma, pero más exacta y elegante que las de sus antepasados. Estaba Brígida,
la mayor y la primera dragona perfecta; y Bruce, la primera araña perfecta. Y Bardou
el lobo, Bubul el pájaro cantor, Bennu el águila, Bian el monstruo marino, y muchos
otros cuyos nombres se han perdido.
Jennifer intentó imaginarse cómo sería cuando los llamaran a la hora de la cena
con todos aquellos nombres que empezaban con B, pero se guardó el pensamiento
para sí misma.
—La última en nacer fue Bárbara, que no tomo otra forma más que su forma
humana. Había bastantes tensiones entre muchos de los niños... en parte porque
había cincuenta de ellos, y el estrés era natural. Pero entre Brígida y Bruce, la primera
y el segundo en nacer, había algo más profundo que simple aversión. La dragona
estaba orgullosa de volar al aire libre y lanzar risotadas de llamas. Miraba
despectivamente a su hermano araña y su preferencia por las grietas tranquilas y por
tejer telarañas. A cambio, Bruce pensaba que su hermana era arrogante y estúpida, y
estaba preocupado por su temeridad. El miedo y la desconfianza que sentían
mutuamente pronto se convirtieron en odio. Como niños que eran, se gastaban

~97~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

bromas desagradables el uno al otro... se metían gusanos en la comida, desgarraban y


quemaban las ropas del otro, ese tipo de cosas. Cuando crecieron, Brígida y Bruce
prefirieron bromas como hacer explotar juguetes y envenenar las páginas de los
libros. Lograron aliarse con los niños más pequeños, y en poco tiempo la familia se
había dividido en dos.
Jennifer estaba perpleja. ¿Era eso lo que significaba tener un hermano o una
hermana? Suponía que sus padres la habían mimado por ser hija única, pero parecía
mucho mejor que la alternativa, aunque esto no fuera más que un mito.
—Allucina no podía soportar la situación, por lo que recurrió a su hija menor,
Bárbara, quien no se había unido a ninguno de los dos bandos. Le dio a Bárbara
poderes increíbles, y control sobre las bestias. Y cuando Allucina murió... algunos
dicen que Bruce envenenó a su propia madre... dejó a su hija menor como única
heredera de todos sus poderes y posesiones, y nombró a Bárbara matriarca de la
familia. Esto no les sentó bien ni a Brígida ni a Bruce... ni al resto de ellos, ya que
estamos. Tras años de urdir complots y maquinaciones, la familia finalmente estalló
en una guerra violenta... Brígida y sus aliados, Bruce y los suyos, y Bárbara que
seguía sola. Los hermanos mataron a sus hermanas y viceversa, y cuando todo hubo
terminado, solo quedaban tres. Brígida escapó a las más altas montañas, donde
Bárbara no podía seguirla. Bruce se esfumó en un laberinto de sombras. Y hasta hoy
en día, cientos de años después, sus descendientes permanecen dispersos, odiando la
existencia de los demás, y esperando para terminar el trabajo que sus ancestros no
completaron.
Crawford terminó la historia y los dejó sentados en silencio durante un rato.
Finalmente Patrick habló primero.
—¿Así que los hombres araña son personas, como nosotros, sólo que adoptan
forma de araña? Parece que bastaría con hablar con ellos, conocerlos mejor. Quiero
decir, hace cientos de años de eso. Seguramente no nos siguen odiando tanto,
¿verdad?
Jennifer estaba segura de haber visto dudar a su abuelo un segundo antes de
asentir.
—Lo hacen, Patrick. Son menos humanos ahora, y más arácnidos. Por instinto, aun
nos odian. Durante siglos su número ha aumentado lo bastante como para
expulsarnos de cada uno de nuestros hogares. El lugar que destruyeron primero fue
Eveningstar.
Jennifer pensó de nuevo en la desafortunada noche en la que cumplió cinco años y
su mundo se volvió del revés. Si cerraba los ojos, aun podía distinguir los aullidos de

~98~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

bestias desconocidas…
—Pero, ¿por qué no contraatacamos? —preguntó Catherine—. ¡Debemos ser más
fuertes que ellos! Quiero decir, ¡podemos volar! ¡Podemos escupir fuego! Las arañas
son pequeñas. Un dragón puede aplastar a una tarántula, ¿verdad? ¡Son sólo bichos!
Crawford parecía atrapado entre una sonrisa pesarosa y una mueca compasiva.
—Esos "bichos", como tú los llamas, Catherine, no son pequeños. No son pequeños
para nada. Aunque no son capaces de hacer lo que hacemos nosotros, tienen sus
propias habilidades. Siglos de esconderse y tender trampas han refinado sus
habilidades. ¿Dices que podemos volar? ¡Ellos pueden saltar, y saltar alto, para
atrapar a su presa! Nunca fallan. Tienen una visión excelente, y los más poderosos de
ellos pueden ver a través del tiempo y el espacio. En sus guaridas, sus caciques crean
nuevas recetas de venenos y, según algunos, hechizos. Cuando sus tropas atacaron
Eveningstar, poseían un arma que creíamos tener sólo nosotros: podían escupir
fuego.
Jennifer se abrazó a sí misma con sus alas. No le gustaban las arañas cuando
medían unos centímetros y tejían inocentes telas en el porche delantero. Pensar en
una araña de su tamaño capaz de lanzarse al cielo como un cohete y lanzar fuego
entre sus fauces llenas de veneno, era sencillamente aterrador.
—¿Y qué pasó con los descendientes de Bárbara? —preguntó Patrick.
Para su propia sorpresa, fue Jennifer quien contestó.
—Yo he visto a una —susurró. Lo hizo a suficiente volumen como para que los
otros se giraran a mirarla sorprendidos—. El sueño... La señorita Graf. Llevaba una
brillante armadura y una corona. Usan espadas, ¿verdad? Ella lo hacía. Hablaba en
latín. Creo…y la recuerdo hablando de justicia, y leyes, y una profecía. Y muerte. —
Notó que la garra del ala de Catherine se extendía y agarraba la suya. Mirando a su
abuelo, Jennifer tembló—. Son brutales.
—Son brutales —respondió él con tristeza—. Pero temo que ni siquiera tu potente
imaginación les haga justicia, Jennifer. Mientras que los hombres araña actúan por
instinto animal, los cazadores de bestias... como los llamamos nosotros... actúan por
fervor religioso. Bárbara es su santa patrona, y nos persiguen con intención de
erradicar el mal.
"Los cazadores de bestias suelen llevar espadas como has dicho, pero no las
necesitan. Son maestros en los duelos, armas andantes que usan la luz y el sonido
para someter al resto de los hijos de Allucina. Su sola voz puede paralizar a sus
enemigos. Algunos incluso...

~99~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

De repente, Crawford se detuvo, como si se le hubiera ocurrido algo. Suspiró y


sonrió a modo de disculpa.
—No pretendía asustaros. Aparte de en sueños... —miró significativamente a
Jennifer—... ningún hombre dragón ha informado haber visto a un cazador de bestias
desde hace años. Alegraos por ello.
Esto no la tranquilizó totalmente. Observó las sombras que formaba el sol en unos
árboles cercanos, medio esperando ver unos grandes y bulbosos ojos o la luz de una
espada curva. Pero no había más que el nido vacío de un águila.
—Mi abuela dice que las libélulas le están llevando extrañas noticias —ofreció
Catherine—. ¡Dice que volveremos a ver a los cazadores, pronto!
Ahora fue Crawford el que se rió ahogadamente.
—Joven Catherine, tu abuela es una de las más reverenciadas Ancianas. Pero creo
que las libélulas de Winona Brandfire están demasiado ansiosas. No hemos
escuchado ni un rumor de enemigos desde Eveningstar, y dudo que lo oigamos
durante algún tiempo.
Jennifer no sabía mucho sobre hombres dragón. No sabía casi nada sobre sus
enemigos, o lo fiables que eran las libélulas como informantes. Pero sabía algunas
cosas sobre su abuelo. Una de las cosas que sabía era que cuando no estaba siendo
totalmente sincero con ella, no era capaz de mirarla a los ojos.
Ahora, sus ojos plateados miraban a la lejanía a través del lago.

*****

—¿Entonces, quieres hacer surf-salto?


—¿Perdón?
Los ojos de Catherine estaban llenos de malicia.
—¡Surf-salto! Mi abuela me lo enseñó. Los pateadores lo hacemos un montón, ya
que no podemos volar largas distancias.
Jennifer se encogió de hombros.
—Claro, supongo.
—Sígueme.
Dejaron la cabaña y fueron a los pastos que quedaban más al sur. Aun había

~100~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

cientos de ovejas pastando... Jennifer suponía que su abuelo compraba rebaños y


rebaños de ellas para abastecer el refugio. Cuando las blancas y mullidas figuras
huyeron ante su aproximación, Catherine no les hizo ni caso y, en cambio, corrió por
la hierba, paralela a la línea de árboles.
—¡Sólo mira! —gritó por encima de su ala.
Su voluminoso cuerpo color oliva rodó sobre la suave pendiente cubierta de
hierba. Batiendo sus pequeñas alas, levantó apenas el vuelo. En lugar de elevarse
más, como Jennifer había aprendido a hacer, volvió a deslizarse hasta el suelo.
Entonces, con una magnifica patada, se elevó hacia el aire de nuevo. Otra patada...
salto... y otra... salto. Eran enormes y lentos pasos realizados por el lagarto más
patoso que Jennifer hubiera visto jamás.
Se rió para sí misma. Parecía como un mal vuelo, pero también parecía muy
divertido. Antes incluso de darse cuenta, ya estaba yendo tras su nueva amiga,
dejando que sus alas cortasen el viento otoñal y golpeando la pálida hierba con patas
temblorosas.
—Los arrojadores se ríen de nosotros cuando nos ven hacer esto, pero
francamente, ¡me encanta estar tan cerca del suelo! —gritó Catherine mientras
Jennifer se impulsaba, con lo que quedaron pateando una al lado de la otra—. Esto
hace que sea más fácil acelerar, como un corredor dando pisadas más rápidas. Mira
esto.
Hincó de golpe los talones y acortó sus pisadas. Y con esa simple maniobra estaba
ya saltando por delante de Jennifer. Repentinamente dio un giro a la izquierda, hacia
el bosque.
—¡No tienes por qué utilizar el suelo todo el tiempo! —gritó tras ella—. Probé esto
la ultima vez y me estrelle, pero es que aún soy muy nueva en esto, déjame ver sí…
Jennifer giró para seguirla, con el estomago revoloteando... los árboles estaban
muy juntos entre ellos, y muchos tenían grandes ramas con pesados nudos. Inclinó
las uñas frenando lo suficiente como para planear entre cada salto, y así poder
observar.
Pero Catherine no llegó muy lejos. Tras maniobrar bastante grácilmente sobre un
grupo de robles y patear un grueso tronco para poder acelerar, se encontró encarada
a unos pesados y fragantes pinos que eran demasiado gordos pasa ser esquivados y
demasiado espesos para poder encontrar un lugar donde patearlos. Se estrelló contra
dos pinos a la vez, y con un graznido cayó a través de las ramas más bajas en medio
de una cascada de hojas muertas.

~101~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Catherine! ¿Estás bien? —Jennifer no podía parar de reírse... no parecía serio, se


mirase como se mirase—. No estoy segura de que sea así como deba hacerse.
—Tal vez debería observar a mi abuela unas cuantas veces más —murmuró
Catherine, sacudiéndose las hojas y las ramitas de las puntas de las alas—. Por
supuesto, ella pasa la mayor parte del tiempo en Crescent Valley, y yo aún no puedo
ir hasta allí.
—¿Crees que lo que le dijeron las libélulas era verdad? —Jennifer quitó
cuidadosamente un poco de musgo de la escamosa espalda de su amiga—. Quiero
decir, ¿todo eso de los enemigos acercándose? Mi abuelo parecía escéptico.
—Con todo el respeto hacia tu abuelo, los informantes de los Brandfire no cometen
errores. Podría decirse que es nuestra especialidad. Si nos dicen algo, ocurre. Algo se
acerca.
—¿Pero qué es lo que se acerca? ¿Cazadores?
Catherine se encogió de hombros.
—O algo peor.

~102~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 9
Entrenamiento

—Los hombres dragón —anunció Crawford—, no existen.


Había cinco de ellos en el porche... Jennifer, su abuelo, Catherine Brandfire, Patrick
Rosespan, y un acechador al que Jennifer no había visto antes, con escamas color
lavanda y un escudo de espinas protegiendo su nuca. Eran los dragones más
recientes, y estaban disfrutando de una lección corta de su anfitrión.
Patrick los miró a todos de arriba abajo después del comentario de Crawford.
Sonrió abiertamente.
—No es por faltarle al respeto, señor, pero ¡yo me siento real!
Crawford se tomó las risitas de los estudiantes estoicamente.
—Gracias, señor Rosespan. Es usted tan literal como su hermano mayor, por lo
que veo. Supongo que debería ser más exacto. Somos reales, físicamente. Y tenemos
fuerzas espirituales a las que os ayudaré a acceder en las semanas y meses venideros.
Pero para el resto del mundo, no existimos. ¿O no lo han notado?
Patrick se removió incómodamente.
—Siempre me he preguntado por qué nunca vi Eveningstar en las noticias
después de que mi familia escapara.
—Mi primera metamorfosis fue justo al lado de la autopista hace dos meses —
ofreció Catherine. Frunció el ceño—. Desde luego, era medianoche, pero nadie se
detuvo a echarme una mano. Ni siquiera la patrulla estatal.
—Nos ocultamos aquí, pero probablemente ni siquiera tengamos que hacerlo —
comprendió de repente Jennifer—. Nadie nos ve volar, ni cazar, ni nada, ¿verdad?
—No tienen que hacerlo —respondió Crawford—. Una bestia volando a través del
aire como tú, una bestia sufriendo en una cuneta como Catherine, una ciudad entera
de bestias ardiendo hasta la muerte como Eveningstar... todas son cosas que pueden
ser ignoradas por el mundo exterior. Eveningstar, después de todo, estaba poblada

~103~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

casi enteramente por hombres dragón. Era un refugio raro en un mundo que más
bien no reparaba en nosotros. En términos sencillos, no somos lo bastante mundanos.
—Somos monstruos —ofreció Catherine. El término sobresaltó a Jennifer—. Pero
yo siempre pensé que eso significaría que más gente repararía en mí, no menos.
—Eso depende, ¿no? Normalmente la gente reacciona de uno de dos modos ante
algo diferente. O lo ignoran si pueden, o intentan detenerlo si no. Sólo buscan un
tercer modo, aceptarlo y adaptarse, si no tienen más elección. Y nosotros mismos no
somos tan diferentes a los humanos, ¿verdad? Antes de vuestro primer cambio,
alguno de vosotros pasó por alto una cosa o dos que debíais haber visto u oído.
Mientras hablaba, los ojos del dragón mayor se fijaron en Jennifer. El significado
estaba claro... sintió una repentina puñalada de culpa por su padre y su comentario
de ayer sobre no confiar en él. Desde luego, él podría haberle contado antes lo de los
dragones. ¿Pero no podía también haber puesto más interés en averiguarlo por sí
misma? Demonios, estaba tan desconectada de sus sermones, que él podría haberle
ofrecido una presentación con diapositivas sobre la anatomía de un dragón en la
cocina y probablemente ella se lo habría perdido.
Crawford vio que el mensaje llegaba a destino y continuó.
—Nuestra posición es precaria. Somos demasiado extraños para merecer
reconocimiento. Si forzáramos la situación, somos demasiado pocos para
defendernos contra la inevitable reacción violenta. Las consecuencias serían terribles.
Nuestros refugios... esta granja, otras como ésta alrededor del mundo, incluso
Crescent Valley... están ocultos, pero no son inexpugnables.
—Este tema es deprimente —se quejó el acechador—. ¿Por qué nos cuentas esto...
para hacernos sentir peor?
—¡En absoluto! Pero tenéis que saber la verdad. Muchos dragones jóvenes llegan a
este cambio con un montón de rabia, resentimiento o desesperación. Intentan
cambiar lo que son para conseguir la aceptación del mundo... o si no, intentan
cambiar el mundo demasiado rápido, hacerlo de nuevo como fue una vez cuando la
gente nos reverenciaba y respetaba.
"El cambio nos llega a todos, y llegará al mundo... lenta y firmemente, como una
ola que la luna empuja a través de una enorme playa. No puedes empujar las olas
más rápido, y nadie puede construir paredes de arena lo bastante gruesas para
detenerlas. Llega cuando llega.
—¿Así que nos quedamos simplemente aquí sentados y esperamos a que nos
ocurran cosas? —preguntó Jennifer—. Eso no suena muy productivo.

~104~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No esperaría que tú te sentaras y esperaras nada —dijo Crawford con una
sonrisa—. Cada uno de vosotros tendrá su papel que explorar en nuestra comunidad.
Podéis verlo en la forma en que cada clan apoya a los otros. Los pateadores son de
constitución fuerte y gran ferocidad, los arrojadores son rápidos y gráciles, los
acechadores son sigilo y estrategia. En nuestras costumbres, nuestras batallas, incluso
nuestras cazas, cada clan tiene un papel que jugar. Y dentro de esos clanes, cada
individuo encuentra su pasión.
Jennifer pensó en ello. ¿Qué significaba para ella? No parecía o se sentía como si
perteneciera a ninguno de los tres clanes. ¿Tenía un papel en esta comunidad, o sería
expulsada una vez que todos comprendieran lo diferente que era, y lo mal que
encajaba?
—Cada uno de vosotros pasará esta semana con un dragón más experimentado
que pueda ayudaros a aprender las habilidades específicas de vuestro tipo —
continuó Crawford—. Joseph aprenderá camuflaje, Patrick aprenderá golpes de cola,
y Catherine aprenderá la llamada del reptil.
Ante esto, Jennifer se hundió, rumiando su resentimiento.
—¿Y qué voy a hacer yo? ¿Aprender a rascarme la nariz con la garra de un ala?
—Tú —respondió él con los ojos entrecerrados—, vas a aprender las tres cosas.
—Apuesto a que mi padre tiene algo que ver en esto.
—En realidad, Niffer, fue idea mía. —Se acercó e inclinó para que sólo ella pudiera
oírle—. No van a ser una vacaciones, querida. ¡Si crees que tu padre era malo, espera
a oír mis sermones!

****

No era tan malo, reflexionó a medida que pasaba la semana. Crawford daba
sermones cada mañana y tarde... historias e historia sobre los hombres dragón y su
cultura. Durante esos momentos, descubrió pequeños hechos enervantes, tales como
el edicto de que, como cada hombre dragón, tendría que atravesar cincuenta
metamorfosis... ¡más de dos años!... antes de que le dejaran aprender incluso donde
estaba Crescent Valley, y mucho menos ir allí. Una especie de aborrecible prueba de
madurez, acabó por deducir.
Después de varias dosis de este tipo de cosas, Jennifer decidió que aprender
nuevas habilidades de otros tutores... haciendo cosas... era un poco más atractivo.

~105~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Ella y Joseph tenían que captar los detalles más finos del camuflaje nada menos
que de Muller, el acechador que había emergido de los arbustos el día en que Jennifer
había estado observado la caza. Era un poco hosco, y nunca dejaba saber si "Muller"
era su nombre o su apellido. Jennifer tenía a menudo la impresión de que Muller
desearía estar en cualquier otro sitio.
La primera lección fue pasablemente bien, dada la nube oscura que colgaba sobre
su tutor. Cuando Joseph intentó un patrón corteza-de-árbol, fue capaz de crear
apropiadamente líneas talladas. Pero Muller se quejó de que el color era dos tonos
demasiado luminoso, y la textura demasiado espaciosa.
La propia Jennifer se las pudo arreglar con un camuflaje sencillo que imitaba hojas
caídas, pero no consiguió mucho más. Un intento de corteza-de-árbol terminó en una
especie de cuadros rudimentarios, y su intento de una roca, en las cortantes palabras
de Muller, requería "más mineral, menos vegetal".
Los golpes de cola con Patrick, bajo el tutelaje de su hermano mayor, Alex, fue más
esperanzador. A Alex le gustaba hablar con cortas frases militares (justo como Eddie,
pensó Jennifer tristemente). De acuerdo con el mayor de los Rosespan, los
arrojadores tenían extraños aceites a lo largo de sus cuerpos, permitiendo esto que
sus sistemas nerviosos actuaran como generadores. Los aguijones al final de la cola
de Jennifer eran más largos que los de la mayoría de los arrojadores... y por supuesto,
ella era más grande para empezar... así que por supuesto, los resultados fueron
espectaculares.
—¡Guau! —exclamó Alex, cuando una cascada de chispas voló por los aires un
nido de avispas vacío que utilizaban para prácticas de tiro—. ¡Buen trabajo! Has
dejado ese objetivo hecho polvo. Harás de arrojadora si alguna vez entras en una
caza de Crescent Valle, ¡y es una orden!
Eso sonó bastante agradable, si bien algo vago, decidió Jennifer más adelante esa
semana mientras vagaba a través de los bosques con Catherine y Ned Brownfoodt. Y
desde luego parecía más excitante que la primera lección de llamada del reptil de
Ned.
Jennifer todavía no estaba segura de que era la llamada del reptil exactamente,
pero en palabras de Ned, requería unas condiciones de clima y humedad de la tierra
casi perfectas. Después de postergar su primera lección dos días porque "la luna no
era del todo correcta", Ned... que era al menos tan viejo como el abuelo Crawford...
pasó al menos una hora buscando el trozo de tierra perfecto para trabajar.
Su amable y anticuado acento del sur de Missouri impacientaba y cansaba a
Jennifer a la vez.

~106~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Jovencitas —decía mientras paseaba—, nunca os pongáis... a convocar cosas...


sin la mezcla perfecta. Aquí está... esto servirá —dijo finalmente, justo antes de que
Jennifer y Catherine dieran por terminado el día. Estaban en la entrada de una
caverna baja situada al menos a cuatrocientos metros del lago, en una parte de los
bosques del abuelo que Jennifer nunca antes había visto. Los hojas eran escasas y la
tierra menos esponjosa. Apestaba a estiércol seco dejado por animales
indeterminados—. Vamos, chicas, entrad... y vigilad las cabezas... es mi trabajo...
encontrar el lugar exacto... pero el vuestro será...
—¿Morir apestadas? —susurró Catherine.
—... agacharlas.
—¡Ay! —Catherine se frotó la parte de atrás de su pálida cabeza aceitunada donde
acababa de arañarse contra una depresión en el techo de la caverna.
—¿Eh, Catherine —preguntó Jennifer cuando tuvieron un momento a solas (esto
ocurrió bastante rápidamente, cuando Ned presintió... inmediatamente después de
su llegada a la caverna... que podría haber un punto incluso mejor de tierra un poco
más profundo, y se fue a explorar)—, puedo hacerte una pregunta?
—Claro —dijo Catherine, sonriendo a través de sus ojos bermellón.
—¿Ves, em, cosas raras cuando eres humana?
Catherine se encogió de hombros.
—Sueño despierta de vez en cuando. En la clase de historia del señor Soule, a
menudo me distraigo y me imagino flotando o volando.
—Mmm. —Jennifer no estaba segura de sí sus experiencias se equiparaban—.
¿Nada de cazadores? ¿Lluvias de arañas? ¿Gente-oveja? ¿Vomitar corazones?
—Puag. No. —La cara reptiliana de Catherine mostró preocupación—. ¿Has
hablado con tu abuelo de esto?
—Aún no. Es difícil para mí separar lo que es normal para un dragón y lo que no.
Estoy intentando no molestarle con cosas que podrían no tener importancia.
—Escucha, Jennifer. Si es importante para ti, es importante. Y tienes que hablar,
créeme. Yo no soy mucho mayor que tú. Algunas veces, los catorce parecen ayer. —
Catherine sonaba sorprendentemente triste. Jennifer estaba confusa. ¿No se suponía
que los años de instituto eran el mejor momento de tu vida?
—Ojalá hubiera conectado más con mi familia por aquel entonces. No comprendí
hasta mi primera metamorfosis lo mucho que realmente dependía de ellos. Cuando
me encontré sola en la autopista, estaba huyendo de casa. Me habían hablado de todo

~107~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

el asunto de los dragones, y me volví loca. No sabía si creerles o no. De cualquier


modo, estaba furiosa con ellos.
—Hum. —Jennifer no sabía que decir. Sonaba demasiado familiar.
—¡Chicas! —La voz anciana de Ned llegó temblando desde las profundidades de
la caverna—. Echadme un ala aquí... creo... que estoy atascado.
Después de liberar la garra derecha trasera de Ned de entre dos rocas, donde se
había deslizado después de contactar con un parche no-muy-seco de estiércol, las dos
convencieron al dragón mayor de trasladar la lección más cerca de la entrada de la
caverna.
El truco de la llamada del reptil, según Ned, era el humo que utilizabas para
preparar la tierra.
—Tenéis que dorar la tierra... como una tortilla poco hecha... observad.
Resopló vapor por sus fosas nasales y lo observó flotar sobre el suelo rocoso de la
caverna. Luego, con un rugido más ruidoso de lo que Jennifer creía posible de ese
anciano, golpeó la tierra con una garra tensa.
Un instante después, un enorme lagarto monstruoso salió arrastrándose del humo
menguante. Retorcía la enorme cabeza alrededor, sacando la lengua, buscando a su
amo. Una vez lo encontró, se enroscó a sus pies y miró a las atónitas jóvenes
dragonas.
—Está esperando... órdenes —explicó Ned. El cuidadoso acento de Missouri no
sonaba tan lento y embotado de repente para Jennifer—. Se quedará por aquí...
alrededor de una hora. Bueno, adelante... llamad vosotras.
—¿Vamos a hacer eso? —Jennifer miraba fijamente al lagarto. Parecía lo bastante
grande como para tragarse a Phoebe con un mínimo esfuerzo.
—¿Qué creías que sería la llamada del reptil? —rió disimuladamente Catherine.
—Bueno, supongo, pero no creía que... llamaríamos a lagartitos. ¡Caray, esta cosa
es enorme!
—Tú no conseguirás uno... como Trixie, aquí. No enseguida. Será más como una
tortuga de cenagal... o una serpiente de jardín. Haz un intento, Cat.
Con la frente fruncida, Catherine rugió... no tan fuerte ni tan bien como Ned... y
golpeó la tierra.
Durante un segundo no ocurrió nada. El humo se disipó. Jennifer estaba a punto
de preguntar qué había hecho mal Catherine, cuando de repente los guijarros

~108~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

empezaron a moverse, y asomó el diminuto cuerpo negro y amarillo de una tortuga.


Sin dudar, ésta se escurrió hasta la cobertura del ala izquierda de su ama.
—¡Oh! —La propia Catherine parecía sorprendida por el resultado—. ¡Qué mono!
Me encantan las tortugas. Oh, Ned, ¿siempre le llamaré a él?
—Amor a primera vista —rió alegremente Jennifer. Catherine le enseñó la lengua
horquillada.
—Siempre volvemos a llamar a los mismos —asintió Ned—. Asumiendo que no
los maten.
—¿Matar? —jadeó Catherine—. ¿Cómo iba a suceder eso?
—Los utilizamos en la guerra —supuso Jennifer.
Ned asintió de nuevo. La piel aceitunada de Catherine palideció.
—Pero no puedes... yo no...
—Oh, Catherine, nadie espera que aquí Tortuguita emprenda una batalla. Pero el
Monstruo Lagarto podría, ¿verdad, Ned?
—Y las serpientes. Las serpientes son mejores para la lucha. Son rápidas.
Venenosas. Se lo toman como algo personal. Tu tortuga de aquí, Cat... por mona que
sea... probablemente es un hombre de familia... no lo llamaremos a filas aún.
Su sonrisa fácil tranquilizó un poco a Catherine, y Jennifer se adelantó para tomar
su turno.
Dejó que el humo fluyera de su nariz y su boca. Éste se propagó rápidamente y
cubrió la tierra alrededor de las garras de sus alas. Comprendió con un ataque de
pánico que el antebrazo de sus garras no eran de ningún modo tan musculosos como
los de Catherine o Ned. Tendré que compensarlo con las cuerdas vocales, se dijo a sí
misma. Su cola se retorció nerviosamente.
Un profundo aliento después, lo soltó con el rugido más feroz que pudo articular.
El sonido explotó en las paredes de la caverna e hirió sus propios oídos. Ignorando el
dolor, giró hacia arriba el dedo pequeño de las garras y bajó el puño contra el suelo
de la caverna.
Para su absoluto asombro y desilusión, un búho enano salió revoloteando del
humo escaso. Con un ulular aterrorizado y un remolino de plumas, se posó en su
hombro y enterró las pequeñas pero notablemente afiladas garras en su clavícula.
Jennifer intentó no sobresaltarse por el dolor y la vergüenza mientras se giraba
hacia Catherine, que parecía lista para romper a reír, y Ned, que no parecía nada

~109~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

impresionado.
—Vale, veamos, no tengo idea de donde ha venido eso...

*****

La luna nueva llegó, y otra luna creciente rápidamente después de ella. Alrededor
de dos semanas y media pasarían antes de que la luna volviera a cambiar de nuevo a
su peculiar forma, y Jennifer a la suya. Mientras se aproximaba Acción de Gracias,
Jennifer se encontraba más y más acostumbrada a vivir en la granja, ya fuera en
forma de dragón o de chica.
La mayor parte de los dragones abandonaban la granja antes de volver a cambiar a
su forma humana. Sorprendentemente, uno no se marchó... Joseph Skinner, el joven
acechador que había tomado lecciones de camuflaje de Muller con Jennifer. Sin más
explicaciones, se instaló en una de las habitaciones de invitados del abuelo Crawford,
y su anfitrión no discutió en absoluto, ni hizo preguntas.
—Descubrirás —le explicó a ella en privado—, que de vez en cuando, un hombre
dragón aparece sin raíces. He oído algo de los antecedentes de este chico, Niffer, y no
me sorprende que se quede con nosotros. Esto no es sólo un refugio para nuestra
raza durante las lunas crecientes, ya sabes. Es un puerto seguro cada día, de cada
semana, mientras esta cabaña sea mía. Ese es mi deber.
Jennifer pensó en Skip, y en cómo se había mudado a Winoka con su padre
después de que su madre muriera.
—¿Cuál es la historia de Joseph? ¿No tiene familia con la que volver?
—Eso no es asunto tuyo, ni mío —regañó él—. Basta con que quiera quedarse.
¡Hay espacio suficiente en la mesa de Acción de Gracias para todos, no te preocupes
por eso!
Esto no satisfizo a Jennifer completamente, pero Acción de Gracias le recordó algo
más.
—Catherine me dijo antes de marcharse que su abuela todavía oye rumores de las
libélulas. Se supone que ocurrirá algo después de Acción de Gracias. Pero antes no
pareció preocuparte mucho su predicción.
Crawford se dejó caer en un sofá del salón y se frotó su penacho de canas.
—Cierto, pero he oído muchas cosas desde entonces. Y estaba más preocupado de

~110~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

lo que dejé entrever, supongo. Winona Brandfire no es ninguna tonta, y no pasa


noticias a menos que crea que son auténticas. ¿Qué más has oído?
—Algo acerca de planes para atacar Crescent Valley. Algo en eso no encaja.
Él parecía pensativo.
—¿Y eso te molesta?
Jennifer se encogió de hombros.
—Supongo. Ni siquiera sé que es Crescent Valley. ¡Y nadie me lo contará hasta
dentro de cincuenta malditas metamorfosis!
—Cuarenta y siete, ahora. Crescent Valley no se abre ante cualquiera, Niffer.
Tienes que ganarte la entrada. Y no tiene ningún sentido contarte qué es hasta que
estés lista para ir allí. Los venerables no permitirían que fuera de otro modo.
—Vale, ¿ves?, ese es el tipo de cosas que me vuelven loca de ti. Te pregunto una
cosa, y sacas a colación algo de lo que nunca he oído hablar. ¿Qué es un venerable?
Él soltó una risa ahogada.
—Lo siento, Niffer. Va a llevar algún tiempo. En cualquier caso, esos rumores se
parecen a los que he oído yo. Algo planea venir, tal vez a Crescent Valley y tal vez no.
Tal vez planee venir aquí. En cualquier caso, todos tendremos los ojos abiertos, en
todas las fases de la luna.
—¿Cazadores de bestias? —dijo ella sin aliento.
—Podría ser. Ned y algunos otros, han enviado lagartos a explorar las ruinas de
Eveningstar, y otros lugares. Algo vuelve a reunirse. Es difícil decir quién o qué. Sin
embargo, no es amigo. Algunos de los mayores creen que podrían estar buscando de
nuevo el Fuego Ancestral.
—¿El Fuego Ancestral? Pero se perdió hace mucho... y es sólo una historia de
todos modos. ¿Por qué iba a creer nadie que estaba aquí, o en Crescent Valley? ¿No lo
habríamos encontrado ya si así fuera?
—No les importa si lo hemos encontrado o no. Dondequiera que nuestros
enemigos piensen que esté, irán. Unos cuantos mayores también creen que fue el
rumor del Fuego Ancestral lo que hace años atrajo a los hombres araña hasta
Eveningstar. —Suspiró—. ¿Cómo van tus habilidades?
Jennifer agradeció el cambio de tema.
—Puedo hacer la mezcla de corteza de árbol y nido bastante bien. Y Alex dice que
nunca ha visto a un nuevo dragón golpear tan bien con la cola. ¡Puedo sacar a un

~111~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

escarabajo de una hoja cuando paso volando a su lado!


—¡Genial! ¿Y qué tal la llamada del reptil?
La sonrisa de Jennifer desapareció.
—Oh. Va bien. Catherine ya consigue de forma regular iguanas de lengua azul. E
incluso se las arregló para conseguir una tortuga articulada antes de marcharse.
—¿Y tú?
Ella se echó el cabello a un lado y atizó al cojín del sofá.
—Bueno, al menos han dejado de venir lechuzas. Pero no puedo con nada más que
un Jaragua, no importa cuando humo haga, o lo duro que golpee el puño.
—¿Un jaguar?
Ella suspiró.
—Jaragua. Son esos lagartos tan pequeños que caben en una moneda de veinticinco
centavos. No me sorprende que no hayas oído hablar de ellos... sólo alguien tan malo
como yo puede convocar a uno.
—No seas tan dura contigo misma, Niffer. La mayor parte de los dragones no
pueden mezclar habilidades en absoluto. Tú tienes dos y media por ahora. Además
tu fuego es sólido, tu vuelo es una segunda naturaleza, y he visto tu surf-salto y tu
pesca. Estás cogiendo de veras la onda.
—Supongo. —Le lanzó una mirada—. ¿Me has visto hacer surf-salto? ¿Me estás
espiando o algo así? ¿Te pidió papá de que lo hicieras?
Él ignoró diplomáticamente la pregunta.
—¿Has tenido noticias de tu padre esta semana?
—Aún no. —Su padre había llamado cada par de días para comprobar cómo iba
todo. Las conversaciones eran siempre breves, pero bastante amigables. Lo que
Catherine le había dicho sobre desear ver a sus propios padres cobraba más sentido
con el paso del tiempo—. Le echo un poco de menos, y a mamá.
—Mantente firme. Acción de Gracias está a sólo un par de días. Estarán orgullosos
de tu progreso. Tal vez decidas volver a casa con ellos un tiempo.
—Tal vez. Apuesto a que me volverán loca en diez minutos.

*****

~112~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Fueron en realidad más bien tres y medio, filosofó Jennifer la mañana de Acción
de Gracias mientras se dejaba caer en el salón de la cabaña, de vuelta en su forma de
dragón. Después de los abrazos y besos de ambos padres, y un satisfactorio lametón
de Phoebe, su padre le preguntó cómo le iba. Cuando cometió el colosal error de
contárselo, él no paró hasta que le soltó una ristra de consejos sobre cómo hacer un
humo mejor, y golpear más fuerte, y un montón de cosas más que Jennifer consideró
tonterías ya que su padre no era un pateador y nunca había convocado a un reptil en
su vida.
Cierto, el padre que la había dejado en el porche de la cabaña hacía dos semanas
había sido inusualmente cortante ese día. ¡Pero al menos así había podido meter
baza!
Elizabeth se mostró más reservada de lo acostumbrado. Tal vez fuera la presencia
de un completo desconocido el día entero... Joseph se mostró cortés con sus
anfitriones, aunque no muy conversador. O tal vez fuera porque ella era la única que
no tenía forma de dragón. Pero estaba claro para Jennifer que su madre la había
echado de menos. La mujer comentó ocasionalmente la luna creciente, y cómo no
decrecería lo bastante en unos días para que todos volvieran a cambiar. Luego miró a
Jennifer con obvio anhelo por la cara humana de su hija.
La noche de Acción de Gracias Jennifer estaba tendida en su cama. La idea de
volver a cambiar a su aburrida forma bípeda levantaba una mezcla de sentimientos.
A la vez lo temía y lo anhelaba, algo así como se sentía por entrar en el instituto este
año.
Entonces recordó que para ella, el cambio era incluso peor: probablemente la
escuela se habría acabado para siempre.
¿Qué demonios vendría después?
Con esa pregunta incontestada, se quedó dormida.

~113~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 10
Geddy

—¡Al fin en casa! —canturreó, pasando dramáticamente a través de la puerta


principal de su propia casa en Winoka.
Habían esperado en la granja hasta la luna creciente y era una buena semana de
diciembre. Tantas cosas parecían tan lejanas. Casi se sentía recién nacida otra vez…
sus miembros humanos no estaban tan débiles o torpes como habían estado tras su
primera transformación, hacía más de dos meses.
—Oye, ¿dónde está la adolescente malhumorada que hemos criado hasta llegar a
amar? —bromeó su madre suavemente.
—Me la he comido, porque estoy muerta de hambre. ¿Cuándo estará la cena?
—Tan pronto como tu padre pueda ponerla en la mesa.
Jonathan caminó hacia la cocina. Mientras, Jennifer se dirigió al ordenador de la
oficina para comprobar sus emails. Tenía más de cien.
¡Me han echado de menos! pensó con un cálido resplandor, reconociendo varias de
las direcciones de sus amigos de la escuela. Se quedo cómodamente una hora
contestándolos.
No hizo falta mucho rato para que su buen humor se esfumara. ¿Qué demonios
iba a decirles a los chicos? ¿Que podía invocar a un búho golpeando su ala en la
tierra? ¿Que el camuflaje se dominaba mejor por la mañana, cuando estaba
descansada? Querrían saber detalles de su “estancia en el hospital”, pero Jennifer
nunca había estado en un hospital como paciente… sólo para ver a su madre trabajar.
Discutió el problema con su madre, que se quedó pensativa.
—Díles que te alegras de estar de vuelta, que la comida era un asco, y que el
doctor era mono, pero hablaba demasiado.

~114~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No parece mucho para decir.


—Cariño, eso es todo lo que querrán saber.
—Hum. Tal vez. ¿Pero no es una mentira?
Elizabeth mantuvo una expresión seria.
—Te alegra estar de vuelta; tú misma lo dijiste. La comida realmente es un asco en el
hospital… yo puedo atestiguarlo. Hay un nuevo interno mono en cirugía a quien le
gusta coquetear sobre traumas principalmente.
—Vale, vale, todo es verdad, pero por favor ¿podrías no decir nada más?

*****
Volver a la escuela al día siguiente trajo dos pequeñas buenas noticias a Jennifer:
Primero, las formas de animales habían desaparecido. No más gansos de Canadá
vagando por los pasillos de la escuela, o caballos galopando a través del gimnasio.
Sus ojos la dejaban ver a todos con su forma normal.
La segunda pequeña buena noticia fue que su madre tenía razón: las declaraciones
vagas fueron suficientes para sus amigos. Eddie y Skip la saludaron cálidamente,
aceptando sus explicaciones sin parpadear, después, en segundos, se zambulleron en
el complicado terreno de sus propias vidas. Habían echado de menos a Jennifer, pero
ese par estaban tan ensimismados en ellos mismo como lo estaba ella. Probablemente
sea lo mejor, pensó Jennifer.
Se preguntó si ella habría notado este tipo de cosas antes de aquella primera luna
creciente.
Susan también pareció dispuesta a ser su amiga de nuevo. Jennifer lo supo cuando
anunció:
—Vale, bueno, estoy lista para ser tu amiga otra vez.
—¿¡Eh!? —Estaban en la sala de estudios, diez minutos antes de que la campana
tocara y los liberara. Jennifer estaba medio dormida, sombreando bocetos de cerdos y
ovejas que esperaba no volver a ver otra vez. De repente prestó atención—. ¿Oye,
acabas de decir que somos amigas de nuevo?
—Sí, supongo. Pero no lo arruines otra vez… y trata de mantenerte alejada de las
drogas, ¿vale?
—Hilarante. Tu futuro está en la comedia.
—Lo digo en serio, Jenny. Solo… mantengámonos unidas, ¿vale?

~115~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer ignoró el apodo.


—No reaccionas bien a los cambios —observó, sin mostrarse severa.
Susan se secó los ojos.
—Sólo quiero que las cosas vuelvan a la normalidad.
Jennifer miró a su amiga tristemente. Las cosas habían cambiado, y que Susan se
estuviera aferrando al pasado sólo era parte de lo que la molestaba. Se dio cuenta con
un sobresalto que de algún modo se sentía más cercana a Catherine, una estudiante
mayor de secundaria que se conmovía con cada nuevo reptil que convocaba, que de
Susan, que no había cambiado de veras desde que tenían seis años.
Más tarde, en los escalones delanteros de la escuela, Skip subió saltando hasta
ellas con su alarmante energía habitual, coqueteando de manera escandalosa, y les
hablaba de una excursión a la tienda de chucherías local cuando Eddie se acercó.
—¿Tienda de chucherías, Eddie? Vamos, yo invito. ¿Qué tal un cuarto de kilo de
mantequilla de cacahuete con trozos de malvaviscos en forma de remolino?
—¡Puf, prueba otro ingrediente! —espetó Susan.
—Bueno, no te lo ofrecía a ti —dijo Eddie. Dirigiéndose a Skip, dijo—: ¡Estoy listo
para esa misión!
—Bien, vamos, señoritas… tú también, Susan. Si no llegamos rápido esas ratas
bastadas del equipo de baloncesto acabaran con todo.
—Sólo los llamas así por que pierden, pierden, pierden. Necesitan a Jennifer en su
equipo —sugirió Susan. Se trataba de una evidente maniobra de adulación, que a
Jennifer no le molestó en absoluto.
Trotaron escaleras abajo, y Jennifer se sonrojó cuando Skip pasó el brazo alrededor
de su cintura. Dado que él coqueteaba con Susan y atormentaba a Eddie al mismo
tiempo, decidió que era sólo un gesto amistoso y no hizo ningún movimiento para
apartarlo.
Además, era agradable. Y olía muy bien.
Un chirrido de frenos interrumpió su reflexión interna, y alzó la mirada a tiempo
para ver al padre de Eddie detenerse junto a cuneta en la familiar camioneta marrón.
Se inclinó y gritó por la ventanilla abierta:
—¡Ed! Mueve las piernas, muchacho. ¡Entrenamiento!
Todos se detuvieron y contemplaron la cara severa, que estaba más roja e
hinchada que nunca. Cuando el señor Blacktooth vio a Jennifer y luego el brazo de

~116~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Skip alrededor de su cintura, su cara cambió silenciosamente de rojo a púrpura, y sus


mejillas parecieron a punto de reventar.
Uh-oh, Jennifer pensó irónicamente, he contaminado a Skip.
—¡Ay! Caray, papá, íbamos hacia el…
—¡Edward James Blacktooth! ¡AHORA!
—Adiós. —Con aquella palabra malhumorada, Eddie se despidió del pequeño
grupo, trotó hacia el coche y se subió sin mirar atrás. Cuando el coche se alejaba
rugiendo, Skip fue el primero en hablar.
—¡Jesús! Me pregunto ¿qué significa “entrenamiento”?
Susan resopló.
—Probablemente un poco de ejercicio de retentiva anal segando césped. El señor
Blacktooth alucina con todo. No le conoces, es un auténtico capullo. Si mi padre se
comportara así, me fugaría y me iría con mis abuelos.
—Mi padre se enfada a veces —ofreció Skip quedamente—. Pero se cuida de no
empujarme demasiado lejos. No desde que mamá…
Jennifer, que captó la incomodidad de Skip ante la mención de su familia otra vez,
los devolvió a la realidad.
—Vamos, chicos. La tienda no vendrá a nosotros.
Más dóciles ahora, los tres abandonaron los terrenos de la escuela. El brazo de
Skip resbaló de la cintura de Jennifer. Pero antes de que ella pudiera sentirse mal al
respecto, sintió que él empujaba los dedos hasta el interior de su palma. Ella le apretó
la mano en respuesta.
El chico nuevo había estado allí para ella en la camioneta del señor Blacktooth. Y
fuera de la oficina del señor Pool. Y dibujando en su habitación. Y ahora, estaba aquí
para ella más que nadie. Incluso que Eddie. Eso la hacía feliz, y también en cierto
modo la hacía sentir un poco triste.

*****

—Deberías venir a cenar alguna vez conmigo y con mi padre. —Era el día
siguiente. Jennifer y Skip salían de la clase de la señora Graf después de una
exposición de diapositivas sobre la anatomía de los cangrejos, langostas y
escorpiones.

~117~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¿¡Eh!?
—Cena. Ya sabes. Lo que uno come por la noche.
—Sí, sé lo que es la cena. Quiero decir, ¿por qué?
—Porque si esperas mucho tiempo después del almuerzo, te da hambre. ¿Quieres
venir esta noche o qué? —A Jennifer le pareció que estaba nervioso y molesto.
—¿Es como una cita?
—No sé. Supongo —Skip estaba sudando, su expresión arrogante había sido
reemplazada por algo que Jennifer nunca había visto antes en él… miedo—. No
tienes que venir a nuestra casa, si no quieres. Podríamos salir todos a algún sitio,
como la cafetería del centro comercial.
—¿Tu padre quiere conocerme en el centro comercial? —Una parte de Jennifer
sabía que era cruel hacerle esto, pero tenía que admitir que lo estaba disfrutando.
Sólo tenía que tener cuidado de que no retirara su oferta completamente… realmente
quería ir.
—Le he hablado de ti, y quiere conocerte. Sigue estando un poco extrañado de que
salga con alguien, desde que mi madre… hum…
—Claro, iré —Jennifer estaba avergonzada por la mención de la difunta madre de
Skip. No había pensado presionarlo tan lejos—. El centro comercial me parece bien.
Tengo que consultarlo con mis padres en cuanto llegue a casa. Te llamaré esta noche.
Tanto su madre como su padre lo aprobaron y, de hecho, parecieron aliviados por
su petición.
—Está bien verte salir con amigos otra vez —explicó Jonathan—. ¿Quieres que uno
de nosotros vaya contigo? No me importaría conocer a ese muchacho.
—Esto ya va a ser bastante estresante —interrumpió Jennifer—. Otro padre allí me
mataría.
—No estoy seguro de que debas hacerlo sola.
Por suerte, tenía preparado un plan de reserva.
—Susan está de acuerdo en ir conmigo. Sólo déjanos en la entrada del centro
comercial, y nos recoges dos horas después. Ni quejas, ni alboroto. ¿Vale?
Funcionó pasablemente bien, pensó Jennifer más tarde al llegar a casa. Susan y ella
se mostraron respetuosamente impresionadas por el padre de Skip. Tenía los mismos
ojos azul verdoso y cabello color chocolate, se había vestido con la ropa informal de

~118~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

un hombre que vivía de la construcción, y sus ojos parecían siempre arrugados en las
comisuras por una amigable sonrisa.
—¡¿Señor Wilson?! —Se rió cuando Jennifer se dirigió a él de esa forma—. Dios,
¡qué educada es usted, señorita Scales! Muy bien, señor Wilson estará bien.
Sobre el sushi para llevar, hablaron de la escuela, el fútbol, las próximas
Navidades, y hasta un poco de la madre de Skip. Según Skip y su padre, había
llevado a su hijo alrededor del mundo, África Occidental, Australia y América del
Sur, como parte de sus estudios sobre culturas nativas.
De repente, la conversación giró hacia los propios viajes de Jennifer y a uno de los
momentos tensos de la noche.
—Skip me dice que pasas mucho tiempo fuera de la escuela, y que estás pasando
por un momento difícil. —Los ojos azul verdoso perdieron un poco de su brillo—. Sé
algo sobre lo que estás pasando. Sospecho que no ha sido fácil para tu familia.
No estaba segura de cómo responder a esto. Su sangre se enfrío. ¿Y si la madre de
Skip, igual que la de Susan, había muerto después de una larga enfermedad? Nunca
sería capaz de explicar a cualquiera de ellos la verdad… no después de fingir el tipo
de enfermedad que los había herido tan profundamente.
Ver que la miraban fijamente la hizo comprender que debía responder. Eligió con
mucho cuidado sus palabras.
—Es bastante duro. Voy a estar mucho tiempo ausente este invierno y primavera.
Skip y Susan han sido muy comprensivos. Tengo suerte de tenerlos como amigos.
Susan extendió la mano y agarró la suya. Entre ellas intercambiaron suaves
sonrisas, pero Jennifer se sintió peor que antes. En ese momento decidió: les diré a
ambos la verdad. Pronto.
Sólo necesitaba un poco más de tiempo para acostumbrarse ella misma a la
verdad.

*****

Las semanas pasaron y Jennifer suponía que se estaba adaptando. Tanto los
extraños sueños como las visiones de animales se esfumaron y supuso que eso
contaba para algo. Sentía que podía asentarse un poco en la escuela, aunque todavía
parecía inútil. La rutina de las clases y los amigos aún era consoladora, pero sin
embargo no duró mucho tiempo.

~119~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Seguramente ser insólito tenía sus ventajas, hasta en su forma humana. Una
mañana a mediados de diciembre saltó sin alas desde el suelo a mitad de camino del
enrejado helado a la ventana de su dormitorio. Y en la escuela los matones desde
luego caminaban más suavemente a su alrededor. Los rumores sobre su enfermedad
recurrente no parecían eclipsar la historia de Bob Jarkman aplastado a manos suyas
meses atrás. Skip la llamaba “mi audaz guardaespaldas”… lo cual era tan
exasperante como entrañable.
La mañana de Navidad estaba en forma de chica y aún mejor, en forma de una
chica con una pila alarmante de regalos. Ambos padres y su abuelo Crawford
estaban ahí… Joseph insistió en que nunca celebraba la fiesta, que se quedaría a
vigilar la granja por ellos mientras estaban en Winoka… y todos habían sido más
generosos que la mayoría de otros años.
Jennifer se puso otro suéter… esté era una magnifica confusión de azul, oro y
verde… de su nuevo montón de ropa, medio escuchando una conversación entre los
otros tres. La mayor parte de su atención estaba fija en el siguiente regalo, del tamaño
de una caja de zapatos con envoltura de hoja de oro y lazo, mientras su padre
inundaba a su abuelo con algún asunto de trabajo.
—… durante la reunión del ayuntamiento la semana pasada, donde intentamos
conseguir la aprobación de un plan de situación…
Ella sacudió la caja. Traqueteó satisfactoriamente.
—¡… tropecé con Otto Saltin, entre toda la gente! Ni siquiera sabía que vivía cerca.
Resulta que tenía un negocio con el consejo la misma noche. Sea como sea, nos
evitamos mutuamente…
Ella olisqueó y sonrió. ¡Una caja de trufas Godiva! Y más grande este año, lo notó
cuando arrancó el papel de un sólo golpe.
—… su compañía ha estado haciendo negocios en la ciudad durante al menos el
último par de años. Tendré que… ¡Oye! ¡No antes del desayuno, señorita!
—¡Vamos!, papá —gimió. La caja dorada resplandecía invitadoramente—. ¿Sólo
una?
—Sólo una se convertirá en sólo ocho. —Su padre se ablandó un poco—. Después
del desayuno, vuélvete loca. Tendrás una fiesta de trufas.
—Gracias. Y gracias por todos los maravillosos regalos, chicos. Es… —Ha sido un
año difícil, pensó. Fue fantástico disponer de espacio mientras averiguaba como funcionaba
todo. Es incluso mejor que estemos todos juntos en las fiestas. Lo mejor de todo va a ser coger
una trufa de la caja a escondidas—… er, es realmente grandioso.

~120~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Aún no se ha terminado —dijo Jonathan. Se levantó y subió al piso de arriba. Un


minuto después volvió a bajar y le dio una cajita con agujeros perforados por todas
partes. Cabía en su mano. El logotipo de Daniel´s Pets (la D era un gato enroscado y
la P era un perro sentado en sus patas traseras) estaba marcada en los lados, la tapa y
en el fondo.
—¿Qué es? —Suavemente inclinó la caja. Algo correteó en el interior—. Es
demasiado pequeño para ser un cachorro, a menos que hayáis comprado uno de esos
perritos irritantes.
—Ugh. No, me comería a uno de esos antes de que hubiera pasado una hora en
nuestra casa —dijo su padre con un estremecimiento—. No, es algo más, ah,
conveniente a tu naturaleza. A algunos dragones les gusta tener… bueno, les gusta
tener compañeros.
Phoebe decidió en ese momento empujar su hocico en el regazo de Jennifer. La
perra consiguió oler la caja, levantó sus grandes orejas y comenzó a gruñir a través
del hocico.
Jennifer la golpeó en el morro.
—¡No te pongas celosa, Phoebe! No se hace. —El perro gimió suavemente y salió
trotando del cuarto.
Levantando la tapa superior, Jennifer miró detenidamente dentro de la caja.
Un pequeño y delicado lagarto la miraba deseando volver a la caja. Era de un
alegre y vívido verde y lucía una línea roja a través de la espalda. Sus ojos eran
diminutos brillantes negros. Las comisuras de su boca señalaban hacia arriba en una
tonta sonrisa permanente.
—¡Eh!! Esto es… hum… esto es…
—Es un gecko5. Déjame decirte que no es un lagarto ordinario. Prácticamente saltó
a mi bolsillo mientras tu madre y yo mirábamos los animales en la tienda. Tuvimos
que convencer al gerente de que no tratábamos de robar en su tienda.
El gecko se apresuró suavemente hasta el borde de la caja, se agarró a la tapa
abierta, y lamió su propio ojo con una lengua ultrarrápida, en forma de cuchara.
—¡Es adorable! ¿Cuál es su nombre?

5
Los gecónidos, geckos o salamanquesas (Gekkonidae) son una familia de saurópsidos (reptiles)
escamosos, que incluye especies de tamaño pequeño a mediano que se encuentran en climas
templados y tropicales de todo el mundo.

~121~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Puedes decidirlo después de que consientas en cuidarlo y alimentarlo. Él o ella,


lo que sea. —El tono de su madre sugería que ella no había dejado la tienda de
mascotas contenta.
—El dependiente dijo que es un macho —ofreció Jonathan con entusiasmo.
—¡Sí, estoy segura que es un macho! ¡Simplemente lo sé!
Su madre sonrió vagamente.
—Fabuloso. Un lagarto telepáta. La próxima vez que tú y él estéis en contacto,
asegúrate de que ambos entendéis que ni tu padre ni yo somos responsables de él.
Hay algunos libros, un tanque y provisiones en nuestra habitación. Trasládalos a la
tuya y acomódalo. Asumiendo que quieras conservarlo.
—¡Que te apuestas! ¡Ah!, gracias, es genial, Geddy eres genial. No puedo esperar
a…
—¿Geddy? —Su madre rió disimuladamente—. ¿Geddy el gecko?
—Dijiste que podía ponerle nombre, y es el nombre que me gusta —dijo Jennifer
con un suspiro. No sabía por qué había elegido ese nombre. Simplemente parecía
quedarle.
Geddy se lamió el otro ojo.
—Esos libros te dicen toda clase de cosas —ofreció Jonathan—. Por ejemplo, los
geckos más pequeños viven durante aproximadamente quince o veinte años, el
dueño de la tienda dijo que no sabía qué edad tenía éste, pero calculó que no puede
tener más de dos años. Mudan su piel cada seis semanas o cuando hace mucho calor
y se la comen. ¡También, si un depredador lo agarra, puede separarse de su cola!
Además…
—Leeré los libros, papá. Lo prometo. —Levantó a Geddy de la tapa de la caja con
un dedo y lo alzó hasta la altura de sus ojos—. Yo creía que los geckos hacían un
ruido. ¿No es por eso que les dan ese nombre gek-ko, gek-ko?
En respuesta, Geddy se lamió un ojo, despues el otro, después el primero otra vez.
—No ha dicho nada desde que lo compramos.
—¡Eh! Apuesto a que Geddy es un friki como yo. —Pero Jennifer lo dijo con una
sonrisa—. ¿No es asiiií, mí pequeño Geddy-geckito? ¡Somos dos guisantes en una
vaina!
Phoebe gimió en la distancia. Elizabeth parecía a punto de vomitar. Pero Jonathan
y Crawford sonrieron.

~122~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Yo solía tener un pequeño compañero justo como este —dijo Crawford—. Te
sorprenderás de lo que un gecko puede hacer por un dragón.
—¿Puede limpiar su cuarto? —preguntó Elizabeth intercambiando miradas con su
suegro; pero Jennifer no reparó en ello. Todo lo que hizo fue soltar una risita cuando
Geddy trepó por su mano, por su brazo, por su sensible cuello y por una mecha de
su cabello de oro para posarse sobre su cabeza.

~123~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 11
Nelobos

Volaron de regreso, protegidos por la oscuridad, el día después de Navidad; los


tres en fila… su abuelo, su padre, y ella misma. Estaba deseando pasar un rato como
dragón con su padre… los malos sentimientos entre ellos en aquella fría mañana de
octubre habían pasado hacía mucho, y ese último regalo de Navidad había sellado la
cuestión.
Dicho regalo estaba actualmente colgando de su cuerno con cruel indiferencia.
Jennifer había expresado preocupación porque Geddy, siendo de sangre fría, pudiera
congelarse hasta morir, pero los otros le habían asegurado que estaría bien. Su madre
se mostró de acuerdo, con algo cercano al desdén, en llevar el tanque y la comida en
el monovolumen en un par de días. Mientras tanto, el lagarto estaría suelto por la
cabaña.
—Tenemos que encontrarte un grillo o dos del granero —le susurró mientras su
lengua en forma de cuchara colgaba un poquito fuera de su boca—. O quizás te
atrevas con uno de los nidos de avispas del abuelo. Son un poco más lentas en
invierno, ya sabes.
Espesas nubes ocultaban la luna mientras viajaban a través de la noche, muy lejos
de la carretera. El aroma de la nieve estaba en el aire al menos diez minutos antes de
que los primeros delicados copos salpicaran sus alas. Para cuando alcanzaron la
cabaña, unos dos centímetros y medio de nieve en polvo cubrían el camino de
entrada.
—Será mejor que vaya a revisar con los nelobos —gritó el abuelo mientras viraba
hacia los pastos orientales—. Jon, tú y Jennifer instalaos y haced saber a Joseph que
estamos de vuelta. ¿Quizás tenga algunas sobras de carne de oveja en el refrigerador?
¡No os lo comáis todo! No me vendría mal un tentempié.
—¿Nelobos? —preguntó Jennifer mientras la forma oscura de su abuelo
desaparecía rápidamente en el crepúsculo—. He oído esa palabra antes. ¿Qué son?

~124~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Dudo que vayas a ver mucho de ellos —le dijo Jonathan—. Normalmente se
quedan en Crescent Valley. Pero tu abuelo pensó que sería una prudente precaución
mantener a algunos cerca de la granja, dado algunos de los rumores que estamos
oyendo. Son excelentes guardianes, y ferozmente leales a nuestra especie.
—Amado padre. No puedo evitar darme cuenta de que no has respondido a mi
pregunta en lo absoluto.
—Sí, bueno… no salgas en busca de ellos. Te olerían mucho antes de que los
vieras, y no son fáciles de llegar a conocer.
Jennifer suspiró mientras aterrizaban en el porche norte. Joseph estaba
esperándolos, y como tuvieron suerte, había de hecho sobras de carne de oveja, pero
no muchas.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer mañana? —preguntó a su padre mientras se
apresuraban a terminar la carne antes de que Crawford regresara.
—Bueno, no creo que quieras tenerme mirando sobre tu hombro durante tus
lecciones. Probablemente me mantendré fuera de tu camino durante el día, y me
uniré a ti y tu abuelo para desayunar y cenar.
—¿Crees que podríamos hacer un poco de pesca en hielo? —Este año el lago se
había helado mucho antes de Navidad.
—Claro —rió él—. Verás lo agradable que es no tener que taladrar a través del
hielo. Aunque zambullir la cabeza en el agua helada puede volverse tedioso después
de un par de veces. ¡Puede que acabes deseando pasar más tiempo con tus tutores!
Cuando ella no sonrió ante eso, su padre se acercó.
—Oye, no quise decir nada con eso. El abuelo me dice que eres absolutamente
increíble, en todo lo que haces.
—No en todo —dijo ella con un mohín—. Todavía no puedo convocar a un
maldito reptil decente.
—¿Qué? ¿Sigues preocupada por eso? No te inquietes, campeona, estarás
llamando brontosaurios para el día de San Valentín.
—Ahora se les llama apatosaurios, papá.
—El nombre más tonto del mundo. Hace que suenen la mitad de grandes, con
patas de conejito. Algunas cosas no deberían cambiar.

*****

~125~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

El invierno pasó rápidamente junto al lago, y las amistades se profundizaron.


Catherine, Patrick, y Joseph se cercioraron de seguir comiendo con Jennifer, aun
cuando su abuelo o padre no se unían a ellos para un relato o lección de historia. Al
principio esto hacía sentir incómoda a Jennifer ya que era más joven que los otros
tres, pero tal y como lo ponía Catherine: “En años de dragón, todos somos recién
nacidos”.
En realidad no vio mucho a su padre después del primer par de semanas tras la
vuelta… sólo una visita ocasional aquí y allá, aunque él siempre cuidaba de llamar si
pasaban más de dos o tres días. A menudo se hacía cargo de la lección de camuflaje
para ella y Joseph, enviando a su hosco tutor a desaparecer suavemente en algún
lugar del bosque. En este escenario más formal, Jennifer encontró más tolerables sus
sermones. De hecho, él parecía esforzarse por mantener sus frases cortas y dulces.
En cuanto a su madre, más allá de la más breve de las visitas en la víspera de Año
Nuevo (para llevar el tanque de Geddy y la comida), apenas apareció. La cabaña
parecía incomodar a la doctora, y Jennifer notó que Crawford nunca le pedía a su
nuera que se quedara mucho tiempo, aun cuando no había otros dragones cerca.
Cuando Jennifer le preguntó acerca de eso, estuvo más bien seco.
—Es un asunto entre tu madre y yo —le dijo—. Mejor dejarlo así, Niffer.
Así que Jennifer dedicó la mayor parte de los días durante las lunas crecientes a
jugar a cazar ovejas con los demás dragones, o a acechar camuflada a los venados, o a
lanzar piñas de los pinos con la cola cuando pasaba junto a ellos. Mantenía contacto
con sus amigos de casa (principalmente Susan y Skip) por teléfono, e hizo un
proyecto ocasional de la escuela cuando el tiempo se lo permitió. Sus amigos
dragones seguían un programa similar, manteniéndose al día con sus propios
estudios lo mejor que podían, mientras ayudaban también a Jennifer con sus deberes
para que no quedara rezagada.
Joseph era el único de los tres al que alguna vez vio en su forma humana. Era
pálido, de linaje noruego, con cabello rubio cortado casi al rape y una sonrisa
tranquila pero fácil. Como se quedaba en la cabaña del abuelo, naturalmente pasaba
mucho tiempo con ella. A los diecisiete era aprendiz de electricista, así que podía
ayudar a Jennifer con ciencias y matemáticas. Patrick era un apasionado de la
historia, y así durante sus visitas a la cabaña en luna creciente, comprobaba sus
trabajos en historia y escritura.
Catherine ya estaba en realidad asistiendo a un curso de nivel universitario en
sociología y antropología. Jennifer no estaba segura lo que era eso, pero asintió

~126~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

cortésmente cuando su amiga lo comentó muy seriamente. Estuvo mucho más


interesada cuando descubrió lo que Catherine estudiaba en su tiempo libre.
—¿Nelobos? —Era una temprana tarde de primavera. Se estaban formando
pálidos brotes en las puntas de los árboles de hoja caduca, pero la luna creciente
resultaba todavía visible a través de las ramas desnudas—. ¿Los has visto? ¿Qué son?
Las escamas alrededor de los labios de Catherine se curvaron en una misteriosa
sonrisa.
—Veamos, tienes que prometer no hablar a nadie de esto. La abuela me dijo que
no anduviera fisgando por el bosque, pero no pude contenerme. ¡Las pasadas
semanas han sido tan fascinantes! Sólo los avances potenciales en metodología
antropológica son…
—Sí, sí, sí, esto es genial, ¿qué son?
—Son lo contrario a los hombres lobo —explicó la dragona mayor—. Usualmente
son sólo lobos muy inteligentes y grandes. Pero cada par de días, toman forma
humana. Después de dar un poco la lata a abuela, me dijo que cambian más o menos
cada cincuenta horas. Pero quiero hacer mis propias observaciones. Así que desde
principios de febrero, he estado presentándome lentamente a la docena o así que tu
abuelo tiene por el refugio.
—Caramba, ¿así qué puedes hablar con ellos ahora? ¿Compartir comidas con
ellos? ¿Jugar juegos primitivos?
—Hum, en realidad no. Pero cuando vuelo por encima, ya no se dispersan.
—Casi has conseguido una tesis doctoral.
—¡Oye!, es un progreso. ¿Quieres acompañarme algún día?
—Gracias, no. Si quisiera ir por ahí persiguiendo animales, iría tras las ovejas. Por
lo menos a esas me las puedo comer.
A pesar de su escepticismo, Jennifer se encontró anhelando los informes diarios de
Catherine sobre las andanzas de la manada: qué había comido el cachorro nelobo
más joven, quién parecía ser el macho alfa, cómo se las estaba arreglando una nueva
pareja. Se convirtió en un elaborado secreto que las dos compartían.
Las mañanas de primavera llegaron pronto y el clima cálido aumentó. Durante un
ocaso a finales de abril, cuando la última luna creciente casi había terminado de
menguar en el cielo y sólo quedaban uno o dos dragones en la granja, Jennifer
decidió preguntar a su amiga si podía acompañarla en una visita. Los ojos rojos de
Catherine inmediatamente se iluminaron.

~127~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Oh, sí, eso sería genial, Jennifer! La manada se acaba de instalar en una
arboleda un poco al oeste de donde habían estado antes. Creo que es un empujón
territorial. Se han aclimatado a mis visitas regulares, y pienso que están listos para
una exposición adicional a un agente de monitoreo. ¡Sólo piensa en lo que podemos
aprender acerca de cómo responden al observar nuestras propias relaciones sociales
únicas!
—Hum, sí, supongo. Yo sólo quiero verlos. Sin embargo, mejor nos damos prisa…
mi padre llegará volando más tarde ésta misma noche, antes de que la luna creciente
termine, y sospechará si no estoy por aquí.
Había estado lloviendo todo el día y los cielos de la temprana tarde estaban
todavía nublados. Los robles, nogales, y arces proporcionaban ahora una buena
cobertura a cualquier cosa que hubiera en el suelo, y de todas maneras Catherine no
podía volar muy bien, así que le llevó algún tiempo ubicar el lugar correcto y
guiarlas a donde estaba segura que encontrarían la manada de nelobos.
—¡Aquí! —llamó finalmente desde el suelo, mientras Jennifer rozaba
nerviosamente las ramas en lo alto y sentía unas cuantas gotas de lluvia rezagadas
golpear ligeramente sus escamas—. ¡Baja y mira!
Esperando presenciar una exquisita reunión de primitivos hombres-bestia,
Jennifer se aclaró la garganta, aterrizó gentilmente a través de los árboles (cuidando
de no hacer ningún movimiento brusco), y levantó la mirada hacia… un gran charco
de lodo.
—¿Qué, hay algún nelobo tomando un baño de lodo ahí?
—¡No, mira! ¡Justo en el medio!
Jennifer estudió más atentamente el charco y vio, un poco a la izquierda del
centro, una huella poco clara en el lodo. Su padre y su abuelo le habían enseñado un
poco sobre de huellas cuando cazaban venados, y ésta parecía extraña. Podría ser la
huella de un nelobo. O podría ser la huella de un lobo gris borracho. O podría ser un
cráter dejado por una pequeña piedra rebotante…
—Mmm, Catherine…
—¡No pueden estar muy lejos! ¡Vamos, por aquí!
Medio arrastrando a su joven amiga, Catherine la empujó a través de la maleza,
armando bastante jaleo y (Jennifer estaba segura) asustando a cualquier cosa que no
fuera un bunker de cemento. Después de unos momentos, justo cuando los últimos
rayos de sol vagaban a través de las hojas mojadas alrededor de ellas, Catherine soltó
un increíblemente fuerte siseo para hacerla callar y señaló.

~128~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Oh, Jennifer, mira! ¡Ahí!


Jennifer nunca sería capaz de poner en palabras la visión que encontraron sus ojos
cuando siguió el dedo de su amiga. En gran parte porque no vio mucho.
—Eso era un zorro, ¿no?
—No, no, no. Detrás del zorro.
—Oh por… Catherine, di la verdad. ¿Alguna vez has visto en realidad un nelobo?
—¡Por supuesto que lo he visto! —La chica mayor parecía herida por la
insinuación—. Muchas veces. Creo que están mostrándose tímidos por ti.
—No, el eslabón perdido es tímido. Estos tíos son positivamente antisociales.
—Se está haciendo tarde —suspiró Catherine—. A la luna creciente le quedan sólo
un par de horas. Me gustaría llegar a casa antes de eso… apestaría transformarme a
mitad del camino y luego tener que caminar en medio de la lluvia.
—Vale. Bien, gracias por el paseo por la naturaleza.
Con una mirada ácida, la pateadora se giró y se elevó un poco del suelo, antes de
saltar a través del bosque. Jennifer se deslizó sobre los árboles y se dirigió de vuelta a
la cabaña.
Cuando volvió, Joseph estaba esperándola en el porche. Ya había regresado a su
estado natural, y tenía una mirada suspicaz en su pálida cara.
—¿Dónde has estado?
—Afuera en el bosque.
—¿Haciendo qué?
Jennifer decidió decir la verdad.
—Absolutamente nada. ¿Desde cuándo es asunto tuyo?
—Tu abuelo te está buscando. Está preocupado. Tú madre llamó.
—¿Qué dijo?
—Dijo que tu padre salió hacia aquí esta mañana. Debería de haber llegado hace
horas.
Justo entonces, dentro sonó el teléfono. Jennifer empujó a Joseph a un lado,
abalanzándose sobre el teléfono, vio el número entrante, y levantó el auricular con
una garra mientras con la otra oprimía torpemente el botón de altavoz.
—¿Mamá?

~129~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

La voz de su madre era apenas perceptible.


—Tu padre tiene problemas, cariño.
—Mamá, ¿qué está pasando?
—Vuelve a casa, cariño. Por favor. Ahora mismo.

~130~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 12
Investigación

Elizabeth Georges-Scales nunca le había parecido tan vieja a su hija. Las lágrimas
nublaban sus ojos verdes, y sus hombros se derrumbaban sobre la mesa de la cocina.
En sus temblorosas manos había un simple trozo de papel, el cuál había sido
arrugado y alisado múltiples veces.
No miró al abuelo Crawford o a Jennifer cuando entraron en forma humana.
Extendiendo a su suegro la nota, la mujer apenas movió la boca y no hizo contacto
visual.
—Alguien deslizó esto bajo la puerta temprano esta noche, después de que
llamara por primera vez. No escuché o vi coche alguno en el camino de entrada.
Crawford miro el trozo de papel, leyó lo que había en él y salió inmediatamente.
Su ira era obvia. Elizabeth ni siquiera intentó hacer que se quedara.
—Yo diría que tenemos hasta la luna nueva antes de que tu abuelo salga y haga
algo precipitado —explicó mientras la puerta se cerraba de golpe.
—¿Qué, tres días? —Jennifer estaba horrorizada—. ¿Qué haremos hasta entonces?
¿Y por qué está tan enojado?
Elizabeth sostuvo el papel para que su hija pudiera leer la única palabra
garabateada ahí:
Profecía.
Jennifer sintió un entumecimiento bajar por su espina dorsal. Los sonidos e
imágenes de su sueño con la señora Graf le llenaron la mente. Justicia. Ley. Profecía.
Morirás, gusano. Se inclinó contra la mesa y se sentó rápidamente.
Unos pocos momentos pasaron. Jennifer tragó saliva.
—Así que está muerto, entonces. Eso es lo que hacen los cazadores, ¿verdad?
¿Matar dragones?
Elizabeth arrugó la nota otra vez.

~131~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No sabemos si fue un cazador, cariño. Y desde luego no sabemos si está muerto.
Puede que le hayan cogido vivo.
—¿Dónde?
Su madre sólo se encogió de hombros.
—¿Quién fue la última persona que lo vio? ¿Estaba en camino cuando pasó? ¿Qué
tiene que decir la policía?
—¡Por amor de Dios, Jennifer!, no podemos involucrar a la policía. No se lo
tomarían en serio. Tenemos que hacerlo nosotras mismas.
—¿Qué hay del abuelo? ¿No debería ayudar?
—Creo que tu abuelo preferiría estar solo. Avisará a los ancianos. Para cuando
llegue la luna creciente, sabrán lo que quieren hacer a continuación.
—¡Pero yo no quiero quedarme aquí sentada sin hacer nada! —Fue casi un grito.
Elizabeth la miró tranquilamente, pero Jennifer pudo ver que sus dedos temblaban.
—No haremos nada. Estudiaremos esto detenidamente. Juntas. Entonces mañana,
estaremos preparadas para comprender cualquier evidencia que encontremos por
nuestra cuenta.
Geddy se recostó en el hombro de Jennifer, y Phoebe (con un ojo cauteloso sobre el
lagarto) apoyó el morro en la barriga de Elizabeth.
—Comenzaremos con lo que sabemos —empezó Elizabeth—. Tu padre se fue justo
antes del mediodía. Le lleva cerca de dos horas volar hasta la cabaña. Para llevar a
cabo una emboscada deberían estar razonablemente seguros del camino que
Jonathan tomaba, y cuanto más cerca a la cabaña, más certero sería el camino.
Primero buscaremos en la carretera cerca de la cabaña, y nos moveremos lentamente
hacia el sur.
—¡Eso nos podría llevar días!
—Llevará todo lo que tenga que llevar. En cualquier caso, podemos estar bastante
seguras de que tu padre no tuvo un accidente. Para que alguien lo secuestrara, y lo
vinculara a una profecía, tendrían que saber quién es él y donde está la granja. Eso
sugiere cierto grado de preparación.
—Vale, así que iban tras de él. ¿Por qué? Quiero decir que nadie en el mundo
humano iría tras él, ¿verdad? ¿Qué hay de los militares? ¿Para experimentos? —se
estremeció. Sí los militares lo querían para un extraño proyecto de investigación…

~132~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No son los militares —la tranquilizó Elizabeth—. Primero, ellos no van dejando
notas en las puertas. Segundo, tu padre y sus amigos tienen contactos allí. Por favor
recuerda que tu abuelo sirvió en las Fuerzas Especiales Navales de los Estados
Unidos, en su juventud.
—Está bien, así que tienen que ser los cazadores, u hombres araña.
—U otros hombres dragón —le recordó su madre—. El bien y el mal no siempre
están bien definidos, querida. Estoy segura que hay hombres araña que no están de
acuerdo con los demás, o también cazadores. Después de todo, ¿siempre te has
llevado bien con tu padre?
Jennifer volvió a la sonrisa irónica.
—Sólo me enfado con él por esos sermones interminables. Y por perderse mis
partidos de fútbol.
—Niña tonta. Nunca se ha perdido un solo partido.
Jennifer sintió que el color abandonaba su cara.
—¿Nunca? ¿Qué… qué hay de sus viajes de negocios?
—¿Todavía no lo has adivinado? No hay viajes de negocios… al menos ninguno
que haya hecho cuando tenías un partido. Siempre estaba en el límite de los terrenos
de la escuela, camuflado por supuesto, a la vista del campo de fútbol, observándote.
Cada minuto. De cada partido. —El tono fue gentil, pero las palabras golpearon a
Jennifer como ladrillos. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
—¿Vio el partido del campeonato? —¡Cómo lo había destrozado por eso, por la
espalda! No estaba segura de poder contener las lágrimas que se acumulaban en sus
ojos.
—Nada podría haberlo mantenido alejado.
Jennifer no podía hablar. Había estado tan absolutamente equivocada en tantas
cosas. Y era posible que nunca pudiera enmendarlas.
—Él siempre decía que creía que era una gran jugadora. Pero nunca le creí, porque
no pensé que me hubiera visto jugar alguna vez.
Elizabeth pasó una mano a través del cabello de Jennifer.
—Te verá otra vez, cariño.
—Sí —Jennifer se sonó la nariz—. Supongo. ¿Realmente crees que lo
encontraremos?
—Se que nada detendrá a las chicas Scales, si trabajamos juntas.

~133~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Jennifer sonrió.
—Eso ha estado muy bien, mamá. En verdad sonaste segura de ti misma —le
sonrió.
Su madre no le devolvió la sonrisa. Agarró la barbilla de Jennifer y la miró
fijamente a los ojos grises con los suyos verdes decididos.
—Nada nos detendrá, si trabajamos juntas.
Continuaron hablando un poco más. Resultó que Elizabeth sabía mucho sobre los
dragones y su mundo, lo cual no sorprendió a Jennifer, ya que la mujer llevaba años
casada con uno. Dada la prominencia de la familia Scales, tenía sentido que Jonathan
fuera un objetivo. No era un anciano… Crawford ostentaba ese título en la familia…
pero contaba con el respeto de los hombres dragón. Debido a su estatus, suponía
Elizabeth, Jonathan estaría en excelente posición para enterarse de un próximo
ataque.
—¿Así que se acerca una invasión? —dedujo Jennifer después de escuchar a su
madre exponer esos detalles—. ¿De Crescent Valley? ¿Y se llevaron a papá porque
oyó hablar de ello?
—Es una posibilidad. Hay otras. Por ejemplo, tu padre es un hombre dragón en la
flor de la vida. Sería apto para estudio, sí sus captores desearan saber más acerca de
cómo… acerca de los dragones —Elizabeth intentó sonar clínica, pero se le quebró la
voz hacía el final.
Jennifer se estremeció. Pensó en Anatomía de Grayheart, el hermoso libro ilustrado
de la biblioteca del abuelo. No era difícil imaginar las maravillosas imágenes de piel
despegada, huesos fracturados y órganos revelados. No, ya no parecían tan
preciosas.
—Además —continuó su madre rápidamente—, algunos enemigos están al tanto
de las habilidades de los dragones. Pueden ver a los acechadores y tu padre en
particular, como posibles espías. Pueden asumir que los dragones están planeando
su propio ataque. En ese caso, podrían querer interrogar a tu padre sobre lo que él
sabe sobre ellos.
Jennifer se estudió las uñas durante un momento.
—Mamá, aun sí quisieran estudiar a los dragones, sería más útil mantener uno
vivo. Al menos por un tiempo. ¿Verdad?
Elizabeth se desplazó hasta el sofá y la abrazó fuertemente. Cuando el teléfono
sonó, ambas estuvieron tentadas a ignorarlo, pero Jennifer tenía que responder.

~134~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Era Joseph, llamando desde la granja.


—Tu abuelo acaba de regresar. Me ha contado lo de la nota. ¿Hay algo que pueda
hacer?
—Gracias, Joseph. No lo creo. Escucha, estoy un poco preocupada por el abuelo.
Tal vez podrías solo… ¿estar con él?
—Por supuesto —escuchó la voz del joven quebrarse al otro lado de la línea—. Le
estoy muy agradecido, y a Jonathan, por acogerme. Sí necesitas algo, házmelo saber.
—Gracias otra vez. Adiós.
Tan pronto como colgó su madre se levantó del sofá.
—Escucha, cariño. —La voz de Elizabeth no admitía discusión—. Sentarte aquí,
dándole vueltas a esto no te va a ayudar. Y no vamos a recibir ninguna llamada
mágica. No hay nada que podamos hacer durante la noche… al menos no hasta que
estés en forma de dragón… y puede pasar algún tiempo hasta que puedas salir con
tus amigos otra vez, ¿Quizás quieras salir hoy? ¿Con tus amigos?
—¡Pero es peligroso! ¡Y tú te quedarías sola en casa!
—¡No dije qué no tendrías chaperona! Ambas necesitamos salir de esta casa.

*****

Fue una noche difícil, pero no por la interferencia de ninguna chaperona. De


hecho, Jennifer estaba impresionada por lo bien que su madre se fundió con el
escenario del centro comercial, varios metros por detrás de ella y sus amigos.
Más bien, fue difícil porque Eddie no acudió. Él había sido su primera llamada.
—Eh, no lo creo —dijo con voz distraída, antes de que ella pudiera siquiera
terminar la invitación.
—Eddie, lo siento. No he estado cerca de vosotros últimamente. Pero Susan y yo
hicimos las paces, y…
—No es eso. No realmente, en cualquier caso. Supongo que las cosas están solo…
cambiando. —Y luego colgó.
—Es un imbécil —le explicó Skip más tarde mientras Susan y ella miraban los
zapatos de diseño en la tienda del centro comercial—. Últimamente también nos ha
estado tratando así a nosotros. ¿No es cierto, Susan?

~135~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Desde hace una semana —estuvo de acuerdo Susan, abrió los ojos de par en par
obedientemente cuando Jennifer le mostró la etiqueta del precio de un par de
mocasines en rebajas—. Su padre lo lleva a la escuela y lo recoge, así que no podemos
ir a ninguna parte juntos. No es que él parezca lamentarlo mucho. Sólo masculla
cosas como que tiene trabajo extra en casa, esa clase de basura.
—Nunca he visto a un chico tan esclavizado por un padre —añadió Skip—.
Quiero decir, mi padre me dice que haga cosas que no quiero hacer, y mi madre era
un poco estricta, pero… —tosió un poco y buscó en su anorak—. Hablando de lo
cual, sé que no he contado mucho sobre mi madre. Ella era en parte Sioux, y me llevó
por todo el mundo mientras estudiaba culturas nativas… África Occidental,
Australia, Sudamérica. Sea como sea, me dio esto hace un par de años. Me imaginé
que te quedaría bien.
Sacó un collar de cuero crudo con un círculo de madera colgando en el frente.
Tallando en el disco estaba la imagen de una hoja de olmo grande.
—Es la Luna de las Hojas Caídas —explicó mientras extendía las manos hacia el
cuello de ella para ponérselo—. Representa a octubre. Y noviembre, también, algo
así. Hum, bueno, dado que nos conocimos en octubre, pensé…
Jennifer lo besó de lleno en los labios.
—¡Eh, tranquila! —Él retrocedió e intentó aparentar calma, pero el rojo que
inundaba sus mejillas lo traicionaba. Sus ojos se movieron rápidamente hacia la
madre de Jennifer, pero afortunadamente ella estaba estudiando unas bolsas a un par
de pasillos de distancia—. Eeeh, de nada. Debes estar pasando unos momentos muy
difíciles en la clínica, y bueno, sí hay cualquier cosa que yo… bueno… eeeh…
—¡Disculpad, tercera persona aquí! —Susan les llamó la atención con una mirada
de disgusto—. ¿Vamos a ir a la heladería o a la tienda de chuches o qué?
—Tengo todo el dulce que necesito —dijo Skip con una mirada pícara,
recuperando la compostura. Susan puso los ojos en blanco y Jennifer río.
Entonces Jennifer recordó a su padre otra vez y se sintió peor que nunca por
haberse olvidado de él por un momento.

*****

Dos horas antes del amanecer, su madre y ella estaban de camino a la cabaña del
abuelo Crawford. Jennifer insistió en llevar a Phoebe y Geddy como consuelo, pero la

~136~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

mayor parte del viaje en coche se la pasó amonestando a una mascota para que
dejara de provocar a la otra.
Pues resultó que no hubo ningún problema en encontrar el lugar de la lucha, en
absoluto. A menos de una milla de donde el camino serpenteaba alejándose de la
carretera, había un alto arcén de tierra de alrededor de unos veinte metros, y cerca
una pequeña arboleda. Había huellas frescas de neumáticos, visibles incluso desde la
distancia.
Elizabeth aparcó.
—Deja las mascotas en la furgoneta —le dijo a Jennifer—. No quiero que estropeen
alguna pista que haya por aquí. —Mientras las dos estudiaban cuidadosamente el
arcén y la cuneta cercana, Phoebe y Geddy se miraban con odio uno al otro desde
extremos opuestos del interior de la furgoneta.
—Aquí abajo —gritó su madre después de unos pocos momentos. El fresco viento
primaveral no era lo suficientemente fuerte para mover la hierba húmeda de la
cuneta, y quedó inmediatamente claro lo que estaba señalando.
—Alguien yacía aquí. —Elizabeth señaló luego con la cabeza a una gran
hendidura en la hierba justo al sur de la otra—. Y aquí es donde tu padre aterrizó.
—Tal vez vio a alguien tirado en la cuneta, y se detuvo a ver si necesitaba ayuda —
supuso Jennifer—. Parece como si alguien hubiera rodado hacía atrás y adelante.
—Eso tendría sentido. Pero sigue habiendo algo extraño. Tu padre estaba muy
nervioso las últimas semanas, y creo que se mostraría cauteloso sobre alguien tirado
en el suelo, pareciera herido o no. Es improbable que alguien lo sorprendiera desde
esa posición.
Jennifer miró hacia la arboleda cercana. Un roble alto se inclinaba sobre la cuneta
donde estaban de pie, y sus pesadas ramas se mecían con la brisa. El pequeño nido
de un pájaro estaba cobijado en las ramas más bajas, pero Jennifer no escucho ningún
canto.
—Espera un segundo, mamá. —Sin esfuerzo, subió por el tronco del árbol hasta la
rama más gruesa que colgaba sobre el lugar de la emboscada. El nido contenía
pequeños huevos azulados, aunque parecía no haber padres alrededor.
—Gorriones —gritó hacía abajo—. Deberían estar lanzándose en picado sobre mí,
como hacen cuando Phoebe o yo fisgoneamos por el nido que hay afuera de nuestro
garaje. Pero algo los asustó alejándolos, para siempre apuesto. —Posada sobre su
madre, miro hacía bajo directamente a los ojos de la mujer—. Sí supiera que ibas a
estar parada ahí, este sería el mejor lugar para saltarte encima.

~137~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Elizabeth asintió con la cabeza.


—Así que había por los menos dos.
Jennifer no respondió. Estaba mirando fijamente un arbusto unos veinte metros
por detrás de su madre. Había algo entre la maleza, observándolas.
Era un lobo, pero mucho más que eso. Del tamaño de un pequeño oso, y el color
de una cálida puesta de sol, su figura resultaba casi invisible tras un grupo de
abedules. Dos ojos color ceniza miraban de un lado a otro a las dos mujeres con una
mezcla de calculó y desesperación. Inmediatamente, Jennifer supo dos cosas:
primero, que estaba viendo a un nelobo; y segundo, que este era un encuentro casual.
Esta criatura no sabía más que ella sobre lo que había pasado allí, sólo sabía una cosa,
alguien se había acercado a su territorio y estaba aquí para investigar. Igual que ellas.
Los ojos dejaron de revolotear y se fijaron en esa chica extraña, arriba en la rama.
Jennifer pudo sentir su intensa mirada atravesar la piel humana y examinar su
forma interior. La reconoció.
Posada precariamente en la rama, con suave piel pálida y el cabello dorado y
plateado alborotado, bajo la clara luz solar sin la más mínima señal de luna creciente,
Jennifer nunca se había sentido más dragón. Un pedazo de su mundo estaba de pie
ante de ella, silencioso y accesible. Ansiaba extender la mano y tocarlo, aunque
estuviera abajo a lo lejos. Cuando alzó la mano, el nelobo abrió la boca y pareció casi
listo para hablar, sí eso era siquiera posible…
—Cariño, ¿qué estás mirando? —La voz fuerte y clara de Elizabeth interrumpió la
silenciosa conexión—. ¿Qué hay allí atrás?
En un instante, la cara del nelobo desapareció. Con un sobresalto, Jennifer captó
un vistazo de flancos peludos y, creyó ver una forma más pequeña pegada a su parte
trasera… un cachorro.
Un fuerte deseo de saltar de la rama y perseguirlo la abrumó. Quería tratar de
comunicarse con él, tocar al cachorro, ver si cualquiera de ellos sabía algo. Pero sabía
qué era inútil, y soltó un largo suspiro.
—Nada, mamá —respondió cuidadosamente—. Solo un venado, creo.
Examinó la rama, así como las dos siguientes más altas pero no encontró más
pistas. La corteza parecía muy delgada en algunos lugares, pero eso podría haber
sido cualquier cosa.

~138~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Ni ella ni su madre encontraron nada parecido a sangre alrededor de la escena…


solo hendiduras, huellas de zapatos entrando y saliendo de la cuneta, y una franja de
hierba que podría haber sido aplastada por un bulto pesado arrastrado.
—Así que esto es lo que sabemos —resumió Elizabeth mientras regresaban al
coche. Un aullido distante aguzó los oídos de Jennifer, pero su madre no pareció
oírlo sobre el motor—. Había por lo menos dos. Sabían qué es tu padre y conocían la
granja de tu abuelo. Uno de ellos es lo suficientemente rápido para dejar a un dragón
inconsciente… aunque aparentemente no querían matarlo.
—¿Hombres araña? —preguntó Jennifer, apartando al nelobo de sus pensamientos
—. El abuelo dice que los jefes pueden usar la hechicería. Puede que uno haya
lanzado un hechizo sobre papá para noquearlo.
—Es posible. La luna creciente casi se estaba acabando, y deduzco que diferentes
individuos mutan a diferentes intervalos. Uno o ambos pudieron ser capaces de
conducir un camión. Pero normalmente, la respuesta más simple es la correcta…
Creo que algo más regularmente con forma humana hizo esto. Desde luego la nota
apunta en ese sentido.
—Cazadores, entonces. Escribieron “profecía” en la nota. ¿De qué profecía crees
que están hablando?
Elizabeth negó con la cabeza tristemente.
—Es difícil de decir —dijo con un suspiro—. Ambos, tu padre y tu abuelo, dieron
importancia al hecho de que sus exploradores escucharon rumores de guerra y del
Fuego Ancestral. Si los cazadores hubieran localizado la granja de tu abuelo pero
tuvieran miedo de acercarse, tendría sentido el raptar a tu padre, aprender todo lo
que pudieran y establecer un plan de invasión basado en lo que él les dijera.
—Así que se enterarían de lo de Joseph y las abejas.
—Y otras cosas, por lo que he oído. Tu abuelo es muy astuto, y no todas las
defensas serán obvias. Cuánto aprendan de tu padre dependerá en cuán…
convincentes… sean.
De repente, Jennifer ya no quería hablar más de ello.
—¿Entonces, qué crees que harán el abuelo y los demás dragones cuando llegue la
luna creciente?
Esto hizo callar a su madre por un momento. Los nudillos se le pusieron un poco
blancos alrededor del volante. Finalmente, dijo:

~139~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Honestamente, Jennifer, no tengo idea. Tú sabes mejor que yo cómo piensa tu


abuelo en esta cuestión. ¿Qué crees tú?
Jennifer miró fijamente por la ventana del pasajero mientras los campos de cultivo
de Minnesota pasaban rápidamente.
—Cuando era más pequeña, solo pensaba en el abuelo como un abuelo, cómo la
mayoría de los niños. Contaba grandes historias, e iba a pescar conmigo y todo eso.
Pero este año pasado… he visto un lado nuevo de él. Algo apasionado, impaciente.
Cómo la forma en que te trata.
Eso le ganó una extraña mirada.
—¿Lo has notado?
—Sería difícil no hacerlo. Quería que su hijo se casara con otra dragón, ¿verdad?
No contigo.
Las siguientes palabras fueron pronunciadas muy cuidadosamente, incluso para
su madre.
—Jennifer, tu abuelo te ama profunda e incondicionalmente. Pero es bastante
tradicional. Sus enemigos han llevado a los hombres dragón de un lugar a otro desde
hace algún tiempo y él ha vivido para ver sufrir a muchos amigos y seres amados.
No quedan muchas familias dragón. Desde que lo conozco, he intentado respetar su
herencia. Mientras tu padre y yo estuvimos comprometidos y tu abuela estaba viva,
traté de encontrar baratijas significativas y libros relacionados con dragones para sus
regalos de cumpleaños y Navidad. Pero eso solo empeoró las cosas.
—¿Es por eso que ahora ordenas esas horribles mantas para caballos de Islandia
todos los años?
Elizabeth sonrió ampliamente.
—Las mantas para caballos evitan los conflictos. Le encantan sus caballos. Creo
que en realidad está empezando a esperar con impaciencia mis mantas, ahora. Tal
vez sólo me hago ilusiones.
—Haces mucho eso —observó Jennifer.
—¿Hacer qué? ¿Hacerme ilusiones?
—No, eso no. Evadir conflictos.
—Mmm.
Viajaron en silencio durante unos minutos, y luego su madre añadió:

~140~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Soy médico, cariño. Yo curo. Veo los resultados de los conflictos todos los días…
matones de escuela que provocan a mi hija, miembros de familias que se hacen daño
unos a otros, y completos desconocidos que se lanzan a las gargantas de otros sólo
porque son un poquito diferentes. No, no soy una gran fan de los conflictos. Prefiero
las discusiones y las mentes abiertas.
—Eso suena bien, mamá. Pero alguien que no está de acuerdo contigo se ha
llevado a papá.
Elizabeth no respondió.

~141~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 13
El final del rastro

Cuando llegaron a casa, había una desagradable sorpresa esperándolas.


Rayada en la pintura verde de la puerta delantera había una sola palabra: Fuego.
Jennifer enloqueció. Empezó a golpear las marcas de los rayones furiosamente.
—¡Salid! —Gritó al aire sobre ella—. ¡Salid y pelead! ¡Cobardes! —Acentuó cada
frase con otra patada. La puerta vibró en sus bisagras.
—¡Chsss! —Elizabeth la alejó de la puerta a la fuerza con un abrazo, hasta que su
hija se derrumbó—. ¡Nena, eso no va ayudar! Eso no lo traerá de vuelta. —Jennifer
sólo pudo sentarse en los escalones de la entrada entre los brazos de su madre,
sollozando. Su madre lloró con ella un rato, pero no pasó mucho hasta que las ruedas
empezaran a girar otra vez en su mente—. Quienquiera que haya hecho esto dejó
evidencias. Vamos a trabajar. Tú busca alrededor de la casa, y yo me concentraré en
la entrada. Vamos, nena, levántate. Eso es. ¿Puedes hacer esto?
Con un lloriqueo y un asentimiento, Jennifer empezó. Desafortunadamente,
Phoebe llevaba fuera del coche varios minutos, y los pocos lugares donde podía
haber huellas visibles eran sus favoritos para correr. Antes de que Jennifer pudiera
empezar a interpretar las pocas impresiones intactas que pudo encontrar, alzó la
mirada y vio un rostro mirando por la ventana de la casa de al lado.
Era la señora Blacktooth, mirándola ceñuda.
De pronto, un montón de cosas cobraron sentido. El odio que esa familia sentía
por ella. La forma en la que su iglesia había rechazado a su madre años atrás. La
palabra “profecía”. La forma en la que vigilaban a su padre, y a toda la familia Scales,
con tanta atención. Cuán fácil habría sido deslizarse hasta la casa de al lado esa
mañana y arañar la puerta cuando nadie miraba. Y sobre todo, la forma en que Eddie
se había comportado últimamente.
—¡Eh! —gritó a la mujer de la venta. En un instante el rostro fruncido desapareció
—. ¡Eh! —empezó a cruzar el jardín hacia la casa Blacktooth.

~142~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¿Qué pasa?¿Jennifer, adónde vas?


—¡Son ellos!
—Cariño, que haces… ¡no, espera!
Elizabeth intentó sujetar a su hija por los hombros, pero fue muy fácil librarse de
su mano. Hizo falta un abrazo de oso en medio del césped para que Jennifer
detuviera su marcha y prestara atención.
—¡Mamá, es obvio! ¡Mira la evidencia!
—Jennifer, entra. Vamos a hablar de esto…
—Lleva desparecido más de un día. Sí está ahí…
—No puedes saberlo. Y sí lo está, ¿qué vas hacer al respecto?
—No necesito tener forma de dragón para patear los traseros de esos idiotas. —
Comenzó a moverse otra vez, pero Elizabeth la sostenía firmemente con ambos
brazos.
—No todos los problemas pueden resolverse pateando traseros de idiotas, cariño.
Y ni siquiera sabemos sí son ellos. Estás sacando conclusiones precipitadas.
—¿Cuál es tú plan, mamá? —gritó Jennifer, desviando su rabia—. ¿Sentarte a la
mesa y barajar todas las posibilidades mientras papá muere en la puerta de al lado?
¿Eres realmente así de insensible?
Los ojos de su madre se entrecerraron.
—Cuidado, niña. Estás pasándote de la raya. Lidio con la muerte todos los días. Y
te digo que si traspasas la puerta delantera de esa familia, morirás.
Jennifer dejó de luchar y la miró fijamente.
—Sabías lo que eran, ¿verdad? Lo has sabido, todo este tiempo. Hemos estado
haciendo el tonto en la carretera, ¡y tú lo sabías!
—No podemos estar seguras de que sean ellos, Jennifer. Tenemos que abordar esto
metódicamente, basándonos en pruebas y en un plan. Por eso la policía normalmente
maneja…
—¡Oh, no, por supuesto, mamá! Probablemente no sean estos cazadores.
¡Probablemente sean los cazadores de dos puertas más abajo! ¡O los de la panadería,
o la librería! No puedo creer que haya desperdiciado todo un día contigo. Papá
podría haber estado en casa ya. —Con eso, se liberó de su madre y continuó su
camino hacia la casa Blacktooth.

~143~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Jennifer, no lo hagas! —Pudo escuchar chillar a su madre desde el borde del


jardín.
—¡No puedo creer qué seas tan condenadamente cobarde! ¡Estamos hablando de
papá!
La voz de su madre era desesperada ahora.
—Jennifer, sí entras ahí te matarán. Deben saber lo que eres. Por favor. Vuelve a
casa. Puedo ayudar. Podemos hacer esto juntas, sí hablamos de…
—Adelante habla, mamá. Habla todo lo que quieras. —Estaba de pie frente a la
puerta delantera. Ésta se alzaba austera y negra ante de ella. Sin mirar atrás, levantó
el pie y la pateó, arrancándola de los goznes.
La señora Blacktooth la esperaba en el vestíbulo. Era una mujer alta, aunque no
tan alta como Eddie o Jennifer. Su cabello negro se derramaba hasta los hombros de
un modesto vestido a cuadros azules y blancos de ama de casa y un mandil con
volantes. Meticuloso maquillaje resaltaba la nariz y mejillas, y los ojos zafiro
destellaban con desdén. Entre sus manos, que mostraban una cuidadosa manicura,
sostenía una larga espada. La hoja no brillaba… en cambio, parecía absorber la luz de
la entrada.
—Nos hemos enterado de qué eres, gusano.
—¿Dónde está mi padre?
—Ahora también sabemos lo que es él. No puedes salvarlo.
—¿Quieres apostar?
Jennifer dio un paso hacia adelante. En un instante, la punta de la oscura espada
apuntaba a su garganta.
—La espada Blacktooth ha matado una bestia cada generación, durante al menos
doscientos años. Matará hoy otra vez. —Algo se movió detrás de la señora
Blacktooth.
—¡Eddie! —gritó. En efecto era Eddie, pero no como Jennifer lo recordaba. Su
rostro parecía mayor, demacrado—. ¡Eddie, por favor!
—Debes irte ahora —le dijo él sobre el hombro de su madre—. Tu padre no está
aquí.
—¿Dónde está?
Él ignoró la pregunta.
—No puedo salvarte.

~144~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Esta traición fue demasiado. Por lo que parecía la centésima vez en el último día,
sintió las lágrimas brotar.
—¿Eddie, cómo pudiste?
—Es suficiente. La justicia debe ser servida. Es hora de morir. —La señora.
Blacktooth dio un paso hacia adelante y levantó la espada hacía atrás en posición de
ataque. Jennifer se encogió.
Entonces la espada bajó… pero lentamente, y hacia el costado de quien la
esgrimía.
—Tienes suerte hoy, gusano. Tu madre está aquí. Según el código de mí gente, no
puedo matar un niño ante los ojos de sus padres.
—A mí madre no le importaría si lo hicieras. —Las palabras le sonaron mal a
Jennifer mientras las decía, pero no pudo contenerse. Demasiadas cosas le estaban
pasando, todo a la vez.
—No permitas que te encuentre sola. Nunca.
—Váyase al infierno. —Jennifer retrocedió, todavía limpiándose las mejillas.
Ningún Blacktooth se movió hasta que ella estuvo fuera, en la carretera. Retrocedió,
alejándose de donde la esperaba su madre.
La idea de regresar a casa era humillante. Y no servía de nada quedarse ahí, sí
Eddie decía la verdad. ¿Pero a dónde podía ir?
Sintió las patas de Geddy en el zapato. El animalillo se enroscó en su pierna como
si esta fuera el tronco de un árbol, cruzó su estomago y se estableció en su hombro.
Con un giro de su cabecita, abrió su brillante boca roja y siseó a la puerta abierta de
la casa Blacktooth.
—¡Jennifer! —Elizabeth la llamó desesperada.
Ni siquiera se giró para mirarla. Una mezcla de ira, vergüenza y miedo la llevaron
en la otra dirección. Los Blacktooth habían marcado a su padre como monstruo.
Ahora él se había ido, su madre era inútil y ella estaba sola.
Fueron varios kilómetros hasta el centro comercial, caminando por la misma ruta
que la noche de octubre en la que se había metamorfoseado por primera vez. Ya fuera
el recuerdo, o sólo la rabia y la frustración que supuraban a través de su misma piel,
Jennifer pensó que sentía sus entrañas agitarse un poco. No era nada, por supuesto…
la siguiente luna creciente estaba todavía a días de distancia. Fácilmente descartada,
la sensación pronto desapareció. Para cuando llegó al típico centro comercial de

~145~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Winoka, con su típico estacionamiento y su típica multitud de personas y coches, era


media tarde.
Hacía un calor inusual para esa época. Sentía el calor y su propio dolor, pero poco
más. Estaba sedienta. Si iba a la heladería, podría pedir una malteada y pensar en
qué hacer a continuación. Tal vez debería tratar de llamar a Joseph o al abuelo a la
granja…
—¡Jennifer! —dijo la voz más bienvenida del mundo.
—¡Skip! —prácticamente lo derribó con su abrazo.
El deleite en la cara de él se transformó en preocupación al ver su desesperación.
—¿Qué pasa?
Jennifer finalmente había alcanzado el punto en el que no podía contenerse más.
Allí mismo, sin interrupción y sin pensar, simplemente escupió su historia completa,
desde la fatídica noche en la camioneta del señor Blacktooth, a la desaparición de su
padre y a la escena en casa de Eddie. No sabía cómo se lo tomaría él, pero cuanto
más le contaba, mejor se sentía y más apropiado le parecía compartirlo.
Cuando finalmente terminó, él se quedó allí de pie con los ojos muy abiertos
durante un minuto más o menos.
—¿Skip? ¿Hola?
—Estoy contigo. —Tragó saliva e intentó una sonrisa juguetona—. Son cosas muy
fuertes, Jennifer. Puede que tu madre tenga razón… tal vez deberías volver a casa y
hablar de esto.
—¿No me has escuchado? —Pudo decir por la forma en que él se encogió que
deseaba no haberlo hecho—. ¡Ella no quiere hacer nada, ni enfrentarse a nadie! Dice
disparates sobre hablar y esperar. ¡Y todo este tiempo los Blacktooth tienen a mi
padre encerrado en no sé dónde!
—¿No dijo Eddie que no lo tenían en su casa?
—Ajá. Pero pudo estar mintiendo, claro. Aunque no lo creo. No parecían asustados
en lo más mínimo de mí, así que podrían habérmelo dicho sin más si lo tenían en el
sótano.
—Hum. —Skip pensó un momento.
—¿Qué?
—Bueno. —Se detuvo—. ¿Recuerdas esa noche de octubre, la primera vez que
cambiaste, cuándo el señor Blacktooth preguntó por mi padre?

~146~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Supongo. Han pasado un montón de cosas últimamente.


—Bueno más tarde esa noche, llamó preguntando por algún trabajo en los límites
la ciudad que mi padre estaba haciendo. Papá habló con él un rato y le dio algo de
información sobre una propiedad sin urbanizar en las afueras. Nunca nos
imaginamos porque estaba interesado. Unas semanas más tarde, papá dijo que el
señor Blacktooth la había comprado.
—¿Y qué?
—Bueno, no hay nadie alrededor en kilómetros —explicó él lentamente—. Nadie
construye nada ahí, o cerca. Y durante el invierno, Eddie y yo bajamos allí unas pocas
veces para hacer peleas de nieve. Hay una enorme entrada al sistema de
alcantarillado de la ciudad justo ahí. Sí yo quisiera esconder algo, o a alguien…
—¡Skip, eres un genio! ¡Vamos! —Dejó su malteada a medio terminar en la mesa y
tiró de él fuera de su asiento. Sólo habían dado unos pasos cuando se toparon con
Susan.
—¡Eh, chicos! ¿Qué pasa?
Diez minutos más tarde, cuando Jennifer terminó de contarle todo lo que le había
dicho a Skip… ¡de nuevo se sintió tan bien!... Susan tenía pinta de desear no haber
preguntado nunca.
—Guau. —Eso fue todo lo que dijo durante un rato.
—Susan, siento haberte dicho que estaba enferma. A ti, también. Skip. Pero
tenemos que encontrar a mi padre. ¿Me ayudaréis, por favor? Tres es mejor que dos.
El señor Blacktooth podría no estar solo, y papá tal vez no esté en condiciones de…
—¡Jennifer, espera! —Susan se detuvo en seco.
Jennifer se giró impacientemente, adivinando lo que su amiga iba a decir.
—¿Qué?
—Escucha, estoy un poquito flipada, y está bien, te creo. Y te perdono por… por
fingir que estabas enferma, cómo mi madre. Pero simplemente no podemos meternos
corriendo en una alcantarilla para enfrentarnos a este… como sea que lo llames.
—Cazador de bestias.
—Ajá. Quiero decir, suena demasiado aterrador para mí, Jennifer. Estoy segura de
que no quieres escuchar esto, pero no creo que pueda ir contigo.
En vez de enfadarse, Jennifer respiró profundamente.

~147~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Susan, te he dado mucho que asimilar. Puedo ver que estás realmente
preocupada por hacer esto. No pasa nada.
Susan exhaló.
—Así que vete a casa. Y por favor… no le hables a nadie de esto. —Después de un
rápido abrazo, ella y Skip dejaron a su atónita amiga atrás.

*****

El sudeste de Winoka era principalmente un parque industrial. Unas pocas granjas


familiares presionadas contra una franja de lúgubres pantanos que las separaba del
parque industrial. Era en esta franja, y junto a una colina escarpada, adonde Skip la
condujo hasta la entrada del alcantarillado.
La alcantarilla era lo suficientemente larga para que pudieran estar casi
completamente de pie dentro. Antes de que entraran, Skip le aferró el brazo. Estaba
temblando visiblemente.
—Jennifer. Esto es real. Puedes resultar herida. ¿Estás segura de que quieres
hacerlo?
Jennifer volvió el rostro hacía el cielo. Dos águilas daban vueltas en lo alto. La
fragancia a lilas era densa en el aire.
—Solo puedo pensar en mi padre, y en cuanto le encanta volar. —Volvió a mirar a
Skip—. Eres un gran amigo, Skip, pero tengo que poner eso a un lado sí no estás
conmigo. Hago esto por mi padre. No es momento de asustarse.
—Claro —no parecía feliz ante la idea, pero la resolución de ella era
aparentemente contagiosa—. Entonces vamos.
La alcantarilla conducía al interior de la ladera y afrontaron su primer problema…
la oscuridad.
Afortunadamente, Skip tenía una solución.
—Papá fuma cigarros —explicó mientras accionaba un encendedor—. Siempre
está buscando fuego.
Apenas alumbraba, pero les permitió ver una apertura directamente delante de
sus pies en la que, de otro modo, hubieran caído. Peldaños construidos en el
hormigón bajaban hasta la oscuridad.
—Yo iré primero —ofreció Skip.

~148~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Muy caballeroso. ¿Pero recuerdas a Bob Jarkmand?


—Eh. Sí, claro, debó dejar de protegerte.
Devolviéndole la sonrisa, Jennifer tomó el encendedor y pisó cuidadosamente el
primer peldaño. Unos pocos escalones más abajo, intentó mirar alrededor… pero
apenas podía ver más allá de Geddy, sentado tranquilamente en su hombro, mucho
menos algo en la alcantarilla a su alrededor.
El olor, en cambio, era inevitable.
Un año atrás, la oscuridad y pestilencia habrían sido demasiado para ella. Sabía
que habría salido corriendo de regreso a su madre (o su padre, de haber estado
disponible). Pero hoy lo soportaría. Tenía que hacerlo.
Ese pensamiento la condujo todo el camino abajo hasta el último peldaño y a un
nuevo nivel del sistema de alcantarillado. Ahora podía oír el agua corriendo. Parecía
que un angosto riachuelo atravesaba este pasillo, entrada o… ¿Tal vez un cuarto de
utensilios? El encendedor no revelaba mucho.
Entonces, en la pared frente a ella, vio la tercera palabra del mensaje del
secuestrador de su padre, escrito en el fondo identificó:
Sangre.
La imprudencia de su búsqueda la afectó gravemente. La estaban esperando. Miró
atrás, a Skip, para decirle que retrocediera deprisa. Él parecía casi congelado en los
peldaños de arriba, mirándola fijamente… ¿o mirando detrás de ella?
Antes que pudiera decidirlo, la sombra a su espalda osciló. Un golpe aterrizó en su
nuca, y con un plaf cayó acurrucada en el suelo. Lo último que vio fue a Geddy
confundirse en la seguridad de un rincón oscuro mientras el encendedor se apagaba
y ella se deslizaba hacia la nada.

~149~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 14
El Fuego Ancestral encendido de nuevo

Cuando Jennifer despertó, se encontró en una habitación sin ventanas con paredes
rocosas y suelo sucio. La única luz provenía de más allá de una simple puerta de
barrotes de metal. Tenía un peso posado sobre sus hombros. Cuando extendió la
mano hacia arriba, sintió un collar de hierro y una cadena alrededor del cuello.
Estaba holgado, pero aún así no podía pasarlo sobre su barbilla. Utilizando los
dedos, siguió la cadena hacia atrás hasta unos pernos en la pared de piedra.
Ondeando la mano para alejar el débil olor a aguas residuales de su nariz, percibió
un movimiento cerca. Retrocedió rápidamente y gritó:
—¿Quién está ahí? ¿Qué quiere?
—¡Jennifer, estás despierta! —Era la voz de su padre.
En una esquina pobremente iluminada, Jonathan Scales estaba sentado en el suelo
con los hombros caídos. Había una manta de lana arrugada a su lado en el suelo.
Llevaba una cadena como la de ella y tenía pinta de no haber disfrutado tampoco de
mucha más agua. Su cara sin afeitar estaba demacrada y sus ojos grises estaban
tristes.
—¿Jennifer, por qué has venido? No hay manera de que esto haya sido idea de tu
madre.
Intentó ir hacia él, pero la cadena la retuvo. Para su furia y pesar, lo mejor que
pudo hacer fue tocar las puntas de los dedos de él con los suyos.
—Lo siento, papá, vine aquí a salvarte. Skip estaba conmigo. ¿Lo has visto?
—Cariño, Skip…
Jennifer sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está?

~150~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Está por aquí —interrumpido una voz familiar fuera de su celda. El tono era
amistoso y un poco condescendiente. Jennifer se esforzó por divisar la forma más allá
de los barrotes.
El hombre alto tenía unos dedos largos cerrados alrededor de los barrotes. Aunque
su cara estaba entre las sombras, Jennifer pudo discernir rasgos largos y cabello
oscuro. Él introdujo una llave en el cerrojo, y la puerta se abrió.
Cuando entró en la celda, accionó un interruptor, y una bombilla desnuda a gran
altura sobre de sus cabezas lanzó una luz cruda. Jennifer podía verle mucho mejor
ahora.
Su corazón se hundió.
—¿Señor Wilson?
Él le dedicó una sonrisa tierna y paternal, como si se hubieran encontrado para
tomar un café.
—En realidad, hiciste una suposición incorrecta cuándo cenamos juntos el pasado
diciembre. Skip utiliza el apellido de su madre. El mío es Saltin… Otto Saltin.
Su corazón siguió cayendo. Había oído utilizar ese nombre, en tonos callados, a su
padre, más o menos por Navidad.
Antes de poder encajar más piezas, otra figura de hombros caídos entró en la
habitación. Ahora su corazón golpeó el fondo como una roca, mientras sus mejillas se
encendían de confusión y rabia.
—¡Tu! —La cadena se tensó cuando intentó abalanzarse hacia adelante. Escupió
maldiciones con suficiente veneno como para hacer retroceder a Skip un paso. El
chico no levantó la mirada.
Otto Saltin se rió amablemente.
—Es una auténtica escupe fuego, Jonathan. ¡Nada de juegos de palabras! Si yo
tuviera una hija así, me preocuparía más de con quién sale.
—Si hubiera sabido que tú y Dianna Wilson teníais un hijo —croó Jonathan—,
habría sido más cuidadoso con las amistades de Jennifer.
Skip olisqueó el aire miserablemente.
—¿Papá, tienes que retenerlos aquí? Este lugar huele a rancio.
—Lo siento, hijo. —Otto realmente parecía sentirlo—. Te dije desde el principio
que esto no iba a ser fácil para ninguno de nosotros. Si has desarrollado sentimientos
hacia Jennifer, ahora tendrás que dejarlos a un lado.

~151~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Yo… sí que he… desarrollado... un sentimiento! —gruñó Jennifer mientras


aferraba el collar de hierro. Sus ojos se abrieron y sintió la sangre alzarse hasta sus
oídos—. ¡Acércate más... y te… los expresaré! —Debajo del collar, sintió el medallón
de la Luna de las Hojas Caídas que Skip le había dado. Se lo arrancó de la garganta y
se lo arrojó. Golpeó la pared junto a la cabeza de él y traqueteó en el suelo.
De repente, sintió una familiar punzada de dolor en la columna vertebral. Le entró
el pánico mientras se preguntaba cuánto tiempo llevaba aquí… ¿Había dormido dos
días enteros? ¿Le ayudaría este cambio, o le haría daño? ¿Y cómo de tirante se
volvería ese collar de hierro?
No hubo tiempo para reflexionar. Con un siseo, eclosionó la sorpresa de las duras
escamas, las alas desplegándose y el cuerno de la nariz haciendo erupción. Ocurrió
más rápido que nunca antes. La expresión de Otto Saltin apenas tuvo tiempo de
cambiar de la admiración al triunfo antes de que se metamorfoseara por completo.
—¿Lo ves, Skip? —Parecía como si estuviera comentando un partido de fútbol con
su hijo—. Ella es el enemigo. Te mintió, pero nosotros lo sabíamos todo el tiempo. No
hay tiempo para dudas, hijo. Estamos a punto de vencer del todo.
—En realidad me dijo la verdad. Poco antes de que llegáramos aquí. —Skip
levantó la mirada, pero no se atrevió a echarle más que un rápido vistazo. Parecía
avergonzado por haberla engañado, y aterrado de aquello en lo que acababa de
convertirse Jennifer.
Jennifer les gruñó a ambos. El collar estaba menos suelto alrededor de su cuello
pero seguía quedándole bien. Supuso que por eso los habían utilizado con ella y su
padre, en lugar de esposas en las manos, o…
Se detuvo en seco y miró a su padre.
Él todavía estaba en forma humana. No se había metamorfoseado. La expresión de él
era difícil, algo entre el asombro, el temor… ¿y el orgullo?
Esto no tenía ningún sentido. Jennifer miró a sus enemigos, y otra vez a su padre,
y luego de nuevo a sus enemigos.
—Es interesante, ¿verdad? —Otto no parecía sorprendido en lo más mínimo por lo
sucedido. Las arrugas amigables alrededor de sus ojos se tensaron—. Tienes que
estar preguntándote… si el problema es contigo o con tu padre.
Ella pensó un momento, luego inclinó la cabeza.
—Soy yo, ¿no? Siempre yo. Soy una friki.

~152~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Cierto. Tú eres la aberración. Todavía quedan treinta y seis horas para la luna
creciente, pero aquí estás tú con tus preciosas alas y escamas ¿Puedes explicarlo?
Jennifer no contestó. Miró de nuevo a Skip. El traidor clavaba directamente los
ojos en ella ahora, tragando saliva. ¿Qué estaba pasando?
—Quizás sabes del enamoramiento que la mayoría de dragones tienen con el
número cincuenta —comenzó a explicar Otto amablemente—. Cincuenta semillas en
esta o aquella bebida ceremonial, historias de Allucina y sus cincuenta hijos, etcétera.
Sin duda, vuestro refugio oculto, Crescent Valley, tiene escrito por todas partes
cincuenta…
—Usted nunca encontrará Crescent Valley —prometió ella a través de los dientes
—. No tengo idea dónde está de todos modos, así que si va a torturarme, adelante,
hágalo de una vez. Aún si lo supiese, si cree que podría traicionar a mis amigos... a
mis verdaderos amigos… —Escupió esto último a Skip, quien volvió a mirar al suelo.
—Por favor no interrumpas. —La voz de Otto se volvió severa—. No tienes que
decirme nada. De hecho, si pudiera encontrar un bozal lo bastante grande, lo
utilizaría contigo. —Luego volvió el tono afable—. Veras, Jennifer, no necesito saber
donde está Crescent Valley.
—¡Lo necesita si quiere encontrar el Fuego Ancestral!
Los ojos de él se iluminaron.
—¿Así que sabes de mi plan? Chica lista. Desde luego sabes escogerlas, Skip…
aunque por supuesto, un buen padre ayuda a su hijo a encontrar los amigos
adecuados.
Otto disparó a Jonathan una mirada, pero el hombre encadenado no se la
devolvió. Jennifer sintió rendición y fracaso en la cabeza baja y los hombros
hundidos de su padre.
—Sin duda has averiguado todo eso por medio de alguna tortuga o lagarto recién
nacido que ha estado fisgoneando a tus órdenes —continuó su captor—. O tal vez tus
mayores finalmente lo captaron después de que Eveningstar ardiera hasta los
cimientos. Algo tontos, si piensas en ello, por no ver toda la verdad.
La mención de lagartos pequeños hizo a Jennifer pensar en Geddy. Miró alrededor
de la celda tan sutilmente como pudo, pero no pudo encontrar ni rastro de su
mascota.
—Yo veo muy bien toda la verdad. Y también lo hace mi familia. Sólo quiere
encontrar el Fuego para obtener más poder. ¡Porque es débil!

~153~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

De repente Jennifer recordó… más poder, como escupir fuego. Escupir fuego. ¿Por
qué no había pensado en eso antes? Abrió la boca para desatar un infierno.
Otto ondeó sus dedos índices.
—Insensibilizar.
Antes de que pudiera soltar el fuego, Jennifer se derrumbó en un montón
escamoso sobre el suelo. Sus ojos se pusieron en blanco, y sintió la baba caer por la
comisura de su boca.
Él dio un paso adelante, sacó un pañuelo, y amablemente le limpió las comisuras
de la boca. Jennifer intentó abrir las mandíbulas y morderle, pero ni siquiera podía
hacer eso.
—Quiero más poder —estuvo de acuerdo él—, pero no soy débil. Tú no puedes
oponerte a mis poderes. ¿No sabes a que te enfrentas?
Las palabras de Jennifer fueron poco claras. Apenas podría mover la lengua, y
mucho menos los labios.
—Caaazaaaaadoooorrr…
Otto realmente se rió. El alegre sonido rebotó contra las paredes de la celda.
—¡Cazador! ¿Oíste eso, Skip? ¿Ves a lo que estos lagartos hiper desarrollados
tienen miedo? Siglos y siglos después de que Bruce, Brígida y Bárbara lucharan,
incluso después Eveningstar, se preocupan por los cazadores. Realmente aún no han
aprendido. —Luego gruñó cruelmente—. No soy un cazador, chica-dragón.
Sacando una jeringa, se inclinó y la pinchó en el ala. Ella apenas sintió el pinchazo.
Él extrajo un poco de sangre, y luego giró la aguja hacia sí mismo y se la inyectó en el
brazo, vaciando la jeringa y refunfuñando en un lenguaje extraño.
Donde hay un caso galopante de encefalitis cuando una lo necesita, anheló Jennifer
silenciosamente.
—Y ahora, a romper las cadenas de la luna creciente —anunció Otto con un paso
hacia atrás.
La transformación cogió por sorpresa a Jennifer. La primera cosa que cambió fue
la cabeza del hombre… se alargó, mientras su cuerpo por debajo del cuello se hacía
más pequeño y regordete. Sus mandíbulas se abrieron de par en par, dividiéndolo
todo hasta sus orejas, y se las tragaron. Las mandíbulas inferiores brotaron por el
hueco resultante.

~154~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Su piel se volvió de un negro entintado, brillante y le creció un pelo grueso…


negro delante, rojo y amarillo en su abdomen. Con un sonido repugnante, sus dos
brazos se dividieron en cuatro, al igual que sus piernas. Se agachó sobre los ocho
apéndices.
Finalmente, los ojos emergieron. Los dos originales eran negros y saltones, del
tamaño de platos. Un ojo adicional estalló a cada lado del par principal. Y finalmente,
como centinelas alrededor de los costados y la parte de atrás de la cabeza,
aparecieron cuatro más uniformemente espaciados.
Si Jennifer no hubiera estado noqueada por la brujería, habría gritado. Como lo
estaba, soltó un jadeo y se retorció humildemente hacia atrás alejándose de la araña
del tamaño de un hombre.
Las mandíbulas de Otto, del tamaño de un cuchillo, crujían con cada palabra. La
voz extraña y paternal estaba todavía allí.
—Ahora puedes ver la cara del enemigo al que deberías temer, chica-dragón. Con
la ayuda de tu sangre, puedo tomar mi auténtica forma a voluntad,
independientemente de los ciclos de la luna. Pero eso no es todo lo que esta sangre
puede hacer por nosotros. Tu captura supondrá el fin de tu raza. Supongo que
debería agradecértelo. Serás muy importante para mí, para Skip, para todos nosotros.
Su gratitud enfureció a Jennifer. Comenzó a sentir más allá del entumecimiento…
la brujería se desgastaba, y pudo hablar con algún esfuerzo.
—¡Nunca conseguirás el Fuego Ancestral!
Las mandíbulas vibraron con lo que sólo podía ser una risa tierna.
—Todavía no lo entiendes. Ninguno de los tuyos lo entiende. Por eso nadie te
protegió. ¿Encontrar el Fuego Ancestral? ¿Conseguir el Fuego Ancestral? Tengo el
Fuego Ancestral, Jennifer Scales. Te tengo a ti.
Pudo haber sido la brujería reafirmándose a sí misma, pero Jennifer volvió a
entumecerse otra vez.
—¿Qué?
—Como intentaba contarte antes de que groseramente me interrumpieras la
primera vez, vosotros los dragones tenéis un enamoramiento con el número
cincuenta. No es completamente infundado. Si los dragones pasaran menos tiempo
cazando ovejas y más tiempo indagando acerca del pasado, como yo he hecho, sin
duda habrían aprendido la profecía completa del Fuego Ancestral. Cada cincuenta
generaciones, la sangre de todos los clanes dragón se combinan dentro de una figura

~155~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

unificadora. Esta sangre es el Fuego Ancestral. Quien tiene el Fuego Ancestral


corriendo a través de sus venas esgrime poderes increíbles, y fortalece a todo el que
la rodea a ella. O a él.
Profecía. Fuego. Sangre. Jennifer recordó los mensajes que Otto y su hijo le habían
dejado.
—Poderes como escupir fuego —adivinó Jonathan Scales desde donde yacía.
Jennifer podría ver que sus ojos preocupados habían vuelto a ella. Jennifer se sintió
miserable, estúpida, y utilizada. Su padre no había sido el objetivo. Había sido el
cebo. Y Skip la había atraído justo hasta la trampa.
—Desde luego —estuvo de acuerdo Otto—. Escupir fuego es una habilidad que
hemos aprendido con el paso del tiempo. Seis años atrás en Eveningstar,
sospechando los poderes de Jennifer y cómo podría utilizarlos contra nosotros algún
día, intentamos encontrarla y matarla. Como cacique entre nuestra raza, pude
efectuar suficiente brujería para armar a nuestras tropas con fuego durante un corto
espacio de tiempo. El esfuerzo casi me destruyó. Después de eso, decidí que lo estaba
haciendo mal. En lugar de ponerme fuera de combate intentando matarla, resolví
atraerla con engaños y utilizarla. Tuve que ser paciente, ya que su sangre no me
serviría de nada hasta que atravesase su primera metamorfosis. Afortunadamente,
Skip y yo nos mudamos a la ciudad justo a tiempo. Nuestro primer plan fue invitarla
a cenar a casa y simplemente atraparla allí, sola. Pero Skip comenzó a pensar que era
una auténtica cita, al parecer, y cambió el lugar de nuestra casa al centro comercial.
—El siseo que la maciza araña dirigió a Skip traicionó una furia que no había pasado
del todo desde el noviembre pasado.
—¡No me dijiste lo que habías planeado hasta después! —protestó Skip. Señaló a
la jeringa que yacía en el suelo—. ¡Y nunca dijiste nada de sangre, o de hacerle daño!
—En todo caso —continuó el arácnido—, no habría sido aconsejable intentar
secuestrar a una joven delante de varios centenares de testigos. Así que la
oportunidad pasó. Al poco tiempo de eso, te fuiste durante largos períodos, en todas
las fases de la luna. Así es que tuve que tender una trampa ligeramente más
provocativa. No importa. Las arañas adoran las trampas, ya ves. Y la trampa
funcionó. Cuando quiera que lo necesite, el poder del Fuego Ancestral estará a sólo
una inyección de distancia. No solo escupir fuego... me interesa ver a qué bestias
puedo llamar a mi servicio, o lo fácil que será esconderme a simple vista. Que
encanto tener una hija tan talentosa. Y una pena, supongo, que nunca vaya a volver a
utilizar esos talentos.

~156~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¿Qué diablos quieres decir con eso? —Jennifer vio la afrenta en la cara de su
padre… y la alarma en la de Skip. ¿Cuánto había contado Otto realmente a Skip antes
de convencerle para atraer a Jennifer a la alcantarilla?
—No te dejes llevar por el pánico, Jonathan. Si me hubieras estado escuchando,
sabrías que no tengo intención de matarla. —Estaba claro que Otto estaba
disfrutando con esto, frotándose las cuatro patas delanteras—. El estímulo que su
sangre me da es temporal. Necesito un suministro continuo.
—Si te acercas a mi hija con esa jeringa otra vez, te la meterá por tu bulboso culo
—prometió Jonathan.
La postura de la bestia indicó una pérdida de buen humor.
—No lo dudo. Es por eso que tendré que envenenarla hasta dejarla en un coma
permanente. Tomaré lo que necesite, cuando lo necesite. Ella no sentirá nunca nada.
Nunca te verá morir por lo que hiciste a nuestra familia.
La voz fina de Skip se alzó.
—Espera un segundo. ¿Un coma? ¿Para siempre? ¿Y vas matar a este tipo? ¿Por
qué, por mamá? Papá, tú no… esto es…
—¡SILENCIO! —La enorme araña movió sus patas con asombrosa velocidad para
confrontar a su hijo humano—. Te dije que sobreviviría sin dolor. Eso es todo lo que
necesitabas saber, hijo. —La voz atravesó las mandíbulas inferiores suavizada—. No
espero que entiendas nada más, Skip. No hasta tu primer cambio.
Jennifer guardó silencio. El conflicto entre tipos malos era bueno. Además, estaba
bastante segura de que la brujería ya había pasado casi completamente. Retorció su
cola y enroscó las garras de sus alas. Otto no vio esto o no le importó. Seguía
concentrado en su terco hijo.
—¡Papá, hiciera lo que hiciera este tipo, no vale el que le asesines!
—Tiene razón. —Jonathan intervino en la conversación. Jennifer felicitó
silenciosamente a su padre por no sonar en absoluto desesperado—. No puedes
esperar no dejar huellas. Mi hija y yo desaparecidos. E imagino que si mi hija supo
donde encontrarte, mi esposa también. Puedes esperar a las autoridades aquí de un
momento a otro.
La idea animó a Jennifer. Su padre estaba en lo cierto… ¡tal vez Susan hubiera ido
en busca de ayuda también!
—Estáis bastante lejos de donde Skip condujo a tu hija —les informó Otto—, en
una sección del sistema de alcantarillado que virtualmente nadie conoce aparte de mi

~157~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

compañía de construcción. Nadie os seguirá hasta aquí. Nadie os buscará aquí.


Morirás aquí, Jonathan Scales, y tu hija vivirá el resto de sus días en esta celda.
Durmiendo confortablemente —terminó con gorgoteo suave.
—Yo sé dónde están —dijo Skip firmemente. A su favor hay que decir que miró
fijamente a los ocho ojos de su padre—. Y sé que esto no es lo que habría querido
mamá.
—Eres un niño —se burló Otto—. ¿Qué sabes tú de lo que quería tu madre?
—Sé que no te quería a ti.
La pata delantera izquierda de Otto saltó hacia arriba y clavó a Skip en la pared.
Ya no sonaba en absoluto paternal.
—Tú, imbécil desagradecido. Guardarás silencio. Y llegarás a apreciar lo que he
hecho por nuestra familia, y por todos los de nuestra raza. Verás nuestro destino
desplegado y mostrarás respeto.
Con eso, soltó a su deslumbrado hijo y lo dejó caer a tierra. Un charco de veneno
crepitó en el suelo de cemento. Bajó su pata delantera derecha, y sumergió la garra en
el veneno hasta que ésta brilló con una luz verde claro.
—Ahora quédate quieta, Jennifer, o esto será peor que el golpe que te dejó
inconsciente. —La forma de araña de Otto se posicionó para mirar directamente a
Jennifer.
Cuando sostuvo la mirada fija de los cuatro ojos delanteros, se encontró
hipnotizada de miedo. Recordó a la mariposa que la había puesto en trance aquel día
en la clase de ciencias de la señora Graf. A partir de eso, su vida pasó como un
relámpago ante sus ojos desplegada marcha atrás... el campeonato de fútbol… el
séptimo curso, luego sexto... graduación en la escuela elemental... la quema de
Eveningstar…
Antes de que su mente pudiera ir más allá, Otto se abalanzó hacia adelante y bajó
su pata delantera.
—¡NO! —Con igual velocidad, Skip se apartó de la pared de la celda y saltó hacia
delante. La distracción fue todo lo que Jennifer necesitó… se arrastró hacia atrás, y
Skip se colocó precipitadamente en su lugar.
Con un grito, Otto alteró su ataque para evitar envenenar a su hijo, pero el golpe
casi se había completado, y la garra atravesó el pecho de Skip.

~158~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Nadie se movía. Todos ellos observaron a Skip aferrarse el pecho, tantear la herida
burbujeante, y abrir la boca. Luego se tambaleó hacia atrás contra Jennifer y se
derrumbó.
Otto vio esto y se enfadó rápidamente.
Pero Jennifer se enfadó más, y más rápido.
Una explosión de llamas emanó, atravesó la habitación y engulló a la araña. Él
gritó agudamente como un cerdo monstruoso, y olvidándose de la seguridad de su
propio hijo, abrió las mandíbulas y escupió su propia salva de fuego.
Jennifer no tuvo que pensar en absoluto... le sobrevino el instinto de proteger al
chico inconsciente que tenían entre sus brazos. Sus alas se envolvieron alrededor de
Skip, y giró la cabeza a fin de que el calor rebotara inocuamente sobre su espalda y
sus alas blindadas.
—El fuego no puede hacerte daño, sabandija, cuando estás en forma de dragón...
pero tu padre no tiene tanta suerte…
Dejando a Skip caer al suelo, Jennifer se movió hacia su padre para protegerle…
¡pero se había olvidado del collar y la cadena de la pared! No había nada que ella
pudiera hacer mientras Otto retrocedía para preparar una nueva bola de fuego. Con
un grito de frustración, buscó los ojos de su padre por última vez. Pero él no le
devolvía la mirada en absoluto.
Estaba mirando a algo que se escurría bajo las patas del arácnido.
Jennifer entrecerró los ojos hacia ello. Era Geddy.
¿Geddy los había seguido? ¿Y si así era, qué…?
Antes de poder unir las piezas, algo se movió en el umbral detrás de Otto y una
luz intensa inundó la habitación. Jennifer cerró los ojos contra el dolor que la luz le
causaba. Oyó a Otto gritar, y luego otro sonido llenó sus oídos. Era una batalla de
gritos… profundos, horribles, y petrificantes. Se apretó las garras de las alas contra
los agujeros de los oídos y empezó a gritar ella misma.
Un rincón de su mente recordó algo que el abuelo Crawford había dicho: Armas
andantes, utilizan luz y sonido… su misma voz puede paralizar a sus enemigos…
¡Un cazador! ¡Eddie de algún modo se había escabullido de su padre para
ayudarla después de todo!
La luz y el ruido persistían. Incluso con los ojos y los oídos cerrados, el asalto a sus
sentidos era devastador.

~159~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—¡Eddie, por favor, para ya!


Ni siquiera pudo oír sus propias palabras.
El ruido se detuvo. La luz se oscureció un poco más allá de sus párpados. Se
atrevió a abrirlos y jadeó ante lo que vio.
El cazador era increíblemente alto. Jennifer sabía que los Blacktooh eran altos, pero
visto desde el suelo de una celda de cemento en una alcantarilla, este era una torre.
Un yelmo completo sin visor… ¿cómo podía ver?, se preguntó… brillando con una
luz pura. Una espada desenvainada alimentaba la luz del yelmo.
El cuero crudo de la armadura podía haber sido blanco una vez, pero estaba
oscurecido por la tierra, la sangre, y el tiempo. Sobre esto había una capa de tela
negra, gruesa y fluida.
—¡Aprisa! —La voz era alta y clara, incluso a través del yelmo—. Le he herido,
pero volverá.
Jennifer notó finalmente que Otto ya no estaba en la habitación. La espada oscura
se balanceó en el aire, haciendo que se encogiera… pero cortó la cadena de la pared,
no a ella, y con un ruidoso tintineo quedó libre.
Otro golpe y Jonathan también quedó libre. Luchó por alzarse sobre sus piernas.
El cazador le ayudó a levantarse y le sirvió de apoyo mientras abandonaban la
habitación.
—¡Espera un segundo, Eddie! —Jennifer miró hacia Skip. Estaba tendido
bocarriba, con la camisa desgarrada y la herida del pecho todavía rezumando
veneno.
—No podemos dejarle aquí. Morirá, o algo peor.
La réplica fue impaciente.
—Si le quieres, carga con él. —Y con eso, el cazador arrastró a su padre fuera de la
habitación. Geddy se escurrió tras ellos.

~160~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 15
El cazador

Afortunadamente para Skip, Jennifer decidió mientras lo envolvía en la manta de


lana que su padre había utilizado en la celda, que era un alma indulgente. La herida
tenía un aspecto repugnante y ellos eran su mejor esperanza de conseguir ayuda
médica rápidamente. Las garras de sus alas se tensaron mientras arrastraba a Skip
fuera de la habitación tirando de la esquina de la tela, pero de alguna forma se las
arregló para salir tambaleándose y seguir a los otros.
La guarida de Otto era diferente a la típica alcantarilla. Para empezar, había
bombillas colgando cada pocos metros a través de la red de túneles toscamente
labrados. Segundo, las dimensiones de los pasillos eran grandes… por lo menos tres
metros de lado a lado, y del techo al suelo. Tercero, había otras celdas. Algunas
estaban vacías, y algunas alojaban cosas invisibles que se escurrían y silbaban de
forma poco amistosa.
Ahora no había tiempo para investigaciones, decidió Jennifer. Mantuvo su cabeza
de cuernos baja y sus garras traseras en movimiento. Recorrieron al menos kilómetro
y medio, ligeramente cuesta arriba, con Geddy deslizándose alrededor de los pies de
los que iban delante. Jennifer se volvió más y más agradecida con el gecko… pasaron
a través de varias intersecciones, y tomaron al menos tres giros diferentes. Sin la
memoria y sentido de la orientación del diminuto lagarto, comprendió, nunca
habrían sido encontrados.
Skip se volvía más y más pesado mientras lo arrastraba en la manta.
—Eddie, ¿cuánto más falta? —preguntó.
—La unión principal está adelante. Después de eso, unos cuantos metros hasta la
escalerilla del pozo.
—Está bien, puedo caminar ahora. —La respiración de su padre sonaba irregular
pero más fuerte, y Jennifer empezó a sentir que realmente podrían lograrlo.

~161~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Hasta que oyeron el sonido de cientos de mandíbulas chasqueando en la


oscuridad de delante.
—Ha convocado ayuda —supuso Jonathan—. Excepto que apuesto a que no son
lagartijas lo que está llamando.
—¡Dragón! —La voz a través del yelmo tenía un poder que la compelió a avanzar
—. ¡Suelta al traidor! ¡Deberías estar aquí delante conmigo!
—Yo cogeré a Skip —ofreció su padre. Jennifer dejó su carga deslizarse hasta el
suelo y se colocó al frente del grupo. Geddy corrió rápidamente hasta su pierna
trasera y se posó cómodamente sobre su espalda entre las alas.
Ella se estremeció cuando aquel horrible ruido y la luz comenzaron a llenar la
habitación.
—¡No, Eddie! Déjame encargarme de esto.
El chasquido se acercaba más y más. Delante y unos cuantos metros doblando la
esquina, la última de las bombillas del techo arrojaban una luz inestable sobre un
ensanchamiento del pasillo y una enorme apertura donde una barricada de tablas y
piedras había sido derribada recientemente. Detrás de esta abertura había absoluta
oscuridad… la unión de la alcantarilla que Eddie había mencionado, supuso Jennifer.
Había movimiento en el suelo, pero era difícil decir qué era o cuantos.
—¡Ahora! ¡Arroja tu fuego!
—¡Ya mismo! —siseó en respuesta. Aclarándose la garganta abrió sus mandíbulas
y soltó el infierno más grande que pudo reunir. Las llamas inundaron el suelo de
cemento y se abrieron paso a través de la apertura en la barricada, donde asaron a
cerca de una docena de arañas marrones ermitañas del tamaño de langostas. Las
patas de estas se encogieron y enroscaron, los ojos saltaron de sus orbitas, y sus
cuerpos quemados rodaron hasta quedar de espaldas.
Cuando el calor y la luz se retiraron, Jennifer distinguió entre las sombras al
menos cien ermitañas más trepando para tomar sus lugares.
—¿Funcionó? —gritó Jonathan detrás de ellos.
—Mmm, más o menos…
—¡Mantén el fuego fluyendo! —Un remolino de capa negra y una espada al rojo
vivo saltaron hacia delante para recibir el ataque.
—Pero no quiero quemar…
—¡Escupe! —la urgió su padre—. Los cazadores pueden resistir tu fuego. ¡Trabajar

~162~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

juntos es nuestra única oportunidad!


—Bien, si insistes —se encogió de hombros. Mientras su compañero bajaba la
punta de la espada hacia el suelo de cemento, ella dejó escapar otra hoja de fuego.
Esta barrió más allá de los tobillos del cazador y sobre la grieta donde la punta de
la espada había perforado el suelo. De pronto, las llamas tomaron un matiz azulado y
aceleraron. La nueva ola de arañas que venía por el pasillo no tuvo tiempo de
reaccionar… la nova azul las destrozó y llevó sus cenizas por encima de aquellas que
venían detrás. Por un momento, los ecos de los chasquidos amainaron, como si las
que quedaban estuvieran inseguras sobre qué hacer contra esta amenaza combinada.
Desafortunadamente, no dudaron mucho tiempo. Jennifer podía verlas reunirse y
avanzar en oleada una vez más. El nuevo ejército de Otto parecía interminable.
—Si obtuvo mis poderes —se quejó en voz alta—, entonces, ¿por qué su llamada no
apesta tanto como la mía?
—¡Jennifer! —Jonathan estaba de pie en la esquina, mirando hacia atrás al pasillo
por el que habían llegado. Su voz contenía una punzada de pánico—. ¡Están detrás
de nosotros!
—¡Mantén el frente, Eddie! —Jennifer se dio la vuelta y corrió hacia atrás por el
pasadizo hacia su padre y Skip. Era cierto… Otto debió dejar un pequeño ejército de
ermitaños atrás para cerrar las filas y abrumar a sus enemigos. Cubrían el suelo del
pasillo, las paredes y el techo a solo cuarenta y cinco metros de distancia. Cuando sus
piernas y cuerpos corrían sobre las bombillas, lanzaban espantosas sombras.
—Tendrás que convocar ayuda —le dijo Jonathan.
—¡No puedo! —alegó ella—. ¡Cada vez que la garra de mi ala baja, sale otra
patética lagartija del tamaño de una moneda! ¡Nunca he llamado a nada capaz de
detener eso!
—¡Piensa en algo! —Su padre le sonrió desesperadamente—. No puedes rendirte
ahora, campeona. Te necesitamos.
La voz de su salvador compartía la desesperación de su padre.
—¡Se están multiplicando! ¡Incluso con sonido y luz no puedo retenerlos por más
tiempo!
Una idea golpeó a Jennifer. Siseó vapor sobre el suelo, empujándolo lo máximo
posible hacia las arañas que venían. Luego extendió sus alas, que rozaron la pared a
ambos lados, y suavemente se batieron hacia los nuevos enemigos.
Entonces, mientras volaba, pateo la tierra con su pata trasera derecha lo más fuerte

~163~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

que pudo. Aunque casi se golpeó la cabeza con el techo por el rebote, no tuvo que
mirar a su espalda para saber que algo se había alzado… algo grande… a través del
humo de la convocación.
—¡Eso es Jennifer! ¡Sigue así!
Estaba a solo algunos metros de las arañas ahora. Saludándolas con una descarga
de llamas cuidadosamente mezclada con humo, navegó en medio de ellas con otro
golpe en el suelo. Una vez más, algo brotó… pero no tenía tiempo de mirar atrás y
ver.
Su próximo aliento roció las paredes y el techo, así como también el suelo. Miró
hacia delante buscando el final del ejército, pero no veía ninguno. Darse la vuelta
parecía ahora una buena idea.
Plegó las alas y plantó un pie entre el humo de su último aliento. Ahora podía ver
el producto de su trabajo. Un despliegue de cuerpos sin piernas había brotado en el
punto de impacto… mambas negras6, por lo menos veinte de ellas. Las serpientes
grisáceas eran de dos veces su tamaño natural y entraron en la lucha
inmediatamente, arremetiendo contra cualquier enemigo que sobreviviera al fuego
de Jennifer.
¡Espera a que Catherine sepa esto! No pudo evitar sonreír abiertamente. Debería
haber sabido cuando notó por primera vez que la garra de su ala era más pequeña,
que tendría que hacer las cosas de forma diferente a un dragón pateador normal.
Mientras miraba pasillo abajo adonde ya había pateado dos veces, vio docenas de
otras mambas entrar en la batalla. Eran más grandes y rápidas que las arañas. Se
encabritaban con sus negras mandíbulas abiertas de par en par, golpeando para
separar la cabeza y patas de las ermitañas de su abdomen, luego se deslizaban pasillo
abajo en busca de más objetivos.
—¡Jennifer! —La voz de Jonathan resonó por el pasillo—. ¡Te necesitamos aquí
atrás!
Aunque la esquina estaba lejos, ella pudo distinguir fácilmente un destello de luz
brillante y oyó el grito corto del cazador. Dolió, pero no fue bastante para atontarla.
Confiando en su nuevo ejército para guardar este frente, se deslizó por encima de
ellos y se unió a los demás.
Otto había estado ocupado en el cruce. A pesar de los cuerpos de ocho patas

6
Cobras africanas de cuatro metros de largo su nombre se debe al color negro dentro de su boca;
pudiendo variar el color de su piel de verde amarillento a un gris metalizado. Es una de las serpientes
más rápidas del mundo, capaz de la moverse de 16 a 20 Km./h

~164~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

esparcidos por toda la entrada del corredor, parecían haber más vivos que nunca. Las
tácticas del cazador estaban fallando… Jennifer supuso que eran mejores en
imponentes duelos con bestias singulares que conteniendo a enjambres de
atolondrados intrusos.
—¡Agachaos! —ordenó Jennifer. Aceleró a través del aire tras una corriente de
humo y fuego. Su padre se agachó justo a tiempo de evitar ser quemado y
destrozado. En el espacio entre él y el cazador en retirada, Jennifer golpeó ambas
piernas traseras en el suelo cubierto de humo. Sintió a las serpientes alzarse a su
estela mientras saltaba sobre el acechador y aterrizaba al otro lado, golpeando la
tierra con ambos pies de nuevo.
Ochenta nuevos soldados serpentinos se deslizaron por su lado y acudieron
directamente a la batalla.
Había arañas aún más grandes ahora… ninguna ni de cerca tan enorme como
había sido Otto, pero desde luego sargentos en el campo de batalla. Eran arañas lobo
grises con rayas negras, y a diferencia de la ermitaña, saltaban en vez de arrastrarse.
Jennifer concentró su atención en éstas mientras saltaban fuera del cruce. Se
balanceó alrededor y liquidó a cada una con su cola cuando entraban en el pasillo,
lanzando de un golpe sus cadáveres en llamas al cuarto de cruce. Una o dos de ellas
fueron atrapadas en el aire, con las mandíbulas listas para golpear. Las serpientes
rompieron las filas de arañas más pequeñas, y pronto los demás fueron capaces de
reunirse y ayudarla. La espada del cazador giraba a través del aire, sosteniendo la
línea de serpientes donde ésta se debilitaba y luchando cuerpo a cuerpo con aquellas
arañas lobo que se mantenían lejos de Jennifer.
Con Jonathan gritando que todo estaba bien atrás, y viendo el colapso de la
resistencia ante ellos, Jennifer finalmente entró en el espacio del cruce.
Era una cúpula baja, quizás veintisiete metros de diámetro y diez de alto. Una
corriente pavimentada de agua de lluvia cortaba el suelo a la mitad de izquierda a
derecha, y otra corriente venía directamente de delante de ellos para formar una T en
el centro del cuarto.
Había un pilar grande de piedra sobresaliendo del agua en la unión de la T. Un
hueco en el techo encima de ellos conducía hacia arriba, dejando pasar un diminuto
parche de luz solar. Aparte de eso, la cámara era sórdida y oscura. La construcción
parecía diferente al refugio escondido de Otto; probablemente había sido construida
por la ciudad hacía décadas.
Las mambas se deslizaron por el suelo y sobre las corrientes, acorralando a las
últimas pocas arañas. En breve, todo lo que podía ver u oír era un goteo y el agua

~165~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

corriendo. Pero en realidad no podían ver el lado opuesto del cuarto, y eso
preocupaba a Jennifer.
—¿Creéis que se quedó atrás? —jadeó ella.
—No sé —gruñó Jonathan mientras soltaba a Skip un momento—. Puede haber
sentido que el ejército que dejó era suficiente.
—Casi lo fue. ¿Eddie, ves algo?
—Deja de llamarme Eddie —exclamó la voz detrás del yelmo—. No, no lo veo.
Pero eso no significa nada.
Jennifer comprendió que la voz sonaba como la de una mujer… no como un
hombre. ¡Cuán estúpido por su parte! Debería haberlo notado desde el principio.
—¡¿Susan?!
El cazador se dio la vuelta, pero entonces un par de cosas pasaron de repente.
Primero, una descarga ardiente estalló desde lo alto del pilar de piedra. Vetas de
fuego corrieron por la cámara entera, asando a las serpientes a las que golpeaban y
encendiendo la sorpresa en la cara de Jennifer. Oyó a su padre gritar de dolor a su
espalda.
Al mismo tiempo, la parte alta del pilar se inclinó un poco, de modo que se arqueó
sobre el sorprendido cazador. Una pata larguirucha y peluda salió de repente y
golpeó a su objetivo en medio de una lluvia de chispas. El guerrero se derrumbó en
el suelo.
—¡Susan!
Jennifer se lanzó al aire directamente hacia lo alto del pilar. Resultaba obvio quién
estaba allí, escondido detrás de un patrón de camuflaje de ladrillo. ¡Otro talento que
había heredado del Fuego Ancestral! Jennifer estaba enfurecida consigo misma por
no considerar la posibilidad.
Su puntería era buena. Poco preparado para su asalto físico, Otto aceptó su
impulso completo en las mandíbulas y lanzó un grito cuando ella lo volcó de su
percha. En un desorden de alas y patas, cayeron juntos del pilar a la oscura corriente
de abajo.
El agua sucia era más profunda de lo que parecía. Jennifer apenas podría ver el
cuerpo arácnido que empujaba contra ella, pero no le importó. Esta cosa había
secuestrado y había hecho daño a su padre, robado su sangre, intentado ponerla en
coma, casi mata al hijo que había tratado de salvarla, y ahora había golpeado a su
mejor amiga. Suficiente significaba suficiente.

~166~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Con sus alas y garras ocupadas con los ocho apéndices que se retorcían, utilizó la
única arma que le quedaba… su boca. Sus mandíbulas chasquearon una vez, dos
veces, tres veces. Al tercer intento, sus dientes se cerraron sobre la cabeza de la araña.
Pudo sentir sus colmillos hundirse en una masa gelatinosa… ¿un ojo?... y oír el grito
borbotearte de Otto. Sabiendo que las mandíbulas de él estaban abiertas dentro de las
de ella, soltó el silbido subacuático más feroz que pudo.
Diez anillos de fuego arrasaron a través del agua, hirviéndola mientras pasaba por
las mandíbulas de Otto hasta su cabeza torturada. Él ya no empujaba más… estaba
en estado de pánico.
Jennifer sintió el cuerpo de la araña alzarse fuera del agua en un poderoso salto y
quedarse colgado. Salieron del agua juntos y dibujaron un arco en el aire antes de
aterrizar directamente sobre las piedras resbaladizas en un montón, lado a lado, con
un gruñido.
Antes de que Jennifer pudiera incluso recomponerse, hubo un destello de plata,
un suave plonk, y el tintineo de metal contra piedra.
Alzó la vista. El cazador había estado esperando. Su espada perforó el abdomen
de Otto aproximadamente a cinco centímetros del propio vientre gris de Jennifer. La
hoja había bajado con tal fuerza, que la punta estaba atascada en la piedra bajo el
gigantesco cuerpo. Otra vez, Jennifer pensó en las mariposas clavadas en la clase de
ciencia.
Levantándose, vio la figura de la armadura desplomarse con cansancio contra el
enemigo caído.
—¿Susan estás bien?
La voz ronca de Otto captó su atención. Escupió sus palabras a través de las
mandíbulas desgarradas y quemadas. Una sangre oscura formaba un charco bajo la
unión entre su abdomen amarillo rojizo y la cabeza negra.
—Tontos —rechinó—. No tenéis ni idea de lo que se avecina. Esto no ha terminado.
—Para ti sí —replicó Jennifer. Agarró la empuñadura de la espada del cazador con
una garra temblorosa, la arrancó del abdomen, y le atravesó con ella la cabeza.
Él se estremeció, y luego sus piernas se enroscaron.
—¡Dame eso! —La furia del cazador cuando le arrebató la espada sorprendió a
Jennifer. Sin otra palabra, apartó a Jennifer a un lado, saltó sobre la corriente, y se
apresuró a donde Jonathan y Skip estaban sentados acurrucados contra la pared.
Después de revisar brevemente la quemadura de Jonathan (cubría su brazo, pero no

~167~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

era seria), se cargó al inconsciente Skip sobre el hombro, con manta y todo, y lo llevó
de nuevo al lado opuesto de la habitación, saltando sobre la corriente una vez más
como si no llevara nada.
Jennifer reparó en Geddy escupiendo sobre los ladrillos que bordeaban la
corriente. ¡Había olvidado que lo llevaba en su espalda durante toda la pelea! Con
una silenciosa palabra de consuelo, gentilmente lo recogió y se lo colocó sobre el
hombro.
—¡Eh, esperad!
Todos los demás estaban ya a mitad de camino de uno de los túneles toscamente
construidos que llevaban agua el espacio de la conjunción. Había una repisa estrecha
a ambos lados de la corriente, y en poco tiempo estaban todos en el cuarto de servicio
por el que Jennifer y Skip habían entrado. Mientras los otros dos llevaban a Skip por
la escalera, Jennifer simplemente voló por el agujero hasta que el aire frío, la luz del
sol, y el olor a lilas estuvieron sobre su cara.
Aterrizando en el campo que había junto a la alcantarilla y mirando a las afueras
de la ciudad que nunca pensó que volvería a ver, Jennifer sonrió. Pero antes de que
hubiera tiempo de disfrutar su huída, el cazador se dio la vuelta y se lanzó sobre ella.
—¡Jovencita, tienes un montón de problemas! ¿Qué clase de idiota se apresura a la guarida
del enemigo sin ningún plan, sin confirmación de a qué se enfrenta, sin estrategia de
respaldo? Vives en un mundo más allá de toda la suerte concebible para que tu maldita
lagartija fuera lo bastante lista para seguirte a tu celda y luego volver en busca de ayuda…
¡Obviamente es un lagarto más inteligente que tú! ¡Oye! ¿Estás siquiera escuchándome?
Al cazador podía perdonársele el no estar seguro: la expresión de Jennifer estaba
perdida en algún lugar entra la estupefacción y el descubrimiento. La voz era más
nítida para Jennifer ahora… totalmente clara. Una mujer, sí… pero no era Susan en
absoluto. Con un movimiento demasiado rápido para que el cazador lo viera, levantó
la garra de su ala y le quitó el yelmo.
—¡¿Mamá?!
Elizabeth Georges-Scales sacudió su cabello dorado miel. Sus ojos color esmeralda
ardían de rabia y estaban surcados de lágrimas.
—¡Jennifer Caroline Scales, ¿tienes alguna idea de cuan abismalmente estúpida eres?!
Jennifer soltó el yelmo y abrazó a su madre. No la soltó hasta que se hubo
metamorfoseado de nuevo en la hija de la cazadora.

~168~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Capítulo 16
Crescent Valley

La experiencia vivida en la guarida de Otto, combinada con su inusual


transformación y el shock sufrido al descubrir lo que era su madre, agotó a Jennifer.
Aquella noche se fue a dormir y no se movió en absoluto hasta el día siguiente.
Para cuando se levantó, estaba amaneciendo. Para su sorpresa, ni siquiera
entonces quiso levantarse… ya que Skip estaba sentado justo al borde de su cama,
con una gran sonrisa en la cara.
Geddy se había hecho un ovillo sobre el hombro izquierdo del muchacho, estaba
dormido.
—¡Skip, no estoy vestida! ¿Qué estás haciendo aquí?
Él fingió cubrirse los ojos.
—Tu padre me dejó entrar.
—¡Pero si estabas al borde de la muerte!
—Me curo rápido. Ser lo que soy… o lo que seré, algún día… ayuda, por supuesto.
El veneno de mi padre te habría hecho mucho más daño a ti. Los tíos del hospital
tampoco podían creerse lo rápido que me estaba curando, pero no pudieron
obligarme a quedarme. Estoy bien, aunque me quede una asquerosa cicatriz.
Se subió la camiseta y le enseñó la diagonal rojiza que cruzaba su pecho desnudo.
En ella había unos treinta o cuarenta puntos que ya comenzaban a caerse.
—¡Vaya! Así que, ¿dices que mi padre te dejó entrar? No es que sea exactamente
de los que invitan a chicos a mi habitación.
—Tal vez confíe en mí después de lo que pasó… o llegó a la conclusión de que
treparía hasta tu ventana de todas formas. Definitivamente, a él le gusto mucho más
que a tu madre… se ha quedado ahí fuera durante todo el tiempo que llevo aquí,
esperando a que te chupara la sangre o tejiera una telaraña o algo así.
—¡Estás condenadamente en lo cierto! —Elizabeth abrió la puerta ruidosamente y

~169~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

sin llamar. Geddy se sobresaltó en el hombro de Skip, abrió un ojo y se lo lamió.


—Muy bien, tipo duro, querías estar aquí cuando despertara. Ya esta despierta.
Ahora vete de aquí.
—Está bien, mamá —insistió Jennifer, apretando la sábana contra su cuello tan
firmemente como pudo—. Si quiere hablar, no me importa.
—Hmmmph. —Tal vez Elizabeth estuviera contenta de ver a su hija despierta, o
tal vez recordara al padre de Skip y cómo murió. Su expresión se suavizó y se retiró
sin discutir, dejando la puerta abierta. Oyeron sus pasos desvanecerse bajando el
pasillo y las escaleras.
La sonrisa fácil de Skip reapareció cuando volvió a mirar a Jennifer.
—Jennifer, lo siento muchísimo. Nunca debí… Quiero decir, mi padre me dijo lo
que eras y pensé…
—No tienes porque darme explicaciones —le interrumpió Jennifer—. Quiero decir,
estaba realmente enfadada, pero lo que hiciste en aquella celda… bueno, estuviste
ahí cuando contaba. Por lo que a mí respecta, eso vale más que… que todo lo demás.
Gracias.
Los hombros de él se relajaron con alivio.
—Me temía que no quisieras volver a saber nada de mí. De hecho, me sorprendió
que no me abandonaras en el suelo de aquella celda. Mi padre se equivocaba contigo.
Con todos vosotros. No lo olvidaré.
—Skip, ¿sabes que… em... tu padre…?
—Sí, lo sé —inspiró profundamente—. Está muerto. Mi tía Tavia me lo dijo cuando
estaba en el hospital. Dice que lo encontraron con marcas de puñaladas y mordiscos.
Regresé a las cloacas anoche. Se habían llevado su cuerpo, pero aún quedaban un
montón de arañas y serpientes muertas. —Hizo una pausa significativa—. ¿Se
supone que tú sabes algo más?
Jennifer comprendió que Skip no estaba allí solo para disculparse. Pero no podía
culparle por ello… su padre había muerto, para bien o para mal, y él quería saber
cómo.
—Entiendo porque lo preguntas —respondió ella cuidadosamente—. Y estoy
segura de que tú entenderás que no estoy lista para traicionar a la persona que me
rescató. Más de lo que te traicionaría a ti.
Skip asintió tristemente.

~170~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Vale. No volveré a preguntártelo. Sólo desearía que mi padre… desearía que mi


madre… —Miró por la ventana que había detrás de la cama durante unos segundos
—. No sé qué es lo que desearía.
Se levantó de golpe y se frotó los ojos, haciendo que Geddy saltara sobre la
almohada y se hiciera un ovillo allí. Cogiéndole la muñeca con delicadeza, puso algo
en la palma de ella.
—También regrese por esto. Iba en serio lo que dije la primera vez... Er… si tú y yo
estamos bien Jennifer, debería irme. No estoy acostumbrado a llorar frente a la chica
que me gusta. ¿Guay?
—Guay. —Ondeó la mano para que se marchara. Después bajó la mirada hacia su
mano. El colgante de la Luna de Las Hojas Caídas descansaba en su palma. Sus
dedos se cerraron en torno a él.

*****

Más tarde aquel mismo día, cuando la tarde se convertía en noche, Jennifer
sorprendió a su madre en medio de su huida de la casa.
—¿Adónde vas? —preguntó. La ponía nerviosa ver marcharse a cualquier
miembro de su familia.
Elizabeth se giró y pestañeó en dirección a su hija.
—Voy a traer materiales para que te entrenes. Ahora hay otra parte de tu herencia
que debes desarrollar.
—Mamá… —Jennifer recordó al inicio de aquel año escolar—. Aquella pirueta en
el partido de fútbol. La forma en la que puede saltar. No es por el dragón que hay en
mí, ¿verdad?
Tras mirar conspiradoramente por el vestíbulo, su madre suspiró.
—Tu padre es un inútil jugando al fútbol. Incluso cuando estaba en la universidad
era incapaz de patear una pelota de playa hacia el océano. —Se enderezó—. Este
verano, vas a aprender lo que significa ser una cazadora de bestias. No va a ser fácil.
¿Estás preparada?
Los ojos grises de Jennifer chispearon de emoción.
—Puedo seguirte el ritmo, vieja.
En la voz de su madre no había ni pizca de humor.

~171~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—No, no puedes. Pero muy pronto te darás cuenta de ello.


—¿Mama? Siento lo que te dije en la casa de los Blacktooh. Sobre ser una cobarde.
—Perdonado y olvidado —Elizabeth le lanzó una mirada inescrutable—. Y lo que
yo dije ha terminado siendo cierto de todas formas: Nada puede detener a las chicas
Scales cuando trabajan en equipo.
Mientras se dirigía hacia la puerta, se volvió una última vez.
—No te olvides de dar de comer a ese estúpido lagarto tuyo. Después de todo, te
ha salvado la vida.

*****

Tras alimentar a Geddy con un grillo cubierto con extra de calcio, Jennifer
encontró a su padre descansando sobre el sofá del salón en su forma de dragón. Sus
quemaduras habían sanado mucho antes de que cambiara aquella mañana. Se
desplomó en el suelo cerca de él y descansó la cabeza en su costado. Su cabello se
extendió sobre el ala… quedaban pocas hebras de color dorado, notó, mientras
retorcía el plateado entre sus dedos.
Geddy se escurrió por la alfombra hacia ellos. Phoebe interceptó al pequeño
lagarto y le dedicó un olfateo entusiasta que le hizo caer rodando sobre la cola.
—Gracias por dejar entrar a Skip, papá.
—No ha sido nada. Susan también se ha pasado un par de veces, pero tuvo que
irse a casa. Creo que volverá a pasarse por aquí esta noche. Skip insistió en quedarse
hasta que despertases. Tenía el presentimiento de que no haría nada que te hiciera
daño, al menos ya no. —Había una sonrisa socarrona en su voz.
—¿Por qué no me he transformado aún?
—Creo que la respuesta es bastante obvia —replicó él—. Aparentemente no
quieres hacerlo, por ahora. Ser el Fuego Ancestral te da el poder de cambiar de forma
a voluntad.
Ella suspiró satisfecha.
—Me alegro de poder elegir. ¡Ser una figura mítica tiene sus ventajas, creo!
—¡Supongo! Eres sin duda la única leyenda de mil años con toque de queda.
—¡Toque de queda…! Oye, eeh, así que no tenemos que mudarnos, ¿verdad? ¿Y

~172~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

puedo ir a la escuela sin fingir que estoy enferma?


—Eso es. Tu abuelo y yo aún estamos intentando unir toda la información que
tenemos, pero por el momento, mientras no pospongas las transformaciones durante
semanas y semanas, deberías ser capaz de controlar cuando y porque ocurren.
Durante un tiempo, creo, deberías intentar controlar tu temperamento… parece ser
un disparador.
—Hablando de temperamento… ¿Mamá está bien? No sé si aún está enfadada
conmigo.
—Está furiosa contigo, Jennifer. Y más aliviada de lo que puedas creer. Y llena de
amor por ti. Al igual que yo, en definitiva. ¿Crees que podría ser de otra manera?
—Supongo que no. Siento haberos asustado tanto. No sé en qué estaría pensando.
—Me hago una idea general. No puedo asegurar que yo no me hubiera
precipitado tanto para encontrarte si nuestras posiciones se hubieran invertido. Tu
madre siempre fue la tranquila, la más serena.
Jennifer pensó en cómo formular la siguiente pregunta.
—¿Eso le viene de ser una cazadora de bestias?
—Si me estás preguntando si todos los cazadores son tan calmados y serenos,
entonces sólo tengo que señalarte a los Blacktooth como prueba de que no es así. La
mayoría de cazadores adoran los conflictos. Tu madre, como ya sabes, no es así.
Jennifer suspiró por dentro… pensar en los Blacktooth la hacía pensar en Eddie.
Suponía que él no se había pasado a ver si estaba bien como habían hecho Skip y
Susan. Las cosas entre ellos nunca volverían a ser igual. Eso dolía.
Su padre continuó.
—Pero si lo que me estás preguntando en realidad es si tienes tanto de cazadora
como de dragón… y creo que es eso… entonces te responderé con otra pregunta. ¿De
dónde crees que vino aquel búho, la primera vez que probaste la llamada del reptil
con Ned?
Ella levantó la cabeza.
—¿Eso no fue un error?
—Los cazadores practican durante años antes de poder invocar aves de presa.
¿Recuerdas las águilas doradas que vimos sobre el lago la primera vez que volaste?
¿O las que te siguieron a las cloacas?
—¡Así que eran las mismas aves! ¿Eran de mamá? ¿Puede llamar a las águilas?

~173~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Siempre llama a la misma pareja. Menos mal que las tiene además… ellas la
guiaron hasta la entrada de las cloacas y Geddy hizo el resto.
—¡Eso es genial! Águilas. Jesús. ¿Cómo es que nunca me dijo lo que era, o lo que
podía hacer?
—¿Cómo es que nunca preguntaste?
—Touché. —Volvió a colocar la cabeza sobre el ala—. ¡Sea como sea, me dijo que
me enseñaría a hacer todas esas cosas que ella hace! Estoy deseando hacer ese show
de luces y sonidos.
La lengua bífida de su padre se acercó a ella.
—¡Ahora no vayas a dejar de aprender habilidades de dragón! Hay mucho más de
lo que has aprendido hasta ahora… y también podrías mejorar algo de lo que has
aprendido ya.
Le guiñó un ojo.
—¿Mejorar un ejército de las mambas negras? No lo creo. Y deberías saber que mi
camuflaje va a liberarme de tu, así llamado, toque de queda un millón de veces.
—Ni siquiera te acercas a mi nivel de camuflaje.
—¿Ah, no?
—Bueno, tú me lo confirmarás. ¿Me viste en tu dormitorio mientras hablabas con
Skip?
Ella lanzó un gritó apagado.
—Tú…
Su estómago escamoso se movió al reírse.
—Puedo hacer un buen patrón ropa sucia, deja que te diga…
—¡Eso fue una invasión de mi privacidad! —Intentó sentirse irritada, pero la
curiosidad pudo más que ella—. ¿Cómo hiciste mis suéteres a rayas y cuadros a la
vez?
—Tienes razón, fue una invasión de tu privacidad. Y lo siento. Pero fue la única
manera de que tu madre prometiera no estar vigilando la espalda de Skip todo el
tiempo que él estuvo aquí. No lo volveré a hacer.
La mención de Skip hizo pensar a Jennifer otra vez.
—Él no sabe quién mató a su padre.

~174~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

—Lo sé. Él y yo tuvimos una pequeña conversación antes de dejarle subir. No es


estúpido… está seguro de que participaste en tu propia huida… pero creo que ha
demostrado su madurez al esperar a tener todos los datos antes de emitir juicios.
Desde luego, su tía y los demás no pensaran igual. Así que hiciste bien en
responderle de la manera en que lo hiciste. Como imaginarás, la participación de tu
madre en todo esto debe permanecer en secreto. Después de todo, como te dijo tu
abuelo… ¡ningún dragón ha informado haber visto un cazador desde hace años! —
Sus ojos brillaron ante eso.
—¿Que pasó entre la madre de Skip y tú que enfadó tanto a Otto Saltin?
Jonathan suspiró.
—Te diré lo mismo que le dije a Skip. No es la historia completa, pero bastará por
ahora. Conocí a Dianna Wilson mucho antes de que se casara con Otto. Y sabía lo que
era ella, al igual que ella sabía lo que era yo. Pero éramos los mejores amigos. Otto
puso fin a esa amistad. No creo que debas saber más al respecto, al menos de
momento. De todos modos, Skip me dijo que no estuvieron mucho tiempo juntos, y
él creció con su madre mientras viajaban por el mundo.
—Recuerdo que habló sobre África, Australia, y América del Sur —recordó
Jennifer, tanteando su colgante.
—Mientras tanto, Otto se mantuvo muy cerca. Guió a los hombres araña hasta
Eveningstar, y debió mudarse a Winoka algunos años antes que nosotros para
construir su guarida y preparar sus planes en lo que a ti concierne. Debía esperar a
que fueras lo suficientemente mayor para transformarte, como afirmó. Entonces
debía asegurarse de lo que eras, y de que tuvieras la sangre a máxima potencia.
“La llegada de Skip este año fue un regalo inesperado… una forma de atraerte.
Justo antes de navidad, Otto y yo nos cruzamos accidentalmente en una reunión del
ayuntamiento. Para entonces, su plan debía ya estar en marcha. Me siento estúpido
por no haber sabido relacionarlo. ¡Si tan solo hubiera ido contigo aquel día al centro
comercial, habría sabido quién era realmente el padre de Skip!
Jennifer no podía creer a su padre.
—Papá, Skip mantuvo el apellido materno… hay docenas de Wilson en todas las
ciudades del estado. ¿Cómo demonios ibas a hacer una conexión como esa?
—Es trabajo de un padre es entrometerse y hacer conexiones —respondió él—.
Desde ahora haré una investigación completa a cada uno de los amigos…
especialmente a los chicos… que traigas a esta casa.
—Genial. —Para su sorpresa, Jennifer no se sentía tan sarcástica como sonaba.

~175~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Estaba más cómoda—. Me gustaría que te hicieras amigo de uno de ellos en concreto.
—Me gusta que hagas amigos por ti misma. —Hizo una pausa—. No será fácil,
Jennifer. Y puede que no acabe bien, al final. Pero los amigos que se quedan junto a ti
cuando hay problemas merecen el esfuerzo. Son una especie muy rara.
—Especialmente los que paran con su tripa un poco de veneno destinado a ti.
—¡Sí, tienes suerte de conocer a uno de esos!
—Y tú tienes suerte de que mamá y yo seamos unas frikis. Si fuéramos personas
normales, te habrías visto en problemas allí abajo.
Su garra le peinó el cabello plateado.
—Si fueras normal, Jennifer, no serías una Scales.
—Hablando de auténticos frikis ¿Todos hablan como tú en Crescent Valley,
dondequiera que esté?
Él alzó la cabeza.
—¡Ven conmigo y descúbrelo!
Lo repentino de la proposición la conmocionó.
—¿Crescent Valley? Pero pensaba… dijiste que no podía… sólo he… ¿hay nelobos
allí?
—Un montón —se rió él—. Creo que ya estás preparada. Y teniendo en cuenta
quién eres, creo que puedo convencer al concilio de ancianos para que estén de
acuerdo. Jennifer, no creerás lo que estás a punto de ver. El mundo va a asombrarte.
—¡Vale, suena genial! Pero espera, ¿qué pasa con mamá?
—Le dejaremos una nota. Ella lo entenderá. Tenemos que ponernos en marcha…
la luz de la luna no estará en el agua durante mucho tiempo.
La luz de la luna en el agua. Ya lo había mencionado antes, pero…
—¡Pero mamá y yo vamos a comenzar el entrenamiento de cazador!
Los ojos plateados de su padre chispearon mientras sonreía y le tendía un ala.
—Sé una cazadora de bestias mañana. Hoy, sé un dragón y nada más, una última
vez.
Ella le devolvió la sonrisa, y para cuando agarró su ala, ella también tenía sus
propias alas. Después se encontraron juntos en el exterior, bajo la grisácea luna
creciente. Jennifer no tenía ni idea de lo que le esperaba.

~176~
Anthony Alongi y Mary J. Davidson Jennifer
Scales I

Ese pensamiento la complació.

FIN

~177~

Вам также может понравиться