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SACRAMENTO DE CONFESIÓN DIRIGIDO A NIÑOS

Algunos aspectos importantes que deben ser explicados a los niños, antes de su primera
confesión.

El libro del Génesis, en el capítulo 3, es muy claro al decir que el pecado y la muerte, entraron
en el mundo por medio de la elección equivocada de Adán y Eva al desobedecer una orden de
Dios.

Eso da la oportunidad de explicar a los niños que, a través de ese pecado, todo tipo de cosas
feas asociadas al pecado entraron al mundo y que todos los seres humanos en el futuro, se
vieron afectados por este pecado y sus consecuencias.

En otras palabras, el pecado es cuando actuamos como nuestro propio Dios, en vez de dejar que
Dios sea nuestro Señor. Los niños entienden bien que el pecado trae sufrimiento.

Es importante tener en cuenta que el pecado es algo más allá de un mal comportamiento. Que
entiendan que el pecado viene del corazón (Mt 15, 18-19). O sea, que el pecado, más que una
acción específica, es una actitud del corazón, que da lugar a esa acción.

Deben comprender que sus acciones revelan cómo están sus corazones.

Antes de angustiar a los niños diciéndoles constantemente: “no hagas esto, es pecado”, es
necesario hablarles de la bondad de Dios y de como todos necesitamos procurar ser buenos
hijos del Señor y darle muchas alegrías.

Que los niños vean que, a pesar de los esfuerzos por comportarnos bien, con Dios bondadoso,
algunas veces nosotros nos equivocamos. Los padres de familia, más que nadie, tienen el deber
moral de despertar la consciencia de los hijos para hacerles ver que, por encima de nuestros
errores, equívocos, faltas (pecados), está Dios, con su amor, dispuesto siempre a perdonarnos.

De esa manera, los niños comprenderán, poco a poco, que ciertas de sus acciones ofenden al
Padre del cielo, pero que no todo está perdido, porque Dios siempre perdona.

Delante de esa realidad, es importante iniciar al niño en la necesidad de sentir cierto pesar, no
solo por sus malas acciones, sino también por las cosas que debería hacer y no hizo. Es así como
se introduce a los pequeños en el sentido y noción del pecado, en la necesidad del
arrepentimiento y en la búsqueda de la solución a partir del perdón.

Una cosa importante es el testimonio de los padres, es decir, es muy positivo que el niño vea
que sus padres se confiesan.

Nada puede sustituir el ejemplo de los padres.

Es una práctica aceptable, que el niño, en su oración nocturna, recuerde como fue su día y se
disponga a dormir en paz, con una simple oración de arrepentimiento por algo que no fue bien
hecho; que aprenda a dormir con la conciencia tranquila.
Así, los niños aprenden a hacer su examen de conciencia, a arrepentirse correctamente y a pedir
perdón a Dios lo más rápido posible; es un gesto simple y lo prepara eficazmente para la
recepción del sacramento de la Confesión.

Los niños necesitan aprender que el arrepentimiento, es algo más que decir lo que sienten. Es
admitir el problema del pecado delante de Dios, es verdaderamente desear rechazar el pecado.

Algunos adultos se confiesan muy mal porque, cuando niños, no aprendieron bien lo que es una
ofensa a Dios; entonces se acusan mutuamente con los pecados de los otros o cuentan su vida,
pero no tienen una verdadera noción del pecado.

La Biblia, especialmente en los Evangelios, cuando se revela el pecado, siempre se presenta


íntimamente unido a la misericordia y el perdón de Dios. Muestra que Jesús no vino a condenar,
sino a salvar. Jesús nunca aparece para condenar, pero si para invitar a la conversión, a ser
mejore, a tener esperanza, a criar al hombre nuevo que fue salvado por el Amor.

También es necesario hacer ver al niño, que el hecho de tener pecados, no significa que es el
peor niño del mundo. Los adultos necesitan evitar que el niño se sienta mal en este sentido;
necesita entender que no deja de ser amado ni por Dios, ni por su familia.

La Biblia enseña que el pecado de Adán y Eva pasó a su descendencia. Para que los niños
comprendan eso, puede ser útil explicarles que el pecado es como el apellido. Los niños reciben
el apellido de sus padres, que lo recibieron de sus padres, que a su vez lo recibieron de sus
padres y así sucesivamente.

Así como no podemos escoger nuestro apellido, de la misma manera, nacemos con el pecado,
no escogemos eso y el pecado nos separa de Dios. Es justo hacer ver al niño que, cuando
equivoca el camino, es necesario volver atrás y cambiar la ruta, así como lo hizo el hijo pródigo.

El hijo de la parábola, percibió que había equivocado el camino y volvió para pedir perdón a su
padre. Con esa parábola, el niño entenderá que el arrepentimiento de las equivocaciones y
pecados, conduce a realidades maravillosas, positivas: dejar de sufrir y sentir la verdadera
alegría del hijo que, en casa del padre, es abrazado misericordiosamente por él.

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