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Urbe y Ciudad: la necesaria distinción notas


para un análisis sociológico y político de la
realidad política urbana

Chapter · January 2013

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Omar Uran
University of Antioquia
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URBE Y CIUDAD: LA NECESARIA DISTINCIÓN
NOTAS PARA UN ANALISIS SOCIOLÓGICO Y POLÍTICO DE LA REALIDAD POLÍTICA URBANA

Por:
Omar Alonso Urán Arenas1

Resumen
En este escrito nos proponemos avanzar en la recuperación de la diferenciación ontológica y articulación
dialéctica entre los conceptos de "urbe" y "ciudad", que tan claramente aparecen en las lenguas latinas pero
que se han hecho opacos y difusos, tanto en el lenguaje cotidiano como en el lenguaje científico dominante
- el inglés. Para ello nos remontaremos, tanto al sentido dado a estas palabras en la antigüedad por un autor
como Aristóteles, para confrontar las nociones de ciudad de algunos clásicos de la sociología y el urbanismo,
y retomando a Henry Lefebvre – El derecho a la Ciudad, al Manuel Castells de “The city and the Grassroots”
y a David Harvey -- Los límites del Capitalismo -- proponer un concepto preliminar y en construcción de
ciudad, diferente al de urbe, como “unidad política y sociológica con coherencia espacio-temporal limitada”.

Palabras Claves
Sociología Urbana, Urbanismo, Urbe, Ciudad, Municipio, Polis.
===========================================

Abstract
This paper aims go ahead in bringing back the ontological distinction and dialectical interaction between the
concepts of City (Polis) and the Urban (Urbs), something relatively clear in the ancient Latin Languages but
nowadays certainly blurred, both, in the domestic public life as in the currently academic language, over-
ruled by the American English. To undertake this task up we go back until Aristotle Politics to confront his
sense of Polis (City) with the concept that on the City have some sociological and urbanism classical authors.
Then, retaking the works of Henry Lefebvre (Right to the City), Manuel Castells (The city and the Grassroots)
and David Harvey (The limits to Capital), we propose a preliminary and under construction concept of City,
different from Urbs, as “political and sociological unity with limited spatial and temporal coherence”.

Key Words
Urban Sociology, Urbanism, City, Urbs, Polis, Municipality.
============================================

1
Sociólogo. Docente Departamento de Sociología. Universidad de Antioquia. Magister Estudios Urbano-Regionales. Universidad Nacional de
Colombia. Doctorando en Investigación y Planeación Urbano e Regional (IPPUR - Instituto de Pesquisa Em Planejamento Urbano e Regional -
Universidad Federal de Rio de Janeiro – UFRJ). uranomar@yahoo.com.mx. Miembro del grupo de investigación Cultura, Política y Desarrollo, adscrito
al CISH de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia. Este trabajo hace parte de la investigación “División político-
administrativa del territorio urbano, representación y participación ciudadana en el gobierno de ciudad - los casos de Londres, Medellín y Rio de
Janeiro”, apoyada en parte por el CODI de la Universidad de Antioquia.
2

Introducción

Las siguientes notas constituyen un intento por expresar mi creciente inquietud e insatisfacción con
respecto a la noción de ciudad, y muy en especial, cuando esta categoría se emplea en el contexto de la
planeación y el análisis de los fenómenos urbanos. A partir de esta sensación, cada que escucho un
noticiero por la TV o leo un artículo de prensa o de revista especializada donde las palabras ciudad y
urbanización son usadas, se me ha ido haciendo más claro la necesidad de volver e indagar por el significado
de estas palabras y diferenciarlas un poco de lo que el sentido común generalmente entiende por ellas y
que casi siempre, sin mediación crítica o vigilancia epistemológica, se trasladan e introducen en el lenguaje
y análisis científico y académico. En este sentido, nos parece necesario retomar las recomendaciones de
Bourdieu et alt. (1999) en cuanto a la necesaria crítica a la ilusión del saber inmediato, y el necesario
confronto y ruptura con el saber común y sus representaciones eruditas. En esta dirección, categorías como
ciudad, planeación urbana, urbanización, e incluso, municipio, se constituyen en palabras de uso cotidiano
que encierran deseos y representaciones hegemónicas impuestas, que hacen que el uso de las mismas
designe más una representación o aspiración ideológica que una realidad concreta. Es por ello que cierta
deconstrucción y reconstrucción lexicográficas de los conceptos, en tanto palabras, se hace necesaria:

"De hecho, en la medida en que el lenguaje cotidiano y el uso banal de palabras eruditas constituyen el
vehículo principal de las representaciones comunes de la sociedad, es sin duda una crítica lógica y lexicológico
del lenguaje común lo que aparece como un requisito previo para el desarrollo controlado de las nociones
científicas. "(Bourdieu et alt. 1999:24)

Pero, además de esta actitud vigilante y crítica sobre el uso de los conceptos, es necesario tener en cuenta,
como lo plantea William Flanagan (1993) que las denominadas ciencias urbanas nunca han completado la
tarea de definir su objeto de estudio, tal vez por su complejidad y variabilidad, la cual de facto desafía
cualquier intento. Y a pesar de los esfuerzos realizados por Max Weber, a comienzos del siglo XX, y por
Henry Lefebvre, a mediados del mismo siglo, por construir un concepto sociológicamente válido de ciudad,
muy poco se ha avanzado a este respecto, a no ser la proliferación poco rigurosa de ideas de ciudad sin el
debido contexto histórico y teórico.

El ejercicio que sigue a continuación es, por tanto, una aproximación personal e inicial a una reconstrucción
de la idea de ciudad, teniendo en frente las prácticas y procesos de planeación urbana y regional realmente
existentes. Para ello, procederemos de la siguiente manera: (i) a manera de ejemplo mostraremos algunos
casos en los cuales las ideas de ciudad y espacio urbano se usan indistintamente sin aclaración conceptual
alguna. (ii) Para mostrar que ya existe un bagaje histórico y conceptual en torno a esta distinción
procederemos a exponer el concepto de ciudad subyacente en la Política de Aristóteles, teniendo en
cuenta los apuntes hermenéuticos de Werner Jaeger (1946). (iii) Con fundamento en un rastreo etimológico
y preliminar de algunas constituciones de América Latina indicaremos como las actuales nociones político-
administrativas de municipio y municipalidad, corresponden a la evolución del concepto de ciudad bajo
condiciones de dominación y hegemonía territorial por un agente superior. (iv) Con lo anterior en mente,
nos acercaremos un poco a las nociones contemporáneas de ciudad y lo urbano construidas por autores
clásicos de la sociología y el urbanismo, en particular Max Weber, Robert Park y Le Corbusier. (v)
exploraremos la distinción entre ciudad, núcleo urbano y urbanización en la que avanza Henry Lefebvre, y
3

por último, (vi) a partir de lo propuesto e insinuado por Manuel Castells (1983) en su investigación The city
and the grassroots [traducido al español como “La ciudad y las masas”], y en lo que corresponde a los
desarrollado por David Harvey (1990) en cuanto al procesos urbano y el capital fijo en su texto “Los Límites
del Capitalismo y la teoría marxista”, y teniendo en cuenta los aportes de Lefebvre, proponemos reconstruir
un concepto de ciudad que ayude a superar el déficit político y el reduccionismo espacial del análisis y la
planeación urbano-regional vigente que des-sustantivan la idea de ciudad y terminan asimilándola a un gran
proyecto de inversión económica anclado en el territorio.

1. El uso común e indistinto de las nociones de ciudad y espacio urbano en el lenguaje corriente.

Es en el uso cotidiano que hacen las personas comunes y corrientes, no dedicadas a estudios o trabajos
especializados en cuanto a la ciudad o el urbanismo, que la palabra ciudad aparece cargada con su
significado más complejo y a la vez más ambiguo, en tanto la misma no es usada como concepto o categoría
analítica sino como representación social abarcadora, tanto del fenómeno espacial urbano como del hecho
social y político de la ciudad. En expresiones tomadas de los medios, de reportajes y entrevistas, se puede
observar esto:
 “La ciudad se prepara para los juegos olímpicos…”
 “Hoy la ciudad decide quienes serán su nuevo gobernantes...”
 “La huelga de transportadores paralizó la ciudad…”
 “Medellín y Rio de Janeiro son ciudades muy bonitas pero a su vez muy violentas…”
 “São Paulo y Nueva York están entre las ciudades más grandes del mundo …”
 “Londres es una ciudad muy costosa…”
 “La Paz es la ciudad más alta de Latinoamérica”

Vemos como la noción de ciudad aparece tanto como un hecho físico-espacial (“las ciudades más grandes”,
“la ciudad más alta”), como un hecho económico (“una ciudad muy costosa”), social (“muy violentas”),
político (“la ciudad decide”), o como una combinación de varios hechos (“la ciudad se prepara”, “paralizó la
ciudad”). En fin, podemos observar como la misma palabra denota, según el contexto, diferentes
acepciones y significados, siendo la mayoría de personas poco conscientes del uso analítico u expresivo que
de la misma hacen. Pero esta ambigüedad y dispersión no sólo está en el lenguaje de las personas
corrientes, también está, y nos atrevemos a decir, de manera más pronunciada, en el lenguaje erudito y
académico, en el cual la idea de ciudad se confunde o equipara al fenómeno urbano, reduciendo incluso lo
poco que de significado político y sociológico existe en la propia representación social corriente. Así, por
ejemplo, en un reportaje sobre los procesos de construcción acelerada de nuevos centros y aglomerados
urbanos en el Golfo-Pérsico Árabe aparece:

“aquí, al margen del Golfo Pérsico - Arábico, a 30 kilómetros al este de Abu Dhabi, se erguirá, hasta 2016, la
nueva ciudad de Masdar... Será la primera ciudad totalmente ecológica del mundo... Masdar, en realidad, no
representa el único proyecto de nueva ciudad en el Golfo. De este a oeste, de norte a sur, una selva de grúas
parece cubrir los seis países del Consejo de Cooperación del Golfo... Los resultados: rascacielos, sedes de
multinacionales, hoteles de lujo, complejos turísticos, y nada menos que 15 ciudades nuevas en construcción.”
(Belkaïd, 2008) [Sublineado nuestro].
4

Nótese en este caso como la categoría de ciudad es empleada para describir lo que es, fundamentalmente,
un procesos de urbanización proyectado y controlado verticalmente, sin participación ciudadana alguna
para dar salida y re-circular al gran capital acumulado por la burguesía petrolera árabe, previendo nuevas
actividades económicas que en el mediano y largo plazo puedan sustituir el agotamiento o transformación
de la economía petrolera. En otras palabras, más que la construcción de ciudades, en el sentido socio-
político, se trata de la construcción y desarrollo de Grandes Proyectos de Inversión que funcionan a manera
de economía de enclaves y son gobernados y controlados de manera vertical no-participativa2. Sin embargo,
tratándose de un reporte periodístico la cosa no es tan grave. A mi modo de ver, el asunto se torna más
preocupante cuando los propios especialistas contribuyen a esta confusión. Es el caso de Flavio Villaça en su
investigación Espacio intraurbano en el Brasil (1998), donde en vez de profundizar histórica y
conceptualmente la distinción entre ciudad y municipio, al analizar la conformación y configuración de
espacios intra-urbanos en Brasil, se decide por una definición administrativa, que a su vez nos deja un poco
más y convencidos de la necesidad de ahondar en el significado político de la ciudad, cuando manifiesta lo
siguiente:

“Serán descritas varias formas por las cuales una ciudad en crecimiento absorbe o genera otros núcleos
urbanos a su alrededor, a veces pertenecientes a otras unidades político-administrativas, formando un tipo
particular de ciudad. La particularidad está en el hecho de que a una única ciudad puedan corresponder, en
términos de Brasil, más de un municipio. Esto no existía entre nosotros hasta por vuelta de la década de 1920.
Hasta entonces, a una ciudad correspondía un – y apenas un –municipio e vice-versa. En los Estados Unidos,
tales ‘ciudades’ son llamadas de áreas metropolitanas o SMSA – Standard Metropolitan Statistical Areas”
(Villaça, 1998: 49) [Sublineado nuestro].

Lo que nos parece interesante es que, en este texto, Villaça no explica o expone los conceptos de ciudad y
municipio y básicamente los asume como hechos dados o definiciones jurídicas para el caso de municipio
(ignorando su contenido político), o espaciales (asimilables a conurbación o área metropolitana) en el caso
de la ciudad. En ninguna parte se pregunta qué tiene que ver una categoría con la otra, cómo es que una
categoría político-administrativa y territorial como la de municipio puede dar cuenta o no de una categoría
igualmente política y territorial como la de ciudad, cuáles son sus puntos de encuentro y diferencia. Más
adelante, y apelando sólo a principios administrativos de autoridad, trata de resolver esta dificultad:

“El concepto de área metropolitana que adoptamos es el del Bureau of the Census, de los Estados Unidos; es
aquel que nace de la contradicción entre, de un lado, las ciudades en cuanto entes físicos y socioeconómicos
y, del otro, las ciudades desde el punto de vista político-administrativo” (49) [Sublineado nuestro]

Nótese en esta definición como la ciudad es definida, ontológicamente, como un “ente físico e
socioeconómico”, mientras lo político no pasa de ser un punto de vista administrativo. De esta manera, toda
la fuerza que los procesos políticos puedan contener en un espacio o aglomeración urbana queda reducida
a su expresión espacial, no permitiendo, por tanto, capturar la interacción entre contenidos políticos,
culturales y económicos de la ciudad y su expresión bajo formas de construcción, desarrollo, apropiación,
valorización-desvalorización o cambio de significado del espacio urbano. En este párrafo Villaça ahonda
mucho más en su propia dificultad, la cual busca resolver, no por medios conceptuales o metodológicos,
sino adoptando una definición externa y estándar dada por una autoridad de planeación, la cual incluso no
obedece a la propia lógica política, cultural y lingüística de un país de ascendentes latino-mediterráneos y
en la periferia de los procesos capitalistas, como es el Brasil.

2
Sobre esta noción de Grandes Proyectos de Inversión y su lógica de implantación territorial ver: Veiner/Araujo 1992.
5

Queremos señalar otra vez que, desde su definición clásica, como veremos más adelante, la ciudad puede
coincidir o ir más allá de los límites de la malla o las murallas urbanas. La ciudad – incluso para un autor
como Weber, que la observa básicamente como lugar o espacio del mercado – la mayoría de veces incluye y
articula una periferia, un hinterland rural, de dónde la tan anotada oposición campo-ciudad obedece más a
una descripción paisajística que a una real diferenciación de los procesos políticos, económicos y
ambientales que confunde y reduce la ciudad a lo urbano. Por eso, la categoría moderna de municipio,
adoptada en casi todos los regímenes políticos occidentales (algunas veces llamándose Communa, en el
caso de Francia, Kommune o Gemein, en el caso de Alemania) aún conserva los vestigios de su primitivo
significado bajo la República e Imperio Romano, cívis subjudice, es decir como asociación política territorial
civitas (polis) con autonomía política y administrativa pero siempre observando la autoridad superior, en
términos políticos y militares de la República, a la cual en caso de guerra o emergencia debía obedecer. De
allí que, en términos político-territoriales, no sea contradictorio que un municipio o una ciudad posea más
de un núcleo urbano. Lo que en últimas da cuenta de la unidad e integración de la ciudad no es el
continuum urbano (conurbación), sino la coherencia y articulación del proceso político (y su corolario
administrativo) que allí ocurre, sea democrático u oligárquico. Por eso, tampoco es ni territorial, ni
políticamente contradictorio que en un mismo espacio conurbanizado coexistan diferentes municipios o
ciudades, en cuanto obedecen a procesos políticos que se diferencian en el espacio y, bien sea por una
razón u otra, no han se han integrado coherentemente como ciudad, como unidad territorial político-
administrativa; o por el contrario, esos diferentes municipios o ciudades, que aparentemente están
integrados bajo un mismo espacio urbano, son el resultado de conflictos políticos (expresando intereses
económicos y culturales) que llevaron al rompimiento o desarticulación de una determinada asociación
política, por ejemplo, un área metropolitana, en su sentido político-administrativo, lo cual también puede
leerse como resultado de la dificultad para mantener la coherencia y alineación de intereses de una dada
coalición político-económica que ejerce o ejercía su dominación y hegemonía sobre una región o espacio
geográfico determinado.

Siguiendo esta lógica, ninguna ciudad absorbe a otra, más bien se alía y une a ella, o por el contrario, busca
su dominio y hegemonía. En el proceso de conurbación el uso de la metáfora de una ciudad absorbiendo a
otra no nos parece conveniente ni plausible. Desde un punto de vista económico, se trataría de un
fenómeno de convergencia espacial de diferentes factores y mercados, y desde un punto de vista geográfico
se trataría de la urbanización y densificación de los espacios inter-urbanos, que en su mayor proporción
deriva de la inmigración de población proveniente de otros lugares y no de una relocalización o crecimiento
natural de la propia población. En la mayoría de casos observados se trata de un proceso de urbanización
acelerado, unas veces como expresión de fuerzas económicas que se despliegan desde su interior, otras
tantas como resultado de conflictos políticos y económicos en su contorno o periferia que se traducen en
masivas migraciones que hacen crecer la urbe, tanto en sus bordes como en la complejidad de sus centros.
Gran parte de esto es lo que se ha dado en la urbes latinoamericanas y africanas: campesinos e indígenas,
con economías propias, más o menos autosostenibles, son desplazados del campo y arrojados a la lógica
urbana capitalista de mercado, donde el dinero es medio de integración social y sobrevivencia individual.
No se trata por tanto de un crecimiento desde dentro, desde una urbe que absorbe otra, sino más bien de
espacios urbanos que han sido apropiados y expandidos por quienes han dejado de ser, a razón de fuerza,
posiblemente, ciudadanos de otras tierras.
6

En otro texto, de amplia circulación, el famoso geógrafo Brasilero, Marcelo Sousa, en su libro el “ABC do
desenvolvimento urbano” (2007), que pretende ser un texto de divulgación científica sobre el desarrollo
urbano, largamente explica lo urbano desde la categoría de ciudad, pero con un enfoque
predominantemente espacialista en lo que se refiere a la producción y desarrollo urbano, haciendo muy
poco esfuerzo por reconocer e integrar las discusiones y avances que en cuanto a la ciudad como
producción social y política existen. Esto queda muy evidente y marcado en el primer capítulo que pretende
responder a la pregunta qué es una ciudad, no preguntándose nunca qué es la urbe; pero si tomando la
noción de ciudad como sinónimo de urbe o espacio urbanizado y reduciendo de entrada la riqueza
semántica del concepto de ciudad al de espacio urbano construido, es decir, reduce ciudad a urbe, y aunque
hable de complejidad ciertamente no la vincula a la construcción de su definición. En primer lugar, retoma
el concepto de Max Weber de ciudad, bastante de por si ya reducido, como un lugar o local de mercado, en
el cual se da un intercambio regular de mercancías. En segundo lugar, retoma a Walter Christaller y asume
la ciudad, desde el punto de vista geo-económico, como un lugar o local central con fuerza centrípeta para
atraer hacia si diferente tipo de actividades. En tercer lugar, asume que las ciudades son asentamientos
humanos extremadamente diversificados en lo que se refiere a las actividades económicas allí
desarrolladas. En cuarto lugar, manifiesta que las ciudades, bajo el ángulo del uso del suelo es un espacio de
producción no-agrícola, de comercio y de ofrecimiento de servicios. En quinto lugar, anota que otra
característica de la ciudad es la de ser “un centro de gestión del territorio”, por ser sede de las empresas, y
como un añadido en este mismo lugar, y sin desarrollo conceptual o analítico, anota que allí también la
cultura y el poder desempeñan un papel crucial “en la producción del espacio urbano”. Después de describir
un poco estos rasgos caracterizadores se pregunta si existe un “tamaño mínimo” que permita hablar de
ciudad, anotando luego que el criterio de tamaño poblacional ayuda muy poco a definir una ciudad porque
ello depende, entre otras cosas, de la densidad poblacional del país en que ella se inscriba (Sousa , 2007: 25-
28).

Sousa, en la línea de indagación de Villaça, anota que son, los por él llamados, criterios funcionales – que
nosotros llamaríamos más estrictamente criterios político y administrativos – los que permiten, por
ejemplo, en Brasil, que a unos núcleos urbanos se les denomine Ciudades a otros Vilas, siendo las primeras
sedes municipales y las segundas divisiones de estos, apuntando que el proceso para que una Vila se
transforme en Cidade es un proceso esencialmente político, pero sin acercarse a lo que lo político
espacialmente significa y sin desarrollarlo mas. El mayor problema con enfoques analíticos como el de
Villaça y el de Marcelo Souza es que, sin ser ese su propósito, terminan reforzando la visión espacialista y
des-subjetivizadora de ciudad y de la planeación que pretende orientarla, dado el estatus ontológico, que
en última instancia, terminan dándole a la urbe misma, perdiendo de foco los procesos políticos y sociales
que la constituyen como ciudad, facilitando con ello, en términos técnicos e ideológicos, una planeación
urbana que no se interroga por la ciudad y facilita la realización de los intereses hegemónicos y en función
de grandes grupos empresariales o personas capitalista interesados en la homogeneización y des-
sustantivación del territorio, algo que sólo el análisis la práctica política de la planeación está en condiciones
de restituir. De alguna manera les cabría la crítica que Castells se formulaba a sí mismo en el prólogo a la
edición latinoamericana de su libro “La cuestión urbana”:
7

“el equívoco consiste en que continuamos utilizando ‘urbanización’ y ‘ciudad’ sin ningún tipo de precisión,
aceitando así la transposición directa entre formas espaciales e procesos sociales, cuando de facto, al hablar
de urbanización en Francia o en el Perú, no se habla de la misma cosa.” (Castells, 1983: X)

Y he ahí donde está nuestra principal observación: la ciudad, en cuanto categoría diferente a la urbe, antes
que ser meramente un hecho espacial o de mercado es un hecho político que se configura y delimita
espacialmente a partir de procesos de cooperación y conflicto entre diferentes categorías de sujetos,
individual o colectivamente articulados, representando clases sociales o no, y qué no sólo se disputan un
espacio en sí, sino que lo vinculan a valores o ideales de vida, bien sean expresados o no como proyecto
político o de desarrollo urbano. Y es aquí donde más claramente se puede observar la distinción entre urbe
y ciudad desde un punto de vista de la planeación. Una visón de la planeación reducida a lo urbano, sólo se
preocuparía, en el mejor de los casos, ciertamente escasos en América Latina, por garantizar las condiciones
mínimas de vivienda, transporte y servicios básicos; mientras que una planeación decididamente de ciudad,
además de lo anterior, se preocuparía por construir y actualizar la condición de ciudadanía de sus
habitantes, sean nativos o inmigrantes, integrándolos al proceso político de gobernar y planear la ciudad,
dejando de verlos sólo como problemáticos y pasivos sujetos de políticas de asistencia social. Pero
advertimos que también puede suceder una visión y práctica xenofóbica y cerrada de la planeación urbana y
el proyecto de ciudad, en cuanto el proyecto político que los articula se fundamenta en reservar para los
nativos o gentes de una determinada etnia la categoría de ciudadanos, deviniendo el espacio urbano en
escenario y producto del conflicto político y disputa cultural por el significado mismo de la ciudad.

Pero, como ya adelantábamos arriba, gran parte de esta confusión conceptual es reflejo también del poco
tratamiento histórico y exegético que los clásicos de la sociología, de los estudios urbanos y del urbanismo
le han dado al concepto de ciudad, muchas veces confundiendo este ejercicio con el de una descripción de
las transformaciones espaciales del fenómeno urbano a través del tiempo, con muy poco espacio dedicado
a investigar y a estudiar las formas de asociación, conflicto y organización política que le dan sentido a la
ciudad, siendo en este sentido el trabajo de Castells, The city and the grassroots, una notable excepción.
Para dar cuenta sobre esta gran dispersión semántica y falta de continuidad (o de ruptura crítica) con los
estudios que sobre el concepto de ciudad realizaron los primeros científicos políticos, retomaremos,
brevemente, en primer lugar, el trabajo la Política de Aristóteles y tenerlo como referencia para cuando más
adelante intentemos una definición provisional del concepto de ciudad.

2. El concepto de ciudad subyacente en la Política de Aristóteles.

Partimos de este trabajo de Aristóteles por cuanto consideramos que este marca el inicio de la ciencia
política en occidente, en tanto ciencia del Estado, no reducida al dato positivo, sino vinculado también a
actitudes críticas e ideales ético-normativos, que son en últimas los que le sirven para evaluar las
constituciones políticas de la ciudades de su época. Es menester recordar que para este libro Aristóteles
estudia más de 100 constituciones, buscando extraer lo común de ellas y derivar algún tipo de principio o
enseñanza. Teniendo en cuenta los apuntes hermenéuticos de Werner Jaegger (1946), resaltamos que:

“Debemos empezar por contemplar la peculiar cara de Jano que presenta la Política en conjunto, mirando a
los idealistas como si fuese una utopía y a los realistas como si fuese una fría ciencia empírica, y en realidad
siendo evidentemente ambas cosas a la vez.” (304)… “La influencia del método deductivo, conceptual y
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constructivo de aquella obra [La Política] resalta principalmente en el hecho de que Aristóteles no hace brotar
simplemente de la tierra su Estado ideal, como hace Platón en la República y en las Leyes, sino que lo
despliega partiendo de una acabada clasificación de las constituciones según su valor. Este le permite
introducir en la cuestión del Estado mejor, hasta donde lo consiente el tema, el rigor apodíctico que era
esencial a su propia personalidad. Aristóteles pugna siempre por llegar a conceptos precisos. Su Estado ideal
es lógico por su armazón; es una muestra de construcción mental en que el Estado se halla rígidamente
basado en sus elementos y conceptos fundamentales.” (334).

En esta búsqueda de la claridad conceptual, para Aristóteles la ciudad es principalmente un concepto


político antes que espacial, tal como se observa en la siguiente afirmación:

“… vemos que toda ciudad [polis] es una cierta comunidad y que toda comunidad está constituida en función
de algún bien (…), es evidente que todas tienden a algún bien, pero sobre todo al bien supremo, la comunidad
más importante de todas y que comprende a todas las demás: esta es la que se llama ciudad y también
comunidad política.” (Aristóteles. La Política. Libro I, pago. 95)

Nótese aquí que la Idea clave es la de asociación en torno a un bien, que no sería cualquier bien, sino el bien
más elevado de todos, la política en sí misma. Pero no se trata se trata de una idea comunitarista de lo
político, sino de una sociedad que incluye y articula diferencias, evitando pensar en la ciudad como una
unidad natural o familiar. La ciudad, en esta dirección, es una construcción colectiva entre diferentes que se
conciben políticamente iguales. De esta manera, se puede entender la crítica que en el libro II hace a la
concepción comunitarista de Sócrates formulada en la República de Platón cuando afirma:

“... la ciudad es por naturaleza multiplicidad y al hacer unidad, pasará a ser familia, y de familia a individuo,
pues podríamos decir que la familia es más unitaria que la ciudad y el hombre más unitario que la familia. (…)
Una ciudad no surge de individuos semejantes: No es lo mismo una alianza entre iguales que una ciudad.
[Mas] la igualdad en las relaciones recíprocas salvaguarda las ciudades. (Aristóteles. La Política. Libro II, pag.
129)

Pero he ahí también la dificultad y dialéctica del concepto político de ciudad. Es un pensar y actuar
colectivo, un nos-otros que no suplanta, ni inhibe las diferencias individuales, porque precisamente el
ejercicio de estas individualidades es lo que la ciudad promete, es la base y promesa de la asociación
política. Sin embargo, en el ejercicio de esa libertad, habrá quienes deseen y quieran excluir a otros de dicha
sociedad. En esta dirección, la ciudad siempre contendrá en sí misma la amenaza de su negación, en la
medida que existen sujetos, que por una u otra razón, desconocen esa libertad e igualdad política o la
reservan a un grupo limitado de individuos. Incluso la propia construcción aristotélica del concepto de
ciudad no está exenta de esta amenaza reduccionista, aun cuando se trate de definiciones apodícticas y
amplias de ciudad como la siguiente: “La ciudad es la reunión de los hombres libres” (Aristóteles. La Política. Libro
III), que contrastan fuertemente con las afirmaciones realizadas, en un pasaje anterior, en el cual restringe el
carácter de ciudadanía y virtud política cuando se trata de la ciudad ideal. Veamos:

La ciudad perfecta no hará ciudadano al obrero, pero si lo hiciera, entonces la virtud del ciudadano, de la que
hemos estado hablando, no será la propia de todo ciudadano, ni siquiera únicamente la del hombre de
condición libre, sino de cuantos están exentos de los trabajos necesarios. (Aristóteles. La Política. Libro III. Pág.
187)

De allí, que aunque aceptemos la Idea inicial de ciudad, planteada por Aristóteles, se nos hace necesario
revisar y superar este concepto de ciudad que se basa en una concepción naturalista de la desigualdad
9

entre hombres y mujeres, entre trabajo manual y trabajo intelectual, y en su tiempo, también trabajo
militar. Es aquí donde entra la idea moderna, según la cual la ciudadanía no es meramente un derecho
otorgado, sino también y fundamentalmente un derecho conquistado, tal como lo mostraron
históricamente los movimientos sociales de mujeres, negros e indígenas en la segundad mitad del siglo XX.
En términos de Charles Taylor y de Axel Honneth, pudiéramos decir que la ciudadanía moderna implica de
suyo una “lucha por el reconocimiento” y mantenimiento de dicha titularidad. Taylor (1993: 45-47) anota
que en épocas antiguas el problema del reconocimiento no se planteaba, ya que se suponía inherente a un
estatus natural o condición social permanente. Algunos cambios históricos que hicieron posible “la moderna
preocupación por la identidad y el reconocimiento” fueron, primero “el desplome de las jerarquías sociales
que solían ser las bases del honor. (…) en el sentido que estaba intrínsecamente relacionado con la
desigualdad”, permitiendo el paso a “el moderno concepto de dignidad, que hoy se emplea en un sentido
universalista e igualitario”. Para Taylor, el segundo cambio histórico moderno fue el desarrollo de la noción
de identidad como autenticidad. En tanto la dignidad presupone un reconocimiento de la indivisibilidad de
la persona emerge y se desarrolla la idea de identidad como autenticidad. En esta dirección,

“El reconocimiento igualitario no sólo es el modo pertinente a una sociedad democrática sana. Su rechazo
puede causar daños a aquellos a quienes se les niega. (…) la proyección sobre otros de una imagen inferior o
humillante puede en realidad deformar y oprimir hasta el grado que esa imagen sea interiorizada. No sólo el
feminismo contemporáneo sino también las relaciones sociales y las discusiones del multiculturalismo se
orientan por la premisa de que no dar este reconocimiento puede constituir una forma de opresión.”(Taylor,
1993:58)

Ahora, echa esta crítica y salvedad, es también necesario reconocer lo que de progresista tiene la última
afirmación de Aristóteles, es decir, que la política precisa de tiempo libre, y que aquel o aquella que por
razón de su oficio, profesión, pobreza u otra circunstancia no tiene tiempo libre, puede ser ciudadano en
titularidad pero no de hecho, en cuanto no se reúne ni participa de las discusiones y decisiones de la
comunidad política. Sin embargo, la sociedad capitalista actual, donde sea que exista, es en lo fundamental
una sociedad orientada al trabajo, un tipo de sociedad que, en los términos de Aristóteles, sería la negación
misma de la política. Pero aquí es donde vuelve de nuevo la necesidad de revisar y descubrir que de esencial
tienen los conceptos construidos y formulados en otras épocas, para no aplicarlos mecánicamente, o
simplemente desconocerlos e ignorarlos sin la debida crítica. La modernidad, en su sentido social y político,
y no meramente como modernización tecnológica o productiva, significa, de alguna manera la revolución y
reconocimiento de los que hasta entonces eran tenidos como desiguales y que, en lo fundamental eran y
son los que constituyen la base productiva de la sociedad, precisamente los artesanos, obreros y
campesinos.

No es de extrañar que gran parte del contenido de estas luchas sociales no fuera solamente una lucha
orientadas de manera utilitarista al mejoramiento de condiciones económicas, sino que se tratará también
de luchas orientadas moralmente por el reconocimiento de la dignidad y construcción de la autoestima,
individual o colectiva. Tal como lo expresa Honneth cuando se refiere a los primeros trabajos de filosofía
social de Karl Marx

"... en línea con la dialéctica del señorío y la servidumbre de la Fenomenología [de Hegel], el joven Marx
interpreta la confrontación social de su tiempo como una lucha moral, llevada a cabo por trabajadores
10

oprimidos en favor de la restitución de las oportunidades sociales para el pleno reconocimiento. Inicialmente,
concibe la lucha de clases no como una batalla estratégica sobre la adquisición de bienes materiales o
instrumentos de poder, sino más bien como un conflicto moral en que lo que está en cuestión es la
"emancipación" del trabajo como condición esencial, tanto para la autoestima simétrica como para la
autoconfianza básica". (Honneth, 1996: 147) [Sublineado Nuestro].

En otras palabras, aunque la modernidad, sobre todo en su fase inicial, tiene que ver con una lucha social en
la esfera del trabajo, el contenido de esta lucha no se reduce a ganancias económicas o al control de los
medios de producción, sino que implica, en primer lugar, una lucha por el reconocimiento moral y subjetivo
de las y los individuos trabajadores – los artesanos en términos de Aristóteles – como personas y como
ciudadanos, para luego, en segundo lugar, y como garantía de lo primero, plantearse la emancipación del
trabajo – al menos parcialmente – liberando tiempo para otras actividades esenciales a la realización del ser
humano, entre ellas la política. Sin embargo, y casi que paradojalmente con respecto a Aristóteles y
dramáticamente con respecto a Marx, la formación social contemporánea ha profundizado su dependencia
con respecto al trabajo y en la misma dirección ha reducido de nuevo el tiempo libre socialmente necesario
para el ejercicio y construcción política de la ciudad. Una paradoja ciertamente problemática, en tanto la
formación social orientada al trabajo hace del empleo uno de sus principales problemas en la agenda
política de las ciudades para que sus habitantes puedan supuestamente realizarse como ciudadanos y
ciudadanas a través del consumo, que no de la participación política; lo cual sería una negación, en los
términos clásicos, de la condición de ciudadanía misma. Según Aristóteles:

"En una palabra, ciudadano es el que puede ser juez y magistrado." (Libro III, pag.78). "Observase por tanto lo
que es el ciudadano: el que posee participación en la autoridad legal, en la autoridad deliberativa, y en la
autoridad judicial – ahí está lo que llamamos los ciudadanos de la ciudad. Y llamamos ciudad a la multitud de
ciudadanos capaces de ser suficientes para sí mismos, y de conseguir, de modo general, cuanto sea necesario
para su existencia". (Libro III, pag.79). "Ciudadano, de acuerdo con nuestra definición, es el hombre que tiene
un cierto poder" (Libro III, pag.80).

Dados estos términos y circunstancias contemporáneas, para evitar esta paradoja o contradicción, el
empleo o trabajo, debe permitir – además del dinero para acceder a mercancías con las cuales vivir bien y
dignamente – el tiempo suficiente para ejercer esa titularidad de ciudadano, es decir, participar de la
política como un ejercicio de encuentro y deliberación con otros, con los cuales se pueda efectivamente
ejercer una cuota personal de poder, que por ninguna circunstancia se reduce a momentos electorales
prestablecidos, lo cual a toda costa negaría la libertad misma del ejercicio del poder auto-instituyente
ciudadano.

Para Aristóteles la ciudad, en cuanto polis es, fundamentalmente, una construcción política, cimentada en
una serie de relaciones históricas que dan base a la configuración simbólica de un nosotros(as), el cual, a
pesar de las contradicciones y tensiones que se dan en su interior, se percibe como sociedad política. Por su
parte, la urbe3 es la huella que en el espacio deja la ciudad, el entramado que sirve o ha servido de
protección a la comunidad política, a sus espacios de interacción y encuentro colectivo. Su diseño y trazado

3
En cuanto al origen de la palabra Urbe, Rykwert (1985, p. 154) la sitúa durante la edad de hierro “ los autores clásicos se sintieron atraídos por la
idea de derivar la palabra Urbs, ‘ciudad’, de Urvum, la curva de la reja del arado, o de Urvo, aro en redondo, y también de Orbis, una cosa redonda,
un globo, el universo” . Toda esta reflexión a propósito de los ritos de demarcamiento espacial que significaban el territorio más propio de la ciudad,
su adentro y su afuera.
11

corresponde a la concepción del mundo, de la relaciones entre las y los humanos, y de estos con la
naturaleza, que una determinada formación social tiene en un tiempo y un espacio específicos. Por ello es
tan fácil confundir urbe y ciudad, porque la mayoría de ciudades que conocemos precisan un espacio, de un
habitáculo urbano, de un espacio vital (Lebensraum)4 en el cual existir. Pudiéramos decir que si bien la
ciudad como organización política y simbólica precisa de la urbe, la urbe no necesariamente precisa de la
ciudad. En tal dirección es que el propio Aristóteles escribe en la Política:

"... cuando los hombres viven en un mismo lugar, ¿cómo podemos reconocer que se trata de una ciudad?
Ciertamente no por las murallas, pues se pudiera amurallar el Peloponeso" [y no sería una ciudad]. "Sin
embargo, desde que los hombres residan en un mismo lugar, será necesario decir, desde que no cambia la
especie de sus habitantes, que la ciudad es siempre la misma" (Libro III, pag.81). "... una ciudad es la misma si
tenemos en cuenta su forma de gobierno". (Libro III, pag.82).

Nótese que el énfasis del autor está en que una ciudad es la misma siempre y cuando no cambie la especie
urbe de sus moradores, independiente del cambio de las calles o murallas que la rodean y la integran.
Igualmente, en estas dos citas se observa la diferencia con la cual Aristóteles trata la idea de ciudad, en
cuanto formación socio-política, de aquella otra de la urbe, caracterizada, en la época, por ser la porción de
tierra amurallada que protegía y daba asiento a los espacios y lugares públicos de encuentro, de la cual se
deriva lo que hoy llamamos suelo o tierra urbanizada.

ciudad
Por otro lado, espacialmente, la ciudad no se reduce o limita al espacio urbano, a la urbe, aunque la
requiera y precise en su definición. La ciudad, en tanto categoría política y jurídica, puede extenderse a las y
los ciudadanos que moran, trabajan y tienen propiedades por fuera de la urbe. Igual puede aplicarse para
ciertos bienes y espacios públicos que están localizados allende la muralla o malla urbana. Por tal razón,
campesinos y hacendados pueden ser ciudadanos habitantes de una ciudad, en la medida que, morando por
fuera de su espacio urbano, si lo hacen dentro de su circunscripción territorial y administrativa, es decir
hasta dónde se extienden las fronteras geográficas de sus decisiones políticas y su capacidad policial5, en
cuanto politeia. Por tal razón, una gran urbe puede ser una ciudad disminuida o escasa (Carvalho, 2000) en
la medida en que por un lado no represente ni integre políticamente sus pobladores y por el otro lado, no
tenga el poder colectivo, la politeia, los medios e instrumentos para aplicar y hacer valer las decisiones
políticas en toda su jurisdicción territorial-administrativa, incluyendo por supuesto los espacios
considerados públicos al interior de la urbe. Queda claro, en lo expuesto hasta aquí, que para Aristóteles,
aunque relacionadas, las categorías de ciudad y urbe son diferentes. Que no todo el que habita en la urbe es
ciudadano y que la ciudad, espacialmente, puede extenderse mas allá de la urbe, en tanto la sociedad
política, llamada ciudad, puede incluir individuos cuya residencia sea en el campo o sea en el área urbana.
Esta idea de la urbe y lo urbano como diferente de la polis y la ciudad es reforzada por el trabajo
antropológico y arqueológico de Joseph Rykwert (1985) cuando estudia los ritos de fundación de una ciudad

4
Utilizamos esta noción, formulada por primera vez en geografía por Friedrich Ratzel, pero no apartamos de su idea o concepción organicista y
expansionista (Méndez/Molinero: 17-20) y la utilizamos en la medida que nos ayuda a ilustrar la dialéctica y diferencia entre la ciudad como
organización político-simbólica y la urbe como construcción y artefacto físico-espacial que bien puede reflejar o no las características sociales y
simbólicas de la ciudad pero que funge como condición necesaria para su existencia.
5
Entendemos aquí la palabra policía en su sentido original derivado del griego politeia, la cual designaba la administración y control de las decisiones
políticas internas de la ciudad (polis).
12

y los ritos de demarcación urbana en los antiguos pueblos etruscos y la Roma antigua, llegando incluso a
indicar que una misma ciudad puede tener varias fundaciones en diferentes tiempos y lugares.

3. Excurso: Un acercamiento histórico y etimológico a la categoría de municipio como expresión de la


idea de ciudad bajo condiciones de un poder territorial superior (Estado-Nación o Imperio).

La palabra española y portuguesa municipio proviene del latín antiguo municipium, la cual hace su
aparecimiento durante la República Romana. Esta palabra es a su vez la conjunción sincopada de otras dos:
munia y capere, donde munia significa pertrecho o recurso militar y capere significa aprovechamiento o
servicio (Ferreira, 1995: 12). En pocas palabras, el municipium denotaba un territorio con un núcleo urbano
bajo el poder de la República, al cual le son respetados sus tradiciones y derechos civiles, a condición de
tributar a la República y de servir con hombres y recursos en caso de guerra o de las tareas militares
ordinarias. En un inicio el municipium se distinguía de la civitas (ciudad) en la medida que era considerado
una civitas sine suffragio, es decir, una ciudad que no podía elegir representantes propios para el Senado
de la República. Sin embargo, con el tiempo, muchos municipios alcanzaban el estatus de civitas en el pleno
sentido de la palabra romana. Con el tiempo hubo dos tipos de municipios, en primer lugar el Municipium
Civium Romanorum, en el cual los ciudadanos tenían una ciudadanía completa (civitas optimo iure) que
incluía el derecho al voto, y en segundo lugar, los municipios formados por centros considerados tribales, en
los cuales sus habitantes no tenían una ciudadanía plena.

Es importante observar como las principales instituciones que rigen el espacio político-administrativo
municipal en el mundo occidental contemporáneo, principalmente las cámaras o consejos municipales, así
como el alcalde o prefeito, hunden sus raíces en la tradición romana, la cual a su vez trató de mantener la
idea de ciudadanía y participación política correspondiente a la ciudad-estado de los griegos. De esta
manera, al hablar de municipio estamos haciendo refiriéndonos también a la idea de civitas, de ciudad, pero
ya de una manera preponderantemente político-territorial y menos urbano-espacial. Hoy, en la mayoría de
constituciones y Repúblicas, el municipio o la municipalidad, es claramente entendido como una unidad
territorial político-administrativa, en la mayoría de casos la de menor tamaño, que puede tener órganos
administrativos y espacios de representación política propios, siendo su tamaño algo indiferente y variable,
denotando a veces, para el sentido común, una ciudad, un pueblo, una villa o un pequeño grupo de los
mismos6. Según Marturano (1983: 12), refiriéndose a lo apuntado por Kelsen y a Jellineck,

“el trazo característico de este gobierno propio o de esta autonomía municipal consiste en poder elegir los
agentes del poder ejecutivo y del poder legislativo, bien como atribución de recursos presupuestarios y financieros
para su administración como de los servicios públicos locales.”

6
Es notorio también como la palabra municipio se transforma y traduce en algunos países como Comuna, en el sentido de la unidad territorial
político-administrativa más pequeña de un Estado y que supone un mínimo de vida colectiva y en común de sus pobladores. Comuna proviene del
término commune, con el cual se denominaba muchas veces las antiguas ciudades y burgos libres del Medioevo. Los municipios son entendidos y
denominados como Communes en Francia, Comune en Italia, Kommun en Noruega. En Alemania el municipio es entendido como Gemeinde, el cual
tiene el mismo sentido espacial y político que la palabra latina commune, y que respectivamente tiene un Gemeinderat (consejo municipal) y un
Bürgermeister (alcalde). Es de señalar que, en el Reino Unido, la palabra municipio no tiene un equivalente similar , siendo los términos mas
cercanos el de Borough, (para referirse unidades político-administrativas intra-urbanas), Town Hall o City Hall (para referirse a los edificios públicos
donde se asienta la autoridad pública municipal, la municipalidad), el Council, que además de ser un escenario de representación política-territorial,
pasa a representar, para la mayoría de ciudadanos la figura misma de la municipalidad.
13

En esta dirección, si bien el municipio contemporáneo, como el antiguo del imperio romano, es autónomo
sólo de manera relativa – en especial en su administración interna – su existencia jurídica, política, física y
económica es innegable, en contraste con la noción contemporánea de ciudad, la cual se ha tornado
sumamente porosa, informe e inasible, siendo por tanto de existencia cuestionable como instrumento
analítico, que se confunde unas veces con la descripción que se hace del hecho físico urbano, con la urbe, y
otras tantas veces rememora el ideal clásico de la asociación política de ciudadanos libres, la polis. A
nuestro modo de ver, las palabras municipio y municipal, urbe y urbano pueden ayudarnos a evitar la
confusión que el inglés, como lengua hegemónica ayudó a crear, al incorporar en una misma palabra, city,
la diferencia semántica que los pueblos antiguos mediterráneos hacían entre urbs y polis. Como veremos, la
mayoría de constituciones de las repúblicas democráticas actuales, en especial las de origen latino, son
claras en que la unidad política básica de administración, planeación y gestión del territorio nacional es el
municipio, el cual para efectos de sus políticas de desarrollo o por causa de la conurbación con otros
municipios vecinos puede asociarse y formar otras figuras o entidades político administrativas, llámense
aéreas metropolitanas, asociación de municipios, distritos, etc. En este sentido, en la mayoría de nuestras
realidades constitucionales y político-administrativas, es el municipio y su territorio municipal (rural y
urbano) el sujeto legal por excelencia de la planeación local, excepto cuando es simplemente tratado como
objeto por parte de políticas e intereses supra (nacionales o internacionales).

Este breve recuento de la categoría de municipio nos ayuda formular la siguiente hipótesis de porqué la
idea, noción, imagen o representación colectiva de ciudad persiste, aunque no exista propiamente una
realidad o concepto claro de la misma: en su sentido histórico y genético la ciudad, tanto como
representación de la identidad política colectiva como realidad física, que a veces se confunde con la urbe,
encierra un doble carácter de libertad y protección que de alguna manera persiste a través del tiempo en el
concepto solapado y reducido que de polis persiste en el municipium, especialmente bajo su forma de
Municipium Civium, donde la civis (la unidad política autónoma) se integra con el munia-capere (en cuanto
población bajo el mando de la República y presta para la guerra).

3.1. Notas sobre las ideas o conceptos de ciudad y municipio en algunas constituciones latinoamericanas

En la búsqueda por llegar a una idea o concepto de ciudad, más allá del sentido común y representación
colectiva que de la misma se tiene – y que en lo fundamental se asimila a la noción de malla o espacio
urbano – nos dimos a la tarea de efectuar una breve exploración sobre (i) qué se entiende por ciudad en
algunas constituciones latinoamericanas para luego (ii) asociarla con el concepto o idea que de municipio
aparece en las mismas. Para ello, efectuamos una revisión inicial de las Constituciones políticas de la
República Federativa de Brasil (1988, Incluyendo reformas hasta el 2005), República de Colombia de 1991
(Incluye las reformas hasta 2005), República de cuba de 1976 (Incluye reformas hasta 2002) y República
Bolivariana de Venezuela (1999).

De esta revisión podemos derivar algunas conclusiones preliminares que nos muestran un poco la
inexistencia u oscuridad político-constitucional de la idea de ciudad: (i) la ciudad nunca es definida o
conceptualizada, se asume como un facto dado, un a priori del pensamiento político y administrativo
constitucional que no es necesario precisar; (ii) es notorio que la mayoría de las veces, cuando se emplea la
14

palabra ciudad, esta está asociada al municipio o distrito capital de la respectiva República: Ciudad de
Caracas, Ciudad de la Habana, Ciudad-Región del Distrito Capital de Bogotá; (iii) en general, la ciudad se
asimila a un lugar, al espacio urbano construido, a la urbe sin consideración de los procesos sociales o
políticos que la constituyen. Por último, (iv) un poco la excepción es la constitución Cubana, en especial en
el artículo 104, donde menciona que: “los Consejos Populares se constituyen en ciudades”, rescatando o
relevando el sentido de asociación política que la palabra ciudad, en cuanto civitas y polís contiene.

Por su parte, con respecto a la categoría de municipio en estas cuatro constituciones podemos señalar: (i) la
palabra que designa al municipio es el mismo en todas las constituciones, lo que no sucede para el nivel
regional o territorial intermedio entre el municipio y la nación, que en unas constituciones se denomina de
Estados, si son federales (Brasil y Venezuela), y en otras de carácter centralista (Colombia y Cuba) se
denominan Provincias o Departamentos. (ii) El municipio es la división territorial básica de la República, en
términos de tener un reconocimiento político y una personería jurídica y administrativa propia. Lo que no
sucede con otras categorías territoriales y espaciales de menor escala al interior de los propios municipios,
unas veces denominadas regiones (Brasil), comunas (Colombia) y parroquias (Venezuela). (iii) En todos los
casos el municipio es el espacio de representación y participación política básica de las y los ciudadanos,
fundamentalmente por medio de la elección y conformación de Concejos Municipales (en Colombia y
Venezuela), Cámaras Municipales de Vereadores (en Brasil) y Asambleas Municipales del Poder Popular (en
Cuba). (iv) Todos los municipios tienen derecho a tener sus propias leyes o normas, siempre y cuando no
sean contrarias a la constitución u otras leyes superiores. Se trata pues de una autonomía legal relativa,
siempre sub judice con respecto a la República. (v) En este último sentido, todos tienen el derecho y la
obligación de establecer sus propios impuestos, cumplir las funciones de policía, prestar y velar por la
prestación de los servicios públicos básicos, la planeación y gestión del desarrollo local, así como el
ordenamiento territorial al interior del propio municipio.

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que, de acuerdo a estas constituciones, las dos unidades
territoriales básicas que confieren identidad política a las y los ciudadanos son, en un primer nivel el
municipio, y en un nivel superior la República, sea esta federal o unitaria. Son, en estas dos unidades, donde
están más claramente establecidas las competencias administrativas del Estado, así como los derechos y los
deberes de las y los ciudadanos. Mientras el concepto de municipio se puede inferir a partir de la serie de
capítulos y artículos que tratan sobre él y lo desarrollan política y normativamente en las diferentes
constituciones, no se puede decir lo mismo de la noción de ciudad, la cual escasamente se menciona y que
en ningún caso es objeto de desarrollo normativo.

El municipio aparece en una doble condición de ser objeto y sujeto de las políticas públicas. Objeto con
respecto a República, a la cual debe subordinarse en todo lo que compete a políticas de defensa y seguridad
nacional, así como de regulación macroeconómica (aduanas, emisión de moneda, intercambio de divisas,
tasas de interés, e impuestos a las mercancías móviles, principalmente). Sujeto, en cuanto corporación
pública con autonomía administrativa, que tiene derecho a realizar contratos con terceras partes, públicas y
privadas, y tiene la potestad de planear y gestionar su propio desarrollo local. Por su parte, la idea de
ciudad se confunde, tanto con hechos espaciales (la urbe, la ciudad-región) como con hechos territoriales
político-administrativos (el municipio, el área metropolitana), lo cual, evidentemente, dificulta su
constitución teórica y normativa como sujeto-objeto de la planeación, en los términos de las constituciones
15

políticas arriba analizadas, para la cuales, el objeto-sujeto básico de la planeación y el desarrollo sería el
municipio.

Por otro lado, de esta breve revisión va quedando claro que la adopción y desarrollo de la noción de
municipio en el marco constitucional no está ligada a forma o configuración espacial alguna. Su
característica básica consiste en la de ser una corporación pública, lo que, en un lenguaje menos jurídico y
mas político, quiere decir que el municipio es antes que nada una asociación política localizada y delimitada
dentro de los marcos territoriales de la República, lo que sin duda acerca la idea de municipio al concepto
clásico de ciudad como asociación político-territorial de ciudadanos, pero sin la mayor autonomía que esta
noción clásica de ciudad incorpora al no estar sometida a un poder político-territorial superior. Esta última
idea nos conecta con el desarrollo mismo de la noción de municipio, en tanto su surgimiento como
categoría política y administrativa está vinculada al despliegue de formas más expansivas e imperiales de
poder político, en particular el Imperio Romano dentro de la historia antigua occidental greco-judía, o la
nación-estado dentro de la historia moderna, las cuales, más que crear nuevas ciudades, sometieron las
ciudades pre-existentes, libres y políticamente autónomas, reduciéndolas a territorialidades subordinadas a
la nación y delimitadas en sistemas urbano-nacionales7, con relativa autonomía, en lo que compete a la
administración de su asuntos internos y con la obligación fundamental de ajustarse a la políticas de
seguridad y defensa, del imperio o de la nación.

En síntesis, en ningún lugar de las constituciones analizadas, la ciudad aparece como categoría, sujeto u
objeto de la planeación. Este campo se reserva a lo que se consideran son las entidades territoriales que
componen e integran el poder público de la República: la Nación (que es la República en si misma), los
Estados, provincias o departamentos (que son agentes intermediarios de coordinación, control y garantía de
integración de la República), y los municipios (que son el substrato material y político de la República).
Otras figuras político administrativas, en especial los distritos y las áreas metropolitanas, aparecen como
desarrollos espaciales o políticos de la idea misma de municipio, con algunos poderes y atribuciones
especiales que de ordinario los municipios no poseen.

Por eso, dadas las conceptualizaciones anteriores, tanto provenientes de las categorías aristotélicas como
de los desarrollos políticos y jurídicos romanos, nos extraña cierto reduccionismo presente en el trabajo de
los clásicos de la sociología que, en su mayoría, hacen de la ciudad una categoría fundamentalmente
espacial o geográfica, enajenándola de su contenido político, y en la mayoría de los casos, reduciéndola a un
lugar de intercambio de mercancías (mercado) o a un lugar de intercambio e interacción simbólicas y
ecológicas. Para ilustrar esto, veamos rápidamente los planteamientos centrales de los principales autores
considerados clásicos o “padres” de la sociología urbana y el urbanismo.

7 Al respecto plantea P.J. Taylor (2004: 15): “The nationalist movement that flowered in the nineteenth century and blossomed in the twentieth
century aspired to culturally homogenize populations within a given state´s territory. This was the complete opposite of the cosmopolitan essence of
cities in network... At this time [mid-twentieth century] urban studies became a vibrant research field and, led by geographers and urban-regional
planners, intercity relations became an important focus of intellectual scrutiny. This required an answer to the basic question: how did cities relate
to each other? The answer given was straightforward and pretty unanimous: cities constitute national urban systems”. Lo que para este autor
significa que simplemente se desconoció que el origen político y económico de las grandes ciudades europeas tuvo un origen mucho mas anterior a
los Estados nacionales y que la mayoría de ellas no se constituyeron de manera aislada sino que son el resultado mismo de una intensa actividad
comercial y política en red que articuló diversos territorios, hoy delimitados bajo fronteras nacionales.
16

4. La idea y concepto de ciudad en algunos clásicos de la sociología y el urbanismo

Georg Simmel, aunque prolífico autor sobre asuntos relativos a la vida social e individual en el espacio
urbano, en especial la gran urbe metropolitana, y gran inspirador de corrientes sociológicas como la Escuela
de Chicago, no desarrollo de manera explicita un concepto de urbe, debiendo este inferirse o deducirse de
sus trabajos, principalmente de aquellos relacionados directamente con cuestiones espaciales y urbanas8,
en los cuales, también se aproxima de un concepto de Ciudad [Stadt] en cuanto relación social
espacialmente exclusiva.

En primer lugar, se destacan las nociones de Metropole o “gran ciudad” (Grosstädte), en cuanto referencia
al espacio construido y vivido, lo que aproxima al autor del concepto de urbe que hemos venido asumiendo,
en especial de la noción de urbs como espacio simbólico (Rykwert, 1985) en cuanto manifiesta que la
Metrópolis es la materialización, la objetivación de la cultura, entendida como espíritu subjetivo (Simmel,
2005). Por otro lado, sobresale la centralidad que el autor le otorga al dinero como dinamizador de la
cultura urbana y el desarrollo económico-espacial de la urbe. Es así que afirma: “La metrópoli siempre ha
sido sede de la economía monetaria. Es aquí donde la multiplicidad y concentración del intercambio
económico le otorgan a los medios de intercambio una importancia que el volumen del intercambio
comercial no le hubiese permitido.” (Simmel, 1998)9.

En segundo lugar, destacamos, como sin ser propósito del autor la conceptualización de la idea de ciudad,
preguntándose por la espacialidad de las relaciones sociales, observa el Estado y la Municipalidad como
relaciones sociales que se expresan de manera espacial. Simmel usa las categorías de asociación y espacio
para dar cuenta de la territorialidad del Estado y de este modo se aproxima a la noción de espacio comunal
o municipal. Afirma que, a diferencia de ciertos tipos de relaciones sociales que pueden ser espacialmente
permeables y no sujetas a “colisiones espaciales” – la amistad o el acto de compra-venta, por ejemplo – en
tanto no son definidas por una relación intrínseca con el espacio (weil sie keine innerliche Beziehung zum
Raum haben) (Simmel, 1998/1903), tal como la ocupación y la propiedad, por ejemplo, afirma que otros
tipos de asociación pueden ser realizados sólo de tal forma que no hay espacio para una segunda asociación
en el mismo lugar. El Estado, por excelencia, y la municipalidad, de manera derivada, son ejemplos de lo que
él denomina “la exclusividad del espacio” (Ausschliesslichkeit des Raumes). En este sentido, afirma:

El único ejemplo que coincide completamente con el [segundo] tipo de asociación es el Estado. De él se ha
dicho que no sería una asociación entre muchas, sino más bien que es una la cual domina todas las demás y,
por lo tanto, de un carácter único... En cierta medida, el municipio [Kommune] posee el mismo carácter:
dentro de los límites de una ciudad [Stadt] sólo se puede dar esta ciudad, y si una segunda crece dentro de sus

8
Nos referimos a: Metropoli y vida mental (Die Grosstädte und das Geistesleben, 1903), Sociología del espacio (Soziologie des Raumes, 1903) y
Fiolosofía del paisaje (Philosophie der Landschaft, 1913)
9
Este carácter de centralidad del dinero en la vida urbana moderna se expresa en una ciudad como Londres, vinculada desde sus orígenes al
intercambio comercial. Tal como lo afirma en Filosofía del Dinero: „Von jeher war die Stadt im Unterschied vom Lande der Sitz der Geldwirtschaft;
dies Verhältnis wiederholt sich zwischen Klein- und Großstädten, so daß ein englischer Historiker sagen konnte, London habe, in seiner ganzen
Geschichte, niemals als das Herz von England gehandelt, manchmal als sein Gehirn, aber immer als sein Geldbeutel; und schon am Ende der
römischen Republik heißt es, jeder Pfennig, der in Gallien aus-gegeben werde, gehe durch die Bücher der Finanziers in Rom“ (Simmel, 1900: 575).
17

fronteras, entonces no estarán en el mismo suelo y tierra, sino que más bien serán dos ciudades unidas
10
anteriormente que, empero ahora, constituyen territorios separados. (Simmel, 1903) .

De esta manera, Simmel establece y mantiene la distinción entre espacio y territorio, en cuanto el espacio
en sí, lo concibe como una categoría general abstracta, sin contenido propio, mientras que el territorio
denota la acción de exclusividad que un agente o tipo de relación social manifiesta sobre el espacio. En este
sentido, Simmel asume el Estado y el municipio [Kommune] – y por extensión la ciudad [Stadt] – como
categorías territoriales, que expresan y sintetizan en el espacio relaciones de poder entre los individuos 11
que le ocupan y de exclusividad con respecto a otros poderes político, en tanto no pueden existir dos
Estados o Ciudades en el mismo territorio.

Si bien el grueso del trabajo de G. Simmel no se centra en establecer una definición o genealogía de la
relación urbe-ciudad, su trabajo es sin duda fundamental para comprender los efectos e impactos que sobre
la subjetividad individual y el comportamiento colectivo tiene la metrópolis, la urbe extensa, en cuanto
cultura material u objetivada, mientras que su aproximación o inside a la relación entre los conceptos de
espacio y ciudad no son bastante útiles para observar y mantener la distinción con respecto a la urbe

Por su parte, nos es menester tener en cuenta el famoso aparte del libro de Economía y Sociedad de Max
Weber titulado como: “Concepto y categorías de ciudad” (Typologie der Städte)12, texto obligatorio dada la
importancia de Weber como sociólogo y lo referenciado que es el texto mismo a lo largo del desarrollo de la
sociología urbana. Sin embargo, es un texto que, a nuestro modo de ver, presenta grandes deficiencias en el
tratamiento que se le da a la construcción histórica de ciudad13 y a la poca distinción que se hace entre esta
categoría y la de urbe o fenómeno urbano, casi que asimilándolas a lo mismo. En este sentido, es diciente la
total ausencia de alguna referencia a la obra de Aristóteles, Política, que sin dudas es el primer tratado
riguroso sobre el concepto de ciudad. De una manera breve y sin mayores explicaciones o consideraciones
sobre otros trabajos o autores, Weber parte de considerar que el tamaño en si no es lo que define qué es o
no es una ciudad. Para ello da el ejemplo de algunas “aldeas” rusas que tienen miles de habitantes más que
los que tenían las antiguas ciudades.

Siendo que ni el tamaño espacial o demográfico definen lo que es una ciudad (Stadt), Weber busca definirla
a partir de un concepto socio-económico, el mercado: “tendríamos que fijar un establecimiento cuya
mayoría de habitantes vive del producto de la industria o del comercio, y no de la agricultura” (74). Sin
embargo considera que a esta definición inicial le hace falta cierta diversidad en lo que respecta a la
actividad económica, para que la misma no quede reducida a las actividades de unos pocos clanes o
familias. Para Weber una ciudad puede fundarse de dos modos:

10
Traducción propia. El texto original dice: “Für das erstere ist das einzige völlig deckende Beispiel der Staat. Von ihm hat man gesagt, er wäre nicht
ein Verband unter vielen, sondern der alles beherrschende Verband, also einzig in seiner Art... Einigermassen hat die Kommune den gleichen
Charakter: innerhalb des Weichbildes einer Stadt kann es nur diese Stadt geben, und wenn etwa doch eine zweite in eben diesen Grenzen erwächst,
so sind das nicht zwei Städte auf demselben Grund und Boden, sondern auf zwei zwar ehemals vereinten, jetzt aber gesonderten Territorien”.
11
„Die Verbindungsart zwischen den Individuen, die der Staat schafft, oder die ihn schafft, ist mit dem Territorium derartig verbunden, dass ein
zweiter gleichzeitiger Staat auf eben demselben kein vollziehbarer Gedanke ist“ (Simmel, 1998/1903).
12
Para las citas que haremos en este aparte emplearemos la traducción portuguesa aparecida en la colección de Octavio Velho en 1967.
13
Esta opinión se sustenta además en la investigación realizada por Berman (1983), que le permite afirmar: „Above all, Weber´s theory of the city,
although cast in historical terms, fail even to mention, much less to explain, the most striking and distinctive characteristic of the western city,
namely, its historical consciousness –that is, its consciousness of its own historical development, it belief in its own movement from past to future,
its sense of its own on-going, developing character. The process of growth of the western city cannot be explained without reference to its historical
self-awareness, its sense of its own historical continuity and development, its consciousness of its own ongoing character as a community, its own
movement from the past into the future” (Berman ,1983:399-400)
18

“Sobre algún dominio territorial, o, sobre todo, una sede de principado como centro de un lugar en el que exista
una industria en régimen de especialización, para satisfacer sus necesidades económicas o políticas, y donde, por
eso, se comercien mercancías... (ii) “Mediante la reunión de intrusos, piratas o comerciantes colonizadores o
nativos, dedicados al comercio intermediario” (74-76).

Es importante anotar que Weber hace énfasis en que el mercado no consiste en cualquier feria o mercado
quincenal, mensual o anual, si no “un intercambio regular y no ocasional de mercancías en la localidad”. A
partir de este elemento básico, de la existencia de un mercado, en sentido estricto, weber caracteriza tres
tipos básicos de ciudad según la fuente de recursos (dinero) o la actividad económica principal:

1. Ciudad de consumidores. Aquella en la cual las probabilidades adquisitivas dependen, directa o


indirectamente, de la capacidad adquisitiva de la gran propiedad del príncipe. Es decir, este tipo de
rentas determina la posibilidad de lucro de otros, en especial de artesanos y comerciantes. Son
ciudades de funcionarios y de la corte del príncipe. Ejemplos: Pekín, Moscú,
2. Ciudad de productores. Su poder adquisitivo depende de la actividad industrial o manufacturera que
abastece el exterior. Los consumidores son básicamente de dos tipos: unos grandes consumidores,
que serán los empresarios que residen en la localidad, y los otros serían la masa de consumidores,
compuesta por asalariados y artesanos.
3. Ciudad mercantil. En esta el poder adquisitivo de sus grandes consumidores reposa en la venta al
por menor de productos extranjeros en el mercado local y en la venta para fuera de productos
naturales o artesanales producidos localmente.

Weber anota que, una de las características que diferencia al hombre de las modernas ciudades de las
antiguas griegas, es que no tiene un terreno propio en el campo, un kleros o fundus, del cual pueda derivar
algún tipo de sustento, pero no insinúa o explica por qué se dio este proceso de urbanización de la vida y la
sociedad, como si lo hace Marx en varios apartes del capital, principalmente en el relativo a la acumulación
primitiva. Sin embargo, a pesar de su preeminencia conceptual, el mercado como categoría es insuficiente
para explicar el orden y la permanencia de la ciudad. Ello obliga a Weber, a reconocerle algo a lo político en
la conformación y estructuración de la ciudad, así sea en función misma del mercado, dado que de alguna
manera tienen que darse acuerdos y arreglos para regular la actividad económica de la ciudad, en especial
de cara a garantizar el abastecimiento de víveres y mercancías de primera necesidad. A ello Weber le da el
nombre de “economía urbana”.(79-82). En esta dirección afirma: “En nuestro caso, la ciudad tiene que
presentarse como una asociación autónoma en algún nivel, como un aglomerado con instituciones políticas
y administrativas especiales.” (82) [sublineado nuestro].

Nótese pues que, sólo de manera tangencial, Weber asume que la ciudad es una asociación política, y ello
en función y derivado de las necesidades del mercado, sin asumir más adelante que significa esta
“asociación autónoma en algún nivel”. La preeminencia de la noción de ciudad como función del mercado
se nota en el siguiente pasaje, que trata de explicar o aclarar la anterior cita:

“Débese tener en cuenta, de cualquier modo, que es preciso separar el concepto económico, explicado hasta
ahora, del concepto político-administrativo de ciudad. Sólo en este último sentido le corresponde un ámbito
urbano especial. En el sentido político-administrativo, el nombre de ciudad puede corresponder a una
localidad que económicamente no podría pretender tal título.” (82)

En últimas, a pesar del relativo reconocimiento del papel de la política en la definición del concepto y
realidad de la ciudad, el concepto Weberiano de ciudad (Stadt) es típicamente liberal-mercantil, en cuanto
la asume como espacio urbano, siendo este último un lugar determinado y en función del mercado.
19

Esta idea de ciudad (city), asumida fundamentalmente como aglomerado urbano, se repite en dos autores
fundamentales dentro de la tradición de la sociología y ecología urbana norteamericana, Louis Wirth y
Robert Park. Para Wirth (1964) la ciudad es asumida como un poblado, un asentamiento (settlement)
densamente poblado y duradero e integrado por individuos socialmente heterogéneos, construyendo con
estas bases mínimas lo que sería su teoría de la cultura y la ecología urbana, que luego fuera desarrollada
mas a profundidad y en extenso por Park.

Para Park (1997)14, una vez instalada o asentada, la ciudad (city) es un gran mecanismo ordenador y
selectivo, el cual, infaliblemente, selecciona de la población como un todo a aquellos individuos mejor
preparados o equipados para vivir en un particular medio o en una particular región. En su texto “La ciudad:
sugerencias para la investigación del comportamiento humano en el medio urbano” (1967), más que pensar
o conceptualizar la ciudad en si misma, este texto trata de fundamentar y esbozar un programa de
investigaciones sobre el comportamiento humano en la urbe, en el cual la ciudad (city) es asimilada
inmediatamente como medio urbano, es decir, como espacio o escenario en el cual los individuos se
localizan, interaccionan y despliegan variados comportamientos, pero sin dar cuenta de cómo es que la urbe
misma llega a ser lo que es y cuáles son los mecanismos políticos y económicos que permitan que ellas sea
lo que es. Ello se refleja en uno de los párrafos introductorios de su programa:

“Según el punto de vista de este artículo, la ciudad es algo más que un amontonado de hombres individuales y
de conveniencias sociales, calles, edificios, luz eléctrica, líneas de tranvía, teléfonos, etc.; algo más que una
mera constelación de instituciones, y dispositivo administrativos – tribunales, hospitales, escuelas, policía, y
funcionarios civiles de varios tipos. Antes, a ciudad es un estado de espíritu, un cuerpo de costumbres y
tradiciones, de sentimientos y actitudes organizados, inherentes a esas costumbres y transmitidos por esa
tradición. En otras palabras, la ciudad no es meramente un mecanismo físico es un constructo artificial. Está
envuelta en los procesos vitales de las personas que la componen; es un producto de la naturaleza, y
particularmente de la naturaleza humana.” (Park, 1997:29)

Aunque esta definición trata de tomar distancia y no confundir la ciudad con la urbe, en últimas no lo logra,
porque igual vuelve y queda la ciudad en una imprecisión conceptual al decir que esta es un producto de la
naturaleza humana, cosa que igual, el medio físico rural lo es. Más adelante retoma una analogía realizada
por Oswald Spengler, que a nuestro modo de ver, no arroja luces, sino más confusiones, en la medida que
parece dejar la ciudad como un espacio totalmente diferenciado del campo, cosa que ni económica, ni
política, ni ecológicamente lo es, pero a su vez, la asume fuertemente con un contenido espacial, como una
gran casa protectora y no como un escenario o espacio de interacción humana, cooperativa y conflictiva.
Igualmente, y acercándose un poco al concepto weberiano de ciudad, afirma: “La ciudad no es apenas una
unidad geográfica o ecológica; al mismo tiempo, es una unidad económica” (30), aspecto este que no
desarrolla ni profundiza, pero si deja claro que, lejos de su concepción, esta el ser también la ciudad una
asociación o entidad política.

Sin embargo, la más fuerte des-sustantivación de la idea de ciudad y la mas radical hipostación de lo
urbano, en cuanto proyecto, consideramos se encuentra en el movimiento moderno de la arquitectura y el
urbanismo en el siglo XX y particularmente representado en los conceptos y proyectos de Le Corbusier
(Charles Édouard Jeanneret, nombre de pila), que a nuestro modo de ver, representa también las grandes
contradicciones ideológicas del pensamiento moderno sobre el proyecto de sociedad futura y el destino de

14
Robert Park, 1952: Human Communities: The City and Human Ecology. New York: Free Press, p. 79. Cit. en: Anthony Giddens, 1997: Sociology.
Cambridge: Polity Press, 3. ed., p. 475)
20

la humanidad, preocupaciones sobre las cuales el diseño y la planeación urbana nacieron y cabalgaron
durante muchos años, asumiendo un punto de vista más técnico e intelectual que estrictamente político.
Desde muy temprano, en 1929 Le Corbusier manifiesta: “Una ciudad!... Es el domínio del hombre sobre la
naturaleza. Es una acción humana contra la naturaleza, un organismo humano de protección y de trabajo.
Es una creación...” (Le Corbusier, 2000: VII). Idea que no está muy lejos de lo que desarrollará y planteará
luego en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna – CIAM – y que tomaran cuerpo en la
famosa Carta de Atenas (1933, publicada en 1943), donde se decide de lleno por una concepción funcional-
espacialista de la ciudad reduciéndola a cuatro funciones básicas: vivienda, trabajo, recreación y circulación.
Sólo mas tarde los CIAM introduciran una quinta función de la ciudad, la de ser centro público (Holston,
1993: 38), que de acuerdo a nuestro rastreo histórico, es el hecho mismo, que no función, que da origen y
vida a la ciudad.

Aunque sus argumentos iníciales están en contra de la deshumanización observada en las urbes industriales
y en las precarias condiciones de vida de la mayoría de las y los trabajadores, el discurso termina
rápidamente colocándose en función de la actividad productiva-industrial y del mercado mismo, dejando la
ciudad de ser asumida incluso como un “organismo” para ser tratada como una máquina -- en coherencia
con los estudios de ritmos y movimientos de Taylor y la producción en serie, exitosamente implementada
por Ford. Se trataría, empleando un lenguaje posterior, de una “ciudad fordista”, que antes de ser ciudad
es, prioritariamente, espacio de producción y circulación de mercancías. De esta manera, el sueño de la
arquitectura modernista de dignificar el hombre y la ciudad es una contradicción en sí misma. Si bien en el
discurso reclamaba la acción colectiva y el predominio de los derechos colectivos sobre los intereses
privados (Holston, 1993; 47), en su práctica arquitectónica y urbanística ejecutaba otra. Su carácter
individualista y tecnocrático al producir sus diseños de “ciudad” la alejaban de la interacción con las y los
ciudadanos y la acercaban irremediablemente a los centros de poder, bien fueran estatales o corporativos,
dado que uno de sus problemas fundamentales era el de contar con tierras suficientes para ejecutar sus
grandes proyectos, algo que la propiedad privada, sobre todo la pequeña propiedad, dificultaba, y que sólo
el Estado o el gran capital estarían en capacidad de ayudar a resolver, no las y los ciudadanos simples,
comunes y corrientes, que sólo son concebidos como usuarios finales de los proyectos desarrollados, en
ningún caso como sujetos políticos interlocutores de los mismos. Es más, Le Corbusier (2000:9) deja
entrever que muchos de los problemas mismos de la ciudad derivan de la democracia, de la falta de
observar un orden y una disciplina recta. Para él, la línea recta y el ángulo recto son el camino hacia el
orden: ““la ciudad se policía15, la cultura se manifiesta, el hombre crea”. Pero siempre estará el peligro que
ese orden “perfecto” se destruya “por pereza, debilidad, anarquía, por el sistema de responsabilidades
‘democráticas’, recomienza el sofocamiento.” Lo cual es coherente con el sueño del urbanismo modernista
de inexistencia de algún tipo de proceso o compromiso político que límite el diseño urbano. De esta
manera, anota (Holston, 1993: 52)

“Sin restricciones al uso de la propiedad, los urbanistas estarían habilitados para asumir, como condición para
sus proyectos, una posición de autoridad incontestada sobre los destinos de la ciudad... dada su presumida
capacidad de controlar el futuro por intermedio de acciones dirigidas por la racionalidad y por la autoridad
centralizada”

15
Es decir, la policía, en tanto politeia, administración de las decisiones políticas de la polís, ignora esta ultima y deviene policiamiento, control
técnico-urbanista de la población.
21

He allí el corazón de la idea de anti-ciudad de los modernistas, en contraste con el ideal cásico y político de
ciudad. Idea anti-política que en primer lugar asumen gobiernos nacionales de orden centralista y
autoritario, dando origen a grandes reformas, planos directores y diseños urbanos, como Haussman en Paris
o Brasilia en Brasil, pero que luego la asume el propio gran capital y la funcionaliza de acuerdo a sus
expectativas de rendimiento y poder simbólico, como de manera abierta se plasma hoy en los proyectos
urbanos tecnocráticos de “ciudad económicas” (Belkaïd, 2008), tanto en países de Arabia como del sudeste
asiático.

5. La distinción entre ciudad, núcleo urbano y urbanización en la que avanza Henry Lefebvre,

En su libro “El derecho a la ciudad”, Henry Lefebvre busca conceptualizar, de manera dialéctica, el
contenido/forma del proyecto de ciudad contemporánea, en cuanto proyecto a ser realizado, a partir de
comprender la emergencia y evolución del proceso de urbanización e industrialización dados en el
capitalismo. Para ello, Lefebvre se remonta al origen mismo de la ciudad en los griegos, en cuanto unidad
espacial y política, sin desconocer otras formas particulares de ciudad en tradiciones, culturas y modos de
producción diferentes, tal como lo son la ciudad asiática o la ciudad que emerge en el periodo medieval,
buscando establecer líneas de continuidad y ruptura con respecto al proceso contemporáneo de
industrialización / urbanización, y en particular buscando rescatar el valor histórico y construido de la ciudad
en cuanto obra, regida por el valor de uso, frente a la urbanización contemporánea como producto, regida
básicamente por el valor de cambio, recolocando esta cuestión de la ciudad como obra y como derecho,
como uno de los puntos centrales de cualquier análisis y agenda de transformación social en el mundo
actual.

A partir de una revisión histórica de las rupturas y continuidades históricas y espaciales que encierra la
ciudad y su núcleo urbano, Henry Lefebvre propone, inicialmente, un concepto de ciudad como mediación
entre la proximidad de la vida cotidiana y la lejanía percibida frente a las grandes instituciones de la
sociedad, para luego avanzar hacia una definición de ciudad en cuanto historia y proyecto colectivo en un
espacio determinado. De esta manera, se permite afirmar que,

“Apenas hoy es que comenzamos a aprender la especificidad de la ciudad (de los fenómenos urbanos)… Ella
se sitúa en un medio término, a medio camino entre aquello que se llama de orden próximo (relaciones de los
individuos en grupos más o menos amplios, más o menos organizados y estructurados, relaciones de esos
grupos entre ellos) y el orden distante, el orden de la sociedad, regida por grandes y poderosas instituciones
(iglesia, Estado), por un código jurídico formalizado o no, por ‘una’ cultura y por conjuntos significantes”.
(Lefebvre 2006, 46)

En este sentido, la ciudad, más que una estructura física, es una interfase, una mediación entre el orden
próximo y el orden distante, es una mediación entre mediaciones, o, en nuestras palabras, una estructura
socio-espacial que articula y vincula las instituciones y estructuras más amplias y generales de la sociedad
con los mundos de vida más específicos y diversos de individuos y grupos humanos que habitan el espacio
urbanizado. Pero como el mismo advierte, “la ciudad y lo urbano no pueden ser comprendidos sin las
instituciones oriundas de las relaciones de clase y de propiedad” (Lefebvre 2006, 53).
22

En su devenir histórico, la ciudad y lo urbano van produciendo sus propias instituciones, muchas de las
cuales pueden subsistir y sobreponerse a determinados modos de producción y procesos históricos,
coexistiendo con las instituciones propias de su formación social y ordenamiento político:

“Ella misma, la ciudad, obra y acto perpetuos, da lugar a instituciones específicas: municipales. Las
instituciones más generales, las que dependen del Estado, de la realidad y de la ideología dominante, tienen
su sede en la ciudad política, militar, religiosa. Ellas ahí coexisten con las instituciones propiamente urbanas,
administrativas, culturales. De donde [se infieren] ciertas continuidades notables a través del cambio de la
sociedad. ” (Lefebvre 2006, 53)

Aclarando que la actual ciudad es pre-existente a la industrialización, muestra ejemplos de otros tipos de
ciudades en diferentes épocas y espacios geográficos. Así, menciona la ciudad oriental, coherente con el
modo de producción asiático, en la cual se asienta una poderosa burocracia estatal que rige todo lo
concerniente a la producción agrícola. Una ciudad de la era esclavista, una ciudad que por medio de la
violencia y el derecho, organizaba el área agrícola circundante, más que desplazaba el campesino libre y
propietario por el latifundio. La ciudad medieval en occidente, solidaria con el modo de producción feudal,
donde además de la agricultura, era lugar de comercio y teatro de lucha de clases entra la naciente
burguesía y la feudalidad territorial. Finalmente, en América del Norte, se dio la ciudad capitalista,
comercial e industrial que marcada por el Estado y apoderada por la burguesía para dirigir desde allí el resto
de la sociedad. (Lefebvre 2006, 53 – 54)

Sin embargo, a pesar de esos cambios y diferencias, Lefebvre señala que parte esencial del concepto de
ciudad es que se mantiene como unidad política y sociológica, en coexistencia simultánea con el Estado y la
sociedad más general. Pero coherente con su postura dialéctica, la unidad de la ciudad que señala no es
unidad quieta e inmutable, se trata de una unidad en movimiento a partir de sus propias contradicciones,
tanto en el ámbito económico como en el espacio mismo. En esta dirección, señala que en la actualidad,

““la ciudad predomina, y, sin embargo, no es más como en la antigüedad la Ciudad-Estado. Tres términos se
distinguen: sociedad, Estado y Ciudad. En este sistema urbano, cada ciudad tiende a constituirse en sistema
cerrado, acabado. La ciudad conserva un carácter orgánico, de comunidad, que le viene de la aldea, y que se
traduce en la organización corporativa. La vida comunitaria (portando asambleas generales o parciales) en
nada impide las luchas de clases. Por el contrario, los violentos contrastes entre riqueza y pobreza, los
conflictos entre poderosos oprimidos no impiden ni el apego a la Ciudad ni la contribución activa para la
belleza de la obra... los conflictos políticos (...) tienen la ciudad por lugar, por arena. “Estos grupos rivalizan
por amor a su ciudad.” (5-6)

Pero a pesar de que ese núcleo orgánico/corporativo trata de permanecer en el tiempo y dar coherencia
política y espacial a la ciudad y al núcleo urbano proveniente de periodos anteriores, la industrialización
capitalista, en su despliegue y desarrollo, presupone la ruptura de esa realidad urbana preexistente, la
desestructuración de las estructuras establecidas de la ciudad anterior en función de la producción y del
mercado. Por eso mismo, y de manera casi paradójica, las primeras áreas y zonas industriales se
establecieron en pequeños pueblos o áreas rurales fuera de las ciudades consolidadas en las cuales se
concentraba el capital y vivían los propios comerciantes, en tanto la relación entre ciudad-obra construida y
23

el afecto por la misma de los grupos sociales dominantes allí residentes hacía muy difícil la destrucción de
estas estructuras previas16 y transfórmarlas de obra, de valor de uso, en mero producto urbanizado regido
por el valor de cambio. Por ello se permite afirmar Lefebvre que, allí donde la ciudad pre-capitalista se
consolido, tal como en Italia y Alemania, hubo atraso del capitalismo y la industrialización (Lefebvre 2006,
6). Sin embargo, y aunque desarrollándose por fuera de los límites de esta ciudad pre-capitalista, en la
sociedad moderna y contemporánea, la industrialización es el inductor del proceso de urbanización,
pudiéndose definir incluso como sociedad urbana, que no ciudad, la realidad social que nace de allí
(Lefebvre 2006, 3).

De allí que en el capitalismo, más que ciudades autónomas, como en la antigüedad, se va erigiendo una red
de ciudades y espacios urbanizados17, con una cierta división del trabajo (técnica, social y política) ligados
por calles, vías fluviales y marítimas (Lefebvre 2006, 59), en los cuales se produce y entre los cuales circula el
capital en sus diversas formas (trabajo, dinero, mercancía). De esta forma también, y facilitado por el tejido
urbano, la sociedad y la vida urbana penetran en los campos, haciendo cada vez más difícil y borrosa la
correlación entre ciudad y espacio urbano. Se profundiza y generaliza lo que Lefebvre llama “proceso
inducido [por la industrialización] de implosión – explosión de la ciudad”, según el cual, el fenómeno urbano
se extiende sobre gran parte del territorio, crecen a tamaños gigantescos las concentraciones urbanas y se
debilitan fuertemente los núcleos urbanos ligados orgánicamente a la idea de ciudad (Lefebvre 2006, 10).

Para Lefebvre esta realidad muestra la emergencia de una crisis teórica y práctica de la ciudad:
“En la teoría, el concepto de la ciudad (y de la realidad urbana) se compone de hechos, de representaciones y
de imágenes prestadas a la ciudad antigua (pre-industrial, pre-capitalista) en curso de transformación y de
nueva elaboración. En la práctica, el núcleo urbano (parte esencial da imagen y del concepto de la ciudad) está
quebrándose, y no en tanto aún logra mantenerse; transbordado, frecuentemente deteriorado, muchas veces
pudriéndose, el núcleo urbano no desaparece.” (Lefebvre 2006, 13).

Con respecto a este punto, Lefebvre indica uno de los problemas y retos fundamentales para la sociología
urbana y una teoría de la ciudad: “La destrucción práctica y teórica (ideológica) de la ciudad no puede
además ser hecha sin dejar un vacío enorme (...) Para el análisis crítico, el vacío importa menos que la
situación conflictuante caracterizada por el fin de la ciudad y por la ampliación de la sociedad urbana,
mutilada, deteriorada, sin embargo, real.” (Lefebvre 2006, 21). Para este autor, la crisis teórica y práctica de
la ciudad no puede ser abordada con los conceptos y modelos limitados, tanto de una filosofía antigua de la
ciudad, que la concibe especulativamente como una totalidad o globalidad ética y que tiene en el ágora su
símbolo mejor, como de una técnica y una práctica urbanística profundamente ideológica que reducen la

16
Esta idea es consistente con la teoría del capital fijo y el ambiente urbano construido formulada por D. Harvey, los cuales a la vez que ayudan a
valorizar el capital impiden su movilidad.
17
En este aparte, Peter Taylor (2004) coincide fuertemente con Lefebvre, en tanto también plantea que la ciudad contemporánea no nace como
una entidad socio-espacial aislada o circunscrita a un “sistema nacional de ciudades”, sino como una realidad vinculada desde su origen a una vasta
red supranacional de actividades comerciales y políticas, siendo esta red algo consustancial a su propia realidad. “The external relations of cities are
not an optional ‘add-on’ for theorizing the nature of cities. Connections are the very raison d’etre of the cities” ( Taylor, 2004:1). Taylor coloca a la
Liga Hanseática como un ejemplo de ello.
24

ciudad a unos principios funcionales a partir de conocimientos parciales de la realidad que los eleva a rango
de generalidad pobremente legitimada18. (Lefebvre 2006, 41)

Para Lefebvre, para no caer en el ideologismo o en el nihilismo metafísico, es preciso, tanto la crítica radical
de la filosofía de la ciudad como del urbanismo ideológico, acompañados de una práctica que restituya la
dimensión subjetiva de la ciudad, es decir, el reconocer que ésta tiene y es obra de una historia, esto es, “de
personas y de grupos bien determinados que realizan esa obra en su propias condiciones históricas”
(Lefebvre 2006, 47). Metodológicamente un poco más explicito plantea Lefebvre que: “si se considera la
ciudad como la obra de ciertos ‘agentes’ históricos y sociales, esto lleva a distinguir la acción y el resultado,
el grupo (o los grupos) de su producto” (48), consideración esta que, consideramos, nos va a ser muy útil al
momento de proponer un concepto especifico y dinámico de ciudad versus su acepción más pública y
general.

Y es con estas consideraciones, arriba realizadas, que Lefebvre se atreve a proponer una definición de
ciudad que consideramos rompe con cualquier espacialismo, aun teniendo en cuanta el espacio como
componente central de la definición misma, pero recuperando la centralidad de la acción humana en la
definición, diferenciándola de su resultado físico y material: la urbe o ciudad construida. En este sentido
afirma:

“... proponemos aquí una primera definición de ciudad como la proyección de la sociedad sobre un lugar, esto
es, no apenas sobre o lugar sensible como también sobre el plano específico, percibido y concebido por el
pensamiento, que determina la ciudad y lo urbano.” (Liebre 2006, 56),

Definición en la cual la ciudad no se reduce a una proyección meramente material, sino también a la forma y
contenido de las relaciones sociales que despliegan en ella y a partir de ella con otros espacios y lugares. En
este sentido, la ciudad es simultáneamente singularidad y pluralidad: singularidad en cuanto la ciudad
contiene conjunto de características y rasgos propios, construidos a partir de su propia historia que la
diferencia política y morfológicamente de otras ciudades y espacios urbanos; Pluralidad, en tanto espacio de
vida en el cual coexisten simultáneamente diversos modos y patrones de asumir la vida urbana a pesar de
las restricciones y oportunidades comunes que la misma genera (57):

6. Hacia un concepto de ciudad que ayude a superar el déficit político y el reduccionismo espacial del
análisis y la planeación urbana.

Para avanzar un poco en esta reconstrucción, retomaremos en primer lugar, el trabajo de Manuel Castells
The city and the grassroots (1983) [traducido al español como “La ciudad y las masas”] y en segundo lugar
el trabajo de David Harvey “Los Límites del Capitalismo y la teoría marxista” (1990), en lo que respecta a la
teoría del capital fijo y el desarrollo urbano.

18
Esta última nota crítica aplica mucho bien a la obra y pensamiento de Le Corbusier, cuando afirma que él reduce la sociedad urbana a la
realización de algunas funciones prevista y prescritas en la práctica por la arquitectura, asumiendo al arquitecto como “imagen humana del dios
creador”.
25

Considero éste libro de Castells, como un texto fundamental para construir una idea moderna de ciudad,
aunque no haya tenido tanto renombre como su predecesor, “La cuestión urbana” ó su posterior trilogía
sobre la sociedad red. Esta afirmación la hago con base en lo siguiente: 1) Es un libro que recoge más de
doce años de trabajo de campo e investigación histórica en diversos países de Europa y América Latina, lo
que de por si nos muestra el compromiso y rigor exigido para con la investigación; 2) Se trata de una
propuesta que busca interrogar y construir teoría, no desde la teoría misma, sino a partir desde el trabajo
de campo mismo, siendo, en esta dirección, un muy buen ejercicio de teoría fundada ; 3) En este trabajo,
Castells asume la crítica realizada a su primer libro “La Cuestión Urbana” de ser, por un lado, demasiado
formalista y alejado de la realidad, además de asumir, por otro lado, la ciudad sólo como espacio
económico, perdiendo de vista otras dimensiones sociales y culturales implicados en la producción y
reproducción de la misma. En síntesis, desde una perspectiva política e histórica, el libro ofrece una visión
de la ciudad como resultados de la acción colectiva, de la asociación y el conflicto entre intereses
económicos y visiones del mundo que se traduce en una particular morfología del espacio urbano. En la
introducción al texto Castells nos dice:

"Las ciudades (cities) son sistemas vivos, hechas, transformadas y vividas (experiencia) por las personas.
Formas y funciones urbanas son producidas y gestionadas por la interacción entre espacio y sociedad, es
decir, por la relación histórica entre conciencia humana, materia, energía e información. "(Tv)

Aunque se trata de una definición muy cercana de la teoría de sistemas, y en especial de la ecología,
consideramos pertinente esta definición, en la medida que diferencia la ciudad, como sistema vivo – y que
para nosotros sería más un sistema político, de hecho humano y por lo tanto vivo – de la forma urbana y sus
funciones – que para nos sería la urbe en cuanto tal. Sin embargo, manifiesta que, a pesar de haber
avanzado mucho en la comprensión espacial-económica, el simbolismo medioambiental, la geografía y el
planeamiento, existe una brecha profunda entre la investigación urbana y los problemas urbanos:

"Sin embargo, todavía estamos indefensos cuando queremos actuar en las ciudades y regiones, porque
ignoramos las causas de su cambio social y fallamos en identificar con suficiente precisión los procesos
políticos que subyacen a la gestión urbana... Creemos que la dificultad proviene precisamente de la
separación entre el análisis de la crisis y el análisis del cambio social. O en otras palabras, la distinción entre el
sistema urbano, por un lado, y el movimiento social por el otro "(xvi).

Empero, aunque asumimos en su sentido político esta proposición, observamos que la misma tiende a
reducir la producción política de la ciudad a los movimientos sociales y su actuación conflictiva, ignorando
que también hay otros procesos, momentos y espacios políticos que producen y configuran la ciudad, en
especial las instituciones político-representativas y el proceso territorial político-electoral. Consideramos
que es una interacción, a veces convergente, otras divergente y conflictiva entre estos dos momentos o
fases en que se da la producción política de la ciudad. Es en este sentido que podemos comprender y dotar
de un sentido político e institucional más amplio la siguiente afirmación: “…sólo mediante el análisis de la
relación entre las personas y la urbanización seremos capaces de entender las ciudades y los ciudadanos al
mismo tiempo” (xvi). E igual, creemos que la política no se puede reducir ni a puro conflicto de intereses
entre actores, estructuralmente desiguales, ni a puro consenso o cooperación entre ciudadanos
formalmente iguales. Consideramos que un análisis que se considera dialéctico erra cuando concibe el
movimiento de lo real como sólo y pura conflictividad entre contrarios, cómo pura negatividad de lo real
estructurado. La acción negatriz, por definición, presupone una unidad previa a la cual se opone y
26

confronta, y para que esta unidad previa exista, ha sido igualmente necesario un momento previo de
síntesis y afirmación positiva de la contradicción, lo cual supone un movimiento de cooperación y
entendimiento sobre una nuevas bases emergentes en el desarrollo del conflicto mismo. En esta dirección,
consideramos que la producción de la ciudad no se puede entender desde la unilateralidad de la
cooperación o el conflicto, sino desde el ir-y-venir dialéctico de momentos de diferenciación y conflicto y
momentos de identidad y cooperación. Consideramos que en ambas fases de este movimiento la política
cambia tanto de forma como de lógica interna, pudiendo incluso mudar de contenidos.

Por ello, aunque en lo fundamental compartimos el enfoque de Castells, nos apartamos cuando afirma:
“Dado que la sociedad está estructurada en torno a posiciones conflictivas que definen valores e intereses,
así mismo la producción del espacio y las ciudades también lo estarán.” (xvi). La experiencia histórica
concreta nos muestra que gran parte de la sociedad, y particularmente del espacio urbano, se estructuran
también en momentos de relativa paz social y gran cooperación política, momentos en los cuales gobiernos,
no sólo por medio de la amenaza del uso de la violencia del Estado, sino también con legitimidad simbólica
suficiente, asumen la construcción y desarrollo, no sólo de grandes infraestructuras y obras físicas, sino
también de proyectos sociales y culturales de largo plazo que moldearán la estructura y forma de los
agrupamientos sociales por-venir. Es en esta dirección que entendemos la acción de un gobierno, no sólo
formalmente legítimo, sino también sustancialmente democrático, es decir, cuando se dan a la tarea de
ejecutar programas y proyectos que incorporan en alto grado y bajo diversos procedimientos contenidos
concretos de transformación social.

Igualmente, aunque compartimos la crítica que Castells realiza (i) al enfoque pluralista del conflicto urbano,
por considerarlo ingenuo, en tanto lo asume como un juego abierto en el que los actores pueden perder o
ganar sin consideración de las reglas estructurales o instituciones de la sociedad y no distinguir los
movimientos sociales del sistema político, y (ii) a su matriz marxista de partida, al limitar, siguiendo a Henri
Lefebvre, sus aportes al espacio de la producción, al concebir la ciudad como el espacio de la lógica del
capital y de los esfuerzos o políticas trazadas por el Estado en este sentido, sin articular adecuadamente el
problema de la lucha de clases y los movimientos sociales, derivando con el partido (referenciando a Lenin)
como el nexo estructural entre prácticas sociales y estructuras, negando cualquier espacio para los
movimientos sociales autónomos (Castells, 1983: 293-298), consideramos insuficiente plantear el análisis
político de la ciudad centrado exclusivamente en aquellos fenómenos y coyunturas más evidentes en los
cuales un conflicto se despliega y desarrolla bajo la forma de movimientos sociales y rupturas
revolucionarias e institucionales, sino que también se hace necesario plantear el análisis y configuración de
la ciudad en aquellos momentos menos turbulentos de la vida política y cotidiana ligados a la administración
y transformación del territorio, dentro de los cuales, las formas de gobierno, el cómo las y los ciudadanos
participan, deciden y controlan el devenir de sus decisiones es un elemento central.

Para ello, consideramos que nociones como las de hegemonía (Gramsci) y las de democracia como
procedimiento y régimen (Castoriadis) pueden ayudarnos a entender estos momentos en los que, no sólo el
conflicto, sino también la cooperación producen ciudad, bien sea bajo la forma de amplias coaliciones
políticas, e incluso bajo la forma del control del Estado por un partido. Pero para que estas hegemonías
políticas prosperen y desarrollen, es menester que las mismas sean capaz de ofrecer una respuesta, no sólo
simbólica y discursiva, sino también económica y material a la cuestión del desarrollo y permanencia de lo
27

urbano, tal como es planteada por David Harvey en su texto “Los Límites del Capitalismo y la teoría
marxista” (1990)19 en términos de que el espacio urbano contemporáneo, en cuanto ambiente construido20
y concentración espacial del capital fijo, está en riesgo permanente de desvalorización como consecuencia
de la movilidad geográfica del capital (el financiero principalmente) buscando mayores tasas de ganancia y
menores tiempos de retorno, teniendo como correlato la desintegración de las formaciones sociales y
políticas allí contenidas. Este panorama se caracteriza más o menos, en las palabras de Harvey, por la
premisa de que

“Si la porción del capital que está libre para moverse aprovecha plenamente su movilidad potencial, entonces la otra
porción del capital que está encerrada en un lugar seguramente sufrirá todo tipo de revaluaciones inciertas (tanto
aumento como disminuciones). Si el capital que está encerrado dentro del ambiente construido es propiedad de un sector
separado del capital, entonces está preparado el escenario para el conflicto entre actores.” (Harvey, 1990:398).

El problema político aparece en cuanto no todos los capitalistas están en condiciones de trasladar sus
capitales hacia otros territorios, por estar los mismos sumamente atados a la inmovilidad del espacio
(especialmente los sectores inmobiliarios, del transporte terrestre y del mediano comercio), ni todos los
trabajadores (capital fuerza de trabajo) están tampoco en condiciones de migrar a otros países o territorios
y escapar de las trampas y devaluaciones del capital fijo (Harvey, 1990:387). De esta manera, la suerte de
gran parte de individuos, sean considerados ciudadanos o no, está ligada a la suerte del territorio, en este
caso del ambiente urbano-construido, lo cual obliga a algún tipo de acción política por asumir y orientar su
destinos. Es decir, la pulsión por mantener la vida y los intereses materiales ligados a ella, obliga a la
construcción de movimientos y coaliciones, es decir a algún tipo de identidad y articulación de intereses, lo
que para nosotros significa construcción de una idea colectiva de ciudad, bien sea compartida o en disputa.
Para Harvey, esto aparece con mayor notoriedad en aquellas ciudades donde trabajadores han logrado
previamente altos niveles de reconocimiento y redes de protección social:

“redes de contactos personales, sistemas de apoyo y los elaborados mecanismos que ayudan a hacerle frente
a la vida y que se encuentran dentro de la familia y de la comunidad, la protección de las instituciones, y eso
sin decir nada de los mecanismos para la movilización política, pueden convertirse por los esfuerzos creativos
de los trabajadores y de sus familias en islas de fuerza y privilegio dentro de un mar de luchas de clases. La
protección de esas islas a menudo asume gran importancia en la vida de los trabajadores. La fuerte lealtad a la
familia, la comunidad, el lugar y el medio cultural actúan como barreras a la movilidad geográfica.” (Harvey,
1990:387)

Esas “islas de fuerza y privilegio dentro de un mar de luchas de clases” es lo que consideramos que se
aproxima, dentro del lenguaje y análisis de Harvey, a lo que hemos venido tratando de conceptualizar como
ciudad, y que en las propias categorías de Harvey pudiera denominarse como “configuraciones espacio-

19
Este texto es importante en la medida que trata de desarrollar, con base en la teoría del capital fijo – que se encuentra inscrito en el concepto
marxiano de capital constante – una teoría de la producción, reproducción y crisis de los ambientes construidos para la producción, los cuales, por
razones de economías de escala y rapidez de circulación del capital se concentran en y forman el espacio urbano. En esta medida, se trata de una
teoría del desarrollo urbano a partir de la producción y devaluación capital fijo, dentro del marco general de circulación del capital como un todo,
que da cuenta de lo que llamará luego “desarrollo geográfico desigual”. Aunque consideramos este esfuerzo bastante notorio y productivo,
consideramos su insuficiencia en dos direcciones: primero, en equiparar analíticamente, muchas veces de manera inconsciente e imperceptible el
fenómeno urbano-espacial con el fenómeno político de la ciudad; segundo, aunque a lo último, de manera breve, introduce la cuestión de las
alianzas políticas y de la cultura en general están son subordinadas a ser una función del capital (incluyendo la fuerza de trabajo). Restando estas dos
observaciones, consideramos que este texto es de suma importancia para comprender la producción del espacio urbano desde el punto de vista
económico del capital y las contradicciones y tensiones que introduce para la gestión política de las tensiones y contradicciones que allí se producen.
20
“El ambiente construido tiene que ser considerado como una mercancía mixta, completa y geográficamente ordenada. La producción, orden,
mantenimiento, renovación y transformación de esa mercancía presenta graves conflictos… tiene que ser coordinada, tanto en el tiempo como en el
espacio, de tal manera que permita que la mercancía mixta asuma una configuración apropiada.”(Harvey, 1990: 238)
28

temporales” con una alta coherencia política y económica, que se constituyen, precisamente, en ese
movimiento de confrontación/negociación entre las fuerzas capitalistas (individual y asociadamente) y las
fuerzas organizadas de las y los ciudadanos (bien sean como trabajadores o como pobladores) por lograr
imponer sus propios intereses y representaciones políticas del futuro, no sólo frente al espacio y la
infraestructura urbana sino también frente a las relaciones de producción e intercambio. En consecuencia,

“Cada región se inclinará a formar una ley del valor para sí misma, relacionada con su nivel de vida material
particular, las formas de proceso de trabajo, los arreglos institucionales e infraestructuras, etc. Ese proceso no
concuerda en lo absoluto con el universalismo hacia el cual siempre se inclina el capitalismo.” (Harvey,
1990:419)

6. A modo de síntesis y conclusiones

La revisión y crítica de la literatura hasta aquí adelantada nos permite mantener la idea de central del
concepto de ciudad como asociación política, tal como aparece formulado inicialmente por Aristóteles en la
Política, pero debidamente ajustado sociológica e históricamente a nuestros tiempos como una producción
espacial y política de las luchas y contradicciones sociales (Castells), como proyección histórica y colectiva
de la sociedad en un lugar o territorio (Lefebvre) que responde a la permanente amenaza de
desvalorización y degradación del medio-ambiente urbano construido y el capital allí incorporado (Harvey).
Desde esta perspectiva y a la luz de estos cuatro autores, podemos observar la profunda reducción política,
sociológica y económica que del concepto de ciudad realizan autores como Max Weber, Robert Park y Le
Corbusier, pudiendo formular un concepto preliminar y operativo de ciudad como un proyecto colectivo,
como unidad política y sociológica con coherencia espacio-temporal limitada, es decir, como una forma
social no permanente en el tiempo, ni continua en el espacio, que se constituye a partir de procesos
colectivos de conflicto, negociación y cooperación por el control y direccionamiento de las fuerzas y
procesos económicos y culturales que la sustentan en el espacio. A su vez, y de manera inversa, una ciudad,
en tanto coherencia política espacio-temporal existente puede des-configurarse y reducirse a mero espacio
urbanizado, económicamente devaluado y socialmente desintegrado en la medida que no es capaz de
resolver las contradicciones económicas y culturales que permanentemente la atraviesan y amenazan.

En esta dirección, asumimos, que desde lo político, sociológico y económico, no existe una relación de
identidad entre ciudad y urbe, ya que el espacio físico y geográfico, aunque en estrecha y fuerte interacción
con cualquier formación política y socio-económica, no da completamente cuenta de ellas, precisándose
diferenciar, para los estudios y análisis político-económicos, el qué entendemos por ciudad y el qué
entendemos por urbe. En este sentido asumimos que la ciudad nunca será un algo dado, evidente e
inmediato, será siempre un proyecto, una hipótesis a comprobar en el análisis político urbano concreto, una
dimensión que limita e interroga a la propia cuestión urbana. Por otro lado, tratando de evitar también al
máximo de evitar la confusión que surge cuando se hace mención a ciudades de mayor o menor tamaño,
bien sea por población, por extensión, por densidad demográfica, por producto interno bruto, entre otros,
consideramos que las palabras urbe (como conglomerado urbano) y municipio nos pueden ser de más
ayuda, en tanto su origen y semántica actual es decidida e inconfundiblemente espacial, en el primer caso y
político-administrativo en el segundo.

Desde otra perspectiva, metodológica y analítica, consideramos que la distinción entre urbe y ciudad nos
sirve también para diferenciar y establecer la mediaciones necesarias entre los procesos sociales y políticos
29

mediante los cuales se forman los grupos de interés y la voluntad colectiva que dan base a las coaliciones
políticas que representan y orientan el proyecto de ciudad, en tanto complejo espacial e histórico, y los
procesos económicos y espaciales que configuran la realidad física y geográfica de lo urbano y que en gran
medida determinan los horizontes de posibilidad y los comportamientos individuales y colectivos al interior
de los conglomerados urbanos. Se trata, entonces, de poder diferenciar y a su vez poder articular como
totalidad, por un lado, los intereses, las contradicciones y convergencias que subyacen a la conducción
política y gestión administrativa que configura (o desconfigura) la ciudad y su múltiple realidad escalar (local
urbana, regional e internacional en sus relaciones económicas y culturales) y que, de múltiples formas,
determinan la construcción y destrucción de infraestructuras materiales, de un ambiente construido y un
tipo particular de urbanismo que definen la imagen y la singularidad espacial de cada ciudad; y por otro
lado, se trata de investigar y comprender el tipo particular de relaciones sociales, los procesos de
sociabilidad, de formación de la personalidad y transformación de la cultura que esa relación entre el
ambiente urbano construido y la conducción política y administrativa del mismo producen.

Como programa a desarrollar, se trata, de alguna manera, de relacionar analítica, sintética y críticamente
dos ámbitos o dimensiones de la misma sociología urbana que, por mucho tiempo, se han movido o
desarrollado de manera independiente, y muchas veces de manera confrontativa, pero que en realidad se
trata de lecturas metodológicamente complementarias, no necesariamente antagónicas, de una misma y
vasta realidad compleja en la que compiten distintas posturas teóricas. De un lado, y de manera casi
paradigmática, tenemos los estudios orientados al comportamiento de individuos y grupos en el espacio
urbano, conducidos por G. Simmel y la Escuela de Chicago, y por el otro lado, tenemos los estudios
orientados a los procesos macro que definen la realidad política y económica de la ciudad y que tienen en
M. Castell y D. Harvey algunos de sus representantes más insignes, sin olvidar los trabajos pioneros en
sociología sobre morfología urbana de E. Durkheim y M. Halbwachs, los cuales precisan hoy ser críticamente
recuperados para establecer una mediación coherente entre estas dos grandes posturas metodológicas y
analíticas de la realidad urbana.

Por último, una mayor fundamentación y continuación de esta propuesta requiere explorar y profundizar,
más adelante, en categorías y conceptos políticos que le son próximos, y que de alguna manera también
están detrás de su formulación. Nos referimos especialmente a los conceptos de hegemonía (Gramsci),
coalición política dominante (Mollenkopf), institución política (Castoriadis), de cara a anclar válidamente
esta construcción dentro de conceptos más generales como los de Nación, Estado, modo de producción y
sociedad.
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