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matemáticas con una colección de libros que puso a mi disposición. Seguí al pie de la
letra su mandato hasta que la filosofía comenzó a absorber lo mejor de mis capacidades.
A Mac Gregor no le hizo la menor gracia mi cambio de actitud, pero para entonces
había dejado ya de ser superior de los jesuitas para entregarse en cuerpo y alma, con el
éxito que conocemos, a la conducción de la Universidad Católica.
En convergencia con las tareas científicas, se fue gestando en nosotros una visión
compartida del quehacer universitario, que ponía trataba de articular el profesionalismo
y la calidad del trabajo académico, la dimensión social de la institución universitaria y
la democracia interna. Coincidíamos en estas preocupaciones con una dirigencia del
movimiento docente –Benjamín Marticorena, Jaime Ávalos, Javier Verástegui y tantos
más- que había sabido hermanar seriedad académica y compromiso institucional.
Intentamos juntos en más de una oportunidad y sin mucho éxito llevar nuestros sueños a
la práctica. Creo que tuvimos mejor suerte en el impulso y renovación de instituciones
promotoras del conocimiento científico.
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En este entorno se forjó mi compromiso con el desarrollo del conocimiento científico y
tecnológico, un compromiso que, por lo demás, no sólo no ha entorpecido sino que se
ha constituido en fuente de enriquecimiento de mi trabajo en los campos de la historia y
la filosofía.
Después de este apunte autobiográfico, que hago aquí por primera vez, es más fácil
entender que entre mis campos preferidos de investigación figuren desde entonces la
historia de la ingeniería y el discurso de ingenieros, arquitectos y científicos sobre el
Perú, en ambos casos en el marco del diseño y construcción de la modernidad en el país.
Tengo para mí, y es mi hipótesis central y la línea argumental de mis investigaciones al
respecto, que la generación, apropiación y desarrollo de la ciencia, la ingeniería y la
arquitectura modernas y la elaboración y difusión del discurso sobre el Perú de
científicos, ingenieros y arquitectos se revisten de sentido y adquieren densidad
histórica cuando se los entiende como componentes, quizás los más significativos, del
proceso de introducción y aclimatación en el Perú del proyecto de la modernidad, su
particular racionalidad y sus concretas objetivaciones procedimentales, organizacionales
e institucionales.
Dedicaré a este tema el estudio que se me ha solicitado como parte del expediente de
incorporación a la Academia, pero permítanme, para concluir, dejar avanzadas dos
breves anotaciones.
A partir de esta situación, que por cierto ocurre no sólo en la historiografía peruana, no
es raro que quienes investigamos la historia de las ciencias y la tecnologías apuntemos
no sólo a reconstruir el pasado de esta parcela de la realidad, en una especie de gozosa
autocontemplación, sino a incorporar sus resultados a la historia general para entender
más cabalmente los procesos históricos. Hay que decir, por otra parte, que esta
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dimensión de la realidad no es tampoco inteligible sino mirada desde la perspectiva de
la historia general. Hace años que repito a mis alumnos que la ciencia y la tecnología no
tienen historia, pero añado a continuación que no hay historia sin ciencia y tecnología.
Con respecto a los discursos sobre el Perú ocurre algo parecido. Los estudiosos de las
ideas, en su intento por dar cuenta de cómo nos hemos percibido y cómo hemos
asumido conceptualmente nuestra historia y nuestra realidad, ponen sus ojos
preferentemente, con contadas excepciones, en el pensamiento de políticos, filósofos,
literatos y científicos sociales, sin advertir que también los científicos, médicos,
ingenieros y arquitectos han pensado y siguen pensando el país.