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Retiro de Cuaresma

Para Catequistas, Vicarías de la Santa Cruz y Sagrado Corazón

Jueves Santo
“Día de los Amigos”

“Dios nuestro, que nos has reunido para celebrar aquella Cena en la cual
tu Hijo único, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el Sacrificio
nuevo y eterno, sacramento de tu amor, concédenos alcanzar por la
participación en este sacramento, la plenitud del amor y de la vida…”

Para muchos, ésta es la fiesta de los amigos… de los amigos de Dios. Porque, más que
recordar, es vivir nuevamente, como miembros de la gran familia de Dios, el momento en
que Jesucristo, Dios mismo, nos entrega su Cuerpo y su Sangre como alimento, un alimento
que también somos nosotros mismos, por nuestro trabajo, por nuestras obras y acciones,
por nuestra vida total… esta es también una noche especial y distinta: no la gran noche,
pero sí la que prepara inmediatamente la más grande de las noches.

Una entrega muy especial


Así, somos testigos de esta entrega muy especial. Porque celebramos la noche de la
liberación de un pueblo que, siendo liberado de la esclavitud, comienza a vivir la alegría
del ser libre, dueños de su propia historia. Ellos lo recuerdan cenando el cordero, las
hierbas amargas, derramando la sangre del cordero en las puertas. Signos muy bellos, muy
buenos, muy santos; pero nosotros, en la plenitud que sólo Cristo puede ofrecer, somos
liberados de una esclavitud más cruel: la del pecado de la indiferencia, el odio y la muerte
que estos pecados provocan en nosotros, somos liberados para vivir esa libertad como
hijos de Dios; ya no cenamos el cordero, sino al mismo Dios, la Carne de Dios, y la sangre
del sacrificio, la propia Sangre de Dios, los hacemos nuestro cuerpo y nuestra sangre. La
Eucaristía… Somos hijos de Dios, somos sus amigos, ésta es nuestra fiesta.
Y es nuestra fiesta también, porque nos ha dejado otro sacramento para poder hacer
realidad su presencia Eucarística: El Orden Sacerdotal. El sacerdote que, por su
consagración tan especial, es otro Cristo, haciendo las mismas obras de Cristo a pesar de
sus deficiencias, de sus limitaciones, de su pequeñez ante el misterio… Aquél que con sus
manos consagradas hace realidad el Cuerpo y la Sangre de Cristo en nuestros altares… el

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que ofrece sacrificios y eleva oraciones por todos nosotros… y así, la Iglesia, hoy y siempre,
hace la Eucaristía, y vive de la Eucaristía.
Así también, y aquí me quiero detener un poco más, hoy Jesús nos invita al amor, y lo
hace a través de un gesto sensacional que significa no sólo el amor en abstracto, sino en
concreto, de Perdón y Misericordia. Reconociendo nuestra humanidad, él que se ha hecho
Dios-Hombre, baja a nuestros pies… y los limpia, y los lava, y con ello nos enseña la
realidad del servicio: A los pies de los demás.

A los pies de los demás


¿Inimaginable? Quizá, según la mentalidad moderna. Nuestra sociedad ha perdido el
sentido de la vida, la hospitalidad, la acogida, el servicio y el honor, por lo cual,
imaginarnos “sirvientes de otros” puede resultar una idea muy extraña y hasta violenta:
muchos estamos para ser servidos; pocas veces servimos, más por compromiso, y muy
pocas por voluntad propia. Esta sumisión, la obediencia, el servicio, este inclinarse y estar
a los pies de los demás, es inclinarse ante Dios, porque ahora en el misterio de la
Encarnación, nos inclinamos ante Dios cuando satisfacemos las necesidades de otros y
curamos sus heridas.
El Relato de Juan tiene lugar al inicio de la Cena. Por lo tanto, es posible pensar que
Judas, el traidor estaba también ahí. Es seguro que Jesús también a él le haya lavado los
pies: porque el amor y el perdón es para Todos, porque todos necesitamos de esa limpieza
y esa curación que produce el perdón y el amor.

¿Comprenden lo que he hecho?


Hay una pregunta clave aquí, y la hace Jesús: ¿Comprenden lo que he hecho?... ¿lo
entendemos? O ¿cerramos los ojos a nuestra realidad humana? Jesús es el Señor, el
Maestro, Jesús es Dios y ¡nos ha lavado los pies! Este gesto no es un mero ritual, sino la
santificación del servicio, de la caridad y del amor a los demás.
Así, nuestra fe no es un mero conjunto de ritos, no es sólo escuchar, leer y meditar la
Palabra… no es sólo rezar y orar… ¡No basta! Es hacer todo lo anterior, pero siempre
pensando en los demás, siempre sirviendo a los demás, siempre sanando a los demás,
siempre cerrando las heridas de los demás. Nuestra fe es un gesto activo de fidelidad a
Dios. Nuestra fe es “obras”: “Obras son amores”.
En esta celebración se nos invita a comer y a beber en la mesa del Señor, a dejarnos
lavar los pies, a entrar en las heridas y en corazón de Cristo, a ser sus amigos… y con ello,
hacer lo mismo con los demás, con el que está a nuestro lado, nuestro hermano o hermana,
nuestro padre o madre, nuestros vecinos… con el que nos ha traicionado.
Tenemos que lavarnos los pies unos a otros, ¿comprenden? Jesús expresó su amor en
el servicio al mundo. Ahora ésta es nuestra tarea ¿estamos listos?

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Jesús en el Viernes Santo
“¿Quién es Jesús?”

“Tú, que con la Pasión de Cristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, nos libraste
de la muerte, que heredamos todos a consecuencia del primer pecado,
concédenos, Señor, a cuantos por nacimiento somos pecadores,
asemejarnos plenamente, por tu gracia, a Jesucristo…”

¿Quién es Jesús?
Entre las primeras preguntas que te han hecho en tu proceso de vida cristiana
seguramente está ésta. Y la respuesta más común ha sido experiencial y muy válida: “¡Jesús
es quien me ha sacado del lodo!”. Porque por eso estamos tú y yo aquí: intentando dejarnos
sacar del lodo, del pecado, de la oscuridad, tomados de la mano de Cristo.
Pero ¿quién es, realmente, Jesús? En el Credo Niceno-Constantinopolitano afirmamos
una larga respuesta, que francamente no sé si entendemos. Igualmente, en el Símbolo de
los Apóstoles, la afirmación es ciertamente más sencilla, pero hartamente más oscura. Y si
utilizamos el Credo Bautismal, el de pregunta y respuesta, también afirmamos cosas
sorprendentes de Jesús: el Cristo, el Mesías, el Crucificado, el Resucitado, Verdadero Dios
y Verdadero Hombre.
Hoy miraremos al crucificado, porque creo que no hay mejor oportunidad para
comprender realmente la verdadera dimensión de Jesús, que mirarlo en la Cruz.

A Jesús, me lo sé de memoria…
Paseando por Internet, en Facebook, he encontrado un texto muy curioso que comienza
con una frase alegre y a la vez terrible, y es de San Francisco de Asís, el trovador del amor
de Dios: “¡Me sé de memoria a Jesucristo crucificado!”.
Y me ha puesto a pensar: “Sí, yo también me lo sé de memoria”: tantos relatos, tantos
textos sobre su pasión, muerte y resurrección: empezando por los cuatro poemas del siervo
doliente, en el libro de Isaías; siguiendo por los cuatro evangelios y los himnos
cristológicos en las cartas de San Pablo; los comentarios a los evangelios y a las cartas
paulinas por los Santos Padres de la Iglesia, los de occidente y los de oriente; los
comentarios de San Agustín de Hipona, de Santo Tomás de Aquino y los de San
Buenaventura a los comentarios de los Santos Padres, comentando los evangelios y las
cartas paulinas; los comentarios de los comentarios a los comentarios… las arengas de San
Bernardo de Claraval para invitar a los cristianos cruzados a matar a los infieles
musulmanes; los viacrucis meditados y los pintados; las infinitas cristologías que están en
las bibliotecas de todo el mundo, desde las más heréticas, llegando a la de Lutero, pasando
por las de la Teología de la Liberación, las de la Nueva Teología, hasta las más dogmáticas
y correctas, terminando por la del Vaticano II; los cuadros icónicos bizantinos, los del
renacimiento, los de Velázquez, los del Greco, y hasta los de Dalí.

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Los rostros fílmicos y teatrales de Cristo, desde “El Mártir del Gólgota” con un Jesús
españolizado de preciosos cabellos rubios y excelentes rizados, envidia de cualquier
señora de alta sociedad, al de “La Más Grande Historia Jamás Contada” con un Jesús rústico,
sucio y quemado por el sol inclemente del Desierto de Judea y de los caminos polvorientos
de Israel; desde el Cristo serio y estilizado, de hablar pausado y solemne, retratado por
Zeffirelli; el sonriente de “Jesús de Nazareth, la verdadera historia”, el Cristo recio y
tribulado de “La Última Tentación”, al terriblemente sangrante y mutilado de “La Pasión”
de Mel Gibson. El Cristo Súperman de “Godspell”, y el Súperstar ‘hippioso’ y setentero y
después moderno pandillero de la Ópera Rock “Jesucristo Súper Estrella”…
Desde el relato oracional de “Mi Cristo Roto”, a la subyugante poesía “crística” de
Gabriel García y Galán; y hasta el vulgar Cristo de Iztapalapa, por no mencionar los de
nuestras parroquias…
Tantos rostros, tantos cuadros, tantos cristos, chiquitos y grandotes, unos muy
masculinos, otros muy feminizados… Que a Cristo crucificado me lo sé de memoria. Pero
no como San Francisco, que él, sí que se lo sabía, tan de memoria que lo vivió en el amor a
los hermanos y a la naturaleza y hasta recibió los sagrados estigmas.
Y nosotros… ¡vaya que lo sabemos de memoria!… que hasta lo predicamos al más
pequeño y pecador de nuestra casa.
Pero vuelvo a la pregunta inicial: ¿Quién es Jesús?
Por eso, hoy, más que detenerme en su gloriosa Pasión, Muerte y Resurrección, que
creo nos la sabemos de memoria, hay que detenerse en su verdadera dimensión y en su
verdadera personalidad, la divina y la humana. Pero, al meditar el Viernes Santo, lo
miraremos desde la Cruz. Lo sabemos de memoria lo encontramos en el Símbolo de los
Apóstoles y en el Credo Niceno-Constantinopolitano, por eso, resumamos en puntos
primordiales:
Jesús es Dios. Jesús es Hijo de Dios. Jesús es Verdadero Dios y Verdadero Hombre.
Jesús nace de una virgen llamada María. Jesús es concebido por obra y gracia del Espíritu
Santo. Jesús, para nuestra salvación, Padeció, Murió en la Cruz, Resucitó y Ascendió a los
cielos. Jesús vendrá nuevamente a juzgar a vivos y muertos. Jesús es Rey de un reino que
no tendrá fin.
Todas estas realidades las podemos comprender mucho mejor si las miramos desde la
cruz. Primero, porque la cruz ha sido el instrumento ignominioso de tortura y salvación;
segundo, porque hoy, Viernes Santo, adoraremos la Cruz y habrá qué entender por qué la
adoramos.

¿Quién es, entonces, Jesús?


Jesús es Dios. Porque sólo Dios puede salvar. Y la cruz fue el instrumento, que no el
fin, para salvarnos.
Jesús es Hijo de Dios. Porque él es el Verbo Encarnado, la Palabra hecha carne. El que
da testimonio de que Dios es Padre; y para ser Padre se requiere de un Hijo, aunque a
través del Hijo, por un regalo en la cruz, adquiere el Padre un sinfín de hijos. Y es en la cruz
donde Jesús se revela con mayor intensidad él mismo como Hijo del Padre: “En tus manos,

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Padre, encomiendo mi espíritu”. Al exhalar, seguramente en su mente concluía: “Tú el Dios
leal me librarás…”
Jesús es Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Porque sólo Dios es capaz del
sacrificio por amor, y sólo un hombre podría ser el precio para pagar la ofensa del pecado,
que sólo el hombre pudo haber cometido. Verdadero Dios, porque sólo Dios puede animar
la vida del ser humano con un mensaje tan lleno de sabiduría, amor, comprensión y
misericordia. Verdadero Hombre, porque, además de ser varón, es igual a nosotros en
todo, menos en el pecado, porque tuvo que nacer, tuvo que aprender y conocer, porque
tuvo que descubrir su misión y su vocación, porque sintió frío, hambre y vivió la pobreza,
porque se alegró con la conversión de la pecadora, porque lloró la muerte de un amigo,
porque comió y bebió, porque también un día se enojó con los vendedores en el Templo,
porque realmente sudó y sangró durante su pasión, porque se cayó tres veces con la cruz
a cuestas, y porque sintió el abandono, y la sed, y la necesidad de perdonar. Y es en la cruz
donde miramos, en toda su crudeza, el sacrificio por amor y el pago por la culpa.
Jesús nace de una virgen llamada María. Virgen porque no conoció (bíblicamente)
a hombre alguno; virgen porque fue preservada por Dios del pecado original; Jesús nace,
porque al ser verdadero hombre era necesario que naciera como cualquier hombre, de
una mujer, y bajo la ley, dirá san Pablo. Y es en la cruz donde miramos esa relación madre-
hijo, y donde él nos la regala como Madre nuestra.
Jesús es concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo es
la fuerza de Dios y el motor del amor que une al Padre con el Hijo, y al Padre y al Hijo con
la humanidad entera. Y es en la cruz, en su vertical, donde vemos esa unión íntima de lo
celestial con lo terrenal; y en la horizontal donde, por el mismo Espíritu, une a la humanidad
entera.
Jesús, para nuestra salvación, Padeció, Murió en la Cruz, Resucitó y Ascendió a
los cielos. Porque el precio de la salvación es muy alto, y sólo un Dios podía actuar en favor
de la humanidad entera, y sólo un hombre podía ser el sacrificado. Porque el sufrimiento
tan grande que tuvo que padecer fue necesario para purificar lo que siendo limpio de
origen por mal uso de su libertad se había manchado. Porque no se quedó en el sufrimiento
que no es cosa divina, sino que da la esperanza de la vida eterna al resucitar y resucitando
él nos resucitó a nosotros. Porque finalmente regresó a la Casa del Padre, mostrándonos el
camino seguro para volver al paraíso perdido. Y es en la cruz donde todo este proceso
culmina, se glorifica, se eleva y se sublima.
Jesús vendrá nuevamente a juzgar a vivos y muertos. Porque para eso vino la
primera vez, para salvarnos, habrá de venir de nuevo para culminar la obra de dicha
redención. Porque su juicio es sobre la vida que, por el amor derramado debería ser vivida
con grande intensidad en ese amor y en esa misericordia. Porque su juicio es sobre la
muerte que ha sido vencida, justamente, desde la cruz para que ella no reine nuevamente
jamás (aunque algunos se atrevan a llamarla santa y a adorarla). Y es en la cruz, donde
vencida la muerte, la vida culmina y vuelve a empezar nuevamente recreada y regenerada.
Jesús es Rey de un reino que no tendrá fin. Porque efectivamente Jesús ejerce el
verdadero poder que consiste en el servicio: Dios es Dios-al-servicio-del-hombre. Porque
el servicio, su poder, es resultado del amor. Porque el amor genera misericordia. Porque

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la misericordia exige justicia. Porque la justicia es el principio de la santidad. Y la santidad
es lo que Dios quiere de la humanidad: sean santos como mi Padre es santo. Y es en la cruz
donde está el trono de gloria de Jesús, que es el único que ha podido hacer de un
instrumento de tortura un signo de triunfo del amor y la misericordia. Por esto la Cruz ha
de ser adorada.

Respuesta final
Jesús es Jesús, es el que salva, es Dios-con-nosotros, el que me ha sacado del lodo, el
Crucificado, el que me ha hecho capaz del amor, tanto de recibirlo, como de darlo. Hoy,
por tanto, hermanos, es el día de Jesús. ¡Adorémosle!

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Celebración de la Vigilia Pascual
“No está aquí, ha resucitado”

“Dios nuestro, que haces resplandecer esta noche santa con la gloria del
Señor resucitado, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que renovados en
cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio…”

No está aquí, ha resucitado


La Vigilia Pascual es una noche distinta. Se vive, pues, una celebración muy especial y
muy diferente a todas las demás celebraciones. Se empieza tarde, prácticamente cuando
lucha la agonizante luz del día, contra la penumbra naciente de la noche. Se enciende un
Fuego Nuevo, es bendecido el Cirio Pascual; se canta en la oscuridad un Pregón que
proclama la Nueva Vida, el Triunfo de Jesús Resucitado; y luego están las lecturas, siete del
Antiguo Testamento para recordar nuestra historia, el por qué vivir esta noche larga, el por
qué esta noche es diferente a las otras noches… San Pablo nos ha recordado que Cristo,
una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca… y que nosotros, muertos al
pecado, vivimos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro…
Se canta también la Gloria… La Gloria del Señor que se ha abierto proclamando una
nueva etapa, una nueva generación, la recreación entera del universo, el restablecimiento
del orden perdido por el pecado… se trata del culmen de la historia de la humanidad
entera, de nuestra propia historia.
Y es verdad: Cristo ya no está entre los muertos, porque Él vive, ¡ha resucitado! ¡Qué
gran acontecimiento estamos viviendo en este momento!
La piedra ha sido movida. El Señor ya no está ahí. Vive. Pero… siempre hay un pero en
estas cuestiones…
Pero ¿te das cuenta lo que ha sucedido?, ¿te lo estás creyendo? O bien, para ti como
para muchos, ¿sólo se trata de un cuentito pasado de moda y en el que se entretienen
solamente las viejitas piadosas? ¡Cristo ya no está entre los muertos, porque ha resucitado!
Y está aquí, vivo entre nosotros, en nosotros, con nosotros, para nosotros. ¿Lo reconoces?
Está a tu lado, toda la celebración ha estado a tu lado; está en esta luz encendida con el
Fuego Nuevo de la renovación entera del universo; está en su Palabra que nos ha sido leída
y entregada personalmente… está en este altar… está en el ambiente entero.
Esta es la Noche en que Cristo ha vencido a la muerte… ha vencido el pecado, pagando
los nuestros, ¡ha resucitado!

La Historia de la Salvación es nuestra propia historia


Por eso hemos tenido que hacer conciencia de cómo hemos llegado a este momento de
la historia, qué es lo que nos ha traído aquí. Se trata de un acontecimiento real, duradero y
permanente, no sólo de un hecho histórico sucedido en las brumas de nuestra historia
humana, sino de una serie de acontecimientos que al final se hacen uno: Dios nos ama, y

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por su amor estamos aquí, vivos también y redimidos, salvados del poder del pecado y de
la muerte.
Lo que hemos leído hoy: la creación del universo y de la humanidad, el sacrificio
obediente de nuestro padre Abraham, el gran momento de la liberación de la esclavitud y
el paso definitivo hacia la Libertad…, las profecías que nos recuerdan la gran Alianza y sus
mandatos, el camino para la felicidad… el anuncio de la llegada inminente del Mesías, el
ungido por Dios para nuestra liberación final y definitiva… y finalmente, el gran
acontecimiento, centro de nuestra fe: la Resurrección de Jesús, el Cristo. Todo esto no ha
sido sólo un espectáculo para entretenerlos esta noche… sino un recordatorio de lo que
Dios, por iniciativa propia, por puro amor ha hecho por ti y por mí.
Lo que has oído y vivido esta Noche Santa no debe ser sólo un recuento histórico
perdido en un pasado muy distante, sino la serie de acontecimientos en tu propia vida, en
la mía, en los cuales Dios mismo –el Padre Celestial, su Hijo amado, la Palabra y el Espíritu
Santo consolador-, ha estado muy presente formando parte de nuestra vida, de tu propia
vida.
Como lo hemos leído hoy en esta antología histórica, también fuimos creados en un
momento determinado, y de la nada… resultado del amor de Tres: tu padre, tu madre y el
Padre de todos… también has tenido que hacer grandes sacrificios que te han costado quizá
sangre, sudor y lágrimas… también has sido rescatado de la esclavitud, del servilismo
mortal, también has sido conducido por el desierto ingente del hastío, la indiferencia y el
desprecio humano… también has sido llamado por los profetas, los de este tiempo, para
volver al amor de Dios… y también te has olvidado frecuentemente de Él… y hoy… hoy,
hermano, hermana, hoy Cristo ha resucitado para ti, y es verdad… ésta, sí es La Verdad
más intensa, real y apasionante de nuestra vida. Dios-con-nosotros es una Realidad, en la
historia de la humanidad, en nuestra propia historia, en tu historia, en mí historia…

La Pascua de Jesús es también nuestra Pascua


Y si esto es claro para ti y para mí, entonces sí, podremos celebrar esta gran Pascua. La
de Jesús, que es nuestra Pascua. Sí, nuestra Pascua, porque si Jesús ha vencido al pecado y
a la muerte, lo ha hecho no para sí mismo, puesto que el Él no cabe ni el pecado ni la muerte,
sino por nosotros: nosotros somos los que hemos sido creados, nosotros lo que hemos
pecado, nosotros los que hemos sido “desterrados”, nosotros, los que hemos sido
esclavizados por nuestro egoísmo y soberbia, nosotros los que hemos tenido que
purificarnos, nosotros los que necesitamos de Él… Con su Resurrección, nosotros también
hemos resucitado.
Hoy pedimos avivar en nuestra Iglesia el espíritu filial. Es decir, si Jesús ha resucitado
para nosotros, entonces, estamos llamados a compartir esta alegría con los demás: Cristo
nos ha presentado una nueva dimensión de Dios como Padre, así nos hermana unos a otros.
No somos un pueblo formado por extraños, sino por una familia en Dios y en su amor.
Sabernos salvados por el amor ha de producir en nosotros tal alegría que, reconociéndonos
mutuamente como hermanos, habremos de hacer a un lado todo sentimiento contrario a
este amor, fuera el odio, fuera el egoísmo, fuera la soberbia… veámonos mutuamente como
hermanos, participémonos unos a otros la alegría de sabernos hijos amados del Padre
celestial, ayudándonos mutuamente con la caridad de Cristo, confirmando mutuamente

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nuestra fe, fortaleciendo nuestra esperanza en un futuro mucho mejor, en una humanidad
realmente amable y profundamente comprometida en el progreso mutuo, sobretodo en la
construcción del Reino de Dios.
Por este amor, por su resurrección, hemos sido renovados en cuerpo y alma, recreados
por ese mismo amor redentor. El ser humano, hombres y mujeres, hemos sido nuevamente
creados a su imagen y semejanza, limpios y puros, libres… libertad que hay que valorar,
pues ella nos ha de conducir a nuestra felicidad, aquella felicidad a la que somos llamados
en el amor… libertad que rompa nuestra indiferencia, nuestro adormilamiento, que nos
lleve a darnos cuenta de nuestros límites y debilidades, y estemos verdaderamente
dispuestos a ayudarnos unos a otros en el encuentro personal con Cristo Resucitado…
Encuentro que deberá conducirnos a una entrega plena al servicio de Dios, sirviendo a
nuestros hermanos. Cristo ha sido el primero en servirnos al sanarnos, al enseñarnos el
camino de la felicidad, al devolvernos nuestra dignidad de hijos de Dios, al salvarnos de
nuestro pecado; a nosotros nos queda seguir este ejemplo y, justo como hicimos el Jueves
Santo, servirnos unos a otros en el amor.
Al final, hagamos fiesta puesto que ahora tenemos la oportunidad de ser
verdaderamente libres… ¿Podremos asimilar nuestra libertad, la verdadera libertad?, aún
más, ¿podremos asimilar el amor de Dios, su gran muestra de amor y misericordia?
Hagamos fiesta por que Dios ha derramado su amor con nuestra liberación… ¡Ahora nos
toca a nosotros aprovecharlo y no tirarlo a la basura!

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