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El psicoanálisis es un conjunto de teorías y una disciplina creada en principio

para tratar enfermedades mentales, basada en la revelación del inconsciente.

El psicoanálisis busca ser también:

- Un método de introspección y de exploración del inconsciente.

- Una técnica terapéutica para el tratamiento de las enfermedades mentales.

- Una técnica usada para formar psicoanalistas (es un requisito básico en la formación
psicoanalítica someterse a un tratamiento psicoanalítico).

- Una teoría crítica sobre el ser humano y la cultura.

1. Historia del psicoanálisis.

El psicoanálisis fue creado en Viena por Sigmund Freud, un médico neurólogo


interesado en encontrar un método efectivo de tratamiento para pacientes
que sufrían histeria y otros tipos de neurosis.

Se puede considerar como uno de los sucesos más trascendentales en el


origen de la teoría la asistencia de Freud a las experiencias llevadas adelante
por el neurólogo Jean Martin Charcot en el hospital Salpêntrière de París.
Estas experiencias sugerían que mediante la hipnosis se podían inducir (y
suprimir) síntomas que se presentaban en los cuadros histéricos, como, por
ejemplo, la parálisis. Las personas que eran sometidas a estas experiencias
no conservaban en la conciencia lo sucedido, aunque estas seguían
influyendo en el comportamiento de los sujetos. A partir de estos resultados,
estudiando numerosos casos clínicos junto con Joseph Breuer, comenzaron a
desarrollarse las primitivas teorías que evolucionaron hasta formar el cuerpo
teórico del psicoanálisis.

Tras hablar con estos pacientes, Freud planteó la teoría de que sus problemas
tenían como causa los deseos y fantasías reprimidas e inconscientes de
naturaleza sexual, socialmente inaceptables.
Así pues, desde que Freud dio a conocer el psicoanálisis en los años 1890, ha
ido evolucionando y ramificándose en varias escuelas y técnicas de
intervención. Entre los sucesores y contemporáneos están Wilhelm Reich,
Melanie Klein, Wilfred Bion, Jacques Lacan y muchos otros que han refinado
las teorías freudianas e introducido las propias. Algunos de los
contemporáneos de Freud, como Carl Gustav Jung y Alfred Adler, se
distanciaron del psicoanálisis para desarrollar teorías alternativas.

2. La teoría del psicoanálisis de Freud.

Sigmund Freud es considerado "el padre del psicoanálisis". Freud fue un


médico que se dedicó a estudiar sistemática y minuciosamente el área de la
neurología. Freud, inicialmente, se interesó por estudiar una patología muy
frecuente en su tiempo: la histeria. Comienza con técnicas hipnóticas a tratar
de aliviar la sintomatología de quienes padecen de este mal, y en su camino,
descubre un método terapéutico.

Freud, en un principio, se limitó a describir detalladamente una técnica, un


procedimiento, que históricamente conocemos como “psicoanálisis”. El
psicoanálisis es inicialmente un instrumento para tratar personas
(básicamente mujeres) que padecen de esta patología. Pero los caminos de
quienes se atreven a indagar en el espíritu humano muchas veces nos
conducen a destinos inesperados. En ese afán de descifrar el enigma del alma
humana, Freud se va a encontrar con múltiples elementos que pretenden
clarificar el origen de la conducta, las emociones, los pensamientos, las
motivaciones, los sueños y en fin, de la existencia del hombre. Lo que
inicialmente se perfila sólo como un instrumento terapéutico, va a llegar a
alcanzar niveles de lo que en filosofía se suele llamar un “sistema” de
pensamiento.

Freud no inventó exactamente los conceptos de mente consciente y mente


inconsciente, pero desde luego lo hizo popular. La mente consciente es todo
aquello de lo que nos damos cuenta en un momento particular: las
percepciones presentes, memorias, pensamientos, fantasías y sentimientos.
Cuando trabajamos muy centrados en estos apartados es lo que Freud llamó
“preconsciente”, algo que hoy llamaríamos “memoria disponible”: se refiere a
todo aquello que somos capaces de recordar; aquellos recuerdos que no
están disponibles en el momento, pero que somos capaces de traer a la
cosnciencia. Actualmente, nadie tiene problemas con estas dos capas de la
mente, aunque Freud sugirió que las mismas constituían solo pequeñas
partes de la misma.

La parte más grande estaba formada por el inconsciente e incluía todas


aquellas cosas que no son accesibles a nuestra consciencia, incluyendo
muchas que se habían originado allí, tales como nuestros impulsos o
instintos, así como otras que no podíamos tolerar en nuestra mente
consciente, tales como las emociones asociadas a los traumas.

De acuerdo con Freud, el inconsciente es la fuente de nuestras motivaciones,


ya sean simples deseos de comida o sexo, compulsiones neuróticas o los
motivos de un artista o científico. Además, tenemos una tendencia a negar o
resistir estas motivaciones de su percepción consciente, de manera que solo
son observables de forma disfrazada. Ya volveremos más adelante con esto.

A partir de Freud se cuestiona y se pone en tela de juicio que realmente


tengamos un conocimiento tan privilegiado de nosotros mismos. Es
cierto que los fenómenos que llamamos “psíquicos” o mentales son íntimos
y, por lo tanto, asequibles para nosotros, pero no para los demás. Pero
también es cierto que ni siquiera nosotros poseemos un conocimiento
completo de nuestra vida psíquica pues algunos fenómenos mentales
permanecen ocultos, incluso para el propio sujeto que los experimenta.

Por todo ello, el psicoanálisis es tanto una terapia para tratar trastornos
mentales como una teoría sobre el ser humano y su mente. Como teoría,
destaca por la defensa de la existencia de estados mentales inconscientes y
porque reivindica su importancia en la determinación de la conducta
humana. Así pues, según la concepción psicoanalítica, no todos los
fenómenos mentales son conscientes. De hecho, la mayoría no lo es y los que
lo son tienen poca fuerza para determinar por completo nuestra conducta.
Para Freud, el verdadero motor de nuestra conducta no son nuestros deseos
y creencias conscientes, sino los impulsos primarios (instintos o pulsiones),
los cuales, a pesar de ser inconscientes, tienen fuertes repercusiones en
nuestro comportamiento.

3. Elementos de teoría psicoanalítica.

3.1.Estructura de la mente: consciente, preconsciente e inconsciente.

Asumido el descubrimiento de una dimensión inconsciente en el hombre,


Freud elabora un primer sistema para representar la mente humana. La
mente o aparato psíquico está estructurado en tres regiones niveles o
lugares: consciente, preconsciente e inconsciente. Tres estratos o «tres
provincias mentales» que indican la profundidad de los procesos psíquicos.

El nivel más periférico es el consciente, el lugar donde temporalmente se


ponen las informaciones que se reciben del mundo que nos rodea y las
experiencias que vivimos. Pronto, las informaciones recibidas y las
experiencias vividas pasan a un nivel más profundo, el preconsciente; con
relativa facilidad podemos acceder a los contenidos mentales aquí
almacenados. El nivel más profundo es el inconsciente y sus contenidos,
difícilmente accesibles a la conciencia, son vivencias traumáticas,
informaciones reprimidas, aquello desagradable que no nos conviene
recordar. En este marco, la represión tiene un papel muy activo; es como una
energía o un esfuerzo que se ejerce a fin de evitar que contenidos
desagradables penetren en el consciente. La represión es uno de los
mecanismos de defensa que permite vivir manteniendo enterrado todo
aquello que dificultaría la vida de la persona.

3.2.Las manifestaciones del inconsciente.

Si bien el inconsciente no es observable, se manifiesta en determinados


comportamientos. Se manifiesta en las sueños, escenificaciones imaginarias
en las cuales se realizan nuestros deseos inconscientes y reprimidos; pero
estas escenificaciones, -el contenido manifiesto del sueño-, se han de
interpretar para acceder a su contenido no disfrazado, -el contenido
latente. Los sueños son el «camino real» hacia el inconsciente.

El inconsciente se manifiesta también en los actos fallidos de nuestra vida


cotidiana, o sea, en los errores que nos delatan, en los olvidos que nunca
hubiéramos deseado. En la vida psíquica nada es casual, todo tiene una
causa: no hay indeterminismo. También los chistes nos informan de nuestro
inconsciente, son descargas psíquicas, pequeños actos de liberación de
nuestras tensiones inconscientes.

Pero donde es más intensa y dolorosa la manifestación del inconsciente es en


los trastornos mentales, especialmente los neuróticos. La neurosis es una
enfermedad en la cual unos síntomas externos (temores, manías, gritos
histéricos, dolores físicos, parálisis,…) son expresión de un conflicto interno
que tiene su origen en la historia infantil del paciente, cuando el niño sufre
una lucha entre el deseo y su prohibición.

3.3.Los impulsos que mueven al ser humano.

Freud consideró que todo el comportamiento humano estaba motivado por


las pulsiones, las cuales no son más que las representaciones neurológicas de
las necesidades físicas. Al principio se refirió a ellas como “pulsiones de
vida”. Estas pulsiones perpetúan (a) la vida del sujeto, motivándole a buscar
comida y agua y (b) la vida de la especie, motivándole a buscar sexo.

Se ha criticado mucho a Freud por la importancia que le dio al placer y a la


sexualidad como motivos básicos de nuestra conducta. Pero Freud,
preferentemente, habla de una pulsión más amplía que la sexualidad y que
llama “líbido”. «La líbido - dice- es una pulsión, una energía pulsional
relacionada con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el nombre
de amor, o sea, amor sexual, amor del individuo a sí mismo, amor materno y
amor filial, la amistad, amor a la humanidad en general, a objetos y a ideas
abstractas». Ahora bien, considera que todas estas tendencias o variantes
constituyen la expresión sublimada del impulso de unión sexual.

Más tarde, Freud empezó a creer que las pulsiones de vida no explicaban
toda la historia. La libido es una cosa viviente; el principio de placer nos
mantiene en constante movimiento. Y la finalidad de todo este movimiento es
lograr la quietud, estar satisfecho, estar en paz, no tener más necesidades. Se
podría decir que la meta de la vida, bajo este supuesto, es la muerte. Freud
empezó a considerar que “debajo” o “a un lado” de las pulsiones de vida había
una “pulsión de muerte”. Empezó a defender la idea de que cada persona
tiene una necesidad inconsciente de morir.

Así pues, a lo largo de su vida, Freud hizo y rehizo su teoría de las pulsiones y
pueden definirse cuatro etapas o versiones de la teoría; eso hace aún más
impreciso afirmar que la pulsión que hace mover fundamentalmente al
hombre es la sexualidad. El Freud más maduro mantiene una teoría dualista
de la motivación humana en la cual la líbido, vista como pulsión de vida, está
interconectada a una pulsión de sentido opuesto, pulsión de muerte o
impulso destructivo:

«Después de largas dudas y vacilaciones, hemos decidido suponer la


existencia de dos impulsos básicos, Eros y el impulso destructivo... El fin del
primero de estos impulsos básicos consiste en establecer unidades siempre
más grandes y preservarlas, o sea, juntarlas; el fin del segundo,
contrariamente, consiste en deshacer conexiones y, de este modo, destruir
seres. Hemos de suponer que el objetivo final del impulso destructivo es
reducir los seres vivientes al estado inorgánico. Por esta razón también
podemos llamarlo impulso de muerte».

Este impulso de muerte se manifiesta en la tendencia a la repetición: los


niños hacen repetir las mismas historietas, los enfermos tienden a repetir la
experiencia taumática y los adultos a menudo hablan de lo mismo; la
tendencia a repetir es el impulso de volver al punto de partida de la vida, de
volver al mundo inorgánico.

Parece una idea extraña en principio, y desde luego fue rechazada por
muchos de sus estudiantes, pero creemos que tiene cierta base en la
experiencia: la vida puede ser un proceso bastante doloroso y agotador. Para
la gran mayoría de las personas existe más dolor que placer, algo, por cierto,
que nos cuesta trabajo admitir. La muerte promete la liberación del conflicto.
La evidencia cotidiana de la pulsión de muerte está en nuestro deseo de paz,
de escapar a la estimulación, en nuestra atracción por el alcohol y los
narcóticos, en nuestra propensión a actividades de aislamiento, como cuando
nos perdemos en un libro o una película y en nuestra apetencia por el
descanso y el sueño. En ocasiones esta pulsión se representa de forma más
directa como el suicidio y los deseos de suicidio. Y en otros momentos, tal y
como Freud decía, en la agresión, crueldad, asesinato y destructividad.

Resumiendo, los psicoanalistas más ortodoxos consideran esta visión dualista


de las pulsiones como la más definitiva y madura. En esta visión, Eros o
principio de vida - la tendencia general a aunar lo que está disperso- y
Thanatos o principio de muerte -la tendencia en dirección contraria- bien
interconectados, constituirían las dos fuerzas que determinan la evolución de
la vida personal y la evolución de la vida de les sociedades.

3.4.Una visión dinámica de la mente: ello, yo y superyó.

Freud, no sólo hizo y rehizo su visión de las pulsiones humanas, sino también
su visión o comprensión de la mente. Su visión topográfica, aquélla que
proponía tres regiones o lugares mentales, el inconsciente, el preconsciente y
el consciente, fue sustituida por una visión dinámica más integradora, la que
establece tres agentes dinámicos de la personalidad: el ello o id, el yo o ego, y
el superyó o superego.

El ello (o id) es la función más antigua y original de la personalidad y la base


de las otras dos. Comprende todo lo que se hereda o está presente al nacer,
se presenta de forma pura en nuestro inconsciente. Representa nuestros
impulsos, necesidades y deseos básicos, de carácter sexual. Constituye, según
Freud, el motor del pensamiento y el comportamiento humano. Opera de
acuerdo con el principio del placer y desconoce las demandas de la realidad.
Allí existen las contradicciones, lo ilógico, al igual que en los sueños. Se rige
por el principio del placer y busca el olvido.

El superyó (o superego) es el parte que contrarresta al ello, representa los


pensamientos morales y éticos. Consta de dos subsistemas: la "conciencia" y
el ideal del yo. La "conciencia" se refiere a la capacidad para la
autoevaluación, la crítica y el reproche. El ideal del yo es una autoimagen
ideal que consta de conductas aprobadas y recompensadas. Es la fuente de
orgullo y un concepto de quien pensamos deberíamos ser. Busca soluciones
moralistas más que realistas. Por esto, su leitmotif es el principio del deber.

El yo (o ego) surge a fin de cumplir de manera realista los deseos y demandas


del ello de acuerdo con el mundo exterior, a la vez que trata de conciliarse
con las exigencias del superyó. El yo evoluciona a partir del ello y actúa como
un intermediario entre éste y el mundo externo. El yo sigue al principio de
realidad, satisfaciendo los impulsos del ello de una manera apropiada en el
mundo externo. Utiliza el pensamiento realista característico de los procesos
secundarios. Como ejecutor de la personalidad, el yo tiene que medir entre
las tres fuerzas que le exigen: las del mundo de la realidad, las del ello y las
del superyó, el yo tiene que conservar su propia autonomía por el
mantenimiento de su organización integrada.

3.5.Los conflictos en la vida psíquica: la ansiedad y la neurosis.

Los papeles específicos desempeñados de las entidades ello, yo y superyó no


siempre son claros, se mezclan en demasiados niveles. La personalidad
consta según este modelo de muchas fuerzas diversas en conflicto inevitable.

El Yo está justo en el centro de grandes fuerzas; la realidad, la sociedad, está


representada por el Superyó; la biología está representada por el Ello.
Cuando estas dos instancias establecen un conflicto sobre el “pobre Yo”, es
comprensible que uno se sienta amenazado, abrumado y en una situación
que parece que se le va a caer el cielo encima. Este sentimiento es llamado
“ansiedad” y se considera como una señal del Yo que traduce un afán de
supervivencia y, cuando concierne a todo el cuerpo, se considera como una
señal de que el mismo está en peligro.

Freud habló de tres tipos de ansiedades: la primera es la “ansiedad de


realidad”, la cual puede llamarse en términos coloquiales como miedo. De
hecho, Freud habló específicamente de la palabra “miedo. Podríamos
entonces decir que si uno está en un pozo lleno de serpientes venenosas, uno
experimentará una ansiedad de realidad.

La segunda es la “ansiedad moral” y se refiere a lo que sentimos cuando el


peligro no proviene del mundo externo, sino del mundo social interiorizado
del Superyó. Es otra terminología para hablar de la culpa, vergüenza y el
miedo al castigo.

La última es la “ansiedad neurótica”. Esta consiste en el miedo a sentirse


abrumado por los impulsos del Ello. Si en alguna ocasión has sentido como si
fueras a perder el control, tu razón o incluso tu mente, está experimentando
este tipo de ansiedad. El término “neurótico” es la traducción literal del latín,
y significa “nervioso”, por tanto, podríamos llamar a este tipo de ansiedad,
ansiedad nerviosa. Es este el tipo de ansiedad que más interesó a Freud y
nosotros le llamamos simple y llanamente ansiedad.

3.6.Los mecanismos de defensa.


El Yo lidia con las exigencias de la realidad, del Ello y del Superyo de la mejor
manera que puede. Pero cuando la ansiedad llega ser abrumadora, el Yo
debe defenderse a sí mismo. Esto lo hace bloqueando inconscientemente los
impulsos o distorsionándoles, logrando que sean más aceptables y menos
amenazantes. Estas técnicas se han llamado “mecanismos de defensa del yo”,
y tanto Freud como su hija Anna, así como otros seguidores, han señalado
unos cuantos:

Represión: Freud define la represión como un mecanismo cuya esencia


consiste en rechazar y mantener alejados de la consciencia determinados
elementos que son dolorosos o inaceptables para el yo. Estos pensamientos
o ideas tienen para Freud un contenido sexual. La represión se origina en el
conflicto psíquico que se produce por el enfrentamiento de exigencias
internas contrarias entre un deseo que reclama imperativamente su
satisfacción y las prohibiciones morales. El yo se defiende del dolor que causa
la incompatibilidad reprimiendo el deseo.

Por ejemplo, una chica joven, acosada de una culpa importante por sus
fuertes deseos sexuales, tiende a olvidar el nombre de su novio, aún cuando
le está presentando a sus amistades. O un alcohólico que no puede recordar
su intento de suicidio, argumentando que debió “haberse bloqueado”. O
alguien que casi se ahoga de pequeño, pero es incapaz de recordar el suceso
aunque los demás intenten recordárselo…pero presenta un miedo terrible a
los lagos y mares.

Proyección o desplazamiento hacia fuera: comprende la tendencia a ver en


los demás aquellos deseos inaceptables para nosotros. En otras palabras; los
deseos permanecen en nosotros, pero no son nuestros. Confieso que cuando
oigo a alguien hablar sin parar sobre cómo está de agresiva nuestra sociedad
o cómo está aquella persona de pervertida, no puedo dejar de preguntarme
si esta persona no tiene una buena acumulación de impulsos agresivos o
sexuales que no quiere ver en ella misma.

Veamos algunos ejemplos. Un marido fiel y bueno empieza a sentir atracción


por una vecina guapa y atractiva. En vez de aceptar estos sentimientos, se
vuelve cada vez más celoso con su mujer, a la que cree infiel y así
sucesivamente. O una mujer que empieza a sentir deseos sexuales leves
hacia sus amigas. En lugar de aceptar tales sentimientos como algo bastante
normal, se empieza a preocupar cada vez más por el alto índice de
lesbianismo en su barrio.

Negación: la negación se refiere al bloqueo de los sucesos externos a la


consciencia. Si una situación es demasiado intensa para poder manejarla,
simplemente nos negamos a experimentarla. Esta defensa es primitiva y
peligrosa (nadie puede desatender la realidad durante mucho tiempo). Este
mecanismo usualmente opera junto a otros mecanismos de defensa, aunque
puede funcionar en exclusiva.

Ejemplos de este mecanismo pueden ser el de las personas que se desmayan


en una autopsia (personas que niegan la realidad de la muerte de un ser
querido), o el de los estudiantes que se olvidan de buscar las notas de sus
exámenes…

Desplazamiento: el desplazamiento es la “redirección” de un impulso hacia


otro blanco que lo sustituya. Si el impulso o el deseo es aceptado por ti, pero
la persona al que va dirigido supone una amenaza, lo desvías hacia otra
persona u objeto simbólico. Por ejemplo, alguien que odia a su madre puede
reprimir ese odio, pero lo desvía hacia, digamos, las mujeres en general.
Alguien que no haya tenido la oportunidad de amar a un ser humano puede
desviar su amor hacia un gato o un perro. Una persona que se siente
incómodo con sus deseos sexuales hacia alguien, puede derivar este deseo a
un fetiche. Un hombre frustrado por sus superiores puede llegar a casa y
empezar a pegar al perro o a sus hijos o establecer discusiones acaloradas.

Introyección (también denominada “identificación”): supone la adquisición o


atribución de características de otra persona como si fueran de uno, puesto
que hacerlo, resuelve algunas dificultades emocionales. Por ejemplo, si se le
deja solo a un niño con mucha frecuencia, él intenta convertirse en “papá”
para disminuir sus temores. En ocasiones les vemos jugando con sus
muñecos diciéndoles que “no deben tener miedo”. También podemos
observar cómo los chicos mayores y adolescentes adoran a sus ídolos
musicales, pretendiendo ser como ellos para lograr establecer una identidad.

Sublimación: la sublimación es la transformación de un impulso inaceptable,


ya sea sexo, rabia, miedo o cualquier otro, en una forma socialmente
aceptable, incluso productiva. Por esta razón, alguien con impulsos hostiles
puede desarrollar actividades como cazar, ser carnicero, jugador de rugby o
fútbol o convertirse en mercenario. Una persona que sufre de gran ansiedad
en un mundo confuso puede volverse un organizado, o una persona de
negocios o un científico. Alguien con impulsos sexuales poderosos puede
llegar a ser fotógrafo, artista, un novelista y demás. Para Freud, de hecho,
toda actividad creativa positiva era una sublimación, sobre todo de la pulsión
sexual.

Regresión: la regresión constituye una vuelta atrás en el tiempo psicológico


cuando uno se enfrenta a una situación estresante. Cuando tenemos
problemas o estamos atemorizados, nuestros comportamientos se tornan
más infantiles o primitivos. Un niño, por ejemplo, puede empezar a chuparse
el dedo nuevamente o a hacerse pis si necesita pasarse un tiempo en el
hospital. Un adolescente puede empezar a reírse descontroladamente en una
situación de encuentro social con el sexo opuesto. Un estudiante
preuniversitario debe traerse consigo un muñeco de peluche de casa a un
examen. Un grupo de personas civilizadas se pueden volver violentas en un
momento de amenaza. O un señor mayor que, después de 20 años en una
empresa, es despedido y a partir de ese momento se vuelve perezoso y
dependiente de su esposa de una manera infantil.

Racionalización: el mecanismo de racionalización es la distorsión cognitiva de


los “hechos” para hacerlos menos amenazantes. Utilizamos esta defensa muy
frecuentemente cuando de manera consciente explicamos nuestros actos
con demasiadas excusas. Pero muchas personas con un Yo sensible utilizan
tan fácilmente las excusas, que nunca se dan cuenta de ellas. En otras
palabras, muchos de nosotros estamos bastante bien preparados para
creernos nuestras propias mentiras.

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