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Francisco Viloria

Las amistades de Morocho

Fundación Editorial El perro y la rana


Red Nacional de Escritores de Venezuela
Sistema Nacional de Imprentas
Imprenta de Vargas 2009
Las amistades de morocho
© Francisco Viloria
Colección Teatro Nº 2
Libro Taller Nº 10

© Para esta edición Fundación Editorial El Perro y la Rana


Sistema Nacional de imprentas
Red Nacional de Escritores de Venezuela
Depósito Legal: lf-40220098001337
ISBN: 978-980-14-0442-2

Consejo Editorial: William Alí Pereira, Pablo Sabala y Jesús Cumare A Rosa Mercedes, para siempre
Edición: Héctor Bello
Diagramación: Escarlú H. Mata B.
Ilustración:
Corrección: Marbelys Antón Guzmán, Oswaldo de los Ríos
y JJ. Villalobos.
Impresión: Línduar A. Prada S. / Imprenta de Vargas

Con el apoyo de la fundación para el Desarrollo de las Actividades


Culturales del Municipio Vargas (FUNDACULTURA VARGAS)

elperroylaranaediciones@gmail.com
sistemanacionaldeimprentas@gmail.com
imprentadevargas@gmail.com
Obra ganadora del IX Concurso de Jóvenes Autores
del Nuevo Grupo, 1984.
Su estreno tuvo lugar en la Sala Juana Sujo,
en octubre de 1984, con el siguiente
El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado
por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través REPARTO:
de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la
participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tie- MOROCHO: Ramón Hinojosa
ne como objeto fundamental brindar una herramienta esen- IRMA: Luisa Mota
cial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se PAJARITO: Koke Corona
ramifica por todos los estados del país, donde funciona una JESÚS: Freddy Pereyra
pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, JULIO CÉSAR: William Moreno
principalmente inéditos. NELSON: Leonardo Bustamante
RODRÍGUEZ: Alberto Acevedo
POLICÍA: José Guerrero
MANRIQUE: José León

Escenografía: José Luís Gómez Fra


Realización: Taller Aveprote
Vestuarios: Eva Evanyi
Arreglos: Alexis Tablante
Musicalización: Iraida Tapia

Iluminación: Gómez Frá / Armando Gota


Montaje: Fran Paredes

Fotografías: Freddy Pereyra - Samuel Dembo


Afiche y Programa: Freddy Pereyra
Producción General: Renetta Bustamante
Asistente de Dirección: Carlos Herrera

Dirección General: Armando Gota


 / Las amistades de Morocho

PERSONAJES: Acto I

MOROCHO: Dueño de la casa. Chofer de autobús. Entra Irma. Lleva puestos rollos en la cabeza. Viste sencillo
y comodo. Va directamente al pipote de cervezas. Extrae,
IRMA: Su mujer.
destapa y se empina la botella. Entra Morocho vestido para
JESÚS: El mejor amigo de Morocho. Propenso a bajas de tensión. recibir visitas.
JULIO CÉSAR: Dicharachero. Soñador.
NELSON: Algo tímido. Trabaja para la Electricidad de Caracas. MOROCHO, refunfuñando.– ¿Hasta cuándo, Irma? ¿Te
RODRÍGUEZ: Prefecto. quieres beber el pipote, chica?
IRMA.– Una...
PAJARITO: Hermano de Irma. Malandrín.
MOROCHO.– Una docena.
MANRIQUE: Agresivo, sin embargo, inofensivo. IRMA.– Mentiroso, llevo cinco... solamente.
POLICÍA: Uniformado, amistoso. MOROCHO.– Espero que no des la cómica.
IRMA.– No soy como tú... yo sé beber... Tengo el control
que tú nunca has tenido...
ESCENOGRAFÍA: MOROCHO, en evidencia.– Sí... sí. ¿Me vas a ayudar?
IRMA.– No creo
Patio interior de una casa de barrio, de piso de cemen- MOROCHO.– Hay un caldo montado, la parrilla por...
to, con porrones de matas dispersos sin mucha armonía, IRMA.– Hoy es domingo.
aquí y allá. A un extremo, un baño aún sin frisar y una MOROCHO.– Viene Rodríguez
pared que da a la calle. En otro extremo, un pipote de IRMA, por molestar.– ¿Quién?
cerveza con hielo, dos cajas vacías de cervezas al pié del MOROCHO.– Tú sabes quién, Rodríguez, el prefecto.
pipote. Al centro, una mesa, en ella una libreta, lápiz y un IRMA.– ¿El negrito Rodríguez?
estuche de dominó, cuatro bancos alrededor de la mesa. MOROCHO.– Irma, por favor, un poco más de respeto.
Además de una silla de extensión, un taburete y un radio IRMA.– A quien veo en ocasiones es a su hermana Migue-
portátil. Una entrada que da al interior de la casa, y una leña. Se alisó el pelo.
pequeña cancha de bolas criollas. MOROCHO.– Tiene que ser. Trabaja en Miraflores.
IRMA.– No me cae, demasiada pretensión.
MOROCHO.– Pero no ha dejado de venir al barrio. Tam-
bién invité a Nelson.
IRMA.– El de la Electricidad de Caracas. Son un lujo tus
invitados.
MOROCHO,orgulloso.– Mis amistades.
IRMA.– El Nelson se va a casar, al fin, ¿no? Yo que lo creí
medio maricón. Y ya no es un muchacho.
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MOROCHO.– El siempre ha sido un muchacho. pelea y sale vencedor) ¿Ves? ¿Tú ves? Eso te pasó por
IRMA.– Se casa viejo. vivían. Creíste que te ibas a salir con la tuya, que
MOROCHO.– Pero se casa. A Nelson nunca le conocimos te ibas a esfumar así como así. Al Pajarito ningún
mujer. Sólo a Otilia. pendejo le juega barato, ningún pendejo lo traiciona.
Entonces, ¿me vas a ayudar? ¿Cuento contigo? (Irma entra en la ultima frase.)
IRMA.– Hoy es domingo y son tus amistades. IRMA.– ¿Qué pasa muchacho? (Pajarito reacciona, guarda
MOROCHO.– ¿Ni una manito? el arma, cambia de actitud.)
IRMA, arremete.– Morocho, ya está bueno. Son más de PAJARITO, apenado.– A mí nada. ¿Cómo está todo?
quince años de casados. En todo ese tiempo no he de-
jado de atenderte, de desvelarme por ti. Es hora de que Irma va al pipote y extrae dos cervezas, le alcanza una a pajarito.
me des un respiro. El domingo es mío. Me lo he ga-
nado. Es mi día libre. De ti y de los muchachos. Es mi IRMA.– Eso te pregunto yo. (Lo besa, Pajarito se incomo-
derecho. La casa es tuya, toda tuya, a tu disposición. da). ¿Dónde estabas metido? Hace días que no das la
Ensúciala si quieres, pero déjame tranquila por hoy. Te cara. Me preocupan tus perdidas.
lo pido por dios y por todos los santos. PAJARITO.– Soy un hombre, hago lo que quiero y me sé
MOROCHO, aturdido.– ¡Ya, ya, ganaste! cuidar.
IRMA.– Tendrás todo el mérito IRMA.– Sí, Pajarito. Eres un hombrecito, pero soy lo único
MOROCHO.– ¿Mérito? que te queda en la vida. Recuerda lo que dijo mamá en
IRMA.– Cuando quieres eres un buen cocinero. su lecho de difunta.
MOROCHO.– ¡Gran vaina! (Morocho Sale). PAJARITO, intranquilo.– ¿Otra vez, Irma...? Esa señora está
más que muerta.
Irma aprovecha y se toma apuradita otra cerveza. Sale. Pa- IRMA.– No la trates así. Muerta y todo, sigue siendo tu ma-
jarito entra dando un salto por la pared que da a la calle. dre, lo fue y seguirá siendo nuestra madre (Se suaviza.)
Cae al patio. Mira alrededor. Va al pipote. Extrae una cer- Hablemos de otra cosa.
veza y de un tirón se la bebe. Echa una ojeada al interior PAJARITO.– Eso digo yo.
de la casa. da media vuelta y mira al vacio. De repente IRMA.– ¿Comiste?
extrae de su bolsillo una picoeloro. Pajarito se dirige agre- PAJARITO, apacible.– No, no he comido.
sivamente a un personaje invisible. IRMA.– Morocho está cocinando.

PAJARITO.– ¿Entonces, Pelolindo?... ¿Qué, qué, qué?... Pajarito mira al cielo.


¿Dónde están los cobres?... ¿los perdiste en la ca-
rrera?... no me digas, no me digas esa vaina porque PAJARITO.– ¿Viste?
no te creo, ni que me beses las bolas. (Con mayor
violencia) ¡Sucio! ¡Eres un sucio de nacimiento! Y Irma busca alrededor.
no me vengas con farándula. (Arremete, entabla una IRMA.– ¿Qué, mijito?
12 / Francisco Viloria 13 / Las amistades de Morocho

PAJARITO.– Las estrellas. MOROCHO, impaciente.– Te voy a decir cuál es; con el
IRMA.– ¿Las estrellas?... ¿de día?... parentesco no me vas a arrugar el corazón, y, además,
PAJARITO.– Sí. Las estrellas de día. soy yo quien tiene voz y mando en esta frontera. ¿Me
IRMA.– ¿Hoy domingo? estás oyendo? Y por último, no quiero verme asociado
PAJARITO.– Mira con cuidado, están allí. con tus mañas, ni con tu famita.
PAJARITO.– Estoy retirado. Cero agitación.
Irma mira al cielo por un instante. MOROCHO.– ¿Desde cuándo? Desde orita, me vas a decir.
PAJARITO.– No más. De por vida.
IRMA.– No, Pajarito. No quiero saber que te has metido un MOROCHO.– ¡Ja, ja, ja! No me hagas reír. ¿Dónde me
tabaco. No quiero saber... más tarde de daré de comer. dejas a tu compinche?
No te pierdas PAJARITO.– No tengo ningún compinche.
MOROCHO.– ¿Y Pelolindo?
Pajarito cerveza en mano, entra al baño, entra morocho PAJARITO.– Cero hermandad, cero conchupancia, cero
con una parrillera y una bolsa de carbón. La coloca a un relaciones… cero todo.
extremo cuando ve salir del baño a pajarito.
MOROCHO.– Sólo Irma es capaz de creerte. Sólo tu her-
mana que te adora. Ahora me vienes con ese cuento de
MOROCHO, molesto.– ¡Esto es la última!
fantasía que no me conmueve. Porque lo de Transportes
Unidos, me vas a decir, es puro bla bla de la gente.
Morocho arremete contra Pajarito, éste no tiene tiempo de
PAJARITO, fuera de sí .– ¿Qué transporte, ni qué transporte?
reaccionar. Lo toma del cuello y lo jamaquea una y otra vez.
MOROCHO.– Entonces es verdad.
MOROCHO, rudo.– ¿Qué hacías tú allí, ah? (Lo jamaquea PAJARITO.– ¿Qué verdad ni qué verdad?
sin dejarlo hablar.) ¿Tú no sabes que estás en casa ajena, MOROCHO.– Lo del atraco. Uno de los guachimanes re-
ah? ¿Qué hacías en mi baño? ¿Metiéndote un tabaco, conoció a un tipo flaco, con el pelo enmarañado, así
ah? ¿Qué te has creído? ¿Porque eres mi cuñado vas como el tuyo. Así dicen, que dijo.
abusar, ah? (Lo requisa) Déjame ver. (Le saca la picoelo- PAJARITO.– Como yo hay muchos.
ro.) ¿Y esto? ¿Un cortaúñas? (La tira al suelo.) ¿No vas a MOROCHO.– Eran dos los rateros y reconocieron a uno.
hablar? Dime la verdad. PAJARITO.– Al más pendejo. Te repito, Pelolindo no es mi
PAJARITO.– Orinaba. amigo.
MOROCHO, burlón.– Te lo va a creer papá Dios. (Lo suel- MOROCHO.– Entonces es verdad.
ta, entra al baño. Pajarito recoge el arma. Morocho sale PAJARITO, harto.– ¿Cuál es, Morocho?
del baño.) Mira, Pajarito, hoy tengo visitas, y te voy a MOROCHO, satisfecho.– Nada, vale, nada (Pausa). Te
agradecer por las buenas, que no vuelvas a pisar la vi- vas, ¿no?
vienda por el día de hoy. ¿Estamos claros?
PAJARITO, reclama su derecho.– Soy de la familia. ¿Cuál es? Pajarito da media vuelta e intenta irse por la pared.
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MOROCHO.– Como la gente decente. Mi casa no es gua- MOROCHO.– Tú me lo dices y no te lo creo. Todavía hay
rida ni zoológico. locos en esta vida.
JESÚS.– Parece gente decente.
Pajarito obedece y toma el camino de la puerta, antes de MOROCHO.– Decentes y locos. ¿A quién se le ocurre mu-
salir. darse a este barrio? ¿Tú entiendes eso, Jesús?
JESÚS.– Gente como uno.
MOROCHO.– Pajarito... MOROCHO.– Como uno, no, Jesús. Yo siempre quise
PAJARITO.– ¿Y ahora qué? mudarme del barrio pero me faltó decisión. Me faltó
MOROCHO, saca del bolsillo una moneda o un billete y eso que tienen los hombres de mundo, eso que se
se lo lanza.– Toma y vete a donde el viejo Carpio. Las llama atrevimiento. Me faltó atrevimiento. Luego, me
cervezas allá están más frías. tropecé con Irma. Me fui acostumbrando, acostum-
PAJARITO.– Morocho, ¿Viste las estrellas? (Sale). brando y quedándome, quedándome... hasta que me
MOROCHO, mira al cielo, después de un instante quede.
reacciona.– ¡El tabaco te va a matar, mala hierba! JESÚS.– Yo, en cambio, hubiera querido salir casado. Se
arriesga más, pero se tiene por quién luchar. Pero, a
Morocho va a la parrillera y comienza a armarla. Entra estas alturas... ya que importa.
Jesús. MOROCHO.– Los que han salido han echado pa’lante.
JESÚS.– Salieron a tiempo. No lo pensaron dos veces. Ca-
MOROCHO.– Al fin llegaste. Irma está en huelga de brazos sados o solteros. Allí tienes a Rodríguez y a Nelson.
caídos por 24 horas. (Pausa).
JESÚS, extrae una cerveza.– Chico, cuenta conmigo. MOROCHO.– No me quejo, Jesús, no me quejo.
JESUS.– Estamos en la misma, el barrio tiene su encanto.
Morocho continúa armando la parrillera sin recibir ayuda (Pausa.) Son unos viejitos.
de Jesús. este tampoco esta dispuesto ayudar. MOROCHO.– Viejitos ¿quiénes?
JESÚS.– Marido y mujer. Son dos viejitos los nuevos vecinos.
JESÚS.– ¿Sabes la última? MOROCHO.– Ahora entiendo. Vinieron a morir... a morir
MOROCHO.– A Pajarito le acaban de dar un tiro. como los elefantes. Su última morada.
JESÚS, se lo cree.– No me digas... ¿Cuándo? Se lo buscó, JESÚS.– Vinieron a recibir la extremaunción. (Ríen).
seguro que se lo buscó. Bueno, uno menos. Qué se va JESÚS.– Morocho, retrátame el banquete. (Morocho termi-
a hacer. Lástima por Irma. na de armar la parrillera y de montar el carbón).
MOROCHO, ríe.– No, hombre. Todavía esa plaga vive. MOROCHO.– Gracias por tu ayuda. Cinco kilos de
¿Cuál es la nueva? carne, un kilo de chorizo, uno de morcilla, otro de
JESÚS.– Tenemos nuevos vecinos. yuca, dos cajas de cervezas y la menudencia para
MOROCHO.– ¿A quién se le ocurre? el caldo.
JESUS.– Se acaban de mudar. No tienen ni dos horas. JESÚS.– ¿Fíao?
16 / Francisco Viloria 17 / Las amistades de Morocho

MOROCHO.– Tengo mis ahorros, no quiero que digan que MOROCHO.– Me descuido y tengo al barrio bebiéndo-
fue una reunión de contribución y pobretona. Vienen me y comiéndome los ahorros. A Rodríguez y a Nelson
mis amistades. Gente que ya no tiene que aguantarse nunca los veo. Son especiales.
estas calles, estas subidas y bajadas. Bien merecen tanta JESÚS.– Están en otra. Fuera del barrio. Uno no tiene ese
atención, Rodríguez dijo que no faltaría. tipo de gente en su casa todos los días.
JESÚS.– Ya lo sé,también Nelson. MOROCHO.– Tú lo has dicho, hoy es domingo de domin-
MOROCHO.– Sólo ellos, sé que Julio César va a venir. No gos, si Manrique está arrecho, allá él.
lo invité pero va a venir. ¿Cómo le digo que no al Cojo? JESÚS.– Después se lo explicas. Entre palos, él entenderá.
JESÚS.– Ni borracho. MOROCHO.– Ven, vamos a la cocina que el caldo está en
MOROCHO.– Ni borracho. su punto. Hasta eso he tenido que encargarme. ¡Qué
JESÚS.– Es capaz de llorar y llamarte injusto. desconsideración!
MOROCHO.– Muy capaz.
JESÚS.– ¿Y Manrique? Salen, de nuevo entra Irma, va directamente al pipote. Ex-
MOROCHO, en guardia.– ¿Qué pasa con Manrique? trae otra cerveza, mientras bebe entra Julio César, El Cojo.
JESÚS.– Se apareció en la librería.
MOROCHO.– ¿Y? JULIO CÉSAR.– ¿No invitas?
JESÚS.– Se presentó con cara de representante. Eso me tran- IRMA.– Cojo, pero no mocho.
quilizó por el momento. Le despaché unos cuadernos JULIO CÉSAR.– Estoy en casa ajena.
y creyones. Uno espera que se vaya y ya, pero el hom- IRMA.– Eres forastero cuando quieres.
bre no se fue. Se instaló allí mirándome de izquierda a JULIO CÉSAR.– Hay que tener un poco de educación.
derecha, de derecha a izquierda. Yo andaba ocupado IRMA, le sigue el juego.– Perdón señor, no quise ofender.
JULIO CÉSAR.– Le perdono si me invita una birra.
como para entablar conversación con Manrique. Así
IRMA.– El señor no quiere extraños en su casa hoy.
que en un descuido, aprovechó el momentico y dijo:
JULIO CÉSAR.– Soy uno más de la familia.
“Morocho tiene una vaina el domingo”. Como no era
una pregunta, levanté los hombros y seguí atendiendo
Irma extrae una cerveza y se la alcanza.
a la clientela. Comprendí su calentura. “Qué bolas, qué
bolas, eso no se le hace a un amigo”, terminó de decir JULIO CÉSAR.– Brindemos.
como para que lo escuchara el mundo. Luego, para mi IRMA.– Por ésta y muchas más.
tranquilidad, se largó. JULIO CÉSAR.– Así es. ¡Carajo!
MOROCHO.– Jesús, ponte en mi lugar. Si invito a Man-
rique también tengo que invitar a Caraeperro, a Juan Brindan y Beben.
María, a Chucho y hasta el mismo portugués. ¿Y... con
qué me quedo? Con una echadera de palos cualquiera. IRMA.– Anoche, Morocho te estuvo esperando en sus oficinas.
Esa es la realidad ¿Tengo o no tengo razón? JULIO CÉSAR, pomposo.– Anoche no pude asistir a su acos-
JESÚS.– Te ocupan la casa, ¡Te violan la intimidad! tumbrada cita, otro compromiso clamaba mi presencia.
18 / Francisco Viloria 19 / Las amistades de Morocho

IRMA.– “…lo que se perdió El Cojo”, dijo Morocho. JULIO CÉSAR.– Me senté en primera fila. Anoche fui como
JULIO CÉSAR, interesado.– ¿Algo especial? una estrella.
IRMA.– El dueño del Mirimire les brindó los tercios. IRMA, encantada.– ¿Cómo Gil Lucas?
JULIO CÉSAR.– ¿Se volvió loco? JULIO CÉSAR.– Como Gil Lucas.
IRMA.– No, le nació un muchacho, y anoche celebraba. IRMA.– (Suspira) ¡Gil Lucas!
Pero sólo les brindó a los más cercanos. JULIO CÉSAR.– Que no es el mismo Gil Lucas que ves
JULIO CÉSAR.– Morocho no falta un sábado. en la pantalla. El Gil Lucas que ves en persona, es otra
IRMA.– Morocho no ha dejado de ir un sábado en estos clase de Gil Lucas.
últimos 20 años. IRMA.– Te comprendo.
JULIO CÉSAR, melancólico.– Él fue mi maestro. Allí, en JULIO CÉSAR.– Este Gil Lucas de carne y huesos, es alto
el Mirimire me hice hombre, ahí fue mi primera gran y sin arrugas. Reilón cuando habla y de una presencia
pea, muy bien llevado por el padrino, mi consejero, cuando está callado que te ruboriza. Es una invitación a
el Morocho. El ratón fue peor que la pea, pero valió el la buena vida, al lujo, a la sobriedad. Brilla por sí solo.
esfuerzo. Cuando lo vi allí parado, esperando la señal para que
IRMA.– Llegaste en brazos de amigos a tu casa. empezara el programa, me dije, “Julio César, si no fue-
JULIO CÉSAR.– Pero lo cumbre no fue eso. También le vo- ras cojo, tu vida sería otra cosa.” Musiquita y empezó
mité la falda a la mesonera... y, déjame ver... 150 tercios la vaina.
en menos de una noche, y éramos apenas cuatro... IRMA.– ¿Y que dices de la Muñeca?
IRMA.– Una noche de titanes. JULIO CÉSAR.– ¡Esa hembra!
JULIO CÉSAR.– Tú lo acabas de decir. Una noche de hombres. IRMA.– ¡Cómo baila, qué ritmo, qué soltura!
JULIO CÉSAR.– ¡Un monumento al sueño! Cada vez que
Pausa breve. se movía, me sudaban las manos. Sentí pena por mí.
IRMA.– Fue lo mejor del programa.
IRMA.– Morocho te extrañó... no es tu costumbre... JULIO CÉSAR.– Gil Lucas, la muñeca y el 5 y 6 y uno se
JULIO CÉSAR.– Estuve en televisión. aguanta toda la amargura del mundo. (Saca del bolsillo
IRMA.– ¿Cómo es la cosa? una servilleta y se la muestra.) ¿Sabes lo que dice aquí?
JULIO CÉSAR.– Chica, estuve en la televisión... en el pro- IRMA, lee con dificultad.– Gil Lucas...
grama de las Estrellas. JULIO CÉSAR, enseña el reverso de la servilleta.– ¿Y aquí?
IRMA, gratamente sorprendida.– ¡No me digas! ¿Tú... en el IRMA.– No se entiende, es un garabato.
programa de las estrellas? No te lo creo. JULIO CÉSAR.– La Muñeca, ni más, ni menos.
JULIO CÉSAR.– Es la pura verdad. Estaba entre el público IRMA.– No me digas, también ella ¿Cómo hiciste?
presente. Y Morocho esperándome en la penumbra del JULIO CÉSAR.– Muy fácil. Me acerqué. Las manos no
Mirimire. ¡Que desgracia! Fui de los primeros en llegar paraban de sudar. Caminé hacia ellos como todo un
al estudio. Si te cuento, lloras. guapo. Ahí estaban, despreocupados. Él la tenía apre-
IRMA.– Cuéntame. (Se sienta a escuchar la historia). sada por las caderas. Era una postura para el recuerdo,
20 / Francisco Viloria 21 / Las amistades de Morocho

aquí (se señala la frente) los tengo grabados, el Lucas IRMA, lo ataja.– Mira, mira, Julio César, me estás faltando
le susurraba qué de delicias y ella sonreía desarmada. el respeto. La confianza es una vaina y el respeto es
Con tanta felicidad quién se niega a dar un autógrafo. otra. Si sigues encaramelándote, te echo de la casa.
“Un autógrafo”, rogó El Cojo. El Lucas con su Parker
estampó su firmota. Lo hizo sin soltar al sueño. Ella Julio César va al pipote y extrae dos cervezas, le alcanza
hizo el muñequito de muñeca que ves ahí (De nuevo una a irma.
le enseña la servilleta).
IRMA.– ¡Qué suerte la tuya! JULIO CÉSAR, cantadito.– Si en algo te ofendí, perdón, si
JULIO CÉSAR.– Suerte, no. Atrevimiento y coraje. en algo te falté, perdóoon…
IRMA.– ¿Quieres otra? IRMA.– ¿Por qué no le das una vueltica a Mercedes?
JULIO CÉSAR.– Dale, pues. JULIO CÉSAR.– Esa ni siquiera me deja ver a los muchachos.
IRMA.– Te lo dije.
Irma sirve nuevamente las cervezas. JULIO CÉSAR.– Ahora me tiene de enemigo, las otras... las
mujeres que conozco les tienen fobia a los cojos. ¿Qué
JULIO CÉSAR.– Dime tú ¿Cómo podría ir al Mirimire hago?
con tanta felicidad? Ni por toda la caña gratis del IRMA.– Y te insinúas a mí a ver si caigo, ¿no?
mundo. JULIO CÉSAR.– Uno tira el anzuelo. No está demás.
IRMA.– ¿Qué hiciste después? IRMA, cariñosa.– ¡Puto!
JULIO CÉSAR.– Sellé un cuadrito de 8 bolos y me fui a
donde las putas. Entra Jesús.
IRMA.– Bonito final.
JULIO CÉSAR.– No tengo mujer que me quiera. JESÚS, a todo volumen.– ¡Morocho, te están acabando la caña!
IRMA.– Tú te lo has buscado. No eres feo. IRMA, a Jesús.– La caña y su vida me la deben Morocho.
JULIO CÉSAR, seductor.– Irma, ¿tú tendrías algo conmigo? JESÚS, hace un gesto de empinarse una botella.– Como
IRMA.– ¿Que te pasa, chico? te gusta...
JULIO CÉSAR.– Te pregunto por saber, nada más. IRMA.– Digna alumna del maestro. (Sale).
IRMA.– Mira, Julio César, somos de mucha confianza, JESÚS.– ¿Y tú? ¿Dónde te metiste anoche?
como familia. No vengas con romances. JULIO CÉSAR.– Haciendo relaciones.
JULIO CÉSAR.– Siento que te tienen descuidada ¿Morocho JESÚS.– ¿Con las putas?
es cariñoso contigo? JULIO CÉSAR.– Estás equivocado. Respiraba otros aires.
IRMA.– A veces. Morocho olvida que tiene mujer. Cuan- JESÚS.– ¿Dónde Mercedita?
do quiere algo lo toma a los trancazos. Es cariñoso JULIO CÉSAR.– Ni me menciones ese demonio.
cuando tiene la picazón, después se olvida otra vez. JESÚS.– ¿Con el tahúr de Esteban?
Soy una costumbre. JULIO CÉSAR.– Menos, ya te dije, conociendo mundos,
JULIO CÉSAR.– Qué lástima, yo en cambio... otros mundos.
22 / Francisco Viloria 23 / Las amistades de Morocho

JESÚS.– ¿Tú? Me rindo. JESÚS.– ¿Toda la noche?


JULIO CÉSAR.– Hasta la madrugada y tantas.
Entra Morocho JESÚS.– ¿Y se te olvidó el Mirimire?
JULIO CÉSAR.– A esa hora ya estaba cerrado.
MOROCHO, a Jesús.– ¿Otra vez esa mujer aquí? MOROCHO.– ¿Mucha caña?
JESÚS.– ¡Ajá! JULIO CÉSAR.– Controlada.
MOROCHO.– ¿Qué se habrá creído? JESÚS.– ¿Y la comida?
JESÚS.– Tu mujer. JULIO CÉSAR.– No pasé hambre. Y si supieras con quién
MOROCHO, a Julio César.– Y a ti, ¿Se te murió algún familiar? bailé toda la noche.
JESÚS.– Estuvo por ahí. Donde las putas. JESÚS, contoneándose.– ¿Con la muñeca?
JULIO CÉSAR, molesto.– ¡Qué putas, ni qué putas! JULIO CÉSAR.– Con una tierna de 20 añitos.
MOROCHO.– ¿Dónde más? JESÚS.– ¡Sádico...!
JULIO CÉSAR.– Pues, no... en una fiesta. JULIO CÉSAR.– Nada de sádico, nada de eso. Nos pre-
JESÚS.– ¿Una fiesta? sentaron, le caí gracioso, la invité a bailar, ella acep-
JULIO CÉSAR.– Sí, en una fiesta tó, nos gustamos, fue así, instantáneo. Creo que le
MOROCHO.– ¿Qué tipo de fiesta? impresionó mi cojera, bailamos y bailamos y quedé
JULIO CÉSAR.– Unos quince años. en que la visitaría.
MOROCHO, a Jesús.– ¿Oíste? Unos quince años. ¡Qué MOROCHO, irónico.– Te felicito. Pero, mucho cuidado
bolas! que sólo tiene 20 años.
JULIO CÉSAR.– Tú me conoces. Soy un tipo serio.
Jesús suelta una risotada. JESÚS.– Tanta es tu seriedad que tienes por ahí dos mucha-
chos sin tu apellido.
JULIO CÉSAR, ofendido.– ¿Por qué no? Tengo mis relacio- JULIO CÉSAR.– Esta vez se acabó la rochela.
nes como todo el mundo. JESÚS.– Ya veremos.
MOROCHO.– ¿Dónde? JULIO CÉSAR.– La iré a visitar todos los días con mi
JULIO CÉSAR.– En... en el 23 de enero. mejor pinta.
JESÚS.– ¿Tan lejos? MOROCHO.– ¿Qué dijo?
JULIO CÉSAR.– ¿Por qué no? JESÚS.– La visitará todos los días con su mejor pinta.
JESÚS.– ¿Te invitaron? MOROCHO.– Está loco (A Julio César:) ¿Y el Mirimire?
JULIO CÉSAR.– Invitado, pues... iba yo por... y me encon- JULIO CÉSAR.– ¿Qué pasa con el Mirimire?
tré con una vieja amistad, y me dijo: “acércate por allá”, JESÚS.– No vas a mal acostumbrar a esa muchacha.
y por allá fui a parar... JULIO CÉSAR.– ¿Qué pasa con el Mirimire?
MOROCHO.– ¿Y por eso no fuiste a Mirimire? JESÚS.– Ponle un horario a esa muchacha.
JULIO CÉSAR.– Cómo se te ocurre Morocho, si estuve bai- JULIO CÉSAR.– ¿Un horario?
la que baila toda la noche. JESÚS.– Un horario, de lunes a viernes.
24 / Francisco Viloria 25 / Las amistades de Morocho

MOROCHO.– El sábado es nuestro, tú, Jesús y yo en el JESÚS.– El mismo, vivió en el barrio hasta que empezó a
Mirimire, así ha sido siempre. trabajar en la electricidad, no esperó mucho para mu-
JULIO CÉSAR.– Si no voy el sábado, creerá que estoy casado. darse. Ahora, le va muy bien.
MOROCHO.– Invéntale cualquier cosa, si no te cree, JULIO CÉSAR.– Hay gente con suerte.
entonces háblale del Mirimire.
JULIO CÉSAR.– Pero tendré que visitarla algún sábado. Morocho entra con Nelson. No cabe en su estusiasmo.
JESÚS.– Cojito, son muchos los años en estas andanzas, de
cerrada amistad, de compañerismo, pues... y tú sabes MOROCHO, a Nelson.– Aquí estás como en tu casa. Somos
que gracias a nuestras citas en el Mirimire, la vida es pocos pero suficientes para una buena partida de dominó.
menos pesada. Penas, rabias, dolores del alma... qué Mira, Jesús, lo bien que se ve.
sé yo. Entramos cargados y salimos como nuevos. Ni JESÚS, se acerca a Nelson y lo abraza efusivamente.– Te
siquiera Manrique tiene ese honor. conozco desde que eras un carajito de brazos. Yo mis-
JULIO CÉSAR.– ¿Y si no entiende? mo te cargué.
MOROCHO.– Ella es joven y querrá casarse. Por supuesto NELSON.– Jesús, y tú nada que engordas.
que va a entender. JESÚS.– Y no por falta de alimentación, que se entienda. Es
JESÚS.– Ya sabes, no toques un sábado. sólo por naturaleza, así es mi contextura.
JULIO CÉSAR, en un dilema.– Es una situación delicada.
Nelson mira alrededor.
Irma entra. Va directamente al pipote. Extrae una cerveza
y se la empina. NELSON, a Morocho.– Te has hecho un caserón.
MOROCHO.– En eso estamos, para que parezca una casa
MOROCHO, toda su atención a Irma.– Ves, Jesús, ves el (Pausa.) Pero siéntate, chico, ponte cómodo. ¿Te acuer-
comportamiento. Si sigue en ese plan no va a quedar das aquí del Julio César?
para los invitados. NELSON.– ¿El Cojo?
JULIO CÉSAR.– Sin ofensas.
IRMA.– En 15 años de matrimonio, he planchado, he lavado, he
NELSON.– En aquellos tiempos, tú no usabas bastón, te-
cocinado para ti, sin cobrarte un centavo. Agradécelo y deja
nías fama de cantante y de camorrero.
la mezquindad. (Sale y vuelve a entrar.) ¿Le digo que pase?
MOROCHO.– Ves, Cojo, las vueltas que da el mundo? (A
MOROCHO.– ¿A quién mujer?
Nelson) Ahora sólo canta por petición, borracho, cuan-
IRMA.– Al mariquito.
do le invade la tristeza, y desde que le atestaron una
MOROCHO.– ¿A qué mariquito? silla en el Mirimire, se le quitó lo guapetón.
IRMA.– Al de la Electricidad de Caracas. Acaba de llegar JULIO CÉSAR.– Se aprende a los trancazos.
en un jeep nuevecito SALE. MOROCHO.– Jesús, una fría para el invitado.
MOROCHO, alegre por la nueva.– Sí es Nelson, Jesús. JULIO CÉSAR.– Jesús, ayuda a la patria, tráenos a todos.
(Sale de prisa). JESÚS.– No te acostumbres, que todavía tienes una
JULIO CÉSAR.– ¿Es el mismo Nelson aquel? pata buena.
26 / Francisco Viloria 27 / Las amistades de Morocho

MOROCHO, a Nelson.– Supe la nueva. ¡Te felicito! (A Je- NELSON.– Ni tan sola, nos vamos a vivir con ella.
sús y a Julio César.) Se nos casa. JULIO CÉSAR, al margen.– Tres pájaros de una pedrada.
NELSON, orgulloso.– Todo está comprado. Hasta la cuna. NELSON.– No es que sean exigencias de mamá. Y Delia
JULIO CÉSAR.– ¿Ya está preñada la novia? está de acuerdo.
NELSON, sensible.– Para tu conocimiento, la novia es una MOROCHO.– ¿Delia, la novia?
carajita de familia. NELSON.– Delia es la mamá de la novia. Mi carajita se llama
JULIO CÉSAR.– Ah... Encarna. Delia y mamá están de acuerdo, y yo lo prefiero
NELSON.– Me gusta estar preparado de antemano. La así. Encarna es muy joven todavía y no sabe cocinar. Así
cuna estaba en rebaja, y a la novia no reparó. aprende a cocinar con mamá. Que mejor modelo.
JESÚS, le alcanza una cerveza.– Bien hecho, yo llamo a JULIO CÉSAR, al margen.– Cuatro pájaros de...
eso previsión. MOROCHO.– ¿Y, para qué compraste tanta cosa si vas a
MOROCHO.– ¿Y, cuándo es el casamiento? vivir con doña Cecilia?
NELSON.– Mamá fijó fecha... NELSON.– Así mato dos pájaros de un tiro. Nevera y coci-
JESÚS.– ¿Pronto? na nueva para mamá y Encarna. Y cada quien feliz.
NELSON.– Para su cumpleaños.
JESÚS.– Muy bien, así gastas menos (Melancólico) Yo en
MOROCHO.– ¿Cumpleaños de quién?
cambio, me quedé con todo comprado y debiéndole
NELSON.– El cumpleaños de mamá. Así lo dispuso ella.
al turco.
MOROCHO.– Doña Cecilia sí es excéntrica. ¿Verdad, Jesús?
JULIO CÉSAR, escandalizado.– ¡No, Jesús, no, por favor!
JESÚS.– Nelson es su único hijo, el consentido, mimado
No queremos oír ese cuento, otra vez.
hasta la saciedad. Es bueno que sea complaciente. Es
su madre. Y madre sólo hay una. NELSON.– ¿Qué cuento, Jesús?
MOROCHO.– ¿A todo trapo? MOROCHO.– No es un cuento, es un hecho de la vida
NELSON.– ¿Qué? real. Su matrimonio.
MOROCHO.– La boda... NELSON.– No sabía que estuviera casado.
NELSON.– La boda y el cumpleaños, mamá se lo merece. JULIO CÉSAR.– Según él, estuvo a punto, a punto de na-
JESÚS.– Madre sólo hay una... vegar por las aguas turbulentas del matrimonio. Cinco
JULIO CÉSAR, al margen.– Dos pájaros de una pedrada. años de amores. Partió bien pero el jinete tuvo un per-
JESÚS.– Estás en buena edad. cance faltando metros para la meta.
NELSON.– ¿Para qué? MOROCHO.– Estuvo enamorado de verdad. Pero sufrió
JESÚS.– Digo, para formar familia. un desencanto.
NELSON.– Mamá insistió, no tenía remedio. JULIO CÉSAR.– Desencanto sufrió ella.
MOROCHO.– Doña Cecilia estará triste, ahora que te vas JESÚS, herido.– Cojo, déjame decirte que María Antonieta se
de la casa. Le pegará la soledad. arrepiente de su insensatez. Su madre dispuso de su des-
NELSON.– ¿Qué soledad? tino. Ahora, tanto ella como yo, somos unos solterones.
MOROCHO.– No es lo mismo. Por más que la visites, es- JULIO CÉSAR.– Después de vieja le salió el arrepentimien-
tará sola. to. Eso no tiene perdón. ¿Por qué no se arrepintió treinta
28 / Francisco Viloria 29 / Las amistades de Morocho

años atrás? Jesús, nunca fue un buen prospecto, la tu- una marejada de sudor, de sudor frío, y me fui desma-
berculosis se lo estaba comiendo. yando lentamente como un mismísimo pendejo. Me
JESÚS.– Nunca fui tuberculoso. desmayé en los brazos de mi amada. Qué susto para
JULIO CÉSAR, sin reparar en lo dicho por Jesús.– María mi María Antonieta. Cuando desperté, ya repuesto,
Antonieta no iba a cargar con un moribundo. gracias al corne ciervo de doña Mimí, así se llamaba
MOROCHO.– No inventes, Julio César, Jesús nunca estu- la madre de María Antonieta, esa misma noche, por
vo en el Algodonal. la cara que puso la doña, cara de desconfianza, supe
JESÚS.– Nací anémico y desde joven, sufro de tensión alta. que mi posible unión matrimonial se desbarrancaba.
JULIO CÉSAR.– Así cualquier damisela se asusta. El casamiento se fue postergando, Doña Mimí decía
JESÚS.– María Antonieta no sabía de mis padeceres. Su que María Antonieta estaba muy joven, que las res-
madre me preguntaba a cada rato por qué estaba tan ponsabilidades de mujer casada eran muchas, y no
disminuido. Yo le contestaba con alguna gracia. Ella me sé cuántas invenciones, Para mi entender, doña Mimí
daba de comer por sí acaso. no quería que su hija enviudara tan jovencita, esos
JULIO CÉSAR.– Y nada que aumentabas de kilos. miedos se entienden, pero yo nunca estuve enfermo,
MOROCHO.– Desde que lo conozco, ha sido enclenque. enfermo de verdad, nunca, sigo vivito ¿No?
JULIO CÉSAR.– Raquítico. NELSON.– ¿Pero te repusiste y olvidaste?
JESÚS.– Mi apariencia no fue menos para ella, María Anto- JESÚS.– Nunca. La verdad es que con María Antonieta
nieta siempre me ha querido. acabó mi vida sentimental.
JULIO CÉSAR.– De lejitos. JULIO CÉSAR.– ¿Y tu enamoramiento con la mesonera del
JESÚS, a Nelson.–Habíamos puesto fecha de casamien- Rincón?
to. Dentro de un mes, nos dijimos una noche (Pau- JESÚS.– Amor fingido. Era la única manera que esa mujer
sa.) Era puntual y responsable. Nunca dejé de visi- aflojara.
tarla durante los cinco años que tuvimos de amores JULIO CÉSAR.– Celebraron el día de los enamorados como
(Pausa.) Todavía recuerdo... nunca he dejado de re- dos tortolitos.
cordarlo, es verdad, la noche en que se me jodió la JESÚS.– Pero nunca le hablé de matrimonio. Cuando se
vida... un martes, 20 de noviembre, esa noche, como me quitó el empepe, cambié de botiquín y ya.
de costumbre fui a visitar a mi bella María Antonieta MOROCHO.– Bueno... bueno. Ya es hora de brindar.
(Pausa.) Sólo mis amigos, los más íntimos sabían de
mis bajas de tensión. No eran públicas, más bien pri- Morocho extrae cervezas para todos.
vadas. Uno que otro vahído, pero sin consecuencias
mayores (Pausa.) La noche de mi desgracia, estába- MOROCHO, botella en alto.– ¡A brindar, a brindar por la
mos en el sofá y hablábamos de los aguaceros y de las felicidad de Nelson y su carajita!
posibles inundaciones, no era la primera vez, las llu- JESÚS.–¡Porque el matrimonio lo haga un hombre sin
vias traen calamidades, río crecido no come cuento, remordimientos!
no perdona a pobres. Y de pronto, Nelson, me inundó JULIO CÉSAR.– ¡Amén!
30 / Francisco Viloria 31 / Las amistades de Morocho

Se brinda. Morocho suelta una risotada. NELSON.– Un cuento viejo.


MOROCHO.– Pero sigue siendo verídico. (A Julio César:) Esa
JULIO CÉSAR.– ¿Qué le pasa a éste? noche estuvimos celebrándole los años a Nelson. Como
MOROCHO.– El cinco de enero (A Nelson) ¿Te acuerdas? buen final, paramos a donde las putas. Primero eligió Je-
NELSON.– El día de mi cumpleaños. sús, después yo, a Nelson lo dejamos de último. Le estába-
MOROCHO.– El cinco de enero de 1969. mos dando el ejemplo. Pero él no quería. Se hacía el loco
NELSON.– Cumplía 18 años. o el borracho. Hasta que de tanto insistir, a regañadientes,
MOROCHO.– Ya eras mayor de edad y te llevamos a debutar. se metió al cuarto. Esperamos más de lo que indicaban las
NELSON, sin entusiasmo.– Ah, sí. buenas costumbres. Nelson no salía. Ya, como a la media
MOROCHO.– ¿Te acuerdas, Jesús? hora, ¡Media hora! Apareció con cara de acongojado. El
JESÚS.– La pea me obnubiló. resto de la noche no nos quiso ver a los ojos.
MOROCHO.– Y Nelson asustado. Nunca había visto a na- JULIO CÉSAR.– ¿Sí?
die con tanto miedo. MOROCHO.– Sí. Salió del burdel sin consumarse.
NELSON.– No exageres. JULIO CÉSAR.– No me digas (Ríe)
MOROCHO.– Sudabas y no era por la caña. Entraste al MOROCHO.– Caña y mujer gratis, y no pudo con la mu-
burdel por la fuerza. jer. Un mal comienzo.
NELSON.– No exageres. JULIO CÉSAR.– Le faltaba inspiración.
MOROCHO.– Desde entonces comenzó tu fama. NELSON, herido.– No pude... no sé... no pude... inspira-
NELSON.– ¿Qué fama? ción, no… experiencia...qué se yo.
MOROCHO.– La fama se la debe a Otilia. JESÚS.– Los nervios lo traicionaron. Eso pasa algunas veces.
JULIO CÉSAR.– ¿Otilia la veterana? Ese cuento no lo sabía. MOROCHO.– Pero, Jesús, con Otilia tampoco podías.
MOROCHO.– Nelson fue también su pupilo. El último de NELSON.– Eso no es verdad.
una larga lista. MOROCHO.– Con Otilia eras muy irregular. Palabras de
JESÚS.– Una vez, Otilia me confesó que Nelson también ella, que conste. No invento.
pertenece a su libro de memorias. NELSON.– Esa señora era insaciable, exigente y vieja.
JULIO CÉSAR.– Lástima que esté tan vieja. Me llamaba a cada rato para que la montara. Se
JESÚS.– Su reputación es intachable, de primera. aprovechaba.
MOROCHO.– Gracias a ella, nos hicimos hombres. A esa MOROCHO, regañón.– Te estaba enseñando.
mujer cuando se muera hay que rezarle el novenario NELSON.– Si sigo aprendiendo, me mata.
completico. Y asistir. JESÚS.– A Otilia le costó aceptar la vejez. Con Nelson pro-
JESÚS.– Es la única en este barrio con nombre en la histo- longaba la vida. Lo hacía más por costumbre que por
ria. Un patrimonio, pues gusto. También quería tener un recuerdo fresco en su
JULIO CÉSAR, a Morocho.– Sigue el cuento. soledad. Ya no era la misma de nuestro tiempo,
MOROCHO.– Nelson, tú sabes que no exagero. El cuento MOROCHO.– Nelson le tiene que agradecer. ¿Estás agra-
es verídico. decido...?
32 / Francisco Viloria 33 / Las amistades de Morocho

NELSON.– ¿Qué quieres que te diga? MOROCHO, abrazándolo.– ¡Rodríguez!


MOROCHO.– Que sí estás agradecido.
Rodríguez se deja, y luego se suelta discretamente.
Nelson toma su tiempo.
MOROCHO.– ¡Qué honor, Rodríguez, qué honor!
NELSON.– Estoy agradecido. JULIO CÉSAR.– ¡Morooocho!
MOROCHO.– Así me gusta. RODRÍGUEZ.– Tu mujer, ¿no?
JULIO CÉSAR.– Por lo que parece Otilia era una santa. MOROCHO.– Sí, sí...
MOROCHO.–Eso ni lo dudes. Merece el cielo. Allá la es- RODRÍGUEZ.–Tu mujer cuando me vio, hizo una reveren-
tán esperando. Se ganó bien ganado el puesto (A Nel- cia. Estuvo a punto de arrodillarse. Se le veían las inten-
son:) ¿Y cómo te preparas para la boda? ciones de besarme la mano.
NELSON.– ¿Para la boda...? Como todo el mundo. JULIO CÉSAR.– ¡Qué bolas!
MOROCHO.– Esperamos que la novia no sufra decepciones.
NELSON.– ¡Que va, Morocho, qué va! Julio César suelta una risotada.
JESÚS.– ¡Así se habla, muchachote!
MOROCHO.– Disculpa, Rodríguez. Mi mujer es un caso
los domingos. Yo ni la entiendo. Pero olvídalo, olvída-
Entra Irma, de nuevo al pipote, esta ligeramente ebria. To-
lo. Ya estás aquí entre nosotros y en tu casa. Como si
dos le miran como si fuera un fantasma. Extrae una cerve-
fuera tu casa. ¿Ya conoces a todo el mundo?
za y se la empina. mira que la observan.
Rodríguez saluda a Jesús y le extiende la mano a Julio César.
IRMA, con unas cuantas cervezas encima.– Morocho... no
te atrevas a decir ni ñé... (Al resto) Con el permiso de la JULIO CÉSAR.– El Cojo más veloz del barrio.
concurrencia... aquí presente... especialmente al joven RODRÍGUEZ.– Sí, ya me acuerdo. El camorrero.
invitado, aquí... en este preciso instante...está por hacer
su entrada, el otro invitado... de honor. Rodríguez a Nelson le da un apreton de manos cariñoso.
MOROCHO.– ¿Qué dice esa mujer?
IRMA, diáfana.– Te dije que te callaras. Como iba dicien- RODRÍGUEZ.– Nelson, siglos sin verte, chico. Ya he oído
do, nos acaba de llegar, nada menos, ni nada más que que andas bien encaminado.
el negrito Rodríguez. (Sale). NELSON.– No estoy mal.
MOROCHO, entusiasmado.– ¡Llegó Rodríguez, Jesús, lle- RODRIGUÉZ.– Supe que te ofrecen una gerencia en el interior.
gó al fin! NELSON.– En eso estamos. Pero, tengo que esperar un año.
RODRÍGUEZ.– No te duermas. Tú sabes que en la electri-
Cuando morocho va a salir, entra Rodríguez. cidad tienes un futurote. Tengo unas relaciones por allá,
en la principal, gente acomodada. Ya te llegará la hora
RODRÍGUEZ, intrigado.– Morocho, ¿esa es tu mujer? pero no te duermas.
34 / Francisco Viloria 35 / Las amistades de Morocho

MOROCHO, a Rodríguez.– Te nos habías perdido. A la Morocho y Jesús salen, Julio César prende el carbón, Nel-
que veo siempre es a tu hermana. Ella no ha olvidado son se acerca a Rodríguez.
el barrio, en cambio tú...
RODRÍGUEZ.– Las ocupaciones, las múltiples y seguidas NELSON.– Me caso.
ocupaciones. RODRÍGUEZ, sin mucho interés.– Te felicito. Supongo que
MOROCHO.– Un día me dije: “lo voy a invitar, él no se ya no vives en el barrio.
puede negar, fue mi amigo, (enfático:) es mi amigo, vi- NELSON.– Ni dios lo quiera, un año más, y mamá es-
vió en el barrio”. Tanto fastidié a tu secretaria que por taría muerta, cuando nos mudamos, le cambió el
fin pude hablar contigo. semblante. Ahora la entiendo, toda la vida en estas
RODRÍGUEZ.–Tengo a diario tantas llamadas de gente pi- calles. Nada ha cambiado, el cerro sigue igual de
diendo favores. Tú sabes, cuando se es autoridad no se empinado.
puede vivir en paz (Transición) ¿A ti, cómo te va? RODRÍGUEZ.– Salimos a tiempo. Mientras menos venga
MOROCHO.– En el mismo trajín. Las unidades más des- uno, menos tiene que recordar. Lo de tu matrimonio,
tartaladas y el portugués haciéndose rico a costillas de ¿Es de buena familia la muchacha?
los pendejos o del gobierno. NELSON.– Es virgo.
RODRÍGUEZ.– Con el gobierno va a caer en desgracia. RODRÍGUEZ.– Es un milagro. Ya eso es una garantía. Por
MOROCHO.– Y dime tú, ¿cómo es esa vida de Prefecto? algo se empieza. La mía me hizo creer que era señorita.
RODRÍGUEZ.– Se trabaja como negro. La misma noche de la boda la hice confesar. Lloró y me
JULIO CÉSAR.– Como lo que eres. pidió disculpas. Yo nunca la pude perdonar. Esa vaina
RODRÍGUEZ.– Morocho, ¿este Cojo nunca ha estado preso? no se le hecha a un hombre.
JULIO CÉSAR.– No más de 24 horas. NELSON.– ¿Te divorciaste?
MOROCHO.– Cojo, más respeto, que hablas con el Prefec- RODRÍGUEZ.– No valía la pena. Me busqué querida fija.
to. El Prefecto Rodríguez, y además, estás en mi casa. NELSON.– ¿Y tu mujer?
JULIO CÉSAR.– No he dicho nada, soy puro silencio, RODRÍGUEZ.– Criándome los muchachos. En eso ha sido
(Va al pipote y sirve cervezas a todos menos a Ro- muy competente.
dríguez)
MOROCHO.– No le hagas caso, el y mi mujer se pue- Entran Morocho y Jesús, Morocho con la botella de güis-
den dar la mano. Son un par de impertinentes. Pero, qui y Jesús con la bandeja con carne.
siéntate a tu gusto. (Le ofrece la mejor silla.) ¿Qué te
parece? Tengo una botella de güisqui, ¿Sí? RODRÍGUEZ.– Morocho, dejé el carro abajo, en la entrada.
JULIO CÉSAR.– ¡Coooño! MOROCHO.– No te preocupes. ¿Es nuevo el carro?
RODRÍGUEZ.– Nuevo y con chofer.
Rodríguez asiente por el ofrecimiento. MOROCHO.– ¿Oíste, Jesús? Tiene chofer.
JESÚS.– ¡Qué envidia!
MOROCHO, saliendo.– Jesús, ven a ayudarme con la carne. MOROCHO.– No te dije que Rodríguez es una personalidad.
36 / Francisco Viloria 37 / Las amistades de Morocho

RODRÍGUEZ.– Al chofer le di el día libre, como nací en el JESÚS.– Porque... y perdóname, el viejo Rodríguez valía
barrio, no creo que me vayan a tocar el vehículo. medio’e mierda.
MOROCHO.– Eso ni hablar, la gente te conoce, vivimos MOROCHO.– A mí también me vas a perdonar, el viejo
los mismos de toda la vida, y sobra decencia. Rodríguez vivió para la caña.
RODRÍGUEZ.– A mí me dio un gustito cuando supe que
Morocho le termina de servir el trago a Rodríguez se había muerto.
y le alcanza el vaso, Jesús en los preparativos de la JESÚS.– Murió como un pajarito.
parrillada. JULIO CÉSAR.– ¿De una pedrada…?
MOROCHO.– Déjate de vainas, Cojo, (A Rodríguez) ¿Es
JESÚS.– Sabes Rodríguez, por momentos nos preocupamos. verdad que...?
RODRÍGUEZ.– ¿De qué? RODRÍGUEZ.– Sí. La vieja se la quitó de la mano... le que-
MOROCHO.– Ahora con tu posición... tus cosas... la polí- daban dos dedos. No le dio tiempo de tomarse lo que
tica...tus ocupaciones. quedaba en la botella.
RODRÍGUEZ.– Soy un servidor público. MOROCHO.– ¿Ron?
JESÚS.– No. Queremos decir... no olvidas. RODRÍGUEZ.– No. Caña blanca.
MOROCHO.– No olvidas a tus amigos. JESÚS.– ¡Qué resistencia! Ese hombre si sabía tomar.
RODRÍGUEZ.– Son muchos. MOROCHO.– ¿Ella si...?
MOROCHO.– Nosotros, los del barrio. RODRÍGUEZ.– Fue la única que lo lloró. Después del en-
RODRÍGUEZ.– También son amigos, ¿No? tierro, Miguelina y yo nos rascamos.
MOROCHO.– ¿Y esa vaina?
Morocho y Jesús se miran. reanimados. RODRÍGUEZ.– No sé si fue por contentos o por arrechera.
La vieja se lo tuvo que aguantar toda la vida, sin protes-
MOROCHO.– ¡Tremendo hasta la maldad! tar, que conste. Ese carajo no se merecía tanto cariño.
JESÚS.– ¡Un tira piedras asesino! (Ambos ríen) Las vueltas JESÚS.– Tu madre era un ángel de Dios.
que da el mundo. MOROCHO.– Lástima que no te haya visto hasta donde
MOROCHO.– De nuevo te tenemos con nosotros. has llegado.
RODRÍGUEZ.– Cualquiera cree que fui un diablo. RODRÍGUEZ.– Cuando las cosas mejoraban, se nos fue. No
JESÚS.– Estabas más cerca del infierno que del cielo. pudo vivir sin su borracho. Esos sentimientos nunca los
MOROCHO.– Con todo lo apretada que estaba tu familia, he entendido. Estoy seguro que si hubiera esperado un
echaste pa’lante. Te saliste con la tuya. tiempito, hasta de la misma muerte se la arranco. Desde
JESÚS.– ¡Admirable, carajo! que entré al partido, dejé de ser un pendejo más.
RODRÍGUEZ.– Las cosas han cambiado. De mi niñez sólo MOROCHO.– Ahora eres el señor prefecto...
queda el recuerdo. Y por allá lejote. RODRÍGUEZ, orgulloso.– Prefecto, prefecto por cinco
MOROCHO.– Haces bien, si no hubiera sido por tu vieja, años, ni más ni menos... y después, concejal y después,
esa abnegada mujer... sabe Dios en qué prestigio estaré metido...
38 / Francisco Viloria 39 / Las amistades de Morocho

MOROCHO.– Párate allí y celebremos. Jesús prende el radio portatil, el locutor del cinco y seis anun-
cia la carrera, la primera valida, nombra a cada uno de los
Todos dispuestos a brindar. participantes. Durante este tiempo, Jesús sirve de tomar. La
partida de domino ha comenzado. Por mero azar, el prefecto
MOROCHO.– En nombre de esta humilde casa, el barrio sale con la cochina. La carrera comienza. Jesús de nuevo se
y su gente, brindemos por nuestro Rodríguez, nuestro acerca al radio y aumenta el volumen. Jesús observa a los
amigo César Miguel Rodríguez... jugadores. La carrera de caballos en pleno desarrollo. todos
JESÚS.– Y Pérez. concentrados en el juego. julio césar sin quitarle la vista a la
MOROCHO.– César Miguel Rodríguez Pérez. ¡A tú salud! mesa, comienza a gesticular como si fuera un jinete.

Todos brindan. MOROCHO.– Cojo, o le pones atención a la partida, o se


sienta Jesús.
JULIO CÉSAR.– Las reglas de urbanidad obligan que
después de un brindis de esta magnitud, se debe ju- El locutor da el ganador de la carrera. Julio César brinca
de la alegría.
gar una partidita de dominó, hacer parejas, señores,
el Morocho es la mía.
JULIO CÉSAR.– ¡Es mío, es mío! ¡beibifeis, beibifeis...! El
MOROCHO.– Déjame el honor de jugar con el prefecto.
tres en la primera válida.
JULIO CÉSAR.– ¿Qué tal eres tú como pareja, Nelson?
MOROCHO.– Un embarque.
Morocho saca de su bolsillo su cuadro de caballos.
Julio César suelta una risotada. Nelson se hace el desen- MOROCHO.– ¿Qué número dijiste?
tendido, todos a la mesa, menos Jesús. JESÚS.– Dijo el tres.
MOROCHO.– Un burro.
JULIO CÉSAR.– El viejito sirve. JULIO CÉSAR.– Burro con cuatro patas, pero ganador.
JESÚS.– No te acostumbres. MOROCHO.– ¿Cómo hiciste?
JULIO CÉSAR.– Sólo esta vez. Después nos turnamos. Jesús JULIO CÉSAR.– Soy consecuente con mis números.
JESÚS.– ¿Que pasa? MOROCHO.– ¿Cuáles?
JULIO CÉSAR.– Llegó el momento cumbre de la emoción. JULIO CÉSAR.– Con los números de la cédula.
JESÚS.– ¿De qué hablas, chico? JESÚS.– Este domingo no habrá con seis.
JULIO CÉSAR.– Las carreras, viejito, las carreras de JULIO CÉSAR.– Te equivocas.
caballo... ¿O es que no sueñas? NELSON.– Yo también me caí.
JESÚS.– Cojo, ya estoy muy viejo para mandadero.
JULIO CÉSAR.– Sirve a la causa. No te quejes. Continúa la partida, de repente el prefecto da un manoton
JESÚS.– Por ahora… en la mesa.
40 / Francisco Viloria 41 / Las amistades de Morocho

MOROCHO.– ¿Qué pasa, Rodríguez? MOROCHO.– Si se quiere ir, que se vaya, allá él, pero que
RODRÍGUEZ.– Si gana otro como el tres, el que pegue los no olvide, no olvide el barrio. Aquí tiene a sus amigos
seis será un feliz millonario. que son su única familia. Cuando llegó al barrio era un
JULIO CÉSAR.– Dios te oiga. carajito que daba lástima. Apareció como un perro, pre-
RODRÍGUEZ.– Al Cojo le brilla el porvenir. guntando por un tío que tenía años muerto. Aquí le dimos
JULIO CÉSAR.– Esta vez, seré yo, el elegido del señor. En- lo que necesitaba. Y ahí lo tienes, hecho un hombre.
horabuena, me pica el cuerpo de contento. Al fin le diré JULIO CÉSAR.– Hecho un pendejo. Tú lo sabes bien. Ya
adiós a la miseria. Hasta hoy me ven en estos lares. estoy cansado de que me traten como a un inválido,
MOROCHO.– ¡Estás loco! que me paguen las cervezas y las putas porque la plata
JULIO CÉSAR.– ¿Loco? Loco te vas a quedar tú cuando maña- que gano no me alcanza para tanto lujo. Quiero de-
na amanezca en el periódico, en primera página y en rojo: jar de soñar en pendejadas y empezar como un recién
cuadro con seis, único cuadro con seis; pagando dos millo- nacido. Dime tú, Morocho, tengo o no derecho de un
nes, tres millones, qué sé yo, y tú sepas quién es el afortu- porvenir mejor.
nado. ¿Te imaginas al Cojo con tanta plata? Pues, dejo mis MOROCHO.– ¡Malagradecido!
responsabilidades con el barrio, y ni una huella del Cojo. Es NELSON.– ¿Por qué, Morocho?
más, salgo a cobrar esa plata sin bastón, Cojo y sin bastón, MOROCHO.– Ahora preguntas tú por qué. ¡Qué vaina tan seria!
con dignidad, como en los tiempos en que soñaba despier- NELSON.– Yo tengo cinco años que salí del barrio y cada
to. Agarro el primer libre que encuentre y me pierdo. vez que regreso, me encuentro con las mismas caras
defraudadas, los mismos cuentos. Los de mi época han
Continua la partida de dominó. envejecido prematuramente y sus hijos van por el mis-
mo camino, nada pasa, nada cambia. Es como una casa
JESÚS.– ¿Y te vas a olvidar de tus amigos de toda la vida? vieja que han dejado en el abandono. Morocho, déjalo
JULIO CÉSAR.– ¿Qué amigos ni qué amigos? que se vaya y haga otra vida.
JESÚS, a Morocho.– ¿Oíste? MOROCHO.– Al barrio y a su gente le sobra decencia.
MOROCHO.– De desconsiderados está lleno el mundo. NELSON.– La decencia ha salvado que la casa no se venga abajo.
(A Julio César:) Y tú eres de los peores. ¿Así que vas a JESÚS.– Tú tuviste la suerte de irte pero eso no te hace más
meter seis caballos y te vas a ganar un realero y te vas a que ninguno de nosotros.
perder y te vas a olvidar de tus amigos, del Mirimire, de NELSON.– Me largué de aquí y eso fue suficiente.
tus hijos, de tus concubinas y demás?... JESÚS.– Suerte que tiene la gente.
JULIO CÉSAR.– Así es. NELSON.– Ustedes no se fueron porque no quisieron.
MOROCHO.– ¡Desgraciado! JULIO CÉSAR.– Les faltó atrevimiento.
NELSON.– Déjalo que se vaya, él tiene todo el derecho a MOROCHO.– Aquí se vive tan bien como en otra parte.
abandonar todo esto. Uno se conforma con lo que la providencia ofrece.
JULIO CÉSAR.– Mi amigo el electricista sí es un hombre JULIO CÉSAR.– La providencia ya se apiadará de mí, de
de entendimiento. que me voy, me voy, eso sí, con plata.
42 / Francisco Viloria 43 / Las amistades de Morocho

JESÚS.– IIluso! JULIO CÉSAR.– Voy... voy...voy... a comprarme.... un bas-


JULIO CÉSAR.– Tú quieto, potro, El cinco y seis dirá. tón nuevo...
MOROCHO.– Yo sigo sin entender. ¿A estas alturas, el JESÚS.– ¡Gran vainota!
Cojo se quiere ir y olvidarse de sus amigos? Aquí tienes JULIO CÉSAR.– Por algo se empieza, ¿no? (Mandón) Jesús,
a Rodriguito. Se fue, se hizo alguien y no olvida de don- prende el radio y sírvenos unas birras que me siento
de vino. Lo invité y ahí lo tienes. Integro. como un rey.
JULIO CÉSAR.– Morocho, ya es hora de que me dejes en paz.
MOROCHO.– ¿Por qué coño, por qué coño? Jesús no protesta esta vez. Enciende el radio y sirve de
NELSON.– Porque le da la gana, porque pronto será millonario. beber. luego se encarga de la parrilla, el locutor anun-
JULIO CÉSAR, en un dilema.– Tú, Morocho, no com- cia la segunda valida y sus competidores. Los jugadores
prendes que yo siempre quise vivir en otra parte, ser continúan concentrados en la partida de dominó. De la
otro. A los veinte años me dije: “avíspate, carajito, pared que da al patio aparece Pajarito. Se deja correr y
porque vas a pasar la vida encerrado en estas calle- silenciosamente entra al baño. De inmediato se oye un
citas, y aquí no hay aire para un alma inquieta como disparo, de la misma pared aparece un policia con revol-
la tuya. ver en mano.
RODRÍGUEZ.– ¿Y qué decidiste? POLICIA, apuntando hacia la mesa.– ¡Manos arriba todos,
JULIO CÉSAR.– Lo más grande del mundo. Pero la suerte es la policía!
me traicionó.
RODRÍGUEZ.– ¿Que pasó? El grupo obedece, en sus manos las piezas de dominó.
JULIO CÉSAR.– La farándula. Jesús con un pedazo de carne.
RODRÍGUEZ.– ¿Qué?
JULIO CÉSAR.– La farándula era lo mío. Ahí es donde debía NARRADOR DEL RADIO.– Ya cuadraron los compe-
estar. Pero un mal día me jodí la pierna, me la jodí sin tidores en esta segunda válida del cinco y seis...
remedio. Si me descuido, me la cortan. ¿Verdad, Jesús? Listos!...¡Partida!
JESÚS.– Julio César cantaba de lo más bonito.
Apagón.
Jesús comienza a cantar un bolerito, Julio césar lo acompaña.

JULIO CÉSAR.– Todavía me defiendo, pero, ¿Cojo en fa-


rándula? Eso nunca se ha visto. Ahora, estoy a la dispo-
sición del todopoderoso, con un batacazo en la primera
válida, y siento un fresquito.
MOROCHO.– ¿Qué vas a hacer con tanta plata?
JULIO CÉSAR.– Eso déjamelo a mí.
MOROCHO.– ¡Dime! ¿Qué vas a hacer con esa fortuna?
44 / Francisco Viloria 45 / Las amistades de Morocho

Acto II IRMA.– ¿Qué robo?


MOROCHO.– Tu Pajarito es un ángel
El mismo escenario, el Policia cerveza en mano ameniza IRMA.– A Pajarito se le acusa de cuanto robo hay en el
con rodríguez, Morocho sigue a Irma quien va de un lado barrio y sus alrededores.
a otro tratando de evadirlo, Jesús sirve los primeros platos JESÚS.– Y más allá
de parrilla, Nelson sentado en la mesa termina de tomarse MOROCHO.– Ya te dije, ese muchacho tiene vocación de cura.
una cerveza, se para y se sirve otra, ya ebrio, Julio César IRMA.– Pajarito me ha jurado por...
pegado muerto de risa al radio, Policia saliendo. MOROCHO.– Por su madre. Ya lo sé. También juró por la
bendita el año pasado. Pero, la tentación fue tan fuerte
RODRÍGUEZ.– Si hay alguna novedad, avise. que se tiró tres atracos.
IRMA.– ¡Cínico!
El policia asienta y sale. MOROCHO.– Pero no ladrón, ni asesino. Decencia me sobra.
IRMA, se rinde.– Pajarito nada tuvo que ver con el atraco,
MOROCHO, a Irma.– ¡Bonita vaina nos ha echado tu Pa- ni con el tal Pelolindo.
jarito! ¿Qué va a decir la gente? Precisamente hoy do- MOROCHO.– ¡Ingenua! Ese muchacho es incapaz de ma-
mingo cuando tenemos visitas. Ya sospechaba que esta- tar una mosca porque hace cosas peores. No lo sabré. (A
ba metido en el lío de Transporte Unido. El me lo negó Rodríguez.) ¿Cuántas puñaladas recibió la plaga esa?
pero yo lo conozco bien. Sólo viene a la casa cuando
tiene problemas, y a ti te consta. A mí nunca me impor- Jesús le alcanza un plato de parrilla a Rodríguez y otro a
taron sus raterías por allí. Pero ahora es otra cosa. Es un Nelson, este se vuelve a parar y se toma otra cerveza.
asesino, un asesino.
IRMA, al borde de la impaciencia.– ¡Pajarito no ha ma- RODRÍGUEZ.– Tres puñaladas. Murió desangrado.
tado a nadie! Lo andan buscando por sospechoso. MOROCHO.– Malandro y sanguinario como en las películas.
Eso es todo. JESÚS.– O carnicero como en la realidad.
MOROCHO.– ¿Y por qué huye? MOROCHO.– Irma, te advierto que si ese querubín
IRMA.– ¿Huye?...huye...huye porque es un pendejo. de tu hermano se acerca a esta casa, en un dos
MOROCHO.– Entonces, ¿Pelolindo se murió de una gripe? por tres lo denuncio, llamo a la policía, sin que
IRMA.– Si Pajarito se atrevió a tanto, sería por algún desengaño. me quede ninguna molestia por dentro. ¿Estás es-
MOROCHO.– Hay un muerto, hay un muerto y se nos cuchando, no? Nada de manchas de vergüenza en
complica la vida. esta casa. ¿Estamos claros, no?
IRMA.– Tú conociste a ese tal Pelolindo. Si está muerto
bien merecido lo tiene. Era un azote. Jesús le alcanza un plato de parrilla a Irma y otro a Morocho.
MOROCHO.– ¿Y qué dices del robo?
IRMA.– ¿Qué robo? IRMA, saliendo.– Yo conozco a mi Pajarito, Si hizo lo que
MOROCHO.– ¿No oíste lo que dijo el policía? hizo, es porque el otro no era un santo, y es más, Morocho,
46 / Francisco Viloria 47 / Las amistades de Morocho

Pajarito me confesó que ya estaba crecidito para lidiar Morocho se sienta, Rodríguez de pie sin decidirse, Jesús
con tanta persecución y que estaba con ganas de bus- se acerca a Rodríguez con un trago, este lo rechaza,
car trabajo. Jesús no entiende y se queda con el brazo extendido,
MOROCHO.– ¿Trabajo, ése? ofreciendo la bebida.
IRMA.– Pues sí. Trabajo. (Sale.)
MOROCHO.– Ella nunca ha querido entender que Pajari- MOROCHO, intrigado.– ¿O prefieres cerveza?
to es un caso perdido. RODRÍGUEZ.– Es hora.
MOROCHO.– ¿Hora de qué?
Julio César se despega del radio. RODRÍGUEZ.– Hora de levar ancla.
MOROCHO.– ¿Qué ancla?
JULIO CÉSAR.– ¡Otro de los míos en la tercera válida! Me son- RODRÍGUEZ.– Se hace tarde
ríe la vida. Llevo tres pegados y voy palo arriba. Señores MOROCHO.– ¿Tarde para qué? Hoy es domingo.
aquí no ha pasado nada. Una pequeña interrupción no des- RODRÍGUEZ.– Tengo que irme.
vela. ¡No, no señor! (A Morocho.) ¿Qué dice el jefe? MOROCHO.– ¿Irte adónde?
JESÚS.– ¡Arrecho! RODRÍGUEZ.– Tengo que irme.
JULIO CÉSAR.– Este pequeño problemita de familia, no MOROCHO, Reacciona.– Eso sí que no, Rodríguez! A un
debe alterar los nervios, Morocho. Pajarito en el fondo amigo, a un viejo amigo no se le escatima. Apenas has
tiene buen corazón. No es tan mierda como huele. estado un ratico y ya te quieres ir. Esa vaina no se en-
MOROCHO.– ¡No me vengas con vaina, Julio César! Dé- tiende. ¿No es verdad, Nelson?
jate de cómica. Nunca le he visto el corazón a ese gran NELSON.– Rodríguez, todavía es temprano. (Pausa.) Mo-
carajo, pero sí una pico´eloro del tamaño de este brazo. rocho ha hecho todo esto por nosotros, Algo especial.
JULIO CÉSAR.– ¿Y qué dice el prefecto? ¿Otra partidita? RODRÍGUEZ.– Yo le agradezco al Morocho sus intencio-
MOROCHO.– Tú, déjame en paz a Rodríguez. Ya está nes, pero tengo otras obligaciones que atender.
bien de molestias. MOROCHO.– ¿Qué obligaciones, ni qué obligaciones? La
JESÚS.– Él entiende, es del barrio, es la misma gente. obligación la tienes aquí, entre amigos.
RODRÍGUEZ.– Acuérdate Jesús, que hace mucho que RODRÍGUEZ.– Yo encantado me quedaría, pero tengo un
cambié de dirección. Ya no somos los mismos. compromiso con el doctor Pascual. Morocho, soy un
MOROCHO.– No dejemos que se arruine la reunioncita. hombre público.
Otra partidita que apenas comenzamos (A Julio César.) MOROCHO.– ¿Ahora te olvidas de la amistad y del pasado?
¿No es así millonario? RODRÍGUEZ.– ¿Del pasado?
MOROCHO.– Sí, de tu pasado. Dime, ¿quién te enseñó a
Julio césar toma asiento y comienza a mover las piezas. hacer tu primera china?
RODRÍGUEZ.– Tú, Morocho, tú.
JULIO CÉSAR.– Su palabra vaya adelante, el río se aplaca MOROCHO.– ¿Y a tirar la pelota en curva? Dímelo.
y los remeros a sus remos. RODRÍGUEZ.– El Morocho.
48 / Francisco Viloria 49 / Las amistades de Morocho

MOROCHO.– ¿Entonces? ¿Eso no se agradece? MOROCHO.– ¿Por qué?


RODRÍGUEZ.– Sí, pero... RODRÍGUEZ.– Esa gente es muy sensible.
MOROCHO.– ¿Y te parece justo que te quieras ir sin haber MOROCHO.– Pero estás en casa de unas amistades.
terminado la partida, sin haber probado ni siquiera el RODRIGUÉZ.– Amigos de infancia.
caldo que tanto me costó cocinar? JULIO CÉSAR.– Mejor le dices al doctor que te echabas palos
RODRÍGUEZ.– Te agradezco las molestias, pero... con el millonario Julio César Aguirre, famoso por su cojera.
MOROCHO.– Basta de peros. Hechos. Hechos. ¿Eres ami- NELSON.– Quédate, Rodríguez. Morocho se ha desvivido
go de la casa o qué? por atendernos. Poco visitamos a esta gente que nos quie-
JESÚS.– Los amigos se emborrachan juntos. re igual, no importa dónde estemos, ni qué tengamos.
RODRÍGUEZ.– El trato con ustedes no es el mismo, la con- MOROCHO, eufórico.– ¡Esa es la verdad!
fianza no es la misma, los caminos son diferentes. JESÚS, Cariñoso.– Anda Rodríguito, que no comemos gente.
JESÚS.– Habla claro. Deja la confusión.
RODRÍGUEZ.– No digo nada malo. Lo que quiero decir Rodríguez acepta quedarse una vez que lo ha pensado
es que un hombre como yo, de mi puesto, tiene otros unos segundos. Se sienta a jugar.
compromisos que una simple reunión.
MOROCHO.– ¿Una simple reunión? ¿Lo oíste, Jesús? Si hu- RODRÍGUEZ.– Dame ese palo que a estos le damos zapatero.
biera querido, invito a todo el barrio. Si era de tu gusto. MOROCHO, satisfecho.– ¡Ni lo dudes, ni lo dudes!
RODRÍGUEZ.– Cuando digo una simple reunión, no estoy
diciendo que es una reunión cualquiera. Los jugadores retoman la partida. Jesús extrae una cerveza
MOROCHO.– Menos mal. Entonces nos estamos enten- y prende el radio, música, Jesús comienza a bailar arras-
diendo. ¿Te quedas, no? trando los pies. Ya bajo el efecto de las cervezas.
JULIO CÉSAR.– Quédate hasta el final de la carrera, al me-
nos. Verás nacer a un millonario. JESÚS.– ¿Ves? En todos estos años es poco lo que envejeci-
RODRÍGUEZ.– ¿Y qué excusa le presento mañana al doc- do. ¿Parece mentira? Pues, no. Las cosas no son como
tor Pascual cuando lo llame? antes. Me llamaban, Jesús el raquítico, el tísico. Pura
JESÚS.– Cualquier vaina. El doctor es un político. Le dices maledicencia. Nunca fui amigo de la gula, ni ahora
cualquier vaina que suene a inaplazable, a imprevisi- cuando me puedo dar ese lujo. Fui desgarbado de naci-
ble, o a urgencia, pues. miento, los apuros de la niñez, la falta de madre y padre
RODRÍGUEZ.– Eso es muy fácil decirlo, Jesús, pero te re- y una tía desconsiderada que me tenía de mandadero
cuerdo que soy un hombre escalando posición dentro hasta que me llegó la hora de trabajarle a Don Serapio
del partido. Debo mantener vivas y constantes mis rela- (Se dirige a la ausente María Antonieta) Sabías que no
ciones con la gente que es. te podía ofrecer abundancia pero tampoco ibas a pa-
JESÚS.– ¿Y si le dices que andabas en el barrio Cotoperí en sar penurias, ahora, llevarías mi apellido, el apellido de
casa de unas amistades? García, la señora de Jesús García, diría la gente, pero
RODRÍGUEZ.– No sería prudente. pudo más tu mamá, ella te convenció que te apartaras
50 / Francisco Viloria 51 / Las amistades de Morocho

de mi lado, Jesús el raquítico, pura maledicencia. Y tú, NELSON.– ¿Qué?


la muy idiota, le hiciste caso. De nada valió que le lle- MOROCHO.– Los recuerdos le bajan la tensión.
vara exámenes de sangre, de orina y de heces a doña JULIO CÉSAR.– Viejo güevón.
Mimí. Su desconfianza era la misma, ella murió y tú en- MOROCHO.– No ofendas, no ofendas que Jesús puede
vejeciste. Envejecimos solos y en desdicha porque no ser tu padre.
has querido abrirme la puerta, porque me evitas o me JULIO CÉSAR.– No pierde la costumbre.
desconoces en la calle. No te entiendo María Antonie- MOROCHO.– Porque es un hombre de nobles sentimientos.
ta, no te entiendo porque quieres morir sin compañía. JULIO CÉSAR.– Y güevón.
Sin la compañía del hombre que te ama. Veme, ahora, MOROCHO.– Tú no entiendes porque no es de tu especie.
30 años después, al ritmo de la música, sin nada que JULIO CÉSAR.– Cada vez que tiene tres cervezas en el
criticarle al cuerpo. buche, se deja llevar por la desgracia, te arruina el
momento. Te echa a perder el rato alegre. Es de la
Se detiene cansado, algo decaido, se toma el pulso. sabe especie de los güevones, diría yo.
que no esta bien y recurre a una silla. MOROCHO.– Si lo vuelves a llamar güevón, te voy a
pedir que desalojes la vivienda. En mi casa se res-
JESÚS, A Morocho .– ¡Morocho! Morocho, el pulso.
petan a los amigos. No permito abusos.
MOROCHO, A Julio César.– ¿Qué dijo?
JULIO CÉSAR.– No he dicho nada. Ya me llegará la hora
JULIO CÉSAR.– Qué sé yo.
de mandar. (Trancando la mano.) ¡Tranco y gano! Y
JESÚS.– ¡Morocho! ¡Gran carajo! Me estoy desmayando.
esto merece un palo.
NELSON.– Morocho, Jesús está blanco como un papel.

Morocho mira a jesús sin alarmarse. Morocho y Julio César se paran y se dirigen al pipote
de cervezas.
MOROCHO.– ¡Irma! ¡Irma... !
RODRÍGUEZ.– ¿Y a ti cómo se te ocurrió?
Irma entra. NELSON.– ¿Qué?
RODRÍGUEZ.– Venir a esta reunión de pobres.
IRMA.– ¿Qué quieres ahora? NELSON.– Vine por lo de la boda. Ahora saben que no
MOROCHO.– Llévate a Jesús al cuarto. soy marico como ellos creyeron toda la vida, nunca
fui putañero, eso es todo.
Irma duda por un instante. RODRÍGUEZ.– ¿Los invitaste a la boda?
NELSON.– ¡Ni se te ocurra!, me advirtió mamá.
MOROCHO.– Tú puedes sola, ya lo has hecho otras veces. RODRÍGUEZ.– Yo le di el día libre al chofer Prefiero
que me roben el carro a que sepa que trato con
Irma carga con Jesús sin mucha dificultad. todo tipo de gente. Tengo que darme mi puesto.
52 / Francisco Viloria 53 / Las amistades de Morocho

NELSON.– Es gente sana. JULIO CÉSAR.– No le hagas caso, Morocho.


RODRÍGUEZ.– Sí, chico. Pero a estas alturas no nos con- MANRIQUE.– ¡Tú te callas! El asunto es con Morocho.
viene perder el tiempo por nada. ¿Qué ganamos? JULIO CÉSAR.– ¡No seas pendejo! A mí no me mandes a callar.
MANRIQUE.– Cojo, te dije que te callaras. Y te mando a la
Manrique entra. mierda tantas veces me dé la gana, la santísima gana.
JULIO CÉSAR.– Y yo te digo... (Lo piensa.) Te vas a llevar
MANRIQUE.– ¡Bonito cuadro! La deslealtad en vivo. una sorpresita conmigo.
JULIO CÉSAR, Bromista.– ¡Bienvenido caballero! Sírvase MANRIQUE.– Mira, Cojo, estoy a la orden, cuándo quieras,
usted mismo. dónde quieras, y cómo puedas, desde hace tiempo tengo
MANRIQUE.– No estoy invitado. ganas de darte una trompada, pero no le pego a tullidos.
MOROCHO.– ¿Manrique, qué haces tú aquí? MOROCHO.– Me terminan la discusión, ¡ya!
MANRIQUE.– He dicho que no estoy invitado pero tampoco MANRIQUE.– El Cojo me tiene harto, no es la primera vez,
me dijeron que no viniera. Vine a preguntar, nada más. y ahora tú con tu desaire.
MOROCHO.– ¿A preguntar? MOROCHO.– Manrique, aquí no tenemos ninguna fiesta.
MANRIQUE.– Sí, Morocho. Quiero que me digas ¿Cuán- MANRIQUE.– ¿Y la caña, y la carne y el consomé, es
tos años tenemos conociéndonos? ¿Cuántos, ah? un sueño?
MOROCHO.– ¿A qué viene eso? MOROCHO.– Es una reunión que hice a mis amistades el
MANRIQUE.– Somos compañeros de trabajo, ¿no? Le ha- prefecto y a Nelson.
cemos trampa al portugués que nos roba nuestro es- JULIO CÉSAR.– Invitados especiales.
fuerzo, ¿No? Dime si de algo ha servido que te haya MOROCHO.– Vivieron en el barrio.
ayudado a levantar esta casa, o que tu vieja y la mía, MANRIQUE.– Esa vaina ya la sé, los conozco a los dos y
sean comadres. Dime, ¿De algo ha servido? nunca les vi nada especial.
MOROCHO.– Manrique me tienes en la luna. MOROCHO.– Todavía no habían salido del barrio. Ahora
JULIO CÉSAR.– Está caliente. es otra cosa.
MOROCHO.– ¿Estás caliente, Manrique? JULIO CÉSAR.– Ya no son como uno.
MANRIQUE.– Más que caliente... siento tu indiferencia, siento MOROCHO.– Son especiales.
tu menosprecio, siento todas esas vainas juntas y me duelen. MANRIQUE.– ¿Especiales?.... Morocho, yo conozco un
MOROCHO.– ¿Sólo porque no te invité? tipo que sí es especial. Más especial que tu prefecto y
MANRIQUE.– ¿Y tú crees que es justo? tu electricista. Un tipo que conoces bien.
MOROCHO.– Sí. JULIO CÉSAR.– ¿A quién vas a inventar?
MANRIQUE, Herido.– Te guardas tu fiesta. MANRIQUE.– Hablo con el Morocho, no te metas! (A Mo-
MOROCHO.– Esto no es una fiesta sino una pequeña reunión. rocho) ¿No adivinas?
MANRIQUE.– Es la misma vaina, yo no quería venir pero MOROCHO.– Tumba ese mango de una vez, me tienes
no pude dominar la arrechera, tenía que destaparme, interrumpida la mano.
tenía que venir y verte la cara. MANRIQUE.– Yo soy el especial.
54 / Francisco Viloria 55 / Las amistades de Morocho

JULIO CÉSAR.– Ahora sí nos jodimos con este chofer de Morocho al fin ha comprendido, reacciona, se para y
autobús. le da un fuerte abrazo a manrique. Morocho le sirve de
tomar. Le acerca una silla para que se integre al grupo.
Manrique indiferente ante el comentario de julio césar. La partida de domino continua. entra Jesús muerto de
risa. Lo sigue Irma.
MANRIQUE, a Morocho.– ¿Sorprendido? Me tenías cer-
quita, y no te habías fijado. IRMA, a Morocho.– Oía las carreras. Se levantó y no ha
MOROCHO.– Me desayuno. ¿Y qué tienes tú de especial? parado de reírse.
En el barrio todos somos iguales. Destino común. MOROCHO, a Jesús.– Te ves mejorado.
JULIO CÉSAR.– Destino de pendejos. MANRIQUE.– ¿Qué le pasó al viejo?
MANRIQUE.– Ni tan iguales, ni tan pendejos. ¿Y no sabes MOROCHO.– Malestares del alma.
por qué me siento especial? MANRIQUE.– Lo de siempre.
MOROCHO.– Me lo vas a tener que decir JESÚS.– Les tengo un notición: Julio César se nos queda.
MANRIQUE.– Qué memoria la tuya, qué mala memoria. MOROCHO.– Cojo es contigo.
Soy especial porque nací en el barrio y aquí voy a JULIO CÉSAR.– ¿Por qué tanta risa?
morir. Porque en él, conocí a la gran caraja que fue JESÚS.– Tus millones se marchitaron. Te quedas en el ba-
mi esposa, porque aguanté un año callado la boca rrio. Sierra Linda ganó en la cuarta válida. Un favorito.
cuando me enteré que ella me montaba cachos con JULIO CÉSAR desesperado busca el cuadro de caballos en
un policía, y tú sabes quien. Me callé, no, por falta de su bolsillo. lo revisa.
bolas, me callé por los carajitos. Hasta que me dije, JULIO CÉSAR.– ¿Qué número?
basta, y la saqué del barrio. Oye bien, la saqué del JESÚS.– El cinco.
barrio, porque Manrique tiene su dignidad. Soy es- JULIO CÉSAR.– Me jodí.
pecial, Morocho, porque llevo 18 años trabajándole
al portugués. El trabajo es una mierda, pero ahí me Jesús de nuevo rie. Julio césar prende el radio, el narrador
tienes, cumplidor, más especial aún, porque conse- da el ganador de la carrera, apaga el radio, camina de un
guí, no con tu prefecto, que asfaltaran estas calles por lugar a otro, esta rabioso, se detiene, calmado, Jesús rie.
el bien de todos. Porque evité con ayuda de ustedes
que el barrio se convirtiera en residencia de rateros JULIO CÉSAR.– No le veo la gracia.
y malparidos. Porque cada vez que hago una fiesta, JESÚS.– Ya te creías millonario. Hacías planes. Te ilusionas
una reunión, como tú dices, ustedes son los primeros y te creías dueño de no sé cuantas vainas. Te ibas del
invitados. Porque no ando invitando a gente extraña, barrio y te olvidabas a tus amigos ¡Iluso! ¿Ahora qué
amistades extrañas que me coman la comida ni me vas a hacer?
beban la caña. Porque además de estas pequeñeces JULIO CÉSAR.– El que insiste, vence. Soy joven y tengo
que te he dicho, soy tu amigo. Por eso, Morocho, por esperanzas. Algún día saldré de aquí. Si no es el 5 y 6,
eso, soy especial, especialísimo, ¡Coño! será la lotería.
56 / Francisco Viloria 57 / Las amistades de Morocho

JESÚS.– Te queda otro consuelo. Morocho aprovecha un descuido de Irma y toma violenta-
JULIO CÉSAR.– ¿Cuál? mente a Pajarito por el cuello, lo jamaquea.
JESÚS.– El Mirimire.
MOROCHO.– Y nosotros, tus amigos te perdonamos tan- MOROCHO.– Te lo dije, te lo dije, gran carajo. Mi casa no
ta desconsideración. es guarida de indeseables. Jesús llama a la policía.
JESÚS abraza a julio césar, consolándolo. JULIO CÉSAR.– No hay que ir muy lejos. Tenemos uno.
JESÚS.– No ha pasado nada. Si no es este domingo, es el
MOROCHO.– ¿Dónde, dónde?
otro o el otro...o el otro.
JULIO CÉSAR.– El señor prefecto.
JULIO CÉSAR.– Aún puedo meter los cinco. Pagarán algo...
JESÚS.– Hay que esperar.
JULIO CÉSAR.– Y no desesperar. Manrique ríe.

Nelson se incorpora y rapidamente entra al baño a vomitar. MOROCHO.– Rodríguez es invitado, invitado especial.
MANRIQUE.– No me jodas, Morocho.
MOROCHO.– Ese muchacho no ha cambiado. Sigue JULIO CÉSAR.– Es invitado, pero, también es autoridad.
siendo fofo. MOROCHO.– ¿Qué dice el prefecto? ¿Te llevas esta plaga?
RODRÍGUEZ, Como si no fuera con él.– Morocho, chico,
Pajarito molesto sale del baño cuando entra nelson. hazme el favor.
MOROCHO.– ¿Por qué no? Harías un bien.
PAJARITO.– ¿Qué le pasa a éste? IRMA.– Rodríguez no le hagas caso.
RODRÍGUEZ.– Morocho, los problemas de familia no son
Irma se acerca a pajarito para protegerlo, Morocho furi-
bundo lo quiere agredir pero Irma se interpone. mi especialidad, arréglatelas como puedas.
MOROCHO.– Rodríguez, este desgraciado es un delin-
MOROCHO.– ¡Conque estabas allí! ¡Grandísimo carajo! cuente de alta peligrosidad, como dicen. (Lo vuelve a
jamaquear.) Le ves, le ves esa cara de cínico que tiene.
Pajarito mantiene su calma habitual. Escondido en mis propias narices, irrespetando mi casa.
¿Te lo llevas, no?
IRMA.– ¡No lo vayas a tocar! Ni un dedo encima. RODRÍGUEZ.– Me invitaste a echarme palos, pues, en eso estoy.
MOROCHO.– ¡Tú apártate o te reviento! ¡Apártate!
IRMA, desafiante.– ¡No me aparto! Nelson sale del baño sigilosamente. Sin decir nada sale del
PAJARITO, caradura.– ¿Qué vaina es, Morocho? Qué deses-
patio, solo jesús se percata y no le da importancia.
pero el tuyo, no te debo nada, pero me tienes ganas, me
quieres dañar, tú eres testigo, Irma, yo no le caigo en gra-
MOROCHO.– ¿Tú acaso no eres autoridad? Es tu deber.
cia a Morocho, por nada en el mundo le caigo en gracia.
MOROCHO.– En desgracia, sí, porque eso es lo que tú RODRÍGUEZ.– Tengo un puesto de autoridad. Pero no es
eres: una desgracia, una desgracia pública y familiar. mi deber cargar con rateros.
58 / Francisco Viloria 59 / Las amistades de Morocho

MOROCHO.– Esta vaina es más que ratero. Es un homicida. JESÚS.– Déjalo. Ya bebió, ya comió, no podrá decir que lo
IRMA.– No exageres, Morocho, no exageres que estás ha- tratamos mal.
blando de mi hermano.
RODRÍGUEZ.– Baja y llama a la policía. Ahí tienes la solución. De nuevo, morocho arremete contra pajarito, lo toma del
IRMA.– ¡Aquí no entran esos! brazo con intención de salir con él, Irma se interpone en
MOROCHO.– Rodríguez que más policía que tú. la puerta.
RODRÍGUEZ.– Más respeto, Morocho, más respeto.
MOROCHO.– Tú representas la ley y el orden. IRMA.– ¿Para dónde vas?
IRMA, a Morocho.– Ya te lo dije.– Él no sale de aquí con MOROCHO.– ¡Déjame pasar!
ningún policía. IRMA.– ¿Qué vas a hacer?
MOROCHO.– ¡Tú te callas! ¿Entonces, Rodríguez? MOROCHO.– Sigo la recomendación del prefecto. Voy a
RODRÍGUEZ.– ¿Entonces, qué? entregar a Pajarito al primer policía que encuentre.
MOROCHO.– ¿Vas a cumplir con tu trabajo? Eres el IRMA, amenazante.– Si sales de esta casa con mi hermano,
más indicado. te juro y te perjuro que te enveneno.
RODRÍGUEZ.– Mira, Morocho, yo acepté venir porque JULIO CÉSAR.– Se alzó la mujer, ¿A qué no te atreves a
estaba cansado de tanta llamadera, de tanta invitación salir, Morocho? ¿A qué no te atreves?
y porque Miguelina también insistió. Aquí nada tengo
que buscar. Y por lo que veo, es hora de irme. Pajarito de un tiron se desprende de la garra del morocho.
MOROCHO.– ¿Definitivamente, no cuento contigo en
este caso? PAJARITO.– Morocho, déjate de cómicas.
RODRÍGUEZ.– Baja y llama a la policía.
MOROCHO.– ¿Así se le paga a un amigo? Morocho se acerca y le da un bofetón.
RODRÍGUEZ.– ¿Quién te dijo que soy tu amigo? Eres un
conocido más. MOROCHO.– De mí ni te burles, ni te rías, ¡carajo!
MANRIQUE.– ¿Estás oyendo, Morocho? PAJARITO.– Morocho, le he hecho un favor a la sociedad.
MOROCHO.– Irma, ¿Acabas de oír eso? Tu hermano es
Rodríguez saliendo. bien descarado.
IRMA, Reconciliadora.– Anda, Pajarito, cuéntanos que
RODRÍGUEZ.– Ya te dije lo que tienes que a hacer. pasó de verdad entre tú y ese muérgano de Pelolindo.
MOROCHO.– ¿Te vas? Eso sí, no inventes.

Rodríguez sale. Julio César se acerca a pajarito con cerveza en mano y se


la alcanza.
MANRIQUE.– Se fue.
MOROCHO hace un intento de detenerlo. JULIO CÉSAR.– Anda tierno, enternécenos.
60 / Francisco Viloria 61 / Las amistades de Morocho

Morocho extrae una cerveza y se sienta a oír la historia, los Volvimos a saltar la reja. En la carrera Pelolindo me dijo,
otros menos irma lo imitan. “nos vemos mañana que va a amanecer.” Yo confiado,
lo dejé ir con caja y todo. Pasaron tres días sin pista de
PAJARITO.– Morocho, yo no quería nada con Transporte Pelolindo. Un fantasma se queda pendejo. Después supe
Unido. No quería por dos cosas: El guachimán era el que el gran carajo, andaba diciendo que él no tenía nada
viejo Arteaga y Cara´eperro me dijo, “nada de com- que ver con el atraco. La vaina me la echaba a mí sólito.
pinche con Pelolindo. Pelolindo no es el mismo. Las “Busquen a Pajarito, él si sabe,” lo oyeron decir.
pepas le desarreglaron la cabeza. Pelolindo anda de JULIO CÉSAR.– Una verdadera mierda, tu compinche.
una de arrecho, de viveza, de engaño, de trácala, ya IRMA.– Te engañaron como un niño.
no tiene íntimos ni amigos”. Pero una noche, Pelo- PAJARITO.– “El que la hace, la paga”, me dije.
lindo me pintó y me pintó otro paisaje. Me dijo que IRMA.– Bien hecho.
Caraeperro anda en una de descrédito a su persona. MOROCHO.– ¿Y luego?
Sólo porque Pelolindo le arrebató un cariño en la Ra- PAJARITO.– Me enconché siete días y sus noches. Hasta que
tonera. Esa vaina nunca la ha perdonado el Caraepe- me soplaron el paradero de Pelolindo. Estaba en el rancho
rro. También me aseguró que el viejo Arteaga estaba de una colega de la Lengua´etigre, allí aterricé una noche,
de reposo con una pata dañada. y allí lo encontré lleno de pepas y caña hasta el chiqui-
JESÚS.– ¿Quién? to, muerto de risa, mirando un suplemento. Como si no
PAJARITO.– ¿Quién qué? debiera nada. Yo fui en son de paz. Me fumaba la pipa
JESÚS.– ¿Quién de las tipas? de la paz si era necesario. Pero, Pelolindo se negaba a oír
PAJARITO.– La…la… y a dar explicación. Se burlaba de mí, hasta que se me
JESÚS.– ¿La bachaca? subió el arrecho y le di un pataón para que se bajara de
PAJARITO.– Ella misma. esa nube. Ahí empezó el rencor, primero nos dimos unas
JESÚS.– Julio César, tu favorita. trompadas, después, él me sacó un puñalón, y yo le saqué
JULIO CÉSAR.– Cuando esa mujer llegó a la Ratonera era la mi pico´eloro, mi fiel compañera, como en las películas, el
sensación, y yo la envidia de muchos. Ahora da lástima. malo muere. Aquí me tienes vivito y coleando.
MOROCHO.– ¿Qué más Pajarito? JULIO CÉSAR.– ¿Y la plata?
PAJARITO.– Con tanto convencimiento de Pelolindo. Yo PAJARITO.– La gastó enterita.
confiado, me lancé a la aventura. JESÚS.– Lo heredó la Lengua´etigre.
IRMA.– Ves, Morocho, como Pajarito se dejó engañar. PAJARITO.– Ella dice que no sabe nada.
MOROCHO.– No estoy tan seguro. (A Pajarito:) ¿Entonces...? JESÚS.– La traición se paga.
PAJARITO.– Fue una operación limpia, sin bulla. El viejo Ar- PAJARITO.– Yo digo lo mismo.
teaga no estaba por todo eso... hay que reconocer que JESÚS.– Y fue en defensa propia.
Pelolindo era un lince, y yo no me quedaba atrás, jugamos IRMA.– Pero la policía no lo cree.
en la misma liga. Según Pelolindo, en la caja había diez PAJARITO.– Ni la policía, ni el Morocho.
mil bolos., mitad suya, mitad mía, ese fue el convenio. JULIO CÉSAR.– Pero, él entiende.
Todos esperan el veredicto final del morocho, quien se JESÚS.– No tanto como seis.
para y se toma otra cerveza, instante de expectativa. MOROCHO.– Un día de estos metes los seis. Entonces se-
rás tú, el invitado especial.
MOROCHO.– ¿Esa es la verdad, sin cuento de fantasía? JULIO CÉSAR.– Desde ya, te juro que no olvidaré el barrio...
PAJARITO.– Sin que me quede nada por dentro, esa es la MOROCHO.– ¿Ni que tengas toda la plata del mundo?
verdad de lo que pasó. JULIO CÉSAR.– ¡Lo juro!
MOROCHO.– ¿Qué tu crees, Jesús? MOROCHO.– Irma, sírvenos el consomé y dale de co-
JESÚS.– Pajarito estaba en su derecho. Además, chico, le hizo mer a Pajarito.
un favor al barrio. Pelolindo no tenía arreglo moral.
MOROCHO.– Y tú Cojo. ¿Cuál es tu veredicto? Irma antes de salir con Pajarito, enciende el radio, la carrera
JULIO CÉSAR.– Te voy a decir la verdad, una verdad que de caballo en pleno desarrollo, todos pendientes del resulta-
tenía entrepecho. Yo le tenía un culillo al Pelolindo. do, paran de jugar, finaliza la carrera, miran a Julio César.
MOROCHO.– ¿Y que me dice Manrique?
MANRIQUE.– Pajarito no es santo de mi devoción. Pero, JULIO CÉSAR, Resignado.– Hoy no es mi día. Otro favorito.
Pelolindo está mejor donde está ahora.
(Pausa.) Otra vez tú, el mismo cojo de siempre.
MOROCHO.– Jesús, tengo una idea.
JESÚS.– ¿Cuál, Morocho?
Julio césar canta, es casi un lamento. Morocho pierde la
MOROCHO.– La próxima reunión, invitamos a Miguelina.
concentracion en el juego, mira a Julio César.
Irma cariñosa se acerca a pajarito.
MOROCHO.– Coño, Cojo, nos vas a hacer llorar.
JESÚS.– ¿Miguelina... la hermana de Rodríguez?
MOROCHO.– Sí, a ella no parece que se le ha subido la Morocho se para y apaga el radio. Luego va al pipote de
pretensión como a su hermano. ¿Tú crees que venga? donde extrae cuatro cervezas. Servicial con sus amigos.
IRMA.– Se alisó el pelo.
JESÚS.– Pero no ha olvidado el barrio. JESÚS, a Manrique.– Tenemos mesonera nueva. (Ríen).
JULIO CÉSAR, alistándose para continuar con una nueva MOROCHO, Morocho le alcanza la cerveza a Julio Cé-
partida de dominó.– ¿Quién es mi pareja? sar.– Termínate de rascar, después de todo en el barrio
JESÚS, Rapidito se sienta.– Aquí estoy. no se vive tan mal ¿No es así, Manrique?
MANRIQUE, lo mira un instante.– ¡No me jodas, Morocho...!
Morocho y Manrique forman pareja. Comienza la partida.
La partida continua. Oscurece lentamente.
JULIO CÉSAR.– Jesús ¿Tú crees que todavía puedo meter
los cinco caballos? Fin
JESÚS.– ¿Por qué no?
JULIO CÉSAR.– Es algo, ¿no?
A PROPÓSITO DEL ESTRENO DE ESTA OBRA

Si algo le confiere encanto a esta obra es que en ella no hay


más mínima intención de asombrar al espectador mediante
la exposición de alguna forma de sabiduría; no es teatro para
apantallar, sino para disfrutar; tampoco una pieza con anhelos
de transcendencia…
En la escritura de Viloria descubrimos penetración psico-
lógica perfilar los personajes, destreza al desarrollar cada una
de esas composiciones; habilidad para estructurar el diálogo
que fluye con espontaneidad, riqueza y verosimilitud socio-
lógica, así como una asombrosa cualidad: la de mantener el Las amistades de Morocho,
suspenso por la vía de la expectativa insatisfecha… de Francisco Viloria Lira,
se imprimió durante la realización
Una situación cotidiana sucede a otra; debemos recono- del 10ª Curso de Gestión Editorial
cer una clase de maestría muy especial para urdir una obra realizado en el la Imprenta de Vargas
adscrita al Sistema Nacional de Imprentas
con esos recursos, conversando intacta la atención del espec- de la Fundación Editorial El perro y la rana
tador… durante los días 6, 7 y 8 de abril.

Queda hecho el depósito de fe.


Rubén Monasterios, El Nacional
500 ejemplares

De Francisco Viloria, hace pensar en la posibilidad de la


ampliación de una dramaturgia nacional con un lenguaje en-
razado en nuestros gestos y maneras.
Lo más Importante en esta obra y en este dramaturgo es el
empeño por presentar un universo tipificado por su proximi-
dad con el espectador, y su rechazo a culturizar sus lugares,
su acción y su palabra. La presentación de la acción y de los
personajes no busca ir más allá de una intriga en la que lo
que pasa en solo una cotidianidad que atrae al espectador
por sentirse en ella representado.

Leonardo Azparren Giménez, revista Critica Cultural

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