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Equipo Nacional de Formación

Equipo Nacional de
Formación Acción Católica Argentina

CUENTOS PARA NUESTROS ENCUENTROS (I)


Acción Católica
Argentina

Los cuentos son una buena herramienta para la


formación en la fe. Pueden relatarse, interpretarse
con títeres o a través de una dramatización,
reflejarlo con imágenes, acompañarlo con música.

La dinámica del cuento ayuda a concentrar la


atención, a imaginarse personajes y situaciones,
aprender a escuchar y a sacar conclusiones.

Pueden adaptarse según la realidad de cada grupo


e inclusive a recrearlos a través de la propuesta
comunitaria, favoreciendo la creatividad y la
participación.

Con los niños se puede interactuar a partir de un personaje muñeco que sea quien funcione
como el relator que los acerca a una enseñanza para la vida.

FRATERNIDAD
Se cuenta de dos hermanos que habían heredado un campo de sus padres y ambos habían
construido sus casas allí, distantes unos doscientos metros.

El hermano mayor, Juan, era soltero y estaba muy feliz con su trabajo en el campo y los
diversos hobbies que tenía. El hermano menor, Pablo, estaba casado y tenía dos hijos y un
hija; también vivía muy feliz con su mujer y su trabajo. Los dos se dedicaban a la siembra,
pero para no tener inconvenientes de ningún tipo habían separado el campo en dos parcelas
iguales y también guardaban el fruto de la cosecha en graneros separados.

Sin embargo, una noche, Juan pensó que la situación era injusta. Se dijo que él era soltero y
no necesitaba tanto como su hermano que tenía mujer e hijos que mantener. Entonces
decidió ir a su granero, llenar una bolsa grande, cargarla en sus hombros y llevarla, en el
silencio de la noche hasta el granero de Pablo.

Casi al mismo tiempo, Pablo también pensó que la situación era injusta. Se dijo que él era
casado y que tenía hijos que iban a cuidar de él en su vejez. Sin embargo su hermano Juan,
por ser soltero, necesitaba contar con más recursos. Entonces decidió ir a su granero, llenar
una bolsa grande, cargarla en sus hombros y llevarla, en el silencio de la noche hasta el
granero de Juan.

Así fue que, cada noche, protegidos por el silencio y la oscuridad, los dos llevaban una bolsa
grande de granos hasta el depósito de su hermano.

Claro que, al hacer ambos lo mismo la cantidad de granos permanecía invariable sin que ellos
lo percibieran. Esto fue así durante mucho, muchísimo tiempo, hasta que una noche
coincidieron sus horarios y se encontraron cargando la bolsa en la mitad del trayecto.

No hizo falta que se dijeran ni una sola palabra. Juan y Pablo se dieron cuenta de inmediato
lo que estaba haciendo su hermano. Dejaron caer la bolsa a un costado del camino y se dieron
un fuerte y casi diría interminable abrazo.
Equipo Nacional de Los vecinos del lugar se enteraron de lo ocurrido y la historia se fue contando de generación
Formación en generación.

Acción Católica Cuenta la historia que hace muy poquito, por iniciativa de los bisnietos de Pablo, allí se
Argentina construyó la estatua de la “fraternidad”.

EL Maestro

La señorita Adriana era maestra jardinera en una escuela ubicada en un barrio humilde. Le
apasionaba su trabajo y lo realizaba con entusiasmo. Se preocupaba por cada niño en
particular y conocía a sus familias. Adriana los esperaba cada mañana con una sorpresa: un
títere, un muñeco nuevo para la sala, un cuento, una canción… Cada día era algo diferente.

Los niños entraban felices al salón. A media mañana, la cocinera de la escuela llegaba con el
carrito. Los chicos escuchaban el ruido de las rueditas y corrían a colocar sobre las mesas el
plato y el vaso. Cuando la cocinera abría la puerta, ya estaban sentados y la recibían con un
gran aplauso. Ella les dejaba una jarra con mate cocido, leche calentita y algo para comer.
También en ese aspecto, cada día había algo distinto: alfajores, galletitas, pan recién salido
del horno, facturas… Chicas y chicos tomaban con muchas ganas la leche, especialmente los
días de frío, y comían todo lo que les daban. Adriana los ayudaba para que no se cayera nada
y se alimentaran bien. Siempre se asombraba porque Martín comía más rápido que los demás
a pesar de ser muy flaquito y pequeño. En su rostro sobresalía una sonrisa enorme que no se
borraba ni cuando jugaban a poner cara de enojados. Adriana pensaba que era extraño que
comiera tan rápido porque no parecía ser de los chicos a los que les gustara mucho comer. La
leche la tomaba de a poquito y, si algún día sobraba y podía repetir, era uno de los que
siempre lo hacía. Cierta vez, Adriana llevó caramelos para repartir a la salida. A medida que
los despedía, les ponía uno en el bolsillo. Cuando le tocó a Martín, se dio cuenta de que tenía
guardado el sándwich que le habían dado a la hora de la merienda. No dijo nada pero empezó
a observar con más atención lo que hacía Martín y descubrió que nunca se comía lo que le
daban. Si era un alfajor, le sacaba el papel para que ella creyera que se lo había comido, pero
lo guardaba para llevarlo a la casa. Entonces, Adriana se acercó a la mamá de Martín a la hora
de la salida. Le preguntó si Martín se comía lo que llevaba a su casa en el bolsillo. La mamá la
miró visiblemente asombrada y respondió que no, que Martín le había dicho que la cocinera
siempre le daba dos cosas, una para él, que se la comía en la escuela, y otra para su
hermanito más chico, que se quedaba en la casa al cuidado de una vecina. Todos los días,
Martín le daba lo que llevaba de la escuela. A Adriana se le hizo como un nudo en la garganta,
no pudo decir una palabra y de inmediato entendió lo que estaba ocurriendo. Esa tarde no
dejó de pensar en qué podía hacer con esa situación. Al día siguiente, a la hora de repartir las
cosas de la merienda, Adriana fue entregando un paquete de galletitas para cada uno y, sin
que vieran los demás, puso otro paquetito en el bolsillo de Martín. El niño agradeció en silencio
y disimuladamente con una enorme sonrisa. Pero la sonrisa fue más grande todavía cuando
abrió el paquete y comió las galletitas mientras acariciaba en su bolsillo lo que iba a darle a su
hermano. Y así fue, todos los días del año María Inés Casalá

El ANCIANO

Un anciano tenía fama de sabio y la gente acudía a él en busca de ayuda o de consejo. Y cuando
un forastero preguntaba por qué le decían maestro, en qué consistía la sabiduría, o qué ciencia
dominaba ese hombre que parecía un humilde campesino, la gente no sabía muy bien qué
responder.

- Es un hombre feliz, vive en paz con todos, era una de las tímidas respuestas.
Equipo Nacional de Un joven que escuchó hablar de él y que ansiaba adquirir conocimientos, se presentó una noche
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para pedirle que le enseñara. El anciano se sorprendió del pedido, pero aceptó con entusiasmo.
Acción Católica Hacía muchos años que vivía solo y le gustó la idea de tener a alguien con quien compartir su
Argentina tiempo nuevamente.

A la mañana siguiente, se levantaron y prendieron el fuego para calentar agua y cocinar el pan
que habían dejado preparado la noche anterior. Mientras esperaban que el desayuno estuviera
listo, el maestro se sentó en un banquito y se puso a contemplar por la ventana. El discípulo,
parado detrás de él, trataba de poner la mirada en el mismo lugar que el maestro, para descubrir
qué estaba mirando tan concentrado. Por la ventana sólo se veía el campo, flores silvestres, el
gallinero y los perros recibiendo los primeros rayos del sol. A los pocos minutos, el joven se
aburrió y se fue a sentar. Tomó un libro de su mochila y comenzó a leer. Sin embargo, a cada
momento se distraía y pensaba cómo el maestro podía perder el tiempo sin hacer nada. Cuando
el olor a pan inundó la habitación, el maestro se levantó, preparó el te, colocó dos jarros sobre la
mesa y el pan sobre una servilleta. Se sentó, indicó, con un gesto de su mano, al discípulo que
hiciera lo mismo y comenzó a comer el pan cortándolo en pedacitos y mojándolos en el té
caliente. El discípulo estaba asombrado: el maestro se había olvidado de agradecer la comida. Sin
disimular y para que el otro se diera cuenta de su error, agachó la cabeza durante unos instantes
como si estuviera rezando. Después, comenzó a comer. Cuando terminaron el desayuno,
colocaron cada cosa en su lugar y el maestro le preguntó al joven de qué quería conversar. En el
instante en que le iba a contestar, se abrió la puerta de golpe y entró un niño corriendo:

- Maestro, maestro, mire el pescado que saqué del agua, hoy vamos a comer como reyes.

El maestro se levantó, aplaudió la hazaña del niño y se ofreció para ayudarlo a limpiar el
pescado. Mientras tanto, le preguntó por toda la familia, y le explicó varias maneras de cocinarlo.
Antes de que se fuera, le regaló un pequeño recipiente con un condimento especial para darle
más sabor a la preparación.

El discípulo estaba asombrado y desconcertado. Ya había pasado más de medio día y no había
aprendido nada.

A partir del momento en que el niño dejó la casa, cada vez que el maestro se iba a poner a
conversar con él, alguien del pueblo interrumpía la conversación. Iban a pedirle algo o a llevarle
un pequeño regalo -una papa, una planta de lechuga, un zapallito-, como agradecimiento por
alguna ayuda que él les había dado. Pasó el día y anocheció. El maestro cortó las verduras y puso
el caldo en el fuego, mientras amasaba con mucha dedicación el pan para el otro día. Comieron y
se fueron a dormir.

Los días siguientes fueron más o menos similares: pasaban las horas yendo de un lugar a otro,
ayudando o visitando a las personas del pueblo; trabajaban la pequeña huerta; alimentaban a las
gallinas y juntaban los huevos que regalaban al que los necesitaba. Una noche, entre la
respiración profunda del maestro y la bronca acumulada por no aprender nada nuevo, el
discípulo daba vueltas en la cama sin poder dormir. No sabía si irse o quedarse. Por fin, casi
entrada la madrugada decidió probar durante un día más. Al amanecer, el maestro se levantó, se
desperezó y comenzó a prender el fuego para el desayuno.

Puso el agua a calentar, el pan a cocinar, y se sentó en el banquito a mirar por la ventana.

Así lo encontró el joven cuando despertó. Se dio cuenta de que todo iba a seguir igual que los
días anteriores. Al enojo que había acumulado se le sumó el mal dormir y estalló:
- ¡Yo vine a buscar sabiduría, a entender las cosas de la vida, a aprender a vivir mejor, y lo que
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me encuentro es alguien con una vida común, diría que vulgar, que ni siquiera es capaz de tener
un momento para reflexionar y agradecer al creador por todo lo que recibió de él!
Acción Católica
Argentina El maestro lo miró con los ojos tristes; una expresión que nunca antes le había visto. Y le
contestó:

- Cuando contemplo la mañana por la ventana, veo las flores, huelo su perfume y de esa manera,
usando mis ojos y mi olfato para gozar de lo que Dios hizo para nosotros, lo alabo. El campo y el
gallinero, son los que nos ofrecen la comida de cada día y, al mirarlos, no me queda más que
agradecer por la vida. Los perros descansando me recuerdan que pasaron toda la noche en vela
cuidándonos mientras dormimos.

Esto me lleva, necesariamente, a agradecer a Dios que en todo momento y sin descansar tiene
sus ojos puestos en nosotros para acompañarnos, para cuidarnos y para hacernos felices. Eso me
llena de alegría y paz. Ya no necesito nada más, porque estoy seguro de que Dios está conmigo.
Cada persona que golpea mi puerta me hace sentir útil, necesario, querido. Cada vez que recibo
un pequeño regalo de la gente humilde de la aldea, siento que es Dios mismo que me lo da,
sirviéndose de las manos de los demás y me recuerda, así, que no soy el único que puede dar.

El discípulo estaba tan enojado que casi no escuchó las palabras del anciano. Agradeció, por
educación, el hospedaje y volvió a su pueblo, olvidándose por mucho tiempo de lo que el
maestro le había dicho.

Allí, conoció una chica de quien se enamoró. Se casaron y formaron una familia.

Cierto día, al volver de trabajar en el campo, vio desde lejos a sus hijos jugando. Se acercó
despacio y desde atrás de un árbol se quedó mirando. Así lo descubrió su esposa que le
preguntó:

- ¿Qué estás haciendo acá? ¿Qué hacés mirando a los niños jugar?

- Estoy mirando la maravilla más grande que Dios nos ha regalado, estoy alabándolo mientras
escucho sus gritos y sus cantos, estoy dando gracias por el trabajo que me permite traerles todo
los días un pedazo de pan, y estoy dando gracias a Dios, porque si yo, que soy muy débil, cuido
de ellos y me preocupo, cuánto más él con todo su poder y su inmenso amor.

Ese día el hombre recordó las palabras de su maestro y entendió.

Don Pepe y la gota de agua

"Hacía tiempo que no llovía... la sequía "ganaba terreno"... los pastos estaban palideciendo y
muriendo, poco a poco, a lo largo de las tristes hectáreas de un poblado muy lejano...

Don Pepe, recio y experimentado agricultor, había depositado toda su confianza en la


siembra... apenas si su trabajo rendía para subsistir el año y no podía "darse el lujo" de perder
su única esperanza...
Equipo Nacional de Bien sabía que su esfuerzo era necesario, pero mucho más la fe en su Creador... Así que rogó,
Formación desde el fondo de su corazón, que cayera la lluvia suficiente para alimentar a sus hijos, a su
Acción Católica esposa, a quienes esperaban su cosecha... Esperaba y esperaba... y no se cansaba de
Argentina esperar...

Un buen día pasó por allí una nubecita feliz... volaba sin rumbo fijo, dejándose llevar por los
vientos... Don Pepe miró hacia el cielo y su confianza se "activó"...

En la nube jugaban millones y millones de gotitas de agua... seguras y alegres, sin ninguna
preocupación... pero una de ellas volteó hacia la tierra, y vio los campos, y vio a Don Pepe... y
se puso muy triste...

Sabía que ella era una simple "gota de agua", que apenas podría humedecer un milímetro de
aquellas áridas tierras, que su esfuerzo podría no surtir ningún fruto... pero se decidió, y
renunciando a su seguridad, se despidió de sus compañeras y se dejó caer...

Al ver su ejemplo, las demás comprendieron que "hay que morir para dar vida", y la
siguieron... y la tierra se fertilizó, y los frutos llegaron, y aquella región volvió a sonreír...

Y la gota de agua... podría tener tu nombre..."

Dicen que "Una golondrina no hace verano" pero es verdad que una debe ser la primera y que
las demás la seguirán después. No podemos pasar indiferentes y quedarnos de brazos cruzados
pensando que somos poca cosa y que nada cambiará. Somos instrumentos de Dios y Él
siempre ha hecho grandes cosas, basta dejarnos guiar por Él.

P. César Piechestein

Las virtudes teologales

TRES PIEDRAS PRECIOSAS


Cuentan los cuentos que, el primer árabe que se aventuró a cruzar el desierto, se encontró
junto a una cueva con un anciano de aspecto venerable quien le preguntó:
- Joven, ¿A dónde vas?

- Quiero cruzar el desierto, hombre de Dios...

El anciano quedó pensativo un momento, y luego añadió:


- Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta tres cosas: Toma estas piedras. Este
topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto; esta esmeralda es la esperanza, verde
como las hojas de las palmeras; y este rubí, es la caridad, rojo como el sol de poniente. Anda
siempre hacia el sur y encontrarás el Oasis de Náscara, donde vivirás feliz. Pero no lo olvides:
Por nada pierdas ninguna de las piedras, de lo contrario, no llegarás a tu destino.

El joven se puso en camino, y recorrió primero ágilmente y conforme fue pasando el tiempo
más penosamente kilómetro tras kilómetro a través de las dunas amarillentas del desierto,
montado sobre su camello.
Un día le asaltó una duda:
Equipo Nacional de
- ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el Oasis que me prometió, y el desierto
Formación
no tuviera realmente fin?
Acción Católica
Argentina Ya iba a volverse, cuando notó que "algo" se le había caído sobre la arena... Era el topacio. El
joven se bajó para cogerlo y pensó:
- No, no. Tengo que confiar en la promesa del anciano. Seguiré mi Camino.

Pasaron muchos días. El sol, el viento, el frío de la noche, y la falta de víveres le iban agotando.
Sus fuerzas desfallecían y ni una palmera ni una fuente se veían por el horizonte sin fin... Ya iba
a dejarse caer del camello para aguardar la muerte bajo su sombra, cuando notó que se le caía
algo al suelo... Era la esmeralda. El joven se bajo a recogerla y se dijo:
- Tengo que ser fuerte... tal vez, un poco más allá, estará el Oasis. Si no sigo, moriré sin
remedio. Mientras tenga un soplo de vida continuaré mi viaje.

Siguió el joven su camino, cuando encontró un pequeño charco de agua junto a una palmera.
Ya iba a lanzarse sobre aquel diminuto "oasis" cuando vio los ojos de su camello suplicantes y
tiernos, como los de un hombre pordiosero, solicitando el agua. Pensó, entonces, que debería
tener piedad de su animal desfallecido... él aún podía resistir un poco más, y el camello lo había
llevado hasta allí... entonces, dejó que la bestia bebiera aquellos pocos sorbos.

¡Cuál no sería su asombro cuando el camello cayó muerto a sus pies! El agua estaba
corrompida, y su animal se envenenó... En el suelo, notó el joven que brillaba el rubí, que se le
había caído, y lo recogió, dando gracias al Cielo por haber recompensado su generosidad, y
evitado su muerte.

Sintió ánimos renovados, y después de un corto trayecto, alzó la mirada y vio a lo lejos unas
palmeras: ¡Era el oasis de Náscara! Al llegar, encontró junto a una limpia fuente, a un anciano
que le sonrió alegremente y le dijo:
- Has llegado a tu destino puesto que has conservado las tres piedras preciosas: La fe, la
esperanza y la caridad. ¡Ay de ti si hubieras perdido alguna!, ¡hubieras perecido sin remedio!
El anciano, después de ofrecerle agua fresca y dátiles, se despidió de aquel joven diciéndole:

- Guarda siempre, a lo largo de tu vida, muy cerca de tu corazón, el topacio, la esmeralda y el


rubí. Sólo así llegarás a cualquiera que sean tus metas... ¡Nunca los pierdas!

P. César Piechestein

Conversión

"Don Enrique quería mucho a su caballo. Diariamente le gustaba montarlo, y había designado
a uno de sus trabajadores de más confianza para que lo tuviera siempre listo, y le prodigara el
alimento y los cuidados necesarios para que aquel animal viviera tranquilamente.

Por aquellas cosas que uno no sabe explicar y que simplemente "pasan", el caballo de Don
Enrique cayó a un pozo profundo, donde se pensaba construir una cisterna que proveyera del
líquido vital al rancho de aquel buen señor...

Hicieron muchos esfuerzos para sacar al animal, pero todo parecía empeorar la situación. El
caballo sufría, y a Don Enrique se le partía el corazón...
No viendo otra solución, y tratando de "aminorar el dolor" del animal, Don Enrique mandó
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Equipo Nacional de a su trabajador que echara tierra sobre el caballo, sacrificándolo. Sin embargo, el animal,
Formación
Formación al sentir la tierra sobre su cuerpo, con grandes esfuerzos podía sacudírsela un poco, la
Acción Católica tierra caía y éste, poco a poco, pero constantemente, trataba de salir de aquel problema.
Acción Católica
Argentina
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Don Enrique se llenó de esperanza. A mayor cantidad de tierra, mayores esfuerzos, y
mejores resultados. Así estuvieron hasta que, exhausto pero notablemente contento, el
caballo salió, demostrando que se pueden superar las dificultades..."

Seguir a Cristo implica necesariamente un cambio de vida, dejar morir el "hombre viejo".
Pero ese cambio no es fácil, ni tampoco instantáneo. Muchas veces hay recaídas y por lo
tanto desánimo. De ahí que sea necesario luchar y dejarse ayudar por la gracia de Dios. Eso
sí nunca "tirar la toalla", nunca renunciar ni echar la vista atrás. Cristo vino para hacer
darnos vida abundante.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein

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A: formación@accioncatolica.org.ar
Equipo Nacional de Con todo el corazón de Jesús
Formación

Acción Católica Le preguntó el cura párroco a Juanito: "Juanito ¿amas a Dios nuestro Señor? ¡Oh sí, padre. ¿Y lo
Argentina amas con todo tu corazón? Y Juanito se quedó pensativo. Pero de pronto se iluminó y dio esta
respuesta: "No, padre, Mi corazón es demasiado pequeño para amar a Dios. Yo amo a Dios con
todo el corazón de Jesús".

¡Estupenda respuesta! En realidad sólo podemos amar a Dios y a nuestros hermanos con el
"Amor" que Dios Padre nos infundió enviándonos el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo que nos
hace llamar a Dios 'Abbà,' es decir, 'papá' y que nos da también la posibilidad de amar a
nuestros hermanos como hijos del mismo padre: Dios. Todo el amor que hay en el mundo
proviene del amor del Padre. Por eso, la expresión tradicional, amar al prójimo por amor de Dios,
mejor se podría expresar así: amar a Dios CON el amor que Dios nos da.

La cosa más preciosa que tiene papá.

Un papá preguntó a su hijo Alejo de cinco años de edad: "¿Qué es lo que más te gusta de
papá?" Y el niño contestó: "Lo que más me gusta de papá es................. mamá".

Se había dado cuenta Alejo que papá y mamá eran de veras una sola cosa, y que los dos se
amaban como a sí mismos. "Los maridos deben amar a su esposas como aman a sus propios
cuerpos. Amar a su esposa, ¿no es amarse a sí mismo?" (Ef 5,28). No es tan fácil llegar a "amar
al otro como a sí mismo". El egocentrismo nos encierra en nosotros mismos y nos impide amar al
otro identificándonos con él. Ni siquiera entre marido y mujer es fácil aquella identidad que en
cambio fácilmente se realiza entre madre e hijo. Amando a sus hijos los padres se aman a sí
mismos porque los hijos, en cierto sentido, son parte de los padres. Pero no se puede decir la
misma cosa cuando se trata de marido y mujer.

Tienes que divorciarte y casarte con otra mujer


"Una vez, cuenta el padre Carlos Vallés, asusté a un joven marido que me pedía consejo sobre
su matrimonio en peligro. Este me había hablado de su esposa con tantos detalles negativos
que parecía imposible que pudiera seguir viviendo con ella. Yo le di entonces mi consejo. "Tiene
que divorciarte de tu mujer". Aquel joven marido quedó asombrado que un sacerdote le diera
este consejo, y casi se cayó de espalda cuando el padre insistió diciéndole: "¡Sí, tienes que
divorciarte y casarte con otra mujer!

"Pero ¿cómo padre me dice esto? No entiendo." replicó. Y yo le expliqué sonriendo. "Sí , tienes
que divorciarte de la mujer ideal de tus sueños, y casarte con la mujer de carne y hueso que
tienes en tu casa".

Amar de veras implica querer al otro como es, con todos los defectos que tiene y no como
tendría que ser o cómo nos gustaría que fuese. Dios no nos ama porque somos dignos de amor
sino que somos dignos de amor porque Dios nos ama. Y Dios nos ama como somos, así, en
concreto, con los ojos abiertos sobre nuestras virtudes. y nuestros defectos.

El amor de los novios es ciego en cuanto a los defectos del otro, pero también vidente en cuanto
a las cualidades que sólo el enamorado es capaz de ver. Cuando, con el pasar de los años, las
cualidades, que tanto los encantaban, disminuyen o desaparecen y quedan al descubierto los
defectos, que antes estaban escondidos, entonces parece que el amor ya no existe y los esposos
llegan a pensar que el amor se ha ido. En realidad, amor únicamente fundado sobre las
cualidades, no es verdadero amor. Se aman las cualidades físicas o psicológicas o morales pero
no se ama a la persona que es el sujeto profundo de las cualidades. Si el amor desaparece, es
que probablemente, nunca existió. Pero si el amor llega a ser un amor personal, un amor a la
persona única e irrepetible, entonces no va a desaparecer por el hecho de que desaparecen las
cualidades. La persona es siempre la misma aunque cambia a lo largo del tiempo.
Equipo Nacional de
Formación Abre tu corazón
Equipo Nacional de
Un hombre había pintado un lindo cuadro. El día de la presentación al público, asistieron
Formación
Acción Católica las autoridades locales, fotógrafos, periodistas y mucha gente, pues se trataba de un
Argentina
Acción Católica famoso pintor, reconocido artista.
Argentina
Llegado el momento, se tiró el paño que revelaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso.
Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús
parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien
le respondía.

Hubo discursos y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte.

Un observador muy curioso, encontró una falla en el cuadro. La puerta no tenía


cerradura. Y fue a preguntar al artista:

- Su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo hace para abrirla?

- Así es, respondió el pintor, porque esa es la puerta del corazón del hombre. Sólo se abre
por el lado de adentro.

Credo de la Vida
Creo en mis caminos.
Creo en el sendero no siempre fácil de la verdad.
Creo en mis palabras, en mis frases, en mis abrazos, mis silencios y mis miradas.
Creo en quien soy, a pesar de mis derrotas.
Creo en mis sueños, en mis magníficos sueños que seguiré construyendo hasta que no me
queden más fuerzas para creer.
Creo en el destino, en mi historia, en mis pasos, mi pasado y mi experiencia.
Creo en mis ganas de dar, y creo en un mundo maravilloso que espera recibir mi gota de
cariño.
Creo en la amistad, en los besos, en las sonrisas y en los secretos.
Creo en la vida, y en la magia con la que toca todas las cosas.
Creo en el destino, y en su recompensa para quienes afrontan el desafío de ser fieles a sí
mismos.
Creo en mí; sobre todo creo en mí cuando caigo, cuando no tengo fuerzas, sigo creyendo
en aguantar y en volver con todas mis fuerzas para seguir creyendo, y seguir andando.
Creo en los sentimientos que pueden hacer de cada día un sol distinto.

Y por supuesto:
Creo en el amor y en ese modo indescriptible de estar parado ante la vida, en esa forma
tan peligrosa y a la vez tan excitante de tener el corazón abierto.
Pese a los dolores, creo en mí.

Autor anónimo.
El Enviado
En una ocasión un hombre hablaba con Dios y le reclamaba diciendo:

- Señor si tu eres creador de todas las cosas maravillosas del mundo, ¿Por qué permites tantas
injusticias, tanta hambre, tantas guerras? ¿Por qué no envías a alguien para que intervenga y pueda
servir como agente de cambio, para hacer de este mundo un mundo mejor?

Dios mirándolo fijamente a los ojos y con voz paterna y dulce le dijo:

- Sí he tenido en cuenta todo lo que tu me reclamas hijo... por ello te envié a tí...

El Barbero
Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en
estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le atendía.

Hablaban de muchas cosas y tocaron muchos temas. De pronto tocaron el tema de Dios y el barbero
dijo:

- Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista como usted dice.

- Pero, ¿Por qué dice usted eso? -preguntó el cliente.

- Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe. O dígame: acaso
si Dios existiera ¿habría tantos enfermos? ¿habría niños abandonados? Si Dios existiera no habría
sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita
todas estas cosas.

El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión.

El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la barbería cuando
vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo, al parecer hacía mucho tiempo que no se
lo cortaba y se veía muy desarreglado. Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero:

- ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.

- ¿Cómo que no existen? - preguntó el barbero - Si aquí estoy yo y soy barbero.

- ¡No! - dijo el cliente, - No existen porque si existieran no había personas con el pelo y la barba tan
larga como la de ese hombre que va por la calle.

- Ah, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.

- ¡Exacto! - dijo el cliente - Ese es el punto. Dios sí existe lo que pasa es que las personas no van hacia
él y no le buscan. Por eso hay tanto dolor y miseria.

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