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20 de febrero de 2016 Número

101

“LA PRIMERA GUERRA” *

Nos perseguían con batallones de tropa y por el aire con aviones ametrallándonos
[…]
Rosa María

Una larga guerra está por terminar. Iniciadas en noviembre de 2012, en unos días
debieran llegar a su fin las negociaciones de paz entre las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Santos, dando así por
concluido el alzamiento armado de mayor duración ocurrido en este continente:
más de 60 años.

Casi todos lo celebramos, pero me parece que la imagen que muchos tienen de
las FARC es la de un grupo militar profesional que en nombre de una ideología y
una estrategia inviable cometió crímenes contra el pueblo. Quizá. Pero la realidad
es que estamos presenciando la terminación negociada de lo que en un principio y
por dos décadas fue una guerra netamente campesina, un curso de autodefensa
armada forzada por la barbarie de los hacendados y el gobierno.

Y no está de más recordar que a fines de los 80’s, en el marco de negociaciones


de paz, las FARC prohijaron una organización cívica electoral, la Unión Patriótica
(UP), que ganaba diputaciones, senadurías y alcaldías, y los pacificados fueron
víctimas de una salvaje represión que dejó miles de muertos, entre ellos Jaime
Pardo y Bernardino Jaramillo, candidatos presidenciales de la UP. Podemos
discutir la pertinencia o no de la vía armada pero sin olvidar que en el origen de las
radicalizaciones políticas está casi siempre el genocidio.

A principios del siglo pasado cobró fuerza en Colombia el tema de la tenencia de


la tierra a resultas de que en algunas zonas como Sumapaz comenzaron a
establecerse, a costa de los campesinos, extensas plantaciones de plátano y café
servidas por jornaleros. Desde entonces se acentuaron las tensiones agrarias de
los patrones con las familias proletarizadas, pero también con los arrendatarios y
con los pueblos indios cuyos resguardos habían sido expropiados.

La Ley 200, de 1936, que debía permitir el acceso de los sin tierra a terrenos
incultos, en la práctica no operó, pero sí frustró a los solicitantes y radicalizó la
lucha. A los hacendados los representaba el Partido Conservador, mientras que el
Partido Liberal y en particular uno de sus líderes, el doctor Jorge Eliecer Gaitán,
apoyaban la causa campesina.

El 9 de abril de 1948 Gaitán fue asesinado y en Bogotá hubo una revuelta


pronto sofocada, mientras que en el campo la rebeldía subía de tono. En
Sumapaz, región de larga tradición organizativa, los campesinos tomaron las
alcaldías al grito de “¡Viva la revolución!”. Un participante, Gerardo Gonzales,
narraba que en Pasca “se unió la gente agrarista y se tomó la autoridad del
presidente municipal” y, para defenderse, “la gente sacaba las escopetas que
tenían en sus casas”.

En los años siguientes se intensificó la violencia de las guardias de los


hacendados, del Partido Conservador y del gobierno contra los campesinos
liberales. Uno de sus líderes, cuya trayectoria era sintomática y representativa,
Juan de la Cruz Varela, que había sido asambleísta y era presidente del concejo
municipal de Icononzo, sufrió un atentado y tuvo que refugiarse en las montañas
para salvar su vida. Fue transitando así de la lucha legal a la autodefensa y
pasando de la militancia liberal a la militancia comunista. Y no era sólo Varela. En
El Roble, en Galilea, en El Palmar, la gente acosada por la violencia conservadora
salió de los pueblos y se refugió en lugares apartados protegidos por campesinos
que portaban armas. Se conformaron así grandes concentraciones integradas
mayoritariamente por colonos. Se calcula que en la región se desplazaron a la
selva cerca de mil familias, pues sólo en El Roble había alrededor de 600 ranchos.
Así lo cuenta Varela en sus memorias:

“La primera guerra son precisamente los grandes genocidios cometidos en el país
[…] Entonces siguió la violencia, la matanza de la gente, la quema de casas […] Y
principió la gente que estaba sufriendo mucho a echarme de menos porque yo
andaba escondido en las cuevas por allá en los montes ‘¡Ay! Si viniera el
compañero’ […] Entonces resolví un día, en la Vereda de Valencia, convocar a la
mayor gente que hubiera sin decir que era yo […] Cuando asomé, la gente
principió a mirarme y a creer que era mi espíritu […] ‘¡No compañeros, no es mi
espíritu! ¡Soy Juan de la Cruz Varela en carne viva!’. Entonces les di instrucciones
para que nos organizáramos y para la autodefensa y me aplaudieron. Esta fue una
reacción totalmente espontánea ante las grandes matanzas y la quema de casas.
Me fui de Vereda en Vereda, en forma clandestina, y veía que mataban gentes,
niños, mujeres, quemaban las casas […] Y fui recogiendo la gente y más me
enfurecía […] Entonces organizamos la defensa y principiamos la pelea y duramos
tres meses resistiendo en la Vereda de El Palmar.”

Es en esos meses que el gaitanista Varela ingresó al Partido Comunista, que


tenía bases campesinas e impulsaba la autodefensa armada en el sur de Tolima,
sobre todo porque el Partido Liberal, asustado por el endurecimiento de la
confrontación rural, comenzaba a recular de su agrarismo y a pactar con los
conservadores la desautorización de la lucha campesina.

El episodio final de la que Varela llamó “la primera guerra”, porque después hubo
otra cuyo epicentro estuvo en Marquetalia, fue la ofensiva militar de febrero de
1953 sobre los asentamientos en autodefensa armada que obligó a los resistentes
a escapar por las montañas. Así lo relató el líder:

“De la [posterior] evacuación de Marquetalia se habla de 500 personas, pero en El


Palmar eran más de cuatro mil con los guerrilleros, andando por esas selvas,
rompiendo cordilleras […] La aviación por encima bombardeando y ametrallando.
Después de tres meses, cuando metieron la aviación, rompimos el cerco. Y toda la
gente se fue. Y murió mucha gente por el camino. Mujeres que iban embarazadas
daban a luz y con la criatura ahí se paraban. Y les decíamos ‘¡Vamos!’. A muchas
se les murieron los niños y los escondían tapaditos entre los brazos […] Los
guerrilleros descubrieron que llevaban niños muertos y me consultaron. Yo les
dije: ‘Hay que quitárselos, qué hacemos, no podemos cargar muertos’. Tenían que
quitarles los niños y tirarlos en la selva […]”

En el terrible éxodo todos sufrieron. Pero por fortuna no todas las mujeres
perdieron a sus hijos. Este es el testimonio de Rosa María:

“Eso fue en 1953 […] Nos perseguían con batallones de tropa y por el aire con
aviones ametrallándonos. Huimos talando monte, subiendo y bajando por altos
precipicios, prendidos de bejucos […] Y así fue como murieron muchos niños y
ancianos desnucados porque se desvanecían y caían encima de las piedras, pues
pasábamos días sin probar comida. Pero en esa huida también nacieron muchos
niños entre las montañas, bajo el agua, el sol y el sereno de la noche.
Casualmente esa huida la hice yo cuando apenas tenía dos días de nacido mi hijo
Jorge. Me tocó coger la montaña enseguida […]”

En su Séptimo Congreso, de abril de 1952, el Partido Comunista había decidido


apoyar la “autodefensa de masas” de los pueblos, y muchos campesinos que
habían sido liberales se aproximaron a ellos. Se formó así una nueva generación
de dirigentes que impulsó esta forma de resistencia y en ocasiones la
conformación de grupos guerrilleros en sentido estricto. El resultado de la violencia
represiva y las acciones armadas para hacerle frente fue la reproducción de los
asentamientos en resistencia que fueron conocidos como “repúblicas comunistas
independientes”. La más conocida y persistente fue la de Marquetalia, que se
mantuvo hasta 1965, cuando fue arrasada por el ejército. Al año siguiente
surgieron las FARC como grupo guerrillero propiamente dicho.

Fue el genocidio lo que llevó a los campesinos a la autodefensa armada, y fue el


arrasamiento de los asentamientos en resistencia lo que condujo a la
conformación de focos guerrilleros. La guerrilla latinoamericana es mucho más
que un “método”, es una prolongación de las guerras campesinas por otros
medios. De su natural radicalización, dice Varela:

“Yo recuerdo que después de la muerte de Gaitán y sin que nadie me invitara me
matriculé en el partido comunista. Porque murió Gaitán, murió el compañero
Valencia y yo perseguido y víctima de una infinidad de atentados, no podía dejar
que el movimiento agrario se perdiera. Entonces, en esta situación, pedí mi
aceptación al partido. Conservo la contestación que fue en 1952, cuando ya
estábamos en plena guerra […]”

*Al profesor Julián Sabogal le debo que me haya facilitado la amplia investigación
de Rocío Londoño
sobre Juan de la Cruz Varela, de la que provienen los testimonios que cito en este
texto.

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