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“influencia del ámbito cultural en américa latina desde la psicología”

Las primeras culturas del continente americano datan de unos 40,000 años y pertenecen a
pueblos cazadores y recolectores nómadas, que migraron del norte hacia el sur en sucesivas
oleadas migratorias que tuvieron su origen en las estepas asiáticas antes de atravesar el
estrecho de Bering. “No te conviertas en una simple grabadora de hechos; trata de
penetrar en el misterio de sus orígenes” (Ivan Pablov, 1970) Nada ha quedado de las
teorías que alguna vez postulaban la originalidad de un "hombre americano". La unidad de
la especie humana es un hecho científicamente irrefutable y los espacios americanos se
fueron poblando a lo largo de decenas de miles de años como lo fueron también otras partes
del mundo a partir de un origen común de la especie humana que probablemente se
encuentra en Africa.
La herencia cultural de estos pueblos se manifiesta hoy día a dos niveles. Por una parte,
existen decenas de miles de sitios arqueológicos que son testimonio mudo de la pujanza de
aquellas sociedades. Sitios que revelan desde primitivas aldeas y asentamientos cuyo origen
se sitúa hace cuatro o seis milenios, hasta las monumentales ciudades de Macchu Pichu y
Uxmal que existían en el siglo XVI y en algunos casos sobrevivieron -como Macchu Pichu-
al primer embate de la conquista militar española. No fue sino hasta entrado el siglo XX
que algunos gobiernos latinoamericanos asumieron sistemáticamente la exploración y el
estudio de las antiguas culturas del continente a través de las exploraciones arqueológicas y
los estudios etnohistóricos.
Fue planteada la necesidad de una segunda independencia, la "emancipación mental". Se
argumentaba que América había heredado del imperio español formas de pensamiento
retrógradas, medievales, oscurantistas de las que había que liberarse. “Controla el modo en
el que un hombre interpreta el mundo y habrás avanzado mucho en la tarea de controlar
su comportamiento” (Stanley Milgram, 1965) Las nuevas naciones debían deshacerse del
fardo de la Colonia y del oscurantismo religioso e ingresar de lleno al progreso y al mundo
de los países civilizados, encabezados ahora por la nueva y dinámica nación
norteamericana.. El pasado, decían algunos, estaba representado por el rudo mundo rural y
formas tiránicas de gobierno, imbuídos de los valores retrógrados de la España católica y
colonial, mientras que el futuro democrático y el progreso se concentraba en las ciudades
modernas y libertarias. Nadie expresó esta polarización mejor que Domingo
Faustino Sarmiento en Civilización y Barbarie, obra que tuvo gran influencia sobre
generaciones de latinoamericanos.
En el mundo globalizado de hoy, la diversidad cultural está al orden del día. Se habla
insistentemente de pluralismo cultural y multiculturalidad, de culturas híbridas y
sincretismos culturales, del derecho a la diferencia y de las políticas culturales diseñadas
para respetar la diversidad y promover el entendimiento mutuo entre culturas “Una mente
no puede entenderse sin la cultura” (Lev Vygotsky 1905). La Declaración Universal
sobre Diversidad Cultural, adoptada por la UNESCO en noviembre 2001, afirma que la
diversidad cultural como realidad de nuestro mundo debe expresarse en las políticas de
pluralismo cultural para la inclusión y participación de todos los ciudadanos.
La economía no se queda atrás. Los consorcios fabricantes de artículos y servicios de
consumo identifican --y crean—nichos culturales para sus productos y orientan su
publicidad hacia estos mercados específicos para aumentar ventas y beneficios. La
“diversidad cultural” es una estrategia para conquistar mercados. En Estados Unidos, por
ejemplo, los afronorteamericanos y los “hispánicos” constituyen más que grupos o
comunidades étnicas—ahora son categorías específicas de consumidores “La mayoría de
actos sociales deben ser entendidos en su contexto, ya que pierden significado si son
aislados” (Solomon Asch, 1945). En las grandes ciudades globales de nuestro continente,
los barrios chinos, italianos, griegos, árabes, africanos, indios, mexicanos etc. son espacios
de “identidades” mantenidas y construidas en base a tradiciones y prácticas culturales,
relaciones sociales y mundos simbólicos diferenciados pero al mismo tiempo compartidos.
Pero también son promovidos por los medios y las superempresas. Sin duda el mayor
impacto sobre estas identidades lo han tenido las industrias culturales de audio y video
(radio, TV, cine) que generan corrientes masivas de sonidos e imágenes, es decir mensajes,
para todos los gustos y todas las particularidades. Si bien esta oferta proviene sobre todo de
unas cuantas empresas altamente concentradas, su producción incorpora elementos de
numerosas tradiciones culturales y étnicas, y sus destinatarios son igualmente heterogéneos
y diversificados.
La nueva importancia que se atribuye a la heterogeneidad cultural tiene consecuencias
profundas para las políticas culturales y educativas, así como las económicas y comerciales.
Hay quienes afirman que en este mundo globalizado vamos hacia la uniformización cultural
por lo que estarían en juego las identidades nacionales de los países, y al peligrar estas
peligraría también la soberanía nacional. ¿Qué importancia habremos de atribuir al
pronóstico de que pronto habrá una sola cultura “universal”, que todos los países se están
“americanizando”, que las distintas culturas nacionales tendrán que desaparecer
irremediablemente, o que a final de cuentas lo cultural está subordinado nada más a las
leyes de la demanda y la oferta del mercado? ¿O bien, por el contrario, qué significa la
teoría muy de moda actualmente que el mundo está profundamente dividido por fracturas
culturales y religiosas que conducen inevitablemente a un choque de civilizaciones? “La
evolución es un componente indispensable de cualquier explicación satisfactoria acerca
de nuestra psicología” (Steven Pinker 1984) Ante estas previsiones se puede advertir, más
bien, la coexistencia de múltiples tendencias y corrientes culturales que se entrecruzan y
entrelazan en el escenario mundial. El fenómeno cultural tiene muchas vertientes, y para
tener un panorma más claro de lo que está en juego será preciso analizarlo desde distintos
ángulos. Los hechos culturales son complejos porque en ellos intervienen tanto las
voluntades humanas individuales como los procesos colectivos y el peso de los fenómenos
estructurales e históricos.
Todo lo anterior no es ajeno al continente americano. Al despuntar el siglo XXI con su
nuevo y preocupante tamiz de guerra de religiones y sus fundamentalismos excluyentes
como parámetros para normar las relaciones internacionales (“Jihad vs. Cruzada”), lo
cultural adquiere renovada relevancia. Ni los esencialismos irreductibles e irreconciliables
ni la fusión amorfa de identidades y culturas corresponde a la realidad de nuestros días, y la
región americana constituye a su manera un buen ejemplo de esta problemática
contemporánea.

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