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Para una
crítica del neorromanticismo postfundacional
RESUMEN
1. Introducción:
1
Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos mencionar entre los trabajos que intentaron nominar como
neopopulista a la conjunción de liderazgos personalistas y prácticas clientelísticas las contribuciones de
Denise Dresser (1991), Kenneth M. Roberts (1995), Marcos Novaro (1995 y 1996) y Kurt Weyland (1999
y 2004). Para una crítica a estas aproximaciones desde una concepción tradicional y socio-estructural del
populismo, ver el artículo de Carlos M. Vilas “¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? El mito
del ‘neopopulismo’ latinoamericano”.
2
Guillermo O’Donnell, “¿Democracia delegativa?” (1992).
3
Juan Carlos Portantiero, “Menemismo y peronismo: continuidad y ruptura”, pág. 107.
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En su amplia mayoría, las aproximaciones a la temática del clientelismo por parte de los politólogos
latinoamericanos no ha estado exenta de una mirada clasista que denigraba la calidad moral de los
sectores menos privilegiados o los consideraba paternalmente al entender a la autonomía política como la
antítesis de la necesidad (en una interpretación del republicanismo que acentuaba sus rasgos más
patrimonialistas). En este tipo de aproximaciones paradójicamente no eran considerados como
clientelares fenómenos simultáneos de apropiación particular de bienes públicos, como ser la diferente
calidad de los servicios de agua, sanidad, seguridad, alumbrado, acceso al crédito, de distintos sectores
sociales.
5
Cualquier referencia a esta primera ola pecaría de ser incompleta. Como ejemplos ilustrativos de la
misma señalamos los trabajos de Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición (1962) y
Autoritarismo, fascismo y populismo nacional [1978](2003); de Francisco Weffort “El populismo en la
política brasileña” [1969](1998); de Octavio Ianni, La formación del estado populista en América Latina
(1975) y la monumental y tardía obra de Alain Touraine que recoge sus distintos trabajos alrededor de los
sistemas nacional-populares, Le parole et le sang. Politique et société en Amérique Latine, aparecida en
1988 y de la que previamente se conocieron distintas versiones parciales preliminares.
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En un antiguo trabajo hemos definido a las identidades políticas como el “conjunto de prácticas
sedimentadas, configuradoras de sentido, que establecen a través de un mismo proceso de diferenciación
externa y de homogeneización interna, solidaridades estables, capaces de definir, a través de unidades de
nominación, orientaciones gregarias de la acción en relación a la definición de asuntos públicos. Toda
identidad política se constituye y transforma en el marco de la doble dimensión de una competencia entre
las alteridades que componen el sistema y de la tensión con la tradición de la propia unidad de
referencia.” (Gerardo Aboy Carlés, Las dos fronteras de la democracia argentina, pág. 54).
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7
Nos referimos básicamente a los trabajos de Ernesto Laclau “Hacia una teoría del populismo” y La
razón populista, publicados en 1978 y 2005 respectivamente.
8
La reapropiación del concepto de hegemonía es desarrollada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en
su libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, publicado
orginalmente en el año 1985.
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Como indicamos anteriormente, nos referimos principalmente a las experiencias del yrigoyenismo y el
peronismo argentinos, el cardenismo mexicano y el varguismo brasileño.
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Así, en un pasaje de La razón populista Laclau afirma que “el ‘pueblo’ siempre va a ser algo más que
lo opuesto puro del poder” (pág. 191). Si el pueblo se define por su oposición al poder desde la
percepción de un desvalimiento, ello nos permite reformular la frase en términos ligeramente distintos:
“el pueblo nunca va a ser plenamente ‘el pueblo’”.
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Llegados a este punto es claro que las identidades populares suponen una amplia
variedad de solidaridades políticas, muchas veces completamente diferentes entre sí.
Con el objeto de distinguir las peculiaridades del populismo dentro de este campo más
amplio es que nos permitiremos esbozar las características de tres formas diferenciadas
de identidad política popular. Nuestro afán no es el de construir una tipología general de
las mismas: ni nuestras fuerzas, ni la complejidad del tema en cuestión nos permiten
esbozar una de esas taxonomías linneanas a las que se ha vuelto tan afecta la ciencia
política en nuestros días. Más modestamente intentaremos distinguir tres formas
distintas a través de las cuales las identidades políticas populares se constituyeron y
procesaron su relación con la comunidad política en su conjunto. Distinguiremos
entonces entre las identidades totales, las identidades particulares y las identidades con
pretensión hegemónica. Cabe destacar que aunque no escatimaremos ejemplos
empíricos (siempre sujetos a una controversia interpretativa) para ilustrar nuestro
argumento, la distinción misma entre estas tres categorías se sustenta en una
construcción típica ideal, esto es, en una síntesis paradigmática de rasgos sobresalientes
cuya encarnadura en casos empíricos concretos siempre es imperfecta. Más aún, el
estudio de casos históricos concretos muchas veces nos puede colocar bien ante
experiencias híbridas que se sitúan en zonas intermedias o puede revelarnos la
transición de una identidad entre una y otra forma de la identidad popular.
El principio de escisión podrá ser más o menos acentuado en cada caso. Podrá
constituir la negación absoluta de un Otro que amenaza la existencia de la identidad
emergente o podrá en cambio fijar la imprescindible separación que permita constituir
un espacio relativamente independiente del poder para plantear demandas a aquel.
El gran teórico del espíritu de escisión fue sin duda Georges Sorel, de su obra
recibió Antonio Gramsci las claves de su desarrollo de la constitución de una voluntad
nacional popular. Fascinado por la ideología de las escisiones del cristianismo primitivo
que quería traducir a la estrategia del sindicalismo revolucionario, escribió el teórico
francés hacia 1906:
11
Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia, pág. 256.
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Es esta una, entre otras formas posibles, de concebir en sentido fuerte una noción de
diferencia14 o desacuerdo en política. Fórmula muy cara al universo intelectual francés
que rememora una concepción abrupta o catastrófica del cambio. Recordemos que el
mismo Rancière recuerda una y otra vez que la imposibilidad del intercambio
lingüístico y la ausencia de reglas y códigos para la discusión no radica en el
empecinamiento de los dominadores ni en un enceguecimiento ideológico sino que
12
Las reflexiones de Jacques Ranciére sobre los escritos de Ballanche se encuentran en su libro El
desacuerdo. Política y filosofía (págs. 37 y ss). Pierre-Simon Ballanche (1776-1847) fue un escritor y
filósofo contrarrevolucionario francés que hacia 1829 publicó en la Revue de Paris una serie de artículos
con el título “Formule générale de l’histoire de tous les peuples appliquée à l’histoire du peuple romain”.
13
Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, pág. 35.
14
Recordemos que en su célebre texto de 1983 La diferencia Jean-François Lyotard afirmaba: “Me
gustaría llamar diferencia al caso en que el querellante se ve despojado de los medios de argumentar y se
convierte por eso en una víctima. Si el destinador, el destinatario y el sentido del testimonio quedan
neutralizados , entonces es como si no hubiera habido daño (…) Un caso de diferencia entre dos partes se
produce cuando el ‘reglamento’ del conflicto que los opone se desarrolla en el idioma de una de las
partes, en tanto que la sinrazón de que sufre la otra no se significa en ese idioma.” (pág.22).
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Ranciére, op. cit, pág 38.
16
La idea del antagonismo como forma de presencia discursiva del límite de toda objetividad es
desarrollada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (op. cit.) en el tercer capítulo de su libro, págs. 141 y
ss.
17
La voz blaberon es introducida por Sócrates en su diálogo con Hermógenes y definida como “lo
dañoso” o “lo que impide el curso de las cosas”. De allí es tomada por Rancière. Platón, Cratilo, págs.
428 y 429.
18
Jacques Rancière, op. cit. Págs. 22 y 23.
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Es precisamente por esta razón que Rancière no considera al pueblo como una clase
entre otras, sino como la clase de la distorsión que perjudica a la comunidad, que la hace
una comunidad dividida, litigiosa, “comunidad de lo justo y lo injusto”19 en la que la
cuenta de sus partes es conmovida por esa disputa.
El tema aquí introducido por Rancière es de particular importancia: se trata de la
clásica doble valía del término “pueblo”. Entendido como plebs el pueblo es una parte
de la comunidad (o la parte de los sin parte, quienes no entran en la cuenta, la multitud,
los pobres). Existe en cambio otra acepción del pueblo, distinta a la aquí sostenida por
Rancière y expresada por el término latino populus que refiere no ya a una parcialidad
sino al conjunto de los miembros de una comunidad dada. La productividad de esta
distinción clásica ha sido explorada en tiempos cercanos por autores como Pierre-André
Taguieff y más recientemente Ernesto Laclau en sus intentos de aproximación al
fenómeno populista.20
La característica definitoria de las identidades populares totales radica en el
hecho de que en las mismas la plebs emergente apunta a redefinir los límites de la
comunidad convirtiéndose en único populus legítimo y expulsando de sus límites al
campo adversario sin que procesos de negociación de su promesa fundacional den lugar
a fenómenos de hibridación o regeneración de los actores enfrentados a través de una
atenuación de las fronteras que separan a la plebs de sus enemigos. Generalmente, las
identidades totales operan una reducción violenta del populus a plebs. Se trata de una
suerte de realización de la concepción schmittianana –de inspiración rousseauniana- de
la democracia como homogeneidad. Escribía hacia 1926 el jurista alemán:
19
Ibid.
20
En el caso de Pierre-André Taguieff nos referimos a su texto de 1994 “Las ciencias políticas frente al
populismo: de un espejismo conceptual a un problema real”. Para ver la aproximación de Ernesto Laclau
al tema nos remitimos a su libro La razón populista, publicado en 2005.
21
Carl Schmitt, “Sobre la contradicción del parlamentarismo y la democracia”, pág. 12. En los años 50
del siglo pasado, autores liberales como Isaiah Berlin y Jacob Talmon ya habían señalado que entre la
tradición democrática de inspiración rousseauniana y el totalitarismo existía no una ruptura, como la que
más tarde postularía Lefort, sino una relación de continuidad. En términos de Laclau podríamos indicar
que si la tradición democrática se define en el eje equivalencial de las articulaciones hegemónicas, el
totalitarismo puede ser definido como una saturación equivalencial (lo que es idéntico a postular un orden
plenamente diferencial).
22
Frantz Fanon, op.cit.
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Las identidades políticas parciales se definen no por una necesaria ausencia del
recurso a la violencia (esta puede ser un mecanismo en su constitución y sostenimiento
o por el contrario puede estar ausente casi por completo). Tampoco lo hacen porque
supongan necesariamente una cierta domesticación del antagonismo y la conversión del
enemigo en adversario garantizando un cierto marco de convivencialidad (ella puede o
23
Un análisis de las 53 desviaciones ideológicas penadas y perseguidas apenas entre los miembros del
Partido pueden darnos una idea de la implacable homogeneización violenta instalada por el stalinismo:
anarquismo (pequeño burgués) , antibolchevismo, aventurerismo, blanquismo, bonapartismo,
capitulacionismo, centrismo, conciliacionismo, cosmopolitismo, culto de la personalidad, cultura de
camarillas, derrotismo, desviación de derecha, desviación de izquierda , diletantismo, economismo,
entrismo, falta de principios, formación de bloques, formalismo, fraccionalismo, golpismo,
individualismo (burgués), liberalismo, liquidacionismo, nivelación de clases, oportunismo de izquierda,
oportunismo de derecha, renegacionismo, revisionismo, sectarismo, sionismo, socialdemocracia,
socialfascismo, socialpatriotismo, trotskismo, trotskismo de derecha, vanguardismo, ambiguo, bundista,
confidente, contrarrevolucionario, elemento hostil, enemigo de clases, enemigo del pueblo, incendiario,
menchevique, parásito del partido, parásito del pueblo, provocador, subversivo, saboteador,
ultraizquierdista. Paradójicamente, tan exhaustiva enumeración no pertenece a un académico sino a Hans
Enzensberger en su sugestivo libro Hammerstein o el tesón, págs. 204 y 205 (H.M.Enzensberger,
Hammerstein o el tesón, Barcelona, Anagrama, 2011).
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24
Sobre el “modelo adversarial” como propuesta de llegar a una forma de compatibilidad entre el
formato nosotros/ellos de constitución identitaria y el pluralismo, resulta ilustrativo el libro de Chantal
Mouffe En torno a lo político (ver especialmente págs. 15-28). Con todo, la idea de Mouffe de una
domesticación del antagonismo que seguiría cumpliendo toda la productividad política atribuida a este
término, no termina de satisfacernos. En nuestra opinión, de lo que se trata es de la sobredeterminación
entre unos antagonismos y otros: es la persistencia de un antagonismo en toda su potencialidad, que
expulsa a los enemigos del pluralismo de la comunidad política legítima, la que permite y sustenta un
modelo adversarial que necesariamente remite a esa exclusión primigenia que sobredetermina cualquier
conflictividad entre los ahora adversarios.
25
Partido Socialista, “Primer Manifiesto Electoral”, (1896). En Natalio R. Botana y Ezequiel Gallo, De la
República posible a la República verdadera (1880-1910), pág. 316.
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26
Ernesto Laclau, La razón populista, pág. 97 y ss.
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Las identidades populares con pretensión hegemónica son quizás las más
comunes en el orden democrático liberal (aunque no sean exclusivas de éste) y es tal
vez debido a que son parte de nuestra cotidianeidad política que las hemos naturalizado
al punto de hacérsenos imperceptible su “pretensión hegemónica”. Por esta misma
razón se han convertido en una suerte de patrón normativo acerca del “deber ser” de las
identidades populares frente al que tanto las identidades totales como las parciales
aparecen como mórbidas desviaciones. Pertenecen a este tipo, la mayor parte de los
partidos políticos competitivos así como ciertos movimientos sociales que plantean en
términos universalistas sus demandas.
A diferencia de las identidades parciales que reafirman su propia especificidad,
las identidades con pretensión hegemónica aspiran como las identidades totales a cubrir
al conjunto comunitario, o al menos a una porción lo más amplia posible del mismo. La
diferencia para nada insignificante estriba en el hecho de que si las identidades totales
operan esta reducción a la unidad mediante la expulsión o la destrucción de lo
heterogéneo, en el caso de las identidades con pretensión hegemónica, el camino será el
de la asimilación mediante desplazamientos moleculares que suponen tanto la
negociación de su propia identidad como la conversión de los adversarios a la nueva fe.
En última instancia, un límite indiscutido entre las identidades totales y las identidades
con pretensión hegemónica está dado por el hecho de que si las primeras excluyen
constitutivamente la tolerancia a la diversidad característica del pluralismo político, las
segundas suponen un rango extremadamente variado de tolerancia del mismo.
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Hemos desarrollado la distinción entre las dos dimensiones comprendidas en la noción de lógica
equivalencial en nuestro artículo: “Populismo, regeneracionismo y democracia”.
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Sobre el encerramiento clasista del movimiento obrero europeo y el papel de los comunistas es
particularmente ilustrativo el libro de Arthur Rosemberg Democracia y socialismo.
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Como hemos dicho más arriba, en los últimos años se ha abierto una segunda oleada de trabajos sobre
el populismo. Nuestro interés radica principalmente en un conjunto de producciones que han dialogado
críticamente con la formulación de Ernesto Laclau: me refiero principalmente a las líneas de
investigación y los trabajos de Emilio de Ípola, Francisco Panizza, Benjamín Arditi, Sebastián Barros,
Julián Melo, Alejandro Groppo, Julio Aibar y Eduardo Rinesi.
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simultáneamente, excluía al campo opositor del demos legítimo. Es allí donde deben
buscarse las tensiones entre el populismo y la democracia liberal.
Los populismos latinoamericanos fueron experiencias regeneracionistas,
proclives a negociar muchas veces su propia ruptura fundacional. La plebs del
populismo, nunca fue idéntica a sí misma: no es la misma en el peronismo de 1945 que
en el de 1948 o en el de 1954. La evocación de la ruptura fundacional no respondió a
una significación definitiva fijada de una vez y para siempre. Será constantemente
resignificada conforme al devenir del proceso político. Como contracara, el adversario
que impugnaba su representación unitaria de la comunidad tampoco fue inmóvil para
los populismos: esa porción de entre un tercio y la mitad de la población que los
rechazaba era “la que aun no entendía” pero que en un futuro siempre diferido se
convertiría a la nueva fe.
En este marco, los populismos mostraron fronteras extremadamente permeables.
Si ciertamente forzaron y deformaron muchas características de lo que hoy definimos
como un orden democrático liberal, no menos cierto es que nunca alcanzaron a suturar
excluyentemente el espacio comunitario y mantuvieron un inerradicable elemento
pluralista que es característico de su gestión pendular entre la ruptura y la integración,
entre la representación de la plebs y la representación del populus. Una y otro, jamás
acabarían por fundirse.
Como movimientos de fuerte homogeneización política que navegaron las
turbulentas aguas de la polarización, los populismos latinoamericanos constituyeron
poderosas fuerzas reformistas y son actores centrales de la democratización en América
Latina.
3. Palabras finales
4. Bibliografía
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homenaje a Juan Carlos Portantiero, Buenos Aires, Siglo Veintiuno.
P á g i n a | 20
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-Laclau, Ernesto (2005). La razón populista. Buenos Aires, Fondo de Cultura
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Federal de Pelotas.
-Weyland, Kurt (1999). “Neoliberal Populism in Latin America and Eastern Europe”.
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