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EL TRABAJO CON GRUPOS DE PADRES Y MADRES.

REFLEXIONES SOBRE EL DISEÑO, LA CONDUCCIÓN Y LOS PROPÓSITOS DE


LAS DISTINTAS INTERVENCIONES.

El autor: Ignacio Fernández-Santos Ortiz. Psicólogo, Orientador escolar, Orientador Familiar por la
Universidad Pontificia de Salamanca. Psicoterapeuta de Familia y Docente acreditado por la
Asociación Andaluza de Terapia Familiar. Profesor del Master Universitario de Psicoterapia
Relacional. Desde 1988, anima y dirige actividades y encuentros de padres y madres desde las
AMPAS, colectivos y asociaciones diversas. Ha impartido cursos de formación sobre esta temática.

INTRODUCCIÓN

El trabajo con grupos de padres y madres (en adelante padres) con un


propósito psicoeducativo encaminado a la información y al desarrollo de habilidades
y destrezas parentales viene siendo una práctica muy común, desde hace más de
treinta años, cuyo vigor se mantiene actualmente. Las propuestas metodológicas se
han ampliado y enriquecido, en una doble dirección, por un lado las que afectan a
los propios objetivos del trabajo con grupos de padres y por otro a la complejidad y
riqueza de las dinámicas grupales desarrolladas en las últimas décadas.

El contexto escolar, lugar donde inicialmente y con carácter preeminente se


han desarrollado estas tareas, se ha visto ampliado al de los servicios sociales
municipales, asociaciones vecinales, etc. Contextos, estos últimos, que han
ampliado los objetivos, inicialmente de apoyo educativo a otros más amplios, tales el
desarrollo de la autoestima, crecimiento personal, las habilidades de comunicación,
de oposición y habilidades sociales en términos amplios, etc.

La conducción y animación de estos grupos supone una tarea apasionante y


enriquecedora; un reto para el profesional, que con habilidad debe propiciar el
progreso y cohesión grupal, atendiendo y canalizando las demandas concretas de
los miembros del grupo. Una buena sesión grupal –bien conducida- puede, sin duda,
propiciar orientaciones prácticas a los miembros del grupo, así como alivio y
bienestar psicológico a quienes lo integran.

Teniendo este contexto de trabajo grupal un carácter predominantemente


psicoeducativo, puede, sin perder esta referencia, acercarse a lo psicoterapéutico,
requiriendo esto último una serie de habilidades del conductor del grupo de ya
veremos.

CONFIGURACIONES BÁSICAS DE UN PROYECTO: LA PERIODICIDAD Y LA


PARTICIPACIÓN DEL GRUPO DE PADRES

Aunque la realidad es siempre más rica y compleja, creemos que el análisis,


por separado y después en conjunto de ambas variables, periodicidad y
participación, nos pueden ayudar, al menos de manera didáctica, a entender algunas
de las posibles configuraciones resultantes para trabajar con padres.

Por periodicidad entendemos, la frecuencia con la que se producen las


convocatorias a los padres. ¿Son semanales, quincenales o de carácter mensual?
¿Cómo se agrupan a lo largo del año? ¿Se concentran en varios meses o se
dispersan a lo largo de muchos?

La periodicidad es un elemento de gran relevancia para el trabajo con padres,


ya que propicia un determinado grado de implicación y de vinculación entre los
participantes y el propio grupo y proyecto. Si dispongo de recursos para realizar 8
sesiones con un grupo ¿Cómo las distribuyo? Una al mes a lo largo del curso;
durante 4 meses cada quince días; semanalmente durante dos meses o comienzo
con carácter semanal y a partir de la cuarta sesión pasamos a un formato quincenal,
etc.

Si el grupo al que se le destina esta actividad es un colectivo necesitado de


referencias, seguridad y de apoyo emocional, habremos de afinar con la frecuencia-
periodicidad de las sesiones. Lo que para un grupo supone una periodicidad
adecuada, quincenal o mensual, por ejemplo, en otros contextos, será una medida
temporal que puede facilitar la dispersión y el abandono de la actividad. Para
muchas familias, sujetas a inestabilidades afectivas, a tensiones relacionales
intensas (por ejemplo, padres con hijos adolescentes, separaciones, duelos…),
inestabilidad económica, etc. quince o más días son un “mundo”, y en esas
condiciones el apoyo de les pudiera propiciar el grupo disminuye y los usuarios
terminan por distanciarse de las sesiones, las abandonan.

Habremos de considerar con cuidado este factor, pues en la medida que


pongamos el acento en los beneficios que el apoyo grupal produce a los usuarios,
habremos de optar por configuraciones de periodicidad alta. La consideración del
diseño de la periodicidad entre sesiones obedece, en definitiva, al presupuesto de
que el grupo en si mismo, puede constituirse en un beneficio para los participantes,
con independencia de los temas abordados en las diferentes sesiones o incluso de
las habilidades demostradas por el conductor del grupo.

En cuanto al segundo concepto el de “la participación de los padres”, se trata


de algo más difícilmente objetivable. Es evidente que todos los asistentes a una
actividad grupal, en un sentido amplio, “participan” de la misma y que considerar la
participación en términos de “intervenciones verbales espontáneas o provocadas” es
una manera reduccionista de adjetivarla.

Nosotros quisiéramos asomarnos a la participación desde la perspectiva de


quien conduce y anima la sesión o taller, es decir, se programan actividades que
propician la intervención del grupo o no se programan. Actividades tales como
reuniones en pequeño grupo con posteriores puestas en común, rol playing, análisis
de casos y cualquiera actividad de dinámica grupal que pudiera propiciar el contacto
y el intercambio dirigido entre quienes integran el grupo. Ponemos el acento en que
el intercambio debe estar, en la medida de lo posible, dirigido y orientado e incluso,
limitado por el conductor de la sesión. Lamentablemente, no será la primera vez que
en aras a una mal entendida participación, se permite que algunos participantes
monopolicen el debate, se establezcan conversaciones paralelas, donde nadie es
escuchado o se habla de cualquier cosa sin rumbo ni límite. Estas situaciones
aunque inicialmente, producen una cierta satisfacción y desahogo, si no son
reorientadas con prontitud por el animador-conductor, van introduciendo una
sensación cada vez más intensa de apatía, ineficacia y de “más de lo mismo”.
Discutir y discutir, es una actividad que tiende al agotamiento. Es necesario, pues,
concluir, resumir, proponer cambios y evaluarlos.

Nuestros usuarios están esperando que el conductor de la sesión “les


devuelva algo”, que puedan llevarse a su casa y a su vida.

El conductor del grupo habrá de “conducir” también, la tan necesaria


participación de los miembros del grupo, sin perder de vista los objetivos del trabajo
y de la sesión, de modo que en alguna ocasión puede verse obligado a “cortar” o
limitar una situación de grata charla animada, en tanto en cuanto, se hace necesario
pasar más adelante. Un conductor que favorece el intercambio, pero que sabe
dirigirlo, cortarlo o activarlo, es percibido por el grupo como alguien que antepone las
necesidades del conjunto a las particulares y que devuelve al grupo al tema de
trabajo. Su trabajo, a pesar de ocasionales protestas, es vivido de manera
respetuosa por el grupo.

La combinación de ambas variables nos puede dar algunas pistas de posibles


configuraciones de trabajo (gráfico 1)

Si colocamos en el eje de ordenadas, la periodicidad de las sesiones y en el


de abscisas el grado de participación de los usuarios, podemos construir, una serie
de cuatro espacios virtuales que definen diferentes propuestas de intervención en
función de ambas variables. También nos aventuramos a incluir el entrenamiento
que podría serle necesario al conductor de las sesiones en función del espacio en
donde habría de desempeñar su tarea: alto (A), medio (M) y bajo (B).
Esto último, no tiene otro propósito que señalar lo evidente: no es lo mismo
dar una charla (más o menos magistral) que conducir una sesión de carácter
dinámico y participativo, dónde el conductor debe moverse entre los participantes,
yendo de la provocación y la confrontación a la cercanía y apoyos afectivos. Cada
una de estas situaciones requiere del conductor unas habilidades diferentes ligadas
a su entrenamiento y veteranía. Aunque cualquiera puede hacer cualquier cosa,
aquellos que diseñen la manera de intervenir con familias, desde la responsabilidad
que les supone escoger un equipo de trabajo; desde esta perspectiva activa y
participativa, deben tomarse en serio la formación inicial de quienes conducirán
estas sesiones no dando por buenas licenciaturas de psicología, pedagogía,
psicopedagogía, o diplomaturas afines, como requisito suficiente para trabajar con
estos dinámicamente con estos grupos.

Algunos municipios, como por ejemplo en los Servicios Sociales de Alcalá de


Guadaira (Sevilla), están dando pasos concretos para dotar de herramientas a
quienes habrán de “salir al ruedo” con padres y madres, que en ocasiones les
duplican en edad. Organizan y potencian cursos de formación para quienes habrán
de conducir estas actividades, cursos que dignifican la importancia de estas tareas
concediéndolas un lugar dentro del marco de prevención de conductas de riesgo en
la familia. Ojalá que estas iniciativas se vayan extendiendo y las diferentes
corporaciones puedan intercambiar estas experiencias. Un equipo capacitado o en
vías de serlo; trabajando con grupos padres es una herramienta de intervención muy
valiosa de contención y prevención.

Volviendo al tema de las variables periodicidad y participación, nuestra


propuesta va encaminada a formatos-diseños en primer lugar, participativos y en
segundo término de periodicidad semanal (ocasionalmente quincenal), si queremos
trascender el efecto “fuego de paja” que producen sesiones informativas
desconexas, aisladas. En palabras de Jesús Palacios1:

No se puede perder de vista que la conducta de las personas no es fácil


de cambiar. No es inamovible, pero es bastante resistente al cambio. Las
personas necesitamos buenas razones para cambiar (buenas para quien
tiene que cambiar, no para quien cree que el cambio es necesario),
necesitan tener alternativas en las que confiar, necesitan sentirse seguras
de que pueden realizar los cambios y mantenerlos. No es, pues,
razonable esperar que la conducta de alguien cambie radicalmente de la
noche a la mañana y que lo haga como consecuencia de una
conversación. Hace falta tiempo, persistencia, persuasión, mostrar que el
cambio es posible y que merece la pena.

Otra ventaja asociada a periodicidades de tipo semanal o quincenal, es que


facilita el uso de prescripciones, ya sea con enfoques estratégicos, ya como pauta
de autoobservación y reflexión. El conductor incluyendo tareas entre las sesiones
mantiene al grupo “en el trabajo” dentro del contexto normal en el que las
dificultades suelen estar presentes. Estas pautas de autoobservación se recuperan

1
PALACIOS, J. Y PANIGUA, G. Colaboración de los padres M.E.C. Madrid 1992.
al principio de la siguiente sesión dándole un sentido procesual del cambio. En este
punto nos detendremos más adelante con mayor detenimiento.

Si periodicidad y participación son, como hemos visto, importantes otros


aspectos logísticos de la actividad, tales como servicio de guardería para los más
pequeños, el horario de las convocatorias, la duración de las mismas, la distancia al
lugar donde tienen lugar las reuniones, etc., habrán de ser tenidos en cuenta y
algunos puede que consensuados por el grupo.

EL PAPEL DEL CONDUCTOR

El conductor de un grupo de padres, salvo para ciclos de charlas o


conferencias debe ser el mismo en todo el proceso con un grupo. En el trabajo
participativo, el conductor es una referencia para el grupo. Se acaba estableciendo
un alianza entre grupo y conductor con paralelismos entre la que se construye entre
un psicoterapeuta y su cliente. Esta alianza es un “pegamento” que nos vincula al
grupo con independencia del “tema del día”. No olvidemos que la confianza es un
fruto, un efecto, una resultante de la relación que se produce entre los miembros del
grupo y quien les acompaña. Estaría muy contraindicado la rotación o cambios de
las personas que están al frente de un grupo, salvo en el caso de un grupo que
asiste sólo a charlas esencialmente informativas.

Una posibilidad interesante que desarrollaremos más es la de incluir un


conducción colegiada en determinados grupos a modo de codirección, donde dos
son las personas que se ocupan de animar a un grupo.

Cuando dentro del diseño de las actividades, el grupo recibe “una visita” de
algún especialista o colaborador que viene a dirigir una sesión dentro de la
planificación que el grupo desarrolla; el conductor del grupo, también debe estar
presente en dicha sesión, presentando al grupo el invitado, y sobre todo, haciendo
visible con su presencia, que la continuidad del grupo está ligada a su persona y no
a ocasionales apariciones de personas que vengan a colaborar con nosotros. Por
tanto, las aportaciones externas al grupo son útiles, si son ocasionales y si el
conductor en su función de liderazgo está presente también en estas sesiones. Se
establece así una especie de referencia cuyo valor es incuestionable para la propia
identidad del grupo y que le da al conductor la responsabilidad de evitar que las
sesiones sean aportaciones inconexas no sólo desde el punto de vista de la
temática, sino del modo, estilo y metodología llevada a cabo por nuestro “invitado”.
El conductor habrá de situar al invitado-colaborador en la historia, características y
necesidades del grupo de modo que pueda realizar una intervención lo más útil
posible, incluso construyendo algunos elementos metodológicos de manera
conjunta.

LA IMPORTANCIA DEL GÉNERO

El género del conductor de las sesiones es una variable importante. La


mayoría de los conductores son mujeres, la mayoría de ellas, a su vez, desempeñan
sus tareas con una cordialidad, profesionalidad, intuición y responsabilidad dignas
de encomio, y a su vez la mayoría de los usuarios en este tipo de actividades son
mujeres.

No es raro encontrar carteles, dentro de las programaciones de servicios


sociales comunitarios, que anuncian “cursos de autoestima para mujeres”. Buscando
con interés, no suele aparece ninguna oferta equivalente para hombres. Ello sugiere
la siguiente pregunta: ¿Los hombres no tienen necesidades relacionadas con la
autoestima? ¿Quién puede explicar la decisión metodológica de excluir a unos u
otros de la necesidad de tratar la autoestima?

Si además, al frente de esta actividad se coloca una monitora o un monitor


quien aviva el desahogo como un fin en sí mismo, (permítanme la caricatura) nos
encontraremos dentro de una estructura de trabajo grupal cuánto menos pobre. A
veces estos planteamientos llevados con una ingenuidad grande nos acaban
imbuyendo de una visión de escasa neutralidad, que anima a realizar prescripciones
y consejos que crean más problemas familiares de los que alivian. Por ello la buena
formación de los conductores y conductoras será muy necesaria.

¿No sería más útil que los convocantes fueran dos coconductores, hombre y
mujer?, y que el horario facilitara la inclusión de los hombres. ¿No sería más audaz
abordar los comportamientos conyugales o de pareja desde es perspectiva de la
mutua influencia y corresponsabilidad? Trabajar juntos hombres y mujeres dirigiendo
sesiones favorece la neutralidad y mitiga las suspicacias. Es más, cuando una
conductora o animadora de una actividad observa que su grupo lo componen 20
mujeres y sólo 5 hombres, será para ella un reto técnico y relacional mantener la
presencia de estos en las siguientes sesiones.

La codirección permite, distribuir la carga de trabajo, el reparto interesado de


roles, el apoyo más directo a algunos miembros del grupo, en pasajes más
emotivamente cargados, y abrir las descripciones y sensibilidades de lo masculino y
de lo femenino, además de ser un reclamo para la inclusión de las parejas en las
actividades a realizar. Puede que sea un reto muy interesante avanzar con los
grupos incluyendo en los mismos, favoreciendo la presencia, de las problemáticas
de pareja cotidianas. Para ello es importante conseguir que las parejas acudan a la
actividad, y que esta no sea percibida como un lugar donde alguien va a ser
“regañado”, mientras el otro es apoyado. Insistiendo de nuevo, la codirección,
hombre y mujer, nos pone en una buena dirección. Quizás, vivimos en un momento
donde lo políticamente correcto se aleja, en ocasiones, de lo terapéuticamente útil.

PONIENDO EL ACENTO EN SITIOS DISTINTOS

Nosotros podemos organizar programas con padres cuyo propósito se


asemeje a una especie de campaña informativa, en cuyo caso las necesidades de
participación de los informados se limitan a recibir y a entender la información. Pero
a medida que queremos poner nuestro acento en que los padres y madres que
asisten a estos encuentros desarrollen, interioricen, hagan suyas progresivamente
otros comportamientos, pensamientos, actitudes, sin duda estamos deslizándonos
más hacia propósitos distintos; nuestra intencionalidad pierde peso en lo que a
informar se refiere y lo va ganando en lo que a producir cambios en las creencias,
comportamientos y actitudes de los usuarios. Nos hacemos intencionalmente
hablando, proclives a lo psicoterapéutico en detrimento de lo psicoeducativo.

Este énfasis no nos debe hacer, y esto es muy importante, olvidar que los
asistentes a un encuentro para padres, no traen inicialmente una demanda de
carácter terapéutico. Ellos no vienen a un grupo de terapia.

Nuestro trabajo, nada fácil, es hacer de un encuadre inicial no terapéutico


otro que respetando la demanda inicial pueda producir efectos terapéuticos en los
usuarios.

Un ejemplo nos puede ayudar a entender esta propuesta sutil e importante:


muchos padres y madres manifiestan tener problemas y dificultades relacionales con
sus hijos, con especial intensidad en la etapa adolescente. Nosotros, en un primer
lugar, podemos facilitarles información de carácter psicoevolutivo, del uso de límites
y normas, de los problemas asociados a la sobreprotección, etc. Esta sería una
ayuda importante en la línea de informar con claridad y de aconsejar “pautas” y
conductas a seguir para tratar estos problemas.

La realidad nos viene a demostrar que estas propuestas informativas y


orientadoras nos dejan a medio camino. Hay padres y madres que sabiendo, que
conociendo, lo que les conviene hacer, vienen a tropezar de manera reiterada “en la
misma piedra”. Hay madres y padres, magníficas personas, suficientemente
informadas, que demuestran escasa competencia a la hora de educar a sus hijos.
Los ejemplos serían incontables.
Es evidente que la información es necesaria, pero que por si sola, no nos
cambia. El gráfico 2 nos da idea de que tipo de actividades tienen más explícito uno
u otro propósito a sabiendas que se trata de una simplificación. Los encuentros
participativos con padres y madres con una periodicidad alta, son el marco idóneo
para facilitar en los asistentes ciertos grados de autoconocimiento e introspección
personales, sin los cuales el comportamiento verbal y no verbal difícilmente se ve
afectado. Volviendo sobre lo mismo:

“Cuando un padre o una madre mantienen una serie de conductas, actitudes


o pensamientos que pueden tener efectos deseducativos sobre sus hijos
(actitudes sobreprotectoras, por ejemplo), la sola explicación por parte de un
técnico acerca de que otras conductas alternativas deberían poner en
marcha, es normalmente, una palanca para el cambio insuficiente. Los
efectos de sólo una buena información son, en el mejor de los casos,
transitorios.
Muchas conductas educativas presentes, están íntimamente relacionadas con
la biografía de los padres. En estas conductas puede haber intenciones
reparadoras y compensadoras, miedos y carencias afectivas, creencias
educativas muy internalizadas y escasamente cuestionadas del desempeño
parental correcto, etc. Un educador padre o madre, fue antes hijo o hija,
sujeto de educación.
Es por tanto importante no sólo orientar a los padres acerca de qué otras
actitudes o conductas son educativamente más adecuadas, sino también
facilitar y promover la introspección por parte de los mismos, del mundo
interior de miedos, expectativas, creencias, experiencias vividas, íntimamente
relacionadas con su desempeño educativo. Nuestra ayuda será más eficaz si
está más cerca de facilitar el descubrimiento del por qué, para qué nos
comportamos de una manera determinada más que en describir el
comportamiento adecuado. Los cambios que se derivan de esta introspección
cognitiva y emocional son más estables y consistentes y mejoran nuestra
propia comprensión atenuando los efectos culpabilizadores que tienen
nuestros comportamientos y sentimientos cuando no podemos explicárnoslos
(Fernández-Santos. 2004)”.

Debemos ayudar a los padres y madres a conectar con su propia infancia,


con el lugar, desde donde actúan. En el gráfico 3 se explicita como una respuesta
dada va, cuando es informativa a responder a consejos: “tienes que procurar
que”…Mientras que si la intención es más terapéutica la pregunta ira orientada a la
introspección: “te has preguntado, porqué te afecta tanto que tu hija te responda
así…”
Nuestro reto es movernos entre esos terrenos fronterizos que tienen que ver
con informar y proponer conductas mejores y ayudar a nuestros usuarios (por medio
de actividades, cuestionarios, pautas de autobservación, role playing, etc.) a verse
parte del problema y por añadidura de su solución. Tom Prince en su libro: Prinz, T
(1992) Madurez Familiar. Madrid, Iberonet. Nos asoma de manera magistral a todo
ese “background” educativo que todos los padres y madres tenemos y que nos
afecta en cada una de nuestras acciones, decisiones e intervenciones educativas.

En este tipo de sesiones donde se manifiesta una intención por parte del
conductor que ayude a los miembros del grupo a la introspección y a la
autobservación, es normal que se puedan activar ciertas resonancias afectivas y
emotivas. Si ello ocurre, hemos de tener la precaución de no “ahondar” desde el
punto de vista técnico realizando reflejos, sino más bien rescatar los aspectos más
cognitivos a través de una paráfrasis. Si un miembro del grupo necesita una atención
más especifica, el conductor puede aprovechar alguna dinámica de trabajo de
pequeño grupo para conversar con esta persona o atenderla al final de la sesión
unos minutos. Para determinadas problemáticas, o para situaciones vitales más
comprometidas (separaciones, depresión, duelos, etc.) el conductor debería orientar
a estas personas a algún tipo de atención psicoterapéutica individual, familiar o de
pareja.

A MODO DE EJEMPLO

A continuación quedan descritos de manera resumida dos ENCUENTROS


FAMILIARES, realizados con padres y madres pertenecientes a una asociación con
hijos e hijas con discapacidad psíquica. Ambos encuentros fueron codirigidos con
Miguel Garrido Fernández, profesor titular de la Facultad de Psicología. Estos
encuentros en régimen residencial, ejemplifican este tipo de intentos de ir más allá
de lo informativo, intentando tocar lo actitudinal y personal. Los recursos que a incluir
son múltiples: diversas técnicas grupales, rituales, fiestas de disfraces, entregas de
diplomas, etc.

Nuestro primer en encuentro familiar se produjo en la sierra gaditana:

“Cuando nos planteamos el diseño de este Encuentro Familiar, planeaba de


fondo un deseo: Ay si en vez de hablar de problemas hablamos de
soluciones.... El hecho de trabajar para una asociación dedicada al apoyo e
integración de sus hijos deficientes, nos situaba más claramente en el
carácter terapéutico que para estas familias tendría una intervención y unas
actividades con un claro talante normalizador. Cualquier observador sin datos
de referencia previos hubiera tenido dificultades a la hora de distinguir este
encuentro con familias pertenecientes a esta asociación de otro, donde las
familias lo fueran de hijos sin minusvalías. Nuestra experiencia profesional
nos ha ayudado a estar atentos y especialmente conscientes de que el
protagonismo es de los asistentes al encuentro, no para ya para que hablen
de sus problemas y del cómo éstos les afectan, sino también para que
propongan alternativas y soluciones. Quisimos plantear una experiencia de
comunicación y educación desde los recursos personales de éstas familias y
desde una perspectiva que iluminara más claramente las muchas respuestas
acertadas que ya ponían en marcha. Creemos que esta actitud por parte
nuestra se hizo presente a lo largo de todo nuestro trabajo y que ello fue de
gran importancia para facilitar la participación del grupo y devolverle al mismo
una mayor confianza en sus posibilidades. Era un Encuentro Familiar y no un
Encuentro Familiar de una asociación de deficientes de un tipo determinado.

Intentamos que la dinámica fuera distendida y que el grado de participación


de los asistentes lo más alto posible, deslizando el protagonismo a las
familias, pasando nosotros intencionadamente a una posición de animadores
o coordinadores, eludiendo en la medida de lo posible el rol de especialistas,
consultores o consejeros. Creemos que este propósito lo conseguimos en una
buena medida.

El hecho de que las actividades se realizaran en régimen de internado y a


cierta distancia de nuestras residencias creemos que facilitó un progresivo
caldeamiento del grupo y también ayudó a que las reflexiones, sensaciones y
vivencias personales permearan con más intensidad y eficacia de las que
permite, por ejemplo, una sesión quincenal de Escuela de Padres.

Viernes. Nos fuimos incorporando a lo largo de la tarde. Tras la cena tuvimos


nuestra primera reunión en gran grupo. Nos presentamos, hablamos de
nuestras expectativas e ilusiones. Comenzamos con una presentación
general y abierta de la dinámica de la Comunicación Humana. Para ilustrar y
animar la sesión realizamos un ejercicio muy divertido sobre la mecánica del
rumor en los procesos de comunicación.

Sábado. Tras el desayuno iniciamos el trabajo del día con un vídeo acerca de
los mecanismos de defensa y su influencia en la comunicación y proseguimos
con ejercicio grupal sobre autoestima, donde en un folio prendido en nuestro
pecho portábamos una lista de cualidades y valores personales y, en otro, en
la espalda, un listado de nuestros defectos, obsesiones y atascos. Nos
movimos en el espacio de la sala superior con las dos listas colgando,
observando lo que los demás habían escrito acerca de sí mismos y sintiendo
nuestras espaldas observadas por otros. Dedicamos un buen rato a comentar
aquello que el ejercicio había despertado en nosotros. Tras una pausa
reanudamos nuestro trabajo con un ejercicio de reflexión en movimiento: Alas
cuatro esquinas@ que incidía en las múltiples perspectivas desde las cuáles
podemos ver un problema determinado y en el cómo comunicar nuestro punto
de vista siendo respetuosos con el ajeno.

Por la tarde pusimos en macha un taller sobre ideas irracionales que


comenzamos con un cuestionario elaborado a partir de las aportaciones de
Lazarus y Prinz fundamentalmente. Entregamos una serie de frases en
cartulina que resumían algunas propuestas de las ideas irracionales más
frecuentes. Seleccionamos aquellas ideas más Airracionales@ a propuesta del
grupo y analizamos de diversas maneras en qué medida estas y otras ideas
nos influyen con frecuencia en nuestras vidas.

Después de cenar, en torno a la chimenea y compartiendo una sangría,


quemamos ritualmente aquellas ideas irracionales que nos dificultaban en
nuestra relación de pareja, en la educación de nuestros hijos o en nuestras
relaciones interpersonales.

Domingo. Incluimos en esta sesión a los hijos adolescentes que habían


acompañado a sus padres y hermanos, sin intervenir activamente, hasta ese
momento en el encuentro. De manera distendida pasamos a intercambiar
impresiones y experiencias acerca del mundo adolescente y su esfuerzo
constante de diferenciación. Antes de partir realizamos una evaluación
conjunta: )qué nos llevamos de este encuentro? )Qué pistas personales y
familiares se nos han revelado como fuente de trabajo?, )qué miedos y qué
esperanzas nos rondan? En el grupo se aprecia una buena capacidad de
escucha y una atmósfera reflexiva. Todos nos sentimos positivamente
afectados por trabajo realizado.”

Este segundo encuentro, es posterior al descrito anteriormente, y muchos de


los participantes ya lo fueron del otro, lo que ayudó en la profundización del trabajo:

“Cuando nos pusimos con sólo unos días de antelación a planificar el


Encuentro Familiar, nos sentíamos en cierto modo más confiados que en
nuestra experiencia del año pasado, por un doble motivo: era nuestra
segunda intervención con este grupo y los datos ya acumulados nos servían
como experiencia y por otro lado teníamos más claro cada vez que la
resultante del encuentro dependía más del grupo que de nosotros mismos:
nuestra misión era facilitar unas condiciones adecuadas y facilitadoras para el
análisis, la reflexión y la experiencia.

Viernes. Fuimos llegando a lo largo de la mañana y comenzamos a trabajar


después de la siesta. Para iniciar y romper el hielo, nos presentamos
utilizando una peculiar tarjeta de visita que ayudaba a explorar de forma
divertida algunos aspectos más personales. Fueron saliendo por parejas a
interrogarse acerca del contenido de las tarjetas de visita aquellas personas
que quisieron. Hubo quién no pudo con su timidez. El ejercicio fue una buena
excusa para proseguir hablando acerca de la comunicación. Las tarjetas de
visita quedaron en un corcho expuestas para quién quisiera leerlas. La sesión
de trabajo propuesta para después de la cena la aplazamos para el sábado,
pues la mayoría del grupo deseaba descansar.

Sábado. Queriendo explorar otros puntos de vista acerca del contacto con los
demás empezamos con un ejercicio dónde nos movimos en el espacio de la
sala con los ojos vendados. Nuestra posibilidad de contacto era
esencialmente a través del tacto. Un buen motivo para hablar de cómo nos
sentimos a lo largo de la experiencia: quién se dejaba tocar, quién tocaba,
quién se movía entre los demás, quién se aislaba, quién exploraba, quién se
asustaba...

Pasamos a otro ejercicio sobre el cómo nuestra relación con los demás se ve
claramente afectada en función de las ideas previas que de otros ya tenemos
en nuestra mente. A un grupo de voluntarios le colocamos en la cabeza un
cartel con un determinado rol escrito (por ejemplo: novato, jefe, gracioso,
etc.). Ninguno de estos voluntarios podía leer su propio rol, pero si el de los
demás, de forma que debía relacionarse con ellos en función de ese rol. Les
facilitamos un tema de conversación y observamos lo ocurrido desde
diferentes perspectivas: )cómo se sintieron los que participaron en el juego?,
)en qué medida pudimos seguir las consignas propuestas?, )qué pistas nos
apunta la actividad respecto de nuestra forma de relacionarnos con los
demás?, etc.

Al final de esta sesión de trabajo hicimos entrega a los padres de unos


diplomas Aal buen hijo@, sin rellenar y les dimos la consigna de que durante la
tarde, mientras nosotros trabajábamos con sus hijos e hijas, que se
marcharan a dar un paseo solos con el propósito de encontrar un espacio de
tiempo adecuado para cumplimentar con tranquilidad (y en pareja si era
posible) el contenido de esos diplomas que habrían de entregar por la noche
a sus hijos.

La tarde la dedicamos a los adolescentes partiendo de aquellas cuestiones


que más les inquietaban, dedicando una parte inicial a la secuencia del
enamoramiento que aparece en la película Bambi de Walt Disney.

Tras la cena organizamos un escenario para la entrega de los diplomas. Este


acto que preparamos con bastante antelación quería ayudar a explicitar el
momento más intenso del encuentro: subrayar la intensidad y fuerza de los
vínculos afectivos en estas familias. Quisimos darle al momento un aire
desenfadado, casi cómico en algunos momentos, pero sin perder de vista la
importancia de lo que todos estábamos haciendo. Los integrantes de la Mesa
que habríamos de entregar los diplomas nos disfrazamos de Afuerzas vivas@:
de rector de la Universidad, de obispo, de catedrática, de militar, etc. Las risas
eran generalizadas mientras hacíamos acto de presencia bajo los acordes de
la banda sonora de Blanca Nieves y los siete enanitos.
Cada uno de los cuatro miembros de la mesa, leyó un pequeño discurso,
mezcla de seriedad en el contenido, divertido en las formas. Pasamos a la
entrega de diplomas. A medida que llamábamos a un hijo, acudían sus padres
y en voz alta, ante todos, leían el contenido del diploma, glosando las
cualidades que hacían de ese buen hijo acreedor a la distinción del diploma. A
lo largo de este acto de entrega, se produjeron los momentos más intensos y
emotivos de todo el encuentro, ya que asistíamos a un momento, a un ritual,
de comunicación privilegiada entre los padres y sus hijos: detenernos un
instante para subrayar, agradecer, reconocer, cuánto de bueno, a diario,
aportan estos hijos a sus familias, a sus padres. La posibilidad de explicitar
todo ello no suele ser una oportunidad al alcance de muchos padres, ni el
recibir tal reconocimiento una experiencia frecuente entre nuestros jóvenes.
La cara de los padres y de sus hijos era el testimonio más elocuente de lo que
estaba sucediendo.

Este tipo de actividades, con la conveniente preparación, vienen a alimentar


una serie de hitos en el crecimiento de la familia que inciden
beneficiosamente en la comunicación y crecimiento personal de sus
miembros. Nos parece que los rituales familiares, ahora en desuso, son una
vía de intervención con las familias a ir recuperando progresivamente.

Tras la entrega de los diplomas, las animadoras de la asociación continuaron


con un concurso de disfraces de los más pequeños. La fiesta prosiguió con
todo tipo de juegos hasta que el cuerpo aguantó.

Domingo. Reunión de evaluación en gran grupo. Apreciamos un cierto


silencio entre los asistentes que nosotros valoramos muy positivamente: hay
que ir decantando despacio tantas vivencias, tantas ideas... Quién así lo
desea, expresa cómo se siente y qué Ase lleva@ de estos dos días de análisis
y convivencia. Muchas personas expresan el impacto emocional de todo lo
acontecido y lo beneficioso del trabajo conjunto. Alrededor de las doce
cerramos el encuentro y nos emplazamos a repetir la experiencia el próximo
curso.”

A MODO DE CONCLUSIÓN

Las posibilidades que ofrece el trabajo con familias, con parejas, con grupos
de padres y madres son muy grandes. Las personas que se benefician de estos
encuentros suelen mostrarse muy agradecidas, pues el grupo tiene ese efecto
reconfortador y normalizador de las preocupaciones que vividas en “soledad”
resultan más dañinas. En los ejemplos descritos más arriba, al formar los padres y
madres de una asociación que agrupa a familias cuyos hijos se ven afectados por
alguna minusvalía, la respuesta y la motivación a la hora de participar en una
actividad de esta naturaleza es muy grande. Pero no siempre es así. En el contexto
escolar, muchas familias, no se benefician de las ofertas y actos grupales que se
organizan. La propia denominación de “Escuela de Padres”, ya más en desuso,
puede subrayar un aspecto infantil, al pedirle a padres y madres que continúen
yendo a la escuela, como si aún no supieran suficiente. De todas formas la clave no
está en la manera de denominar la actividad, sino en lo que dentro hacemos. Por
eso es muy importante conseguir que aquellos que se asomen a un encuentro
formativo “se lleven algo”, más allá de alguna información. Ese “llevarse algo” está
en nuestra capacidad de trenzar relaciones entre su desempeño parental y ellos
mismos, entre lo que hacen y lo que piensan, entre el padre o madre que es ahora y
el hijo o hija que fue. Ayudarles, en definitiva, a entenderse mejor, a comprender su
propio proceder y a descubrir los recursos que ellos mismos poseen.

En este proceso de despertar recursos y potenciales, el acompañamiento se


hace muy importante como ya hemos mencionado. Es ahí donde cobra pleno
potencial una periodicidad, que acompañe al grupo a través de ese proceso de
cambio e introspección; cambio imposible de fiar a una sesión o intervención aislada,
por muy bien orientada que haya estado. Intuitivamente no abandonamos nuestros
modos que hacer; que al fin y al cabo nos producen seguridad, si no sentimos una
“mano” cercana y comprensiva que nos acompañará por ese tránsito que media
entre la manera de hacer de la que quiero desprenderme, camino de la habilidad
que aún he de incorporar. Ese acto de confianza que ha de producirse entre el grupo
y su conductor (o conductores) es un fenómeno en esencia asimilable a la alianza
terapéutica que se produce entre un cliente y su terapeuta.

Desde la perspectiva educativa y preventiva creemos que estos esfuerzos


son muy beneficiosos, en especial cuando padres y madres afrontan hitos evolutivos
complejos como la crianza de sus hijos pequeños, la adolescencia de los mismos, u
otros aspectos relacionales y de comunicación que comprometen a la familia como
totalidad.

La preparación de los conductores de estos encuentros familiares es una


tarea que requiere atención y esfuerzo, pues es un desempeño que requiere
capacitación y entrenamiento específicos. Con independencia de los cursos y
acciones formativas concretas destinadas a este fin, la codirección obedece en parte
a este propósito cuando alguien más experimentado se hace acompañar por una
persona que se está formando.

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