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El autor: Ignacio Fernández-Santos Ortiz. Psicólogo, Orientador escolar, Orientador Familiar por la
Universidad Pontificia de Salamanca. Psicoterapeuta de Familia y Docente acreditado por la
Asociación Andaluza de Terapia Familiar. Profesor del Master Universitario de Psicoterapia
Relacional. Desde 1988, anima y dirige actividades y encuentros de padres y madres desde las
AMPAS, colectivos y asociaciones diversas. Ha impartido cursos de formación sobre esta temática.
INTRODUCCIÓN
1
PALACIOS, J. Y PANIGUA, G. Colaboración de los padres M.E.C. Madrid 1992.
al principio de la siguiente sesión dándole un sentido procesual del cambio. En este
punto nos detendremos más adelante con mayor detenimiento.
Cuando dentro del diseño de las actividades, el grupo recibe “una visita” de
algún especialista o colaborador que viene a dirigir una sesión dentro de la
planificación que el grupo desarrolla; el conductor del grupo, también debe estar
presente en dicha sesión, presentando al grupo el invitado, y sobre todo, haciendo
visible con su presencia, que la continuidad del grupo está ligada a su persona y no
a ocasionales apariciones de personas que vengan a colaborar con nosotros. Por
tanto, las aportaciones externas al grupo son útiles, si son ocasionales y si el
conductor en su función de liderazgo está presente también en estas sesiones. Se
establece así una especie de referencia cuyo valor es incuestionable para la propia
identidad del grupo y que le da al conductor la responsabilidad de evitar que las
sesiones sean aportaciones inconexas no sólo desde el punto de vista de la
temática, sino del modo, estilo y metodología llevada a cabo por nuestro “invitado”.
El conductor habrá de situar al invitado-colaborador en la historia, características y
necesidades del grupo de modo que pueda realizar una intervención lo más útil
posible, incluso construyendo algunos elementos metodológicos de manera
conjunta.
¿No sería más útil que los convocantes fueran dos coconductores, hombre y
mujer?, y que el horario facilitara la inclusión de los hombres. ¿No sería más audaz
abordar los comportamientos conyugales o de pareja desde es perspectiva de la
mutua influencia y corresponsabilidad? Trabajar juntos hombres y mujeres dirigiendo
sesiones favorece la neutralidad y mitiga las suspicacias. Es más, cuando una
conductora o animadora de una actividad observa que su grupo lo componen 20
mujeres y sólo 5 hombres, será para ella un reto técnico y relacional mantener la
presencia de estos en las siguientes sesiones.
Este énfasis no nos debe hacer, y esto es muy importante, olvidar que los
asistentes a un encuentro para padres, no traen inicialmente una demanda de
carácter terapéutico. Ellos no vienen a un grupo de terapia.
En este tipo de sesiones donde se manifiesta una intención por parte del
conductor que ayude a los miembros del grupo a la introspección y a la
autobservación, es normal que se puedan activar ciertas resonancias afectivas y
emotivas. Si ello ocurre, hemos de tener la precaución de no “ahondar” desde el
punto de vista técnico realizando reflejos, sino más bien rescatar los aspectos más
cognitivos a través de una paráfrasis. Si un miembro del grupo necesita una atención
más especifica, el conductor puede aprovechar alguna dinámica de trabajo de
pequeño grupo para conversar con esta persona o atenderla al final de la sesión
unos minutos. Para determinadas problemáticas, o para situaciones vitales más
comprometidas (separaciones, depresión, duelos, etc.) el conductor debería orientar
a estas personas a algún tipo de atención psicoterapéutica individual, familiar o de
pareja.
A MODO DE EJEMPLO
Sábado. Tras el desayuno iniciamos el trabajo del día con un vídeo acerca de
los mecanismos de defensa y su influencia en la comunicación y proseguimos
con ejercicio grupal sobre autoestima, donde en un folio prendido en nuestro
pecho portábamos una lista de cualidades y valores personales y, en otro, en
la espalda, un listado de nuestros defectos, obsesiones y atascos. Nos
movimos en el espacio de la sala superior con las dos listas colgando,
observando lo que los demás habían escrito acerca de sí mismos y sintiendo
nuestras espaldas observadas por otros. Dedicamos un buen rato a comentar
aquello que el ejercicio había despertado en nosotros. Tras una pausa
reanudamos nuestro trabajo con un ejercicio de reflexión en movimiento: Alas
cuatro esquinas@ que incidía en las múltiples perspectivas desde las cuáles
podemos ver un problema determinado y en el cómo comunicar nuestro punto
de vista siendo respetuosos con el ajeno.
Sábado. Queriendo explorar otros puntos de vista acerca del contacto con los
demás empezamos con un ejercicio dónde nos movimos en el espacio de la
sala con los ojos vendados. Nuestra posibilidad de contacto era
esencialmente a través del tacto. Un buen motivo para hablar de cómo nos
sentimos a lo largo de la experiencia: quién se dejaba tocar, quién tocaba,
quién se movía entre los demás, quién se aislaba, quién exploraba, quién se
asustaba...
Pasamos a otro ejercicio sobre el cómo nuestra relación con los demás se ve
claramente afectada en función de las ideas previas que de otros ya tenemos
en nuestra mente. A un grupo de voluntarios le colocamos en la cabeza un
cartel con un determinado rol escrito (por ejemplo: novato, jefe, gracioso,
etc.). Ninguno de estos voluntarios podía leer su propio rol, pero si el de los
demás, de forma que debía relacionarse con ellos en función de ese rol. Les
facilitamos un tema de conversación y observamos lo ocurrido desde
diferentes perspectivas: )cómo se sintieron los que participaron en el juego?,
)en qué medida pudimos seguir las consignas propuestas?, )qué pistas nos
apunta la actividad respecto de nuestra forma de relacionarnos con los
demás?, etc.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Las posibilidades que ofrece el trabajo con familias, con parejas, con grupos
de padres y madres son muy grandes. Las personas que se benefician de estos
encuentros suelen mostrarse muy agradecidas, pues el grupo tiene ese efecto
reconfortador y normalizador de las preocupaciones que vividas en “soledad”
resultan más dañinas. En los ejemplos descritos más arriba, al formar los padres y
madres de una asociación que agrupa a familias cuyos hijos se ven afectados por
alguna minusvalía, la respuesta y la motivación a la hora de participar en una
actividad de esta naturaleza es muy grande. Pero no siempre es así. En el contexto
escolar, muchas familias, no se benefician de las ofertas y actos grupales que se
organizan. La propia denominación de “Escuela de Padres”, ya más en desuso,
puede subrayar un aspecto infantil, al pedirle a padres y madres que continúen
yendo a la escuela, como si aún no supieran suficiente. De todas formas la clave no
está en la manera de denominar la actividad, sino en lo que dentro hacemos. Por
eso es muy importante conseguir que aquellos que se asomen a un encuentro
formativo “se lleven algo”, más allá de alguna información. Ese “llevarse algo” está
en nuestra capacidad de trenzar relaciones entre su desempeño parental y ellos
mismos, entre lo que hacen y lo que piensan, entre el padre o madre que es ahora y
el hijo o hija que fue. Ayudarles, en definitiva, a entenderse mejor, a comprender su
propio proceder y a descubrir los recursos que ellos mismos poseen.