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DEBILIDADES

Armando Ángel Repetto

1. Fernando
2. Gonzalo 34. Ezeiza y a volar…
3. Acerca de Fernando 35. Llegada a Madrid
4. De Gonzalo y Micaela 36. Gerardo
5. De Guillermo y Fernando 37. En Barcelona, hacia el Prat (O cómo pasar los
6. De Gonzalo y Micaela controles)
7. De Fernando y Micaela 38. A Menorca
8. El Espejo 39. Noticias
9. De Micaela y Gonzalo. El Gorrión 40. En Menorca
10. De Micaela en una tarde mixta 41. Charla de bar
11. El Rey 12. Margaritas 42. En Barcelona 43. Donantes
13. Dandi 44. A lo mejor soy así por eso
14. El secreto de la vida 45. Gerardo Y Micaela
15. Mujer en el cuerpo de un hombre 46. En Madrid
16. Gonzalo va al encuentro de Fernando 47. Marta Índice:
17. Micaela 48. Venérea
18. Fidelidad 49. Diego se confunde
19. Sumisión 50. Qué te pasa
20. Gonzalo llama a Fernando (o La gran noche 51. La casita del vicio
previa) 52. Gerardo la invita
21. La nostalgia 53. Mientras en la casita…
22. El encuentro 54. Encargo 55. Bajón
23. Amigos 56. Fernando Y Ramón
24. Me llamo Gonzalo 57. Gonzalo limpia
25. La isla Flotante 58. Ramón
26. La Rubia 59. Acerca de Gonzalo
27. Sentirse ajeno 60. Despedida
28. Gonzalo y España 61. Gonzalo en casa, al fin el amor
29. Fernando el creativo 62. Arruinado
30. Hasta pronto 63. Guillermo
31. Hartazgo 64. ¿Sí o no?
32. Juntos a España 65. Fernandito y el resto
33. Siempre te espero

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1. Fernando
Fernando tenía treinta y cinco años. Había hecho de modelo queriendo ser actor. Su familia le había dejado una
buena situación económica que le permitía vivir trabajando solo un poco, de tanto en tanto. Y en realidad lo hacía
porque como le había dicho su madre, “el trabajo estructura, hijito mío”, y a él eso le venía bien. Probablemente
su frustración máxima radicaba allí. Trabajaba en una oficina, sin mucha necesidad, aunque hubiera preferido no
tener que trabajar… Aquella tarde porteña de calor que inicia nuestra historia, Fernando quería hacer algo
diferente a su rutina. Tal vez volver a ser lo que antes. Se tomó una birra en ayunas y se fue contento y bien
trajeado al after office. Sobre las siete y media estaba dentro. Fiesta un miércoles, como antes los viernes -pensó.
Entró sin hacer cola, conservaba los contactos necesarios que había ido haciendo a lo largo de su vida nocturna.
Se fue directo hacia la barra, y se pidió el primer Fernet con cola. A los dos minutos estrictos, se tomó el segundo.
Ya entonado se dijo -Dos Fernandos... como yo -aunque a veces le gustara y a veces no, que su nombre fuera el
de un trago. Y encaró para la pista con un Jack Daniel’s en la mano. Empezó a bailar solo y al terminar el whisky
notó claramente que estaba mareado. -En pedo -pensó. Se fue al baño, trabó la puerta y después de echar un
meo sacó bolsa y peinó raya. Se había aficionado desde hacía poco tiempo. Un amigo le había dicho: -Metete de
esto… ¿Sabés?, te seca las lágrimas… Salió del excusado hecho un tigre. En realidad desaforado, verborrágico y
baboso. No hubo, para variar a esa hora, ningún quórum. Rechazo sobre rechazo, cuatro whiskys más encima y un
par o tres de toques generosos. -En fin -pensó- casi una bolsa... debo tener cuatro de alcoholemia y estoy solo en
medio de rubias histéricas. -Era extremadamente cierto. Miró a su alrededor y cazador nato vio que la única a la
que se podía llevar era una chancha alzada. Dudó un poco, unas décimas de segundo y estuvo a punto de caer...
pero no. Y no fue por moral o respeto, a esa altura ya lo había perdido todo. Once treinta estaba arruinado pero
durísimo. -Pinta huida eufórica, Fernando, pero en derrota -se dijo en voz alta -¿Fernandito, qué nos pasa? -y
agregó hablando solo- Me parece que me sacaron la foto, y no puede ser que ninguna sea del palo... -y continuó
hablando solo mientras unas señoritas se reían de él. -En fin, en fin... -y mirando a las señoritas les dijo-: ¡tengo
una paranoia light... mejor nos vamos! Las chicas se rieron y le dieron la espalda comentando algo entre ellas. A
Fernando no le importó nada. Apuró el último whisky y sonrió para sí mismo en gesto cómplice. Dejó la copa en la
barra y salió de Museum disimulando su estado como si fuera agente encubierto. Saludó a todo el mundo como si
los conociera y le manoteó el culo a una gordita americana al paso. Una vez en la calle, buscó el coche entre
rabiosa sonrisa y calma mentira. Se subió, se sentó, se frotó la cara y se buscó en el espejo retrovisor para
guiñarse un ojo. Se rió y se dijo: -Ah, bolas, estás ahí. Bajó hacia Nueve de Julio y giró a la izquierda, hasta la
avenida Libertador, y al llegar al fondo giró nuevamente hacia la izquierda. Como era su costumbre desde niño, al
llegar a Figueroa Alcorta miró el Planetario. Le encantaba la imagen, le traía recuerdos gratos de su niñez y de su
abuelo. -Qué ironía -dijo y sonrió-, ¡estoy en órbita! Se miró en el retrovisor y se rió, pero sin risa, entonces giró
distraído nuevamente hacia Libertador. Quería ir a casa, a Belgrano… -A buscar otra bolsa y a ver qué pinta –dijo-
.Ya está… salimos de recorrido... El semáforo se puso en rojo y Fernando se detuvo, forzado. Entonces con
desesperación descubrió un cartel enorme, naranja que decía: CONTROL DE ALCOHOLEMIA. -¡Soy boleta! -gritó
en el coche-. ¡Me chupé la vida! Luz verde. Miró a los costados e hizo un giro a la derecha salvador entrando en el
Rosedal. -¡Mirá que son pelotudos! -gritó-, si por acá hay salida para los que no tenemos para coima. Triunfal se
volvió a mirar en el retrovisor y se guiñó un ojo. A los pocos metros de marcha una rubia infernal le sonríe, medio
en bolas. Fernando la miró desaforado, y por la alegría y la merca en alza que desde hacía un rato le impedían
controlar su lengua gritó: -¿¿Y esto?? Paró el coche en seco, bajó la ventanilla y galante pero gritando le dijo: -
¡¡¡De dónde saliste, mi amorrr!!! La rubia se acercó bamboleando sus curvas y le soltó: -¿Salimos? -
¡¡¡Daleeeeeee!!! -gritó Fer, absolutamente ajeno a lo que estaba viviendo realmente. -Son: treinta bucal.
Cincuenta, completo -dijo sonriente la señorita, y agregó-: el telo aparte. Piensa. Fernando re duro piensa pero la
dureza puede con todo. -Es puta, pero un infierno, y yo en este estado -se dijo al espejo. Giró la cabeza y miró a la
prostituta a los ojos. -Subí, completito, mi amor -dijo encantado. La rubia abrió la puerta con garbo y se sentó
como si fuera una reina. Dirigió dulcemente a Fernando hacia un telo, preguntando tonterías. Fernando no la
escuchaba, estaba encantado con su primera puta. No había visto semejante mina así en su vida... A los pocos
minutos estaba pidiendo habitación en el albergue transitorio. Una vez dentro, la diosa le pidió el dinero y se
encargó de la habitación. Subieron por el ascensor y Fernando empezó a tocarle las tetas turgentes, grandes y
suaves. La miró mientras la acariciaba y a la mina pareció encantarle… o por lo menos eso le hizo creer. Ya en la
habitación, mientras él se ponía cómodo por sugerencia, la señorita se dirigió al baño un momento, y al rato salió
con una bombachita diminuta y el resto en piel... tan alta y llena de curvas, tan femenina, tan fuerte. Se sentó en
la cama y mientras le acariciaba los genitales pidió por teléfono dos whiskys. Miró a Fernando y le dijo: -relajate,

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dejame hacerlo a mí -y entonces se metió un preservativo en la boca, para ponérselo con la misma en el pene
erectísimo de Fer y así empezó una felación suave y deliciosa, como nunca antes... como que de eso vivía la rubia,
y Fer estaba enloquecido, alucinando con el vaivén y la mirada de la rubia en el espejo, mirándolo y mirándose. -
Como me gustan los espejos -dijo mientras la rubia se la chupaba. Sin sacarse la miniatura que le cubría el pubis,
la rubia le dijo: -Seguí así, acostado... que yo lo hago. Y entonces se le montó encima y agarró el paquete de Fer
con su mano derecha y se lo introdujo amorosamente, mientras lo miraba a los ojos y allí empezó un dulce subir y
bajar que se fue haciendo tenaz, hasta salvaje. Fer, prendido a las tetas con boca, manos y alma miraba a la rubia
morbosa que le masajeaba el periné y le acariciaba el culo con dulzura circular en el esfínter. Fernando cerró los
ojos y arqueó su espalda. Polvo de infarto, de recuerdo eterno, polvo de merca y alcohol, de frustración vital, de
trabajo inmundo y hartazgo de histeriqueo. Fernando se echó el polvo de su vida. Se echó El Polvo. La rubia lo
miraba fijo a la cara, sonriendo, mientras le acariciaba el pecho con la fuerza justa para mantenerlo de espalda
contra la cama continuando con un suave movimiento circular de sus nalgas. Fernando abrió los ojos sonriente,
feliz y así fue como al incorporar el cuello la vio allí, sentada sobre su cadera con el pene de Fer aún en su interior
y con su propio paquete en la mano, haciéndose lo que a Fernando le pareció una paja brutal. Se quedó quieto,
sin pensar nada de nada más que -qué hago, Fernando qué hago... esta cosa es un pibe... Pero la rubia, que aún lo
era para Fer, aunque tuviera ese paquete, seguía moviéndose en círculos y arriba y abajo, mientras apuñalaba al
gato con violencia. Eran dos personas, la rubia en el vaivén y el rubio en plena paja, pero con cara de rubia. -¡No
tomo más merca! -dijo, pero igual seguía cogiendo sin ya quererlo, a la rubio... el rubia, con su propio pene duro
como estaca, como él, como de merca a favor... no como otras veces. Y empezó a estar excitado de nuevo, con el
pene más duro, a explotar... y la rubia que se había girado dándole la espalda y sacudiendo el culo frente a sus
ojos, de lateral y en profundo arriba y abajo y nuevo lateral...y -¡qué culo más bonito y femenino, y qué duro
estoy! -pensó Fernando. Entonces la puso en cuatro, plegaria mahometana y el culo de la rubia se expuso
generoso mientras Fernando le daba su furia y su deseo. Le daba igual que tuviera pija, porque él no lo había
visto, no se había dado cuenta y el culo era monumental y las tetas... -¡que par de tetas! Y justo antes de acabar,
la rubia se salió, de repente y lo miró y le sacó el forro, y Fernando la miró, y ella, o él, le dijo: -Me toca a mí,
bombón -y lo empezó a masturbar mientras se le acercó despacio y se arrodilló frente a él, para pajearlo y mirarlo
tiernamente. Y lentamente le acercó la pija al esfínter... y Fernando no dijo nada, iba a explotar… y la rubia frenó
el agite y lo penetró en el máximo momento de placer, y Fernando no dijo nada... Acabaron juntos en un éxtasis
frenético, y la rubia se retiró muy suave y lo acarició en forma dulce y amorosa, porque ella tenía a un hombre, lo
que nunca había tenido, un hombre que se había confundido, que no lo había notado, y eso la había puesto
caliente y perversa. Y Fernando había tenido a una rubia increíble a la que se había cogido y había disfrutado de
hacerlo. Ella lo acariciaba como antes nadie lo había hecho, como si ella supiera dónde estaban sus puntos
erógenos... Y entonces, Fernando entendió algo terrible pero que en realidad no le importaba, por la dureza o
porque no le importaba: La rubia se la había metido. Camino a casa, en Belgrano, no reía, no lloraba. Conducía su
coche mecánicamente. Pensaba en la rubia, mucho... le encantaba. Y pensaba en que él era puto.

2. 2. Gonzalo
Gonzalo emprendía nuevamente un viaje. Hacía algún tiempo que estaba quieto, porque en su nuevo trabajo
como médico lo tenían algo apretado. Había vuelto a intentar la supuesta ansiada tranquilidad de ser parte del
sistema, pero aparentemente no estaba hecho para eso. Sin dar muchas explicaciones renunció a su puesto,
como antes ya lo había hecho, pero esta vez no pensaba quedarse en España. Estaba cansado, solo, a pesar su
facilidad para hacer amistades, sin pareja real, sin hijos, sin ataduras. En dos días tenía su regreso organizado.
Quería respirar Buenos Aires, con su smog, sus pizzerías y el olor a panadería sin grasa de cerdo. Ansiaba comer
medias lunas, y mirar la caída de la lluvia torrencial como cae en Buenos Aires. Quería ver mujeres hermosas
caminando por avenida Santa Fe, y desayunar en San Isidro, en el tren de la costa. Quería ver el Río de la Plata,
aunque estuviera sucio y amarronado. Ansiaba ir a la Giralda a tomar un café y pasearse por las librerías porteñas,
quería escuchar su acento... quería volver. Extrañaba las sonrisas en los negocios y el vaso con agua o naranjada
con el que siempre te sirven el café en Argentina, incluso extrañaba las masitas con las que lo acompañan,
aunque no las comiera. Dejaba las Islas Baleares. Se marchaba por un tiempo o para siempre. No lo sabía en
realidad, y no le importaba. Se despertó temprano y salió a dar un paseo, para mirar el mar. Era lo que más le
gustaba de las islas mediterráneas, era su única unión con ese lugar, si es que existía alguna. Caminó un rato, bajo
el sol matinal, mirando el mar calmo, y no sintió ninguna pena. Estaba más que decidido, estaba harto de aquel
lugar. Sonrió al sol, y se sintió pleno. Pensó en sus padres, y en que hubieran disfrutado con su éxito vital. Se

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consideraba afortunado y exitoso, a pesar de su precoz e incomprensible desarraigo que lo había llevado a dejar
el país, cuando supuestamente era un país próspero. Se rio de la idea. El retorno lo hacía feliz. Regresó a su casa,
recogió sus maletas y revisó por última vez todos los rincones. No quería dejar nada, y aunque ya lo había hecho,
volvió a mirar en todos los sitios donde podía quedar algún atisbo de su pasaje por allí. Su casa estaba impecable,
como si nunca hubiera sido habitada. Era su manera de ser. En el trastero, dejó todas las pertenencias que
pudieran serle útiles si por alguna incomprensible razón decidía volver. Era su casa, pero no era su lugar, por eso
había enviado algunas encomiendas con cosas preciadas que no quería dejar allí. Se marchaba, se llevaba todo lo
suyo, pero conservaba la ambigüedad de dejar algo por si regresaba. Fue hasta el aeropuerto en taxi, pagó
dejando propina y desconectó su móvil. No quería llamadas. Le quitó el chip y lo cambió por uno argentino, sin
volver a encenderlo. Cuando estaba llegando a la cola en el mostrador de check in, una mujer mayor que venía
detrás aceleró el paso y se colocó mediante un empujón delante de él. Se giró y le dijo con soberbia: -Es que llevo
prisa, tengo que coger un vuelo... -y se colocó maleducadamente delante, mirando en dirección al mostrador.
Gonzalo sonrió y pensó: -Estamos en un aeropuerto, obviamente en una cola para tomar un avión, con destino
fijo dado que no llegan muchos aviones en esta época en esta isla... En la pantalla justo encima del mostrador dice
el destino... del vuelo, no de la vida Gonzalito, y lo dice claramente. Yo estoy en la cola y tomaré el mismo vuelo
que esta anciana, la que debe viajar por primera vez y, o no sabe leer, o es tan mal-educada como su cultura y sus
congéneres. La señora volteó un instante para mirarlo triunfal. En otra circunstancia probablemente Gonzalo
hubiera actuado con un poco menos de amabilidad, pero antes que la mujer dejase de mirarlo le contestó: -Yo
también tengo que coger un vuelo, señora, y además creo que vamos en el mismo vuelo y no tengo prisa. La
mujer no entendió la ironía, y se giró farfullando en su idioma algo que pareció ser dicho en la media lengua de
los niños. Gonzalo esperó su turno con absoluta serenidad, despachó sus maletas y pasó los controles
aeroportuarios con amplia sonrisa. Una vez sentado en la cercanía de su puerta de embarque, vio a la señora
ponerse en fila para embarcar, y desde su asiento sonrió y le dijo: -¿Vio señora, que íbamos en el mismo? La
mujer se ofuscó, mostrando su ignorancia, falta de tacto, educación, soberbia y estupidez, pero Gonzalo ya estaba
acostumbrado a esto. Era la característica habitual de muchos de los habitantes de aquel lugar. Cuanta mayor
capacidad de consumo tenían, más bestias y mal-educados eran. Gonzalo lo había sufrido con tenacidad y
paciencia. Se repetía que era porque tenía algo que aprender. En su medio de trabajo, llegó a escuchar las
aberraciones más grandes acerca de su país de origen, de boca de gente supuestamente ilustrada. Mucho peor
fue lo que escuchó de la gente con trabajos relacionados con estudios menores y ni qué decir de los trabajadores
sin estudios. Gonzalo estaba cansado de estar allí. Era un tipo educado, servicial y respetuoso, y probablemente
por eso fue que le costó tanto entender en su lugar de trabajo la falta de respeto. Era médico, y había trabajado
en su país ejerciendo su profesión. Estaba acostumbrado al buen trato entre colegas y subalternos, como él los
llamaba sin ser malintencionado, y a que lo llamaran de usted, aún siendo joven. En el lugar nuevo esa palabra,
sonaba ofensiva, obviamente para los subalternos quienes estaban acostumbrados a trabajar dentro de un ficticio
rol de igualdad y compañerismo. Sí, es cierto que en Argentina se pecaba de clasismo pero es que era
determinante de la buena conducta y el comportamiento en los lugares donde había ejercido. Cada uno en su
lugar, con corrección y respeto por las funciones del otro. Pero sin pasar los límites que imponen la diferencia de
años de esfuerzo y estudio. Pero claro, en Baleares la capacidad de consumo los hacía a todos iguales. Vivían a
crédito y consumían a la par tanto profesionales como trabajadores básicos. Y eso, parecía generar una
incomprensible igualdad laboral. Gonzalo se comportaba correcto y distante, sin maldad. Con la simpleza de
entender los roles de cada uno. No daba confianza, pero sí un trato cordial. Y eso parecía que molestaba.
Entonces sucedió que en su trabajo comenzó a ser poco querido dado que en forma inconsciente y por su
carácter, marcaba lo que él veía como obvias diferencias. Lo tachaban de soberbio. Un día malo, después de una
guardia dura, una enfermera tomó una iniciativa equivocada en un campo que además no era el suyo. Gonzalo sin
buscar discusión preguntó el por qué. Solo quería saber, para enseñar y corregir. De mala manera, con la soberbia
del ignorante le contestó que porque se hacía así, de toda la vida. Gonzalo dijo que tal vez, pero que a él no le
gustaba, pero que además y a su humilde entender era incorrecto y creía que era más que conveniente que se le
consultara. La respuesta que obtuvo fue abrumadora para él: -Mira, aquí trabajamos en equipo porque somos
compañeros de trabajo. Y si a ti no te gusta, pues te la aguantas, porque seguiré haciéndolo así. Gonzalo
respondió sereno. -Me parece perfecto, pero te voy a aclarar una cosa: en este equipo yo doy las órdenes y tú las
cumples. Eso será y es trabajar en equipo con cualquiera de vosotras. Más aún si haces las cosas mal. ¿Queda
claro? La enfermera lo miró con odio real. -¿Pero tú de qué vas? Gonzalo sonrió. -No voy de nada. Simplemente
me he metido doce años de estudio para saber cómo se hacen algunas pequeñas cosas y me pregunto cómo

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puede una enfermera con tres años de estudio en una carrera donde se aprueba por antigüedad, entender esto.
¿O me vas a decir que te ha costado sacar el diploma? A partir de allí, empezó a sufrir un acoso constante por
parte de enfermeras, auxiliares y limpiadoras, lo que en realidad no le preocupó en absoluto. Era impecable en su
trabajo. Pero empezó a estar cansado. Sus compañeros y superiores hacían oídos constantes a las estúpidas
habladurías. Y les daban crédito. Un día su jefe directo le mandó llamar. Era obvio que estaba del lado de la gente
local, no sólo por complicidad. Gonzalo era bueno en su trabajo, joven y para colmo de males era argentino, una
combinación difícil de perdonar en la mediocridad reinante. Mientras iba a su encuentro, le vino a la mente un
comentario que no dejaba de darle vueltas por la cabeza, de un médico compañero, quien le había dicho con
malicia que allí se le daba más credibilidad a una limpiadora que llevara toda la vida trabajando que a un colega
recién llegado. Entró en el despacho del jefe, que estaba ocupado jugando al solitario en su ordenador. Este le
habló sin mirarle: -Mira... Las enfermeras se han quejado de ti. Parece que no trabajas adecuadamente en equipo.
Además no cumples el horario. Aquí se entra a las ocho y se termina a las tres. Gonzalo sonrió, hizo un breve
silencio y ya asqueado dijo: -Para colgar cuatro sueros, pasar seis medicaciones, poner mal una sonda, cambiar un
vendaje fuera de tiempo o alcanzarme cuatro pinzas podría contratar a algún discapacitado voluntarioso. Seguro
que se quejaría menos... Y sí, es cierto que no cumplo horario, pero es que termino mi trabajo sobre las doce... a
veces antes. Y cuando tú estás, ocupas siempre el ordenador. Así que sobre las dos me voy, y si puedo me largo
antes, como te habrá contado la limpiadora. Pero te cuento que mis compañeros ya no están cuando me marcho,
cosa que no te habrán dicho... Solo se quedan los días en que tú estás. Su jefe lo miró con ira pero Gonzalo no se
inmutó. -Y con respecto a lo que dije de las enfermeras, hay excepciones, habitualmente entre las pocas que por
experiencia saben ceñirse a su trabajo y lo hacen muy bien. Eso sí, de mi trabajo no se habrán podido quejar.
¿Sabes qué pasa? Lo que hago está bien hecho, y no tendrás queja de eso, ¿verdad? Aquí estáis acostumbrados a
trabajar de una manera extraña, o a no trabajar, por eso dais tanto vuelo a enfermería. Yo hago mi trabajo, y a
veces incluso el de las enfermeras. En ese instante entró en la sala un compañero, que envidiaba la prestancia de
Gonzalo. Lo miró sonriente. -¿Qué pasa? Veo que te han contado que se quejan de ti. Aquí no se puede ir de
guaperas, aquí hay igualdad. -¿Entonces por qué tú no trabajas nunca? ¿Por qué yo hago lo que nadie quiere
hacer? ¿Por qué tú vas a cuanto congreso ofrecen y a mí no me lo permiten? ¿Porque soy extranjero? Gonzalo
miró al jefe. -¿No hay igualdad? Su jefe hizo silencio, se levantó y se largó diciendo que estaba cansado de
chiquilinadas. Entonces con mirada calma se dirigió a su compañero. -¿Dices que hay igualdad?, entonces trabaja,
viaja menos y deja que otros asistan a congresos. El otro médico lo miró con real furia y dejó salir su inferioridad a
flor de piel. -Tú eres un mierda hijo de puta que ha venido aquí a trabajar, y si no te gusta, te vas. Esa mañana,
Gonzalo renunció a su trabajo. Sentía náuseas. Tenía dignidad y sentido común. Ya había aprendido lo que tenía
que aprender. En aquel lugar muchos eran así de ignorantes, feos, envidiosos, malos, bajos, rastreros y sucios. Y
en el aeropuerto volvió a recordarlo. Todos se comportaban como la mujer de la cola. Gonzalo no compartía esa
manera de vivir. Por eso se iba a casa, a respirar aire de educación y buenas costumbres. Tenía que volver. Hacía
mucho tiempo que necesitaba hacerlo. Pasada la puerta de embarque, le ofreció una sonrisa en el autobús otra
vez a la señora que hacía como que no lo veía. En el avión volvió a sentir náuseas, no sólo por el olor que
despedían algunos de los pasajeros, sino por el asco a la sociedad de la que había estado intentando aprender
algo.

3. 3. Acerca de Fernando
A partir de aquel día, Fernando empezó a tener comportamientos en el trabajo algo diferentes a los que siempre
había tenido. Para empezar, estaba más resuelto y con menos inhibiciones, con renovada alegría. Comenzó a
soltarle los galgos a cuanta mina buena y no tanto tenía a su alcance, con bastante éxito dado su buen tipo. Y no
es que nunca lo hubiera hecho antes, pero de repente había sentido que tenía que explotarlo en el ámbito
laboral. Antes cuidaba mucho su lugar de trabajo y por eso solía ser discreto. Además, llamó a un par de ex
amantes para retomar su desenfrenada vieja vida sexual, que había aparcado en un intento por ser más correcto
y formal. Pero esa vida lo había hundido en el aburrimiento. Fernando no era así de controlado. Y como era de
esperar renovó por enésima vez y como ya era su costumbre, los encuentros con aquella amigovia sumisa que no
hacía bien los petes, palabra que le gustaba en contraposición a como le decían en España. -Mamada, ¡qué cosa
que me sonaba vulgar, incestuosa y pedófila, con alto mal gusto! -dijo en voz alta mientras marcaba el teléfono de
su amiga. La quería, a su manera, pero tanta entrega le había causado fastidio. Fernando decidió que ya era hora
de que Micaela, que así se llamaba la desgraciada, aprendiera a hacer felaciones. Pensó que le sería útil en su vida
futura, y que no era normal que no supiera. La pasó a buscar por su departamento y aunque hubiera sido lo

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correcto no quiso subir. -Bajá, nena. Que te voy a llevar a un lugar que no conocés. Micaela, sin preguntar nada,
bajó en menos de dos minutos y subió al coche de Fernando sabiendo claramente a dónde irían. Fernando
durante el camino le preguntó tonterías y le habló de trivialidades absolutas como si se hubieran estado viendo a
diario en los últimos meses. Micaela, se derretía de solo mirarlo. La llevó a un albergue transitorio. -Jardines de
Babilonia... en Europa no se consigue y mucho menos en España. Micaela sonreía encantada de volver a tenerlo,
aunque fuera por esa sola noche. Fernando pidió el Loft. Una vez en la habitación la miró fijo y mientras se sacaba
la ropa le dijo: -A ver, cielo mío. Quiero enseñarte algo, así que escucháme bien. Y empezó a monologar, sin
prestar mucha atención a lo que Micaela hacía. Se empeñó en enseñarle mediante palabras la técnica correcta de
la felación, en su primera cita después de un largo semestre de ausencia, con los recuerdos que tenía de su
encuentro casual con aquel- aquella hombre/mujer que le quitaba el sueño. Pero el intento resultó imposible.
Micaela escuchaba pero no hacía el mínimo gesto de pasar a la práctica. -¿Qué pasa, mi vida? -preguntó
Fernando. Micaela sonrió. -Nada, te escucho, pero me hago pis. Voy al baño y vuelvo. Qué linda la habitación...
me hace ilusión volver a verte. -Bueno, andá que yo me voy preparando. De hecho, y previendo la situación,
Fernando estaba bien preparado. No había tenido reparo en ir a un sex-shop y comprar una “tarasca” de
homínidas proporciones para darle una clase práctica. Mientras ella iba hacia el baño, aprovechó para esconder el
consolador debajo de la almohada y para peinar y meterse una raya generosa de coca. Micaela se desvistió, hizo
pis, se lavó en el bidet y se arregló el pelo mientras se miraba en el espejo. Fernando, impaciente, la llamó. -Dejá
de mirarte, que estás divina y vení a la clase práctica que me parece que la teoría no la entendés muy bien.
Micaela se le arrimó por el costado y éste le enseñó el pene en plena erección. -Dale, -le dijo- es todo tuyo.
Micaela se arrodilló al costado de la cama y comenzó a hacerle una felación incompleta, sin gusto ni placer, como
si no quisiera hacerlo, como era su costumbre. Cuando la cosa empezó a estar igual de aburrida que siempre
Fernando le soltó: -No, dulce, ¡no! Así no se hace... ¿No te das cuenta de que empieza a aflojar? Ella alzó la vista y
lo miró con ojos tristones. Fernando, sin reparar en ello, sacó de debajo de la almohada el juguete sexual, una
poronga importante con huevos y todo, como él solía llamar al pene. Se la extendió algo ansioso. Ella lo miró con
pena, y tímidamente dijo: -Qué quieres, ¿qué me chupe esto?... -¡No!, sostenémelo un cachito que te voy a
enseñar a hacerlo -le dijo mientras sacaba un forro de la mesita de luz. Como humilde relatador del hecho he de
asegurar que creo que allí estuvo la clave del error. Sin prestar atención a Micaela ni a su entorno, Fernando abrió
el preservativo, y repitió la maniobra maestra del traba, metiéndoselo en la boca y colocándoselo con la misma al
juguete de goma, sin errores, mientas masturbaba el consolador y profundizaba el condón, como si realmente
estuviera haciéndolo con un hombre. -¿Ves?, así se agarra la chota ¿ves? Micaela se quedó dura, pasmada,
mirando cómo Fer le hacía una demostración práctica de cómo se hacía, abstraído, disfrutando, mientras
continuaba en su demostración encima de la cama, culo en pompa, subiendo y bajando como lo había hecho el
travestido. Micaela observaba el panorama sin entender bien lo que estaba viendo, como una espectadora de
cine y en el momento que le pareció que sería el culmine, mientras Fer mamaba el pito de goma y se masturbaba,
éste se detuvo, levantó la vista sin soltar el consolador y le dijo: -¿Ves? Tenés que hacerlo con gusto, te tiene que
gustar hacerlo, sino sale mal y se nota... Fernando estaba encendido de placer mientras hablaba. Micaela,
mirándolo con lágrimas en los ojos, le dijo: -A vos parece que te encanta... Y saliendo de su habitual ostracismo
preguntó: -¿Eres puto? Fer reaccionó. Levantó la cabeza un poco más, apoyó el culo en la cama y se sentó. Miró a
su alrededor y se dio cuenta del espectáculo que estaba brindando a Micaela. Se incorporó, soltó el tronco y negó
rotundamente. -A mí los hombres no me gustan... sólo te estoy enseñando, tontita... pero es que si no me pongo
en papel... si no te lo actúo, me parece que no lo vas a entender. Micaela, que siempre prefería la mentira a la
verdad y aceptaba todo por algo de cariño, sonrió secándose las lágrimas, pero con dudas en su mente que no le
provocaban en sí absolutamente nada. Ella quería estar con Fernando, a cualquier precio.

4. 4. De Gonzalo y Micaela
Gonzalo conoció a Micaela casualmente. La vio tan suave, tan distraída, y tan femenina que quedó impactado. No
sabía cómo hacer para acercársele, porque parecía que él no existía a sus ojos. Estaban en una exposición de
pinturas que hacía un amigo de la adolescencia de Gonzalo en una bonita sala en Barrio Norte que pertenecía a
un conocido artista plástico. Sostenía una copa de champagne de la que apenas bebía mientras miraba cómo
Micaela se paseaba sola y se detenía en los cuadros más coloridos. Micaela cada tanto sonreía a alguien y volvía a
abstraerse en su paseo. Parecía como si los colores atraparan toda la atención de aquella joven tan hermosa. Se
adelantó cautelosamente entre la gente, hasta un cuadro pletórico de color. Se quedó cerca y esperó a que
Micaela se detuviera frente a la obra. -Muy colorido ¿Verdad? -Sí, -sonrió Micaela- muy alegre -y se giró a mirar

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nuevamente el cuadro, dando por terminada la charla. Se quedó quieto, buscando qué más decir. Hubiera
conseguido impresionar a cualquiera con su presencia, pero Micaela no le había prestado mucha atención. En
realidad ninguna. -¿Conoces a Freddy?... ¿el pintor? Micaela lo miró y le pareció poco educado no contestar. Sólo
había invitados y no quería quedar mal. -No, es conocido de un amigo mío que me invitó a venir... pero que no
llegó todavía. Micaela lo dijo como justificándose de algo. -Ah, ya vendrá -replicó Gonzalo que leía rápido entre
líneas- ¿Sabes? Mirá qué cosa más rara. Freddy es amigo mío de la adolescencia. Siempre le gustó pintar, pero de
chico pintaba todo oscuro, todo negro y azul... y ahora mirá... luz y color. Empezó pintando para él mismo, para
hacer catarsis vital y... una cosa lleva a la otra. Ahora expone para otros y lo que hace no está mal. -A mí me
gustan mucho, sobre todo estos, con esos colores tan alegres, tan vivos. No entiendo casi nada de pintura, pero
me gustan -dijo Micaela interesada en el relato. -No hay que entender -dijo Gonzalo al mismo tiempo que
descubría que podía empezar una conversación-. Es tan simple como vos lo decís. La pintura ha de gustar, y
punto. Ya está. No tiene por qué uno ser entendido... ¿qué es ser entendido? Es una tontería, es saber un montón
de cosas sobre un tema, pero si sabés o no, no puede interferir en si te gusta o no... ¿No te parece? -Podría ser...
sí, claro -dijo Micaela. -¿De qué te vale saber si la técnica es acuarela, témpera, acrílico u oleo o látex, o mixto o
miles de cosas? Si te gusta, ya está. Ser erudito en un tema no es signo de ser sabio... es erudición... y te diría que
los eruditos son un poco tontos. Micaela miraba a Gonzalo algo confusa. Le hablaba de cosas que no entendía
muy bien y que además le parecía que no venían en nada al caso, si bien estaban entablando una charla y la gente
suele decir muchas pelotudeces para iniciar un acercamiento, cosa que a ella le ocurría a menudo. Sin embargo,
los comentarios de ese desconocido le resultaban raros e interesantes. -¿Por qué decís eso? -preguntó
interesada- Para ser erudito hay que estudiar y no me parece que el estudio sea una tontería. -No, no digo eso -
se entusiasmó Gonzalo viendo que había conseguido una charla abierta-El que estudia no es un tonto... hoy los
estúpidos se ríen de los que han estudiado, en este mundo en que vivimos. Lo que digo es que la erudición, los
líderes de opinión, los grandes conocedores de algún tema... cómo decir... son un poco idiotas, sin desmerecer el
tiempo que han perdido en almacenar datos y conocimientos, que aún los hace mas idiotas... Gonzalo se quedó
pensativo. A veces era demasiado tajante en sus opiniones. -No te entiendo -dijo Micaela intrigada por el aspecto,
la forma de ser y la arrogancia de su interlocutor. Era un hombre en conjunto encantador, pero lo veía algo
soberbio. -Bueno, es difícil y creo que me llevaría tiempo contarte la historia. Pienso así, pero no desmerezco al
que se ha formado, yo mismo he hecho mis estudios en la universidad de Buenos Aires, me he formado en lo mío,
pero no sé... la erudición... -Gonzalo hizo un silencio y notó de reojo la mirada tímida y huidiza pero sonriente de
Micaela- Perdonáme, no quiero que pienses que soy un soberbio... pero los eruditos me parecen personas que
saben demasiado, que tienen respuestas, pero que no les sirven para nada. No les ayuda en nada, no les cambia
su esencia... no sé... -Gonzalo miró a Micaela y no pudo dejar de decir lo que veía que esos ojos le trasmitían- ¿Por
qué estás tan triste? -y lo dijo invadiendo sutilmente la distancia interpersonal. Micaela levantó la vista y miró a
los ojos a Gonzalo. -Disculpáme, pero es que tu mirada... -Gonzalo había entrado en los ojos de Micaela, sin
permiso, como solía hacer- ¿Es por tu amigo... al que esperas? Preguntó sabiendo que la tristeza era muy
profunda. Micaela se sintió desnudada ante la pregunta. Había aprendido a disfrazar lo que le pasaba para que los
demás no lo notaran. Y lo que le pasaba casi siempre era abúlico y triste. Pero ese hombre le había preguntado
por su tristeza, y no podía negar que estuviera triste. -No, no es por eso -dijo, dejando abierta una puerta enorme.
-Mi amigo es así, un poco informal a veces. Ya estoy acostumbrada. Fernando es un buen amigo, pero hace estas
cosas. Después se disculpa y uno a los amigos les perdona cualquier cosa ¿verdad? -Verdad -dijo Gonzalo
sonriendo.

5. 5. De Guillermo y Fernando
Hacía un tiempo que Fernando había reiniciado su relación con Micaela. Se sentía triste y vacío hasta el punto de
tener ratos de llanto, si tener ninguna explicación lógica para su estado. Pero para salir de ese pozo en el que de
repente caía, conocía un antídoto perfecto, así que se secaba las lágrimas con un simple cóctel a base de alcohol
de cualquier tipo y cocaína. La mañana en que se conocieron, Fernando estaba en un after porteño, más duro y
verborrágico que de costumbre. Por eso no se percató de las intenciones de Guillermo, quien era muy reservado y
discreto; no podía darse el lujo de hacer cagadas públicas debido a su importante trabajo gubernamental. Había
escuchado a Fer en el baño metiéndose una raya y entonces, al verlo salir del excusado, se giró y le sonrió
amigable. Fer entendió el gesto como complicidad, y sólo por eso lo invitó con un quetito. -Perfecto, me hacía
falta. -Faltaba más, a estas horas siempre va bien un toquecito de ayudín... servite lo que quieras. Fer re duro se
quedó frente al espejo, mojándose la cabeza. Al salir, Guille quiso devolverle el pelpa. Fer se rió sardónico,

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espástico y contundente, mirándolo a través del espejo. -¡Pero noooo!... quedátela... tengo más y está igual de
buena. Y salieron juntos del baño hablando como amigos incoherentes. Una vez en la barra Guille le pagó un
trago en gesto de agradecimiento, mientras Fer le señalaba a todas las minas que veía, y con las que se babeaba
como un poseso en pico de ocupación espiritual maligna, o en pico de dosis, que venía a ser más o menos lo
mismo. Guillermo, que entendía bastante del tema dado su inicio sexual con múltiples féminas ninfómanas
gracias a poseer un muy buen tipo, un atractivo sensual algo mixto pero arrollador y una soltura ganadora cuando
tomaba cocaína, le seguía la corriente. Siguieron bebiendo y visitando el baño, hablando de lo que a Fernando se
le pasara por la cabeza. De repente, como suele pasar cuando la dosis ha sobrepasado el límite, sintió taquicardia.
Se excusó y se fue al baño, se miró al espejo y se tocó el pecho. -¡Uh! Tengo que frenar un poco -se dijo y al
instante se tranquilizó porque la justificó mentalmente con el Viagra que se había metido por si acaso. -¿Viste?, la
pastillita te trae taquicardis, Fernandus... No pasa nada, me tomo otro whisky y listo. Salió nerviosamente
calmado. Pidió un whisky doble e invitó a Guillermo con otro, quien al mediar la copa empezó a perder la
compostura y a hablar un poco más. De pronto sintió que se le soltaba la lengua, como si no fuera suya... y
empezó a perder un poco el respeto a su propia reserva. Pero no podía entregarse a sus deseos tan fácilmente. Se
controlaba a base de repetidos insultos hacia él mismo, silenciosos pero claros, como un mantra continuo y
espiralado que decía noseasforronoseasforronoseasforrooooooommmmm, y vuelta a empezar... Pero estaba
durísimo y le calentaban los ojos inquietos y negros de Fer, y su boca movediza, y su cuerpo esbelto. Fer, miraba
pibas absolutamente ajeno al suplicio por el que estaba pasando su compañero de noche, que ya solo pensaba en
chuparle la pija. Sí, así como suena de mal educado. Salieron juntos del averno, saludaron a Satanás, mientras
otros demonios seguían danzando frenéticamente. Eran las once de la mañana y hacía un día nublado, gris y
oscuro, tormentoso, de domingo invernal pleno. A los cien metros de caminar y habiéndose hecho todas las
invitaciones y planes a futuro, propios de la ocasión, y que como saben los faloperos nunca se cumplen, empezó a
llover a mares, y en pocos segundos la calle estaba inundada. Guille no tenía coche propio por lo que Fer se
ofreció gentilmente a llevarlo a su casa, prolongando así el sufrimiento de deseo sexual reprimido que su nuevo
amigo sentía. Otra raya en el coche y partieron hacia el desconocido porvenir de una situación aún más
desesperante para Guille gracias al nuevo subidón, pero normal para Fer que estaba acostumbrado a vivir
durísimo y terminar en cualquier lugar a cualquier hora. Al llegar a destino, subieron a tomar otro trago y a llamar
a algunas amigas que –según Guille insinuó- estaban dispuestas a aceptar una mañana de fiesta. Descorchó
champú Dom Pèrignon y Fer sacó como por arte de magia una bolsa enorme... había como diez gramos.
Guillermo se peinó una de descomunal dimensión. -Cuidado... Mirá que es tiza... A las chicas les va a encantar... -
Tranquilo, estoy muy acostumbrado... ¿te preparo una? -No, gracias... Creo que voy servido... tengo algo de
taquicardia y... ¡ahora mismo me chuparía la cachufleta de la primera mina que me pusieran delante! -Yo ni te lo
cuento -contestó Guillermo sarcástico- ¿Estás bien? ¿Querés un trankimazin para bajar un poco? -Dale loco, qué
preparadito que estás para los subidones, ¿no? Traeme dos mejor. Guillermo le trajo toda la caja, le sirvió
champagne y se sentó varonil frente a él. Y empezó a contarle cosas de política y mujeres inexistentes que sacaba
trastocando su memoria de los jovencitos que se cogía gracias a su cargo de poder. Fernando, a pesar de la
cantidad de coca que llevaba en la sangre, se fue hundiendo en el sofá por el efecto del alcohol y los calmantes. Al
terminar la tercera botella, cerró los ojos y se echó para atrás. Daba el aspecto de estar arruinado. Empezó a
respirar profundo, y cayó aparentemente dormido. Guille esperó unos minutos impaciente el respirar algo más
pausado de Fer, quien estaba roto, destrozado. Se le acercó silencioso, deseoso de poseerlo y empezó a
acariciarle los genitales a mano llena, por encima del pantalón de jean. Fer lo notó a pesar de su estado de mezcla
alcohólica soporífica, y sin saber bien por qué prefirió hacerse el dormido al ver que su miembro empezaba a
erectarse. No sabía si era por obra del Viagra, de su estado o de una nueva perversión, pero estaba a full.
Guillermo sintió que su amigo era receptivo, le aflojó el cinturón y desabrochó los botones. Metió la mano dentro
de los calzoncillos y empezó a masturbarlo. Al escuchar la jadeante respiración de su compañero ocasional, se
acercó aún más, sacó el pene y empezó a hacerle una felación dulce y amorosa, a pesar de la merca. Fer se
acomodó en el sofá jadeando, extasiado y duro, placenteramente cómodo, y se dejó hacer encantado, sin fijarse
si tenía puesto un forro, cosa que a Guillermo ni se le había pasado por la cabeza. Estaba feliz, durísimo y caliente
y le alucinaba chupar el calor de una suave piel peneana. Fer pensó: -¡Qué pete!

6. 6. Acerca de Gonzalo y Micaela


Gonzalo se encontró con Micaela al otro día de haberla conocido en la exposición. Habían estado hablando sólo
un rato después de que él mostrara su sensibilidad para entender a las personas y sus estados. Era eso lo que

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había fascinado a Micaela de Gonzalo. Además estaba relativamente sola y Fernando había vuelto a desaparecer.
No habían discutido, pero él le había pedido que lo dejara tranquilo un tiempo. Por eso, como siempre y para ser
gráfico, la había dejado tirada en la sala de exposiciones. Igual, ella sabía que volvería. Aceptaba cualquier
propuesta de Fernando y eso la hacía sentirse vencedora. Siempre volvía, y aunque luego se sintiera usada sentía
que él la amaba, o eso quería sentir, aunque ella no supiera lo que era el amor. Nunca había podido saber qué era
lo que Fernando sentía por ella. Y si bien él estaba en su cabeza todo el tiempo, en sí Mica estaba sola, viviendo
en una soledad acompañada, ya acostumbrada al maltrato al que se había expuesto siempre. Al principio tenía
algún amigo más, con los que esporádicamente también se acostaba. Sólo la llamaban para eso. Y ella lo
aceptaba. Era su forma de sentirse deseada. Escuchaba mentiras al oído y se las creía en el momento del sexo, tan
cálido como ella quería imaginarlo, pero tan frío como la descarga para la que los hombres la usaban. A medida
que fue pasando el tiempo, empezó a querer estar sólo con Fernando, tal vez enganchada por el exquisito y
cariñoso desinterés que él aplicaba con majestuosidad. Llegó al café elegido para la cita. Habían quedado en
encontrarse en el centro porque Gonzalo estaría por allí haciendo unos trámites. No había opuesto ninguna
resistencia después de haber estado hablando con Gonzalo delante del cuadro, solo unos minutos, solo los
escasos minutos en los cuales había conseguido tocarle el corazón, con su mirada paternal, su dulce voz, y su
aparente desinterés sexual. Le había pedido tan distinguidamente en encontrarse a hablar un poco, sin ninguna
intención rara, solo porque la veía triste, que no había podido negarse. Gonzalo sugirió que fuera en la Giralda,
porque le entusiasmaba que fuera en un bar porteño en plan barrio, dentro del centro. Ambos llegaron
puntuales, casi juntos, aunque él se le había adelantado unos minutos. Al verla llegar se puso de pie, la cogió del
brazo, le dio un beso y la invitó a sentarse, acercándole la silla caballerosamente. Micaela sonrió ante un gesto
tan simple pero tan viril y elegante. Pidió un jugo de naranja y Gonzalo sin darle tiempo a reaccionar la miró. -No
vale la pena sufrir ni un minuto. No te conozco, pero no me gusta verte así. Perdonáme la franqueza y la aparente
desubicación, pero si viniste es por algo. Me gustaría poder ayudarte. Se quedó muda, lo miró a los ojos y se le
llenaron los suyos de lágrimas. Se sentía tan desnuda con ese hombre... y Fernando la había vuelto a colgar... La
impotencia que sentía y la sagacidad de Gonzalo le jugaron en contra y no pudo contenerse. Él le extendió unos
pañuelos de papel y ella -mientras se secaba- sonrió. -No es nada, -dijo- es que hoy estoy muy sensible. -Hoy y
siempre... Sos una mujer muy sensible, y me parece que se aprovechan de tu sensibilidad... Micaela miró a
Gonzalo y éste le dijo sin dudar: -Puedo ayudarte, y no tengo intenciones raras, así que si querés, podemos
charlar y buscar una solución a lo tuyo, que creo que la tiene. Micaela asintió en silencio. -No hace falta que sea
hoy. Ahora calmáte, tomá el jugo y salgamos a dar una vuelta por Corrientes que es un lugar al que nunca vengo a
caminar. Te dije de venir por acá porque es raro que la gente pasee por esta zona. Micaela sonrió tímida. Miró a
Gonzalo y pensó que tal vez podía confiar en él, aunque fuera un desconocido. Parecía una persona buena, era
educado, con estilo y modales, y con una sensibilidad especial. -¿Al final viste a tu amigo? Micaela levantó
nuevamente la vista y descubrió que él percibía algo más que lo que ella mostraba. -No me digas por favor que te
dejó sola, porque desperdiciamos la posibilidad de haber cenado juntos anoche. -No, no vino -dijo Micaela. Y se le
llenó de tristeza el corazón y la mirada. Gonzalo se sentía satisfecho. Tenía la clave de la tristeza sin palabras, y no
sabía bien que lo que tenía en ciernes iba a cambiar su vida. Se sentía muy atraído por esa tristeza pero mucho
más le atraía la posibilidad de salvar a Micaela de lo que aún no sabía que tenía que salvarla, pero intuía. La pena
de aquella joven era muy profunda, notoria en sus ojos, aunque era una tristeza que estaba maquillada a la
perfección. Nunca afloraba y menos en público, pero Gonzalo la había percibido. Esa tarde caminaron juntos un
rato y él hizo gala de educación y saber estar, de buena compañía, con comentarios inteligentes y sagaces de
cosas cotidianas y un sano humor aunque a veces un poco satírico. Micaela se sintió bien a su lado, protegida, y
atraída más que por su excelente presencia, por su arrolladora -aunque un poco soberbia personalidad. Él le
contó que ejercía de médico y que viajaba mucho, que había vivido en Europa, y que estaba de vuelta desde hacía
unos pocos meses, simplemente porque extrañaba horrores. Mencionó que había trabajado en Mallorca, sin dar
detalles. Esa tarde habló poco, tampoco tenía mucho que contar a menos que lo participara de su vida sexual que
era lo único que en realidad había hecho en su vida. Sexo. Lo demás era absolutamente irrelevante, monótono y
casual. Pero no iba a contarle nada que pudiera apartar a Gonzalo. Empezaba de pronto a necesitar conocerlo,
aunque no quería que la ayudara en nada. Ella estaba bien así, aunque triste, pero tenía asumido que era la única
manera que conocía de vivir. Y así vivía. No sabía que al abrirle la puerta de su vida iba a desencadenar la ira
justiciera de aquel hombre tan formal y cortés que tenía delante.

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7. 7. Acerca de Fernando y Micaela
Era una preciosa noche y Fernando llevó a Micaela al Rosedal, donde él ya era habitué. No le costó casi nada
convencerla para buscar a un travesti con el que podían pasar un buen rato juntos, simplemente porque ella
quería estar con él, y pagaba sin problemas el precio que eso podía conllevar. Era su estilo de vida, su forma de
relacionarse con los hombres, a pesar de la nueva experiencia de haber conocido a Gonzalo. Fernando la recogió
en su casa. Estaba arreglada como para ir a una fiesta. Él también, pero su arreglo era francamente nasal. Al llegar
a la zona roja, Fernando eligió al travesti con ayuda de su chica y se lo llevaron a un albergue transitorio cercano.
La tarifa fue algo mayor, porque era un trío, cosa que a él le importó realmente poco. Prefirió no discutir para no
perder el plan. Quería fiesta, le gustaban los travestis, porque para él eran mujeres con pito, y le encantaba la
variedad que eso le ofrecía. Él justificaba todo porque eran mujeres con detalle, según su visión y no porque
estaba pervertido. Quería cogerse al traba, chuparle a Micaela todo el cuerpo y la vulva y que el traba se lo
cogiera. Había conseguido merca de la buena, a un excelente precio y estaba entusiasmado en su cocaínica
euforia sexual. Duro desde antes de recoger a su chica. Lo que Micaela hiciera, realmente le importaba un carajo.
La necesitaba para aumentar la posibilidad de juego, y sabía que ella no se opondría a nada. Micaela quería a
Fernando... estar con él. Sin importar cómo. El traba quería dinero. Hablaron casi nada durante el viaje, a pesar de
los intentos frustrados del travesti por romper el hielo irreal, dado que Fer ardía de morbosidad y de pala. Micaela
contestaba las preguntas bastante amablemente, se la veía animada, sonreía. Llegaron al telo y Fer pidió una
habitación superior, con parking privado. Pagó y le guiñó un ojo a la cajera que lo ignoró con altura. Aparcó sin
hablar, sonrió a Micaela entre su imparable bruxismo y bajaron del coche en silencio. Al entrar a la habitación, los
dos hombres empezaron a desvestirse rápidamente, sabiendo ambos a lo que iban. Fernando puso música
mientras Micaela miraba algo seria pero sonriente, y tímidamente empezó a quitarse la ropa mientras su chico
pedía tragos y champagne. Al colgar el teléfono, se giró. -¡Fiesssta! -gritó y se dispuso a peinar unas rayas
generosas en la mesita de luz de las que convidó al traba que moría de entusiasmo. Y ella también tomó... porque
todos tomaron. Fernando estaba pleno, erecto y mientras la miraba jalar cocaína, empezó a masturbar al travesti.
Cuando Micaela se incorporó, Fernando lo apartó disimuladamente y agarrándola por la cabeza la sentó en la
cama metiéndole su pene en la boca. El traba miraba morboso el inicio del pete y espetó con ansiedad y voz
impostada: -¿Y yo qué hago? Fer le dijo entusiasmado: -Vení que te vamos a tocar esas tetas divinas que tenés... Y
así empezaron poco a poco a ser tres en un nido de sexo, placer, duda, sumisión, perversión, amor, codicia,
morbosidad, dureza, alcohol, y añejo aburrimiento. Hicieron todo lo que pudieron, con todas las variantes
posibles, y nadie preguntó nada. Micaela experimentó la doble penetración, que según ella no había probado, a
pesar de sus tríos y orgías previas con hombres, por similares motivos a los que lo hacía ahora con Fernando.
Fernando se ocupó de que acabara mientras los dos la penetraban. Al llegar al clímax, ella estaba chupando las
tetas del traba, a quien tenía de frente, bajo ella, penetrándola, mientras Fernando desde atrás se la cogía por el
culo. Y como era su costumbre, al acabar se quedó tumbada, recibiendo el empuje de Fer, mientras el traba se
retiraba. Fer estaba fuera de sí, caliente y jadeante, perverso y feliz, entonces mientras seguía empujando a
Micaela le pidió al traba que lo penetrara, con claros y explícitos gestos obscenos. El travesti se acercó a la mesa
de luz, se jaló una segunda raya y le alcanzó una punta con la uña del dedo índice a Fernando, quien jaló hondo.
Micaela se giró tímidamente para ver qué pasaba, pero él la acomodó nuevamente con la frente en la almohada,
sujetándola por el pelo. El traba, se acercó a Fernando desde atrás, le untó el culo con gel lubricante y lo penetró
poco a poco, primero jugando en su esfínter, y luego hasta el fondo, completamente. A los pocos segundos
mientras Fer empujaba con violencia en el culo de Micaela, el traba se lo cogía a pleno. Micaela estaba apoyada
en el colchón, en posición de plegaria mahometana y él continuaba sosteniéndola con dureza por el dorso y el
pelo contra el mismo. Era una escena dura, de sumisión total, que el travestido disfrutaba enfermizamente
mientras empujaba largo, saliendo y entrando del culo de Fernando. Fernando sintió que llegaba el momento de
dejarse llevar... Acabó en el cielo, mientras le ofrecía a susurros la leche e Micaela. El traba, morboso, le daba por
el culo. Pensaba que Fernando era putísimo y fiestero... Y que ya era hora de volver al Rosedal. Una vez en el
parque dejaron al traba donde él les pidió, sin mediar palabra. Micaela y Fernando se miraron. Él se rió en su
dureza más que sardónicamente. -Me encantó, ¿repetimos? Eligieron entre los dos a otro travesti unos metros
más adelante. Fernando quería más.

8. 8. El espejo
Micaela estaba parada frente al espejo, arreglándose, como siempre lo hacía, pausada y prolijamente,
parsimoniosa. Era así como a ella le gustaba hacerlo siempre. Fer, la miraba fijo, con interés real. De pronto, ella

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se volteó. -¿Sabés? no me veo bien, tengo una arruguita acá, ¿ves? Es que no me gustan los espejos. -A mí me
encantan, aunque nunca me miro, ¿viste? Soy así de raro, me peino, me lavo los dientes, me aprieto un granito,
pero no me miro... sólo cada tanto tiempo me veo y fijo los ojos y me doy cuenta que pasó el tiempo... Micaela
continuó su ritual, estaba muy bonita, preciosa. Él terminó un porro con una calada honda, se quedó pensativo, o
colgado, y dijo: -Te voy a contar una historia, cielo, una historia de espejos... Hace no muchos años, había una
mujer que vivía sola, en una casa enorme donde tenía una cómoda antigua, de su madre, con un espejo
fantástico, de cristal y bisel, ¿sabés? creo que se llamaba Aurora. Tenía casi setenta años y salía poco de casa. Un
día el espejo despertó, no sé si sabés que los espejos duermen, para no alterar lo que muestran, es su karma, su
destino, mostrar siempre lo que ven, tal cual es. Y este espejo descubrió que estaba harto de mostrar la realidad,
tal y como la veía, así de cruda... y decidió cambiar. De repente empezó a mostrar lo que a él mejor le parecía, de
lo que reflejaba, que no era más que el frente de la habitación donde estaba colocado. Pero un día la mujer pasó
por allí y vio a una jovencita hermosísima, en el espejo, y lo peor o lo mejor de todo, es que era ella, su propia
imagen. Se quedó perpleja, no daba crédito a semejante ilusión. Corrió hasta otro espejo y vio la realidad, la de un
espejo dormido, y al volver hacia la cómoda maternal, volvió a reflejarse como una bella jovencita. Sin dudarlo...
digamos que no dio ninguna vuelta, descolgó y quitó todos los otros espejos de la casa, con cierto desdén y algo
de enojo. Su vida cambió de repente, culpa de aquel espejo desobediente de los mandatos de Dios, y comenzó a
arreglarse frente al espejo. Pasaba horas mirándose, sonreía y reía plena de gozo y de pronto descubrió que tenía
que volver a la vida... a salir y a divertirse, a conocer muchachos y a hacer amigas. Fernando hizo un breve
silencio. -Uff... cómo me pegó esto... ¡Qué porro!... Prosigo: Dura fue la reacción que generaba y que sus ojos y
sus oídos querían negar. Nadie la veía como su espejo, como su espejo la reflejaba, en un afán por hacer las cosas
más bellas, y ella era siempre señora o abuela al salir de casa y no le faltaron más que un par de ridículos
momentos como para desistir del encanto entre ese público que no la veía como su espejo. No te los cuento
porque estoy re colgado y no me acuerdo bien, pero creo que un día un pendejo de mierda le dijo: -¡Pero señora!
¿No se da cuenta de la edad que tiene? ¿Por qué no se va al asilo y nos deja a mí y mis coleguillas en paz? ¡Joder!
Que está aquí dándonos la tabarra y nosotros esperando que se marche para echarle un polvo a estas guarras allí
en ese callejón. Se lo digo pa que no se le ocurra ir pallá... Micaela lo miró a través del espejo, por el cambio de
acento. Fernando sonrió perdido, pero entendiendo la mirada. -Claro, era gallego y vos sabes qué educaditos son
en ese país... -Fernando puso la vista en el recuerdo- se van a arrepentir de haber criado a semejante generación
de infradotados, ¿sabés? Son unos drogadictos del orto, sin estudios y soberbios como si sus padres fueran los
reyes, la puta que los parió a estos pelotudos... Perdón, me fui por las ramas... ¡Qué buennn porro esteeeee!...
¿En qué estaba? Ah sí, la viejita... Micaela no se apartaba de su labor, y no decía nada, como siempre. Fer
continuó: -No salió más de casa. Siempre disfrutaba del espejo, ahogada en una mentira que la hacía feliz. Cambió
la cómoda de lugar y la puso frente a una ventana, en su salón. Y se sentaba allí, frente al espejo, para mirar al
mundo desde su reflejo. Un día en que se acomodaba el cabello, escuchó una dulce y ronca voz que le decía: -Qué
hermosa estás, qué joven y bella eres, tu pelo es tan sedoso… y tu piel tan lisa y suave... tus ojos, tan vivaces, me
cautivan... Y en el reflejo vio a un jovenzuelo viril y guapísimo, con porte estupendo, como yo, y sintió el deseo
que él emanaba y colocaba en ella -y esa frase Fernando la volvió a decir con acento español. Micaela sonrió
tenue, pero siguió extasiada en sus arreglos... Fernando sonrió un momento y dijo: -Sonrió, como vos, y se
sonrojó un poco, bajó la mirada y al alzarla volvió a ver al joven, que también sonreía, como yo. Al voltear la
cabeza, vio en la ventana a un viejo, muy viejo y muy cansado, mirando hacia el espejo. Fernando volvió a hacer
silencio, miró a Micaela un rato y remató: -Esa es la historia del espejo.

9. 9. De Micaela y Gonzalo.
El gorrión Micaela quería que Gonzalo se interesara más por ella. Se conocían desde hacía poco, y habían hecho a
sus ojos una rápida amistad, salían a pasear y charlaban mucho. En realidad, Gonzalo monologaba. Habían ido a
cenar varias veces y él había explotado su don de gente al máximo. Siempre educado y servicial, correcto y
respetuoso, caballero y galante, se había ido ganando su admiración y el deseo de estar íntimamente con él. En
los encuentros que habían tenido, él había indagado tontamente acerca del hombre que la apenaba. Ella no era
francamente explícita y abierta, y se notaba. Se entendía de sus pocas referencias, que ella lo había seguido desde
España por amor, y que él la había abandonado. Era al parecer una rutina típica y repetida que Gonzalo interpretó
como abuso y desamor, como aprovechamiento excesivo de ese tipo hacia la bondad de Micaela. El hombre que
estaba con ella se llamaba Fernando, y era un hijo de puta que la jodía a placer. Se notaba en las cosas que ella
decía, que realmente se había enamorado de él, y que por eso lo había seguido y había dejado su tierra de origen.

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Cuando le preguntaba por qué no se volvía, ella decía que no podía dejarlo solo, que cuidaba de él... Era inaudito,
inverosímil, pero era así como ella lo veía. Había perdido hasta su acento nativo, que sólo se notaba a veces,
cuando Micaela quería que así fuese. Decía que le gustaba sentirse integrada, y que por eso lo había cambiado.
No renegaba de su lugar ni de su origen, solo quería sentirse una más en Argentina. La pasó a buscar por su
departamento, y esperó en la puerta a que ella bajara. Estaba decidido a entrar en su alma y ayudarla a dejar al
tipo que la había jodido. Micaela se subió al coche, le dio un beso y preguntó: -¿A dónde vamos hoy? Gonzalo
sonrió. -Te llevo al teatro, hoy dan una obra en un lugar algo under que va a gustarte. Veremos “Esperando a
Godot”, de Samuel Bequet. ¿Sabes quién es? -No... -No importa, pero para ponerte al tanto te cuento que es un
autor que escribió absurdo... un maestro del absurdo... El maestro -dijo Gonzalo interesante. -¿Y qué es el
absurdo? -Es un género literario que hace el planteamiento de la insignificancia de la existencia del hombre en
relación con la existencia divina... Es el mejor género de teatro a mi humilde entender, es un planteamiento
formidable. -¡Ah!, claro... -Bequet decía que nacemos de la oscuridad y que vamos hacia ella, hacia la oscuridad.
Yo no lo comparto, aunque admiro su obra. Micaela lo miraba extasiada, sin entender muy bien lo que aquel
hombre le intentaba explicar. Ella era más simple, más sencilla y humilde, menos interesante. Se sintió tonta y
decidió preguntar algo para cambiar el tema, pero sólo le salió una pregunta inconsciente, absolutamente
relacionada. -¿Vos escribís? -Sí -dijo Gonzalo sorprendido por la pregunta. -¿Y qué escribís? ¿Absurdo? -A veces...
Otras veces escribo cuentos, o imágenes, o prosa poética... me gusta escribir. -Contáme algo de lo que hayas
escrito -dijo Micaela mientras se giraba en el asiento del coche y miraba a Gonzalo con ternura maternal. -
Mmmmm, no sé... si querés te cuento un cuento que escribí con ocho años, creo que no me saldrá igual de bien
que como lo escribí, pero la historia será la misma. Gonzalo conducía calmo, por avenida Libertador en dirección
al bajo. -Culpa de ese cuento llamaron a mi madre al colegio y le hablaron de mí como si fuese un chico raro... -y
sonriendo agregó- Creo que a mi madre no le importó mucho. -Dale, contámelo. -Pues bien, hace ya algunos
años, en una plaza de una ciudad balnearia, un gorrión se quedó sobre un cantero, agotado de sed por el calor
que era intenso y aplastante. Tenía una sed brutal, impresionante y no podía volar más. De repente, vio una nube
que pasaba por encima de él, entonces giró su cabecita hacia arriba, como lo hacen los gorriones, la miró y le dijo:
-Dame agua, por favor. Tengo mucha sed. La nube, miró hacia abajo y sin interrumpir su rumbo dijo: -lo siento, no
puedo darte agua. No te la daré porque el agua es mía-. Y se fue, sin dar ni siquiera unas gotas al gorrión. Pero en
su recorrido, tomó conciencia de su egoísmo y pensó: -Qué mala he sido, no me costaba nada darle un poco de
agua al pájaro aquel. Entonces volvió sobre sus pasos... y al llegar al cantero se encontró con el gorrión... Pero el
gorrión estaba muerto. Micaela miró a Gonzalo en silencio. -Tenía ocho años -dijo él y sonrió. Micaela, cambió un
poco el semblante, y sin saber qué decir preguntó: -¿Y tu madre qué dijo? -Que siguiera escribiendo.

10. 10. De Micaela en una tarde mixta


Micaela se había encontrado con Fernando que la había llamado para ver cómo estaba. Habían paseado un rato,
caminado, y luego se habían dedicado a la exploración corporal total, en un albergue transitorio porteño. El hecho
en sí, que era lo habitual, no le había despertado ninguna cosa. Sabía que Fernando terminaría por invitarla a
acostarse con él, y por eso había aceptado verlo. Se sentía deseada... Pero esa tarde de sexo ilimitado, la imagen
de Gonzalo se le había aparecido unas cuantas veces. Fernando se había presentado a recogerla aparentemente
en un estado cerebral normal, pero al cabo de un rato, empezó a notar que Fer tenía lentitud de pensamiento,
escaso diálogo coherente y un gran entusiasmo por tener un encuentro sexual. Esa tarde no hubo diálogo, ni
monólogo, ni palabras... Fernando se dedicó exclusivamente a saciar su instinto animal. Al salir del telo le dijo que
tenía prisa, y dejó que se marchara sola, a pesar de ver que tenía los ojos llenos de lágrimas. Al llegar a su casa,
llamó por teléfono a Gonzalo. Era la primera vez que lo hacía en forma espontánea, pero por necesidad de hablar
con él. Gonzalo, sorprendido por el llamado, la invitó inmediatamente a cenar y además, si quería, luego podían ir
a un bar algo especial para él, que conocía por medio de unos amigos artistoides como él los llamaba, los mismos
que habían generado el casual encuentro en la galería de arte. Aceptó la invitación sin dudar, y quedaron en
encontrarse en el Bar de La Esquina de avenida Libertador, en Belgrano. A las nueve y media estaban sentados en
la mesa más cercana a la pared del fondo. Esta vez, Gonzalo llegó en segundo lugar. -Te veo cansada -dijo después
de pedir agua sin gas. -Es que anoche no dormí muy bien. Me quedé hasta tarde despierta y luego dormí poco y
algo molesta... -¿Tenés insomnio? -preguntó Gonzalo dudando un poco. -No, no, es que... no sé, a veces me pasa,
pero no tengo insomnio. Micaela intentó minimizar el asunto, mentía mal y se le notaba. Gonzalo lo notó, e
insistió: -¿Estás bien?, ¿te pasa algo? -No, nada, -dijo Micaela, y sin saber bien por qué, aunque sobraban motivos,
empezó a llorar muy compungida, pero a la vez muy controlada. Ella si hacía falta maquillaba hasta el llanto. -¡Eh!,

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no, no, no -le dijo tomándola de la mano- No llores, por favor, seguro que no vale la pena. Estoy acá con vos, así
que podés contarme lo que sea que te apena... si querés. Micaela se secaba las lágrimas con las manos. Él le
extendió una servilleta de papel, le sonrió y la dejó un momento más en silencio, mientras volvía a tomarla de la
mano. Entonces lo miró seria, muy triste, a los ojos. La realidad era que estaba agotada de haber pasado toda la
tarde teniendo sexo con Fernando. Y lloraba entre otras cosas, porque se sentía un poco mal con la situación,
porque estaba frente a un hombre que la respetaba...y no entendía porqué más, pero lloraba. Gonzalo, le dijo
tierno: -¿Querés que te cuente un cuento?... como la otra vez. Digo... de los míos. -Sí, porfa... pero ahora espera
un poco que estoy rara, -y empezó a llorar de nuevo. Él se acercó a su lado y la abrazó. Se quedó en silencio,
llorando mientras Gonzalo la estrechaba fuerte. Cuando se calmó un poco, Gonzalo volvió a sentarse en su silla. -
¿Qué pasa? -dijo- ¿por qué estás así? No es nada bueno para mí verte así, y mucho menos para vos -dijo serio
pero sonriendo-. ¿Es tu amigo? -¿Fernando? -Sí, tu amigo el que te dejó colgada el día en que te conocí. -
Fernando -dijo y unas lágrimas se asomaron nuevamente por sus ojos. Gonzalo la miró más que serio, cambiando
el semblante. Le levantó la cara desde la barbilla y dijo contundente: -Dejá de llorar. No vale la pena llorar por
cosas que tienen solución... y tampoco si no la tienen. Micaela miró a los ojos de Gonzalo y sintió que no era la
misma persona con la que se había encontrado. Tenía una mirada más profunda y brillante, pero perdida en una
extraña marea de certidumbre. Parecía la mirada de un condenado a muerte, pero sin miedo, sólo con certeza de
muerte aceptada. -¿En qué pensás? -preguntó saliendo repentinamente del lugar de víctima en el que se había
colocado. -No entiendo por qué dejás que te hagan daño. No entiendo por qué das a esa persona el lugar de
poder que tiene en tu vida. Sos vos la que está mal por dejarte hacer, nadie te está haciendo daño. Sos vos la
responsable, aunque no te guste lo que te digo. Micaela lo miró y sólo dijo: -No sé, no sé decirle que no... Gonzalo
se sintió muy mal, muy incómodo ante la respuesta. La miró con duda. -¿Querés que te lleve a tu casa? -No,
quisiera que me contaras el cuento, pero si quieres que me marche, pues solo dilo -y le salió todo con su acento
nativo. Pero fundamentalmente sumiso, por la costumbre de estar con Fernando. Gonzalo se molestó con la
respuesta, pero sonrió sin enseñar un atisbo de su enojo e intentando ser gracioso le dijo con acento español: -
Pues vale colega, te contaré uno que viene a cuento.

11. 11. El Rey


Gonzalo la tenía tomada de la mano con dulzura mientras caminaban por el barrio de Belgrano. -Me encanta este
lugar... ¿sabés? Belgrano es un lugar formidable para mí. Micaela lo miraba cada tanto, sin decir palabra. En
realidad estaba muy cansada, pero quería seguir caminando de la mano con él, a pesar del agotamiento físico. -
Aunque si lo mirás bien, Belgrano es bastante feo en algunas zonas. Cabildo y Juramento es horrible, pero a mí me
encanta, con su ruido y su horror urbano, con sus panaderías y sus librerías, y los negocios desordenados entre
ropa, locales de teléfonos, casas de deportes, bares, talabarterías, cerrajerías, restaurantes, floristerías y
dietéticas... y qué sé yo qué más... es un mundo propio... no sé cómo explicarlo. -Te entiendo... es lo tuyo... yo me
siento ajena... es un lugar que no reconozco como vos lo hacés. -¿Ajena?, si parece que te hubieras criado acá... -
Ya... pero es una mentira de adaptación. Extraño lo mío, aunque sea tan diferente y tan precario...
comparándolo... -Es verdad que para mucha gente el mejor lugar del mundo es el lugar donde se ha criado... es
cierto. -Conocí a Fernando ahí, en mi lugar -dijo tal vez abrumada por el cansancio, sorprendiéndose a sí misma
del comentario. Gonzalo se silenció de repente, la miró y le sonrió de manera sobreactuada. -¿Y? -le preguntó
como desinteresado. -Y me fascinó lo que me contaba de Buenos Aires, que es cierto. Siempre me decía que acá
nos querían mucho a los españoles, a diferencia de lo que pasaba en España con los argentinos. Me decía que los
argentinos que estaban fuera no eran en realidad representativos... que eran unos negros de mierda que estaban
ahí para trabajar en cosas que en Argentina no harían ni locos. -No es así. Miráme a mí, yo he vivido en España y
soy profesional, y soy representativo de la generación que estudió y se labró un futuro con capacidad de producir
a niveles altamente competitivos. Micaela lo miró asintiendo. -¿De qué trabajaba tu amigo? -No... –dijo
dubitativa-, estaba de vacaciones, era monitor de esquí, o eso me dijo. -¡Ah!... un piola... el típico chanta
argentino... de esos no nos enorgullecemos. Se sintió agredida pero no dijo nada. Notaba el recelo en las palabras
de Gonzalo. -No debería contarte, pero he venido a Argentina siguiéndolo... y mira... Gonzalo se lleno de ira, pero
controló su apariencia. -Y acá, -prosiguió Micaela- las cosas entre nosotros fueron un poco raras, tal vez como tú
dices, por mi culpa, pero así fue... -¿Y por qué le das tanto poder sobre tu vida a ese hombre? -No sé, no sé qué
decir. -¿Lo amás? ¿Estás enamorada? Micaela hizo un silencio breve y mintió. -Tal vez antes estaba enamorada,
pero ahora no... Gonzalo le apretó tiernamente la mano y ella sonrió tenue, lábil y tímida. -No des poder a nadie,
no lo tiene. Mirá, te voy a contar un cuento. Se llama El Rey, pero no es el de Khalil Gibran... Entró en un bar de

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nombre Sálvame María, e invitó a Micaela a sentarse en una mesa que estaba en un ángulo. Pidieron dos tés y sin
decir palabra la tomó de la mano. -Se te ve cansada... -Es que duermo un poco mal últimamente... por favor,
cuéntame el cuento. Gonzalo sonrió, se le acercó y comenzó a hablar. -A ver, como era... Bueno, te lo cuento más
o menos como me acuerdo... Cuenta la historia, que hace ya muchísimos años, encontrábase un rey cabalgando
por el bosque aledaño a su gran castillo, acompañado de su habitual custodia. Era un rey especial, como todos los
reyes, que gustaba de sentirse superior y en algunas ocasiones lo demostraba. Ducho en el arte del dominio de
sus caballos, y poseyendo el más brioso y fuerte, comenzó a cabalgar en franca carrera alejándose de su custodia
que intentaba seguirlo. Pero por esas cosas del destino, perdió rumbo y compañía. Y he aquí, que al verse sin su
custodia, y alejado peligrosamente de sus dominios, sintió miedo. Pero aún, poseía a su brioso corcel. Gonzalo se
detuvo en su relato y la miró a los ojos. Micaela seguía la historia atentamente. -¿Sigo? -Claro, no me vas a dejar a
medias del cuento. -Bueno, es que estás tan callada que no sabía si te interesaba. -Obvio... Me gusta mucho que
me cuenten historias. Gonzalo sonrió satisfecho. - Bueno, sigo entonces... Bien, como te decía, El Rey aún tenía a
su caballo y empezó a galopar sin rumbo, de un lado para otro, buscando camino cierto para regresar a su castillo,
y en su impaciencia, ayudado por el temor que se acrecentaba, en un giro imprevisto de su caballo se topó con
una rama baja que lo hizo caer al suelo... Su caballo no se detuvo... Siguió al galope, y así, de repente, se encontró
solo, realmente solo. Y sabrás lo que le pasa a la gente cuando se encuentra sola... La gente, Micaela, cuando está
sola tiene miedo. Y a nuestro rey, el miedo lo invadió desde dentro. Pero era el rey y con templanza, comenzó a
reflexionar. Estaba solo, sin caballo ni corte ni custodia ni compañía alguna. Su poder, su inmenso poder, en ese
lugar e instante, no le valía absolutamente para nada. Su oro, su inmensa fortuna en oro no era suficiente para
que alguien cumpliera una miserable orden suya y todo esto era posible simplemente porque estaba solo. De
pronto, se sintió insignificante. Pasaron por su cerebro cientos de imágenes que lo hicieron reflexionar y sentirse
realmente más pequeño, con el mismo valor que él había otorgado a los plebeyos, a los pobres, a los súbditos...
Pero él era el Rey, y se negaba en su interior a explicarse esto. Gonzalo gesticulaba mientras contaba su historia, y
ella sonreía sintiéndose arropada. -En sí, Micaela, el Rey descubrió que su vida era insignificante, en el aquí y
ahora que estaba viviendo... nadie lo protegía, nadie lo respetaba, nadie cumplía con sus constantes caprichos.
Lanzaba órdenes al aire, como un loco, y nada sucedía. Gritaba: -¡cortadle la cabeza!... ¡traedme miel del
monte!... ¡me apetece un baño en leche de cabra!... -pero nada... no pasaba absolutamente nada. Entonces, así
como te lo estoy contando, El Rey se arrepintió. Parecía imposible en su megalomanía, pero sí, estaba
francamente arrepentido. Alzó la vista al cielo, y empezó a caminar, pausadamente primero, en dirección a lo que
por el sonido le pareció era un río. Y luego de andar un largo rato y llegar hasta él, lo reconoció y entonces pudo
orientarse. Micaela sonreía por la historia que le intrigaba, pero más por el modo tierno en que se la contaba,
como si fuera una niña. -En ese instante de lumínica orientación, el Rey lloró, y se enjugó las lágrimas en el río...
Se vio reflejado en el agua, y sintió vergüenza. Volvió a mirar al cielo, y sin dar más lugar al llanto, se repuso y
emprendió regreso, apresurando su paso firme de Rey cuanto pudo. Al divisar su castillo, se sintió seguro y
tranquilo, pero ya había tomado una decisión. Fue recibido por la custodia y parte de la corte, que abrieron las
puertas con la habitual vehemencia y servilismo que estaban acostumbrados a mostrarle. El Rey entró triunfal,
miró a su alrededor y sin mediar palabra ante la mirada de todos los que le esperaban, ordenó cerrar las puertas y
sellarlas con un gran candado, prometiéndose a sí mismo jamás volver a salir sin la adecuada compañía, de la que
nunca pudiera alejarse, no fuera ser que en desarropada soledad pudiera conocerse mejor, y volver a ver su
ficticia insignificancia que no era real, pues nuevamente estaba rodeado de gente. Gonzalo hizo silencio y la miró
sonriente. -Qué final más feo -dijo Micaela, me hubiera gustado que fuese distinto. -No -dijo Gonzalo-, es este el
final. Probablemente el autor nos quiso decir algo... tal vez que busquemos nuestros valores en soledad, y no en
el exterior, en otras personas... O tal vez nos reflejó cosas de las sociedad... la vida es así de dura, y somos
nosotros mismos los que hacemos poderosos a los demás. -¿Sabes quién lo ha escrito? -Sí, claro -dijo Gonzalo
sonriendo-, lo escribí cuando tenía unos catorce o quince años. Y era más o menos como te lo he contado.

12. 12. Margaritas


Fernando había invitado a Micaela para dar un paseo, rompiendo con su rutina de llamados con intenciones
sexuales. Caminaba algo serio, intentando no demostrar nada. Se sentía algo triste. Micaela estaba junto a él,
muy cerca, cogida al bolsillo trasero del pantalón de Fer. De repente Micaela se detuvo, y miró unas margaritas
que estaban preciosas en un cantero de Plaza Francia. Eran salvajes, y muy hermosas. Él también se detuvo, y
sonrió. -¿De qué te reís? -preguntó Micaela. -No me río... sonrío... ¿sabés que la sonrisa es más expresiva que la
risa? Muestra sentimientos. La risa es espástica, como la tos... diría... -No lo sabía, aunque parece lógico. -Sonreía

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porque me acordé de un cuento muy bonito... -Contáme -suplicó Micaela que adoraba los cuentos. -Bueno, mirá,
sentémonos y me enciendo un porro, si no te molesta, y aunque te moleste... Se sentaron en el cantero y él la
tomó de la mano. Sintió que se derretía en ese gesto tan simple y tonto de Fer... le daba la mano... -Hace muchos
años, existía en las montañas de un lejano país, un pueblo que tenía una característica única. Ellos vivían alejados
de toda otra civilización, porque la suya era muy especial... habían tenido una extraña suerte, un raro sortilegio
donde su Dios, que es el mismo que el nuestro pero que a ellos les prestaba más atención, les había concedido
una gracia. Fernando caló hondo el porro y volvió a sonreír. Ella lo miraba extasiada. -Y he aquí, que era una cosa
de lo más extraña: a las personas les crecían flores en el cuerpo, unas margaritas hermosísimas, de tallos dorados
y pétalos nacarados. Lo más hermoso de todo es que a todos les crecían las mismas flores y con la misma belleza,
sin diferencias. Pero claro, Dios es sabio, y si bien nos ve a todos iguales, porque lo somos, solo había hecho una
pequeñísima diferencia ante los ojos de sus ángeles… que como todos sabemos son una caterva de lameculos que
están al pedo para vivir bien, cosa que Dios sabe, pero se hace el boludo porque le son útiles para menesteres
menores que no vienen al caso pero que sirven para que los humanos pierdan el eje y la dirección de las
peticiones usándolos como intermediarios, cuando no hay línea más directa con Dios, que Dios mismo, es decir...
este faso me pegó bien, así que olvida lo último... digo, lo de los angelitos esos... ¡Qué porro!, Dios mío
perdóname porque no sabo lo que digo... uh... Micaela se rio un poco del estado de Fernando. -¡No te rías! Que
es serio... ¿por dónde iba?... Ah, sí, por las flores, eso... Fernando hizo silencio. -¿Y? -¿Y qué? -dijo Fer con la vista
perdida. -El cuento, las flores, la diferencia -agregó Micaela intentando que Fer hilara de nuevo. -Ah, sí… Y eso, no
sé. Los ángeles como son medio nabos no creyeron que fuera importante la sutileza de Dios, que en su gran
sabiduría otorgó el crecimiento floral corporal en distintas partes del cuerpo. -Ah... -¿Ves? Los ángeles pensaron
lo mismo, ah, pensaron ¡Ah! ¿Serás ángel vos? Caído, pero ángel, porque pensás como ellos... Tengo que apagar
este porro, che. Es venenoso. -¡Dale Fer! -se impacientó Micaela, cosa rarísima en ella cuando estaba con Fer, y
bastante extraña en su vida habitual. -Huy, ¿qué nos pasa? Calma, que ya sigo... -Fernando se tumbó bajo el sol
primaveral y prosiguió- Pues que a la gente le crecían margaritas divinas pero reales en distintas partes del
cuerpo, según su accionar. Entonces, podían crecerte por ejemplo, flores en la espalda y hombros o en la cabeza,
como a la mayoría de las personas normales en esa tierra, entonces vivían con sus flores en zonas que les
permitían enseñarlas y verlas, y tener una vida bonita... -Fernando se silenció y sonrió profundo antes de
proseguir- ¿Y por qué digo esto de la vida bonita? Presta atención, mi ángel de flores en los ojos. Había un grupo
de gente muy especial, algo así como santurrones, a los que las flores les crecían en las manos. Imagináte que
había que atenderlos porque no podían hacer muchas cosas, y mucho menos las básicas como alimentarse y eso.
Eran flacos y pálidos, con belleza floral en los rostros y se paseaban ofreciendo las palmas al cielo, en muestra
franca de alabanza a Dios. A los perversos sexuales les crecían flores en los genitales... muchas, las que se
marchitaban con frecuencia y les volvían a creer otras, en un círculo de muerte y resurrección constante, lo que
les impedía tener sexo, por la obvia incomodidad... -Micaela miró a Fernando con una sonrisita pícara... -Sí, no me
mires... yo tengo un jardinero que me poda la zona cada minuto y además no vivo allí... Micaela rio. -No te rías
boluda, es serio esto, che -le dijo mostrándole el ombligo- ¿Ves? A los egocéntricos les crecía una flor, única y
bellísima en el ombligo, la única flor que por estar sola parecía más bella, y los obligaba a mirársela todo el
tiempo, encerrándolos en el panorama de su ombligo, sin poder disfrutar de otra vista más que su centro... A los
indecisos, se les llenaba todo el cuerpo de flores, cosa engorrosa y agobiante, y se les marchitaban por sectores
muy concretos, los que les permitía hacer algo pero a medias... por ejemplo... se le morían las flores de las manos,
entonces podían comer o tocar algo o escribir... tenían que decidir algo, pero ni bien se decidían, les empezaban a
crecer y se le caían de otro lado, no sé, de los genitales, entonces mientras veían si orinaban o hacían el amor,
empezaban a crecer de nuevo. Una tortura, diría yo. Así que si aprendían a ser rápidos en las decisiones, podían
hacer alguna cosa y… a veces se curaban, pasando a tener flores en la cabeza o la espalda... ¡Qué porro mas
bueno este, che! Micaela estaba fascinada con el relato. -A los envidiosos... ¡uh!... ¡¡¡¡¡ A esos le crecían en el
culo!!!!! ¡Una joda bárbara, che! Dios es un fenómeno, no te digo... mirá lo que se le ocurría. Sí, a los envidiosos
les crecían solo en el culo, tenían flores en el culo entonces cuando defecaban las ensuciaban todas. ¡Qué fino
que estoy hoy! Corrijo, vivían cagando sus propias flores, por pelotudos envidiosos de mierda. Algunos entonces
intentaban cagar lo menos posible, siempre mirando las flores en el culo de otros, pero esos, si no explotaban
estaban como los funcionarios españoles... llenos de mierda. Micaela se reía a carcajadas, más porque Fernando
gesticulaba y se reía mientras le contaba el cuento. -Ante esta situación -prosiguió Fernando entusiasmadísimo-,
Satanás metió la cola en el asunto y otorgó el crecimiento de otras plantitas a sus seguidores, en este pueblo...
que fueron cactus... pero ese es otro cuento y no quiero derivar, pero estimarás con buen tino, que ésos estaban

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bastante solos y aislados... ¡Eso es! te lo cuento, aunque no debería porque nos salimos del cuentito, pero a los
curas pederastas les hacia crecer un cactus en el culo, pero para adentro... en fin, volvamos a las margaritas… A
los seres más elevados les crecían micro margaritas de oro blanco y diamantes en los dientes, entonces cuando
sonreían, llenaban todo de luz y amor... qué buen porro, que buenosta, ta ta ta ta ta ta ta ta... este porrito que me
deja así de tranquilito -terminó canturreando. -Perdón, sigo... eeeh... a los sabiondos, era en las orejas donde
aparecían los hermosos racimos... no podían escuchar nada ni a nadie, entonces estaban todo el tiempo contando
cosas a los gritos... insoportables, ni te lo podés imaginar... Fernando se calló, como esperando algo, y
mágicamente, ella soltó la pregunta que él percibía iba a hacerle. -¿Y por qué me dijiste hace un rato que yo era
un ángel con flores en los ojos? -Porque esos eran los que no veían. Los que negaban la realidad, los que vivían sin
ver nada de lo que pasaba, o no querían verlo... Micaela se puso seria. -Pero no es para que te preocupes, porque
a veces se les podían caer, y entonces despertaban del sueño de la ceguera y la ignorancia... Además vos no sos
de ese país, estas acá conmigo, aunque... ¿sabes?... Todos los que estamos acá venimos de ese país, todos los
hombres moderno somos descendientes de esa civilización... pero fuimos los únicos que quedamos, los peores,
fuimos los que matamos al resto... a los que Dios castigó haciéndoles crecer margaritas en la planta de los pies... y
desde ese entonces, caminamos sobre nuestras propias flores, destrozándolas, sin siquiera saber que están allí.
Las hemos hecho mierda y las seguimos pisando... Micaela se tumbo a su lado, miró sus ojos llenos de lágrimas y
lo tomó de las dos manos. Lo miró tierna, como se mira a un niño triste. -Es un cuento muy raro, pero muy lindo...
¿quién te lo contó? Él esperó un momento y dijo: -Nadie, lo acabo de inventar.

13. 13. Dandi


Gonzalo llevó a Micaela hasta su casa. Habían salido a cenar, y charlado con el entusiasmo de creer saber qué
tenían cada uno delante. Los dos habían mentido un poco, ocultado cosas. Era más que esperable, dado que cada
uno en lo suyo tenía zonas oscuras. Gonzalo por su segundo trabajo, ella sólo por su sexualidad. Mica lo invitó a
subir. Por primera vez en mucho tiempo, dejaba entrar a un hombre que no fuera Fernando a su casa.
Probablemente si Fernando no hubiera estado de viaje, aunque sabía que nunca se presentaba sin avisar, no
hubiera hecho pasar a Gonzalo, Se sentaron en el living y puso Morcheeba muy suave, como ambiente de fondo,
para luego encender una vela, sin apagar la luz. Su casa estaba impecable, limpia y ordenada, con pocas cosas
pero justas para hacerla confortable aunque de apariencia aséptica. Parecía que allí no vivía nadie. Gonzalo
estaba sentado tranquilo, sereno y sonriente, y miraba como Micaela se movía tenue, mustia, imperceptible. Ella
reaccionó a la mirada y a la situación de la única manera que sabía, entonces comenzó a insinuarse tontamente,
“como quien no quiere la cosa” hubiera dicho Fernando. Gonzalo era un lince para leer las intenciones de las
personas, pero simplemente no quería sexo. Él era y quería ser para Micaela un hombre de bien. Gustaba de
seducir y se había hartado de los polvos vacíos, y por esas cosas extrañas que les pasan a algunos hombres, quería
adoptar a Micaela, no sabía por qué, pero quería protegerla... Tal vez por paternalismo, por soberbia, por
venganza hacia quien la hubiera maltratado o simplemente por aburrimiento... pero quería salvarla. Se había
propuesto rescatarla del lugar en que veía que ella se había ido colocando. La miró serio, pero sonriente y sin
rodeos le dijo: -Mirá Micaela... yo no necesito sexo. Y menos sin sentimientos. Creo que el sexo es algo muy
importante. Tener sexo sin sentimiento es como masturbarse, pero preferiría hablar mal hoy, si no te molesta. Así
que seré claro y ordinario. El sexo sin sentimiento es como hacerse una paja. Una paja con el cuerpo de otro. Es
muy animal y yo ya he crecido y he aprendido. Hay hombres y mujeres que nunca aprenden y se la pasan
cogiendo por ahí, con cualquiera...Yo he cambiado... como le dije una vez a una conocida, “no hace falta que nos
restreguemos las partes nobles para ser amigos...” -Gonzalo se rio solo y continuó. -Micaela, sos hermosa, pero
he de sentir algo por vos, para que pase algo entre nosotros tengo que sentir algo por vos... Ella no podía creer lo
que escuchaba. Aquel hombre le decía que no antes siquiera de alguna insinuación más explícita. -Pero yo pensé
que el sexo nos acercaba... -dijo sorprendida y viendo claro que Gonzalo había leído sus tontas sutilezas- Además
yo no quiero nada, está bien así -mintió tontamente-, aunque bueno... el sexo acerca a las personas, ¿no? te hace
sentir querido... No me malinterpretes Gonzalo, yo no soy así... pero con vos me siento muy bien. Y hacer el amor
te acerca... -Sí, es posible, hacer el amor te acerca, pero si es sólo sexo luego nos alejará. Las cosas hay que
cocinarlas a fuego lento ¿sabés?... yo te entiendo... pero no, no quiero... Así de contradictorio es el sexo... Yo no
entiendo más al sexo como esa cosa mecánica que se practica con desconocidos. A lo mejor los tiempos han
cambiado tanto que me quedé afuera de esta nueva cultura. Si no hay amor, aunque sea debería haber algún
sentimiento puro... Mirá Micaela. Los jóvenes hoy no saben un carajo de sentimientos. Y en realidad los adultos
tampoco. Cogen, y punto. Cogen por placer, por aburrimiento, por morbo, porque están borrachos o redrogados,

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por dinero, por coger, por curiosidad... no sé... ¿pero por amor?... No. No saben qué es. -Sos un poco exagerado,
no es tan así. Los chicos se enamoran... -le contestó exculpándose en su interior. -Tal vez las chicas, por usar tus
palabras... pero no los chicos, -lo que dijo gesticulando comillas en el aire para proseguir- No, los varones solo
quieren satisfacerse y ya. No sé cómo habrá sido tu vida, pero tal vez lo sepas. Seguro que entendés de qué hablo.
Y Micaela lo sabía, había ido de joven por allí, en su pueblo de la infancia, con uno y con otro porque le gustaban,
y le habían echado el líquido sin mucha conmiseración y mucho menos respeto. Lo sabía, pero lo callaba. Aquel
hombre le encantaba y quería atraerlo hacia ella, y sólo había pensado que mediante el sexo, como siempre lo
había hecho y como nunca le había resultado, podría. Seguía siendo igual de idiota que en su pasado. No había
aprendido nada. Gonzalo tenía razón, pero no iba a reconocerlo. -No sé si es tan así, no sé -le dijo seria. -Mirá, no
nos conocemos, pero con el tiempo me darás la razón, ya verás que no me equivoco. Lo mío es raro, porque a los
hombres les da igual cualquier agujero tibio, sea una mujer, una cabra, un buzón al sol o un bombero
carbonizado... les da lo mismo... A mí, no. Y quiero conocerte. Ella seguía dudando de lo que escuchaba, no daba
crédito. Ese hombre era algo excepcional... no quería cogérsela, no quería. Prefería conocerla antes, quería saber
quién era. -Micaela... ¿me entendés?, no es un problema tuyo, soy yo, soy así, será mi parte delicada, mi parte
más femenina la que no quiere entregarse sólo por placer... reconozco que no es lo normal... entre comillas, lo
esperable de un hombre, o esperable de esta situación, ¿sabés? -Pero... vos no sos femenino... -Todos somos
ambiguos y encerramos masculinidad y feminidad en el cuerpo, en distintos porcentajes... lo que hace que una
pareja funcione divinamente es el complemento de géneros ¿entendés? Un varón digamos que sea setenta y
treinta, se complementa perfecto con una mujer que sea setenta y treinta también, jamás con una mujer que sea
cien por cien femenina... -No te entiendo... -Sí, así de fácil. Por ejemplo vos, ¿cuánto de masculino reconoces en
tu feminidad? ¿Sos cien por cien femenina? -Sí, creo que sí. -No lo sé, tu vida debe tener pasajes que no conozco
que marcan tu masculinidad dentro tuyo. Micaela pensó un segundo, y recordó como había sido su sexualidad...
echar polvos, y punto. Como un hombre... pero en realidad, se había dejado usar y llevar por calentura y ganas de
estar con alguien. Ella quería tener novio, pero la usaban. Y no sabía si el dejarse usar era femenino o masculino.
No sabía, creía que en realidad había sido femenina, cien por cien. -Soy cien por cien femenina. Lo sé. -Sí, tal vez.
Pero yo creo que más que cien por cien femenina, sos sumisa... francamente sumisa... o me lo parece... sin
ofender -le dijo serio mirándola a los ojos. Micaela, sintió por primera vez, que un hombre la conocía desde el
primer instante en que la había mirado, aunque en realidad, todos con el tiempo la habían visto así pero jamás se
lo habían dicho. Gonzalo era noble, honesto... -Gonzalo... -¿Sí? -Nada, nada, está bien, tenés razón, está bien así,
no hace falta. Y no sabes lo que te lo agradezco. A Micaela le brillaban los ojos de alegría e ilusión. Y de repente se
sintió pequeña, muy pequeña. Y se sintió sucia. Gonzalo sonrió, estaba bien, todo bien. Pidió permiso para ir a la
cocina a buscar algo de tomar. Abrió la heladera, y sacó una cerveza, le apetecía beber una cerveza buena, a
medias con ella. -¿Tomas a medias una cerveza conmigo? -No gracias... No me gusta mucho. -Sin embargo tenés
de las buenas... Micaela siempre tenía cervezas por si venía Fernando.

14. 14. El secreto de la vida


Micaela miraba a Gonzalo como mira una gata tímida a su nuevo dueño. Gonzalo se sentía bien, protector y
paternal ante esa joven mustia y cándida. -¿Sabés? Nada es casual en la vida, creo que nos hemos conocido por
algo, como suele suceder con todo en la vida. -¿Tú crees? -Sí, Micaela, no tiene sentido buscarles el porqué a las
cosas que nos pasan. Vivimos inmersos en el caos de la naturaleza, que si bien es maravillosa, formidable y única,
no deja de ser caótica. -No te entiendo... -No hace falta que me entiendas, a veces ni yo mismo, que intento y
consigo controlar todas las cosas en mi vida, consigo entender la vorágine del caos existencial. Micaela seguía
mirándolo igual, pero admirada. Los argentinos tenían ese don de la palabra que tanto gusta en España, y Gonzalo
no era la excepción. -Pues a mí me encantaría saber el secreto del sentido de la vida, entender el sentido de la
vida... -¡Uy! Micaela... qué ambiciosa... Creo que no es posible saberlo. Una vez, cuando era muy chico, escribí un
cuento algo tonto, pero que viene al caso. -¿Me lo cuentas? Gonzalo se hinchó de soltura varonil, se sintió
complacido y sonrió asintiendo. -Te lo cuento como salga, como me acuerde, porque si mal no recuerdo tenía
unos once o doce años cuando lo escribí. -¿Es verdad? ¿Escribías desde tan pequeño? -Sí, desde mucho más chico
aún... -Cuéntame. Micaela se acomodó a su lado y lo tomó tímidamente de la mano. Adoraba los cuentos de
Gonzalo, y adoraba que Fernando coincidentemente también le contara cuentos. -Cuenta la leyenda... si es que lo
es, pero así empezaba el cuento... Cuenta la leyenda que existía en el Nepal una secta que conocía el secreto del
sentido de la vida. Pero con el paso de los años, las guerras tribales internas, más la invasión de extranjeros, la
secta fue diezmada, destruida como tal, y los pocos sobrevivientes se escaparon a las montañas, siendo casi

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imposible dar con alguno de ellos. Con el incansable continuo devenir de los años, los pocos que conocían ese
secreto fueron muriendo, salvo uno, un único monje centenario que moraba entre las cumbres de alguna
montaña. Se habían organizado expediciones para dar con él, pero nunca fue posible, fracaso tras fracaso parecía
ser que el secreto del sentido de la vida se iba a perder cuando aquel hombre muriese. Pero hubo un hombre que
lo logró. Había invertido más de veinte años de su vida en buscar datos fehacientes, mapas, cualquier cosa que
ayudara a dar con ese monje. Había trabajado duro y reunido suficiente dinero para poder organizar una
expedición, había entrenado las técnicas de montañismo y supervivencia... Y todo su esfuerzo, había dado
resultado. Cuentan que este hombre viajó a Nepal organizando un equipo para realizar la búsqueda del
misterioso anciano. Partió hacia las montañas con varios sherpas conocedores de la región, y con fuertes
porteadores para cargar víveres y material necesario. A lo largo de los meses, fue perdiendo gente... porteadores,
guías, pero él, incansable no detenía su búsqueda. Una noche, cuando cenaba junto al único compañero de viaje
que le quedaba se juró que aunque fuera lo último que hiciese en su vida, iba a dar con el monje. Era una noche
fría, dura, rodeada de tormenta... Al amanecer, descubrió con sorpresa que el sherpa lo había abandonado.
Estaba solo. Pero no se preocupó. Agarró su mochila, se aprovisionó de lo imprescindible, y continuó su búsqueda
escalando en solitario, sufriendo el frío, bajando pedreros imposibles, cayendo y levantándose cien veces,
puteando de rabia y riéndose en solitario de él mismo. Noche tras noche, día tras día... llorando de impotencia
ante la búsqueda, riendo a carcajadas de lo que creía era una locura... Pero un día, en que había llegado a la
cumbre de un extraño cerro que lo atrajo por su forma y su color, cuando casi vencido había olvidado por qué
estaba allí, se encontró frente a frente con aquel anciano que poseía la sabiduría. Por fin, cuando menos lo
esperaba, lo tenía frente a él. Era un hombre de mirada serena, con fino pelo blanco, largo y barba puntiaguda.
Tenía el rostro recorrido por miles de arrugas prolijas, que le daban un aspecto rudo aunque grácil. Eran como las
grietas en los desiertos donde alguna vez hubo lodo. Entonces, el hombre cayó de rodillas, y miró extasiado al
anciano, llorando de felicidad. El monje lo miró sorprendido. No comprendía en absoluto la presencia de aquel
extraño hombre blanco. Te imaginarás la sorpresa que sintió al ver a un ser humano junto a él... Lo miró fijo, a los
ojos, sin decir palabra. Luego de mirarlo durante un rato en silencio, preguntó: -¿A qué has venido? El hombre
sólo atinó a preguntar: -¿Cuál es el secreto del sentido de la vida? Revélame el conocimiento de la cultura de tu
pueblo. El anciano perdió la vista en el horizonte, y al cabo de un rato la alzó al cielo. El hombre volvió a
interrogarlo: -¿Cuál es el sentido de la vida? Entonces el monje se repuso, lo miró compasivo y le dijo: -No lo sé
hijo, no lo sé.

15. 15. Mujer en el cuerpo de un hombre


Fernando estaba harto de la estupidez y la sumisión de Micaela. Los hombres que había conocido, siempre la
habían usado. Y ella no lo veía, o no lo quería ver. Pensaba que era así. Y punto. Fernando, mientras caminaban
por Barrio Norte en silencio le soltó como un disparo: -Hace poco... bueno, no tan poco... fue antes de
conocerte... en fin, a lo que iba... hace un tiempo alguien me preguntaba si esta soledad que nos rodea vamos a
quererla toda la vida. Aparentemente era una persona que por elección estaba sola. Pero su aislamiento parcial
requería de momentos de compañía interesada. El tiempo que puede durar una compañía interesada es
directamente proporcional a la duración del bien que genera ese interés. Digamos, para ser claros, que a esta
persona los momentos de compañía, que en sí eran escasos, le duraban el tiempo que la otra persona tardara en
conseguir lo que buscaba. Claro está que a base de experiencia y aburrimiento solía ser dadivosa por lo que los
momentos eran casi fugaces. Pero ya le bastaban, para hacer así a su soledad aún más patética y dependiente de
sus entregas personales. No tenía contacto físico con nadie, según decía porque no sabía. Me refiero al contacto
que genera una amistad y no al contacto sexual. Se sobreentiende entonces que sus ratos de compañía con el
sexo opuesto duraban lo que un polvo. Micaela lo miraba atentamente, cómo gesticulaba, cómo movía la boca,
cómo articulaba palabras... le fascinaba. -He aquí -prosiguió Fer- que si sus fugaces parejas echaban sus
secreciones seminales en escasos minutos, a la voz de ¡Aura!, se marchaban dejándola sumida otra vez en aquel
estado extraño en que quedan las mujeres luego de que un hombre les eyacula y las abandona, cosa bastante
habitual en la época en que vivimos en que los hombres se masturban con cuerpos ajenos. Y no es que hubiera
tenido en realidad muchos hombres. Según me dijo sólo cuatro, reincidentes algunos y otros no. No pregunté,
realmente me interesó muy poco… Lo que aún no consigo explicarme fue su enojo cuando no quise tener nada
con ella... Lo lógico, me dijo, es que dadas las circunstancias yo debería comportarme como cualquier otro
hombre y echar un polvo a su simple insinuación. Pero no. No sé si fue por mi sensación interna de femineidad o
simplemente por falta de ganas pero no quise... Luego al ver que era real mi falta de interés me pidió disculpas.

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Pero al cabo de unos días volvió a ofenderse ante otra nueva negativa. Francamente es inexplicable... Y le
pregunté si mi compañía no le bastaba y si era extremadamente necesario que restregáramos nuestros pubis y
mezcláramos nuestros sudores para que se sintiese acompañada. Me miró. No dijo nada. Micaela estaba perpleja,
porque Fer la participaba de una historia de sexo personal, y además lo que decía era extremadamente
coincidente con lo que le había pasado y con la teoría de Gonzalo... hasta las frases, las palabras. Sus dos hombres
eran muy similares a sus ojos. Fernando, medio ausente como de costumbre en su discurso, continuó: -Luego
supe que le costaba tener orgasmos, cosa obvia con el tipo de encuentros a los que estaba acostumbrada tener.
Además como creo es habitual en España, estaba acostumbrada a la práctica del sexo bajo normas de higiene
masculina ofensivas, y no con esto, por Dios, quiero desmerecer a las mujeres españolas, que tampoco se saben
lavar el culo y mucho menos otras partes, a las que no nombro para no ser vulgar... Micaela mi cielo... pero que
podríamos llamarla chichi o cachufleta o coño o fufa o concha, o chocho, o marisco... en fin... qué malos
recuerdos... Ella lo miró seria. -¿Qué me mirás así? Primero, vos sos la excepción. Segundo, no me vas a negar que
no son muy higiénicos ¿no? Micaela hizo silencio. -Bueno, sigo... eh, ah sí, cuando le expliqué que no era por ella
que no quería sexo, sino por mí, se tranquilizó. Pero en realidad da igual el porqué. Un no, es un no. Lo más raro
es que podría disfrutar de mi compañía no sexual pero hay gente que esto no lo entiende. De hecho me dijo que
si lo contara no se lo creerían. Y es que se me había hecho una fama en aquel sitio sobre la que plácidamente yo
dormía, que distaba amablemente de la realidad. Pero eso es otra historia… ¿Qué necesidad había de estropearlo
todo echando un polvo?... Aún creo en la amistad. Micaela estaba húmeda, se había calentado con el relato, pero
ella creía que era por amor, solo por amor. Miraba extasiada a Fernando, quien creía en la amistad... En este
punto, él ya estaba encendido, le venían a la cabeza cientos de imágenes perversas, de hechos que había
provocado en su pasado para conocer la esencia femenina. Entonces hizo un vuelco de realidad, y se sinceró: -
Micaela, vos bien sabes que soy muy femenino, por eso, siendo así como soy, en este cuerpo de hombre, sé que
no puedo ocultártelo. Ella abrió los ojos y sintió que se le paralizaba el corazón. -Mirá Mica, yo soy una mujer, en
el cuerpo de un hombre, pero soy lesbiana, lesbiana perdida. Micaela casi no respiraba, y no entendía un joraca
mal como decía Fernando de lo que él hablaba, y aunque sonreía forzada, se le asomó una lagrimita por un ojo.
Fer se irritó. -Me veo obligado a explicar lo de mi femineidad. Gay no soy. Maricón tampoco. Puto menos. Sin ser
despectivo, claro… Mi propia femineidad apunta a la necesidad extrema de cortejo y seducción. La hembra goza
de ser cortejada, aunque luego diga no. El macho corteja para saciar su instinto. En realidad el hombre una vez
saciado olvida lo cortejado en esta modernidad tan fracasada que vivimos. No es que esté hecho a la antigua
como decía mi abuela. Faltaba más... Sólo respeto mi innata naturaleza. Mi masculinidad gusta de seducir y mi
femineidad necesita el cortejo… Y viceversa… ¿Cómo explicarlo a alguien que no ha visto otra cosa más que el
sexo por el sexo?... con lo triste e insulso que puede resultar. No hay moralinas, Mica, si además bien sabes que
en el tema sexo estoy hecho mierda... pero electivamente... qué cosa ¿no?, es contradictorio… Que si hay química
y pasión un polvo puede ser inolvidable... Micaela querida, pero si no es así... imagino que no hace falta que te lo
explique. Si has sentido ganas de huir, o de ducha inminente, o asco, o has pensado: -qué he hecho, ojalá que ya
se vaya...- entonces sabés de qué estoy hablando… Es algo repugnante. Micaela... te digo esto porque sé de qué
te estoy hablando, ¿entendés? Corro con ventaja, parezco un hombre físicamente, en realidad lo soy...
físicamente. Pero soy una mujer, en mi ser interior, en todo mi espíritu y alma, soy una mujer viviendo entre
hombres como hombre. Sabes cómo me horrorizo de su esencia repugnante. Soy mujer, Micaela, pero soy
lesbiana. Micaela sonrió. Fernando hizo silencio. No sé si Micaela había entendido algo.

16. 16. Gonzalo va al encuentro de Fernando


Gonzalo tenía decidido lastimar a Fernando. No podía existir un ser tan inmoral suelto. Sospechaba que había
hecho cosas a Micaela que juzgaba como denigrantes. Y no entendía otra razón más que la estupidez de Micaela
como causa de su aceptación. No se planteaba la posibilidad de que el amor ciego, que él consideraba estúpido,
podía haber sido la causa. Conocía casi todos los movimientos de Fernando. Sin saberlo, Micaela le había dado las
pistas y Gonzalo había hecho lo que sabía hacer muy bien. Recorrió los lugares que frecuentaba Fernando y
descubrió una rutina desordenada. Si estaba duro, a partir de cierta hora, el periplo se turbaba y empezaba el
descontrol. Fernando duro era una máquina de hacer pelotudeces, cagadas y muchos amigos. Ser tan generoso
con la merca, le había proporcionado una fama de playboy dadivoso. Siempre se rodeaba de pibas hermosas que
adoraban la bolsita que llevaba consigo. Además era un tipo pintón, y esto ayudaba sobremanera en el tema.
Lleno de cosas para decir, gracias al tsunami de palabras que la merca y el alcohol le despertaban, siempre le
salían bien las cosas. Se llevaba un hueso a casa, o al telo más cercano, o al coche, o al baño, pero siempre

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mojaba. Viagra encima, tiraba de la pastillita milagrosa que le subía el impedimento provocado por tanta cocaína,
casi cada día. Gonzalo lo sabía. Lo había estado siguiendo para conocer más de cerca al cerdo que lastimaba a
Micaela. Demasiado sencillo. Lo que no sabía eran los porqués de Micaela, pero asumía que era por estupidez. En
las salidas que habían tenido ella siempre contestaba lo mismo: -No sé por qué. Lo hice y ya está. No puedo
cambiarlo. Micaela se había sincerado poco a poco, a su manera, sin detalles pero dando a entender un maltrato
constante por parte de ese hijo de puta. Ella siempre había estado dispuesta a verlo aunque luego la dejara
tirada. Creía o entendía que Micaela no le decía toda la verdad, entonces prefería pensar en la estupidez humana.
Eran las tres y veinte de la madrugada. Se paró al lado de Fernando en la barra de una disco que mezclaba
mujeres estrepitosas con travestis lujosos, hombres musculosos y turistas internos, de esos que van a los lugares
raros para ver gente rara. Fernando lo miró, sonrió y le señaló a una pendeja con un hotpanty de infarto. Gonzalo
actuó bastante mal el papel. Estaba cansado, no habituado a salir tanto, y además tenía enfrente a su objetivo,
pero nadie le había pedido que hiciera nada. Fernando no se dio cuenta de lo que pasaba porque como de
costumbre estaba duro como paquete de pastilla, como él mismo decía: más duro que rulo de estatua. -Está para
matarla -dijo Fernando al desconocido que tenía a su lado. Podría haber sido cualquier persona... a esa hora era
muy amigable. -Sí, un caramelito -dijo Gonzalo intentando empezar con buen pie la conversación. Algunos años
antes, le hubiera roto varios huesos en la misma barra, sin parsimonia ni entredichos, rápido, y se hubiera ido
diciéndole un nombre al oído antes de marchar. Pero no, por alguna razón tenía dudas aunque se moría de ganas
por romperlo todo. -Me llamo Carlos, encantado. -Fernando, el gusto es mío. Se estrecharon las manos, y luego
golpearon sus puños, en un ademán incitado por Fer. Gonzalo pensó que parecían dos pelotudos. Fernando
seguía apoyado en la barra, extasiado mirando el culo de la señorita y girándose cada tanto para relojear las tetas
de un traba que estaba sentado en un sofá. Gonzalo seguía todos sus movimientos muy atentamente, sintiendo
asco por ese ser tan arrastrado entre sus propias bajezas. Había sido un artista del mimetismo, cosa muy útil en su
trabajo. El que ya sabremos, tenía como real y no en el de la vida montada para el público, aunque esa vida
encerraba la misma vocación de servicio pero en un sentido que podía ser interpretado como opuesto. Sabía qué
hacer y con quién, para entrar por la puerta grande del éxito sin error. Miró a Fernando y le dijo con extremada
tranquilidad: -Disculpame un cachito, Fer. ¿No te molesta que te diga Fer, verdad? -¡Nooo!, para nada. Así me
llaman mis amigos -le contestó sonriendo. -Es que voy al baño, a echar un cloro, ¿sabés? Además, a mi edad y
para aguantar esta marcha... necesito ayudín. Fernando lo miró girando en seco. No le había parecido que ese
tipo fuera del palo. Gonzalo notó el movimiento brusco del giro de cabeza. Se había jugado la huida del hijo de
puta si éste pensaba que era cana. Pero Fer no traficaba, estaba acostumbrado a que de vez en cuando algún rati
lo oliera de cerca. Y este tipo no lo parecía... y él estaba sin bolsa... Pensó: -¿Y éste? qué sueltito y canchero que
va con el tema. Entonces miró a Gonzalo sonriente y le dijo -Tranqui, tranqui, yo estaré por aquí -mientras se
tocaba la nariz, esperando que lo invitara más abiertamente. Gonzalo, Gonzalo... tan experimentado, tan sagaz,
tan justo, tan adecuado a su propio entender creía que se había mandado una cagada... lo habían traicionado las
ganas que tenía de sacudirle unos cuantos cazotes. -Ahora vengo -dijo y se fue hacia el baño, puteando su
boludez extrema. Ya no era el mismo. Era un forro- ¡Pero qué pelotudo! -pensaba mientras caminaba dirección al
excusado. Y se fue solo, sin su presa, caminando lentamente hacia al tocador para arreglarse supuestamente la
nariz. Fernando lo siguió con la mirada. Estaba deseoso de un buen subidón, pero sin nada de cameruza, y
empezó a sudar en frío de ganas de meterse un toque. Se había mandado la suya antes de salir, tempranito y
dada la taquicardia había dejado en casa la reserva. Eso sí, tenía chala y se había fumado un par de porros bien
cargados antes de entrar al antro, para bajar un poco. Se quedó mirando al traba en un intento inútil por
distraerse y al segundo susurró para sí mismo: -Lo suyo es subir y bajar. ¿Viste? Y no aguantó más la duda. Miró al
barman. -Ya vuelvo, servíme uno doble -y salió en el aire, como trompada de loco, hacia el baño a buscar a
Gonzalo. Cuando entró, se lo encontró mirándose al espejo y entonces se dirigió directo al mingitorio para
cambiarle el agua al canario. Gonzalo pensó: -Dios existe, o por lo menos los milagros. Se giró despacio, se metió
en el retrete, trabó la puerta y peinó una raya encima de la tabla del inodoro. Hizo un tubo con un billete de cien,
se lo metió en la nariz y aspiró profundo al aire, para que Fernando escuchara. Tiró la cadena y salió tocándose un
poco las narinas. Fernando ya había orinado y estaba frente al espejo, mojándose la cabeza. Al girarse vio la
escena esperada, a Gonzalo extendiéndole el canuto. -Te dejé un quetito en el baño. Si no querés decímelo y lo
aprovechamos. Pero si querés servíte, pero después me devolvés el billete –y sonrió guiñándole un ojo. Fernando
sonrió de oreja a oreja, cazó los cien y se metió al baño. Se tomó la raya generosa sin saber en realidad qué se
estaba metiendo. Y resultó que era cameruza pura, de la mejor, piedra, tiza... -¿De dónde sacaste semejante
desayuno? Esto es jamón del medio… -dijo saboreando los restos. Gonzalo tenía sus contactos y sabía que

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Fernando se derretiría de placer si la probaba. Salieron envueltos en llamas, según creía Fernando. Fueron a la
barra y como era lo habitual le invitó un trago. Gonzalo aceptó una copa de champaña y Fer se mandó el whisky,
de un trago. Mientras Gonzalo miraba el movimiento de los hombres de seguridad, y la puerta de salida
disimuladamente, Fernando se pidió un segundo whisky. Lo agarró con la mano derecha alzándolo. -Che, Carlos,
brindo por la amistad. Gonzalo lo miró sereno, e hipócritamente levantó la copa de champagne. -¿Te preocupa
algo? -dijo Fernando de improvisto al chocar las copas. -No ¿por? -Es que me parece que estás mirando a los
perros y a la salida... tranqui, me conocen y no pasa nada. Gonzalo se sintió descubierto. Miró a Fernando
sonriente y se dio una chance antes de venderse a sí mismo. -No te entiendo -dijo. -Sí, bolas. Que no pasa nada...
está todo bien con la merca. Acá toman hasta las paredes, así que no te paranoiquees. A este lugar venimos los
que sentimos que la vida es un asco... y antes no te había visto, pero no parecés un turista interno... Gonzalo se
quedó en blanco, sin reacción ante semejante frase, y optó por sonreír. -Mirá ese hueso -dijo Fernando inundado
de verborragia- ¡Qué orto que tiene! Gonzalo miró a la señalada y se perdió en la mirada del culo... reaccionó por
un instante, miró a Fernando y lo vio como a un desconocido que acababa de encontrar en forma casual. Y sin
poder explicárselo, empezaron a hablar, primero de mujeres, luego de calidades de cocaína, luego de traficantes
mediocres, de políticos corruptos y ladrones y luego de la vida... Estuvieron hablando alrededor de una hora, de
cosas triviales y no tanto, pero todas teñidas de realidad de hastío, que coincidentemente era mutuo. Gonzalo
empezó a sentir curiosidad por ese hijo de puta. El diálogo era interesante, Fernando no sólo hablaba de mujeres
y de drogas. Escuchaba su verborrea coherente, y a medida que pasaban los minutos le surgían sensaciones que
frenaban lo que hubiera sido su antiguo comportamiento. Sentía curiosidad y pensó que tenía tiempo para joder
a ese sorete. -Vamos a darle rienda al descubrimiento del origen de su perversión. Vamos a conocerlo Gonzalito,
vamos a masticarle el alma antes de romperlo –dijo en su interior. Pidió otro whisky para Fernando y le dijo que
tenía que marchar. Extendió su mano y al estrecharla, Fernando notó que le estaba entregando la bolsa. Sin dudar
y agradecido, le dio su teléfono dada la amistosa y amena charla que habían tenido y a la euforia que presentaba
por el obsequio de bolsita salvadora más whisky. -¿Sos siempre así, loquito? La gente del palo es tan buena
onda... Gonzalo se rió algo forzado pero bien actuado y se despidió. Dijo que lo esperaba una amiga, a lo que
Fernando contestó encantadamente cómplice: -Lo primero es lo primero. Ya nos veremos, Carlos... ¿No querés
otro champú antes de irte? Se despidió dándole nuevamente la mano con un ya te llamaré. Fernando se quedó
solo en la barra, sonriente. A los pocos segundos estaba comiéndole la oreja al traba de tetas descomunales para
llevárselo a otro lugar más tranquilo, más íntimo... -¿Sabés, bombón?

17. 17. Micaela


Micaela no valía para ser mujer. Simplemente como persona era nada. Tuvo una infancia de pueblo, donde no
hubo sobresaltos ni situaciones especiales. Durante su adolescencia no hubo nada. Nada que recordar, nada que
aprender. Su familia vivía en el ostracismo de la vida de un pueblo de verano, aquellos típicos lugares donde los
padres no enseñan nada a sus hijos. Eran trabajadores, pero con la suerte de haber tenido tierras que
revalorizaron y vendieron bien por ser costeras. Pero a pesar de ello, su vida era austera, aburrida y monótona. A
los veinte años Micaela perdió su virginidad con un muchacho que le gustaba. Simplemente perdió su virginidad
así, de buen rollito, porque era virgen, y porque se lo propusieron en una fiesta de pueblo, esas fiestas donde
muchos españoles debutan y muchas españolas pierden su virginidad, tintados de alcohol y marihuana. Y así llegó
el descubrimiento de que entre sus piernas tenía un agujero que podía hacer que los hombres la desearan. Tan
simple como suena, tan triste y tan real. Aprendizaje empírico. En pocos meses perdió la virginidad, la voluntad, y
la moral, aunque no se sabe si algún día había vislumbrado un atisbo de lo que esas palabras por lo menos
significaban. Durante un tiempo, se acostó con ese muchacho cuando a él le apetecía. Solo sexo quería él, solo
sexo tomaba de ella. La vida de Micaela era francamente estúpida y sin sentido, vacía y aburrida, con la única
variante que el sexo le traía. En las fiestas de su pueblo, y de algún pueblo vecino, acostumbraba a tener sexo
rápido, de parado o en un coche, carente de higiene básica, con varones bebidos o fumados. El resto del año solo
esperaba el llamado de algún hombre para hacer lo que él le pidiera. No gozaba, no solía tener orgasmos, pero el
sexo le encantaba. Probablemente le gustaba que la usaran y ella servía para eso. Era el papel que había elegido y
así lo desempeñaba. Su primer amor, si es que eso podía serlo, intentó entregarla a varios compañeros, como
hacen los varones cuando una mujer no interesa más que para el sexo, aunque ella al principio no aceptaba de
buen grado. Esa historia duró un verano, que fue intenso para Micaela, un verano de descubrimiento inútil. Al
salir de su pueblo para estudiar, se encontró con más tiempo y libertad para disfrutar a su manera del sexo.
Aceptó sin oponer resistencia acostarse con varias personas solo porque le gustaban y se lo pedían. Participó en

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tríos, en orgías porque se sentía deseada, y porque le gustaba la idea. Y se justificada a sí misma diciéndose y
creyendo que no sabía decir que no. Sus amigos la invitaban a salir cuando se planteaban sexo con ella, o cuando
querían montar alguna fiestecita. Para Micaela la sola proposición era válida. Y entonces se enfiestaba feliz, y sus
amigos la usaban hasta que se cansaban de ella. Pero en su ceguera, ella no lo veía así... o no quería verlo. No
sabía el significado de la palabra moral, y mucho menos el de la palabra amor. Jamás había medido las
consecuencias de sus actos, y guardaba silencio sepulcral en casa. No lo contaba, porque en realidad sabía que
sería reprobada. Y allí radica la duda de su supuesta ignorancia. Micaela se asumió mujer deseada y toda su vida
rondaba en torno al deseo, o mejor dicho a lo que ella creía era el deseo. Y los varones que la conocían sabían que
era una chica fácil, digamos que era puta, promiscua... Y sus amigas también lo sabían, y lo comentaban con la
saña típica de la vida de pueblo. Micaela creía que nadie sabía cómo era. En sí, a ella le gustaba el maltrato, el
desengaño, el rechazo... se aferraba a todo ello y despreciaba a los varones que realmente la hubieran podido
amar y la hubieran podido ayudar a ser mujer. Porque podría haber elegido bien, era hermosa. Y tuvo así una vida
sexual que la fue vaciando entre veranos ardientes e inviernos pasionales. Tanto daba que se le acercaran
hombres casados o novios de sus amigas... ella explotaba el deseo que creía despertar. Pero después de ser
usada, volvía a estar sola. Se sentía vacía, y para sobrevivir conservaba presente la imagen inventada de su primer
amor. Y también mantenía contacto con el muchacho, quien hacía usufructo pleno de tener una mujercita guapa
y puta entregada. Durante esos años aceptó siempre sus llamados y propuestas sexuales. Era para lo único que la
llamaba, y ella era para lo único que servía... pero ese era su amor. Y como una puta de turno siempre estaba
dispuesta. Y su soñado amor lo sabía. Ella hacía cualquier cosa que le pidiera. Y así, los amigos de su amado amor
amante ahorraban en putas acostándose en los veranos con ella. Cuando no encontraban otra cosa él la invitaba
a salir y ella aceptaba a sabiendas de a lo que iba. Micaela tenía el destino definido, marcado. Todas sus amigas se
fueron casando y ella empezó a estar más sola. Un día de verano, paseando sola por la playa conoció a Fernando.
Ella tenía un “novio” que iba en serio. Era de la ciudad, y quería formalizar. No conocía su pasado, la creía buena,
tonta y sumisa. Pero ella se aburría con ese chico, necesitaba más. Ese verano se topó con Fernando, y él la cegó
desde el primer instante. Tuvieron un romance que al principio encandiló a Fernando por su aparente fragilidad.
Ella se comportaba tímida, dulce y complaciente, como era su hábito. Él podía hacer con ella lo que quisiera,
Micaela era sumisa. Pero al cabo de unos días Fer empezó a cansarse. No era nada activa en la cama, aceptaba lo
que se le diera y hacia lo que le pidieran. Pero no tenía espontaneidad. Era entregada, pero francamente
aburrida. Él se comportaba activo, dulce, duro y salvaje, tierno y sexualmente entregado a dar placer... era un
buen amante. Era un dulce empalagador argentino. La dulzura argentina de Fernando cautivó a Micaela. Su
limpieza corporal, en contraposición a los olores que había experimentado de sus amantes locales, su don de
gente y fundamentalmente el doble mensaje que entre rechazo y entrega pasional le aplicaba, como era su
costumbre. Fernando empezó a intuir la esencia de su nueva compañera y sintió pena, sin explicación coherente.
Empezó a interesarse en la sexualidad de Micaela porque ella misma no se preocupaba más que en entregarse
para dar placer en sumisión total. Además de hacerla gozar, la llevaba a cenar, le contaba cuentos y la participaba
de su vida caótica. Y le encantaba verla llegar al clímax. Micaela entonces se enamoró de él. Había sido el único
hombre que aparentemente no quería usarla, echarle el líquido y huir de su lado, pero con la dualidad del doble
mensaje. A veces, de repente, sin aviso, Fernando desaparecía, pero siempre volvía para iniciar el juego. La cruda
realidad era que Mica no era más que una aventura del fin de su temporada en Europa. Fer había dado clases de
esquí en Francia y antes de volver al país se había ido a la playa. Le restaba dinero y no conocía la palabra ahorro.
Pero para Micaela empezaba a ser el descubrimiento de una nueva forma de relación. Entre frenética pasión y
desaparición por supuesto rechazo. El equilibrio justo. El amor... Cuando se acabó el verano él decidió que era
hora de volver a casa. Y Micaela lo siguió en su regreso a Argentina a pesar de que él le advirtió que no era
conveniente, aunque a decir verdad se sintió egoístamente complacido. Ella sabía que dispondría de ayuda
familiar, a desgano y con reproches si las cosas salían mal. En su familia el dinero era un tema tabú y complicado.
Importante. Habló suplicante con Fernando y él se sintió estúpidamente responsable, aunque sin compromiso. Le
buscó un apartamento de alquiler en Buenos Aires, muy acogedor y muy conveniente. Y se dejó seguir, bajo sus
condiciones tácitas. Micaela lo amaba. La Micaela sumisa marchaba con nuevo rumbo y destino, llevando consigo
su interior desconocido, su parte dominadora egoísta y fría, que nunca asomaba de su ostracismo. La Micaela que
tal vez hubiera debido ser pero que por elección y morbosidad había dejado aparcada. Marchaba por Fernando,
su supuesto nuevo amor... lo quería para ella. Pero Fernando en Buenos Aires siguió fiel a su esencia. Y fue así,
que por esas extrañas cosas que puede tener el destino, conoció a Gonzalo.

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18. 18. Fidelidad
Micaela preguntó -¿Vos sos fiel? Gonzalo pensó un momento. -¿A qué te referís? Hay muchas formas de
infidelidad. No sé, tal vez... -Hablo de la pareja... -sentenció Micaela que empezaba a despertar de su tristeza y
deshonra pasada... Estaba en la cama con Gonzalo, después de haber hecho el amor rendida por la gentileza y
buena educación de Gonzalo, sumado a la falta de interés que él había mostrado en tener sexo con ella. Había
existido cortejo, y juego de seducción. Era la primera vez que estaba con otro hombre desde que había conocido a
Fernando, pero si bien lo amaba, no se sentía culpable. Gonzalo era el complemento de Fernando, o viceversa, y
eso le había atraído aún más. -Mirá -interrumpió Gonzalo su pensar-, te voy a dar mi opinión, pero que creo que
es más que real... Hay mujeres u hombres que son infieles por despecho, y venganza... hay otros que lo son
porque sus parejas no les dan lo que quieren, y hay mujeres que están como necesitadas de cariño, caricias... y su
pareja al llegar a casa está cansada y no cumple con el mimo de rigor... y entonces siempre aparece un chacal, ese
que merodea entre las mujeres casadas o en pareja y les ofrece y da lo que su hombre no... -Micaela escuchaba
en silencio- Hay quien es infiel por hastío y aburrimiento... Pero hay mujeres que son infieles porque les gusta,
porque les encantan los hombres y gozan con el sexo, y entonces se creen liberadas y cogen con otros hombres,
diferentes al propio. Habitualmente sus maridos son buenos tipos, che, ¡sí que lo son! Esas son las putas, aunque
a ellas no les guste saberlo. Los hombres somos así... si una mujer se va a la cama a la primera con nosotros... es
puta, aunque esté soltera. No existen mujeres liberadas para nosotros, son simplemente putas, a las que hicimos
creer en la liberación, para cogerlas. Y un montón de taradas se lo creyeron. Todos o casi todos piensan igual. Si lo
ha hecho con nosotros pues ¿por qué no con todos? ¿Porque somos diferentes y únicos?... No cielo, no. Son
putas. Y otra historia es si nos importa o no que lo sean. Habitualmente están para eso, para echar polvos.
Algunos tipos piolas hacen la vista gorda y se quedan con las que tienen plata -Gonzalo se entusiasmaba con el
relato espontáneo-… Sabés que la plata hace que mucha gente se quede ciega. Pero esas son muy listas, muy
masculinas en su proceder. Se comportan como hombres, amparadas en el dinero... Saben que después podrán
comprarse a algún tipo… ¿Pero las pobres? o ¿las normales?, o incluso las de clase acomodada te diría... Esas son
reputas. Van cogiendo por ahí, por coger, por sentirse queridas, y porque se creen las mentiras susurradas al oído
en el éxtasis del polvo. Micaela respiraba tenue, sentía que él hablaba para ella, y de ella. Tímidamente preguntó
intentando que sonara a reproche -¿Y los hombres que? ¿No hacen lo mismo? Gonzalo se rió. Y luego entre
sonrisas dijo -¡Pero son hombres, no hembras! Luego elegirán a la que se lo puso difícil, o a una virgen, si aún
queda... Los hombres son echadores de líquido, ladinos y mentirosos... babosos... no dan amor, solo semen. Pero
en casa... en casa espera una santa madre, la que no es como las otras. Han cambiado los tiempos, pero no las
mentes de los hombres. Por eso son diferentes. Los hombres cogen y son geniales, y admirados por sus amigos
por lo listo que es al cogerse a una mina que no es su jermu, son guachos pistola, como dirían ustedes en España,
¡son la leche!

19. 19. Sumisión


Micaela fue a casa de Fernando, porque la había llamado. Hacía tiempo que no se veían, típico en él. Micaela
sabía que Fer la llamaba muchas veces cuando estaba mal por algo pero a ella no le importaba, estaba siempre
para Fer. Al llegar a su casa tocó el timbre, aunque tenía llaves y le hubiese dicho que entrara directamente. La
atendió con desgano diciendo: -Subí, tenés llave. Micaela encontró la puerta del departamento abierta y entró
mirando ya desde fuera el desorden reinante. Se notaba que había tenido invitados... había vasos y botellas por
doquier. Los ceniceros estaban repletos de cigarrillos y porros, y no eran solo de una noche. Fernando no estaba
en el living. Se asomó a la cocina y estaba limpia, aunque con botellas de champagne en la mesada. Dejó su bolso
y se puso a ordenar la cocina. Salió a la sala y empezó a recoger vasos y ceniceros. En la mesa de cristal había
restos de cocaína. -¿Qué haces? -gritó Fer desde el fondo. -Ordeno un poco -contestó con sorna. -No te invité
para que limpies, sino para que estés un rato conmigo, hace mucho que no te veo. Micaela llevó los vasos a la
cocina y se acercó a la habitación del fondo. Él estaba echado en la cama, con el culo contra la pared, y con las
piernas en alto apoyadas sobre la misma, mirando el techo. -Hola, -dijo Micaela- ¿qué haces así? -Miro el techo -
contestó tristísimo. Micaela se sentó a su lado y le tocó la cabeza. -¿Estás bien, Fer? -No, pero ya pasó. ¿Cómo le
va a mi cosita? -Bien, como siempre. Todo igual. ¿Y vos? -Micaela imitaba el acento argentino porque lo adoraba.
-Como siempre. También sin cambios -se giró, y la miró unos segundos, para luego voltear la vista al techo- Estás
muy bonita -dijo sin mirarla. Micaela sonrió complacida -Para ti -le dijo, y miró rápidamente todo el derredor de la
pieza. Fernando seguía mirando el techo. Micaela levantó un papel que estaba manuscrito al lado del cuerpo
desnudo de su amor. -¿Escribías? -Sí, un poco, pero no es importante... pensamientos. -¿Puedo leer? -Claro...

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Micaela alzó el papel y leyó: “Verde. Siento que el cielo va a derrumbarse, puro hostil inerte. Verde, siento que el
cielo va a derrumbarse. Solo el mar comprende lo que está pasando. Verde. Se une el agua en el horizonte al
propio derrumbe, pero es sólo el mar el que lo está intentando. Verde. Veo el cielo derrumbarse y el agua se
refleja en el cielo, se refleja en el Las hembras tienen un don, y lo desperdician echando polvos con cualquier
idiota que después se los cuenta a sus amigos y dice que es como todas... y cuenta todos los detalles y si da,
exagera un poco... y la arruina para siempre en ese círculo... nadie la va a querer en serio... y si la mina se
encapricha de él, es además una arrastrada... una puta arrastrada... Así son los hombres... Micaela casi sin voz,
preguntó: -¿Y por qué decís “son”? -Micaela... habrás notado que en mi interior soy muy femenino, y sabés
entonces que doy amor. agua, verde, veo el agua derrumbarse. El cielo es mar, el horizonte plano y el horizonte
de agua sobre el mar verde. Verde el cielo se desploma y el agua me enceguece. No hay atardecer ni cielo, solo
agua, verde, solo agua profunda, agua cielo, agua verde. Ya no hay cielo, solo agua verde, surca incansable por un
estrecho negro. El cielo es negro y el agua es verde. Ya no hay cielo, se desploma en el fondo. Todo es negro.
Negro.” -Es hermoso, ¿en qué pensabas? -En tu casa... no literal, en tu lugar, cuando te conocí. -Es muy bonito
Fer... raro. -¿No te querés volver? -preguntó Fernando. Micaela hizo silencio, y se puso seria. -¿Querés que me
vaya? -No, ¡no! -estalló Fernando. Micaela lo miró triste. -No es lo que yo quiero, es lo que vos querés lo que te
pregunto -continuó diciendo ofuscado pero abúlico. -Quiero estar contigo -dijo Micaela.- No me importa dónde. -
¡Pero si no nos vemos nunca! ¿No te das cuenta? Nos vemos de vez en cuando... Micaela interrumpió acongojada
y sumisa. - A mí ya me está bien así... Él se tapó la cara y no dijo nada durante unos segundos, luego miró a
Micaela con desesperación. -Ay, ay, ayyyyy, no aprendiste nada. Micaela guardaba silencio. Se puso de pie para
salir de la habitación. -¿A dónde vas ahora? -A ordenar, que está todo hecho un asco -contestó como si no
hubiera pasado nada. -Mejor andáte... -No -dijo Micaela sentándose-, me quedo a tu lado entonces, es que me
parece que no te entiendo... no te enojes. -¡Mierda!.. No te tendría que haber llamado. Micaela lo tomó de la
mano y él la apartó, un poco brusco. -Perdonáme-dijo Micaela-, no me di cuenta. -Pero no tengo nada que
perdonarte, no me pidas perdón... ¿de qué me pedís perdón? No seas pelotuda, ¿querés?... Micaela estaba
sentada a su lado y lo miraba con los ojos llenos de lágrimas. Estaba preciosa, impecablemente vestida y
perfumada. Él la miró llorar un momento. -No llores… Perdonáme, es que no sé qué hacés conmigo... ¿por qué no
te buscas un novio? -No quiero. Te quiero a ti. Fernando hizo silencio, y giró la cabeza hacia el otro lado. Micaela
volvió a levantar el papel. -¿Puedo leer el otro? -Sí, hace lo que quieras. Micaela leyó: “Me soslayo, río y perfumo
con mi risa al aire que me enceguece. Solo veo oscuro pero detrás hay luz. La luz es de un color naranja intenso
pero solo veo negro oscuro. Creo que estoy perdido, perdido en el fondo, desanimado, arrumbado. Nadie me
conoce y si es así no quiero saberlo. Nada me interesa que me conozcan. Me veo solo oscuro roído y viejo. Grita la
explosión del otoño adentro, y no calla ante el más profundo intento. Solo suspiro sutil, como un enfermo. Estoy
sentado en el suelo. Es de tierra. Mi espalda se apoya sobre el brumo seco, pero siento su humedad desde
adentro. Estoy sentado en el suelo. Me abrazo las rodillas, de gesto porfiadamente genuflexo. Mis brazos están
tiesos. Mi cuerpo se balancea, necio. Mi rostro está cubierto, no sé de qué, se le ve completo, íntegro, despierto,
pero está cubierto, no sé de qué, nunca es el cierto. Mi rostro nunca es el cierto, hay algo detrás oculto. Hay poca
luz, entra desde arriba, desde mi derecha. Solo unos hilos de luz. Probablemente tenga miedo. Solo veo oscuro.
No me muevo.” -No entiendo... -dijo Micaela. -Es como me siento... Leélo de nuevo, no es difícil.

20. 20. Gonzalo llama a Fernando (o La gran noche previa)


Gonzalo llamó por teléfono a Fernando a su casa. Fernando había tenido un muy mal día. La noche anterior había
estado de fiesta como hasta las cinco de la mañana, si a eso se le puede llamar estar de fiesta. Antes de salir de
casa a eso de las dos se había metido cuatro pastillas de unas que le habían dado que eran bastante suaves. Por
eso cuatro, pero había cometido un grave error. No se había dado cuenta que en realidad había confundido el
frasquito y se había tomado cuatro diuréticos. A las dos horas de haber salido de casa, digamos a eso de las
cuatro había meado veintisiete veces. Como era habitual en él había tomado whisky, cerveza y un fernecito, pero
nada de agua. Como tenía una sed brutal se había tomado unas cuatro o cinco tal vez seis coca colas con un
poquito más de fernet, porque como todos saben, es muy digestivo. Se fue del antro temprano, bastante
mareado no sólo por el alcohol sino además por el desequilibrio hidroelectrolítico provocado por los diuréticos.
Digamos que estaba francamente deshidratado. Se subió al coche y pensó en voz alta: -Estas pastillas de mierda
me han dejado ciego mal. No sé qué carajo me pasa… Encaró para avenida Libertador y tuvo que parar el coche a
un costado en la avenida Nueve de Julio para mear. Nunca había meado en la Nueve de Julio, pensó. Aunque en
realidad había meado en la calle en Argentina pero siempre en lugares muy escondidos. No era una costumbre

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tan arraigada en su cultura la de mear en la calle. Mientras descargaba apoyado en un árbol por el mareo se
acordó de España. Ése lugar era inaudito para él. La gente meaba en la calle. Los hombres en general después de
salir de copas meaban en cualquier lugar. Una vez un vasco le había dicho que existía un Real Decreto que
permitía a los hombres mear en la calle. Él, idiota, se lo había creído. Y era lógico, porque todos meaban en las
calles. Se sacudió como pudo y se metió en el coche. Empezó a llover a cántaros, como cuando llueve en Buenos
Aires... con muchas ganas. Y a los pocos minutos Fernando miraba desde el coche como bajaba un torrente de
agua hasta avenida Libertador. Pensó en voz alta: -para casa, loquito, que estás hecho mierda. Le había empezado
a doler el estómago porque el fernet le estaba despertando unos brutales movimientos peristálticos. Bajó por
Libertador, tiró por Figueroa Alcorta y por costumbre al llegar al planetario giró hacia avenida del Libertador
nuevamente. Pensó otra vez en voz alta: -Qué pelotudo, las chicas no van a estar trabajando con esta lluvia...
Repentinamente sintió un retorcijón brutal. -Me cago… -dijo- La puta madre, me estoy cagando y no llego a casa.
Siguió por Libertador aguantando con furia y tenacidad, pero cuando llegó al paso bajo nivel no daba más. -Me
meto al túnel y cago ahí abajo. Y con la prisa no vio que estaba inundado, pero al reaccionar del error con el coche
con agua a mitad de los neumáticos mientras apretaba el culo con violencia, le importó un carajo. Paró a mitad
del túnel y abrió la puerta con premura y vio con asombro y estupor que el agua ya le llegaba justito hasta el
borde de la misma, al límite imperceptible de peligrosa entrada de agua en el coche. -No pensaba que la
inundación fuera para tanto ¡Qué hago! -gritó- Me estoy cagando, la puta madre. ¡Mah sí!, saco el culo para
afuera y cago acá -hablaba como si estuviera acompañado. Se bajó los pantalones, se giró y sacó el culo hacia
fuera del coche. Cuando tenía la maniobra casi a punto, digamos para ser explícitos, los pantalones y calzoncillos
bajados hasta la pantorrilla, abrazado al asiento y con el culo apuntando hacia el agua en una postura más que
grotesca, pasó algo inesperado, no calculado dado el fragor del momento. Al girar la cabeza vio que por el túnel
bajaba un patrullero. Se metió raudamente en el coche, cerró la puerta, puso primera y aceleró, pero el coche no
estaba en marcha. En ese momento de temerosa desesperación manoteó el cinturón buscando el celular, para
hacerse el que hablaba con su novia porque recordaba los momentos hermosos pasados en Venecia... desde esa
nueva Venecia porteña, y descubrió que no lo tenía. Se le había caído al asomar su blanco culito al nuevo canal
gondolero -¡La puta madreeeeeee! -gritó- Me cago, me cago, ¡me cago!, la putísima madre que los parió. Intentó
entonces poner el coche en marcha pero no pudo... Mientras le daba giro furiosamente a la llave, escuchó unos
golpecitos en el cristal de su coche y giró la cabeza para ver que a su lado estaba la Federal con la ventanilla
bajada. Bajó la propia con una sonrisa que intentaba ocultar una mueca de dolor y contención esfinteriana. -
Buenas noches señor, ¿tiene algún problema? -dijo el agente mirándolo fijo. Fernando no podía articular palabra.
Tenía la boca reseca por los benditos diuréticos, un mareo padre, madre, hermano y tío... un mareo agónico.
Estaba a su entender más que borracho y drogado. Y como ya sabemos, se cagaba. El oficial impacientado volvió a
preguntar: -Repito señor, ¿tiene algún problema? -No -dijo Fer. Le salió cortito, gutural, impropio de la situación
que era clara. Estaba en el medio del túnel de Libertador con el coche parado. Y la ley había venido a rescatarlo.
¿Cómo iba a tener un problema? Era clarísimo que Dios existía y lo estaba ayudando... -¿Se siente bien señor, está
bien? -dijo más preocupado el oficial al ver la careta de Fernando que ya expresaba el máximo sufrimiento que la
situación límite le aplicaba con estricto rigor científico. Fernando abrió la boca y dijo: -Me cago. Y se cagó.
Adentro del coche. Con los pantalones a medio bajar y la cana mirando. Estaba debajo del puente con agua hasta
los tobillos. Cagado, mucho, pastoso y tibio, muy oloroso, fétido. -¿Será el Fernet? -se preguntó en voz alta
siempre tan oportuno con los pensamientos. El cana lo vio claro, clarísimo, lo olió y no daba crédito. Miró a su
compañero. -Che, este pelotudo se acaba de cagar encima, rajemos por Dios... no querrá que lo subamos al móvil.
El oficial que conducía puso primera y se fue a la mierda, o de la mierda según se mire. Fernando los miró alejarse
sin decir palabra. Abrió la puerta del coche, se subió los pantalones a pesar de su estado y se bajó con dificultad
sintiendo el agua fría hasta la mitad de sus mulos temblorosos. Una vez en el agua pensó en bajárselos y lavarse
un poco el culo. -Fernandito querido, si no salís de acá te morís ahogado. Empezó a caminar y vio que había
dejado la puerta del coche abierta pero no podía volver atrás. Estaba tan mareado, tan obnubilado... Apoyado en
la pared, sin el celular para pedir auxilio, todo mojado, con frío interior y cagado encima, le dieron ganas de mear,
y mientras subía por la rampa se meó encima, -Total qué más da –pensó en voz alta. Al salir del bajo nivel caminó
hacia la plazoleta que está encima del mismo y al llegar, sus piernas temblaban sin fuerzas. Se cayó en el suelo. Ya
no llovía. Un par de nenas preciosas que pasaban por ahí lo vieron tirado, pero si bien lo hubieran ignorado, les
llamó la atención que fuera una persona normal, vestido con ropa de marca, reloj caro… no un vagabundo. Se
acercaron a él. -Pobre tipo, llamemos a alguien. Mirá, mirá se cagó encima. Fernando perdió el conocimiento,
gracias a Dios. Lo que sigue no le hubiera gustado vivirlo. Las señoritas habían llamado a la clínica que está a

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cuatrocientos metros de allí, creo que era la Sagrada Familia y lo habían venido a recoger. Eran dos nenas muy
chetas y caprichosas, conocidas en dicha clínica porque su tío era el director médico. Me guardo recordar los
comentarios en la clínica cuando llegó el joven mojado, cagado, meado e inconsciente. Al despertar se encontró
en una cómoda habitación, limpio, con un suero metido en el brazo y con dos conchetas que lo miraban. No podía
ser posible, pero se conocían… Las conocía y ellas a él… De la noche, ¿viste? -Hola -dijo Fernando incorporándose.
Y se puso rojo. -Hola -dijeron a dúo, y se rieron. -Bueno… es que me parece que me intoxiqué con la cena... un
poco, -dijo Fernando intentando excusarse- ¿me trajeron ustedes? -¡Estabas cagado, nene! -dijo una entre
dientes, y ambas empezaron a reír a carcajadas. No había tenido un buen día. Estaba tirado en el sofá,
recuperándose. Y Gonzalo lo llamaba.

21. 21. La nostalgia


Gonzalo y Micaela salieron del teatro al que habían ido por el barrio de San Telmo. Micaela no había entendido
nada de la adaptación ni de la obra que habían visto. No era por estupidez, aunque podía entenderse que sí.
Habían ido a ver una obra de Samuel Bequet titulada Esperando a Godot. Gonzalo le explicaba interpretaciones
de la obra y del título original, que a Micaela no le interesaban mucho. Él se enfrascó en la explicación del
simbolismo y paralelismo entre Godot y Dios. Ella se perdía entre las palabras y la nada. De repente, notando la
ausencia de Micaela le preguntó: -¿Dónde estás? -Acá, te escucho... -¿Y tu mente? -dijo Gonzalo mientras le
sonreía. -En casa... Perdóname, te habías dado cuenta... Gonzalo sonrió paternal. -¿Extrañás? -le preguntó sincero
y complaciente. -A veces... -y lo dijo triste Micaela quería recuerdos bonitos de aquel lugar, pero no los tenía. Y no
podía contarle nada, no tenía qué contar, y no quería que él supiera cosas que pudieran alejarlo de ella, porque
Gonzalo vivía sumergido en la realidad terrenal, sin interpretaciones, en la cruda realidad, aunque filosofara. Y en
ese momento, aunque hablara de la obra y de Dios, no hubiera podido matizar, cosa que por hábito Gonzalo hacía
intencionadamente para ser un poco más agradable. Habían ido al teatro a ver absurdo porque amaba filosofar
sobre el tema. Al mediar la obra, se había sentado en el trono de su sabiduría filosófica, y al salir monologaba
frenéticamente sobre un tema tan alejado de su insignificante vida que Micaela se había sentido abrumada.
Despertando de su silencio habitual preguntó: -Vos viviste allá, en Europa, ¿no extrañabas tu casa, tu lugar?
Gonzalo hizo silencio y colocó su mente en España. Se fue de repente a su exilio auto infringido para sentir lo que
sentía allá. Entonces recordó su nostalgia, la única cosa que estuvo siempre pegada a su piel, la nostalgia... -
Micaela, en Europa viví muchos años, ¿pero sabes una cosa?, a mi regreso traje de allá a mi cuerpo porque a mí
no podía traerme... mi esencia, mi ser, mi alma no se habían ido de Argentina... traje a mi cuerpo porque no podía
soportar estar tan lejos... la nostalgia... Micaela lo miraba con admiración. Todo lo que él dijera de la vida
cotidiana, por simple que fuera, le parecía profundo, interesante, coherente... aunque no lo entendiera siempre.
Él continuó como de costumbre, hablando desde su lugar altivo, creyendo lo que decía, sintiéndolo. -La nostalgia
me perseguía en sueños, y me corroía desde adentro y lastimaba. Es difícil explicarle a alguien lo duro que es
estar lejos. Vos deberías comprenderlo mejor que nadie... sos extranjera, aunque te esfuerces por hablar como
nosotros... A veces te sale muy bien, pero otras, se te escapan palabras, expresiones. Micaela sonrió. La tomó
tiernamente de la mano y la miró con dulzura. -Te hablo sin ganas de hablar de aquello, para intentar entender lo
que no entiendo. Creo que estuve en un sitio que creo ha sido creado para esconder a cierta gente del mundo
normal. Es duro sentirlo así pero es lo que mi derredor me reflejaba. Y te aseguro que no es mi propia visión la
que reflejo. No es posible que los forasteros, todos, coincidiéramos en las mismas apreciaciones sin que entonces
exista algo de cierto. De hecho muchos de los que llegaban de fuera y que también iban a esconderse de algo,
como hacía yo, se mimetizaban con el magma local de estolidez absoluta. Micaela lo miró sin querer comprender
muy bien lo que decía porque veía que su opinión mostraba cierto desdén, aunque sin rencor. Gonzalo prosiguió.
-La crítica por crítica misma es absurda, ridícula e inútil. Mi crítica busca el origen de mi arraigo al suplicio de
haber estado tanto tiempo allí... -se quedó un momento en silencio, pensativo- No hay respuesta -dijo de
repente- Y soy contradictorio, porque volví, pero me quede pegado al dolor de haber estado tan lejos, y allí... No
es que el sufrimiento me provoque alguna contrapartida placentera navegando en el mar de lo ridículo del propio
hecho. Nada más lejos del regodeo en la angustia está cerca de mi queja... -volvió a hacer silencio, la miró con
dudas- No sé qué digo, pero necesito respuestas y no las encuentro. Ella no podía darlas, estaba absorta y
lógicamente, seguía sin entender bien las cosas que él decía. Gonzalo lo sabía. Conocía a Micaela en tan poco
tiempo como si la hubiera parido, o al menos eso creía. -No tengo respuestas Micaela y no te las pido, porque ya
bastante tenés vos con no tener preguntas. A veces era muy duro, pero él creía que esa era la mejor forma de
hacerla reaccionar. Quería ayudarla, rescatarla y salvarla del mundo en el que ella creía vivir, y en el que tanto

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daño le habían hecho. Lo sabía por intuición, porque leía los ojos muy rápido y porque poco a poco ella había ido
dando pistas. Su sufrimiento se basaba en la entrega ciega por amor. -Mi nostalgia era plena, y tan profunda que
yo aseguraba que nunca me había ido de Argentina, de Buenos Aires, y que allí estaba trabajando pero como de
vacaciones... mirá que cosa más rara... aisladísimo, sin vida social... -sonrió en su recuerdo y agregó con cierta
malicia- En realidad para lo que había... Ella quería sólo unos bonitos recuerdos. Quería una historia feliz, que le
contara algo sencillo y ameno. Gonzalo no tenía recuerdos bonitos. Solo recordaba su nostalgia.

22. 22. El encuentro


Fernando se encontró con Gonzalo a la semana de aquel fatídico episodio en el túnel de avenida Libertador. Lo
había llamado con la excusa de invitarlo a una fiesta muy exclusiva y la fiesta le encantaba. Gonzalo había
provocado un segundo encuentro con él, en un bar al que este solía ir antes de empezar sus maratones
nocturnas. Habían estado hablando unas dos horas y Gonzalo lo había acompañado a un segundo bar que a Fer le
gustaba mucho, Acabar, un lugar especialmente típico de Palermo Hollywood, el primero que se abrió por aquella
zona. Le había regalado una bolsa de cocaína de excelente pureza y una vez animada la cosa, le había contado
que era piloto retirado y que se movía en un círculo de gente muy “in”. Esa noche se encontraron en Dolce, y
empezaron a charlar amistosamente. Gonzalo le preguntó qué le había pasado el día anterior a que él le llamara,
porque lo había escuchado bastante perjudicado. -Mira Carlos, me caes bien y nos hemos visto sólo dos veces,
pero parece que me conocieras de toda la vida así que te lo cuento. Y empezó a relatarle con lujo de detalles
añadiendo frases graciosas, mientras se reía a carcajadas de él mismo, el triste episodio de haberse cagado
encima. Gonzalo no salía de su asombro y se reía. Pensó: -se está riendo de él mismo. No entendía muy bien si
estaba sentado frente a un inmoral, o un tarado. Porque era imposible que Fernando tuviera tanta altura
espiritual. -Genial Carlos, me cagué encima, la puta que los parió -Fernando reía-, me cagué y me meé. Y la cana
se fue al carajo, y me encontraron las Posse Varela Menéndez Iraola... las conchetas... Se ahogaba de risa
mientras hablaba: -Las dos juntitas, divinas, y yo cagado y meado. Gonzalo contagiado se reía a carcajadas, y la
risa cuando es así, tan real y sincera acerca a las personas. Pero la realidad era que odiaba a Fernando. Al
Fernando que le habían contado y al que él se había inventado. No al Fernando que se cagaba literalmente, y se
cagaba de risa de ello. Gonzalo dijo espontáneamente pero un poco abrumado por las miradas de otros: -Pará de
reírte, lo único que falta es que ahora te cagues de risa. Fernando estalló en otra carcajada y todas las personas
de las otras mesas los miraron. Se notaba que a Fernando le importaba poco. Y de pronto, el justiciero descubrió
que se había reído, como hacía mucho que no se reía. Miró a Fernando a los ojos. -¿Sabés Fernando?, hacía
mucho que no me reía así. -¡Uh! loco, no me digas, porque si te querés reír en serio te cuento que tengo un faso
que es de la risa mal. Es paraguaya, punto rojo, ¿sabés de lo que te hablo? Gonzalo en ese momento navegaba
entre dos aguas, pero se sentía familiar. -Claro, no me jodas que tenés de eso. Tenía una técnica depurada para
hacer creer que fumaba cuando la situación así lo requería. Podía fumarse un porro con alguien, haciendo creer
que calaba hondo y no se metía ni una pizca de humo en los pulmones. Fernando se puso de pie. -Salgamos de
acá y hagamos un fino antes de ir a la fiesta, que nos vamos a cagar de risa, sin alusiones a mi episodio. Una vez
en la calle, vuelta la esquina y Fernando prende el fasito. Cala hondo tres veces, se lo pasa y mientras se lo está
dando empieza a reír. -Me cagué loco, y me meé encima, ¿qué lindo, no? -tenía una sonrisa dibujada en el rostro.
Gonzalo miró el porro unos segundos y luego volvió a mirar a los ojos de su compañero, quien lo miraba
sonriente, sin decir nada. Entonces caló una vez profundo y curiosaamente lo metió hondo en el tórax. Y una
segunda y una tercera y una cuarta y una quinta y Fernando entonces gritó: -Pará loco que es fuertísima y además
quiero un poco. Mientras Fernando fumaba, se acercó a la pared, y se apoyó con soltura. Se sintió bien, relajado y
se agachó en forma espontánea, sin explicación. Cuando Fernando lo miró, estaba en cuclillas apoyado contra la
pared abrazándose el estómago, descostillado de risa. -Te cagaste, pelotudo, te cagaste en la cara de la Federal,
¡quién pudiera cagarse ante la institución...! Fernando retorcido en un huracán de carcajadas lo miraba y lo
señalaba con un dedo. -Qué forro que sos, hijo de puta, te cagás de risa porque me cagué encima y estás en
cuclillas como si cagaras. Los dos no podían más. Se reían más por el efecto que por las estupideces que decían
alusivas al triste episodio. Estuvieron así unos minutos, sin poder parar de reír, ajenos a los pocos transeúntes que
pasaban y los miraban cruzando la acera para no pasar junto a ellos. Fernando, incorporándose, dijo: -Bueno
calma, calma que no panda el cúnico -y se rió- Vámonos de acá que somos boleta. Levantó a Gonzalo de un brazo
y empezaron a caminar intentando no reírse. -Pensé que controlabas, Carlos. -Sí... controlo... los esfínteres, no
como vos -dijo riéndose. -No seas hijo de puta, Carlos -le contestó entrecortado por la risa. Mientras caminaban
por la misma acera, Fernando hizo un descubrimiento mágico. -Mirá, un restaurante chino, vamos a comer algo

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para bajar un poco. -Huy, sí...que me está entrando un hambre brutal. Se sentaron en una mesa y después de
acomodarse durante un rato, sin dejar de sonreír, fueron hacia una vitrina llena de bandejas y empezaron a
servirse del buffet libre, como si para bestias se tratara la cena que querían iniciar. Retornaron a la mesa, en
sonriente silencio y empezaron a comer entre risas contenidas. Fernando devoraba con ansiedad todo lo que
había en el plato, mientras Gonzalo se reía con poco control entre bocado y bocado. -Pará loco, que nos sacan la
foto de las otras mesas. Hacé una cosa, Carlos, andáte al baño y laváte la cara. -Fernando controlaba la risa, algo
preocupado. -Pensé que me mandabas a cagar -dijo Gonzalo riendo alto. -No loco en serio, andá al baño que
todos nos miran. A veces cuando fumaba le entraba paranoia social, y cuando era así, le importaba que lo
miraran, además de todas las otras cosas que él juzgaba externas a su lábil control. Gonzalo se fue hacia el baño y
al entrar vio un cartel en la puerta de un retrete que decía: “CLAUSULADO”, con ele de clausulal, con ele de
acento chino... Y Gonzalo no solo lo leyó… también lo escuchó, y entonces lo leyó en voz alta. Cayó al suelo, de
rodillas y se agarró la panza mientras se reía como un enfermo mental. Providencialmente escuchó un ruido en la
puerta de entrada al baño y espontáneamente lleno de risa incontenida se giró hacia ella. Al levantar la vista vio
tres cabezas de chinos asomados por la puerta. Sólo las cabezas… No pudo más, explotó en una carcajada
atómica, sideral, única e irrepetible, en la carcajada de su vida. En ese instante, Fernando entró al baño serio, lo
levantó y se lo llevó disimuladamente hacia la calle.

23. 23. Amigos


Gonzalo se hizo amigo de Fernando. Fernando lo había levantado del baño, lo había llevado a la calle, metido en
un taxi y llevado a su casa. Le aguantó los vómitos y no se preocupó porque hubiera vomitado la alfombra. Lo
había desvestido, duchado, aguantado más vómitos, le había dado un antiemético y lo había metido en la cama.
Fernando, el Fernando que él estaba conociendo era un buen tipo. No lo conocía y lo había protegido, sin saber ni
tan siquiera su verdadero nombre. -Carlos, -le decía- está todo bien, pensé que controlabas. No te preocupes que
todo está bien. No pasa nada, en un ratito se te van las náuseas. Y tratá de no cerrar los ojos, sino todo te da más
vueltas. Tranquilo no cierres los ojos del todo. Y le acariciaba la cabeza como si fuera un hermano. Cuando
despertó estaba mucho mejor. Algo mareado, muy suave, cansado pero estable, relajado. Miró a su alrededor y
reconoció una habitación ajena. Sintió olor a café. Se levantó, fue al baño, se miró la cara, hizo pis, se secó como
era su costumbre y fue hacia la cocina a la que llegó sin saber cómo. El camino lo llevaba. Era un apartamento
muy bonito, ordenado y limpio. Al entrar encontró a Fernando leyendo el diario Clarín, quien levantó la vista y
sonrió. -Carlitos, ¡uy!, sin ofender... ahí tenés café. ¿Te lo sirvo? ¡Qué porro el de anoche!, brutal. Vos no fumás,
¿verdad? Gonzalo sonrió y buscó una taza. Estaba frente a un desconocido al que había odiado, y que ahora le
ofrecía café. Se sirvió una taza, se sentó y empezó a sorber el café recién molido y a comer medias lunas.
Fernando había ido a la panadería. -`tan buenas las medias lunas, ¿verdad? ¡Y no sabés cómo está la panadera!...
Está para partirla al medio como un queso, buenísima... -Cómo te gustan las minas... -dijo Gonzalo mientras se
servía más café. -¿Y a vos no? Ahora resulta que sos puto y yo te bañé y te metí en la cama. -No seas forro, a mí
también me gustan. -¡Mirá! -dijo Fernando enseñando la tapa del Clarín- Boca goleó a River en el amistoso de
ayer en el Monumental. Mi viejo debe estar como loco... bueno aunque no sé si donde está miran fútbol. -¿Dónde
está? -Frío... -¿Frío? -Sí, se murió hace algunos años... pero seguro que está contento con el partido, chocho.
Comete una media luna que son de Frente al Sol. ¡Cómo debe estar el viejo de contento! -¿Y vos? -dijo Gonzalo
agarrando una media luna preciosa y evitando el tema que parecía asumido. -No... A mí no me gusta el fútbol. -A
mí tampoco -Gonzalo mordió con placer y hambre la medialuna. -No ves Carlos, a mí vos me caíste bien de
entrada. ¿Viste?, ¿qué loco, no? No nos gusta el fútbol. -No sé… a mí no me gusta mirarlo, ser fanático, perder un
día por un partido, la hinchada, no sé no me gusta lo que le rodea. Me gusta jugar. -Igual que a mí, boludo -dijo
Fernando entusiasmado-, ¡no me lo puedo creer! Alguien que piensa igual que yo. Gonzalo se sirvió otro poco
más de café y preguntó: -¿Qué tenés que hacer ahora? -Mirá, son las cuatro de la tarde, domingo... no tengo nada
que hacer... ¿vamos a Recoleta? -Dale -dijo Gonzalo tranquilo. Fernando buscó ropa para Gonzalo en sus
armarios. Tenían un físico muy parecido y su ropa estaba vomitada y sucia. Gonzalo miró cómo daba vueltas en el
lavarropas. -No te preocupes, cuando volvamos estarán secos el jean, el zolsillonca y las medias... Se fueron a
buscar el coche de Fernando y cinco menos diez, estaban paseando por Recoleta, hablando de la vida y mirando
minitas. Gonzalo se sentía bien y cómodo. Fernando no mostraba otra cara más que la sencillez de una amistad
adolescente, aunque era francamente un adulto. -¿Tenés novia? -preguntó Gonzalo. -Ay Carliño, Carliño... Vos
sabés cómo es el tema. De noche está lleno de trolas. Es fácil. Si tenés bolsa, más. -Sí, ya sé, pero te pregunto si
tenés novia. -Novia, novia no. Tengo una minita. La adoro. -¿Una minita? -Sí, una minita pero fija, ¿Sabés? La veo

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seguido, o no... No pregunta nada, me cuida, viene si quiero, se va cuando se lo pido, no sé. Nunca tuve una
mujer así. -¿Así como? -Así, tan estúpidamente entregada. Creo que me ama, pero a veces pienso que no sabe lo
que es el amor. A Gonzalo se le estremeció el corazón. Estaba hablando de Micaela. Lo sabía. -¿Cómo se llama? -
Micaela. Se llama Micaela. Es lo mejor que tuve en mi vida. No la merezco. Realmente no la merezco -dijo con aire
de nostálgica seriedad-, es una mina... para que te voy a contar, no se... -de repente Fernando cambió la mirada,
se tornó un poco triste. Gonzalo se quedó en silencio, esperando a que le dijera algo más. Pero no, Fernando se
quedó pensativo. Gonzalo lo miró. -Me llamo Gonzalo -dijo contundente. -¿Qué? -preguntó Fer no entendiendo el
cambio de tema. -Sí, que me llamo Gonzalo. -¡Uhhh! -reaccionó Fer, y se empezó a reír. -¿De qué te reís? - Cómo
te cagaron. ¿Te llamás Carlos Gonzalo? No pega ni con moco... perdón, sin ofender. Gonzalo esperaba otra
respuesta. Quería que Fer supiera quién era pero era evidente que Fernando no había hecho relación o peor aún,
no tenía relación que hacer porque Micaela no le había hablado de él. -Gonzalo, me llamo Gonzalo. ¿No te dice
nada? -Gonzalo, Gonzalo... ¿Y Carlos? -Carlos era mi abuelo... -Ah, por eso te pusieron Carlos pero a tu mamá le
gustaba Gonzalo... ¡te mataron loco! -Sí, sí... Así es... -y sonrió. Gonzalo prefirió no aclarar nada... ya llegaría el
momento. Descubría que Micaela no le había hablado de él. Micaela era así. Pero ¿por qué a él sí le había hablado
de Fernando? -¿Sabes una cosa, Carlos? -dijo Fernando reaccionando- voy a dejarla, no me la merezco y ella se
merece algo mejor que yo. Soy un desastre, no tenés idea. Le hice mucho daño sin quererlo. Me ama y la amo,
pero le hago daño. Y soy un desastre pero no soy como los otros que tuvo... Pero estoy seguro que hay algo mejor
para ella... Hace un tiempo que me lo planteo, ¿Sabes?, es una historia un poco compleja, pero creo que no soy
conveniente para ella ni para nadie...Y por eso la dejo... Sí, Carlos, lo tengo re claro... -Fernando se silenció, colgó
la mirada y se llenó de tristeza. Miró a Gonzalo y sentenció: -Voy a dejarla. Y se le llenaron los ojos de lágrimas
que secó rápidamente con los puños de su camisa. Gonzalo le palmeó la espalda. Sintió algo muy raro,
inexplicable. Sintió compasión. Fernando se secó nuevamente las lágrimas y miró hacia el parque. Reponiéndose
repentinamente dijo: -Mirá qué par de bochas tiene aquella brazuca, la que tira las pelotas por el aire. -¿Cuál? -La
malabarista, nabo. -Huy, sí... -dijo Gonzalo mirando fijo al escote de la mulata- Qué tetas...

24. 24. Me llamo Gonzalo


Gonzalo, después de ese día, decidió que tenía que conocer más íntimamente a Fernando. Con Micaela obvió el
tema y como ella rarísima vez preguntaba algo, por no decir nunca, no tuvo que andar dando explicaciones que
no quería dar. Estaba lleno de dudas, pero se limitó a dejar estar las cosas, sin implicarse, intentando que Micaela
no lo notara. Además, era él quien había decidido hacer justicia, por lo que nadie conocía sus intenciones o sus
planes. Eran las seis de la tarde de un hermoso sábado porteño templado y soleado... Llamó a Fernando y este le
atendió en un grito de alegría: -¡¡¡Qué acelga, loco!!! ¡Estaba pensando en vos! ¿Sabés? Estoy en casa de unos
colgados que me acaban de invitar a una fiesta en una isla flotante. Salimos a las ocho y media de Marina Norte.
¿Te venís? Son unos pibes re macanudos, para definírtelos con una antigüedad, ¡¡¡lo vamos a pasar genial!!! Va a
estar a full de minas, y hay barra libre... Gonzalo accedió sin dudar. -Es formalita, la fiesta. Eso significa que nos
tenemos que portar bien, nada de drogas, que además te caen mal. Como la vuelta la haremos con otra gente, te
encuentro en el Club Albatros, dejamos tu coche allí y vamos hasta la Norte con el mío. Ya está todo arreglado.
¡Chauuuuu! Gonzalo se duchó rápido, se vistió de un elegante sport carísimo y clasista, se perfumó con lo más
selecto de Jil Sanders y se sirvió un café largo, americano, recién molido, de un espectacular grano grande de
Maragogype. Degustó hondo, saboreó profundo y disfrutó en el recuerdo que el café le traía. Bajó al garaje,
saludó al encargado con parsimoniosa distancia y salió con dirección al Náutico. Cuando llegó, lo detuvieron a la
entrada. -Vengo a encontrarme con Fernando. -Ah, sí. El señor Fernando lo espera, pase por favor. Está en la
marina central, con unos amigos, en el velero Refugio. Gonzalo estacionó y vio a Fer acercarse como si de un niño
travieso se tratara. -¡Qué hacés, Carlos! Qué bueno verte de nuevo. -¡Hola! -dijo Gonzalo sonriendo- ¿Qué es eso
del Señor Fernando? Esta faceta no la conocía. -Nada boludo, apariencia nomás. -Pero parece que te conocía bien
el tipo de la puerta. -Sí, Rosendo, es correntino, hace años que está acá. Yo venía de chico, pero vos sabés cómo
es este ispa, las cosas cambian... Dale, vámonos que nos esperan. Vamos en tu coche mejor, que es mas cheto
que el mío, y la gente ésta con la nos vamos a codear son todos unos pelotudos... Gonzalo se rio. -¿Tenés barco? -
preguntó mientras Fer se subía en el coche. -No, mi viejo tenía, pero ya te dije que acá todo cambia. Se fue a la
lona en la época de Martínez de Hoz, yo era muy pendejo. Mis viejos se separaron, se fue todo al carajo, nunca se
recuperó económicamente pero durante algunos años vivimos de apariencia. Mis viejos seguían juntos, digamos
que vivían juntos pero estaban peor que los israelíes y los palestinos... compartían territorio, pero nada más que
eso... uf, qué feo recuerdo... no sé de dónde carajo sacaban dinero pero mantuvieron un ritmo alto aunque nos

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cambiaron de colegio aduciendo tendencias políticas, y dejamos de ser socios del club al que íbamos... En
realidad mejor, eran todos unos conchetos de mierda... algún día te contaré la triste historia del niño que era
feliz... hoy no, es para escribir un libro. Gonzalo estaba acostumbrado a saber invadir el terreno áspero de las
personas, pero optó por tender un momentáneo manto de compasión sobre la historia personal de Fernando.
Sabía que se la contaría espontáneamente y sin reparos. Se subieron al coche. -Mirá, Carlitos... huy... qué feo que
suena que te diga Carlitos... -Te dije que me llamo Gonzalo -contestó sonriendo-, lo de Carlos olvidátelo. -Al que
escupe para arriba le cae en la cara. Si te llamas Carlos Gonzalo hacéte cargo -dijo Fernando sonriendo con
malicia-, ¡qué va a pensar el nono si renegás de su nombre!, ¡Carlitos! -Me parece que no me entendés. Abrí la
guantera que adentro está mi billetera y mirá el documento. Fer abrió la guantera, sacó la billetera y al abrirlo vio
el documento de Gonzalo, y se giró con cierto temor. -Gonzalo Peña. ¿Gonzalo Peña? No entiendo un carajo, o
sí... ehhh, sos policía y estoy en el horno. ¿Verdad?, decime que no -dijo Fernando esbozando una sonrisita tonta.
-No, no soy cana -dijo Gonzalo sonriendo mientras conducía. Fernando lo miraba con duda. Estaba subido a un
coche con un tal Gonzalo Peña, que se hacía llamar Carlos, al que lo había metido en su casa, y que no sabía quién
carajo era, y que con la suerte que últimamente venía teniendo seguro que se dedicaba al tráfico de órganos
porque tenía otro carnet donde decía que era médico. -¿Te dedicás al tráfico de órganos y ahora me vas a sacar
las córneas? -soltó rapidito haciéndose el gracioso. Gonzalo olió el miedo. Siempre olía ese sentimiento. Era un
don que le había sido otorgado, o eso creía. Sonrió nuevamente e intentó calmar a Fernando. -No seas tarado,
nada que ver... -¿Es peor?, no es que esté medio cagado, pero... ¿por qué Carlos? -Qué se yo, siempre lo hago, no
te conocía, es una estrategia... Con las minas también doy otro nombre para no tener problemas. -Ahhh, sos gay,
y me dijiste que te llamabas Carlos, para no tener problemas -dijo Fernando sonriendo, empezando a sentir el
efecto de la adrenalina circulando por su cuerpo. -A ver, a ver, Fernando, calmáte un poco. Te estoy mostrando
mi documento, te conté hace días que no me llamo Carlos y no nos entendimos, te lo vuelvo a aclarar hoy. No le
des vueltas, parece raro pero no lo es. Cuando te conocí la situación era algo anormal, ¿no te parece? Ahora
vamos entrando en confianza, es así de simple. Carlos es como mi sobrenombre, y punto. Pero mis amigos me
llaman por el verdadero. Ya está, relajáte que no pasa nada. Y si querés, te dejo en la Norte y me voy, así te
quedás más tranqui... Fernando sonrió relajado. Suspiró y dejó la billetera en la guantera. -¿Sabés Carlos, digo
Gonzalo? A mí me apodaban “indio” de chico, pero predominó Fer, calculo que por comodidad... y cuando nos
mudamos por lo que te conté de mis viejos y toda esa mierda, el grupo nuevo de amigos me decía Fer... de vez en
cuando me cruzo con alguno de los del primer colegio y se acuerda que yo era “el indio”. Dicen que era un poco
vándalo... una bestia... Miró a Gonzalo de reojo, menos preocupado. -Veo que conocés el camino a la Marina
Norte -dijo finalizando el tema. Gonzalo puso un CD de Cake. -¿Te gustan estos? -dijo extendiéndole la caja.
Fernando asintió, y subió el volumen. Hicieron el viaje en silencio escuchando música. Al llegar a la Marina Norte,
Fernando le dijo al de seguridad: -Venimos a casa de Javier del Campo... Se abrió la barrera y Fer indicó el camino
mientras escuchaba I will survive. -Qué buena es esta versión, ¿no?, mirá es acá. Desde acá salimos para la islita
flotante... ¡¡¡Siiiiii, va a ser la fiessssta del año, Gonzalito!!!!! ¿No querés que te llame Charly? Gonzalo se rió: -
Hacé lo que quieras... -¡Dale, bolas!, te presento como Charly, un amigo buzo que se dedica a trabajar para una
petrolera, buceando en las plataformas marinas, haciendo un trabajo de riesgo a profundidades extremas, y que
antes eras buzo militar mercenario y vaya a saber Dios qué tuviste que hacer, porque no hablás mucho de eso
pero trabajabas para la KGB y el Mossad, y que estás lleno de mosca y que en realidad tenés una empresa
independiente con buzos que están todos chiflados, pero vos también te metes al agua porque te encanta y... -
Pará, ¡pará! -dijo Gonzalo mientras se reía- qué imaginación que tenés... -¡A las minas estas les va a encantar! -
Interrumpió Fernando- Cuanto más delirante sea la historia, más creíble les resultará, te lo firmo ahora. Si les
contás la verdad no te creen... ¿o preferís ser psicólogo y taxista? El fracaso siempre se lo creen, pero estas minas
que están acá no son maternales, así que lo del fracaso no es buena idea. Yo podría ser peluquero canino de
barrio... seguro que me paso toda la noche solo... Además… ¿no me habías dicho que eras piloto, forrazo?... y
ahora me entero que sos médico… Los dos se rieron como si fueran amigos tramando una aventura cómplice.
Entraron a la casa y la gente que estaba allí reparó en sus sonrisas. -¡Hola! -dijo Fer a la novia del anfitrión,
dándole un beso- Te presento a mi amigo Charly, un tipazo -le susurró guiñándole pícaro un ojo.

25. 25. Isla Flotante


Los dos amigos estaban hablando mientras se servían una copita en la isla flotante. Habían salido desde la casa de
Marina Norte, en lancha, hasta el lugar de la fiesta. Fernando no paraba de mirar mujeres y Gonzalo, como quien
no quiere la cosa, también miraba. De repente se acercaron dos bomboncitos a servirse una copa. Fernando miró

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pícaro a Gonzalo: -Escuchá bien, vas a ver qué divertido es conocer la esencia humana. Se giró con aire de artista y
dijo: -¡Hola! ¿No son ustedes las amigas de Ricky? -Sí, dijo una de ellas. ¿Vos sos?... -Federico...Y este es Charly, un
amigo. Bueno en realidad seguro que ya sabés, nos conocemos por el trabajo, cosas de empresa... -Sí, pero... -
Ricky me dijo que estarían por acá -interrumpió Fer sin dar lugar a que las señoritas preguntaran nada-, y me
pareció educado saludarlas. Vinimos por pura casualidad, no podíamos dejar el trabajo pendiente. -¡Ah! -y
cayendo en la obligada pregunta que había generado Fernando la que hablaba interrogó- ¿de qué trabajan
ustedes? -Yo soy plomero, independiente eso sí, y Charly mi amigo es pintor de obra, de los mejores, ¡no se le
escapa una gota! -¡Ah!, qué bien -dijo la rubia mientras miraba a su amiga-, bueno, los dejamos que tengo que ir
al baño, ¿me acompañás Lauri? -y se fueron raudamente, sin pausa alguna. -¿Viste, Gonzalito? ¿Viste qué turras?
Claro, soy plomero...Vení, que vamos a buscar otras víctimas. Vamos a probar con los músicos, que es más
copado, pero voy a matizar. Gonzalo sonrió, le parecía entretenido e interesante. Se sorprendía con el accionar de
Fernando, y se dejaba llevar por el laberinto de sus personalidades. -Mirá, mirá a esas otras dos, ¡¡¡¡qué
infierno!!!! Vení, acercáte como desinteresado. Fernando se aproximó a una de las nuevas elegidas. -Hola, me
llamo Fede, Vos debes ser la amiga de la que Ricky me habló tan bien. La diosita se giró y dijo: -¿Ah sí? ¿Y cómo
me llamo? -¿Le estas preguntando a un músico que se acuerde de algo? ¿Sabés la memoria que tiene un músico
profesional? ¡¡¡Pero vos sos divina!!! Así que sos vos seguro. La rubia se quedó dubitativa, por el efecto que el
alcohol le empezaba a hacer o por la desfachatez gestual de Fer. Lo miró seria. -¿Músico? ¿No serás el que tocaba
con Alberti? -No, ese es un “dorata”, si te referís al que yo creo. No, nada que ver, lo mío es serio, y lo de Alberti
es comercial... por cierto, no te lo presenté, este es Charly, un colega, el mejor en lo suyo. -Hola -dijo Gonzalo
intentando no interferir -Hola -dijo la rubia, y giró para tomar a su amiga del brazo- Mirá Luciana, estos chicos son
músicos. -¡Hola! -dijo Lu-, qué bien, ¿son conocidos? Es que no me suenan. -Y no tiene por qué -dijo Fer-. Es
imposible que conozcas toda la música y a sus gestores. -Es verdad -dijo Lu-. ¿Vos qué tocás? -Las castañuelas. Las
domino a la perfección… -y Fer se quedó serio, mirándolas. -Pero salí, ¡tarado! -le dijo la rubia -¡Pero qué pasa! -
dijo muy enojado- ¿Te parece un instrumento sencillo? No me faltés el respeto. La rubia se quedo quieta,
pensando que había metido la pata ante la seriedad de Fernando y de su compañero, Charly. -Disculpáme -dijo-.
Pensé que me estabas jodiendo, lo siento. Fernando era un as. Manejaba las situaciones con los gestos, las
miradas y los movimientos. Había conseguido obtener culpa. Gonzalo gozaba con solo verlo. -Claro -agregó a
continuación-, lo de Charly es mucho mejor. Él toca el bajo. Eso es copado. ¿No? -No -dijo Lu y Fernando la miró-,
bueno sí. Es copado. Es que las castañuelas suena como raro ¿No? -¿Raro?, raro es el amor, y todos se lo toman
en joda. No sé, no sé. Raro es lo de Charly. -¿Raro el bajo? -preguntó la rubia. -No, no entendés, mi amigo toca el
bajo... el bajo vientre. -¡Andate a la mierda, pelotudo! -dijo la rubia y se fue arrastrando a su amiga del brazo. -
¿Viste Gonza?, que poco sentido del humor. No valen la pena. Gonzalo se reía. Con risa sincera. Estaba contento.
Se divertía con ese nuevo personaje que conocía. -Mirá Gonzalito, vamos a molestar a esas que tienen pinta de
intelectualoides -y señaló a unas con anteojos y vestimenta de universitarias chetas. -Perdón -dijo Fernando
acercándose desinteresado-, ¿acaso alguna de ustedes puede dejarme una lapicera? Es importante porque estoy
intentando explicarle a mi amigo una teoría acerca de la temperatura de los gases entre la tierra y su atmósfera, y
no hay caso. Es que soy físico/matemático y él piloto... bueno, nada, ¿tienen una lapicera? -¡Sí! -dijo una y le
alcanzo una hermosa pluma que sacó de su bolso. -¡Huy! -dijo Fer- ¡Es que es una pluma! Y una pluma no se le
deja a nadie. -No hay problema -dijo la jovencita- si me dejás escuchar la teoría... -Sí, sí. Esperá. Vení Charly,
acercáte, y vos no te vayas que te la cuento. Gonzalo se aproximó y antes que estuviera a su lado Fer le dijo: -Mirá
nabo, cuando vos estás piloteando un Jet, por ejemplo, la curvatura constante de los gases que provoca la
flotabilidad en suspensión aérea debería ser proporcional a la temperatura generada por el supuesto roce que
provoca el aire compuesto por los mismos gases, que está obviamente y disculpando la estúpida redundancia, en
estado gaseoso, contra las alas del avión, una vez que ha sido propulsado por la turbina que es en realidad la que
los calienta. Y esa curva, en realidad es una esfera que no es tan real dada la temperatura del aire a esa altura,
que está a más de treinta grados bajo cero y que por ende enfriaría al aire propulsado que sale caliente, y con
tendencia a subir, encontrando a las alas como resistencia impenetrable. Tenés que tener en cuenta que ambas
variables son constantes, valga la contradicción que no es errónea, porque si mantenés la altura, el aire frío
circundante se mantiene siempre a la misma temperatura, al igual que el aire caliente que sale de la turbina con
tendencia a subir por obvia ley física. La diferencia en la zona de esparcimiento por contacto es despreciable al
cálculo actual. Eso sí, tampoco ponemos en juego el calentamiento o enfriamiento de los materiales estáticos,
como lo es el metal que integra el ala del avión, cosa que alteraría el resultado de la diferencia de temperaturas,
variando así la esfera de la supuesta curvatura gaseosa. ¿Entendés? -No -dijo Gonzalo mirándolo fijo. -Te dije,

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reina. Necesito la pluma. Es piloto. -Yo tampoco entendí nada. -dijo la intelectual- Es que lo mío es la química
biológica. -No pasa nada -y enfrascándose en la explicación delirante prosiguió-, esto no es ley de gases, porque
introducimos la gravedad, la velocidad, la temperatura, la fricción, el movimiento, la estática... en fin, es un
circulo esférico con temperaturas variables del centro a la periferia, en constante intercambio de posición, en
forma rotatoria de dentro fuera según la gravedad, que... -y allí se detuvo, miró fijo a la señorita, la tomó de las
manos y dijo asombrado pero entusiasta- ¡¡¡No me había dado cuenta!!!! ... según el lugar del mundo en el que
estemos varía, varía con el hemisferio, como la rotación del agua en los inodoros, que es en sentido horario o anti
horario estés en un lugar un otro. ¿Viste que en Europa el agua gira al revés que acá? ¡Es por la ley de gravedad!
Entonces la esfera cambia su sentido de intercambio de gases, pero en ¡¡¡forma paulatina!!! y sin alterar el
resultado. Los aviones vuelan igual. ¿Entendés, Charly? -dijo apasionado, eufórico, soltando las manos de la joven.
Gonzalo y la dueña de la lapicera lo miraban con duda sarcástica uno y admiración la otra. Fernando descubrió
que la tenía en el bolsillo. Entonces sin dudar le dijo- ¡Ah! Me llamo Fede, y este es mi novio Charly, y se fue
arrastrando a Gonzalo. -¿Qué hacés, boludo? -Muy fácil -dijo-. Le entré por el intelecto. No interesa. -¿Qué me
decías de los gases? Llegó a parecer coherente.... -No lo sé, se me ocurrió, aunque lo de los inodoros es cierto, te
lo juro. -Sí, lo había notado... ¡Mirá que pendejas esas tres! -dijo Gonzalo. -¿Qué pasa?, qué pasa mi amigo, qué
pasa que nos estamos zarpando ¿ehhh? Gonzalito te desconozco -dijo Fernando irónico. -No soy de piedra, ¿qué
te pensás que soy? -No sé, siempre tan correcto. Mirá, poné tu acento gallego que voy a encarar. Esa es buena
merca y pondremos empeño. Se sirvieron unas copas de champagne y rumbearon para donde tres post
adolescentes infartantes histeriqueaban haciendo alarde de lo que un cuerpazo argentino no necesita. -¡Che!
Estas están mandadas a hacer ¿no? -dijo Fer mirando los traseros impresionantes de las muchachas. -Dejáme a mí
-dijo Gonzalo sonriendo. Se acercó sin vacilar y dijo con su impecable acento madrileño: -¡Hola! ¡Qué pasa!,
Buenas noches, soy Juan, y mi amigo es Fede, amigo de Ricky que me ha hablado de vosotras, o eso creo. La
descripción concuerda bastante bien, ¿y sabes que te digo? Que si no sois vosotras las amigas de las que el tal
Ricky hablaba, me da igual, porque dais perfectamente el tipo. ¿Cómo os llamáis? Las tres se giraron ante el
acentazo español, y Fernando interrumpió diciendo: -Lo siento chicas, es así. Los gallegos son bastante informales
en las presentaciones. Me llamo Fede, y Juan es un invitado especial. Sepan disculpar su desparpajo. Gonzalo se
giró, y lo miró fijo. - Pero que dices, Chavalote, ¡qué les cuentas! Déjalas que ya son lo bastante grandecitas como
para mandarme a tomar por culo si lo desean... ¿no te parece, tronco? -Se los dije -sonrió Fernando-, es gaita. Las
señoritas se rieron de la situación un poco extraña pero encantadora para ellas por el acento de Gonzalo. -A lo
que íbamos -dijo Gonzalo-, ¿cómo os llamáis?, si no les sabe mal... lo digo para que no interpretéis mi soltura
como falta de educación. En mi medio somos así... sueltos, creativos, amigables, naturales, espontáneos... -Y
charletas... hasta por los codos, más si van con champú en la mano -les aclaró Fernando sin saber muy bien por
dónde iba la cosa. -Y algunos como este, son gilipollas -dijo Gonzalo lanzando una mirada asesina a Fer mientras
sonreía, y volvió a preguntar a las señoritas que ya empezaban a parecer mudas- ¿Me contáis quiénes sois?...
aunque ya no importa... -Melina -dijo una- y ellas son Sandra y Yamila. Fer se acercó al oído de Gonzalo
tontamente y le susurró. -¡Uh!, con esos nombres regrasas seguro que son toga. Gonzalo se volvió rápidamente
agregando para disimular: -Nombres muy argentinos, me encanta. Sois tan dulces al hablar... -Nada que ver -dijo
la misma interrumpiendo-, ustedes son re dulces, nosotros somos re normales para hablar. ¿Cierto chicas? -¡Sí! -
dijeron las otras dos algo embobadas con el acento. -Bueno, detalles. Son detalles lo acentos, lo importante es lo
que se lleva dentro del alma, en el espíritu, en el interior de esta coraza que contiene nuestra esencia vital,
nuestro ser interior, nuestro carisma... -intentó romper Fernando arrepentido de no haber usado acento español
ante semejantes mujeres. -Lo siento, guapas -dijo Gonzalo sobrado-, el Fede es así de poético, nació en un
balcón… por eso trabaja conmigo en la productora... -¿En la productora? -preguntó la que al principio parecía
menos interesada, una pelirroja de curvas matemáticamente proporcionadas en un metro setenta y algo de
estatura rozagante y ardiente. -Sí -dijo Gonzalo-, es que soy director de cine y produzco algunas películas de
jóvenes talentos, en plan independiente, y vinimos a Argentina para abrir una sucursal de la productora. Así
conocí a Fede, que hoy es el Director del área creativa de la empresa, ya sabéis... spots films, publicidades,
cortos... y alguna coproducción de películas hispano- latinas. -Ay, qué divino -dijo la que no había abierto la boca.
-¿Quién yo? -dijo Fer. -Perdonadlo -dijo Gonzalo-, es argentino, y ya debéis estar acostumbradas... ya sabéis como
son Las chicas se rieron y Gonzalo miró a Fernando, guiñándole un ojo como con cariño -Es una broma Fede, no te
lo tomes así... ¡venga tronco! Las señoritas se mostraron interesadísimas en los pormenores que Gonzalo les
contaba, y Fernando disfrutaba de la participación activa que le daba en la supuesta empresa y en el proyecto del
largometraje coproducción hispano-latina que se había montado. En el momento en que la charla empezó a

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ponerse cálida, Gonzalo dijo: -Por cierto, niñas. Debo pedirles máxima discreción porque si no esta noche será
una ruina para mí. Hemos estado hablando con otras personas, pero les hemos dicho varias estupideces, para
poder respirar en paz. A algunos que éramos músicos, o matemáticos o simples operarios. Hay gente que sabe
que vendríamos y no queremos plastas comiéndonos las orejas ¿sabéis? Así que os ruego que permanezcáis en el
silencio cómplice de nuestras intenciones que simplemente son hacer los fichajes adecuados si la cosa cuadra,
para una sencilla prueba frente a cámaras, y no mucho más. ¿Vale? -Ay, sí vale -dijeron las tres meándose a
chorritos. -Ahora las dejamos un momento, que tengo que llamar a un colega. ¿Me acompañas tronco? -y
Gonzalo se giró sonriendo a Fer y se alejó hacia la barra. -Ehhh, hasta luego chicas -dijo Fer-, ehhhn un rato creo
que volvemos. -¿Cómo creo? -dijo la colorada-, más vale que lo traigas para acá ni bien puedas. -Sí, sí, lo prometo
-y se alejó rápido intentando alcanzar a Gonzalo. Al llegar a su lado le dijo extasiado: -Sos un maestro, las tenés en
el bolsillo. Gonzalo lo miró fijo. -La roja es mía. Vos quedáte con las otras dos si querés.

26. 26. La rubia


Entrando a un bar, Fer y Gonzalo se toparon con dos turistas americanas, medio gordas y rubias de mentira: -De
bote, como dicen en España -le susurró Gonzalo. Fernando con sonrisa de feliz cumpleaños les dice: -Jelou mai
darlings, nais tu mitiu. ¿Duiu uontu drinc samsing? Las yanquis lo miraron con desdén, dado que se le notaba
mucho el pedo, más aún, porque se llevó por delante la puerta de cristal de la entrada, dándose un golpe
bastante importante pero que no llegó a romper el vidrio. Gonzalo intervino, pidió disculpas en un inglés
perfecto, excusó a Fernando y lo metió rapidito para el bar. Las rubias se fueron riendo, pero pispiando de coté a
Gonzalo, que de tan caballero impactó a las americanas, acostumbradas a que les tocaran el culo y les dijeran
barbaridades en su pueblo de Texas, cosa que si Fernando hubiese sabido, hubiera aprovechado hasta el
hartazgo. -No sabía que hablabas inglés, Fer. -Ni palabra. Es lo único que se decir... bueno, como frase. Sé saludar,
pedir café y birra, decir fuck y esas pelotudeces... Creo que estoy en pedo... ¡Qué golpe me di al entrar...! ¿Sabes?
voy al baño, a arreglarme la nariz un poco. Cuando vuelvo te cuento lo que me pasó en un viaje a Londres...
mortal, alucinante... sabés que me río de mí mismo. Gonzalo se sentó en una mesa, al lado de dos preciosos
bombones porteños, de esos que solo se ven en Baires, perfumadas, con el pelo de propaganda de champú, y las
lolas en punta, dos caramelitos... Fernando volvió correcto. Ya no se la notaba el escabio, salvo por el aliento y la
soltura emocional... -No sos ningún boludo para elegir donde sentarte ¿eh, Gallego? -se le acercó al oído y le dijo-:
Cambiá el acento que a estas dos las conozco y hoy nos vamos a su casa. Gonzalo accedió, porque le pareció
divertido y tentador aunque estúpido al mismo tiempo, a pesar del episodio vivido en la isla flotante. -¡Chicas! -
interrumpió Fer a las señoritas- ¿Cómo andan? -¡Ay! -dijeron- ¡¡¡ Fer!!! ¿Cómo estás? -Arregladito como siempre
que salgo. Les presento al gaita, es un chaval que viene a pasar unos días... es piloto, ¿sabés? -¡Ay! -dijeron a dúo-
, ¿sos piloto? -preguntó una y la otra- ¿sos español? -al unísono y se rieron. -Sí, sí -dijo Gonzalo. -Y muy reservado
-dijo Fer- Nos sentamos con ustedes -y ocupó la mesa de las señoritas raudamente -Estaba por contarle a Carlos
mi desdicha en un viaje a Londres... -¡Ay! vos y tus historias... -dijo una de las señoritas, que era rubia por
naturaleza. -Pará, pará que es cierto -dijo Fernando mientras Gonzalo se sentaba. Estaba eufórico por el subidón
que le coca le provocaba. -Bueno... voy... estaba en Londres en casa de una amiga, una hindú que conocí
esquiando en un viaje por Chile, que estudiaba abogacía... le caí bien y como ella vivía en Londres y yo viajaba
para conocer, me invitó a su casa. Yo la había ayudado con el idioma porque había perdido el pasaporte o se lo
habían robado en el centro de Santiago... bueno no importa, pero la cosa es que estando en su casa, le rompí un
jarrón que era de la vieja, que sé yo, un jarrón emotivo donde la madre juntaba algo, no sé… un jarrón de mierda,
pero que a la pendeja le llenaba el corazón de ilusiones... por decir algo. Y resulta que yo no hablo un joraca de
inglés, pero bien prevenido me lleve una maquinita que te traducía las palabras. Le ponía buen día y te escribía
good morning. ¡Era una maravilla la maquinita del orto! Entonces encontré que era perfecta para solucionar el
problemita -todos miraban la gesticulación aérea de Fernando con sonrisas por el espectáculo que daba.
Fernando prosiguió: -Pensé: voy a comprar loctite... la gotita ¿viste?, pego el jarrón y listo, total tenía tiempo
porque la pendex había ido a la facu... mas o menos volvía en cuarenta y cinco minutos... o sea, o lo arreglo ya, ¡o
estás en el horno Fernandito! -¡Ay! lo rompiste... que boludo ¿no? -dijo la rubia. -Sí, de boludo lo rompí, por jugar
a ver si al frotarlo salía un genio... soy así de retardado rubia...-dijo Fernando actuando la supuesta maniobra. -
¡Ay! ¿En serió? -dijo la rubia. -¿Te duele algo mi amor?... dijiste ay como cuatro veces... -¡Ay no! no me duele
nada -dijo la cheta sin entender la ironía... Gonzalo esbozaba una sonrisa cómplice. -Bueno, prosigo. Salgo a la
calle pero dado el apuro bajo como estaba vestido, con jogging. Era lógico, estaba de entrecasa. En la puerta
había buscado calzado adecuado y con la prisa me puse zapatos... ¡siii! -dijo Fer riendo-, zapatos por la puta prisa,

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y porque era lo único que había a mano dado que por costumbre me los sacaba al entrar a casa, y he de
reconocer que los colores no pegaban mucho -Fernando buscaba el recuerdo para que fuese nítido. -Ahora, para
hacerla, hay que hacerla bien, entonces como hacía un frío de cagarse, me puse una campera de mi amiga que
me quedaba corta de mangas... no sé, de apurado, porque estaba colgada al costado de la puerta... Claro, eso sí,
catrasca pateó una macetita con un cactus en la maniobra inverosímil de ponerse la camperita plateada... porque
era plateada... con el consiguiente derramamiento de tierra sobre la alfombra ocre claro... una alfombra de esas
gruesas, impecable... la cual fue pisada oportunamente para que se hiciera una sola cosa con el tapete... -Gonzalo
empezaba a reír por la situación que Fernando describía. -No te rías, gaita -dijo Fer-, que ahora empieza lo bueno.
-Intenté juntar la tierra húmeda y pisoteada, con las manos, cosa que resultó ser francamente perjudicial porque
al levantar el putito cactus exótico, me pinché la mano derecha mal, y obviamente lo solté por instinto, porque
tenía unas espinas como agujas... en fin, se rompió un poquito una flor rarísima que le salía del costado casi en la
punta, y opté por dejarlo todo así, total en diez minutos vuelvo, y lo arreglo todo... pensé, ingenuo. -¡Ay no! -dijo
la rubia. -No escucho -dijo Fernando y agregó-, pará de quejarte que sigo... Bueno, ¿por dónde iba?... ah sí... era
mi primera tarde solo en casa de la señorita aceituna... Fernando hizo un pequeño silencio y se acomodó el cuello
de la camisa unas cuatro veces... -Qué calor tengo -dijo-, bueno... ¿En qué estaba? ¡Ah!, sí, la tierra... todo sucio
por la tierra, el cactus roto... me decido a salir a los pedos y entonces me pongo un gorro de lana negro, y creo
que fue allí donde me manche un poco la cara con tierra y sangre... y no me doy cuenta por la prisa, entonces
bajo a la calle echando putas por las escaleras después del tercer percance a mi entender sin gran importancia y
me meto en un supermercado que estaba a unas tres cuadras, así, medio disfrazado... qué decir... como un loco...
Gonzalo sonreía al imaginar la escena. -¿Saben?, lo raro es que por la calle nadie me miró, ni de reojo... Solo un
par de turistas sudacas se me cagaron de risa, pero no tenía tiempo ni para putearlos. Bueno, en el súper tenían
de todo, hasta vino argentino, pero no encontré al puto pegamento, entonces me fui a una caja y le hice señas a
la cajera. Era una negra gorda de ancas pero con una carita angelical. Me miró raro, era lógico, yo tenía la perfecta
pinta de un demente, con una maquinita en la mano y una botella de vino argentino que había agarrado para
agasajar a mi amiga... La cajera me miró sorprendida y no sé qué fue lo que me dijo, era obvio porque yo no hablo
inglés… Se pueden imaginar la situación... -las chicas empezaron a reírse. -Paren, que el circo aún no ha empezado
-dijo Fer levantando el dedo índice. -Entonces insistí gestualmente para que me atendiera. Primero, me metí la
botella en el bolsillo del abrigo y me saqué la gorra de lana por cortesía, craso error porque se me veía el pelo
todo parado, la sangre que no era mucha y algo de tierra en la cara y le hice el gesto aéreo, como este, de apretar
el pomito de loctite imaginario sobre la mano y luego aplaudí y le hice otro gesto, como que no podía separar las
manos. Así, ¿ven? Soy un experto en dígalo con mímica. Los dos, digamos la cajera y yo no entendimos nada... ni
de lo que dijo, ni de mi mímica... y menos lo del vino... ¿por que me lo metí en el bolsillo para hacer la
representación actoral? ¿La prisa me traicionó?… ¡Haberlo dejado en la caja! -dijo Fernando como suplicando al
cielo y continuó después de un segundo de reflexión- aunque hubiera sido casi igual... -Los tres lo miraban fijo,
entre risitas. -Entonces... ¡cha chan! escribí loctite en la maquinita y obviamente la muy turra no tradujo un
sorete. La maravilla de la tecnología traductora no traducía esa palabra. Era un nombre comercial que no conocía
la muy puta. -¿Y? -dijo Gonzalo impaciente. -La cajera me miró reticente... Y entonces... nuevamente ¡cha chan!, -
canturreó Fernando- me llego la luz de la inspiración... sí, creo que así fue, en ese supermercado londinense... si,
estaba allí... Y todos lo miraron con ansia de saber cómo seguía la historia. -Y allí me iluminé... o eso creí y escribí
gotita... La gotita ¿viste? ¿Se acuerdan de la publicidad? -Lo que la gotita pega, nada nada lo despega -dijeron
entre las risitas las niñas que conocían aquella propaganda, mientras Gonzalo se impacientaba por la escena
estúpida que hacían imitando a los indios bailando, -Exacto... como en la propaganda -dijo Fernando. -¡Ay! Sí, ¿y
qué paso? -dijo la que hablaba. -No, si a vos algo te duele... -dijo Fernando riéndose- No me hagas caso... aunque
vos no sos rubia al pedo ¿no? -¡Ay!, ¿te gusta? -dijo la rubia sonriente, mientras se acomodaba el pelo. -No, no
puede ser posible -dijo Fernando-, digo sí, me encanta, pero no puede ser que seas así de amable, por no decir
otra cosa, ¡che!, un poco de sangre en las venas... -Dale, Fer -dijo Gonzalo viendo que a Fer le empezaban a salir
muecas-, ¿qué paso? -Bueno -dijo Fernando-, que la maquinita escribió drop… O sea gota, o gotita. Entonces la
morena me miró fijo y jugando a mi juego de la mímica me hizo el gesto de meterse una gota en un ojo,
sonriente, como si hubiera entendido algo la muy puta. Yo estaba desesperado, sacado por la prisa y pensé que
era tarada... porque a quién se le puede ocurrir meterse pegamento en un ojo, justo cuando yo le jodo el puto
jarrón a la hindú, y entonces medio nervioso le hice un gestual “no”, rotundo, agitado, con la mano y dedo índice
al aire, y luego me lo llevé a la sien, abriendo mucho los ojos como diciéndole que estaba loca. La morenaza se
apartó un poco, y opte por pensar que no me había entendido, y calmando un poco mi desesperación por la

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reputa prisa dado que restaban escasos veinte minutos para la llegada de mi anfitriona...-Fernando se detuvo y
aclaró- a la que en realidad conocía poco, entonces decidí apelar nuevamente a la tecnología, entonces escribí
“pegar”. Y la maquinita divina escribió: hit. O sea, pegar, pero de pegar trompadas ¿sabés?, o patadas, o que se
yo, de pegarle a alguien... -Fernando se colgó en el recuerdo con sonrisa dibujada en la cara. -¡Ay! ¿Y? Dijo la
rubia. -Y nada, lo completé con la mímica providencial... qué mal que estás rubia… -dijo Fer riéndose y prosiguió-,
le mostré la maquinola y le señalé la palabra, luego apliqué el índice contra mi pecho y después lo giré hacia ella...
Fernando empezó a reír. - O sea, aclaro por si no entendieron -dijo Fernando mirando a la rubia-, señalé pegar, a
mi persona y a la negrita. Y por esas cosas que uno tiene, agarré la botella, para sacarla del bolsillo, en un gesto
algo torpe... porque al quererla sacar, con los nervios se me enganchó en el bolsillo y tironeé tres o cuatro veces,
así de los nervios y el bolsillo sonó a trac, ¿viste?, se rompió. Y entonces la morocha entró en pánico, y no era
para menos ahora que lo recuerdo -Fernando empezó a reírse en una carcajada con sonido u, prosiguiendo entre
las risas-, e interpretó algo erróneo, no sé... que le quería pegar, pegarle un botellazo, entonces me miró
horrorizada con su carita de querubín y empezó a gritar algo que estimo era: -Auxilioooo, este tarado racista me
quiere pegar”...- e inmediatamente cayeron dos monos de seguridad del tamaño de Rocky... Y Fer se empezó a
reír a carcajadas, contagiando a la mesa. -Y yo pálido... -Fernando reía, entre frase y frase- con la botella en la
mano y la maquinita en la otra... -Fernando intentaba hablar entre su propia risa- con los pelos parados y las
mangas cortina ¿sabes?, con los dos monos rodeándome contra la caja... -las carcajadas ya eran contagiosas,
Fernando no podía parar.... -¿Y qué hiciste? -pregunto Gonzalo entre las risas. -Y nada, intenté salir corriendo,
cagado en las patas, pero me llevé puesta la puerta de cristal... -Fernando se agarró la panza de dolor por la risa-
como recién -dijo envuelto en más risas con u-, y me caí al suelo de espaldas, patinando hacia atrás, por el
golpazo, culpa de la suela de los zapatitos benditos, y allí estaba yo, tirado de espaldas y sujetando el cuello de la
botella que se había hecho mierda... No podía parar de reírse... Gonzalo tampoco. -¡Ay, ay!, mi cielo... -dijo la
rubia riendo. -¡No!, ¡si te duele un montón! -dijo Fernando explotando en otra carcajada- perdonáme, no me
escuches, Claudita...Y bueno... el rubio te queda divino, es tu color sin lugar a dudas... Fernando se calmó un poco
y dijo: -Pero no termina acá, prosigo... entonces me levantaron en el aire y me llevaron para adentro a patadas en
el culo, como la Federal acá, igualito... -y volvió a reírse con fuerza marihuanesca-. Yo imploraba en argentino, y
juraba que era un error, sin soltar el cuello de la botella rota, gesticulando y moviendo los brazos para todos
lados... como si esgrimiera un arma y no me daba cuenta del espectáculo de terror que estaba brindando... -¡Ay,
Fer!, no me digas que es verdad... -Fernando se cayó de la silla por la risa y desde el suelo dijo: -dale a esta una
aspirina, Gaita -y soltó mas carcajadas-, a ver si se le pasa... -y mirando a la rubia dijo- no me escuches, Claudita
que sabés que soy un poco tonto... -Fernando se puso de pie y se sentó en la mesa. -Bueno, sigo, entonces… Ahí
nomas me tiraron espray picante en los ojos... Ay, Dios mío, qué risa... ¡no sabés cómo pica la mierda esaaaa! -y la
a inició una nueva risa-. Me metieron dos tortazos apaciguadores y me ataron las manos con un suncho, a la
espalda -Gonzalo se reía a la par de Fernando, inclinándose sobre la mesa... La imagen que daban era
extremadamente divertida, porque los cuatro se reían a carcajadas mientras desde otras mesas los miraban,
contagiados de la risa de Fer, y de la historia. -Bueno, bueno -dijo Fer intentando parar un poco-, ¿Dónde iba? Ah,
sí... porque sigue...Una vez en la comisaría, cuando vino mi amiga... -y Fernando nuevamente empezó a reír
después de una breve calma...- porque me dejaron llamarla, ¿sabés?... muy correctos los policías británicos...
incluso me dejaron lavarme la cara... sin desatarme… -y nuevamente estalló en risa- otro espectáculo... me
tendrían que haber visto metiendo la cabeza en el inodoro para que se me fuera el picor, era desesperante... -Fer
seguía sin poder para de reír... estuvo así unos instantes, hasta que consiguió calmarse. -Bueno, dijo, después se
aclaró todo. Pero lo pase mal... No sabés la cara de la hindú cuando me vio en ese estado, y con el disfraz de
homeless, los ojos hinchados y rojos como después de un porro afgano, todo lleno de mocos por culpa del espray,
con los pelos mojados y parados y la cara absolutamente desencajada, con restos de sangre, no mucha, y tierra...
enfundado en su campera de astronauta, rota, con jogging y zapatos... -¿Y tu amiga, qué hizo? -preguntó Gonzalo
riéndose. -Nada, nada... me echó al carajo de su casa. No era para menos, el jarrón, la maceta, el cactus, la
florcita, la alfombra, la campera... el quilombo... -Fernando se agarraba la panza mientras intentaba dejar de reír.
-¡Che! ¿Y en qué hablabas con la hindú? -preguntó la rubia como si pensara algo. -En francés… oiiiooiiioiiiiooiiii,
que risa...veo que ya no te duele nada... -No me digas que hablás franchute -dijo Gonzalo, sorprendido. -Sí -dijo
Fer-, Francés sí.

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27. 27. Sentirse ajeno
Fernando y Gonzalo estaban escuchando música en casa de unas taradas que conocía Fer, como él decía: -De la
noche ¿viste, papá? Las dos señoritas de buen ver y pasar, estaban bañándose en la pileta mientras se tomaban
unas caipiroskas que Fer había preparado con arte. -Che, estas dos seguro que caen. Tengo bolsa, y bolsa mata
cartera ¿entendés? Gonzalo lo miró serio. De repente se sintió ajeno a la situación, alejado del principio de la
historia con Fernando. -Me parece bien que te metas lo que quieras, pero no incites a éstas, dejálas en paz. -Qué
decís, ¿qué te pensás, que son dos santas? -Escucháme, Fer -dijo Gonzalo en tono arrollador-, no te enrosques en
cosas jodidas, porque está mal, y estas dos forras serán lo que son, pero no por eso tenés derecho a joderlas, no
es justo, y podés arruinarles la vida... y si yo me enojo soy devastador, y te lo digo en serio. Gonzalo aún jugaba
con la dualidad encima. No sabía cuál era el verdadero Fernando, si eran todos los que él conocía o sólo el que le
habían contado. -Mirá, Gonzalo. No sé qué es lo que querés o qué te pasa. Si querés jugar al justiciero, podés.
Pero la justicia que es buena para unos a veces no lo es para otros, y nadie es inocente. He visto mis bajezas
reflejadas en otras personas. Mis bajezas y otras que no conocía. ¿Sabés loco?, descubrí con el tiempo, que lo que
yo pensaba que solo me pasaba a mí, les pasaba a otras personas, y empecé a tener menos culpa. ¿Qué culpa
querés limpiar? ¿Sos inocente? ¿Nunca jodiste a nadie? Queriendo o sin quererlo... no lo sé ¿qué sos, un arcángel
celestial? Gonzalo no reaccionó, escuchaba atentamente cada palabra, y empezó con esas palabras a recordar sus
culpas, sus errores y sus bajezas, y descubría que no era inocente, que la justicia que él aplicaba según su criterio,
podía estar completamente equivocada, o manipulada, o simplemente ser una injusticia. Cada uno tenía que vivir
con su karma, pero él se cargaba encima el karma de otros. Y ¿para qué?, había ayudado a salir del fango a mucha
gente... ¿y?... ¿le daba felicidad?, sí... pero después de un largo penar... -Gonzalito, estás callado, ¿te jode lo que
te digo? Soy así de franco en la vida, por eso me va como me va... -y Fernando hizo un gesto con la mano de okey,
anillo entre pulgar e índice, lo giró horizontal y agregó-: para el culo... -Parecés un tipo feliz... y no... no me jode
para nada, o sí, no lo sé -dijo Gonzalo muy serio. -Mirá que buenas están estas dos... ¿qué te pensás que quieren?
¿Amor?... Bolsaaaaa, loco, son así, alguien ya les colgó el cartel en la frente -agregó Fer, canchero. Gonzalo
arrastraba shocks de realidad desde que había conocido a Fernando, y la cosa empezaba a ser reveladora. Se
sentía un desgraciado erróneo en toda su vida. -En la vida nadie le hace nada a nadie, en la vida normal, digo, en
la vida cotidiana, de todos los días. La gente se deja hacer... no sé cosas, lo que se te ocurra. Hay los que no se
dejan, esos existen de verdad Gonzalo, y vos lo sabés, sos de esos, pero están los que sí. A esos se les hacen cosas,
y aprendemos, total se dejan. Y se dejan hacer por debilidad, por estupidez, por amor, por desidia, por
aburrimiento, porque sí, por codicia, por tristeza, por morbo, porque no queda otra... porque les gusta que les
hagan cosas, cualquier cosa... en fin, por cientos de motivos... Gonzalo seguía en silencio, pensativo -...y no
Gonza, no soy un tipo feliz. Soy un tipo que navega por la superficie de las cosas. Solo quiero eso. No quiero
comprometerme con nada, y la mejor forma es siendo un idiota. Miráme: tenés enfrente al idiota perfecto. He
descubierto que si no te comprometés, si sos superficial, no sufrís. Y no sufrís, porque no tenés nada, estas vacío,
y si la vacuidad no te asusta, es perfecto, es el nirvana... así te lo digo, de queruza loco. Gonzalo se había
comprometido toda la vida, demasiado, se enroscaba en su karma y en el de otros, y sufría, sin sentido en
realidad, pero sufría. ¿Qué le importaba la historia de los demás, si no podía con la suya? Pero no, claro, él era el
salvador... -Ay Gonzaliño, si parece que venís del pasado, tan recto y juicioso... se te nota ¿sabés? A veces pienso
que mentís muy mal, con lo lindo que es mentir bien. A mí me encanta. Y otras veces, me parece que me contás
cosas imposibles, pero te creo, porque o son verdad o me mentís divinamente... -Fernando rio y dijo- qué loco
¿no?… ¿qué te pasa, te cayeron las fichas? No decís ni muuuu... Gonzalo seguía con atención los gestos y las
miradas de Fernando. Escuchaba casi como cuando de niño se escucha a un padre. Y otra vez sintió la misma
duda, la misma sensación... estaba frente a un sabio o a un pelotudo, y no podía discernirlo. -Volviendo al tema...
a la gente uno le hace cosas, sin querer o queriendo... Pensá, loco, pensalo bien Gonzalito... ¿a cuántas minas les
hiciste cosas que no se las harías a tu hermana? No por ser tu hermana, a ver si nos entendemos... ¿Tenés?
¡¡¡Presentamelaaa loco!!!... -Fernando se reía desubicado. Miró a Gonzalo en su seriedad-. Disculpáme... es una
joda, a ver si te cambia la cara. ¿Nos fumamos un porro? Gonzalo asintió con la cabeza. Quería olvidar, y quería
reír un poco, quería ser superficial y quería no comprometerse más, con nada. Gonzalo estaba harto de tanto
sufrir, y no lo había sabido hasta ese mismo instante. Fernando armó un porro bestial mientras las chicas estaban
en el jacuzzi, histeriqueando. Dio tres caladas hondas y se lo pasó a Gonzalo. -¡Che! -le dijo-, guarda con esto que
es terrible... yo tengo aguante, pero creo que vos no estás acostumbrado, my friend. ¡Chicas! -gritó-, voy a
preparar una sorpresita -e hizo el gestito palero de levantar cuchara a la nariz... las nenas sonrieron. -No traigas
eso, está mal -dijo Gonzalo calando hondo. -¿Mal?... mal la pala, bien el faso… Creo que no entendiste. Yo les

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ofrecí, y dijeron que sí, no se lo estoy metiendo dentro de la copa de champagne. -Sí, veo, aunque no sé si
realmente hace falta que les des cocaína. -No, no hace ninguna falta, ¡pero quieren!, y tengo, y quiero... dos más
dos, cuatro. Si no mirá... -Chicas, ¡chicas! -dijo Fer- ¿dónde hay un espejo guapo? Es para peinar... -¡En el baño
grande, debajo de la bacha! -gritó la dueña de casa, y agregó- ¿es buena? -¿A Fernandito le preguntás? Es piedra,
tiza mi amor... parece que no me conocieras. Miró a Gonzalo y le dijo: -¿ves?... cuatro. Dejó a Gonzalo en el sofá. -
Ahora vengo, voy al baño. Gonzalo se quedo pensativo, mirando a las dos mujercitas en paños menores dentro
del jacuzzi. Estaban muy buenas pensó, pero él era un tipo normal. No tenía nada que hacer allí, entre esas
personas que no eran como él... -Un tipo sin límites… -se dijo-, aunque interesante para ver reflejada a la vida que
no conocía... dos señoritas dispuestas a todo... -dijo otra vez para sí mismo, empezando a estar relajado y
sensible por el porro. Fernando se le acercó desde atrás. -Si no querés tomar, no tomes, pero hacé como si
tomaras y después acomodáte un poco napia -Gonzalo lo miró y Fer le sonrió, tenía cuatro rayas en el espejo que
había traído del baño. -No me jodas -dijo Gonzalo serio. -Por favor, no seas así. Es para que no te vean re careta,
no sé... ¡dale! -Andáte a la mierda -dijo Gonzalo. -Vale, aunque si mirás bien yo ya estoy ahí. Y vos también. Y te
pido un favor más: aprovechálo para estudiar el comportamiento humano. Gonzalo agarró el canuto con desgano
y gesticuló, sin tomar merca. Fernando dijo al susurro: -muy bien, vos te lo perdés, cero para ti y dos para mí,
como el profesor Neurus -se rio, y sin vacilar se metió las dos rayas. Miró a Gonzalo sonriente- Me gustan los
espejos... Gonzalo fumó un poco, en silencio, mientras miraba cómo Fernando les llevaba las rayas a las chicas,
unas prolijas rayas en un espejo que las reflejaría mientras se drogaban. Pensó en el espejo, en el espejo que
tenía frente a él de la vida. Fernando se acercó a sus amigas y les extendió el canuto y las rayas. -Mis niñas -dijo-
aquí tenéis reina, la reina de las reinas... Las señoritas lo miraron en su ofrecimiento y sin dudar ni un segundo, se
incorporaron del agua. Se secaron las manos y una de ellas tomó el canuto y jaló hondo, mientras la otra se
impacientaba. Gonzalo miraba la escena y sintió un profundo asco. No entendía nada de lo que estaba pasando,
no quería ver las bajezas humanas, quería negar lo que sus ojos veían. Pensó: -es que si las conociera fuera de acá
las vería angelicales, dulces y de buena familia, estudiantes universitarias, con buen futuro... ¡qué es todo esto!...
Sintió que era un estúpido, dual, que se asustaba de la ruptura de sus ilusiones y negaba cosas de su vida,
viviendo en su propia mentira justiciera, salvaje mentira vital, ilusión estúpida de moral... Él también tenía sus
bajezas, pero nunca las había visto, él se vendía bien y creía en el producto que vendía, creía su mentira en la vida
que mostraba como real. Pensó en Micaela. Y se sintió mal. Empezada a dudar de la entereza de las personas que
vendían una imagen, su imagen como tal, como un escaparate ficticio donde las personas se exhiben para ser
compradas, sin enseñar sus defectos y sus bajezas... Empezó a dudar de su propia entereza... vio nacer en su
interior la duda, la maravillosa duda que ocultaba bajo sus propias creencias. Y aunque todo esto lo sabía a ciencia
cierta, en su vida cotidiana dejaba de existir, para pasar a ser todo una ilusión de cuento de hadas, una ridícula
pero tenaz ilusión que lo alejaba de su propio lado negro. -Mmmmm -dijo Fer cuando las bellezas terminaron-
qué rica y que buena está, ¿verdad? ¿Abro un champú? -¡Dale! -gritó la rubia que empezaba a sentirse suelta y
caliente, más por sí misma que por la coca. Fernando miró a Gonzalo -¡Gaita! Abríte un champú, en la heladera
hay dos o tres Dom Perignon y un par de Mumm, te dejo elegir aunque creo que sé cuál será la primera. Gonzalo
miró a Fer y le dijo seco: -No puedo ir, estoy mal. -¿Te sentó mal el faso? No me lo digas porque si no ya sé cómo
te vas a poner y… -No, no... Ni la blanca, solo soy yo, estoy reflexivo, y punto. -¿Reflexivo? -dijo Fer-, colgado,
será... Las chicas se rieron junto con el gesto que Fer hizo con la cara, como diciendo “es así de raro”, miró a
Gonzalo y le dijo: -Bueno bueno, mi amigo pensante, no se preocupe que Fernando es full service e irá en busca
de lo que beben los arcángeles... Champú del bueno. Fernando se fue hacia la cocina y la rubia miró a Gonzalo
fijo. -Che, gallego -le dijo cariñosa-, ¿por qué no te metes en el jacuzzi y me hablás un poquito con ese acento tan
dulce? Gonzalo sonrió. -Me encantaría, cielo -y lo dijo con su mejor acento español siendo dual y sintiéndose un
idiota-, pero no me encuentro bien, así que me voy. -¿Te vas? ¿En serio?, justo ahora que nos animamos...
quedáte un ratito mas... -dijo sensual, como una prostituta de lujo- dale, vení que te cuento una cosa... -No niñas,
gracias -dijo Gonzalo, muy cortante-, díganle a Fernando que me he ido, no me encuentro bien, ya os lo he dicho.
Se puso de pie, y se largó sin más, sin esperar respuesta, sin escuchar si le hablaban, y sin reparar en Fernando.
Las amigas de Fer se miraron y se rieron. -¿Qué tipo raro, no? -dijo la rubia. -Se habrá asustado el gallego -dijo la
otra restando importancia mientras acariciaba el pelo de la rubia- o estaría mal -agregó, y se le acercó dándole un
beso tierno en la mejilla. La rubia sonrió complaciente y se quitó la ropa interior que llevaba. Giró tiernamente
pero algo rápido a su compañera y le dijo: -Relajáte un poco, voy a hacerte un masajecito. Fernando se acercó con
el champagne al jacuzzi y las amigas le dijeron casi a dúo: -El gallego se fue, mmmmm, creo que se asustó -y se
rieron. -¿De ustedes? -dijo Fer- yo también les tengo miedo -y sonrió. -¡Pero es que se fue! -dijo la rubia como

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suplicante y deseosa. Fernando, sin inmutarse dijo: -No importa, es así de raro, además conmigo sobra ¿no? Y se
metió vestido al jacuzzi, mientras regaba a las señoritas con champagne.

28. 28. Gonzalo y España


Gonzalo fue a casa de Fernando, quería contarle por qué se iba a Madrid, aparentemente de improviso. La
amistad, si bien era rara, había crecido muy rápido. Fernando era la ambigüedad total y absurda que Gonzalo
veía. Al llegar a la puerta de su apartamento, Fernando le abrió sonriente. -¡Qué pasa, muñeco! ¿Te vas al reino
de España y venís a despedirte? Gonzalo sonrió, entró y se sentó en un sofá. El apartamento estaba impecable. -
Qué ordenadito que sos. -No creas, vino la muchacha... mi muchachilla… si no, esto sería un quilombo. Gonzalo lo
miró y sonrió. - Pues sí, me voy un tiempo, otra vez, aunque sin ganas. Tengo un par de asuntos que arreglar. -No
me cuentes -dijo Fer- prefiero saber otra cosa. Total... vas a volver ¿no? Gonzalo asintió con la cabeza. -¿Por qué
te volviste de España? -preguntó Fer mientras iba hacia la cocina. Gonzalo se rio. Miró a Fernando pensativo. -Vos
también te volviste, así que seguro lo sabés. -No creas... cada uno tiene sus motivos. -Sí, sí, -dijo Gonzalo- es
cierto... me volví porque no me adapte a algunas cosas nimias... como decirlo... básicas. -No te entiendo. -Te lo
cuento, y te será familiar... -Gonzalo se acomodó en el sofá y tomó un trago de la Seven up que Fernando le había
traído. -Lo primero que sentí al llegar a Madrid, fue sensación de estar en casa. Todo me era muy familiar, aunque
fuera estéticamente algo diferente. Venía de Londres, altiva y mixta, alucinante y notable, especial, desgraciada y
brillante... Y había llegado a Madrid después de un peregrinar por Austria, Suiza, Holanda y Alemania. Y lo primero
que noté al entrar en el metro, fue el olor. El olor a falta de higiene, a “esta semana no me toca”. Una vez en la
calle, lo que más me corroía por dentro había sido el trayecto en Metro desde el aeropuerto hasta Sol. Cuanta
más gente subía al metro, más denso y rancio se ponía, y no había ningún inmigrante, era el año mil novecientos
noventa y cuatro y Madrid estaba lleno de españoles. A la hora de andar por el centro me pregunté: -¿Esto es
Europa? Fernando miró a Gonzalo y asintió con la cabeza. -Claro, mi visión era la típica de un argentino de pura
cepa, lo que significa modestia aparte intencionadísimo crisol de razas, sangre ítalo-española, con la herencia de
sus peores defectos de antaño y la viveza que da al alma el tener que emigrar, como habían hecho mis
tatarabuelos. Era un argentino de buena familia de clase media acomodada y colegio salesiano, club de rugby,
esquí, equitación, tres meses de vacaciones lejos de casa... Fernando intuía algunas cosas que le estaba relatando
por la educación y los modales que tenía Gonzalo y otras las sabía por su propia boca, aunque no dejaba de
parecerle un poco soberbio. Gonzalo prosiguió: -Estaba en Madrid y ya no daba crédito de lo que vi al llegar,
¡imagináte a la semana!... He de reconocer que era un poco idiota, pero alucinaba con los departamentos sin
ascensor y con las garrafas de gas... no tenían gas de red... ¡usaban garrafas! a las que llamaban bombonas de
butano... Fernando sonreía en su propio recuerdo. -No sabés cómo aluciné con los mercadillos callejeros... y con
los viajes en autobús, donde además de intercambiar olor, la gente hablaba entre ella, sin conocerse pero con
familiaridad de años. -Qué... ¿me vas a decir que viajabas en colectivo?... -interrumpió Fernando. -Y sí, boludo, es
la mejor forma de recorrer una ciudad e integrarte un poco con sus habitantes. -Es verdad, es verdad...
estrictamente cierto aunque... -Además -interrumpió Gonzalo- fui descubriendo con el paso de los días, que la
vida social se desarrollaba en los bares, donde además de seguir intercambiando el olor, también canjeaban
carcajadas mientras engullían tapas y tiraban todo al suelo... -Fernando comenzó a asentir dándole toda la razón.
Él tampoco daba crédito a que los escarbadientes las servilletas, los carozos de aceituna los restitos de pan, las
colillas de los cigarrillos, las cajas de fósforos, los fósforos, las cáscaras de los maníes se tirasen en el suelo. Todas
las tabernas, tascas, bares, y similares estaban alfombrados de la misma basura. Eso sí, bañarse no se bañaban
pero al otro día los suelos estaban barridos. Fernando se empezó a reír. -No te rías, bolas, que es así. -Sí -dijo Fer-,
por eso me rio. -¿Sabés qué? -dijo Gonzalo-, luego con el paso de los años preferí mil veces, millones de veces a
Madrid que a Barcelona, lugar donde descubrí que también subiendo al metro o al autobús podía sufrir el
insoportable insulto de la falta de higiene... cosa que luego asumí como un hecho cultural. -¡No seas hijo de puta!
-dijo Fernando mientras soltaba una carcajada- Un hecho cultural... -Sí, no sé... enraizado en su cultura, por
memoria de hambre y de frío... no sé, falta de agua corriente... qué se yo... -Eso sí, por lo menos en Madrid te
hablaban en castellano y fundamentalmente te sonreían -agregó Fernando. -¿Ves que no soy el único? -dijo
Gonzalo- ¿a que es cierto? -Recontra cierto. Yo también note un dato llamativo y me vas a dar la razón: si te
escuchaban hablar en argentino, despertabas dos reacciones que jamás se acercaban a la indiferencia. Amor u
odio. No encontré término medio. ¿Verdad? -Verdad -dijo Gonzalo y perdió la vista- ¿Y con las minas? -¡Uh!... eso
era escandaloso, -y se rio de su propia ironía- por la noche si salía por algún bar de copas, podía disfrutar de un
trago y bailar un rato con alguna galleguita que derretida por el dulzor y la labia argentina siempre me insinuaba

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algún encuentro más cercano... y al principio caí, pero era difícil el tema. -¡Imposible! -certificó Gonzalo-. Si tienen
así de mugrosa la cabeza, cómo tendrán el culo. Fer asintió con la cabeza entre risas y dijo: -mejor no te lo
cuento... no es que de noche no oliera, pero si estaba medio en pedo... y algo arreglado... en fin... Dios mío… ¡qué
horror! Claro que había excepciones, pero eran excepciones. Además en un país en donde no existe ese elemento
tan útil y regocijante como el bidet, hasta las excepciones eran dudosas. -¿Viste boludo? No hay bidets, es
alucinante... -¿Sabés? -dijo Fernando- No te cuento cuál fue mi desesperación al descubrir que las mujeres no se
depilaban... No sólo no se depilaban las ingles, con lo que se agradece el bigotito sino que tampoco los sobacos. -
¿Y me estás preguntando por qué me volví? -dijo Gonzalo sonriendo- Si te pasó lo mismo que a mí... Fernando
sonrió: -Bueno, bueno, te entiendo, pero es que yo volví por otra cosa...

29. 29. Fernando, el creativo


Fernando tenía necesidad de parar, pero no podía. El vicio le encantaba y mientras pudiera disfrutarlo sin romper
las normas de buena costumbre y educación, lo seguiría haciendo. No era adicto, no. Simplemente un vicioso al
que con unas copitas y algo de coca le iba la marcha hasta que no se pudiera mover. Pero a su vez, era muy
responsable con su trabajo y sus cosas. No derrochaba el dinero, malgastaba sin pasarse a su buen entender, cosa
incierta cuando ya la bebida y la merca le tocaban el centro cerebral de la generosidad. Se planteó volver a viajar
a España, allí lo había pasado bien cuando sus padres aún vivían y le hacían de colchón ante las caídas. Siempre su
madre le había protegido y a escondidas de su padre le daba dinero. Pensó en voz alta: -Mamá, soy un desastre,
pero casi nadie lo sabe... te extraño mucho mamá... Le quedaba aún bastante dinero ahorrado y algo heredado y
Gonzalo se iba a España y... -¿Por qué no? Puedo volver a vivir alguna aventurita por allí, que me alejen de esta
mierda en la que me estoy metiendo... -Se miró al espejo y se rio de él mismo-. A quién querés engañar,
Fernandito... ¿a quién? Si sos más vicioso que obispo joven... además, mamá ya no está para creerte. -Agarró el
teléfono y llamó a Gonzalo con número oculto. -¿Hola? -dijo la voz familiar de Gonza. -Buenos días, señor -dijo Fer
impostando la voz-. Soy el reverendo Pedro Gutiérrez de la asociación de ayuda a los niños discapacitados de la
zona oeste de la capital. Querría hablar con el Doctor Gonzalo Peña -Sí -dijo Gonzalo algo ofuscado-, soy yo. -Muy
bien, encantado, aunque ya nos conocemos. En el año mil novecientos noventa y tres coincidimos en una reunión
casual donde usted me comentó su interés por esta rama benéfica que yo dirijo y querría saber si usted sería tan
amable de darnos una ayuda... digamos no material, colaborando en una charla ad honorem en la universidad de
Buenos Aires, allí donde usted se formó. El Doctor Martínez nos ha hablado maravillosamente de usted, tanto de
su época de estudiante como de su actual desempeño como profesional. -Mmmm, podría ser, pero soy un
hombre algo ocupado. Además no le recuerdo.... ¿mil novecientos noventa y tres? -Sí, exacto aunque no creo que
tenga importancia la fecha, pero sí el motivo de mi llamada... como se trata de niños enfermos... además ya
sabemos que usted esta ocupadísimo, que ostenta un lugar importante en nuestra sociedad, y en la sociedad
médica, por eso le llamo. Nos hemos tomado el atrevimiento de hablar con su colega, como ya le dije, el Doctor
Martínez, quien muestra respeto y admiración por usted. Además nos recomendó a su compañero, el Doctor
Finkelstein, para otro tema que nos interesa, y a pesar de que no profesa nuestra religión, ha aceptado de buen
grado intervenir. -¿Cuándo sería? -interrogó Gonzalo para intentar librarse del tema relacionado con la curia. -La
fecha la pone usted, Doctor, a su comodidad. -Ah... qué bien... -dijo Gonzalo buscando salida-. En fin, si me deja
su número le llamaré y le daré una fecha. -Perfecto, Doctor. Lo tomo como un sí. Ha de saber que al final de la
reunión se entregarán chupetines, helados, y juguetes a los niños. -Ajá, muy oportuno... -Quisiera decirle además
-interrumpió Fernando-, que el tema a desarrollar versa sobre las dificultades técnicas que presenta cada
discapacidad en la adolescencia, para poder realizar el acto una vez que se despiertan las hormonas del pecado...
es decir... -¿Cómo? -dijo Gonzalo-, ¿pero qué dice? -Sí, Doctor, permítame explicarle: en nuestra comunidad hay
diversos tipos de discapacidad, físicas y mentales, en diversos grados, aunque nos abocamos a los más graves y
profundos. Digamos que hay muchos con aspecto algo duro, en fin, que se babean y se orinan y defecan encima,
son incontinentes. ¡Y no sabe lo que es un síndrome de down grado tres cuando se despierta al sexo! ¡Un
tormento! Tenemos unos doce entre ambos sexos, todos en edades conflictivas, que parecen demonios en celo.
Además se han abusado de una jovencita que dada sus limitaciones físicas debe reposar en posición genupectoral
y parece que eso a los mongólicos los pone a mil. Hay uno que tiene un miembro viril enorme... Y Fernando se
quedó callado, esperando respuesta. Gonzalo sospechaba que era una broma patética pero dado los datos y
nombres de sus colegas que el supuesto cura le había dado dudaba un poco. -Perdone usted, reverendo, pero
esto que me cuenta me parece una broma de muy mal gusto, así que le voy a cortar. -¡Un momento! -gritó
Fernando-, ¿cree usted que este puede ser un tema de broma? ¿Cómo se le ocurre semejante cosa? -y prosiguió a

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voz alzada-. Los adolescentes de nuestra institución sufren el despertar sexual, con perdón de la palabra, como
una tormenta incontrolable de lujuria y pasión que debemos reprimir. Sin ir más lejos la semana pasada se
organizó una orgía espontánea entre estos pobres seres que parecía un aquelarre, entre los pañales cagados, las
sillas de ruedas, las babas y las distrofias... y el pobre padre Mario fue violado mientras intentaba separar a estos
engendros del demonio con la manguera de incendio, que tiene bastante presión, pero no la suficiente como para
detener al deseo en manos de un discapacitado musculoso y viril como lo son algunos de ellos, en especial el
down del miembro descomunal, que estaba dándole sin piedad a un niño anencefálico de unos treinta y ocho
kilos de peso. -¿Y Fernando dónde estaba en ese momento? -preguntó Gonzalo. -Ese degenerado fue el que violó
al padre Mario, mientras una paralítica cerebral le hacía un pete a un disminuido psíquico de unos… -Pará, ¡pará
enfermo! Estás muy mal de la cabeza. -No… solo soy creativo. -Qué querés, Fernando -preguntó Gonzalo enojado-
, estás pasado de vueltas. -Che, no seas así, era una broma. -Con esas cosas no se bromea -sentenció Gonzalo-.
Creo que vos no entendés nada acerca del sufrimiento humano. -Lo siento, perdonáme, a veces soy algo
desubicado... Me voy a España con vos, si es que esta broma no lo impide... discúlpame -dijo Fernando algo
acongojado. -No sé qué decirte, me ponés de mal humor. -Ya se te pasará cuando nos veamos... si vos te cagas de
risa conmigo. No te hagas el duro, que nos vamos a la madre patria. -Bueno Fer, te dejo. Mañana hablamos. -Oca.
¿Antes o después de tu charla? Digo... el reverendo cuenta con vos. Gonzalo cortó el teléfono, Fernando se reía a
carcajadas de sus ocurrencias, mientras las veía reflejadas en su mente. -Creo que se enojó –dijo y se miró al
espejo- ¿Qué tiene de malo pensar estas pelotudeces?

30. 30. Hasta pronto


Fernando se iba de vuelta a España. -En los últimos meses nos hemos desbandado un poco, sin ser dañino -se
repetía mirándose al espejo. Tenía sus permanentes conflictos internos entre lo que él pensaba era una manera
de vivir más a full la historia de su propia vida. En Europa había dejado a sus fieles, como él mismo las llamaba.
Tenía algunas amigas que adoraban su manera de ser y su aspecto. Era un argentino fachero y eso dejaba marca.
Pensó en Micaela... lo había seguido desde España... Era la más fiel... pero si bien al principio no le interesaba
tanto, luego... tal vez por la entregada sumisión o porque lo cuidaba o ¿por amor?, se había ido haciendo adicto a
su manera a la relación que mantenían. Y al final, las cosas se habían sucedido en su interior de tal forma que
Fernando entendía que amaba a Micaela, aunque no pudiera explicarlo. Era un amor extraño, donde él había
llevado las riendas y donde creía que alguna vez le podría haber hecho daño. Y si era así, Fernando no quería
dañarla más. Se iba a España y dejaba a Micaela en Argentina, sin darle chance a que volviera con él. La dejaba
cuidándole la casa, esperándolo. Y sí, es cierto que era ambiguo su pensar... Se sentía un poco hijo de puta. Fue a
su casa. Tocó el timbre a pesar de tener llaves y ella le abrió con sonrisas. Micaela notó en la cara de Fernando
algo raro. Fernando casi no le prestó atención, se sentó en el sofá, y encendió un porro. Dejó caer su bolso en el
suelo y algunas cosas se desparramaron, pero no se preocupó en lo más mínimo. Frenó con un ademán el instinto
de Micaela por recogerlas. Miró a Micaela, caló hondo un par de veces y sin mediar palabra le dijo: -Es así,
Micaela. La vida es así de compleja. Pisamos tierra y nunca sabemos con qué y con quién jugamos, no conocemos
las reglas y los interlocutores entienden cosas diferentes cuando decimos lo mismo. Me gustaría poder hacértelo
entender, pero a veces dudo entre que seas demasiado buena, sin maldad, o demasiado idiota. Micaela lo miró
más que confusa, y se sentó frente a él sin decir palabra. -Nunca conseguí entender qué es lo que pasa por tu
interior, y creo que estas vacía, tan vacía y hueca que me aterra. Lo peor es que te adoro, con locura, pero no
puedo más. No sé por qué. Me encanta saber que estás, que me esperás, que te adelantás a lo que quiero, que
me cuidás, que te ocupás de mí, que me cocinás y que pensás en mí todo el tiempo. Me encanta pensar que has
cambiado y que sos una mujer. Y me encanta que me hayas seguido en mis locuras y delirios, creo que por amor.
Y que te hayas quedado en Argentina por amor a mí. Pero no puedo más. No sé por qué, no tiene explicación. Tal
vez porque te merecés algo mejor que yo. Y sé que tal vez para vos soy todo lo querés, pero es que comparás
entre la mierda que tuviste, y obviamente salgo bien parado. Pero hay mejores cosas que yo. Micaela, lloraba en
silencio, con lágrimas enormes, con mueca de llanto, con dolor. -No llorés mi vida, no llores mi amor, no vale la
pena... no llores, por Dios... no llores. Solo te digo que me voy, que no puedo más, que estaré pero no siempre, y
que sos libre... a ver qué cagada te mandás... o a ver si haces algo bien en tu vida... Yo te elegí, quería que fueras
mía y mira si lo sos. Fernando hizo un breve silencio, y sintió que internamente algo se le rompía. -No te digo que
no te ame... te amo con locura y te deseo, y te deseo el bien y lo mejor. Por eso me voy, y sabés que es cierto.
Pero sabés que me voy un tiempito porque te amo... Micaela lloraba aún más, con igual mueca pero con más
lágrimas. Fernando se acercó y la abrazó, con todo el dolor de quien pierde lo que más ama, con un amor

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superlativo, con el amor del que se sacrifica por redimir a otros. Era precisamente lo que Fernando sentía en ese
instante.... Micaela susurraba entre llanto y moco, suplicaba, se lo pedía por favor. Sabía que Fernando la dejaba
porque la amaba, y no entendía un carajo de lo que estaba pasando, como siempre, pero sabía que ese hombre la
había amado como jamás nadie en toda su vida... lo otro eran detalles. Pero igual, sintiéndose idiota, preguntó: -
¿hay otra? Fernando sonrió. -No mi vida, por Dios, no entendés nada. No hay nadie que pueda interponerse entre
lo nuestro, es imposible, y lo sabés aunque dudes. Me voy de tu lado, y me voy de viaje, la distancia hará las cosas
más fáciles. No quiero ponerme místico, pero lo que siento es que tengo el alma hecha un estropajo, como
cercana a una muerte casual, sin motivo más que el propio vaciamiento de su energía vital, de amor, del sublime
amor que siento y que quiero ver salir de mí para que crezca en tu corazón y en tu propia alma... Mi vida, salváte
y aceptá lo que te digo. No me supliques, no te sacrifiques más. Estoy perdido y no quiero arrastrarte, ahora que
vos te encontraste. ¿Entendés, mi cielo? Sé que no querés perderme, y sé que no querés que me pase nada, pero
no te sacrifiques más por mí, no desperdicies tu hermosa vida por este desgraciado que lo único que hizo fue
amarte y arrastrarte por su propio fango, y al que vos has seguido por amor. Y aunque sé que lo hubieras hecho
por cualquiera, pues me tocó a mí, y por eso me consuelo y te redimo. Fernando se apartó de Micaela, juntó sus
cosas y se puso los zapatos, sin decir palabra. Micaela lo seguía con la mirada nublada por las lágrimas,
intentando retener la última imagen de Fernando. Fernando abrió la puerta, la miró rápido y corto, a los ojos,
sonrió sin sonreír, y sintió que el corazón se le hundía para siempre, y se sintió morir. Cerró la puerta, y se fue sin
mirar atrás, pero con las ganas perforándole la nuca. Micaela lloraba, con todas sus fuerzas, con todo su dolor,
con todas sus muecas, con todos sus gritos. Había aprendido a llorar.

31. 31. Hartazgo


Gonzalo estaba sumido en la desesperación del cambio que había sufrido desde que había conocido a Micaela y
por supuesto, a Fernando. Se iba de viaje a España, y con Fernando. Era como inaudito pensarlo, porque se había
acercado a él por Micaela, para hacer justicia y ahora estaba tan confundido de sus dobles sentimientos que no
sabía qué decir, aunque sí qué hacer. Se iba con Fernando, aquel tipo que supuestamente tanto daño le había
hecho a ella, o eso al menos él había creído. Micaela no terminaba de ser transparente para él. Era ambigua,
rodeada a veces de un impenetrable mutismo que él no sabía si era volitivo. Veía en ella a dos personas
diferentes, pero solo miraba a una, a la que él había querido rescatar. Miró fijo a Micaela, sin saber bien que
decirle, aunque tenía claro el final de lo que sería su charla. Micaela lo miró a los ojos, le sonrió como con tristeza
y le dijo: -Te veo raro, indiferente, desde hace un tiempo. Gonzalo fue más que contundente al empezar,
soberbio... -Ni la indiferencia, ni la abulia son parte del sentimiento. Es solo hartazgo. No sé de qué, simplemente
hartazgo... de todo, como un sentimiento de plenitud que sobrepasa la saciedad. Es hartazgo vital. Supera al
cansancio, al agotamiento. Se llama hartazgo, en mí. Pleno, sobredimensionado, extremo -Gonzalo hablaba como
si estuviera solo-. Lo difícil, es saber qué hacer con él... lo importante en sí no es sentirlo, sino saber qué curso
darle, a dónde colgarlo, qué muerto adjudicarle... no sé, qué hacer con él. Monologaba mientras ella solo lo
miraba con angustia disimulada. -Me llega de repente y se instala, Micaela, sin preguntar, sin ser bienvenido, ni
siquiera sin decir: “guarda flaco, soy el hartazgo que llego y me quedo un tiempo para que me recuerdes...”-. No
se detenía a pensar. Solo hablaba. -Y allí empieza lo peor... se acomoda y comienza a soltar su verborragia
interminable, en forma de lista... sí, de lista... y me lista todo desde el primer día, y claro, estoy harto, y le doy la
razón, y entonces se queda cómodo, radiante y triunfal. Se queda el muy hijo de puta, y se aferra como un león a
su presa medio muerta y goza, al ver que sí... que gana. Micaela empezaba a no poder disimular más y sus ojos se
llenaron de lágrimas. Desinteresado por el estado de Micaela prosiguió: -Al ver que estoy harto de todo, pero
fundamentalmente de pisar tierra, de la realidad, que es tan dura y tan cruda, de la realidad, del mundo, y de
pisar tierra... gana. El hartazgo, gana… Estoy harto de todo. Me gustaría redimirte. Pero no sé si puedo. Estoy
agotado. Micaela no dejaba de llorar. Había sentido que Gonzalo la amaba, que quería ayudarla... Nadie, en toda
su vida la había amado así, salvo Fernando. Nadie la había cuidado tanto, nunca la habían hecho sentir mujer de la
manera en que Gonzalo lo había hecho... jamás había pensado que ella iba a cambiar. Su vida había sido tan vacía
y estúpida... y ahora, que había encontrado el amor de Gonzalo, se le desvanecía. Amaba a Gonzalo, o eso creía...
Amaba a Fernando, o eso creía. Los amaba a ambos, se complementaban. Gonzalo la miró y reaccionó por un
instante: -No llores... No tiene sentido que llores. No te estoy diciendo nada más que estoy harto y que me parece
que no puedo hacer mucho más por vos y menos si me marcho un tiempo. Creo que tenés que empezar a vivir
una vida propia, con altura y seriedad. No te estoy diciendo que no te quiero. Micaela no podía dejar de llorar,
como ella lloraba, en silencio, con lágrimas hondas... en silencio, pero con mueca de pena profunda, eterna. La

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dejaba, Gonzalo también la dejaba. Gonzalo se acercó y la abrazó con fuerza. -Me voy de viaje, un tiempo. No
pasa nada. Necesito volver a estar lejos y nada más. No es por vos. Es por todo, por mi vida, porque aun no sé
quién soy... no sé... Micaela sonrió con lágrimas en los ojos. Sintió el abrazo tibio y se sintió protegida a pesar del
abandono. Gonzalo se iba de viaje, también se iba de viaje... Él la apretó contra su pecho y luego la separó
dulcemente. La miró a los ojos, con ternura. -Creo, Micaela, que cada uno debe hacerse cargo de sus propias
cosas. A veces intento ayudar, desde mi perspectiva, pero descubro que no tiene mucho sentido. Cada uno sabe
lo que debe hacer. Sabés que te quiero mucho, pero me voy, y aunque regresaré, no sería bueno que paralices tu
vida. Sos joven, bonita... ¡qué digo!, preciosa, y tenés derecho a vivir una vida plena. Micaela lloraba mientras lo
miraba, pero ya sin mueca de dolor o angustia, solo lloraba. Gonzalo le secó las lágrimas. - Escribíme, por mail,
quiero saber que estarás bien. Micaela lo miró seria. -Voy a esperarte, Gonzalo. -No, no me esperes... si me
esperás significará que no entendiste nada, que no has crecido, y además soy un excelente amigo, pero como
pareja, no soy ni seré nunca un tipo recomendable.

32. 32. Juntos a España


Antes de salir de casa, Gonzalo miró todas las ventanas y comprobó los picaportes, cerró los armarios, controló
las canillas, y se cercioró que todo estuviera en orden, para poder viajar con la seguridad de que no dejaba nada
fuera de control. Era un obsesivo, pero eso le daba tranquilidad. Fernando dejó todo desordenado, como
siempre, total sabía que Micaela ordenaría y limpiaría la casa. Buscó preservativos y salió de casa cerrando la
puerta sin revisar ni controlar nada. Gonzalo volvió sobre sus pasos y probó si había echado llave. Se marcho casi
tranquilo. El taxista que llevó a Fernando al aeropuerto era algo especial. Tenía el coche de punta en blanco, con
adornos entre místicos y ordinarios, amuletos de la suerte y grasadas varias, pero todo en su justa medida. En los
laterales traseros tenía pintados unos dados, un cinco y un dos. -Siete -dijo Fer al subir, y agregó- a Ezeiza, por
favor... Buen día. -¿Al aeropuerto? -preguntó afirmando el joven conductor, que no llegaba a los veinticuatro años
de edad, de tupido pelo negro y barba prolija de skater rapero, adornado con un par de piercings. Tenía ojos muy
vitales. -Sí, sí... -confirmó Fernando- lindo taxi... ¿es nuevo? -dijo algo irónico y pueril. -Sí, mostro. Me la rompí
para comprarlo. Lo ´stoy pagando todavía, pero hay laburo y la cosa tira bocha, va re liso. -Me gustan los adornos
-comento Fer-, tenés cosas especiales... -Creo mucho en esto ¿sabés? y lo tengo así, joya... para la buena suerte.
Es duro salir del aflús. Mi viejo siempre fue re alarife y me echó soga con esto, aunque no labura porque esta
patrás... la salú. Fumó como un sapo toda la vida y ahora respira por gracia `e Dio... conectado a un tubo. Tenía un
lunfardo entre muy antiguo, casi arcaico y modernoso al mismo tiempo que fascinó a Fernando, y empezó a
querer escucharlo hablar. En ese preciso instante, por en medio de la calle se cruzó por delante del taxi una joven
con un chango de bebé, que obligó al taxista a pegar una frenada ruidosa. Sin inmutarse, el joven conductor abrió
la ventanilla y le gritó: -¡Conchatumadre pelotuda, la puta que te parió forra del orto, puta mal cogida! -y mirando
a Fer por el retrovisor le dice- ¿la viste?, ¿viste qué hija de puta? -Bueno... -dijo Fernando intentando calmarlo. -
¡Qué “bueno”! ¡Esta es una forra que se cree la madre de América y que usa al jopende de escudo!, este ispa está
lleno de estas mogólicas... habría que matarles al chico por pelotudas, qué se creen que son... después vas en
cana porque se te cruzó una puta de estas... ¡las madres de América! No sabés las que paso en este laburo.
Fernando asintió con la cabeza sonriendo encantado, dándole gestualmente la razón. -¡Che!, hermano ¿no es
peligroso el laburo?... andar así, por la yeca, subiendo desconocidos... -estimuló Fernando al muchacho. -¡Por eso
los amuletos! Yo no soy ningún bacán, y si me pasa algo estoy en el horno. Además soy buena gente... no soy re
sorete, me rompo bien el ocote para que venga un chabón a querer entreverarse... ¿entendés?... Y yo nunca
entregué el rosquete, así que entro a la cancha sabiendo que puede venir un quía punga a chafarme. Se creen que
somos todos iguales... y que a mí el tacho me lo regalaron por mi jeta... ¡te juro que lo re agujereo!, lo lleno de
plomo al hijo de puta. ¿Quiénes son para querer joderme la vida, loco? Si yo soy re laburante… Y si estira la jeta,
lo tiene por meterse conmigo, que soy re de ley, y ningún ortiba... -Pero... no entiendo, ¿Cómo que lo llenás de
plomo? -Tengo un bufoso ¿sabes fierita?, siempre voy calzado. -¿Calzado? -dijo Fer, más preocupado que curioso.
-Sí, llevo un fierro, carga ocho y una en la recámara, pero no soy ningún zarpado. Acá la cosa está re jodida, está
que arde... qué digo... se fue todo al joraca y no hay respeto por el laburante... Antes nadie afanaba a los mayores
y ahora revientan a los viejos a cazotes para que le digan donde tienen la mosca, que capaz que son veinte
mangos.... son todos uno zarpados del orto y te meten plomo por dos pesos. Yo igual los juno de lejos, y si no me
gusta el boncha no paro y si no le gusta que se vaya a la conchasumadre. Y que frunza el hocico me da igual. Soy
re legal y no me vas a venir a mí con boludeces. Acá en la yeca esta todo re mal, te revientan por nada unos
pendejos re villa. Se meten “PACO” y te buscan la hebra para garcarte mal, y después te requeman. Son re sorete

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fierita, yo sé de lo que te chamuyo, tengo la posta, loco... y si lo tengo que quemar te re juro que lo quemo...
Fernando hizo silencio, y lo miró con un poco de ternura y compasión, impresionado por la sinceridad justiciera
del tachero. -Te entiendo, -le dijo- tenés razón. El taxista lo miró por el retrovisor y le sonrió -¿A dónde te vas,
mostro? -A España. -¿Posta?, ¿a vivir?... ¿ves?, los que pueden se rajan porque acá hay una malaria de la concha
de la lora, y son todo corrupto, así es que ´stamo en la lona... -el chófer miraba a Fernando por el retrovisor y se
sentía contento de poder hablar de la vida-. Yo no me voy ni drogado - le dijo a Fer haciendo gesto de pala.
Fernando sonrió. -Se te ve... y si... yo me voy a España. -A mí no me va irme lejos, no puedo dejar el barrio, loco...
los amigos, el asado... ¡la cancha los domingos! Soy del marrón ¿sabes? ¡Aguante Platense, loco!... no sé, no
entiendo la vida sin todo eso -y canturreó- de Saavedra vengo, maso pedo tengo… -A mí no me jode mucho -dijo
Fer sabiendo que no era del todo verdad. -Bueeeno... si no te hacés drama, sos un tipo con suerte... España... qué
lugar, que gente... ahí está todo bien... las cosas funcionan y no hay miseria... eso sí, de fulbo no saben un sorete.
Son de madera los gallegos... ¿Sabés? hace unos días lleve a un tipo desde San Isidro hasta el centro, al hotel ese
re cajeta que esta frente al rulo. El turro, era re educado y había venido acá a comprar tierras. Era político en su
pueblo, y alcalde, y parece que la cosa le iba chiche bombón, porque había comprado campos y departamentos y
no sé qué más... ¡tenía un Rolando de oro! se ve que garpan re bien allá. Y el loco se vino a invertir acá... ¡están
rempedo!, no saben que esto es una garcha. ¿Y sabes qué?... me quería dar cátedra de fulbo, y lo maté
preguntándole si en sus equipos había algún español que jugara, o si solo los ponían para completar los once. Y
me cambió de tema, así re soberbio el forro y me dijo que acá todo le salía re tobara. Compró tierra el gilazo ese...
¿no saben que esto es una poronga? -Sí, lo saben, pero si hay negocio se meten de cabeza -dijo Fernando- ¿No
sabés que son los responsables de la quiebra de Aerolíneas, Telefónica y que se yo cuánta empresa más que
compraron en la época de Carlos Saúl para llevarse la guita? -¡Por eso les va bien a los gallegos del orto! porque
nos afanaron como a los chicos, nos re acostaron como a camuca paraguaya... pero son buena gente, -dijo el
taxista, con esa rara nostalgia europea que tienen todos los que descienden de familias venidas del viejo mundo,
digamos casi todos los argentinos. -No creas, -dijo Fernando- no creas... no son lo que nosotros creemos... aunque
acá se los re quiere y respeta, somos así de pelotudos los argentinos... Allá nos odian... creo que porque somos
una feroz competencia con todas las de ganar... en la vida diaria, en lo laboral, en la creatividad, y
fundamentalmente con las minas... Fernando colgó la mirada en el espejo y el taxista le sonrió por el retrovisor. -
Me voy a España con un amigo que vivió allá mucho tiempo. Él seguro que se vuelve... yo no sé. -No volvás a este
ispa de mierda -dijo el taxista sonando contradictorio con su amor confeso por la propia tierra, como suenan y
sienten todos los argentinos. -Todo es un quilombo y esta patrás. Si podés abrirte cancha dale masa, master. Es re
papa, loco, papuza... re pulenta. Además que vos tenés pinta de re langa te vas a comer cada bombón... Fernando
entendía la dualidad de discurso del tachero porteño. Era igual a la de él, pero con distintos arraigos. -
¿Bombón?... tal vez... pero te cuento que no se saben lavar el culo. ¿Sabías que en España no hay bidet? -¡No me
camelees guaso! ¡Qué mandás fruta! ¡¿Cómo no va a haber bidet?! -Te lo juro... -dijo Fer. -¿Y los guachos no se
lavan el tujes? -Y las guachas tampoco, y no se depilan, aunque a base de ver argentinas van siguiendo su
limpísimo y adorado ejemplo... con lo que se agradece la almejita perfumada... qué cosita que son las
argentinas... -Son las mejores, posta te lo digo -sonrió el taxista-, igual yo no salí mucho, ¿viste? pero fuimos a
Curitiba una semana con los pibes de la brava y las mejores eran las nuestras, aunque las brazucas están re
buenas también. -Y no sabés cuánto mejores que las europeas -sonrió Fernando-. Conocí minas de todos lados,
pero como las de acá, no hay, y tengo la teoría de que las que se van a España es porque acá no les da bola nadie.
-¡Ja! -gritó el taxista- Qué buena esa... -Y no es que en España les den más bola, pero el acentito argentino les
facilita el trámite. Les encanta como hablamos. -¡Qué loco! a nosotros nos encanta el acento gallego... Y siguieron
hablando una sarta de trivialidades como si fueran amigos de toda la vida, con complicidad de gusto por las
mujeres y de winners natos, como los argentinos que se precien. El recorrido duró cincuenta minutos de
compartida charla entre risas y cuentitos cortos de Fernando que hacían reír al simpático justiciero al volante del
taxi de la suerte, con medalla de San Benito de Palermo incluida. Fernando se sintió re argentino, con orgullo
porteño y sabor a tango y mate. Sabía que algún día volvería, o no lo sabía, pero en ese momento creyó que sí...
Durante el viaje, no pensó en nada más, se entregó de lleno a la charla. Simplemente, disfrutó del viaje en taxi.
Gonzalo pidió un remise e indicó el destino por teléfono. A la hora exacta se subió al coche. -Buenos días. El
chofer respondió el saludo y preguntó: -¿Ezeiza, verdad? -Sí -dijo Gonzalo, y no volvió a articular palabra hasta la
llegada a destino. Durante el viaje revisó mentalmente paso por paso los últimos minutos previos a la salida de su
casa. Cada detalle, por si hubiera dejado algo sin controlar. Y pensó en que no quería irse, le gustaba estar en

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Argentina. Y aunque tenía la fecha de regreso fija, no dejó de amargarse un poco. Era inevitable para él, aunque
supiera ocultarlo.

33. 33. Siempre te espero


Micaela fue a casa de Femando. Tenía llaves de su casa aunque tenía prohibido ir sin avisar. Ella en cambio
siempre lo esperaba. Ya estaba repuesta de la última vez en que había estado con Fernando. Él la había dejado,
pero no sabía aún si era real. Le había dejado un mensaje en el contestador, pidiéndole que por favor se
encargara de ordenar un poco su casa y de ir, de vez en cuando, durante su ausencia. Al entrar al apartamento,
Micaela miró con resignación el estado apocalíptico de la situación. Todo parecía haber sido revuelto por un
maníaco, aunque eso sí, limpio estaba… bastante. La cocina necesitaba más aplicación, pero la limpieza no era
tanto el problema como el orden. Francamente se notaba que Fer había hecho las valijas en diez minutos, que no
se había llevado mucha ropa y que por lo visto no encontraba algo... Seguro que todo mientras el taxi esperaba
abajo... -Fernandito -dijo. Al ir hacia la habitación vio que por el pasillo había un reguero de ropa interior, calzado
y camisetas tiradas en el suelo. La habitación era el centro del estallido. El big bang. Micaela no podía entrar sin
tener que sortear cosas. La cama estaba en su sitio, pero el colchón no. Había libros esparcidos por doquier,
pelotas de tenis, hojas y carpetas, lápices, ganchos y clips, rotuladores, fotos, papeles, medicamentos, ceniceros
con porros, botellas de cerveza, dardos, naipes, y muchísima ropa. Micaela susurró: -Está loquísimo... Se dirigió al
baño y lo encontró algo mejor de lo que lo esperaba. Había dejado varias toallas húmedas en el suelo y las que
estaban sin usar las había puesto desordenadas dentro de un ropero de diseño especial para toallas. En la bacha
había un par de afeitadoras de hoja, cepillo de dientes y unos potes con crema para cara. La bañera tenía botellas
de champaña vacías. Micaela salió del baño y se asomó al cuarto contiguo. Respiró hondo, esa habitación estaba
casi normal. Volvió sobre sus pasos y empujó la puerta del baño que estaba impoluto. Micaela suspiró, Se acercó
a la puerta de calle y la cerró. Detrás de la puerta Fer había dejado una notita... Querida Micaela, Micaela mía:
Como verás deje todo hecho un quilombo, para preservar la costumbre. No me despedí personalmente porque
recordarás que hemos terminado... y como nos volveremos a ver tampoco lo creí necesario ni provechoso. En fin,
como me gusta decir... lo de siempre ¿no? Más de lo mismo... En unos meses vuelvo, no sé... algunos y sé que vas
a estar acá. Quiero contarte que me voy con un amigo... Es un tipazo, buena gente y educado... igual que yo. A ver
si nos contagiamos un poquito mutuamente... ¿Sabés?… he estado pensando y... el poder no está en decir que sí.
El verdadero poder, el único poder es decir que no. “Lo” no es el poder, decir que no, negarlo todo. No. No. No.
No. Micaela, ¡No! Tenés que aprender a decir que no. ¡No! Besos negados. Te los doy todos hoy. Te quiero
demasiado. Fernandiño de las Boleiras Turmiñhas Micaela sonrió. Dobló la carta y la guardó prolijamente en su
bolso. -Fernandito -dijo-. Mi amor... 104

34. 34. Ezeiza y a volar…


Fernando encontró a Gonzalo en Ezeiza, sentado en la puerta de embarque. -Hooola Gonzalito queridoooooo... -
dijo Fer meloso- nos vamos a España de jodaaaaaaa... -Y no tanto.... Qué haces, ¿todo bien? -Sí -dijo Fer-. Me tocó
un tachero que estaba hecho fruta de la cabeza, no sabés... -Justo, como vos. ¿Le contaste lo del reverendo? -Ya
te pedí perdón... ¡además no es para tanto, che! Si no te conté lo que paso en el baño con un cuatriamputado que
fue medio secuestrado por los down... -Uff, loco, empecemos bien el viaje, sin delirios ni zarpadas varias. -Okeyyy,
No te vi en la cola para los tickets... -aseveró en plan pregunta Fernando -Viajo en primera. -¿En primera, hijo de
puta? -¿Que tiene?, llego fresco, descansado... -Pero te rompen el culo con el precio... aunque me parece que no
te importa mucho. -No, para nada. -¿Y porque no estás en el salón VIP? -De ahí vengo. -Qué seriedad que
tenemos... en fin... Che Gonzalo, ¿sabes? En todo este tiempo en que nos hemos ido conociendo observé algunas
cosas, que claro, ahora con esto de que viajás en primera me han resurgido... no tiene nada que ver pero... -
Preguntá Fernando. -Pero que serioooo, cheeee...que nos vamos a Spain. -Dale che, estoy cansado... -Mirá,
siempre en los bares te sentás en un ángulo, y si no podés, buscás una mesa así como estratégica... nunca das la
espalda a la puerta, parece que quisieras controlarlo todo... mirás la disposición, las mesas, la barra, los baños y
no sé... -Qué tiene de raro. -No, nada, no sé, también mirás mucho las manos de las personas... -¿Y? -Qué se yo
Gonzalo, me parece raro. -Soy un poco obsesivo compulsivo, nada más, me gusta sentirme seguro. -Ah... bueno....
era una pregunta. Como a mí esas cosas me chupan un huevo... -Fernando lo empujó con el codo- ¡mirá esa
azafata! ¡Qué minón! Seguro que es la de primera... claro, la gordita me toca a mí, en animal class. -No seas
bestia... ¡animal class! -Sí, vamos como animales... y muchos lo son... Mirá a esos negros del orto que van a
España... seguro que nos juzgan a todos por esos... -Creo que hoy no es el día, Fernando ¿habré hecho bien en

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aceptar que vengas? -No te vas a arrepentir, te lo aseguro. Además somos libres. Viajamos separados,
dormiremos separados, y nos veremos cuando surja ¿era así? -Es así, Fernando -dijo Gonzalo categórico. -
Perfecto, así no me robás a las minitas como es tu costumbre... hijo de puta... te acordás que te llevaste a la
colorada que estaba buenísima de la isla ¿no? -Y era una estúpida inigualable. -Pero me contó un pajarito que no
hablaste mucho... ¿no? Yo tampoco hubiera hablado, solo le hubiera susurrado bestialidades. -Lo estoy
escuchando. -Moría la rojita por culearse a un gallego... como son las minas, parecen infradotadas... se van con un
tipo por el acento, sin desprestigiar tu percha. Gonzalo lo miró con una leve sonrisa de compromiso. Estaba de
humor serio, algo preocupado y molesto, pero en realidad Fernando no tenía nada que ver. No podía culparlo de
sus asuntos. Respiró hondo, y cambió el tono y el semblante. -Che Fer, cambiando de tema. En España tendré que
arreglar algunos quilombos con una empresa que había armado con unos gaitas... he tenido algunos reveses
económicos que tengo que ver si tienen solución... por eso estoy medio enroscado. No es con vos. Después de lo
del reverendo, cuando corté, estaba furioso, pero te confieso que en la ducha me dio gracia, aunque no es para
reírse. -Ya sé que no... ¿Sabés que les pegan en las manos para que no se pajeen todo el día? -Sí, lo sabía. -
Poresolosdownseraptaronalcuatriamputado y ledieronmasa... -dijo Fernando rápido y se empezó a reír a
carcajadas. -Estás de la gorra, ¿cómo se te puede ocurrir pensar en esas cosas? -interpeló Gonzalo. -Todo el
mundo lo piensa o lo puede pensar, pero no lo dicen. Queda feo. Lo que vos pensás o imaginás, también está en
la cabeza de los otros. Somos todos iguales. Lo que nos diferencia son las represiones... algunas mentales, otras
del instinto... las de mi instinto por ejemplo van híper reprimidas. ¿Sabés lo que sería yo si diera rienda suelta a lo
que pienso? Duro libre lo que un pedo en una canasta... -No lo dudo -dijo Gonzalo entrando en empatía con la
charla. -Che, Gonza... ¿sabes que España es el primer consumidor de drogas de Europa? -Sí, claro. Vos encantado.
-Mmmmmm tal vez, no sé. Son raritos en ese tema. Creo que la gente consume porque no sabe estar en el medio.
-¿Cómo? -preguntó Gonzalo más interesado aún por el cambio que iba tomando la conversación. -Sí, eso. O están
activos o son pajeros. No están en el medio. El medio es la felicidad, o eso creo. -Veo que estuviste leyendo
filosofía oriental... -intentó minimizar Gonzalo- Aunque para mí son re mediocres. -No seas así, Gonzarulo. A mí
me hace feliz estar en el medio, no ser una cosa ni la otra, ni derecha ni izquierda, ni coblan ni grone. -Uh, Fer, me
suena a planteo gay... mirá, allá hay un trolazo peninsular al que le podés contar la peli... -Estoy hablando en
serio, y los hombres no me gustan... te hablo de trascender los extremos. Te hablo de no ser pasivo ni tratar de
serlo, cosa francamente peor, porque... ¿cómo haces para tratar de ser pasivo? ¿No? El tratar implica esfuerzo...
te hablo de no ser activo todo el rato, te hablo del equilibrio.... -¿Fumaste hoy? -preguntó Gonzalo con sorna pero
intrigado por el diálogo. -Dejálo, pensé que podíamos hablar un poco en serio. -Pará, pará, no pasa nada, es que
vos siempre.... -Sí, lo sé, estoy jodiendo... en fin, pero ¿ves? Luego me paso al otro extremo, me pongo místico... y
no me paro en el medio... o sí ¿a vos qué te parece? -Vos sos un extremista, o eso he visto. Descontrol total y
luego muerte sin resurrección posible. Joda y bromas y luego San Fernando de las loas a las castañuelas sibaritas.
-Esa me gustó... qué buena... creativa... y sí, es cierto, es verdad... Pero, el medio me ha hecho feliz. -¿Y algunas
fuiste capaz? Digo, de situarte en el medio... es algo complicado... -Seguro que no como vos -dijo Fernando- vos
podés situarte en el medio. A veces te admiro por esto. -¿Y vos qué sabes? En realidad... -Gonzalo se detuvo, iba a
decir que no se conocían, pero era Fernando a su parecer, quien no sabía nada de su doble vida, y él sí sabía de la
de Fernando, o al menos creía estar seguro de saberla. -No sé, -dijo Fer- me parece... a veces en algunas
situaciones estás como a full, pero tu mente pareciera relajada... lo veo en tu mirada, y en la forma que tenés de
accionar, no sé... Gonzalo de pronto recordó que su maestro siempre le había insistido en eso. Le había intentado
inculcar el equilibrio. Miró a Fernando y pensó que a veces era un tipo especial. Por eso se había acercado a él, de
esta otra manera. Lo apreciaba, valoraba su amistad tan extraña, tan abierta, tan simple, tan pura y tan
insoportable de a ratos. Se rio y miró a Fernando a los ojos. -¿Qué pasa? ¿Se te subió el ego? Yo la tengo más
grande. -Pero qué tarado que sos -dijo Gonzalo riendo-. Ya me parecía... -No, en serio, la mía es más grande...
¿querés ver?... En fin... un hombre sabio se equilibra a sí mismo... creo que de sabio tengo poco... -No creas -dijo
Gonzalo-. Por lo menos te hacés el planteo. -Eso, ¡¡¡¡¡eso!!!! Los gallegos ni siquiera se lo plantean, por eso son
así, digo, porque todo empezó con los spanish people. Gonzalo volvió a mirar a Fernando a los ojos. -Mirá Fer, me
hiciste acordar que un día mi maestro me dijo que no había que ser ni un santo, ni un hombre mundano... me
hablaba del medio, del equilibrio... aún lo busco. -¿Tu maestro? -Sí, bueno, el de artes marciales. -¡Aiiioooooaaaa!
-gritó Fernando poniéndose de pie en guardia con la cara con la que salía Bruce Lee en las fotos. -Qué pelotudo
que sos. Fernando se rio y volvió a sentarse -Yo ya lo encontré... jejejeje, me hago hule y me repongo, me
destrozo y luego hago retiros espirituales... como decirlo... no sé lo que es el medio. ¿Es aburrido?, porque a
veces ante la pasividad me embolo más que el bibliotecario de Mar de Ajó. -A lo mejor no se embola. -¡Un

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montón, boludo! ¡Es analfabeto! y nunca va nadie a esa biblioteca como para al menos poder hablar alguna
cosita. -Fernando se reía mientras lo imaginaba. -No, si no se puede hablar en serio con vos... -Sí, se puede, pero
si me la dejas picando... estábamos en si es aburrido el medio. Gonzalo perdió unos instantes la mirada, lo miró a
los ojos y le dijo muy seriamente: -No, no es aburrido.... El medio es la iluminación, el no elegir, el equilibrio
supremo... no es aburrido. Es el estado de paz... que digo, es la paz, la única paz, la mayor paz que se puede
alcanzar porque cuando las cosas se equilibran, cuando lo extremos se equilibran... la pasividad y la actividad, el
exterior y el interior, así, de golpe los trascendés, y te transformás en un ojo que solo ve, y disfrutás de observar
el equilibrio, de ser el equilibrio... Fernando miraba el éxtasis instantáneo en los ojos de Gonzalo que al parecer
recordaba algún estado espiritual, o al menos eso creyó que era lo que llevaba tan lejos y ponía tan profundo y
serio a Gonzalo. En ese momento sonó por megafonía una dulce voz que dijo: -Su atención por favor, el vuelo de
Aerolíneas Argentinas numero tres cinco cuatro seis con destino a Madrid está listo para embarcar.
Embarcaremos primero a las personas que requieran asistencia y a las embarazadas. Posteriormente llamaremos
al resto de pasajeros según la numeración de su asiento. Los pasajeros que viajan en primera clase y bussines
podrán hacerlo en cualquier momento. Les rogamos no hacer cola. -¿Ves Gonzalito? Sos un privilegiado. Anda
yendo que voy detrás tuyo. -¿Pero no vas en turista? -¡No! voy sentado a tu ladito cielo, esto no me lo iba a
perder, además los gustos hay que dárselos en vida pero la verdad es que el ticket me lo pagaron. Unas vez
sentados en primera clase, Gonzalo preguntó a Fernando temiendo otra respuesta que hubiera sido arrolladora.
Si Fernando hubiera contestado Micaela, Gonzalo hubiera sentido que el engaño llegaba hasta la sangre... Aún no
terminaba de entender cómo era la historia entre ambos, quería descubrirla, quería el desenmascaro de
Fernando o de Micaela. -Me lo garpó una madrileña. Es la hija de un Capitán al que conocí porque me la gané de
queruza. La minita está loca por mí y además están llenos de guita. No saben qué hacer con lo que ganan. El viejo
tiene algunos negocios y le va muy bien. Es un empresario importante y envidiable. Están metidos en cosa de
construcción, y algo de ocio... en fin... buen comerciante además de Capitán. Si no fuera así, no lo aceptaría... El
padre sabe lo nuestro y que soy un desastre, pero hace la vista gorda por su hija... que cuando la conocí estaba
medio hecha mierda. Y le permite todos los caprichos: yo soy uno de ellos. Me viene a buscar al aeropuerto.
Gonzalo respiró tranquilo, y no dio más importancia al tema. -Que suerte tenés con las minas vos ¿no? -No creas,
nada es gratuito, nada. Esta es galleguita, y tiene sus cosas... Mientras charlaban, se les acercó una azafata muy
encantadora y les ofreció una copa de champaña de bienvenida a los señores... -Mejor una botella -dijo Fernando
mientras sonreía con cierta indiferencia. La azafata sonrió cortésmente y le dijo: - Sí señor, como no, primero le
alcanzo una copa y luego del despegue lo que desee. -Muy bien, gracias -contestó Fernando que parecía un
empresario canchero y exitoso a juzgar por su vestimenta elegantemente informal. Gonzalo guardaba un silencio
cordial mientras ojeaba una revista de diseño decorativo de alto standing, sin prestar mucha atención al diálogo
de Fernando. Al marchar la azafata, Fernando se interesó por las fotos de la revista Man. -¡Mirá qué pendeja ésta!
-susurró a Gonzalo, quien se quedó mirando la foto de una veinteañera naturalmente hermosa. -Qué bonita... -
dijo algo serio- y que desperdicio será en ese mundo ¿no? -A lo mejor no -dijo Fernando- a lo mejor si cae en las
manos adecuadas se salva. ¡Esto es así! ¿Viste que no parece operada? -Es natural -sentenció Gonzalo. Una vez
despegado el avión y a altura crucero se escucha como de costumbre a la voz del comandante que empieza con
su rutinaria explicación: -Buenos días, les habla el comandante. Mi nombre es Daniel Barrena y este es el vuelo...
Fernando interrumpió la tenue atención de Gonzalo al piloto. -Qué cosa más rutinaria la de estos tipos cuando te
cuentan la historieta del vuelo, la altura, la hora y lo prohibido... ¿no? -y mirando al vacío dijo- Yo diría por
ejemplo... a ver... Buenos días señoras y señores, les habla el comandante de su avión Boeing siete cuatro siete
con destino a Madrid donde en este momento están tramando a qué país sudamericano van a seguir jodiendo. La
duración estimada del vuelo será de unas nueve horas siempre y cuando hoy no haya terroristas intentando
raptarnos a todos y estrellarnos contra algún objetivo que no conocemos. De ser así, ruego mantengan la calma y
si bien este es un vuelo no fumador, os recomiendo fumar porro. Desde este momento no podrán utilizarse
ningún tipo de aparatos electrónicos salvo consulta a la tripulación. Las cortadoras de césped, los molinillos de
café, los secadores de pelo y las motosierras están prohibidas en este vuelo como así también los
electrodomésticos clase A. Si traen pilas de bajo consumo, pueden metérselas en el culo previa consulta al
sobrecargo, que es puto y estará encantado en ayudarle si usted es varón, de lo contrario, si usted en fémina y
está buena, puede pasar por la cabina que muy gustosamente entre quien les habla y el copiloto satisfaremos sus
necesidades. Queremos dar una bienvenida especial a los pasajeros de primera clase y business, como así a los
titulares de la tarjeta Poronga plus, un programa de fidelidad que hará que usted se sienta realmente un
pelotudo, porque no sirve para nada más que para peinar merca. El champán que están tomando no es el que la

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etiqueta marca. La empresa compra uno berreta y los etiqueta como si fuera otra cosa. Esto lo notara por la
resaca que deja y su exquisito sabor, único y exclusivo, por no decir repugnante. El mío lo traigo de casa y ya hace
como dos horas que venimos chupando, así que no les cuento el pedo que tenemos, pero no se preocupen que
vamos con piloto automático y además tenemos bolsa por si la cosa quema. Espero que disfruten de su vuelo y si
tienen alguna pregunta no dude en consultar con la tripulación, que estará encantada de oír las boludeces que
ustedes siempre preguntan. -¿Te imaginás el quilombo? -dijo Gonzalo entre sonrisas. -¡¡¡¡Claro!!!! Además la
sobrecargo podría también decir sus cosas interesantes... el vuelo tendría un matiz de alegría... Se tienen que
aburrir como ovejas… ¿Viste qué trabajo de mierda es ser azafata?, o azafaturra, como me gusta llamarlas. -Sí,
pobre gente -afirmo Gonzalo sonriente. -¡Qué pobre gente, si se creen que son estrellas de Hollywood! ¡¡¡¡Son
mucamas del orto y pasan por delante de uno en el aeropuerto con un aire de importancia inexplicable!!!! -Pobre
gente, ¿no lo ves? Siempre quisieron viajar y conocer mundo, y acá los tenés, tirando bandejas, limpiando algún
vomito, sirviendo copas, poniendo los baños a punto, ayudándote con las valijas, durmiendo en hoteles cinco
estrellas de prestadito y siendo las putitas de los pilotos solteros y las amantes de los casados... pobres chicas, es
una miseria de trabajo... -dijo Gonzalo con real comprensión. -Yo durante un tiempo me estuve cogiendo a una... -
dijo Fer riéndose. -Qué raro vos... menos mal que no trabajaste en un zoológico, porque te hubieras acostado con
algún bicho ¿no? -Trabaje en una veterinaria -contestó Fer y soltó una risa corta-. No sabes cómo lo pasaba con
los plumíferos, son tan cariñosos... -¡No me digas boludeces! -Las gallinas eran las mejores, los loros no, porque
te pican la bolas... aunque algún lorito barranquero me comí, traen suerte. Eso sí, si es gorda son siete años de
desgracia, así que es mejor dejar ese terreno libre... -Siempre igual vos, no pensás en otra cosa -dijo Gonzalo
desinteresado por las pelotudeces de Fer. -Che, pidamos un champú y chamuyemos a la azafaturra -reaccionó
Fernando. -¡Dale! -dijo Gonzalo sorprendiéndolo. Fer llamó a la azafata e hizo el precioso encargo. -Señorita, por
favor, tráiganos, ahora sí, una botella de champagne, si tiene original mejor. -¿Perdón, señor? -dijo la azafata
como si no supiera nada. -Sí, como le digo, si puede ser de los que no están reetiquetados, sería mejor. -Perdone
usted, señor, pero no le entiendo. -Bueno, está bien, parece que no sabe nada del tema. No se preocupe,
tráiganos una botella de champagne, si es tan amable. -En seguida -contestó la azafata, que sabía lo del
reetiquetado. -Che Fer, ¿estás seguro de lo que le decís? ¿Reetiquetan? -¿No se lo hice decir al piloto? Claro que
reetiquetan, son unos truchos absolutos. -¿Y vos cómo lo sabes? -Tengo un amigo que trabaja en tierra... si solo
fuera lo de las etiquetas... bah, dejémoslo estar que viene el champú. -Señores -dijo la azafata con sonrisa de
oreja a oreja- su champagne. ¿Desean un aperitivo? -Me encantaría -dijo Fer- pero no puedo ¿sabe? Nunca
mezclo, siempre alcohol... -Perdónelo, señorita -dijo Gonzalo-. Es que el señor es productor de cine, y no sabe
hablar en serio. Me llamo Gonzalo, soy el dueño de la productora responsable de esta persona que creo le ha
faltado al respeto. -No me lo ha parecido, señor -dijo la señorita interesadísima en la intervención de Gonzalo. -
No le hagas caso -dijo Fer haciéndose cómplice de la ocurrencia de Gonzalo- lo siento, a veces busco personajes
en la vida real, entonces creo situaciones... -Y también busca nuevos talentos, no se extrañe -añadió Gonzalo. La
azafata movía las piernas como si se aguantara las ganas de orinar, y sonreía como una psicótica en posesión
satánica... -Esperen un momento, señores, enseguida vuelvo, y se giró retirando la botella abierta. -¿Qué le pasó?
-preguntó Gonzalo. -Nada, sos un genio, y yo que no estaba convencido de tus posibilidades... fue a buscar una
botella de calidad... sos un fenómeno. La azafata regresó al instante con una botella de Dom Pérignon. -Señores, -
dijo- esto es más adecuado para vosotros, es atención personal y de la compañía. -Gracias señorita -dijo Gonzalo-
o señora -agregó. -¡Señorita! -se sonrojó la azafata-, soy soltera -Muy bien -dijo Fer- una mujer independiente y
que sabe lo que quiere, me gusta su carácter, además de su exquisito tipo. -Gracias, señor -le dijo-. Los dejo,
cualquier cosa me llaman por favor. Le repito mi nombre, soy Susana, a sus órdenes -y se retiró como una estrella
de cine en su cumbre actoral. -¡¡¡Fenómeno!!! -dijo Fer- ¡en un rato me la como cruda! -Brindemos por eso -dijo
Gonzalo-, y porque te traje un regalito... -¿Un regalito, mi vida?, sabía que me querías... Chin chin -dijo Fer y se
bebió la copa de un trago. Gonzalo bebió un poco y dijo, sacando un paquete de su maletín: -Mirá, imprimí unas
tarjetas de presentación, ¿y adiviná qué es el Señor Fernando? ¡¡¡Productor de cine!!! Hice tarjetas después de la
fiesta en la que me llevé a la colorada. -No me jodas, sos un maestro, tan seriecito que parecías... -dijo Fernando
mientras miraba con asombro las tarjetas de presentación. -Hay que divertirse un poco de vez en cuando, y si
vamos a joder, jodemos en serio, nada de productor y director sin tarjetas de presentación, dónde se habrá visto
semejante cosa... Fernando se reía satisfecho, tenía un amigo, un buen amigo a su criterio. -¡Che! Gonza, decime
una cosa... ya sé que nada que ver, pero quisiera que me cuentes dos cosas: una que recuerdes como terrible y
otra como fantástica, digamos... feo y bello. -Mmmm dale -dijo Gonza-, pero empezá vos -Fernando volvió a servir
champagne en ambas copas, miró a Gonzalo y dijo sonriendo-: Sos como los chicos... te cuento. Lo más patético

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que me pasó fue ver el aplauso en Punta del este... una caterva de tarados que se van ahí, en Casapueblo, en lo
de Paez Vilaró, y aplauden la puesta del sol, porque es cheto... un asquete. -Lo mío fue un recital... de Luis
Miguel... me pasó en un festival de Viña del mar... no sabía qué cantaba... un asco -sentenció Gonzalo. -¡Ah! ¿Ves?
Coincidencia. Yo bombardearía un recital de Luis Miguel... también uno de Bisbal... -Yo también... coincidencia -
dijo Gonza siguiendo el juego. -Ahora vos contáme lo bello... qué palabra... bello -dijo Fer orondo. -Es jodido, es
muy jodido si nos ponemos serios... -dijo Gonzalo terminando la segunda copa. -Voy yo, tranquilo... fue el
reencuentro con una mujer que en su tierna infancia moría por mí... veinte años después seguía igual...
enamorada... no había pasado nada entre nosotros, pero el amor es así, raro... seguía igual... pero yo soy un
desastre y no quise arruinarle la vida. Nos reencontramos... pero no quise. Fue lo más hermoso que me paso en la
vida... encontrarla y dejarla ir... Brindo por eso -dijo Fernando y sirvió el resto del champán que empezaba a
hacerles efecto. Gonzalo que había escuchado atento, miró a Fer y le dijo: -Esto lo negaré ante la biblia... una vez,
estaba en un lugar extraño, frontera entre dos países, zona selvática... por esas cosas de la vida me topé con un
tipo, al que -sin entrar en detalles- inmovilicé... porque tenía que hacerlo... insisto, no entraré en detalles. El tipo
me miró a los ojos y me dijo: -No me mates, tengo madre... Gonzalo hizo un silencio mientras Fernando lo miraba
atento por lo extraño del relato. Gonzalo agregó: -¿Y sabés el dolor que es para una madre sobrellevar la muerte
de un hijo?... pensé en mi madre... -Gonzalo hizo entonces un largo silencio. -¿Y? -dijo Fer intrigadísimo -Y nada -
contestó Gonzalo-. Allí estará, con su madre y sus cuatro hijos... “tengo cuatrito”, me dijo rato después... no sé,
hablamos y comimos juntos... -Gonzalo recordaba en su borrachera de champán- tenía una hermosa cara, como
de angelito indígena... con pómulos salientes... era bello... -No me digas que... -dijo Fer sonriendo en broma
insinuante- te lo... -No seas pelotudo, querés, que estoy hablando en serio -le dijo Gonzalo fulminándolo con la
mirada. -No seas así, che. Es una broma... -dijo Fernando para agregar intrigado y suelto por las burbujas-
¿sabés?, yo no entiendo nada, ¿de qué trabajas?, digo... el otro trabajo que me parece que tenés... -Gonzalo lo
miró serio y le dijo-: Ya te lo contaré cuando no me quede más remedio, aunque te adelanto que es como una
ONG... pero si querés te digo que soy fotógrafo... y director de cine o productor. -¡Dale!, y engatusamos a la
azafaturra que se mea a chorritos... -Brindo por eso, y andá llamando a Susan para que traiga aperitivo y otro
champú, dado que esta botella ya humilla. -¡Ese es mi pollo! -gritó Fer- sin alusión a los plumíferos... La azafata se
acercó hasta los asientos que ocupaban y les preguntó si querían alguna otra cosa. Fernando la miró fijo y le dijo
con picardía: -Creo que sí, cielo, pero en estos momentos sería algo difícil -la azafata sonrió estúpidamente ante la
gracia y dijo que en un rato volvía o que la llamaran si necesitaban cualquier cosa. Tocó a Fernando en el hombro
en una maniobra seductora de retiro. -Está muerta -dijo Gonzalo. -Sí, es verdad... qué asco de mujer ¿no? Aunque
me encanta que sean así de putitas y promiscuas. -Qué bonito ¿eh? Pero no la querrías para casarte... -Yo no,
pero hay miles que sí... si vos sos de esos... seguro que la rescatarías del fango -dijo Fernando más alegre por el
Dom Pérignon. -Tal vez -dijo Gonzalo- sí, es posible... Fernando sonreía tontamente, se lo veía feliz y lleno de
energía. Emprendía este viaje como si fuera el primero. Era como un chico descubriendo una aventura, un camino
inexplorado. Gonzalo sólo viajaba a hacer cosas, todo planeado y cronometrado, con la idea de programa futuro
seguro. Estaba de a ratos absorto en sus pensamientos. -Qué cosa es la vida -de repente interrumpió Fernando el
pensar de su compañero- Estamos acá, rumbo a lo desconocido, a peregrinar por el viejo mundo, a vivir nuevas
vidas y no nos conocemos tanto... pero bueno, sí... no sé cómo explicarlo, es como si fuéramos amigos de toda la
vida. -Sí, es raro, pero de a ratos a mí me parece que es así también. -¿Sabés, Gonzalo? Una vez soñé que mataba
a mi mejor amigo... hace muchos años... ya no somos amigos... -No te entiendo... -Sí, -aclaró Fernando- nada que
ver con esto... te cuento porque te lo puedo contar, para que la distancia se achique más. Vas a pensar que estoy
loco, pero soñé eso, que lo mataba, lo cortaba en pedacitos y lo metía en el freezer de casa. Es re loco, después
venía su madre y decía que Luis, que así se llamaba, estaba muerto y yo lloraba hipócritamente... qué cosa los
sueños ¿vos nunca soñaste que matabas a nadie? -Sí -dijo Gonzalo. -¿Sí? -Sí, pero es jodido. -¿Jodido? Es un
sueño... los sueños son sueños... -No me digas... -Bueno, boludo... eso... que son sueños... Contáme -No sé, es
que... mirá te lo cuento porque estoy medio borracho... soñé que mataba a mi padre, con una violencia feroz,
inusitada. Era como un hombre que no moría a pesar de los golpes... sangraba, pero no moría y se mantenía
activo y en pie... No se lo conté nunca a nadie... mirá como son las cosas. -¿Y el sueño? ¿Cómo siguió? -interrogó
Fernando, encantado con el relato. -Le sacaba los ojos... le metía los dedos pulgares en los ojos y se los estallaba,
con animalidad... y no sentía ningún remordimiento... entonces con una barra de madera, le pegaba
violentamente en la espalda, porque estaba de pie, en la columna, y luego le descargaba con furia algunos golpes
más hasta matarlo... -Ah... -dijo Fer. -Creo que tengo un problema que aún no he resuelto con mi padre. -Bueno,
te diría que en el sueño ya está arreglado ¿no? -dijo Fer sonriendo- Son parte de la vida, son como otra vida... no

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sabés lo que son mis sueños. -Por favor no, -dijo Gonzalo riéndose- te ruego encarecidamente que no me los
cuentes. Fernando se rio, cómplice. -¿Sabés? Ya que estamos así, alegres y contando cosas, te voy a contar una
brutalidad que hice y vos después me contás otra. -No, Fer, por favor... -Sí, sí... no sabés. Un día conocí a una
psicóloga. Yo había ido a una charla de no sé qué mierda, pero estaba lleno de psicólogos, y me puse a hablar con
una mina. Al ratito quedamos para salir. Era judía... digamos: psicóloga judía argentina. Una combinación
espectacular. -Ya lo creo... -Pues sí, una de libro. Sin vueltas quedamos esa misma noche y fuimos a un bar que
daban caipirosca gratis, promoción de una marca... y... no sé, de repente le dije... ¡y yo era pendejo!... Bueno, le
dije: “ahora me sacaría la ropa y correría desnudo entre toda esta gente”. Entonces me mira y me dice: “¿y por
qué no lo haces para mí?”. -¿Y? -preguntó Gonzalo -Nos fuimos para su casa. ¡Yo era pendejo! Nunca había
fumado un porro, no bebía... en fin era otro. -Sí, eras otro... o era un sueño. Y se rio. -Era otro, o el mismo pero
diferente... bueno, nos fuimos a su casa y la mina se prendió un porro, se sirvió un whisky y se tiró en el suelo. Ahí
mismo me agarró y me empezó a tocar el bulto mientras fumaba. Y me la sacó y me la empezó a chupar. Yo
estaba encantado, era un poco mayor que yo y estaba buena. Tenía tetas enormes y era colorada... y empezamos
a garchar a lo loco. En un momento se puso en cuatro y le empecé a hacer el culo. Gonzalo miraba a Fer en su
apasionamiento por la historia. -Y la mina -prosiguió Fernando- me pidió que le empezara a decir cosas groseras.
No sé qué pasó, pero primero le empecé a decir medio apasionadamente puta... Sí, puta le decía, puta, puta y le
gustaba, entonces me encendí y empecé a decirle más cosas como puta hija de puta, como te gusta la pija y que
te rompa el orto, sos una puta, una puta de mierda... -¿Y la mina? -Encantada, disfrutaba como loca, y ahí, ahí
mismito como diría un paraguayo, me fui a la mierda... ¡Qué zarpado!... Mientras la empujaba en plan bestia le
dije: -judía, sos una judía puta, puta judía de mierda... judía hija de puta… -¡No! -Sí, lo juro... Un par de veces.
Entonces la mina paró. Estaba en cuatro y dejó de moverse. Giró la cabeza y desde allá abajo me miró fijo. Seria. -
¿Y vos? -Nada, la mire y le dije: -perdón… y me la seguí garchando medio despacito. Ella me miró unos segundos
más y se colocó para que siguiera. -No te puedo creer... -Me salió así -dijo Fernando sonriendo- Una bestialidad...
a veces me siento así, cómo decirlo… No sé, ahora veo que el racismo existía desde que era chico ¿No? -Los
argentinos somos racistas -dijo Gonzalo mientras se reía de la imagen de Fer con la colorada. -No te rías nabo, me
fui al carajo. -Sí, obvio, pero la mina siguió. -Y no solo eso, mirá que loco, porque después del polvo me preguntó
si la quería. -¡Uh! Estaba bastante mal esa señorita, ¿no? -Y... te dije: argentina, psicóloga y judía... y a mi criterio
en ese momento, muy puta… a la semana me llamó para garchar con una amiga de ella… estaba desecha…
¿sabés? Me re cagué, le dije que no… Se quedaron unos segundos en silencio, Fernando recordando y Gonzalo
viendo lo que él imaginaba de la escena. -Bueno -interrumpió Fernando- contáme vos tu brutalidad. -¿Tiene que
ser con una mina? -Sería justo, ¿no te parece? -sugirió Fer. -Creo que no le he hecho nunca una brutalidad a una
mujer... -dijo Gonzalo con la vista perdida- aunque una vez... -Soltálo Gonzalo soltálo, que debe estar bueno. -No,
pero mirá qué cosa, era psicóloga. -¡No me lo digas! ¿Y era judía? -No, pero a mi criterio de ese momento era
puta. -Ha habido coincidencia... Gonzalo se acomodó en su asiento, se sirvió un poco más de champán y dijo: -
Bueno, te cuento, era una mina insoportable, pero estaba buena, discutía todo el tiempo, sin parar, cantaba
canciones horribles con una voz insuperablemente lastimosa... era raro lo nuestro. ¿Ves? Me había olvidado de
ella. A esa le hice bastantes barbaridades, pero se lo merecía. -¿Por? -preguntó Fer. -Por insoportable y jodida.
Me hacía unos planteamientos rarísimos y me quemaba la cabeza... no sé, bueno qué importa, la cosa es que
fuimos a un restaurante chino y empezamos a discutir por boludeces, como siempre. En la mesa había pasta de
camarones y una botella de sidra en un cubo con hielo. -Ah, qué dato interesante. -No seas bolas que es
importante -continuó Gonzalo-. Yo le dije alguna cosa que sería real y cierta, contundente, y ella lo tomó como
una bestialidad. No sé qué habrá sido... Entonces la mina metió los dedos en la copa y me tiro sidra a la cara, y yo
que soy como soy, la miré, sonreí, me sequé y tomé un poco de mi copa, para luego tirarle el resto encima. -¿Y
ella? -Igual, se secó, sonrió y empezó a comer pasta de camarones seca, dio un mordisquito, y luego me lo aplastó
en la cabeza... en medio del restaurante. -¡Uh! -sonrió Fernando. -Y creo -dijo Gonzalo riendo- que hasta ese
momento nadie había notado mucho nada, pero claro, yo la miré, me volví a reír, y mientras me sacudía la putita
pasta de la cabeza agarre la botella, el cubo de agua, y se lo vacié todo encima, con los hielitos inclusive. Fernando
se empezó a reír. -Pero ahí no termina. Agarré el estéreo de su coche, las llaves de su coche, me paré y me fui a la
mierda... con su coche... era invierno y hacía un frío... -Gonzalo sonreía medio culpable prosiguiendo con el relato-
No sé cómo habrá hecho para pagar, porque no tenía plata... nunca se lo pregunté. Fer se reía entusiasmado. -Y
me fui para su casa que estaba a unas veinte cuadras. Paré en segunda fila y me dispuse a esperarla... Llegó como
a la media hora, toda mojada y cagada de frío. Pero me miró y sonrió. -¿Sonrió? –preguntó Fernando. -Sí, yo creo
que estaba medio chiflada... La miré venir hacia el coche, sonriente y yo bajé la ventanilla y le digo: -¿Hace frío? -

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¡No! -dijo Fer -Sí, y se puso como una loca, empezó a correr por la calle, sin rumbo... me bajé de su coche, la corrí,
la alcancé y la agarré por detrás para girarla, la miré fijo y la sacudí porque estaba como en shock y le di las llaves
del coche. Le grité: Tomá tu coche. ¡¡¡Me voy!!! Fernando miraba a Gonzalo esperando el fin. -Esa fue la
brutalidad... la pregunta por el frío... -Gonzalo se quedó pensativo y con una sonrisa dibujada en el rostro. -¿La
pregunta por el frío? Dejálo, dejálo hermano… ¿cómo siguió la cosa? -¿Sabés que no me acuerdo si me fui o si
subí y me la cogí? Fueron tantas las escenas que vivimos que no me acuerdo que pasó esa vez, es increíble pero
es así. -Creo Gonzalito, que tu brutalidad -que no solo es preguntar por la temperatura ambiental- supera a la
mía, porque tiene daño moral y maltrato físico... tome nota, señor juez. Gonzalo se rio en su recuerdo. Fernando
se puso de pie después que la azafata recogiera las bandejas de la cena. Habían disfrutado de un aperitivo, un
primer plato agradable de carne, unos quesos con uvas, higo y nueces, unos dulces obsequiados a más por la
azafata, una mouse y unos licores, todo regado con buen tinto de calidad aceptable. Miró a Gonzalo y se rio. -
Mirá, en Madrid me viene a buscar la mina esta que paga el ticket. -Ah... Te felicito -dijo Gonzalo sarcástico. -No
seas nabo, te lo digo para ver si querés que te llevemos a algún lado. Dejáme pasar que ahora vengo, voy al baño.
¿No estás en pedo vos?... yo tengo una alegría... Tardó un poco en regresar, pero volvió con otra botella de
champagne. -¿Otra? -dijo Gonzalo. Mañana voy a estar hecho un Cristo. -Mañana se duerme, porque en realidad
en unas horitas llegamos. -Fernando estaba más sereno que al ir al baño, pero Gonzalo no lo noto. Estaba
relajado, la tensión con la que había subido al avión se había ido apaciguando hasta el punto de inconsciencia
atemporal que puede generar el alcohol y la buena compañía en un vuelo. -Sí, lo sé, es un decir -contestó. -Y
como para mí ya estamos en horario español, pues chaval, es madrugada y ¡estamos de fiesta! -se le acercó al
oído y le dijo-: ¿Sabés a quién le di unos besitos en la boquita? -¿En serio? ¿A la azafata? -No minimices mi
capacidad de maniobra... al piloto. -Dale, tarado. -¿Y a quien va a ser? ¿Al gordo ese de la gorra que está sentado
del otro lado? Le comí la boquita tiernamente... sí, y creo que me la podría culear incluso. A esta hora hacen
turnos y se queda solita en el control... Bueno, como te decía ¿querés que te llevemos a algún lado? -No, tengo
gente que me viene a buscar, también. -Ay, perdón, ¿gente importante, che? -y Fernando lo dijo con acento
cheto. Gonzalo cambió un poco el semblante, como entrando en razón. -Vengo a Madrid a arreglar unas cosas, no
de joda. Después de eso será otra historia. -No te lo tomes a mal, sabes cómo soy -dijo Fernando mientras servía
champagne. -No, no me lo tomo a mal. Estaré unos días medio desconectado, haciendo mis cosas, tengo que ir a
Barcelona también y tal vez a Bilbao... -¡Que bárbaro, che! -dijo Fer con acento mas estirado aún- Yo solo me
quedaré por Madrid unos días, pero también iré a Barcelona, antes de ir unos días a Menorca... eso sí. Yo solo
estaré de joda. No sé cómo es tu itinerario, pero si querés nos encontramos en Barcelona ¿no querés venirte a
Menorca? ¿Conocés? -Qué se yo, lo de Barcelona puede ser, pero todo depende de cómo arregle mis asuntos. -
Importantes asuntos, Manucho -dijo Fernando con más acento de zona norte de Buenos Aires. En ese momento
llegó la azafata, miró a Fernando y dijo en voz muy baja: -¿Necesitan algo los señores? Fernando sonrió, miró a
Gonzalo y levantó los ojos inclinando la cara hacia el lado contrario en que miraba. Era un gesto pícaro y
simpático, ganador. -Claro -respondió-. Si me permite un segundo para aclarar un tema con mi jefe, en seguida
me acerco. La azafata se retiró rápida y decidida, se había perfumado y repintado la boca. Gonzalo miró a
Fernando cómplice pero algo confuso. -No me mires así. Es fácil la cosa. Hemos congeniado muy bien... -y
levantando las cejas agregó- y le encanta la merca. -Pero qué decís -dijo Gonzalo un poco sobrado. -Lo que
escuchaste, y cuando una mina es del palo le saco la foto rápido. Y no sabés cómo le gusta... la que tiene es muy
buena. -¿Que tiene merca?, ¿acá? -No, en lo de la abuela que vive en Boston, boludo... claro que tiene, y de la
mejor... así que mientras vos te haces los ratoncitos o dormís, yo voy al servicio.

35. 35. Llegada a Madrid


El avión aterrizó en Madrid de madrugada. Eran las cinco cuarenta y cinco minutos. Tanto Gonzalo como
Fernando habían tenido un agradable vuelo entre risas y charlas amenas... sumado al alcohol y demás bondades
sucedidas... Al bajar del avión se dirigieron hacia el control de pasaportes de ciudadanos de la comunidad
europea, y mientras caminaban Gonzalo sonrió al ver a Fernando con el pasaporte en la mano. -¿De qué te reís
bolas? -Sonrío, que no es lo mismo. -Sí, ¿pero de qué?, si no viste la foto... -Es que tenés el pasaporte con una
cubierta que dice United Kindom... y es italiano, o eso creo -Sí, es italiano, ¿cómo lo sabes? -Y no podés cubrir el
pasaporte italiano con eso... en realidad no se puede proteger un pasaporte con una cubierta de un país distinto...
es ilegal. -Qué sarta de boludeces me estás diciendo y qué poco interesante es. -Es ilegal boludo, yo no hice la ley,
te pueden tocar los huevos... estamos en España. -Qué decís, si ni se lo miran... a esta hora ni nunca. Solo joden a
los que traen pasaporte no comunitario. Fernando estaba un poco agresivo en sus modales, y no se daba cuenta. -

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Qué mal te sentó el polvo -dijo Gonzalo con doble intención... sonriendo. -Uh, no seas así, y no fue el polvo que a
decir verdad estuvo bien... un polvo de altura... era re viciosa. Menos mal que se vuelve en un par de días, porque
no sé de qué me tendría que disfrazar para hacerle el casting. -¡Qué turro! -¿Turro? Qué antigüedad... y además
¿quién imprimió las tarjetas de presentación? Gonzalo sonrió. -Creo que fue el café que me puso nervioso -dijo
Fernando serio. -Ah, no me digas... el café... -dijo Gonzalo sarcástico. -Qué decís, si lo otro fue una puntita
nomás... -Sí, sí, claro, y el café te puso así. -¿Se me nota mucho? -preguntó Fernando- es que no pude evitarlo, era
una situación única, no se da tan fácil lo del avión, no es nada frecuente, ¿sabés?, culearte a la azafata y que
además sea del palo y en primera, y que nos dé champú del bueno... Gonzalo lo interrumpió apretándole el brazo.
-Pará, yo te lo noto, así que si no bajás un cambio estos que no se fijan -según vos- capaz que se dan cuenta... -
¿Estoy muy mal? -No, no estás de mueca ni nada, un poco acelerado, así que no hables mucho y dejá que pasen
primero un par de personas y yo voy detrás tuyo. No hables, saluda amable pero parco, que como sabés es un
trámite rápido. Me imagino que no tenés nada encima... -No, ni loco, acá por ser sudaca si te enganchan con un
pelpa te comes la cana de por vida. -Sí, ya lo sé. Me alegro que seas coherente por lo menos en estas cosas. -Yo
soy coherente en todo... un desastre pero coherente. Al llegar a la fila de control, Fernando se rio. Miró a Gonzalo
y le señaló al gordo de gorra que había estado en primera con ellos. -En un momento el deigor este me parece
que se percató de que algo raro pasaba y la azafata inmediatamente salió del office y le llevó un par de botellitas
de whisky y unos chocolates. Le sacó la mesita del apoya brazos y lo bloqueó, con sonrisa servicial. El gordo la
miró raro, pero no dijo nada, y se empezó a zampar los chocolates mientras se servía el whisky. -Bueno -dijo
Gonzalo- después me lo contás, pero ahora centráte. -Está bien, papá, me porto bien. Pasaron el control sin
problemas y se juntaron en la cinta a recoger las maletas. -¿Traés muchas cosas? -preguntó Fer. -No -dijo
Gonzalo- un par de maletas ¿y vos? -El de mano, que es grandecito. Y nada más. Dejé todo en casa... un quilombo,
pero es que acá en casa de esta mina tengo de todo. -Entonces andáte, te agradezco que me esperes, pero nos
vamos a ir separados. Yo tengo que hacer y vos también tendrás tus cosas. -Uh, que ortiba, te estoy haciendo
compañía... -No te lo tomes a mal, pero es que prefiero salir solo, así que ya nos ponemos en contacto. Te llamo
cuando tenga lo mío listo y nos encontramos... será en unos días. -Okey, bueno, está bien. No seas garca y no me
dejes tirado. -No creo que te quedes tirado, y no soy garca. Gonzalo extendió la mano a Fernando y este sin dar
posibilidad a réplica lo abrazó y le dio un beso. Gonzalo se quedó un poco frío, rígido, pero Fernando al apartarse,
lo palmeó y le dijo: -Cuidáte che, que no es fácil hacer amigos como vos. Y se fue con su maleta de mano,
caminando como si siguiera algún ritmo musical.

36. 36. Gerardo


Micaela conoció a un odontólogo unos veinte años mayor que ella. Había ido a su consultorio por un dolor de
muelas. El dentista fue correcto en el trato e impecable con su trabajo. Era viudo desde hacía un par de años y
tenía dos hijos mayores, que vivían solos. Un hombre sereno, estable y centrado, educado y muy correcto, como
corresponde a un profesional dentro de su trabajo. Micaela se sintió atraída, pero no se insinuó, como hubiera
hecho años atrás. Nada. Se comportó como una señorita. A los pocos días de la consulta, paseando por Recoleta
se encontró con él. Fue un encuentro casual, inesperado. El hombre la saludo cortésmente y le preguntó por su
dolencia, y ella solo dijo estar mejor. Tenían una cita pendiente y Micaela no lo mencionó. El Doctor se despidió
con distancia y tampoco mencionó el detalle. Pero ambos se quedaron pensando el uno en el otro. Micaela aún
seguía enganchada con Gonzalo y Fernando, que la habían dejado, pero ella era así. Le gustaba mucho sentirse
deseada, pero empezaba a aprender el propio valor y el respeto por ella misma. Ya había cometido muchos
errores en su vida, y ningún hombre había querido nada serio con ella. Sentía en su interior que Fernando la
amaba, pero intuía que no sería para siempre. Y no podía explicarlo, pero lo percibía así. No podía ser que ese
amor tan profundo fuera real, aunque fuera cierto. Porque era cierto en un magma de irrealidad, en el magma del
amor en la vida de Fernando. En ese caos que envolvía a su vida. Era un amor tan tangible como imposible. Un
amor no podía nacer del caos... Pero sin Gonzalo, Fernando era incompleto... le faltaba seriedad, seguridad y
prestancia... le faltaba moral. Gonzalo, en cambio era su opuesto, sano y galante, paternal... pero carecía de la
chispa vital que la enganchaba a Fernando. Le encantaba la aparente vida tranquila de Gonzalo, pero no era
suficiente. Era difícil de explicar, en su alocada simplicidad mental Micaela era contradictoria. Aplicaba en otros lo
que con ella no había aplicado. Se comparaba con otras mujeres e incluso juzgaba. Otras podían ser putones a sus
ojos, pero ella no. Lo que ella había hecho no contaba, era su secreto, y así moriría, como su secreto, como su
experiencia secreta. El día indicado, volvió a la consulta. Estaba vestida como una señorita. Gonzalo le había
enseñado a vestirse con decencia de señora, cosa que a Fernando le daba casi igual, a moverse, a tener modales,

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y se sentía segura con su aprendizaje. Entró al consultorio, se anunció y se sentó a esperar. Sacó un libro de su
cartera y empezó a leer. La asistente dental abrió la puerta, despidió a un paciente y la llamó. Al entrar vio al
odontólogo que estaba de espaldas lavándose las manos. Se acomodó en el sillón camilla y sonrió muy
delicadamente a Gerardo que se giró para recibirla. Ella lo miró sin intención, sin demostrar nada más que una
cortés sonrisa, y ese gesto tan sencillo y a la vez adulto cautivó a Gerardo. Le brillaron los ojos y Mica lo notó,
pero no se inmutó en lo más mínimo. -Buenos días... Micaela ¿verdad? -Sí Doctor, buenos días. Y ese “Doctor”
sonó tan distante que Gerardo sintió que los pies le temblaban. Era un hombre de éxito, con un centro
odontológico propio, buena posición y sensible educación. Se le notaba el savoir faire, el club de golf y la
equitación. Esas cosas se ven desde lejos, le había contado Gonzalo y ella lo había aprendido muy rápido. Siempre
le había interesado el poder relacionarse con gente así, y así le había ido de mal en sus intentos sin maestro. Pero
ahora sabía. Gonzalo se lo había mostrado en sus salidas y reuniones. -Gonzalo- pensó- Mi amor Gonzalo... -
¿Cómo se encuentra? -preguntó amablemente el dentista. -Muy bien, gracias -contestó dulce pero algo seca. -Me
alegro, entonces el trabajo no debe ser hecho por nosotros -bromeó Gerardo-, vamos a echarle un vistazo, abra la
boca por favor. El Doctor se acercó a Micaela y percibió su perfume natural oculto bajo la fragancia del perfume
exquisito que Micaela llevaba. Gerardo se resistía a ese aroma tan sedoso y seductor, y como un profesional hizo
su tarea sin distracciones, a pesar de la impresión que le había causado su paciente al entrar. Micaela lo miraba
sin mirarlo, se dejaba hacer el trabajo como si de un ángel sanador se tratara. -Muy bien, Señora, impecable.... No
parece un trabajo mío -volvió a insistir Gerardo sintiéndose tonto, sin saber que decir para no parecer
desubicado. Esa mujer lo había cautivado, y no se lo explicaba. La deseaba, tal vez harto de las insinuaciones de
sus pacientes femeninas que se derretían por su presencia tan varonil, su prestigio, y su viudez. Solicitó a la
asistente que trajera una ficha en blanco de la recepción y aprovechó el momento de su salida para comentar: -
Qué casualidad que nos cruzáramos en Recoleta, ¿verdad? Es un sitio que me encanta frecuentar... -A mí también
me gusta -respondió Micaela-. Suelo ir a caminar, los días de sol. Me trae bonitos recuerdos. ¿Usted cree que
tendré que hacer otro control? -y al instante de decirlo se sintió fácil, y entonces agregó-: es que preferiría que no
fuese necesario. No me gusta mucho ir al dentista. Gerardo interpretó la frase como una indirecta tajante y retiró
su deseo creciente de la situación. -No necesariamente, aunque me quedaría más tranquilo -dijo más que serio, y
Micaela lo notó, vio que ganaba, entendió que dominaba la situación. Comprendió por primera vez lo que
Gonzalo le había intentado enseñar acerca de las relaciones humanas, lo vio claro como fondo de un manso río de
montaña, y disfrutó por primera vez en su vida de la elegante dicha de ser deseada sin haber hecho nada más que
poner distancia. Se sentía plena, feliz. -Bueno, siendo así, pediré cita en recepción. -Perfecto -dijo Gerardo-, en
quince días.... así que me despido, Señora. Hasta la próxima -y extendió su mano. En el instante exacto del
distante saludo entró la asistente, y acompañó a Micaela hasta la salida, quien salió plena, llena de gozo y júbilo
por su accionar tan inteligente, tan socialmente bien visto, tan sagaz, tan digno, tan honorable. Se sentía toda una
mujer de valía por primera vez en su vida. Sentía que su presencia irradiaba luz, y así era. Al salir a la calle decidió
caminar un poco y notó cómo la observaban los hombres de reojo. Derramaba femineidad respetable y eso
generaba lo que una princesa a los ojos de los transeúntes. Micaela se sabía triunfal. Al fin de semana siguiente
agradeció a Dios, aunque no creía en él, el domingo soleado y salió a dar un paseo que esperaba fuera majestuoso
por Recoleta. Premeditadamente esperó la misma hora del fin de semana del encuentro, y repitió lugares. Al
llegar a La Biela, vio a Gerardo hablando muy cariñosamente con un joven apuesto, justo en el cruce de su
trayecto. El encuentro fue inevitable. Gerardo levantó la vista y sonrió sinceramente, mostrando asombro. -
¡Micaela! -dijo- ¿Cómo le va? Perdone usted, pero mire, le presento a mi hijo Diego. Gerardo se había puesto
nervioso y actuaba como un adolescente en su primera cita. Micaela sonrió a ambos. -Encantada -saludó al joven,
y agregó-: ¿cómo le va, Doctor? -Bien, muy bien, y disculpe mi euforia, pero es que mi hijo acaba de ganar una
beca para hacer un máster en Inglaterra, y estoy desbordado de alegría. Mis hijos me llenan de alegría. -Ya lo veo,
Doctor. -Perdone, Micaela -dijo el joven- ¿Trabaja con mi padre? -Diego era muy suelto, y muy entrador. -No, no.
Soy paciente -dijo Micaela un poco asombrada por la pregunta. Y al terminar la frase hubo un cruce de miradas
entre padre e hijo, y Micaela. El muchacho miró a su padre con intencionada malicia sutil, y sonrió con sabiduría
de joven. -Los dejo un momentito, que tengo que entrar al baño -hizo una mímica graciosa de hacerse pis y
agregó-, mi padre hace media hora que no me deja ir... ya vuelvo, espéreme Micaela que le quiero preguntar algo
-y salió rapidísimo sin dar derecho a respuesta. -Perdone, Micaela, sé que esto es algo atípico, pero me dejé llevar
por la alegría -se excusó Gerardo- y quería gritar a cuatro vientos que mi hijo había sido becado en Cambridge, y
justo la vi y no pude contenerme. Lo siento. -No se preocupe, Doctor. Lo entiendo perfectamente. -¡Ah!,
comprendo... también tiene hijos que la llenan de alegría -interrogó Gerardo inocentemente. -No -dijo Micaela-,

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no tengo hijos -y sonrió. -Ah, bueno, ya vendrán, son algo maravilloso. -Sí, lo creo -y lo dijo con educada sonrisa. -
Bueno Doctor, lo dejo. Un gusto encontrarlo. -¿Pero no espera a mi hijo?, le quería preguntar algo, que por cierto
no sé qué será. Espere un momento, y le ruego me tutee. ¿Quiere sentarse y tomar algo? -No, gracias, muy
amable. Despídame de su hijo -extendió la mano plena de satisfacción, por el nuevo triunfo, y en el momento en
que estrechaba su mano se escuchó la voz de Diego. -Veo que se marcha sin esperarme, Micaela… Intuyo que
sabía lo que le iba a preguntar. Micaela se puso algo nerviosa. No tenía noción de haber visto antes a ese joven
que no era menor que ella, pero “el mundo es un pañuelo”, como siempre le decía Fernando. -¿Sí? -dijo mientras
se sonrojaba. -¿Es bueno mi padre como dentista? Porque él dice que sí -y sonrió inteligentemente. Micaela rio,
corto pero amable. -No lo sé. Estoy muy bien pero me dijeron que el arreglo que me hizo no parece suyo -y sonrió
con malicia. -Ya lo creo -dijo Diego-, veo que tiene una hermosa sonrisa. Y eso mi padre no lo hace bien... digo, lo
de sonreír. -Bueno, Diego -dijo Gerardo-, sos incorregible. Perdónelo Micaela, tiene veinticuatro años... -¿Pero
será posible, papá? Lo decís como si vos fueras un viejo ¿Sabés Micaela? Acá donde lo ves tiene solo cincuenta y
uno ¿y vos cuantos tenés? -Veintiocho -dijo Micaela- y se sonrojó. -Mirá papá, eritema púdico, como te gusta
decir a vos. -¡Pero Diego! no seas tan insolente -dijo Gerardo. -No se preocupe, Doctor, no me molesta en lo más
mínimo. Ahora sí los dejo, que me espera una amiga. -Vamos para el mismo lado ¿No, papá? La llevamos. ¿Para
dónde vas? -dijo Diego y se echó a reír. -No le haga caso, Micaela, es así, un bromista. -No se preocupe, Doctor,
adiós, los dejo -extendió su mano nuevamente a Gerardo y luego a Diego, quien no se atrevió a acercarse para
darle un beso. Y se fue caminando tranquila, como una señora bien, con sus veintiocho años. Parecía una
empresaria exitosa y desestresada, cosa inverosímil, pero eso parecía. Mientras miraban un poco atontados cómo
se alejaba, Diego preguntó: -¿De dónde sacaste a este bombón, papá? -Es una paciente, boludo, apenas la
conozco... -Ya me di cuenta -dijo Diego con sorna. -Y vos me haces quedar para el traste -dijo el padre ofuscado
pero cariñoso-. ¿Cómo se te ocurre preguntarle si trabaja conmigo? Parece como si nunca hablaras conmigo...
¡Date cuenta! A veces sos medio pelotudo... -Nada que ver gilún, ya tenés tema de conversación para la próxima
visita que te haga... se te nota a la legua que estás muerto... ¡¡¡¡Que huesito se quiere comer el Tata!!! ¡Ese es mi
pollo! -dijo Diego abrazando al padre.

37. 37. En Barcelona, hacia El Prat. (O cómo pasar los controles)


Fernando y Gonzalo se encontraron en Barcelona. Habían viajado separados, porque cada uno tenía que arreglar
sus fatos en Madrid. Habían quedado en Plaza Catalunya, y Fer esperaba apoyado en la boca del Metro mientras
miraba minas por la calle. -Sí -pensó-, algunas están buenas, pero en general, las mejores son las extranjeras...
¡cómo me gustan las argentinas paseando por Santa Fe y Callao o por Cabildo y Juramento!... qué buenas que
están las argentinas... Gonzalo llegó y se sentó en una mesa del Zurich. No miraba nada en particular. Estaba allí,
incómodo, en Barcelona, que no le gustaba nada. Tal vez por nostalgia de Baires pero la verdad es que lo que no
le gustaba era el espíritu catalanista moderno y veía en Barna solo lo malo, que no era poco decir. Fer lo vio y se
acercó con la familiaridad de siempre. -¡Qué pasa, tronco! Por fin nos vemos. Gonzalo le sonrió, amigable. -
Sentáte che... -¿Cómo te fueron tus cosas? -Bien, bien... ¿para qué te voy a contar? -Para nada... soy tu amigo,
para saber que todo va bien. -Bueno, sí, tenés razón, pero mejor contáme lo tuyo. -¿Lo mío? Simple... fui a lo de la
que te conté... culiamos un montón... después me abrí unos días y visité a unos amigos y algunas amigas... lo de
siempre... fiesta, juerga, nada serio... -Mirá Fer. Lo mío fue un poco torcido, entre idas y vueltas, aeropuertos y
viajes relámpago. Estoy cansado y algo desilusionado. Por eso te dije que sí a lo del viaje a Menorca... no conozco
y quiero descansar. Fernando había notado que lo había convencido sin mucha dificultad, al llamarlo por teléfono.
-Mirá Gonza, tenemos tiempo, así que tomemos el autobús que sale de allá enfrente... para qué meternos en un
tacho que tardará lo mismo. Gonzalo pagó los cafés. -Tinta china -dijo-, no sé cómo se pueden tomar esta mierda.
-¡Uy! cómo estamos de rudos hoy... Desenchufáte que ahora estás conmigo y nos vamos a la islita del silencio,
como la llaman acá, La isla de la Calma. Gonzalo iba impecable, con elegante sport medido que parecía traje sin
corbata. Fer, se había preparado especialmente para el control aeroportuario, no había dejado detalle sin mirar.
Reloj Rolex falso pero bueno, Levis tiro bajo, ancho y necesitado de cinturón, calzoncillos de Prada, medias de
Calvin y Chomba La Martina. Gorrita colgando de la cintura, ipod, Iphone y Blackberry. Anteojos de sol Gucci,
robados al descuido a su último fato, con robustas patillas símil oro. Pulsera de acero quirúrgico y cuero negro. A
Gonzalo no le llamó la atención, porque era la forma habitual de vestir en Fernando, aunque no reparó en los
sutiles detalles Al llegar al Prat, fueron al mostrador de embarque, y pidieron sendas tarjetas. Ambos con
pasaportes europeos, pero con acentazo argentino que se empeñaban en remarcar con tonta complicidad. La
azafata de tierra se meaba a chorritos al escucharlos hablar, pero sentía un odio brutal hacia el supuesto éxito de

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ambos. Pensó: -Argentinos de mierda -y les habló en catalán, cosa a la que estaban más que acostumbrados. Cada
vez que habían pasado o entrado y preguntado algo, comprado o comido, habían escuchado catalán, aplicado
severamente por el interlocutor, al descubrir la argentinidad. Llamativo, pero real. Los dos sonrieron, y
contestaron en castellano, sin inmutarse. Fernando hubiera hecho el idiota un rato, pero la chiquita le pareció un
bofe, y lo era. Dijeron adeu a dúo, y se rieron a carcajadas. Tarjetas y pasaportes en mano se fueron hacia el
control. Gonzalo empezó a quejarse, del abuso al que eran sometidos los ciudadanos en los controles de
aeropuerto. -No puede ser esto... nos han criminalizado... mirá cómo tratan a la gente. Es insultante que les den
poder a estos subnormales para que nos controlen como si fuéramos ganado. -Pero decime una cosa, Gonzalo:
¿Por qué no lo usas en beneficio propio? Yo me divierto como un enano en los controles. -No seas pelotudo, que
todo esto es una mierda -Por eso Gonzalito. ¿Quieren caldo? ¡Dos tazas! como dicen acá. Mirá, me toca las bolas
esto mas a mí que a vos... y sé por qué te lo digo. Antes si llevaba un porro, o un pelpa, nadie te miraba mucho,
pasabas siempre y chau. Ahora es un bardo con estos forros que se creen que son superhéroes de la seguridad.
¿Quieren espectáculo? Se los doy, con beneficio propio. -¿Pero qué decís, Fer? -Que laburen, loco... que me
revisen de punta a punta, que me ayuden cuando se me cae el pantalón, que se me mezclen los bultos en la puta
cinta y que la gente se queje, que me miren las botas que llevan metal en la punta. ¿No sabías que un terrorista
puede matarte a patadas con esto? Gonzalo sonrió con ganas. Entendía a Fer como a su lado oculto, y le
encantaba su manera de encarar las cosas. -Mirá, loco. Yo paso primero, vos mirá y divertite, y metete atrás mío
para hacerme la pata. -Estás de la gorra, Fer, pero dale... total ya estoy hasta las manos. Los negocios de Gonzalo
se habían cerrado sin él. Era un trabajo muy importante, muy bien pagado. Pero no había podido ser. Se había
perdido una posibilidad única de retiro anticipado. Sabía controlar le derrota en la ilusión de un futuro incierto,
pero seguro. Tal vez por eso aceptó la invitación de Fernando. No estaba en sus planes ir a Menorca, no tenía
interés, pero no tenía otra cosa mejor que hacer. Fernando puso la maleta de mano en la cinta y luego agarró una
caja plástica donde empezó a poner reloj, celular, ipod, maricona, bolígrafo y teléfono. Se dejó cinturón, pulsera,
botas y abrigo. Mientras tanto otros pasajeros pusieron sus maletas detrás de la suya y Fer intercaló su caja con
un: -Perdón...- haciéndose el distraído. Se puso detrás del detector como esperando una orden para pasar y
automáticamente le gritaron: -¡El abrigo, quítese el abrigo y me lo pasa por la cinta! Se dirigió nuevamente a las
mesas, cogió otra caja plástica, se quitó el abrigo y lo metió dentro. Al meterlo en la cinta vio que ya había
generado cola y que algunos habían pasado por delante de él, llevando la cinta hacia el otro lado a sus objetos
personales que sumaban maleta de mano y dos cajas. El controlador, al ver las cajas acumuladas, dijo de muy
mala manera: -A ver señores si se llevan estas cosas. -¡No puedo! -gritó Fernando sonriendo con sorna y con
actuada preocupación-. Estoy del otro lado y no he pasado aún. -¡Apúrese!, que no tenemos todo el día. -Bueno,
bueno, ya voy -dijo Fer con ánimo calmado, y al pasar debajo del detector mientras sonaban las alarmas dijo-:
Usted cumple horario... yo no -cosa que al controlador lo puso verde, pero nada podía decir ante tan obvia
verdad. Ipso facto una mujer controlador le espetó: -¡Sáquese las botas y el cinturón! ¡Que lleva cinturón y allí
dice bien claro que no se puede! Si es que hay que decirles todo mil veces... -Perdone usted, señorita -dijo Fer
apostando a la falta de anillo en dedo anular de la dama en cuestión-, y digo señorita dado que estimo que por su
humor sigue aún soltera, escúcheme... sin cinturón se me cae el pantalón, y haré un papelón sin su perdón. Y le
guiñó un ojo, cosa que ofuscó tremendamente a la señorita, que no podía negar su soltería. Y entonces Fer se giró
sonriendo de la rimita y salió nuevamente, en busca de otra caja, donde metió el cinturón. Regresó hacia el
control y preguntó: -¿Tienen aquí una silla? Es que es difícil quitarme las botas de pie, diría que imposible. Sufro
de lumbago crónico y bloqueo del canal medular con hipospadia severa, lo que me impide agacharme -y se quedó
muy serio de pie, esperando el acercamiento de una silla, mientras se apoyaba en la mesa de las cajas. Un
segurata entrado en calor por la escena que ya parecía preparada, obligó a Gonzalo a pasar por otra cinta dado
que Fer había conseguido acaparar una cinta, el odio del personal, las risitas de algunos lúcidos y la atención
supuestamente despreocupada y desinteresada del resto de pasajeros. Fernando, muy tranquilo, se sentó en la
silla, se quitó las botas, y mirando para todos lados preguntó: -¿No tenéis nada para cubrirme los pies? Es que
estoy resfriado y me afecta a la hipospadia el frío en los pies -y lo dijo manteniendo los pies en el aire, como un
chico tonto. Se calzó unos peucos que le trajeron con desgano y recogió otra caja donde metió las botas.
Sujetándose el pantalón con una mano, medio renqueando medio no, se acercó a la cinta con parsimoniosa
marcha y metió la caja en las ruedecillas, empujándola como si se tratara de un juguete. Luego pasó por el arco
del detector de metales, el que por lógica volvió a sonar. La guardia civil se interesó por el episodio, dejaron de
ligar entre ellos y se empezaron a arrimar al control. Fer entonces se quedó paralizado, mirándolos con cara de
miedo y alzó las manos como si fuera un presidiario, dejando ver la pulsera metálica y haciendo un guiño casi

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imperceptible pero mortalmente fastidioso a la segurata y se las llevó a la nuca. Se quedó allí, inmóvil, con el
pantalón medio caído por debajo del pubis, que permitía ver que llevaba puesto un pañal. Un guardia civil se
acercó y preguntó: -¿Qué pasa? -y vio a Fernando con lágrimas en los ojos, tieso, con los pantalones deslizándose
ya debajo de la rodilla, caídos y un pañal encima del calzoncillo Prada. Y a la segurata fuera de sí, increpándolo
como si Fernando fuera un violador judío y ella fuera una exterminadora de la Gestapo. -A ver, señor -dijo el
Guardia con cierta piedad por el desgraciado en pañales dando fin a la situación y cogiendo muy suavemente a la
segurata por el brazo, quien hizo silencio automático ante la presencia de la máxima autoridad en ese momento-,
súbase los pantalones y acompáñeme. -Sí, sí señor -dijo Fer en tono de humillado, haciendo pucheros y señalando
en el final de la cinta una pila de cajas, y una maleta-, es que tengo mis cosas allí -agregó entre sollozos- y además
no he hecho nada. -¡Ayuden a este hombre! -ordeno el guardia, y Fer entonces sonrió con victoria al ver a los
seguratas levantar sus cajas y su maleta, y le soltó otro guiño ácido a la mujer maravilla. Y en ese instante
supremo Fer gritó: -Mierda, Señor guardia civil, ¡ya lo sé!, ¡ya lo sé!, con victoriosa euforia-, lo que sonaba era el
jet extender, el aparatito ese de la tele para alargar el pene. ¡Me olvidé de quitármelo! Es que tengo que actuar
como si no lo tuviera me dijo mi médico. Perdóneme, se lo ruego... Espere que me lo saco y lo meto en la cajita
plástica, y salió corriendo para fuera del control, haciendo sonar la alarma de nuevo. Gonzalo se revolcaba de la
risa al ver a Fernando en acción, en el control, pero empezó a preocuparse cuando lo vio quitarse el pañal y
empezar a tironear del jet extender para sacárselo. A su criterio Fer se había ido al carajo, y los Guardias civiles
habrían pensado lo mismo, porque lo detuvieron. Así, Fer, medio en pelotas, con un pañal en los tobillos, se fue
dando pasos cortitos hacia el privado de la bennnemerita, entre las risas de algunos y la indignación de otros
pasajeros, que estaban a favor del pobre muchacho. Gonzalo no sabía qué hacer, y cauto como siempre, decidió
esperar. Pasados unos largos minutos, Fer salió del privé, vestidito, y con sonrisa de oreja a oreja. Gonzalo se giró
y se fue sin mirarlo hacia la puerta de embarque. Allí esperó a Fer, quien llegó con dos helados en la mano. -Tomá
loco, un heladito, para enfriar la cosa. -¿Qué paso?, estás re loco… -Nada, nada... llame al capitán... el padre de la
mina que me vino a buscar a Madrid... Ya sabés... En realidad la llamé a ella y le conté rápido, y al segundo llamó
el viejo. La mina me quiere... le he puesto interés a lo nuestro... la trato bien, la acaricio, le digo cosas lindas en
argentino, y le chupo la cachufleta... ¡La tiene limpita!... no me mirés así. -Te miro así porque estas quemado,
limado... ¡qué digo! pulido hermano, ¡estás hecho hule! -No me vas a negar que te cagaste de risa. -Como un
enfermo, pero vos estás chiflado... -y empezó a reírse-. Pero qué querés que te diga Fernandito, me estas
mostrando un mundo que me estaba perdiendo. -Y que querés, yendo por el mundo como vas... siempre tan
correcto... Gonzalo siguió riendo. No sabía si delante tenía a un estúpido, un loco o a un iluminado. -¡Uy! -dijo
Fernando- ¡Mirá!, un negro. -¿Y? -dijo Gonzalo mirando a Fer con algo de sorpresa. -Y eso, un negro. -¿Y que
tiene? -interrogó Gonzalo como obviando la repuesta. -Nada. Es negro. -¿Y qué pasa?, boludo. -¿Como que qué
pasa? Es negro, y no estoy acostumbrado... -¿A qué? -dijo Gonzalo serio. -¡A ver: negros! En Argentina no hay, o
los que hay son porteros de discotecas grasas, o limpian los baños. -No seas forro, ¿querés? -No, no soy forro. ¿A
que en Argentina no hay negros? -Es cierto, no hay -dijo Gonzalo para finalizar el tema, y se puso a leer el
periódico. Al poco rato, Fernando lo empujó con el codo. - Che, y está sentado ahí... como si fuera a tomar un
avión. -Uy hermano, estás muy mal. ¿Qué tiene que esté esperando un avión? -Qué, ¿pueden? No me digas que
ahora los negros pueden tomarse un avión... -No, no pueden, viajan todos en patera y este está acá de adorno. -
Ahhh, bueeeeno, me quedo entonces más tranquilo. -¿Pero sos boludo o te haces? -Estoy jodiendo, nabo. No
pasa nada con los negros, es un chiste, ¿no sabes chistes de negros? -Sí, un montón. -¿Viste Gonzalito? Hay
chistes de negros... -Y de judíos, y de chinos, y de gallegos, y de leperos, y de correntinos, y de alemanes, y estos
nabos creen que inventaron los de argentinos, y de minas, y de tipos... -Y de negros, Gonzalo. -Y dale con el tema.
Los de negros son racistas, y eso está mal. -Y el resto también están mal, pero me chupa un huevo. -Sí, ya veo,
como todo en general que te chupa un huevo. -Mirá, ¡mirá! tiene teléfono celular -gritó Fernando. -Y qué pasa,
estúpido -replico Gonzalo algo enojado. -¿Pueden?, digo, tener celular -dijo sonriendo. Gonzalo también se rio. -
No, no pueden, solo señales de humo, pero a este le prestaron uno para que no haga fuego en el aeropuerto.
Después se lo sacan... -Ahhhhh, me quedo más tranquilo. - Bueno nene, basta. Ya está con los negros. -Okeyyy,
yastá... -y al cabo de un breve silencio lo volvió a empujar con el codo- ¿Y no será el de la limpieza? -Gonzalo se
volvió a reír- ¿viste nabo? Vos también sos racista, Gonzalito. -Nada que ver, vos sos un idiota, y yo me río de tus
idioteces. -Noooo, te reís de los negros. ¿A que nunca tuviste nada con una negra? -¡Y a vos qué te importa! -No
me digas que te culeaste una negra, hijo de puta. -Qué enfermo que sos, ¿te hiciste ver alguna vez? -Sí, y los
negros no tienen nada que ver en esto. Decime loco ¿te garchaste una negra? -A vos no te tengo que contar nada
porque sos un grasa. -Dale Gonzaliño… contáme por Dios te lo pido -dijo Fernando sin respirar. Gonzalo soltó el

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periódico, miró a Fer y le sonrió. -Mirá, te lo cuento por el espectáculo circense que diste hoy. -Sí, mi vida, siii, te
quieroooooo, dame un beso -y agarró a Gonzalo por la nuca y se lo acercó a la boca. -Pará, ¡pará que te surto! Te
cuento. Estuve en Angola, trabajando. Era el fin de la guerra de mierda que estos tenían, y yo laburaba en un
hospital. -¿De médico? -interrumpió Fernando. -No, de electricista boludo. De qué iba a laburar... -Qué se yo, sos
tan raro vos -aseveró Fernando. -Dejálo, laburaba de médico, estaba lleno de médicos cubanos y portugueses.
Unos por la causa y otros por el dinero, aunque los de la causa “mandaban” obligadamente toda la plata al
gobierno cubano... pero ese es otro tema. -Bueno ¿Y la negra? -suplicó Fernando. -Te cuento, dejáme que te
ponga en situación, aunque da igual... ahí éramos clase privilegiada, con dinero, coche, comida y alcohol, ropa...
todo lo que la población local no veía ni de lejos... por la calle eran capaces, te lo juro, de tirarse al suelo con
sumisión absoluta y besarte los pies. -No me jodas -dijo Fer. -Te lo juro. Yo les decía que no, me daban lástima. -
Por negros, claro. -Calláte forro, que estoy hablando en serio. Era así, opresión social infligida desde afuera y
desde su interior... Y estábamos solos, y las negritas se te paraban en la puerta y esperaban a que hicieras lo que
quisieras... se ofrecían para limpiarte y cocinar a cambio de comida. -¿Y te la culeaste? -Pará tarado te digo,
calláte o no hablo más -decretó Gonzalo con mirada seria. -Una tumba -y Fer se calló, pero asentía con la cabeza
como demandando. -La primera, era horrible, pero tanta soledad y violencia te altera los sentidos. Salíamos con
ametralladoras, por seguridad, así que mejor era no salir... y se hacía durísimo... así que ese día me agarró bajo y
la hice pasar, le di habitación y quehaceres domésticos... todos, los hacía todos. La lleve al hospital, la analicé...
HIV, sífilis, hepatitis y esas cosas... la traté por si tenía alguna venérea rara... y ella no salía de casa... -Gonzalo se
quedó pensativo. Fer lo miraba fijo, como un jugador de póker y asentía con la cabeza. Gonzalo parecía ausente
enfrascado en su relato- Y bueno -dijo-, una cosa fue llevando a la otra... y me hacia masajes y me preparaba el
baño y... un día me la culié. Fer hinchó los mofletes, pero no soltó el aire ni la carcajada. -¿De qué te reís, forro?
Fernando abrió grandes los ojos y decía que no con la cabeza mientras se balanceaba hacia delante y atrás. -
Bueno, reíte, pero pará de hacerte el idiota. -Te la culiaste, culiado -y empezó a reírse a carcajadas. -¿Qué tiene de
malo? -No, que fuera la camuca nada de malo, ¿pero garchártela? -Llegué a tener tres, al mismo tiempo, bajo el
mismo régimen -No me jodas, campeón -dijo Fernando serio. -Sí, sé que era abuso total, pero la cosa era así. Y me
decidí a tener más de una porque, mirá si la primera era fea, que un día un amigo me vio que la llevaba en coche y
me citó a su casa. Me hizo entrar, me convidó cerveza helada, nos sentamos, y con absoluta seriedad me dijo: -Yo
sé, Gonzalo, que acá la cosa está jodida. Y sé que la soledad a un tipo con tu pinta le tiene que joder. Entonces,
todo se permite, y lo sabés. Pero eso sí, monitos no. ¡Con monitos no! -Fernando se empezó a reír a carcajadas, y
Gonzalo continuó-: Era un culo. Horrible. Pero fue lo primero que cayó. Por eso luego recluté más. Fernando se
seguía riendo como un loco. No podía parar de reír. -Decíme algo -intentó interrumpir Gonzalo. -Nada, qué te voy
a decir... No sé, un culo es un culo... te las cogías… que turro… y sí, un culo es un culo… -¿Qué querés decir? -
preguntó Gonzalo- ¿que si es fea es fea? -No, no. Vos dijiste que era un culo y yo asocié. Soy así. Y por eso te digo
que un culo es un culo. Eso, que un culo es un culo... a mí me encanta hacer culos... y un culo es un culo... sea
negro, blanco, chino, de mina, de traba, un culo es un culo. -Vos sos medio trolo -dijo Gonzalo riéndose. -Noooo,
un culo es un culo. Soy vicioso, como dicen acá... -Mirá -interrumpió Gonzalo- ¡Otro negro! Los dos continuaron
riendo cómplices.

38. 38. A Menorca


El vuelo Barcelona-Menorca duró unos escasos treinta minutos. Fernando los durmió completos, mientras
Gonzalo leía un periódico local. Al aterrizar, Fernando despertó sobresaltado. -¿Ya llegamos? -Sí, dormiste como
un nene. -No me enteré de nada -dijo Fernando, y poniendo cara de preocupado preguntó-: ¿trajiste tabla de
corrección? -¿Qué? -Sí, eso, tabla de corrección. -¿Para qué? -Para las minas, no sabés lo que son acá... -No me
jodas, que no serán tan feas... -¿Vos miraste a tu alrededor? -Sí, claro que miré, pero estas son todas viejas. -
Antes eran jóvenes... y sabés cómo están algunas mayorcitas en Argentina... -Bueno, explicáme cómo es eso de la
tabla de corrección. -Nada, es eso. Un cuatro en Argentina es un ocho local, un cuatro con cinco es un nueve y un
cuatro con nueve argentino es un diez. Así de fácil. Los cinco argentinos acá no existen... -Sos un exagerado -Ya
me lo dirás, my friend. Al bajar del avión, se acercaron caminando hasta la terminal aérea. -Esto es re pueblo... -
Claro Gonzalete, por eso tiene su encanto, aunque acá se creen que no se vive en ningún lugar del mundo como
en estas tierras... han viajado poco... esto es Mundo Menorca ¡Bienvenido!... nos vamos a divertir. -No sé yo, con
lo que me contás... -Hay que encontrarle la vuelta. Mirá, me viene a buscar una mina. -¿Otra? -Y qué esperabas,
¿que viniera el obispo? -No forro, solo que no sé... no parás... -Mirá, hagamos una cosa, te llevo hasta el centro,
vas al bulo que conseguiste y yo me voy con esta hasta mañana, así la pongo al día... y vos alquilás coche. ¿Ok?

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Hay una agencia justo abajo del departamento ese. -Okay. -Mañana nos juntamos temprano. -¿Y la mina esta?
¿Qué vas a hacer? -Me la garcho, solo quiere eso, como todas las de acá... ¿viste qué llamativo?, esta es un siete
local, aunque no existan. Y después de coger me dejará tranquilo, ya me conoce... -Misma línea, mismo diálogo,
mismos hechos... Fernando el winner Al salir del aeropuerto estaba Mamen esperándolos. Realmente era una
bonita joven, aunque le faltaba buen gusto en el vestuario y la peluquería. Saludó efusivamente a Fernando y muy
sonriente a Gonzalo. Hicieron el camino hablando trivialidades, aunque ella se interesaba bastante por saber
cuánto tiempo se pensaba quedar Fernando. Obviamente, no obtuvo otra respuesta más que un: -qué se yo, mi
vida…- que Fer repitió tres o cuatro veces ante los sucesivos intentos de la joven por determinarlo. Dejaron a
Gonzalo en el Claustro Del Carmen y se fueron con rumbo desconocido. -¡Chau, hermano! Mañana a primera hora
estoy tocándote la puerta. Gonzalo subió al apartamento y se dispuso a ordenar sus cosas. Mamen llevó a
Fernando a su casa. Al llegar, Fer abrió una botella de cava y empezó a beber solo, mientras Mamen se duchaba.
Se conectó a Internet para escribirle a Micaela. Simplemente pensaba en ella, memoria o culpa... no lo sabía.
Mamen salió desnuda del baño... Follaron un par de horas, entre la primera y media botella más que se bebió Fer.
Luego se ducharon y salieron a festejar el reencuentro en el bar Paupas, en la costa de Binibeca, y a pesar de los
múltiples intentos de la señorita por impedirlo, Fer condujo el coche. Pidieron una cerveza para la señorita y unos
cuantos cubatas para Fer, que no paró un segundo de contar historias a Mamen, quien reía encantada de la
creatividad de su amigo. A eso de las tres de la madrugada decidieron volver. Mamen le quitó las llaves del coche
Fernando estaba totalmente borracho, pero consciente, y como siempre seguía muy hablador. En la rotonda de
entrada al Pueblo de Sant Lluis, los paró la guardia civil, junto con la policía local. Aburridos como siempre en
Menorca, haciendo hipercontroles a los turistas, mirando luces y neumáticos, pidiendo papeles y haciendo
alcoholemias. -Buenas noches, permiso de conducir y documentación del coche. Mamen buscó en su cartera. -
Aquí tiene. -A ver, le falta el permiso de circulación. Fernando miró al guardia civil, sonriente. -¿Puedo soplar,
señor? Le juro que a la ida conducía yo. -No digas tonterías -le insinuó Mamen. El guardia civil la miró serio. -
¿Tiene algún problema para hacer el test de alcoholemia señorita? -¡Yo no! -dijo Fernando-, estoy re mamado...
como a la ida o más, pero sentado en el lugar correcto... ¿vio que cosa el destino? -Esto es serio, señor, así que le
voy a pedir que no interfiera -dijo muy molesto el Guardia Civil. -No interfiero, solo que me gustaría soplar... ¿ve?
A usted le molesta porque yo no conduzco... en cambio si me hubiera parado a la ida... El guardia civil lo miró
ofuscado. -No me falte el respeto, a mi no me molesta en absoluto. Hago mi trabajo, y usted me está diciendo
que ha conducido bebido. -Qué va... eso sería poco. -¿Quieres dejar de decir tonterías?, no le crea, es que está
borracho y cuando está así dice tonterías. -Señorita, hago mi trabajo y este individuo me está faltando el respeto.
-Veo, veo... ¿que ves?... señor, disculpe pero... yo no le falto el respeto, solo le digo que voy mamado y que me
gustaría soplar... a esta la dará negativo, se lo puedo jurar por mis hijos... que en paz descansen... -y Fernando
puso cara de congoja, con brillo triste en los ojos. El guardia civil escuchó el comentario, alzó la vista hacia
Fernando y minimizó el asunto. -Eso ya lo veremos. Mamen hizo el test sin articular palabra, mientras Fernando la
alentaba para que soplara con fuerza. -Dale, dale, que no se infla el aparatito... está pinchado ¿no ves? El agente
constató la tasa que estaba bastante más baja que el límite tolerado. -¿Ha bebido, señorita? -Una cerveza, hace
unas dos o tres horas. -Todo lo demás me lo chupe yo... ¡Ja! -dijo Fernando -Perdone -dijo el agente ya harto de la
estupidez de Fernando-, ¿es su amigo?, ¿la está incomodando? -¿Pero qué decís?, si está encantada conmigo...
además es un huesito que me garcho porque soy guay... -Perdónelo señor -dijo un poco consternada Mamen-, lo
llevo a casa a dormir, está un poco borracho. -To-tal-men-te... como usted podrá constatar si me deja soplar. -
¡Esto no es un juego!, y si sigue en esa tónica, a pesar de sus problemas personales, lo voy a detener para
averiguación de antecedentes. Fernando lo miró sonriente. Metió su mano en el bolsillo trasero del pantalón y
sacó su carnet de identidad italiano. Lo extendió cruzándose por encima de la conductora. -Aquí tiene, señor.
Constátelo... estoy limpio... me bañé. El guardia civil lo hizo bajar del coche a pesar de los pedidos de Mamen para
que la dejara llevárselo a casa. -Este culiado envidioso te la quiere poner y como no puede me quiere joder a mí -
dijo Fernando en voz alta mientras bajaba. -¿Cómo dice? -dijo el joven. -Nada, nada... es que no hemos hecho
nada... solo tengo un pedo astronómico para tapar las penas y no es causa para que me detenga... a menos que le
moleste que un sudaca reguay como yo sé culee a este bomboncito. Fernando hablaba arrastrando las eses,
sonriente. Mamen bajó del coche. -Señor, es amigo mío, y realmente no ha hecho nada. Yo lo llevo a casa... -
Exacto, señor... no se enoje conmigo... Hagamos una cosa. Le prometo que la próxima vez que me pare, iré
totalmente en pedo... y conduciendo, así me puede multar y no sentirse frustrado... En ese momento se bajó el
responsable del control del coche patrulla. Miró la situación que parecía algo anormal pero un poco tonta y llamó
al agente un momento. Mamen miraba a Fer con enojo, sin decir palabra. Los agentes subieron a la patrulla y al

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cabo de un rato el jefe salió con el carnet de Fernando. Mamen estaba acongojada, pero francamente furiosa. El
Guardia Civil más joven estaba dentro de la unidad, se había quitado la gorra y se pasaba la mano por la cabeza. -
Vacía... -dijo Fer por lo bajo y Mamen lo miró fulminándolo. El jefe se le acercó con desgano, lo miró de arriba
abajo y se lo extendió. -Mire joven, suba al coche, y no diga mas tonterías, que estoy cansado y no quiero
arruinarle la noche a su amiga. -Pero es que yo... -Cállate -le dijo Mamen-, y usted disculpe y gracias. No se
preocupe que lo llevo a casa. El agente miró a Fernando serio, esperando alguna respuesta y este alzó lo
hombros, y se metió en el coche con dificultad. -Señorita, vuelva a hacer el test con mi compañero. Si le da igual o
menos, podrá marchar. De lo contrario ya veremos. El joven guardia civil bajó del coche, le alcanzó el
alcoholímetro y constato que el nivel iba en descenso. Devolvió los papeles del coche y carnet, habiendo
constatado antes el permiso de circulación vigente que le había dado Mamen. -Creo que este individuo no es
buena compañía para usted, aunque usted lo quiera ayudar. Mamen ignoró el comentario, sabiendo qué podía
pasar si decía algo y Fernando bajaba del coche. Al salir con el coche, Fernando bajó la ventanilla. -Gracias señor,
hasta la próxima... no se olvide de mí. Mamen lo golpeó de revés, con el antebrazo derecho y con mucha fuerza
en el estómago.

39. 39. Noticias


Micaela se conectó a Internet, en su apartamento. Quería noticias de sus amores perdidos. En la carpeta de
entrada había un e-mail de Fernando que se titulaba: Cosita. Sonrió. Puso música y se sentó en el sofá con el
ordenador encima de su falda. Estaba contenta de poder leer noticias... o vaya a saber qué locura le contaba
Fernando. “Estimada Micaela: Tengo el agrado de dirigirme a usted, a fin de ponerla al corriente de la situación
que nos compromete. En estos momentos me encontraba pensando en usted, por lo que decidí, y le ruego no lo
tome a mal, presentarle mis respetos y admiración. Creo que entenderá que la vida es un sinfín de espirales
entrelazados que han hecho cruzar nuestros destinos en esta sublime obra de la creación divina. La pienso, a
veces, o seguido, según se vea. Le ruego se comporte adecuadamente y diga que no, a todo lo que sabe no es
bueno para su salud y entereza. Le saludo con mi más distinguida consideración no sin antes desearle un orgasmo
de mi parte, impartido por mi cuerpo con exacta memoria de usted. Don Fernando de Chantilly Deutreaus de la
Rondelle. PD: te mando una cosa que escribí una noche de insomnio... No quiero ver las flores marchitarse, no
quiero ver el otoño, no podría sobrevivir al invierno. Dicen que después del invierno viene la primavera, pero es
otra, no es la que dio origen al último invierno. Entonces yo, dejaré que la voces se pierdan en el espacio, que los
recuerdos se ahoguen entre las lágrimas, que tu figura se desvanezca en otra sonrisa, que tus preguntas no
tengan respuestas, que el sol no llegue al ocaso, Impediré que se desate la tormenta, que la brisa remueva el
polvo del olvido, que el sabor amargo del engaño no llegue hasta mi puerta. Haré entonces así, que las flores no
se marchiten, para que permanezcan eternas en mi memoria, para que sean en mi recuerdo, casi, casi perfectas.
Yo, pensando vaya a saber en qué. Te mando un beso. Te extraño.” Micaela subió el ordenador a la mesa, lo
conectó a su impresora e imprimió el mail, inmutable. Lo plegó en dos, y lo guardó en un cajón. Contestó el e-
mail, conciso. Solo puso “Yo también, Besitos”. 135

40. 40. En Menorca


No es porque estuvieran totalmente borrachos. No. Eso solo hizo aflorar al niño que llevaban dentro. Ese niño
travieso y estúpido que hace de las suyas, travesuritas de niño tonto pero creativo. Cosas de niño. Y sí, al bajar
después de haber orinado en el apartamento que Gonzalo había alquilado para una semana en Mahón, vio a
Fernando allí, esperándolo con cara de travieso. Fernandito estaba subido a un ciclomotor hecho mierda,
haciendo bruuummmm, bruuuuummmm con la boca. Miró a Gonza y le dijo: -Mientras vos meabas como un
señorito en el baño, yo meé en la calle y mientras estaba meando, me encontré esta moto, ¡ja!, ¡así que subí, que
vamos al puerto en moto! Bruuummm -¡Sí!, qué buena idea -dijo Gonzalo que también estaba bastante borracho.
Bruummmm, bruuuummmm, hacía Fernando con la boca y con bastantes años encima como para hacer
travesuras... y la niñez a flor de piel... Y se tiraron para abajo, por las cuestas. Fernando al volante y Gonzalo de
copiloto. Ses voltas se llama. Es una hermosa cuesta con cuatro curvas, que baja del centro hacia el puerto de
Mahon. Y bruuuuummmm, los dos idiotas borrachos, niños... bajando ayudados por la fuerza de gravedad... y así,
una vuelta y otra y otra y la última, haciendo brumbrum... despreocupados, divirtiéndose. Y sí, estas cosas pasan,
y allí abajo estaban ellos, esperando a los dos borrachos, aburridos como ovejas, paseando de servicio por
Menorca que es tan maravillosa para los guardias civiles. Sí, picoletos a la caza... aburridísimos de tanto hacer
nada... y los vieron justo al finalizar el recorrido y cruzar la avenida. Fernando, acostumbrado ya a estar lleno de

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episodios policiales estúpidos en su vida, no mostró ninguna sorpresa. Aparcó la moto y se bajó con absoluta
tranquilidad y algo falto de equilibrio. Gonzalo se sintió absolutamente culpable e ilegal, aunque no manejaba. Se
sintió estúpido pero sobrio, de repente, y prefirió hacer silencio y quedarse al lado de la moto. Agarró a Fernando
por el brazo, con fuerza, para que no empezara a correr. Presintió que sucedería y Fer se dio cuenta
fundamentalmente por la fuerza con que Gonzalo lo sujetaba. En sí misma, la situación era un poco preocupante
en la mente de Gonzalo: Los dos estaban borrachos, sin casco, sin papeles, sin seguro, sin excusa, y en una moto...
¡robada! Argentinos niños en España... Fernando, haciendo uso del don de la oportunidad, dijo con seriedad: -
¡Etamos en la miedda asoluta...mami, mami! -y puso cara de nene travieso, ayudado por el excesivo alcohol
Gonzalo lo hubiera matado, si los testigos no hubieran sido justamente los de esa calaña. Se quedaron quietos,
eso sí, con dignidad total. Ambos serios, bien paraditos intentando sonreír suavemente, para no levantar más
mugre. Fernando miró al guardia civil fijamente y lo reconoció. Era el mismo guardia civil del control de
alcoholemia con el que se había topado, así que ni corto ni perezoso le dijo: -Buenas noches, señor. ¿Vio? he
vuelto a cruzarme con usted, pero totalmente en pedo, como le prometí. Gonzalo quería arrancarle la lengua de
cuajo. Pensó: -Para qué Dios le dio lengua y creatividad a este tarado-, fundamentalmente si sabía que tal vez se
iría con él a España. ¿Para hundirle…? ¿...O para hundirlo? -¿Vio Señor guardia civil? La cagué bien -dijo
sonriendo-, como para que no se frustre esta vez -añadió Fernandito con total desparpajo. El Guardia Civil ni se
inmutó aunque se le notaba satisfacción plena en el rostro. -Carnet de conducir y papeles del vehículo -dijo sin
mirarlo. Fernandito buscó en varios bolsillos y sacó una licencia de conducir uruguaya. Le hubiera servido más en
el baño, para varias actividades diferentes, como limpiarse el traste o peinar raya, pero en ese momento era
totalmente inútil. El compañero de ronda del guardia civil había llamado a la portuaria, por un simple tema de
jurisdicción. Entonces, al cabo de unos breves minutos la situación había cambiado radicalmente. Dos guardias
civiles y ocho policías portuarios. En ese instante, Gonzalo decidió hablar y sugirió dejar la moto donde la habían
encontrado tirada... qué decir... para reparar el daño, aunque en realidad donde antes estaba podía provocar un
problema. Ellos la habían levantado de en medio de la calle, para evitar un incidente que podía ser grave...
Fernando hablaba con total tranquilidad, sonreía y decía cosas como: -Bueeenooo, no es tan grave el tema,
¿sabéis? Solo fue un acto de ciudadanía... no fue un acto de vandalismo.... Pero no importaba lo que dijesen. La
policía portuaria mantenía firme la decisión de castigarlos, era su jurisdicción y tenían que aplicar la ley con rigor
extremo. Y ni que decir del guardia civil que gozaba de su buena suerte y las coincidencias inevitables que
Menorca ofrecía. -Qué casualidad... el mismo que se quería coger a Mamen... Gonzalo de pronto miró fijo a Fer. -
¡Callate! Dejá que estos señores hagan su trabajo, y pedí permiso para llamar al señor que conocés, ese que
llamaste desde el aeropuerto. -¿Cuál?... ¡Ah! sí... es que es un poco tarde... -Mirá forro, mové el culo y
arreglátelas con quien sea, o después charlamos a solas, ¿me entendés? -dijo Gonzalo con una seriedad
preocupante -Sí, mejor. Perdonen ustedes, Señores, ¿puedo hacer una llamadita? Digo, mientras hacéis vuestro
trabajo. La ley accedió mientras se ponían de acuerdo en cómo aplicar el rigor máximo que la situación permitía.
Gonzalo hablaba con un portuario que parecía entender la cosa como un hecho puramente estúpido, provocado
por el efecto del alcohol y la diferencia cultural. Fernando cortó el teléfono, miró a Gonzalo y sonrió. -Ya´stá, hay
que esperar un poquito. La policía empezó a tomar los datos de ambos sospechosos e incautó la moto robada,
para llevarla al depósito. El guardia civil esposó a Fernando con satisfacción plena y lo introdujo en la patrulla.
Invitó a Gonzalo a que se subiese. Se enseñaban la licencia de conducir uruguaya, y sonreían con sorna. Gonzalo
miró a Fernando y le hizo un gesto de incomprensión. Le preguntó: -¿Y tu carnet de conducir? -No sé -dijo
Fernando-, en realidad como venía de vacaciones, traje este, por si me mandaba alguna cagada. -¿Sos o te hacés?
-le increpó Gonzalo sentado dentro de la patrulla. -Tranquilo, fiera, sé lo que hago. -¿Me estas jodiendo grasa del
orto? Te esposaron, pelotudo... ¿querés que te faje acá mismo? -Ahora deslindá responsabilidades, Gonzalito. ¡No
te hubieras subido a la moto! O soy yo el responsable de tus actos. Te subiste porque te pareció gracioso, y a lo
mejor porque estabas en pedo, pero te subiste vos por voluntad propia. Además el conductor era yo. Y punto,
salame, no pasa nada. Ya iré a los juzgados, con vos de testigo... A vos no te esposaron... En ese instante sonó la
radio de la patrulla, al mismo tiempo que el teléfono del guardia civil de mayor rango. Mientras el picoleto
hablaba por el móvil, el joven respondió al llamado. Simplemente le dijeron: -Aquí central, Rodríguez Gálvez al
habla. Estamos al tanto del procedimiento. Reconfirmen la identidad de los sospechosos. El Guardia civil confirmó
identidad y la respuesta fue instantánea: -Le ordeno que se ponga su superior de inmediato. El superior había
cortado el móvil y se acercó a la patrulla. -Oye -dijo el jovencito-, no te lo vas a creer, te llama Rodríguez Gálvez
por radio, no sé qué pasa pero está muy serio. -Sí, me han avisao por teléfono -contestó el superior-. Salte de aquí
y vete con la portuaria, que ahora voy. Cogió la radio de la patrulla y dijo: -Aquí Gutiérrez, señor. Estoy al tanto de

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las órdenes, me han avisao desde Madrid. -Cúmplalas -dijo Rodríguez-, y manténgame informado. Mientras el
practicante se alejaba del vehículo después de haber escuchado la conversación cumpliendo la orden de Gutiérrez
de alejarse, este se giró, miró a Fernando y le dijo: -No sé quién coño eres, cabrón de mierda, pero no estoy
entendiendo nada. Gírate que te quitaré las esposas. No entiendo como un mierda como tú... -Cuidado con el
lenguaje, Señor -dijo Fernando, y antes de que termine la frase Gonzalo le arreó una bofetada magistral, con total
serenidad. El guardia civil miró a Gonzalo. -¡Qué hace!, no se lo recomiendo, aunque yo no he visto nada y si me
permite... -dijo el guardia civil mientras levantaba el brazo. -Es mi medio hermano -dijo Fer cogiéndose la mejilla-,
distinto padre ¿sabe? Él sí puede, pero si usted me toca se enterará -sentenció agrandado por la borrachera.
Gonzalo le arreó una segunda bofetada y luego asintió con la cabeza, mirando al guardia civil. -Ay -dijo Fernando
con las dos manos en las mejillas- ¿Ve como él puede? -Bajen de la patrulla y me esperan allí -dijo señalando la
acera-, que tengo que hablar con mis superiores. Descendieron rápidamente y Gonzalo miró a Fernando con
pena. - Perdonáme, pero me descontrolé, aunque sos un forro. -No pasa nada Gonzalo, ya está, me lo merezco,
aunque me duele bastante. -Lo siento, tranquilo que no te rompí nada... -Menos mal... pero cómo duele... pica...
El guardia civil habló poco por la radio, se fue hacia donde su compañero y se apartó del grupo policial con el jefe
de los portuarios. Intercambiaron algunas palabras y se dirigieron hacia los sospechosos. -Bueno señores, la
situación es más clara, así que por órdenes superiores solo voy a multar a Don Fernando Menéndez Iraola Peralta
Ramos. Vamos a ver: Multa por falta de casco, conducir sin carnet, sin seguro y sin papeles. No le haremos la
alcoholemia, y como no hay evidencia de intención de robo, no levantaremos cargos, a menos que el dueño curse
la denuncia, cosa muy poco probable –y prosiguió-: Usted, señor, queda libre, dado que no venía montado en la
moto tal como me han ordenado, y como mi compañero y yo mismo hemos podido confirmar. -Gracias -dijo
servicial Gonzalo. -Eso sí, si quiere darle otro golpe a su hermano, digamos así, como los anteriores, tampoco veré
nada, señor Gonzalo. Fernando se tapó la cara con las dos manos inclinándose hacia abajo. Gonzalo miró al
Guardia Civil con seriedad. -Me lo pensaré, me lo pensaré... es que mi hermano es un poco travieso, incorregible.
-Es una pena, dijo el Guardia Civil, hubiera disfrutado al verlo... en fin, quedan en libertad. Y sin decir más, se
retiraron. Gonzalo sonrió. Miró a Fernando y apartándole las manos de la cara le dijo sonriente: -¿Medio
hermano?… ¿de distinto padre? Fernando se empezó a reír. -No sé, se me ocurrió. Vamos a tomar un trago. -No,
ya tuve bastante -dijo Gonzalo- y se me pasó el pedo... pero te acompaño y me explicás bien qué le has hecho a la
hija de tu amigo. -¡Uy!, hoy no, otro día, todo a su debido tiempo. ¿Viste? No nos hicieron la alcoholemia. -Es que
no hacía falta... se notaba a leguas... -¿Y no podría ser que le haya surgido el niño interior a la benemérita y en ese
instante fueron cómplices de la travesura? -dijo Fernando entre risas, explotando el don innato de ubicación
situacional. Gonzalo empezó a reír a carcajadas. Fernando lo miró complacido. -Vení, Gonza, vamos un rato a los
bares del puerto. Fernando llevó a Gonzalo a los bares del puerto. Entraron a un bar llamado Aquelarre. Eran las
dos de la madrugada y Mahón estaba full... -¡Ah! -dijo Gonzalo. -¿Ah qué? -Preguntó Fer. -No nada... qué lindo...
¿y las mujeres? -¿No las ves? -Sí, pero... ¿y las minas?, estas son todas viejas aguadas... -¡Viejas aguadas!, qué
bueno -dijo Fer excitado y agregó con acento mexicano-, chinga tu madre, cabrón, esto está lleno de viejas
aguadas. -En serio boludo, ¿no ves?, vamos a otro bar. -¡No!, qué decís... te explico mejor. Mirá, la generación
que buscás, está fuera, y las que quedan son estas que se matizan con las aguadas, cortándose el pelito como un
perro caniche y poniéndose gafitas cuadradas... como si a todas les quedaran bien. Al lado hay un bar de pendejos
pastilleros y cocainómanos, desechos. Y más arriba hay un par que son como este, con la música incluso mucho
peor, cosa que seguro pensabas que era imposible. Y punto. -¡Ah!, gracias, qué bueno ¿no? Mercado limitado. -
Limitadísimo pero facilísimo. -Sí, me lo creo, si son bagartos. No me digas que tienen los huevos de decirte que
no... aunque en realidad son la vacuna contra la lujuria... -Ese lo había escuchado... pero está bueno... ¿vos viste a
los quías? -¡Por eso!, somos dos huesos acá, Fer. -Ya... pero no interesa demasiado, porque si de mojar se trata
acá mojan todos, así que las hay que se hacen las difíciles, pero a partir del tres punto… no se te niega ninguna. A
esa edad están separadas, divorciadas o solas porque por ley nadie las quiere... y con treinta pirulos les da todo
igual... -Mercado limitado… me voy a tomar un agua. ¿Qué querés? -Un whiscola, a lo argentino. Se acercaron a la
barra y le pidieron a una camarera argentina que estaba de infarto que les diera el pedido. -¿Y ésta? -preguntó
Gonzalo. -Olvidate, es argentina, y sabés cómo son... además esta infernal y acá se le subió la cachufla a la cabeza,
lógico ¿no? Seguro que en Argentina era lavaplatos. -Lo intento. -Olvidáte, además estás conmigo y me re tiene.
Ol-vi-dá-te. -¿Qué me decís? ¿Está con vos? -Pero no, bolas, me juna y se hace la interesante... Al lado de los
muchachos había un habitante local que le miraba el culo a la argentina que estaba detrás de la barra. Fernando
lo notó y le dijo: -¡Qué mina! ¿No? Está para matarla, soy Fernando y este es mi hermano Gonzalo, distinto
padre... ¿vos? El muchacho lo miró algo desconcertado y cogió la mano de Fernando que se la extendía para

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estrecharla. Lo miro un segundo y le dijo: -Hola, s soy Totototo tolo Popo po pons Co co coco coll. Fernando lo
miró serio, se giró y le dijo a Gonzalo: -¿Tomaste nota? Se llama totototopopopoccocococ... sus padres tienen una
granja avícola. -No seas forro -dijo Gonzalo. -No, tranqui -dijo Fer y se volvió a girar para mirar a Tolo Pons Coll,
tartamudo sin maldad y con la mala suerte de haberse encontrado a Fernando de fiesta. - Ah, vale, ¿sos
menorquín? Nosotros somos argentinos, como verás. -Ss ss sí -dijo el buen muchacho y se rió. Fernando se giró,
miró a Gonzalo y dijo: -¿de qué se ríe? Vení, acercáte que vamos a charlarlo un poco. -Sos un grasa -dijo Gonzalo
mientras Fernando retiraba su banqueta para dejar enfrentado a Gonzalo con Tolo. -Hola, soy Gonzalo -dijo
extendiéndole la mano. Tolo saludo con la cabeza en un gesto de alzada rudimentaria y estrechó la mano de
Gonzalo. -¿Querés tomar algo? Fernando miró a Gonzalo con picardía y le dijo por lo bajo entre el ruido de
fuertes voces y una música a decibeles exagerados: -Seguro que te pide un cucucucuccucubabababata, suena
lindo.... Tolo los miró sorprendido, no era nada habitual que unos desconocidos le invitaran algo. -Nno, res, g
gracias. Fernando guiño el ojo a Gonzalo y dijo: -Res... pedíle una vaca. Ignorando las estupideces maliciosas de
Fernando, Gonzalo miró al muchacho: -En serio -dijo Gonzalo que sentía pena al radiografiar con los ojos al
muchacho, impecablemente vestido pero con mal gusto, peinado prolijo y serio, como lo hacen los que sufren el
ser diferentes y no aceptados, en un intento por agradar-. Tomáte algo con nosotros que estamos festejando el
reencuentro. -¿Qué hacés? -le dijo Fernando por lo bajo-, después se nos va a pegar como una mosca. -Gonzalo
sonrió a Tolo y le dijo: -Además mi hermano me acaba de decir que paga él, aprovechemos ¿no? -Bububueno -
dijo Tolo sonriendo, y agregó-, un cucuccubata. -¿Viste? -dijo Fernando-, te lo dije, pero esta versión es la que
tiene menos alcohol... es más corta. ¡No me lo puedo imaginar intentando hablar cuando este en pedo! -y se giró
y pidió un cubata a un barman musculoso de ajustada camiseta negra. Al cabo de un rato, estaban los tres
hablando amigablemente. Gonzalo había entrado rápidamente en la mentalidad de Tolo y como era su
costumbre, fue amable y servicial, haciéndolo tener más confianza para que se sintiera cómodo. Fernando no
paraba de invitarlo con cubatas y de seguir bebiendo sus whiscolas a pesar que fueran la misma cosa. Le gustaba
pedírselos como en Argentina. Se había dispuesto cómodamente a ver cómo Gonzalo conseguía la soltura de
Tolo. No interrumpía más con malicia, sino con comentarios graciosos sobre mujeres, o alguna ocurrencia que se
le despertaba por el alcohol. Fernando admiraba la capacidad que Gonzalo tenía para relacionarse con las
personas. Era un don. Tolo hablaba con más soltura y tartamudeaba bastante menos, sin ser una maravilla con la
comunicación. De la charla se deducía que era un muchacho simple, sencillo, sin grandes ambiciones pero con
una inteligencia práctica desperdiciada. El medio social lo había hecho así, y se dedicaba a trabajar en los negocios
de su padre relacionados con el turismo cosa que, dada la situación económica de ese momento, eran bastante
buenos. No tenía pareja, su timidez, y su tartamudez, eran un límite muy importante. Fernando se puso de pie y
dijo, entre eses fuertes por efecto de los tres o cuatro whiscolas: -Voy a cambiarle el agua al canario –y se fue
mirando de reojo a una inglesita tierna, al baño. Al regresar, Gonzalo le dijo: -¡Che!, dice Tolo que si vamos a Son
Bou, hay un bar que se llama Mojitos que se ha puesto de moda y que hay mejor o más ambiente que acá. ¿Sabés
dónde queda eso? -¡Claro!, y ya te adelanto que es más de lo mismo pero lleno de pelotudos, lleno de jopendes
en plan cowboy. Eso sí, a veces hay inglesitas putitas -y abrazando a Tolo le dijo- ¡Me apunto al plan, Tolito mío!
¡Vamos! Gonzalo lo miró fijo. -¿Se te fue el pedo?, qué eufórico se te ve. Fernando lo miró y sonrió. -No pienses
mal... o sí... ya sabés. Igual lo que se meten acá es una basura atómica... menos del diez por ciento de pureza,
pero es lo que hay, así que las peino enormes y me siento un falopero de película americana. -Sos un tarado, ¿y el
otro noventa?... no puedo entender tu manera de ser. Yo manejo -dijo Gonzalo mirando a Fer y a su nuevo
compañero, Tolo, que se sentía encantado de ser aceptado sin muchos miramientos. Durante el trayecto,
Fernando soltó una verborragia ocurrente y abrumadora, entre risotadas y chiste que despertaban sonrisas en
Gonzalo y carcajadas en Tolo. Tardaron unos veinte minutos en llegar. Estacionaron cerca del lugar y se dirigieron
allí como si fueran conocidos de toda la vida. Gonzalo hablaba con Tolo, que explicaba cómo había sido la última
reunión sobre turismo en el Consell Insular, y Fernando por atrás le hacía gestos de interés e importancia y
contenía la risa inflando los mofletes. Estaba demasiado exaltado y no podía quedarse quieto. Entraron al bar que
estaba realmente lleno de gente. Fernando echó una mirada rápida. -Qué olor a huevos ¿no? Acá hay menos
minas que en una reunión de obispos de la cúpula eclesiástica episcopal… Se acercaron a la barra pasando con
dificultad entre la gente y cuando Gonzalo iba a pedir, notó que se le acercaban desde atrás unas voces hablando
y riéndose. Se giró. Unos jóvenes de unos veintitrés a veintiséis años se enfrentaron con sonrisas a Tolo. -¿Idò?,
¡tú! Què fas capullet, -le dijo el que parecía el más suelto- ¡Jo no pensava que tu surtiries per aqui! ¿! Eh!? Tolo lo
miró tímido y dijo: -¿Cocococom va? -Cococó -le dijo el otro joven que estaba al lado del primero y mostraba estar
un poco borracho. -No apendràs a rallar mai, tú ¿eh, cap de fava? -y lo empujó entre amistoso y soberbio. Los

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amigos que estaban detrás le rieron la gracia ofensiva. Tolo bajo la vista. Gonzalo que no entendía bien el
menorquín, no dudó en que la situación era más que molesta y desagradable, e intervino muy tranquilamente. -
Ah, ¿sois amigos? Tolo está con nosotros. El que llevaba la voz del grupo, ignorando a Gonzalo empujó a Tolo por
el hombro, como amistoso, y dijo: -¿Què fas tú amb aquests forasters de merda? ¿No saps tú que són tots uns
putes? ¡Què! Estàn amb tú per els teus doblers ¿no? Ya t`ho dic jo que tú ets un capullo. Gonzalo miro fijó al joven
y tomando distancia le dijo amenazante: -Retira lo dicho, y pide disculpas, bien alto, de manera que todos puedan
escucharlo. El tipo miró a Gonzalo. -De qué vas tú, mierda, que has venido a sacarle el pan a los de aquí en patera.
Ves a ca una puta, vete a la puta mierda si no quieres tener problemas. -¿Me estás invitando a tu casa?, paso, no
voy de putas. El joven se quedo atónito ante la respuesta de Gonzalo, y ante la tranquilidad con que se lo decía.
Tolo se apartó lentamente hacia atrás, atemorizado, sabiendo lo que podía pasar. Fernando se interpuso entre
Gonzalo y el joven menorquín antes que el muchacho reaccionara. -No pasa nada -dijo-, tranquilos... ¿pero qué
pasa? -y separó los cuerpos mientras los amigos del joven se acercaban peligrosamente. -¿Y tú qué te metes? -le
dijo el joven-. ¿También quieres que te zurre, sudaca? -Nooooo -dijo Fernando sonriendo-, no, tranquilos, sólo
estoy calmando los ánimos... –y mirando a Gonzalo agregó- ¿Sudaca? ¿Me dijo Sudaca? Claro… son mil… Gonzalo
los miró a todos, fijo. -Se van a arrepentir de haber nacido –les dijo sonriente. Fernando miró con temor a
Gonzalo. -¿Qué hacés nabo? ¿Los contaste? Son como veinte y además ¿te vas a pelear por este tarta? Gonzalo,
tranquilísimo, dijo: -Son ocho, y han humillado a éste, que es más bueno que el pan y que no tiene la culpa de ser
tartamudo, y te dijeron sudaca. El muchacho que quería pelea estaba siendo alentado por sus amigos, lo
rodeaban y le decían cosas que lo hacían ponerse más nervioso y lleno de furia. Se dirigió a Gonzalo. -¿Pero de
qué vas tú? ¿Qué te crees, sudaca? Das lástima bebiendo tragos gratis a costa del tòtila, ¡jo puta! Sal fuera si
tienes cojones y veras que te se quitan. -Que se te quitan -corrigió Gonzalo, sonriendo. El joven sin entender la
corrección le dijo: -Jo puta, te se quitaran a ti, cabrón fill de puta, sudaca de mierda. Sal fuera, mierda, ¡sal! -y
sacando pecho empezó a caminar hacia la puerta, seguido de sus amigos, mientras gritaba- ¡Que no tienes
huevos, marica! Fernando miró a Gonzalo preocupado y le dijo: -Cagamos, hermano. Te hago el aguante, pero yo
no sé pelear muy bien, digamos que nada y este tarta esta medio cagado, clavado en la barra más pálido que el
culo de una monja de clausura... ¿qué hacemos? Gonzalo sonrió. Miró a Fernando y le dijo: -Si querés salí, pero
trae a Tolo, quedáte pegado a él y no te metas. No te metas. -¿Pero qué decís? -Lo que oíste -y Gonzalo empezó a
caminar decidido pero pausado hacia la salida, seguido por varios curiosos. Al estar fuera el joven lo señaló con un
dedo. -¡Qué! ¿Me vas a chupar la polla? -y sus amigos se rieron a carcajadas. Se habían dispuesto
estratégicamente, en semicírculo. Un par de ellos tenían sendas botellas en la mano derecha, vacías, pero fingían
como si tuvieran algo que beber. La gente del bar empezó a salir detrás de los posibles contrincantes, Al estar
Gonzalo enfrentado al pendenciero, pero manteniendo distancia de seguridad, notó con claridad absoluta que los
amigos se iban acomodando tontamente y como era de esperar, alrededor de él, en el típico gesto inmundo de
paliza por superioridad en número, una norma en el lugar, una manera vil que tienen de sentirse hombres... en
grupo. El joven audaz, al ver la situación se sintió seguro, miró a Gonzalo sobrado. -¡Y ahora qué!, mierdecilla, qué
piensas hacer… -y lo dijo distrayéndolo con sorna mientras uno de sus amigos se acercaba desde atrás con una
botella. La escena duró décimas de segundo, sin dar siquiera tiempo a Fernando a gritarle “¡cuidado!” Cuando
Gonzalo estuvo a distancia de golpe del que venía por detrás con la botella en la mano alzada se giró hundiéndole
el codo en las costillas, escuchándose un crac intenso y seco, haciéndolo caer de rodillas y dejándolo
automáticamente fuera de combate, hincado en el suelo. Con un giro, saltando por el aire hacia su derecha, pateó
la cabeza del segundo que se acercaba, haciéndolo caer al suelo y dejándolo inconsciente por la patada o por el
golpe de la cabeza contra la calzada. A partir de allí y en menos de sesenta segundos, fue tumbando a los
contrincantes como si fuera un ninja bajo posesión diabólica, pero sin ningún grito. Puños directos a las
mandíbulas, codos laterales en las sienes, y descendentes en pleno rostro, rompiendo narices y dientes, rodillas
en las caras ante las caídas de sus adversarios y patadas en las cabezas golpeando con la tibia. Los jóvenes iban
cayendo haciendo sonoros ruidos con las cabezas contra el suelo. El que lo había amenazado, tenía la oreja
izquierda colgando hacia delante, y sangraba por la boca sin dientes y por la nariz, pero estaba consciente,
tumbado en el suelo de espaldas. No dejó a ninguno en pie, había sangre por toda la acera, y la gente alrededor
estaba quieta, atónita, todos inmóviles como estatuas. Había sido una pelea desigual de un hombre contra ocho,
que al finalizar estaba parado en medio de todos, rodeado de sangre y cuerpos caídos, muy tranquilo. Gonzalo se
acercó al que lo había provocado, lo miró desde arriba y éste se tapó la cabeza con las manos, en un gesto de
terror y desesperación y entonces comenzó a llorar. Gonzalo se giró hacia Fernando y le dijo: -Vámonos, hay que
poner una denuncia urgente. Buscá testigos -miró a Tolo y le dijo sonriente-: Estos no son buenos amigos

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¿verdad? Vos sí que valés la pena. Tolo sonrió tímido pero satisfecho, y asintió con la cabeza. Gonzalo volvió a
mirar a Fernando que estaba inmóvil. -¡Los testigos, che! Fernando asintió sin decir nada, cogió a Tolo y le dijo: -
Le enseñé yo a pelear así, ¿sabés, tarta?

41. 41. Charla de bar


Gonzalo y Fernando se sentaron en una mesa alejada de la barra y de la puerta de entrada. Habían dejado España
años atrás por hartazgo aunque Baleares y Barcelona no fueran lo más representativo del Reino de España. La
sensación había sido mutua, como la de los argentinos que no pueden insertarse en una sociedad que les resulta
comparativamente hostil. Y sin embargo volvían a estar en ese país, juntos en ese momento en Menorca. Fer miró
a Gonzalo a los ojos. -¿Por qué estás solo?... digo, acá en España... viste que a donde voy tengo una minita... vos
acá no tenés nada... aunque en realidad en Argentina también estás solo. -¿A qué te referís? -dijo Gonzalo
mientras volvía en sí. -Sí, eso, solo... sin pareja... es que me parece que si tenés una mina... no sé... que no es nada
en tu vida. Es una mina a la que estás ayudando y de paso... pero no te debe interesar, nunca hablás... -Hizo un
silencio cómplice. Gonzalo asintió con la cabeza. -Es un poco cierto... en Argentina tengo algo... pero qué querés
que te diga. Y acá... Lo de haber vivido acá no me facilitó en absoluto las cosas para encontrar pareja. Vos sabes,
acá las minas son todas fáciles, no son femeninas en el tema relación... ni en ningún otro. Mirá, te voy a contar...
una vez conocí una que me resultó atractiva, ¿y sabés qué me dijo en la primera cita? “¡Yo me he hartado de
follarme tíos!...” ¡Listo hermano! Ya está... Todo lo que no quiero yo de una mujer, es que me diga eso... ¿Cómo
seguís la conversación? ¿Cómo la seducís? ¿Cómo le ofreces la luna? ¿Cómo la deseas? ¿Cómo hacés para no
sentirte un pelotudo?... Fernando miraba a Gonzalo en su aparente ruina sentimental y se reía, mientras su amigo
también reía, pero diferente, reía de su argentinidad. -¿Sabés qué es lo más triste? Quise saber cómo era la cosa,
entonces le seguí la corriente, hablamos pelotudeces, me dijo un montón de taradeces acerca de la femineidad y
después me sugirió, qué digo... me invitó a echar un polvo. Fernando lo miraba como diciendo que eso era lo más
esperable. -Así que nos fuimos a mi coche y salí para buscar un hotel. Pero la mina me empezó a tocar la bragueta
y cuando vio un lugar tranquilo dijo que parase. La miré fijo, y se sintió, creo yo, interrogada con la mirada,
entonces me soltó: -¡Qué pasa! ¿Nunca has follado en un coche?... No -contesté, y empezó a maltratarme
diciéndome “es que tu eres un pijo, claro... pues yo he follado mucho en coches...” y al toque se quitó la ropa. -¿Y
vos que hiciste? -Nada, bueno sí, me fui para atrás, y me empecé a sacar la ropa mientras la mina me hacía un
pete. Cuando estaba en bolas se puso de rodillas, con el culo para arriba y me dijo “métemela toda, métemela.” -
¿Y? -Y se la metí... y mientras me la cogía así, medio con desgano me dijo “lléname toda de leche...” -Gonzalo
colgó la vista en el recuerdo-. Cuando acabó, porque yo no acabé... estaba más frío que el polo, se giró, y empezó
a vestirse... y en ese preciso instante de amor sublime, por llamarlo de alguna manera poética, eructó como un
camionero... -¡Me estás jodiendo! No te lo puedo creer. Gonzalo tenía la vista aún medio perdida y una sonrisa
dibujada. -Te lo juro, Fer, eructó como una bestia. -¿Y vos? -La miré, con asombro, y me dijo “¿Qué pasa? Estuvo
bien ¿no?” -Fernando empezó a reírse, mientras Gonzalo continuaba con el relato- Sí, sí, dije, muy bien… En ese
momento me hubiera hecho monje de clausura... -Mirá Gonzalete, para ser medio galleguito, a mí una vez una
mina me dijo una brutalidad peor. Yo le hablaba en gallego, con acento español digamos, y de repente le digo,
para poder hacerme un poco más el langa: -¿te molesta si uso mi acento nativo? Y me suelta: “No, ¿tienejotro?” -
Sí, claro, dije entonando porteño, y uso uno u otro dependiendo de la confianza. Y ahí, me hundió en un jaque
mate con: “¿y qué acento usas cuando empujas?”. ¿Cómo? dije sin entender. Y me dice: “Sí, eso, cuando
empuja... o tu nompuja”, y ¡me hizo el gestito de garchar! -Fernando hizo la mímica-. Y a continuación, mientras
yo que soy un zarpado me ponía rojo de vergüenza, me soltó: “Yo ya he empujao too lo que tenia quempuja, asi
que ahora quiero cosa seria. He empujao too lo que he querio y má, ya sabe tú, asi queee...” Gonzalo se reía
dando la razón. -No hay derecho Gonzalito... te entiendo... además fuman como carreteros y beben como
cosacos, no se depilan ¡y no se saben lavar el culo! -¡Es verdad! -dijo Gonzalo exaltado- aunque hay excepciones
como ya hablamos y además como vos dijiste algunas van aprendiendo a base de contagio con latinas, ¡que son
una divinura con el bigotito fino en el pubis! Mirá, estoy y estuve solo en España porque extrañaba a las
argentinas, extrañaba que me hagan esperar y me digan ¡che, boludo!, que estén limpitas y perfumaditas y que
no le huela a esas cosas tan ofensivas como he tenido que soportar en mi trabajo. -¿En cuál? -dijo Fer riéndose. -
En el de empapelador, bolas... y sí, hay excepciones bastante dignas. Pero la personalidad me irrita, tan liberadas
y sabelotodo, tan soberbias y creídas de su supuesta belleza... tan dominadoras... no sé, las españolas no me
gustan. -A mí sí -dijo Fernando sonriendo. -Sí, claro, si es que a vos cualquier colectivo te deja bien... -No seas
grasa, Gonzalo. Hay algunas que están buenas... las andaluzas son un caño, las vascas también, y a mí me gusta

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explotar su lado liberal, digamos, ¿están liberadas? pues entonces me las cojo, las maltrato, las basureo... ¿no es
lo que quieren? ¿No es lo que predican? Las trato como a putas porque es lo que son. -¡No seas bestia! -Nooooo,
para nada, ¿no me decías vos eso de que están liberadas? No seas hipócrita, que seguro que te has cogido a más
de una y aprovechaste el cuento que les han hecho creer de liberación. -Es verdad. -Y después, cuando piden
seriedad y las boludeces que todas piden, les metiste un boleo de ida en el culo que las dejaste a unos seiscientos
kilómetros de tu casa. -Es verdad... -Porque todas después de haberse hecho el culo una autopista con todos los
que han podido, piden ser madres respetables. -Es verdad... -Y estos pelotudos que se las han estado garchando
mal, se lo dan a otra que les hace creer la película del desvirgamiento por caída a horcajadas... -¡Es verdad! -Las
argentinas no son tan así, tienen más criterio, no beben ni fuman así, no sé... son más femeninas y además están
mucho mejor... -Eso también es verdad. -Yo ni en pedo me casaría con una de estas españolas pudiendo optar por
una argentinita. -Yo tampoco. -¡Uh! menos mal... pensé que dirías ¡Es verdad! -y Fernando estalló en carcajada
sardónica. -No te rías boludo y contáme... ¿qué paso con la galleguita esa? -preguntó Gonzalo. -¡Le dije que no! -
No me lo creo... ¿y qué te dijo? -"Es una pena... con lo bien que la chupo..." Los dos se empezaron a reír como
psicópatas.

42. 42. En Barcelona


Los muchachos se instalaron en el mismo sitio en Barcelona. Era un hotel de categoría, bastante céntrico, sobre la
diagonal. Lo habían pasado bien en Menorca. Se habían divertido y fundamentalmente, se habían integrado.
También podría decirse que habían descansado cada uno de sus propios asuntos. La partida un poco anticipada
no había tenido nada que ver con el propio incidente ocurrido en Son Bou. Pero había ayudado un poco.
Fernando, antes de llegar al hotel le pidió a Gonzalo que compartieran habitación, con la excusa de que estaba
algo apretado de guita, cosa cierta a medias, fundamentalmente porque el cambio no les favorecía y porque
había derrochado como un chico de papá. Gonzalo accedió sin problemas. La confianza era buena, pura y se
basaba en haber descubierto en Fernando a un crío absolutamente inconsciente y ciertamente noble... en uno de
sus polos. El otro polo, el del vicio, era bastante privado a los ojos de Gonzalo y no le afectaba en nada. Al llegar al
hotel, en la recepción, Gonzalo noto que la señorita que los atendió sonrió de manera algo forzada, tal vez pícara,
pero no le dio ninguna importancia. Fernando estaba absorto escuchando música en su Ipod. Les dieron
habitación no fumadores en una planta alta, con vistas a la ciudad, a petición de Gonzalo, que se encargó de dar
datos, pasaportes y tarjeta de crédito. Fernando se quito el Ipod en el ascensor. -¡Che! Está bien este hotelito...
Gonzalo se rió: -Bueno, es que no es un hotelito... es un cuatro español... y eso dice mucho... está realmente muy
bien situado, muy cuidado, y la atención es excelente. ¿Sabías que los hoteles españoles son realmente
adecuados a sus estrellas? -Sí -dijo Fer-, y también que son caritos, pero los pago a gusto. -O te los pagan -sonrió
sarcástico Gonzalo. -Da igual, Gonzalote mío -y sonrió asintiendo-. No había estado en este, pero si en el Rey Juan
Carlos... como el ratón. -¿El ratón? Interrogo Gonzalo. -Sí, boludo, el ratón Juan Carlos... el personaje de Alfredo
Casero. -Ah, sí... no me acordaba... qué fenómeno Casero. -¡Una masa, un limado mal! Me hacía cagar de risa. -Y a
mí... -Piso doce, señores -dijo Fernando poniéndose como un ascensorista gallego de los de antes. para agregar al
abrirse las puertas sacando mano derecha en alto-, ¡Cumpletu! -Dale boludo, salí -le dijo Gonzalo y se rió. Salió
empujando suavemente al ascensorista improvisado y se dirigió hacia la habitación, la abrió y cedió el paso a
Fernando que al cruzar el pasillo y pequeño recibidor dejó caer su bolso al suelo, girándose bruscamente. Sonrió y
miró a Gonzalo a los ojos pestañeando rápidamente mientras hacía un mohín dulce. -Mi amor ya me parecía que
tanta delicadeza no era por nada... ¡Me lo tenías preparado! ¡Qué sorpresa! -Gonzalo levantó la vista y vio que
tenían una cama matrimonial-. Te aclaro que tengo novio, así que esto debe quedar en una aventurilla... mi vida,
picarón, que guarrete habías resultado... -Fernando empezó a reírse. -¡Pero qué mina más pelotuda, che! ¡Por eso
nos miraba así! –dijo Gonzalo ofuscadísimo. Fernando se reía. - A mí no me importa, chanchito, eso sí, yo te doy
primero. Gonzalo dijo muy serio: -Dale pelotudo, vamos a que nos cambien... ¡pero qué forra del orto, che! -Qué
modales... No pasa nada, pensó que éramos parejita... mi cosita dulce, que manera más elegante de declararte
que has tenido. -Pará, bolas -dijo Gonzalo empezando a reír-, hagamos una cosa. Bajemos y pedí vos el cambio, ya
que te parece tan divertido. -¡Hecho! -dijo Fer riendo. Gonzalo lo miró cómplice, dejándole la puerta abierta de la
habitación. Al llegar a la recepción, Fernando miró frenéticamente a la recepcionista quien ni se inmutó, salvo en
la mirada. -Mire señorita... -e hizo un largo silencio, observándola fijo a los ojos. Al cabo de unos incómodos
segundos, la recepcionista dijo: -¿Sí? ¿Algún inconveniente señor? -¡Y a usted qué le parece! -dijo Fernando muy
serio- ¡Cómo es posible que sucedan estas cosas! -Usted perdone, pero es que su... -e hizo silencio. -Mi... ¿Mi
qué? -interrogó Fernando. -Habéis solicitado una habitación doble, y yo la he dado -dijo sonrojándose. -¡Ahá! -dijo

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Fer-, pero nos ha dado una cama matrimonial, por lo que deduzco que usted cree que nosotros somos pareja... o
pervertidos. Mi buen amigo y compañero de viaje, el Padre Gonzalo, es de la orden de los hermanos maurelianos
y es por eso que no he querido que se acerque a esta recepción. Se sentiría avergonzado de solo sospechar que
usted piense que pudiera ser homosexual. -Lo siento -dijo la recepcionista- se la cambiaré inmediatamente. -No
esperaba otra cosa -dijo Fernando, para agregar-, yo soy de otra congregación, más permisiva donde el sexo no se
condena de la manera en que lo hacen los maurelianos, ¿sabe? La recepcionista prestaba más atención al
ordenador que a Fernando, pero al escuchar la palabra sexo, levantó la vista por unos segundos. Fernando lo
notó, y sonrió. -¿Sabe? -dijo-, el padre Gonzalo es virgen. Gonzalo, que estaba escuchando atentamente mientras
hacía como que leía explotó en una carcajada que ocultó tras el periódico y una tos espástica realmente
convincente. La recepcionista miró fijo a Fernando y este le asintió con la cabeza. -Es verdad, ¿increíble no?...
pero algunos religiosos son así. Podría haber hecho lo que muchos, que dan rienda suelta a sus deseos
dedicándose a la pederastia, pero el Padre Gonzalo es íntegro. La recepcionista mientras miraba a Fernando
intentando entender algo del diálogo dijo: -Señor... -Llámeme Padre -dijo Fer serio y Gonzalo volvió a toser. -
Perdone, Padre, pero no me cuente las intimidades... -Pero no, hija -dijo Fernando mientras Gonzalo ya tosía
abiertamente y se ponía de pie-, no son intimidades. La congregación es un poco rácana, y nos paga solo una
habitación. En fin, es que no conocen o no quieren conocer mis antecedentes, porque claro, yo no soy virgen,
como el Padre Gonzalo... Gonzalo se giró y salió de las cercanías de la recepción, en dirección a la calle. Lloraba, si
bien no era tan gracioso como ridículo. -Le confieso, hija, porque Dios lo perdona todo. Me va el vicio... el vicio
duro -remató Fernando inclinándose sobre el mostrador, para agregar con serenidad-, ¿encontró habitación con
dos camas? La recepcionista estaba algo inquieta y tartamudeó un poco. -Eh, sí, en la misma planta. -Ah, qué
oportuno -sentenció Fernando, y entonces agregó-, en mi congregación, el sexo, está bien visto... somos
disidentes, pero en secreto. El Vaticano aún no lo sabe. Acto seguido, cogió las llaves magnéticas, se giró dando la
espalda a la recepción. Volvió la cabeza, miró a la recepcionista y le soltó con mirada lasciva: -Usted me gusta, hija
mía -y le guiñó un ojo. Se fue hacia el ascensor y llamó a Gonzalo, a voz alzada diciendo: -Padre, Hermano
Gonzalo, venga, que ya está arreglado. Gonzalo salió de la larga ducha que se había dado en plan baño turco. Se
secó y se puso una salida de baño impecable y algodonosa. Estaba relajado y tranquilo, contento. Se miró
rápidamente en el espejo mientras se secaba un poco la cabeza con una toalla de mano y le pareció escuchar un
jadeo y unos rebotes en la cama. Se asomó un poco intrigado y se quedó quieto, azorado, viendo como Fernando
daba saltos extendiendo las piernas y los brazos en cruz, mientras agitaba su cabeza de lado a lado, con la lengua
afuera y los ojos muy abiertos. Estaba completamente desnudo. Fernando había juntado las camas y saltaba
como un poseso, encantado de la vida y de la idea, como un niño, con el Ipod a todo volumen y ajeno a lo que
Gonzalo hiciera. Gonzalo se acercó mirando el panorama con estricto rigor médico/científico. Fernando parecía
un maníaco en pico de máxima euforia, y ajeno a él continuaba saltando agitando su lengua por el movimiento
lateral continuo de su cabeza. Gonzalo se acercó, y le dio un toque en una pierna en una de las frenéticas subidas
de Fernando. Fernando reaccionó. Se dejó caer de culo sobre la cama, rebotó hacia atrás y frenó el rebote como
pudo para no caer en el suelo. Sonrió de alegría muy agitado y dijo: -¡Uh! Qué masa. Gonzalo lo miró sorprendido
pero algo sonriente. -¿Qué hacés? Estás pirado... ¿te hiciste ver? Tengo un amigo psiquiatra -y como
reaccionando, agregó-, veo que juntaste las camas. -Sí, así es mejor, son de plaza y media y me aumentan la
superficie. Además, como nos han dado camas separadas, las he juntado para no sentirnos tan solos por la
noche... ¿no le parece, padre? -Es imposible que seas adulto... -sentenció Gonzalo. -Ya, ya.... me encanta decir
ya... ¿Cuánto hace que no saltas en una cama? -Dale boludo, separálas y andá a ducharte que nos vamos en
media hora -dijo Gonzalo serio. -Ah, mirá vos, che... el señorito se da una ducha de seis horas veinte minutos y
ahora tiene prisa... -Fernando aún jadeaba un poco-. Y además, no pienso separar las camas, porque estoy seguro
de que cuando me meta en la ducha vas a probarlo -y se rió-. Te dejo el Ipod, estaba escuchando Firestarter, de
Prodigy... una masa -dijo arrastrando la ese-, sin música no es lo mismo, pero es muy divertido también. Gonzalo
se sentó al lado de Fernando, lo miró como a se mira a un hermano mucho menor y travieso. -Che, Fer, decime
¿vos fuiste así toda la vida? Fernando se rió. Se cruzó de piernas, se apoyó en el respaldo de la cama del lado de la
ventana -Creo que sí, man. Pero he tenido épocas donde me reprimía. ¿Sabés? Siempre fui intolerante con la
estupidez humana, pero hubo un tiempo donde transé con la sociedad, me puse un traje y me hacía el correcto,
el educado y el social... pero desde hace un tiempo, me he liberado. Y soy yo mismo, igual que lo somos todos,
pero no me escondo, me divierten los idiotas, los funcionarios puristas de sus funciones, los seguratas de los
supermercados y los del aeropuerto, los empleados públicos que no te ayudan y que hacen su trabajo
castigándote porque están aburridos y desesperados, los polis que te aplican con rigor salvaje una multa según su

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nivel de envidia y bajo criterio... ¿viste que en algunos países son así? Justicieros...sobre todo cuando salen de la
academia... -¿Me decís que te divertís a costa de la gente? -preguntó Gonzalo. -No, para nada. Yo siempre he
ayudado desde mi lugar, y me revienta la gente que no lo hace porque no quiere. Esos son unos estúpidos, por no
decir hijos de puta que sería más correcto aunque sus madres no tengan nada que ver en el asunto -Fernando se
enfrascaba solo en sus comentarios-, de esos me divierto, los uso para divertirme… Gonzalo miraba a Fernando
en silencio, observaba sus gestos y la dulzura en su mirada. Le parecía un tipo libre, y feliz. -Además -reaccionó
Fernando- y aunque creo que me fui por las ramas y que nada tiene nada que ver... ¿Qué tiene de malo saltar en
una cama? De pendejo me encantaba y esperaba a que mis padres se fueran para ir a su cama que era de esas
modernas con resortes internos... un somier fantástico... y saltaba como un loco... como ahora pero sin
Firestarter. Gonzalo miró a Fernando y le dijo: -Más de treinta años... -Sí, ya sé que tengo más de treinta... ¿y qué
tiene que ver? Me gusta saltar en estas camas, y no tiene nada de malo...Vos de envidia, porque mataste al niño
que llevas dentro, ese niño nunca muere, solo crece, pero nunca debería morir. -No, Fer, no me entendiste -se rió
Gonzalo-, hace más de treinta años que no salto en una cama -Fernando se rió con gracia real- y también me
encantaba saltar en la cama de mis padres, que me lo tenían prohibido... -Y a mí -dijo Fer, y continuó mientras se
incorporaba-, tomá el Ipod, así saltás mientras me ducho rapidito, porque seguro que después de los saltos, te vas
a tener que duchar otra vez. Y delante mío te dará vergüenza... no nos criamos juntos. En ese instante, en el Ipod
sonaba un tema de Gabín. Fernando gritó: -¡Pará, pará! -y empezó a tararear- doo uap, doo uap doo uap… así se
llama este tema. Es re trolazo, de estética gay completa... pará que te lo actúo. Gonzalo miró a Fernando
enternecido pero avergonzado, con vergüenza ajena. -¡Qué me mirás así! Esto no tiene nada que ver con mi
congregación, Padre Gonzalo, y mucho menos con lo de que junté las camas... Al liberarme, Padre Gonzalo, perdí
la vergüenza y me encanta actuar estas cosas, no sé... de malo, de tonto, de olfa, de gay, de bueno, de tímido...
actúo y me divierto en casa a solas, o con alguna minita. Dicen que soy re payaso. -Veo, veo, pero no hace falta
que actúes este tema -dijo Gonzalo lleno de vergüenza ajena. Fernando conectó los parlantes y puso el tema de
Gabín a gran volumen. Se puso de pie y empezó a hacer la mímica de la canción con ademanes tan femeninos que
hacían que no pareciera un gay, si no una mujer. Gonzalo primero se sintió incómodo, pero luego empezó a
reírse, aunque mantenía una cierta distancia emocional, por la vergüenza. Fernando, ajeno a Gonzalo, pero
actuando para él, bailó todo el tema como si se tratara de un drag queen en escena, con estilo y movimientos
espontáneos, pero que parecían estudiados. Al acercarse el final del tema, miró a Gonzalo y le dijo: -Lo voy a
rematar con una escena sexual solitaria en plan porno, como las minitas cuando fingen un orgasmo -y se tiró al
suelo y empezó a moverse como si estuviera haciendo el amor y fuera una puta insaciable que fornicaba con
varios hombres al mismo tiempo, poniendo el culo en franca mirada al cielo, gimiendo como una loca e imitando
una felación. Gonzalo no daba crédito. Se reía con vergüenza, pero a carcajadas y entonces Fernando paró y le
dijo: -¡Che! Que va en serio -se sentó en el suelo y agregó entre las risas de Gonzalo-, ¿viste boludo que hay
minitas que lo hacen así? Es patético, fingen el orgasmo ¿te lo podes creer? Gonzalo se reía a carcajadas, no de la
escena que ayudaba bastante, sino de Fernando, que era un tipo -a su criterio- absolutamente descentrado.
Fernando se puso de pie, jadeando y sudando por la actuación. Quitó la música, y dijo: -Bueno, ahora sí, me voy a
duchar y te dejo las camas para tu disfrute -y se fue tarareando el tema a ducharse, ajeno de lo que hiciera
Gonzalo. Gonzalo agarró el Ipod, se puso los auriculares, buscó Firestarter y se subió desnudo a la cama. Fernando
y Gonzalo salieron juntos del hotel. La recepcionista al verlos, les saludó sonriente aunque reticente, con una
pequeña inclinación de la cabeza. Fernando le guiñó un ojo y sonrió. Al salir a la calle empezaron a caminar y
Fernando comenzó a reírse. -¿De qué te reís? -preguntó Gonzalo. -¿Cómo pueden ser tan boludas las minas acá? -
¡No seas así, che!, la idiotez es general, en todas partes, no solo acá. La masa es estúpida. -No, en serio, además
de eso, digo, porque pienso lo mismo... -y como dándose cuenta de repente de algo nuevo dijo- ¡Qué
coincidentes son nuestros pensamientos! ¿No? -No lo sé -dijo Gonzalo-, tal vez… -¿A ver?, te pregunto algo...
¿Nunca notaste nada raro cuando una mina de acá te hace un pete? -y lo dijo mientras le miraba el culo a una
rubia nórdica de unos diecinueve años. Empujó a Gonzalo con la mano señalándole a la jovencita. -No me jodas
que vos también -dijo Gonzalo asombrado y agregó mirando a la sueca-, ¡qué infierno...! -Un ejemplar del norte
europeo... son bastante liberadas... diría incluso demasiado... y mirá quién te lo dice -sonrió Fernando canchero.
Gonzalo miraba a la sueca con real deseo. Tomó distancia de la situación y cambió de tema según su criterio. La
rubia estaba muy buena y Gonzalo se sintió tonto por mirarla de esa manera. -A lo que preguntaste... sí. Siempre
al principio note que hacían de una u otra forma, una limpieza manual del pene a base de saliva. -Qué fino sos.
Quiero ser como vos... ¿Puedo jugar en el jardín de tu casa? -dijo Fernando riendo. -Sí, y ya que estas juntáme las
hojitas caídas pelotudazo... en fin... ¿Vos notaste lo mismo? -Obvio, lo hacen al principio de conocerte, como por

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hábito... deben haber tenido que chupar cada cosa... -remarcó Fernando poniendo cara de asquito. -Qué bárbaro,
¿no? Yo lo hablé con alguna y me reconoció que sí. A veces me decían que yo era muy limpio, que olía muy bien...
no sé, me daban penita... en general las que hacen eso son bastante limpias. -¿Viste loco? Igual que a mí te pasa a
vos. ¿No ves que somos coincidentes? Fernando notó que la sueca se giraba a mirarlos, tal vez porque hablaban
fuerte, como los argentinos suelen hacer. Volvió a empujar con suavidad a Gonzalo. Gonzalo sonrió y dijo: -Eso es
coincidente con cualquiera que venga de Argentina... y también mirar a este bombón de la manera que la
estamos mirando. -Sí, es coincidente con la gente de la tuya, de tu Argentina o mejor dicho de nuestra
Argentina... no la de los grones. -Bueno, queda claro... los grones no salen mucho -dijo Gonzalo con sorna y ya
perdido en el vaivén que la sueca había empezado a aplicar a sus caderas. -Cómo que no, bolas, ¿no ves que están
acá por todos lados? -Bueno, pero esos no son... esos no notan nada, son unos negros de mierda que vienen a
laburar de lo que en Argentina no hacen ni en pedo. -Ayayayay, mi amigo racista.... negros de mierda... a veces
me sorprende tu dualidad... mirá qué culo que tiene la sueca, hermano... ¿le soltás vos los galgos o me la como
cruda? -dijo nervioso Fernando que ya no podía dejar de mirar con babosa lascivia a la rubia que estaba más
buena que el queso y los yogures y el pan y el sol y... -Lo que vos quieras -dijo Gonzalo sonriendo. -¡Me la como!
dijo Fer y se rió- bueno, vale vamos los dos y que ella elija. Fernando esperó la oportunidad que llegó caída del
cielo. El semáforo detuvo la marcha de la señorita. Entonces se le acercó y le empezó a hablar en francés. La
sueca lo miró y sonrió, contestando en un español correctísimo: -Hablo perfecto español, como tú, así que no
hace falta intentar en francés. Fernando sonrió, mientras Gonzalo se acercaba por el otro lado. La rubia los miró a
un lado y a otro y les dijo: -Los venía escuchando -y se rió con malicia. Gonzalo se sintió acorralado, incómodo a
pesar de la risa de la sueca. -¿Y entonces? -dijo Fernando. -Pues nada, que las suecas no somos así como las
españolas, somos limpias... y sí, soy un infierno y disfruto del sexo con libertad -le dijo a Gonzalo riendo. Gonzalo
la miró fijo. -¿Nos acompañas a tomar una cerveza?, le dijo ganador. A la hora estaban ambos con la señorita y
una amiga tan impresionante como ella tomando unas cervezas en un bar irlandés. Fernando se puso de pie y
dijo: -Brindo por este encuentro casual y porque nos vamos a cenar a Da Greco, un italiano que les va a hacer
chupar los dedos... -Vale, ¡cheers! -dijo la señorita que estaba al lado de Fernando, alzando la pinta al aire. Los
cuatro apuraron las cervezas y cuando Gonzalo se disponía a pagar, una de las suecas se le adelantó y dijo: -Deja,
que esta ronda la invitamos nosotras. Fernando se rio de la cara de Gonzalo y tomó de la mano a la otra, para salir
del bar.

43. 43. Donantes


Fernando estaba tumbado en la cama del hotel descansando un poco, mientras ojeaba un periódico. Gonzalo
estaba recostado en la otra cama leyendo un libro sobre la esencia del Zen. Fernando tiró el periódico al suelo, al
lado de la cama y miró a Gonzalo. De repente, se sentó sobre la almohada, apoyó la espalda en el respaldo e
interrumpió la lectura de su compañero de habitación, su querido amigo Gonzalo. -¿Sos donante de órganos? -
¿Eh? -interrogó Gonzalo incorporándose de la cama. -Sí, eso... te pregunté si sos donante de órganos. -¿Y eso? -
preguntó Gonzalo dejando el libro sobre la mesa de luz. -No, nada, es que me contaron que acá, en España, todos
son potencialmente donantes, a menos que expreses lo contrario. -Ah, sí, es así creo. Yo no dono nada. -¿Por? Tus
órganos pueden salvar vidas. -Sí, sí, claro -dijo Gonzalo irónico- acá con dos electroencefalogramas planos, te
diagnostican muerte cerebral y te arrancan tus partes para ponerlas en otros. -No será tan así -dijo Fer. -Pues,
más o menos. Yo no dono nada. Te cuento, tenía un amigo que quedo en coma profundo durante seis meses a
raíz de un accidente de moto... Tenía los electroencefalogramas más planos que una top model nacional...
digamos: una línea. Fernando se rio de la comparación. -Bueno, como te decía... mi amigo descerebrado acá
hubiera pasado a la posteridad cohabitando distintos cuerpos... y los sobrantes a la tumba, sin embargo, a los seis
meses del coma, se despertó... y un par de años después se cogía a una de mis mejores amigas... y más muestra
de que estaba bien vivito no había, porque además mi amiga estaba buenísima. Fernando sonreía con la historia -
¡Aja! -dijo-, pues yo donaré el cerebro. -Imposible -dijo Gonzalo y se rió. -¿Porque no tengo? -Efectivamente,
hermano Fernando, en su congregación son todos descerebrados. -Ah, qué gracioso, pues en la suya, Padre
Gonzalo, son todos trasplantados de cerebro pero con rechazo hiperagudo. -Qué terminología más técnica,
¿donde aprendió esas cosas Hermano Fernando? Los dos se comunicaban como amigos de toda la vida, se
divertían, se reían juntos... y ninguno se planteaba más nada acerca de la amistad que los unía. -¿Sabés? -dijo Fer-
Una vez que estaba viajando por acá, un amigo me propuso ir a donar semen... yo estaba apretado de guita y no
quería llamar a casa... -Por Dios no me digas... -dijo Gonzalo y fue interrumpido casi de inmediato por Fer. -No,
nada que ver. No done lechita. No podría tener hijos por ahí sin saberlo. -Y no solo eso -dijo Gonzalo- ¿Qué edad

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tenías? -No sé... veintidós o veintitrés. -Mirá, vamos a suponer que a los veintidós años donaste y ese mismo año
se inseminaron... no sé, veinte mujeres con tus espermas... a los cuarenta y cinco tus hijos e hijas tendrían unos
veintitrés... -Tenés razón, boludo, no lo había pensado... -dijo Fer reaccionando. -¿Viste? -dijo Gonzalo con gesto
inteligente. -¡Uy!, hermano, re loco… te juego al juego de las variantes... empezás vos. -Fácil: Te peleás en un bar,
con un pendejo que le toca el culo a tu novia, le metés una torta y cae con la mala suerte que da con la cabeza en
la barra, y muere. Mataste a tu hijo. -Eso no es nada -dijo Fer-. Escuchá: Te contratas a una escort que es un fierro
y te la garchás mal, y te la enfiestas con dos amigos y la despachas garpándole con sorna, re borracho y re duro
diciéndole “adiós putita... hasta la próxima”. Te cogiste a tu hija. Fernando sonrió triunfal. -Qué bestia que sos,
chupáte esta ahora... Te enamorás de una camarerita y la seducís. Resulta ser un bombón, tímida y virgen, buena,
que trabaja porque es huérfana de padres a raíz de un accidente, y la crió como pudo una abuela humilde y
religiosa. La rescatás del mundo y le ofrecés matrimonio... te casás y tenés hijos. Sos abuelo de tus hijos. Te
reempomaste a tu hija. -Uyyyy, qué bestial -dijo Fernando riéndose a carcajadas-. Pará, escuchá ahora la mía.
Caés preso por alguna cosa, no sé, es improbable pero caés preso y tu compañero de celda es un niñato
drogodependiente, ex culturista y adicto a las pastillas. Te viola repetidas veces en la celda y te pega y te hace
pegar por otros presos. Es el capanga del pabellón, y te escoge como su sustituto sexual, aunque le van los tíos,
las minas y los perros... Tu hijo te empoma alegremente, y te obliga a que se la chupes. -Mmmmm retorcido,
improbable.... -dijo Gonzalo- Te haces pederasta, a los treinta y te abusas de varios menores varones, vejándolos
repetidas veces. Uno de esos era tu hijito, de ocho años. -¡Qué cerdooooo! Ese es más morboso que el mío -dijo
Fernando y agregó- y además me había hecho cura... -y empezó a reírse. Gonzalo lo miró riendo y le dijo... hay
más variantes. -¡Sí! , -gritó Fer- me toca a mí. ¿Vos podes creer que las posibilidades de incesto son múltiples,
aunque podrían ser remotas? -Claro, boludo. Menos mal que no donaste. -Menos mal -reía Fernando-, un tipo
donante de semen puede ser un potencial a la variedad de perversiones incondenables por desconocimiento.
¡Qué locura! Atropellás a una minita, pegás a un imbécil, maltratás a un jonki, te roban en la carretera, te asaltan
y matan a tus hijos... y tu hijo puede estar implicado... -No dono nada -dijo Gonzalo, y se rio. -Yo tampoco...

44. 44. A lo mejor soy así por eso


Gonzalo se sentó en la cama. Era la última noche que compartiría en el hotel con Fernando antes de ir a Madrid.
Fernando salió de la ducha. Se le veía algo cansado. -¿Qué pasa? Te veo roto -dijo Gonzalo-. Se ve que la señorita
del norte te está castigando... -No, nada que ver -dijo Fer-. Estoy fisura, no sé, además esta minita me dio como...
no sé... es reputa. -¿Qué? ¿Ahora te fijás en eso? -Siempre me fijo -dijo Fernando-, qué pensabas, ¿que por ser así
como soy no me fijo en eso? Las minas son mi perdición... soy así por culpa de ellas -dijo y se rio-. A alguien hay
que saber echarle las culpas... esta se vende liberada... ¡Es sueca, claro!... pero para mí es reputa. Gonzalo miró su
risa falsa y preguntó: -¿Por qué sos así? ¿Por que tenés esas historias tan complejas con las mujeres? Fernando
miró a Gonzalo serio. Se sentó en la otra cama, se acomodó hacia el respaldo arrastrando el culo y le dijo: -Te lo
cuento, porque te puedo contar cualquier cosa, pero no me preguntes nada, no me interrumpas, dejá que fluya...
sos la primera persona a la que se lo voy a contar. Gonzalo se rio y dijo: -Uy, a ver con qué me vas a salir, porque
vos... -y se interrumpió al ver la mirada de Fernando- Perdonáme, creo que hoy vas en serio. Fernando no dijo
nada. Se metió en la cama y se tapó hasta el pecho. Estaba desnudo y su mirada era triste. -Una vez, conocí a una
nena que me pareció lo más hermoso que podía haber sobre este mundo... -Fernando se silenció. Gonzalo se
apoyó en el respaldo de la cama y se dispuso a escuchar-. Tenía nueve años. Según me contaba, siempre le había
gustado ese olor dulce que había en su casa. Tenía nueve años. Recordaba a ese olor dulce relacionado con
alegría en casa... ya sabés... Fernando hizo un silencio… no intentaba recordar, parecía que el recuerdo era claro. -
A los once años conoció a un fotógrafo de calle que la invitó a casa para hacer fotos. Era el mismo olor, dulce,
alegre, marihuana. Tenía once años. No sé si hizo fotos... Sí sé que se hundió entre el humo y el recuerdo ficticio
de una casa feliz. También se hundió en el fondo de un perverso gesto adulto de inmundicia. Creo que nunca
pudo salir. Tenía once años. Se iniciaba sexualmente con un adulto bajo el recuerdo del olor feliz de su casa. La
conocí tres años más tarde, era una extraña mezcla de ángel vivaz y no sé si demoníaca pureza... si es que eso
existe... Estaba sentada frente a una mesa de madera oscura, inglesa, en casa de unos amigos artistoides...
comiendo arroz integral con una mano debajo de la mesa, sujetada entre sus muslos. Casi no levantaba la mirada
del plato… Me preguntaron si me gustaba, y contesté que me parecía muy tierna. “-¿Tierna? ¿Por qué?”,
preguntaron. Con mis habituales respuestas hechas solo con el deseo de molestar y desencajar contesté que
porque le había mordido la noche anterior... qué pelotudo... Ella levantó sus ojos del plato, miró fijo a los míos y
sonrió con un dulce y corto sonido, mezcla de curiosidad infantil y astuta adultez... Al principio, paseábamos

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juntos. Caminábamos y yo le contaba boludeces. Daba vueltas alrededor mío girando sobre mí y sobre sí misma.
Repetía incansablemente la misma frase: “Sos tan tonto…” Cinco, seis, mil veces. “Sos tan tonto...” lo decía con
una dulzura extrema, con paternalismo, casi protectora... Gonzalo escuchaba atento. -A los doce años era la novia
de una pareja de homosexuales, adultos, claro está. Según me contó, pasaba tardes enteras entre juegos eróticos
regados con mezcla de whisky y semen y besos como vaginas. Me costó entender aquello de los besos como
vaginas, siempre fue un poco ambigua para mí la relación de aquella extraña expresión en los labios de una niña
de catorce años. Me contó que siempre se amaban todos con todos... Tenía un violín, me llevó a casa para
enseñármelo. No sabía tocarlo, pero siempre hablaba de él. Su madre siempre ausente... Me decía que su padre
era un inmaduro. Estaban separados ¿sabes? Me llamaba mucho la atención que no dormía en su casa y no
avisaba nunca. Jamás avisaba nada a su madre… Un día, en el jardín botánico me besó. Debo confesar que me
sentí extraño, casi un perverso. Era una niña angelical de catorce años que daba vueltas a mí alrededor y sobre sí
misma repitiendo incansablemente que yo era un tonto. No sabía nada de ella hasta después del beso. A medida
que me fue hundiendo en su propia ruina me fue contando su apresurada vida entre los once y catorce años… La
volví a ver muchos años más tarde, cuando ya tenía diecinueve años, obra de un amigo que la invitó a mi fiesta de
cumpleaños en un antro delicado de modernidad y estética profundamente homosexual. Me trajo de regalo una
piedra envuelta en un papel de caramelo. Yo estaba en otra cosa, desinteresado, ocupado en una novia jovencita,
virgen... Sabía que había estado ingresada en un neuropsiquiátrico, poco tiempo, no me había interesado en
saber mucho más... Se ofendió muchísimo me miró fijo a los ojos y me dijo “No entendés nada”. Ahora mientras
te cuento, recuerdo que a sus catorce años, me enseñó una piedra que le había regalado su padre. Caminábamos
por barrancas de Belgrano. No recuerdo de qué hablábamos, pero sí que su padre era un inmaduro, no sé si
músico, tal vez. Y que le había regalado esa piedra… Desapareció de mi fiesta y tardé cuatro o cinco horas en
darme cuenta. Creo que no se quedó más que el tiempo innecesario para darme la piedra y reprocharme que no
entendía nada... No puedo determinar con claridad si fue la misma piedra que su padre le había regalado, la que
me estaba dando... qué cosa... ¿no? Tenía catorce años... tal vez trece, y solíamos dormir en casa de un amigo
excéntrico, loco aunque a veces creo que extremadamente postural. Sus desparpajos creo hoy que no tenían otro
objetivo que ser centro de atención más que la propia desvariación de un demente. Hijo de una familia judía
adinerada... Simpático renegado... Sí, solía dormir en su casa, siempre que podía. Era un sitio encantador, y yo
disfrutaba de una adolescencia tardía haciendo usufructo de las constantes habilidades bufonescas de mi amigo.
Solía existir un intercambio. Siempre intentaba entregarle alguna pieza femenina a cambio del cómodo cobijo
edilicio a mis pasiones ilimitadas. Funcionábamos así. Como un equipo. Yo cazaba las presas, hacía el trabajo más
duro y complicado, pero una vez que bajaban la guardia el simpático bufón se encargaba del resto. Era capaz de,
en medio de la cena, disculparse, irse a la cocina y regresar desnudo, sentarse a continuar con la cena y retomar
el tema de conversación como si nada ocurriera... Recuerdo otra vez que dado que según él se aburría se había
levantado del sofá, había desaparecido, cortado la luz de casa y había reaparecido desnudo con un farol a luz de
vela, Ricardo III en mano izquierda, cojeando, encorvado y gritando “Vete perro vete, inmundo oprobio del
vientre de alguna perra....” Tuvo éxito. Luego encendió todas las luces, se sentó entre nosotros desnudo, y siguió
hablando como si nada sucediera... Tenía catorce años... o tal vez trece y se quedó fascinada al conocer el bufón y
yo aún no sabía nada de ella. Éramos novios. Me sentía paternal y protector ante la angelical candidez. Nos
dábamos besos. Salíamos mucho, muchísimo. En aquella época mi ocupación radicaba en vivir el día a día. Salir
cada noche, experimentar con las relaciones humanas y nutrirme ávidamente de todo lo que sabía la universidad
me había impedido y me impediría. No me atrevía a tocarla. Era un tonto. Lo escuchaba muchas veces mientras
danzando etéreamente giraba sobre mí y sobre sí misma, repitiéndolo sin cesar... Cuando más hundido me tuvo,
me confesó que solía vivir bajo los efectos de todo psicotrópico que llegara a su mano. Más de una vez, en los
paseos que hacíamos, se quedaba durante minutos extensos e interminables, extasiada, mirando el color de las
plantas y la textura de los árboles. Me parecía fascinante. La primera vez que hicimos el amor, ella tenía catorce
años... perdón, creo que trece. Estábamos de pie, se giró sobre su espalda sin mover los pies del suelo y apoyó las
manos sobre el mismo. Pensé que se rompería, que su espalda se quebraría. Estaba curvada como una acróbata
de circo, hacia atrás. Mis manos la sujetaban por detrás de la cintura, intenté incorporarla pero dijo, “No.
Rompéme toda”. Lo repitió tres o cuatro veces. Era pequeña, no medía más de un metro sesenta, o menos,
bastante menos. Su vagina era pequeña. Lo recuerdo muy bien. Tenía trece años, tal vez rozaba los catorce. Mi
edad no importa... era mayor que ella... Absolutamente todo mi paternalismo se derrumbó. Sentí que me
invadían millones de vueltas alrededor mío repitiendo: soy tan tonto, soy tan tonto, sos tan tonto, sos tonto.
Dormíamos abrazados, me agarraba como una niña agarra a su madre. Por la mañana me despertaba

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acariciándome por detrás de la oreja, por mis patillas. Nos marchamos a pie. Nunca más dio vueltas alrededor
mío, pero sé que aún era tonto, muy tonto, bajo sus penetrantes ojitos negros. Estaba perdidamente enamorado.
Me hubiera quedado con ella. Tenía catorce años. Había hecho el amor, cogido, follado con cientos de hombres,
con homosexuales, con pederastas, con mujeres, tríos, orgías, tenía trece o catorce años... Conocía todos los
secretos de alcoba que yo aún no conozco. Solía acrecentar su estado cannábico con ácido lisérgico. Yo era muy
tonto, mientras giraba a mi alrededor me lo decía. Un día, en casa del clown... -Fernando detuvo su monologo y
se quedo serio, con una mirada que no era la habitual en él. Gonzalo lo miró y no dijo palabra- …Bebíamos pisco
chileno, la idea era tomar un poquito, hacía mucho calor, demasiado calor. Seguimos bebiendo, los tres. Hacía
mucho calor... Me saqué la camiseta sin intención, como en una típica noche de verano porteño en casa de
amigos... Fernando volvió a hacer silencio. Gonzalo lo dejó en su recuerdo, casi sin mirarlo. -Me besó y pronunció
las palabras mágicas que iniciaron mi descenso hasta la cruda realidad de los peores sentimientos. Dijo: “No
vale...” Hacía mucho calor. Estaba muy borracho... Preguntó con sus catorce añitos “¿y si nos quitamos todos la
ropa?” Antes de terminar la frase, mi amigo estaba desnudo -Fernando parecía otra persona, estaba acongojado-.
Gonzalo le dijo: -No hace falta que me cuentes. -Sí -dijo Fer-, sí me hace falta –y mirando a Gonzalo a los ojos le
dijo-: Empezamos a hacer el amor, ella y yo, a sus catorce años y a mi plena estupidez. Mi amigo miraba, sonreía...
estaba encantado, y de pronto observé cómo su tierna manecita de niña prepúber se extendía y acariciaba a mi
compañero... Aún lo veo, muy poco. A veces nos escribimos. Se casó, creo. Nunca hablamos del tema... Me retiré,
raudamente, azorado. Mi amigo, digamos que echó el líquido sin mucha técnica ni compasión mientras yo
intentaba entender lo que pasaba. Tenía catorce años. Era mi novia. Mi amigo se la tiraba. Yo miraba... no
entendía nada. Ella despertó de su extraño estado de somnolencia sexual y dijo “no vale, ustedes también tienen
que amarse”… Solo nos miramos. El bufón se rió con malicia. Yo estaba muy borracho pero nunca fui muy
pelotudo. Me aparte sin brusquedad, ante la insinuación de la tierna personita a sumirnos los tres en un sudor
sexual. Mi amigo agradeció con monerías el polvo mal echado a la señorita y al rato se quedo dormido. Todo
quedó en un “no vale”. Aquel demonio encerrado en el cuerpecito de prepúber volvió hacia mí e inició su marcha
sexual, frenética, implacable, incansable, inagotable... A la mañana siguiente, me desperté y ella me abrazaba
desde atrás cruzándome los brazos por debajo de mis axilas, como una mochila. Sentí asco... Raro. Quería que me
soltara. Me sentía ajeno, otro. Es una sensación que jamás volví a sentir. Tenía trece años, no sé si catorce. Mi
edad no importa… Estaba perdida. Tenía trece años. Me encantaba. Era mi novia. No supe más de ella, después
de la piedra. Espero que esté bien. Me hundió, como nadie pudo jamás volver a hacerlo. Me enseñó el mundo, en
un instante, en un abrazo. Por los ojos de Fernando asomaba una lágrima.

45. 45. Gerardo y Micaela


Después de la consulta, donde Gerardo se comportó con la corrección que le caracterizaba, Micaela se dispuso a
marchar, sin plantearse absolutamente nada con Gerardo, aunque le gustara y le resultara atractivo. Se iba de esa
consulta para siempre, o hasta que tuviese un nuevo problemita en la boca. Miró a Gerardo y dijo: -Bueno,
Doctor, muy amable, estoy muy contenta con el trabajo. Me despido -y extendió su mano. Gerardo la miró, fijo a
los ojos, y Micaela bajó la vista, cosa que cautivó aún más a Gerardo, pero lo llenó de miedo y duda. Esa mujer le
resultaba un sol, una mujer única, tan correcta, tan cortés, tan cercana y a la vez lejana a él. -Bueno, bueno, me
agrada que esté contenta, pero me apena no volver a verla. Micaela levantó la vista y lo miró seria. -Perdóneme
Micaela, es que usted es una paciente muy buena, excepcional. No sabe lo que sufro a veces con algunos
pacientes. No se lo tome a mal, se lo ruego… Micaela sonrió, y dijo con serenidad: -Tal vez nos crucemos en
Recoleta. Me gusta ir allí, tanto como a usted. Gerardo sonrió muy nervioso, y no pudo contenerse. -Me da una
alegría, Micaela, y no se lo tome a mal, es que yo... -y se quedó callado, sin saber qué decir. -¿Sí? -Nada, nada,
perdóneme, pero es que desde la muerte de mi mujer no me había fijado en nadie. Y tengo la impresión de que
con usted... -y volvió a quedarse callado, sonrojado, habiendo jugado su última, pero a su entender apresurada
carta. Micaela se mordía por dentro, pero solo se dignó a decir: -No sabía que era viudo, Doctor, lo siento. -No se
preocupe, fue hace un par de años, y no me haga caso en lo que dije. Es una tontería... es que usted es una mujer
encantadora, y pensé que podríamos habernos conocido en otra circunstancia. No está bien que su odontólogo le
diga lo que le ha dicho. -No le entiendo, Doctor -dijo Micaela sabiendo exactamente lo que le pasaba a Gerardo. -
Sí, Micaela... en fin, no lo sé, perdóneme, se lo suplico, no soy así, pero es que... no sé qué decirle, ni cómo.
Micaela lo miraba tenuemente intimidante. -Y es que me gustaría, si a usted no le molesta, que pudiéramos
vernos allí, en Recoleta y compartir un paseo, un café, Solo eso, no le pido más, no se lo tome a mal. Micaela lo
miró con ternura y se colocó en el sitio de la vergüenza, se sonrojó e hizo que Gerardo se sonrojara. Ese hombre

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que se mostraba tan seguro de sí, temía lo que ella pensara. Gerardo la miró en silencio, como esperando una
respuesta. -Mire, Gerardo -dijo Micaela-. Creo entender que me está invitando a un café. -Por favor, no me
malinterprete, no es nada más que eso, un café, aunque no debiera decírselo, usted es mi paciente. -Mire,
Gerardo, hagamos una cosa. Usted tiene mis datos, así que si quiere puede llamarme en unos días. Yo debo
pensar un poco si iré o no a tomar un café con usted, aunque si es porque está mal por lo de su mujer, aceptaré la
invitación. -No -dijo Gerardo-, no, yo no... bueno sí, pero... no, no es por lo de Marcela, es por... -Llámeme, Doctor
y ya le diré algo. Le extendió la mano y luego de estrecharla se giró, como una mujer de bien, sonrió cortés y se
retiró del consultorio. Gerardo se quedó de una pieza, frío, sin saber qué hacer. Llamó a su asistente por el
interno y se sentó. Micaela salió nuevamente triunfal de la recepción, como lo que era, como se sentía, como una
princesa a la que su prometido había ido a pedir su mano. Como una mujer hecha y derecha, como una señora,
como una diosa.

46. 46. En Madrid


Fernando y Gonzalo se encontraron en Madrid. Los dos estaban muy contentos por el reencuentro y apostaron
por enseñarse en los días que gastarían juntos en Madrid, cada uno con su estilo, los lugares favoritos de ambos.
A Fernando le encantaba Malasaña y perdió a Gonzalo entre los bares de copas, restaurantes y garitos que solía
visitar. Gonzalo, luego de mostrar sus lugares predilectos del centro, pasó de llevarse a Fernando por Majadaonda
y a los restaurantes que frecuentaba, dado que encontró mucho más interesante lo que Fer le presentaba.
Pasearon por chueca y se rieron mucho con un humor puramente argentino. Se sentían bien, el uno con el otro y
se hacían cómplices de las críticas lógicas de la diferencia cultural. Parecían dos chicos cuando hacen una amistad
eterna, en la infancia feliz de la inconsciencia. Fernando conseguía atrapar la atención de Gonzalo, con sus gracias
constantes, sus ocurrencias, su espontaneidad, y su capacidad de reírse de él mismo. -Mirá, mirá esta gorda hija
de puta... ¡si parece un Fiat seiscientos! Esta en Argentina se queda para vestir santos... es que acá les da igual,
porque siempre hay un hijo de puta que se las coge a estas deigors, si no decime por qué anda así, como si fuera
la reencarnación de Greta Garbo -decía Fernando mientras caminaba por la calle en busca de otro garito típico de
su gusto. Y Gonzalo para no quedarse atrás soltaba: -¡Y si tiene así la cabeza, imagináte cómo tiene el culo! -
cuando se cruzaba a la típica señorita de pelo engrasado que abunda por la noche citadina madrileña. Y otra vez a
empezar con la crítica bestia contra la higiene genital local. Y a contarse cómo habían hecho para cogerse a una
divina que tenía pelonchas. -Pelos de concha sin arreglar, por todos lados y con olor a meo... ¡olía a meo la hija de
puta y quería que le hiciera un pesebre! ¡Ni en pedo! Y después de coger, cuando nos fuimos, ¡no se bañó, la
turra! ¡No la llamé más! Es imposible enseñarles, lo del olor genital lo llevan dentro -afirmaba Fernando. -¿Y los
tipos?... los tipos no se llevan la piel de la japi para atrás al echar un cloro, y van juntando ahí todo tipo de
secreciones... ¡y después viene una de estas y les hace un pete! Qué estómago tienen las guachas -agregaba
Gonzalo para tintar el tema que tanto les preocupaba. Y no era para menos. Venían de otra cultura donde la falta
de higiene es ofensiva y entraban en otra donde los olores eran cosa normal, aunque fueran a pis, a culo, a
esmegma, a flujo, a caca o a sexo. -Pero hay excepciones -dijo Gonzalo. Y Fer sonriendo asintió con la cabeza. -Te
voy a aclarar lo de peloncha -dijo Fer seriamente-. Mirá, tenés pelonchas, pelulos y pelijas, que son los pelos de
las zonas genitales, como habrás captado. Pero los que entran en esta clasificación son los pelos descuidados.
Luego está el bigotito, que tanto se agradece, o la concha de nena, que digamos que es la calva... Acá abunda la
peloncha, con su consecuente falta de cuidado e higiene, que huele de lejos y cuando haces el perrito te llega
entre cada empujón... Un asco. A esas, si he cometido el error de no acertar el prediagnóstico y pensar que eran
la excepción, le hacía el carro romano. -¿Qué? -Sí, el carro romano. ¡No me digas que no lo conoces! Seguro que
lo hiciste alguna vez sin saberlo... Fundamental que tengan pelo largo, cosa que en Catalunya resultó ser un
imposible. Ahí las minas se cortan el pelo como para ir a la colimba y se ponen esos putos anteojitos
rectangulares de colores. Todas iguales, como si la moda impusiera estilo, cosa que en Barcelona es así. ¡Además,
a quien se le ocurrió que el pelo corto les queda bien a las minas! ¡A un peluquero de perros será! Pero en
Barcelona, no hay catalana que se precie que no lleve el look miráme esta cara que tengo, así, pelicortas... ¡como
si fueran lindas las culeadas! -Sí, lo sé, todas de molde... si tuvieran la cara bonita... pero ¿el carro romano? -¡Ah,
sí! la pones en cuatro al borde de la cama. Vos ponés una rodilla en la cama y una pata en el suelo. La agarrás del
pelo, como si fuera la crin, ¿sabes? y ahí le entrás a dar, cabalgando con su pelo y dándole de tanto en tanto una
cachetada en el culo, cosa que yo hacía cada vez que subía el hedor, por venganza, aunque debo confesar que a
algunas tendría que haberlas cagado a trompadas. ¡No se saben lavar el ortoooo! Gonzalo reía de la grosera
mímica de Fer, ayudado por la birra negra a tamaño pinta que se habían tomado. -Vení -dijo Fer- vamos a la Gata

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Flora a cenar que es bastante cerca de acá. Se come para el orto pero me hace sentir cerca de casa, y me gusta.
Voy siempre que puedo, y está lleno de gente. Mientras caminaban, les llegó el típico olor a hachís que se puede
sentir en la zona al cruzarse con unos adolescentes. Gonzalo miró a Fernando que olía profundo y preguntó: -
¿Cómo empezaste a fumar porro? -¡Uy! ¡Qué pregunta! ... de mayorcito, no como acá que fuman de re
pendejos… era afgano el chocolate que fumaban esos turros, qué bueno… y yo… digamos que tenía unos
veinticinco años y un amigo me convidó y me dijo “Fer querido, no puede ser que no conozcas este mundo...” y
así, de pelotudo ¿sabes? empecé a fumar. Me gustó la sensación esa de tiempo presente, de vivir solo el
momento, de plasticidad del tiempo, de que los problemas se aclaraban y que todo se soluciona fácil... o no pero
da igual... la risa que al principio era carcajada perdida... Ahora es distinto, ha cambiado mucho el efecto que me
hace. ¿Sabés? Un día mi amigo, el que me dio a probar, caminaba conmigo por Belgrano, y nos cruzamos a un
flaco que iba fumando solo y me dijo “Mirá, mirá qué cosa más triste, ese flaco fumando solo... hay que estar muy
mal. El porro se fuma entre amigos...” me dijo... Y ahora fumo solo, como los españoles que lo hacen así, solos
aunque estén con amigos. -¿Por qué decís eso? -Porque acá son así, loco, son así y punto. No te llevan a su casa,
no te hablan de la vida ni de cosas importantes, no discuten de política, no se psicoanalizan... solo se juntan a
beber y pasar el rato, a ligar, a hablar de fútbol o de coches, o de comida o a criticar al que se levanta de la mesa...
pero filosofar, arreglar al mundo, abrirte el corazón... jamás... y a veces he pensado que es mejor esa
superficialidad... no sufren como nosotros, no entrelazan sus almas, entonces no sufren... Y cuando fuman porro,
no te lo pasan hasta que no están re colocados… -¿Vos sufrís? Interrumpió Gonzalo. -¡Que Qué te parece boludo!
¡Como un enano! Nada en la vida me salió como quise... Mi vida ahora es una mierda y no pienso contarte
muchos detalles aunque vos los vas conociendo. He cambiado mucho, ¡¡¡me españolicé, chaval!!! Como vos, que
pareces un gaita pijo... Me cuesta abrirme... antes no tenía secretos con los amigos... -Pero... escucháme una
cosa... parecés un tipo re feliz, te reís de todo... ¿y tu vida? muchos te la envidiarían... -Sí, me envidiarían porque
creen que el ritmo que llevo es éxito y en realidad no ven mi fracaso, no lo muestro y no lo cuento... y sí, me cago
de risa pero eso no tiene nada que ver... lo único que falta es que me revuelque en mi propia desgracia. Sufro y
punto, pero que no se note. No voy a hacer grasadas ¿sabés? -¡Qué palabra! -dijo Gonzalo sonriendo,
apaciguando la cosa. -¡Síííí! grasa es re grasa -se rió Fer-. ¡Decir grasa es grasa, loco! pero me gusta meterlo de vez
en cuando y además descubrí que acá pega mucho mejor el acento grasa y cayengue, más que el concheto que
vos arrastrás, que no tiene nada de porteño. A las minas les encanta que les saque un acento del Abasto o de
Mataderos o de La Ferrere, o del doque o que se yo, bien bajo ¿sabés? -Es cierto... aunque a mí no me ha ido mal
con el acento... -A vos Gonzalito, no te hace falta. Y además lo cambiás. Pero te juro por mi madre que te iría bien
aunque fueras mudo.

47. 47. Marta


Marta era madrileña. Se casó tal vez porque quería ser madre, a pesar de sus gustos sexuales. Una noche, la de
regalos y fiesta, la noche buena, le dijo a su marido que ya no sentía nada por él. Tenía dos hijos, una casa
preciosa con hipoteca y una novia dulce y cariñosa con la que hacía ya algún tiempo se acostaba. Algún tiempo
después, asumida su sexualidad y su nueva vida, salió una noche a pasear por Madrid porque le apetecía tomar
una copa en algún bar de ambiente. Esa noche, en la que conoció a Fernando, había ido al barrio Chueca porque
su chica la dejaba sola unos días. Se había ido a Londres por trabajo. Marta se sentía bien y tranquila ya que los
niños estaban con su padre, y pensaba hacer una copa y regresar a casa. Se fue a un bar que le gustaba mucho
por su estética femenina. Fernando entró en ese bar unos minutos después. Entró porque sí, como siempre hacía.
Le pareció adecuado sin causa aparente. Lo que más atrajo a Marta de Fernando, fue su femineidad tan sutil pero
tan marcada. Era un hombre muy atractivo como hombre, pero con una dulzura tan femenina que le resultó
imposible resistir el mirarlo. Fernando percibió la mirada, alzó la vista y al cruzar los ojos sonrió sonrojándose, y
volvió a bajar la vista para subirla luego tímidamente al encuentro de esos ojos para volver a sonreír. Fernando
conocía a ese tipo de mujer. Femeninas pero hartas de los hombres, lesbianas por despecho, ira, aburrimiento,
cansancio, y obviamente a su criterio, por exquisito gusto. Fernando se le acercó más delicado que varonil, y le
preguntó la hora. -Perdona, es que creo se me ha parado... -dijo mirando su reloj, pero como siempre, pensando
en argentino... -Las doce y media -dijo Marta sonriendo. No había podido impedir contestarle. -Ah, pues anda
bien... me llamo Fernando y como se ve soy sudaca... -¿Sudaca? -Mezcla de sudamericano y caca... argentino -No
sabía lo de la caca... lo de argentino se te nota -dijo Marta iniciando una conversación abierta. -Lo de sudaca
suena muy racista visto así, ¿no? -Tal vez, pero no me preocupa. Me siento sudaca a toda honra y es que he
aprendido a estar orgulloso de mi ser... -y se mostró más tierno, intentando dejar de lado al hombre latino que

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afloraba. Miró a Marta, y le preguntó si le importaba compartir mesa. -Eso sí, si no estás esperando a nadie, no
querría ser invasivo. -Siéntate, por favor, no espero a nadie. He salido un rato a despejarme. -Perfecto -dijo Fer y
al sentarse mostró su femineidad gestual en su cuerpo varonil. Marta estudiaba sus movimientos y pensó que
Fernando era gay. Solo por eso lo dejo sentarse. -¿Así que eres argentino? -preguntó Marta- aunque insisto que
se te nota mogollón. -Sí, lo creo, no puedo esconderlo cuando una mujer como vos me sonríe con los ojos. Marta
se sintió apurada y confusa. Pensó que había ido todo demasiado rápido. Y cambió el gesto. Recordó que los
argentinos eran siempre así de lanzados, y este no escapaba a la fama. Y tal vez no era gay. Fernando adivinando
el pensamiento agregó: -Sabés que la mirada es importantísima y a mí me encanta comunicarme así, como lo
hacen las mujeres. Es envidiable, tan sutil, tan único, tan propio de las mujeres que los varones morimos de
envidia por ello. Incluso los que somos femeninos. Marta sonrió ante el meloso agasajo, y preguntó: -¿Eres gay?
Claro, estamos en Chueca y me dices que eres femenino... -No, no soy gay... o si... digamos que soy lesbiana... soy
una mujer en un cuerpo de hombre... No sé por qué te cuento esto... pero soy lesbiana perdida... con pito... no sé,
perdoná la franqueza... Marta lo miró y se rio. Le pareció muy ingenioso. -Es que además, vivir así, en un cuerpo
equivocado, entre hombres en un mundo de hombres, tan desagradables mirando el puto fútbol y chupando
birra, con olor a huevos y a culo y a... perdonáme, soy un poco así... -Tranqui, no pasa nada Fernando, te entiendo
perfectamente. -¿Y vos?... ¿sos lesbiana? -Sí -dijo Marta-, pero tengo dos hijos, estuve casada. -¿Era un turro?
Digo… ¿mal tipo? -dijo Fernando con cara cómplice. -No sé, hombre, eso, un hombre. Como todos, igual a todos
los que he conocido... -Ah... veo, veo... pero, ¿y ese odio al sexo masculino? Denota que no sabes cómo tratar a
las mascotas -dijo Fer irónico. Marta se rio, le pareció muy gracioso, ayudada por el alcohol en ayunas. -Y
entonces te liberaste un día, y lo dejaste por una chica. -Pues sí, la conocí casualmente, en una librería. Buscaba
un libro raro, de un tipo francés, que me contó estaba inconcluso. Era un chica... es una chica muy hermosa, que
olía maravillosamente. Al salir de la librería me metí en un bar a tomar un café, y ella estaba allí, y me sonrió al
verme entrar y me invitó a sentarme con ella. No había conseguido el libro ese que buscaba y me lo contó
compungida, tan tierna.... -El Monte Análogo -dijo Fernando. -¡Sí!, ese, ¿cómo lo supiste? -Tengo poderes
mentales -dijo Fer y se rio. -¿En serio? -preguntó Marta asombrada. -Sí, es cierto, soy mentalista práctico de la
escuela del Líbano... no me hagas caso, soy un tarado... lo conocía, lo escribió René Daumal, una obra fantástica
de la literatura iniciática. ¿Y cómo siguió con la chica? -Quedamos para otro día... ¿Cómo conoces ese libro? -
Casualidad, no sé, lo leí de jovencito, casualidad... contáme che por favor que me tenés intrigado. -Bueno vale...
pues quedamos para otro día, era estudiante de filología francesa y me contaba cosas fascinantes. Y seguimos
quedando, siempre muy correcto todo y muy simple, pero intenso. Me atraía su forma de ser, cómo me contaba
las cosas, sin alardear ni querer demostrarme nada. ¿Te aburres? -Non, continue s'il vous plait… -y mientras
Marta alzaba la vista con una sonrisa, Fernando agregó-: je vous emprier. -¿Hablas francés, también? Como
Gemma -dijo Marta encantada. -Sí... hablo francés pero seguro que no como Gemma. Contame Marta, por favor,
que me estoy comiendo los codos... -No exageres, es solo una historia de mi vida. -A mí me fascina, así que por
favor seguí. -Bueno, pues empecé a quedar mas tardes con ella y siempre era muy dulce y buena conmigo, me
traía flores que cortaba por ahí, era compañera, leal, tierna y cariñosa. Sabía que yo estaba casada y con niños,
pero solo escuchaba si yo comentaba alguna cosa al respecto. Yo nunca le pregunté por sus parejas y ella nunca
dijo nada. Me molestaba pensar que el encanto podía romperse. Me atraía, pero no era sexual, era todo lo otro,
su femineidad, y una cosa fue llevando a la otra... no sé como ocurrió pero una tarde en su casa empezamos a
hacer café y se me cayó una cucharilla, y nos inclinamos las dos a recogerla... y allí fue cuando mi mano rozó la
suya tan suave... y ella me miró con ojos de gatita bebé, con miedo, ingenuidad y torpeza... inocencia... y así... así
fue... -En fin, hermoso final para una historia de amor... me encanta... Marta... ¿verdad? Te invito una copa para
brindar por la libertad. -¡Vale! -dijo Marta alzando una copa vacía- ¿Pero tú de qué te liberas? -De la necesidad de
tener que seducirte... De pronto Marta sintió que esa tierna mujer en un cuerpo de hombre la atrapó. Esa noche
Marta y Fernando se fueron juntos y amanecieron juntos, en la misma cama, después de varias horas de jugar al
sexo, a ese juego tan dulce que ambas mujeres sabían hacer. Marta se enfrascó con Fernando en una mística
conversación. Le había fascinado que Fernando le hubiera dicho que era una mujer dentro del cuerpo de un
hombre, pero lesbiana. Habían hecho el amor muy tiernamente, sin penetración, entre caricias y besos eternos,
con una dulzura tan femenina de Fer que cautivó a Marta. Marta se acomodó en el medio de la cama y apoyó su
cabeza en los muslos de Fernando. Se giró, sonrió y dijo: -¿Sabes que eres muy femenino? -Claro, como vos sos
masculina. Nos equilibra. Fernando perdió la vista en su propia mente. -Tal vez, aunque no me reconozco
masculina salvo en los gustos. -Lo vi, lo vi claro. Te atrajo Fernanda, no Fernando. -¿Te has enrollado con un tío
alguna vez? -interrogó curiosa Marta. -No -mintió Fer-, me gustan las mujeres -aseveró, y eso era verdad. -Yo de

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pequeña viví mal mis gustos, me reprimía, sufría pensando en que Dios me iba a castigar. -Pero qué decís, ¿vos
crees que Dios está para eso? ¿Cómo se te ocurre que el Dios que te hace así como sos, te va a castigar por eso?
¡Es ridículo! -Tal vez, pero me educaron así, con miedo al pecado... -¿Pecado? Sexo no es pecado, o sí si es
violento... digo mediante la violencia, pero ¿si hay amor? Son las intenciones tal vez pecaminosas, y ni eso... o sí,
no sé... depende, pero el sexo no puede vivirse como pecaminoso. Es maravilloso, es el mejor regalo que Dios nos
ha dado. Fernando se apasionaba y Marta vivía ese apasionamiento... -Mirá, Marta, Dios es amor, ¿no? Y el sexo a
veces te acerca al amor como nada puede hacerlo en el mundo. No sé... si el sexo es sin sentimiento... podría
decirse que es animal, aunque tampoco lo sé, pero vamos a quitarles a los animales ese sentimiento tan profundo
que tenemos los humanos y que no es dependencia o dominación o atracción, es… amor, es eso, amor... Entonces
el sexo con amor es la vida misma, es la revelación de lo divino, es Dios encarnado en ese misterioso momento, es
la cumbre de la iluminación en escasos segundos. ¡¡¡¡Quien fuera como el áscaris lumbricoides!!!! -¿Perdón? Me
he perdido -dijo Marta-, ¿el áscaris lumbricoides? -Ah, sí -dijo Fer y se rio-. Es un parásito, el áscaris
lumbricoides... -se detuvo y colgó la mirada-. Vive en cópula constante, ya que la hembra alberga al macho en un
canal que se llama ginecóforo y la penetra con sus múltiples penes... ¡¡¡¡qué maravilla!!!!... el áscaris
lumbricoides. Eso sí, lo imagino como un estado pletórico de luz con la consecuente elevación espiritual... El
Amor... -Qué cosas que dices -reía Marta. -¡Es verdad!, me lo contó un amigo que es médico, cosa rara que se
hubiera fijado en eso. Estábamos hablando de la animalidad del sexo en el humano, y la diferencia entre
naturaleza y cultura, ya sabes, Levi Strauss, el socioantropólogo, o algo así ¿sabes? -No, no mucho. -Síííí, lo de la
prohibición del incesto... los animales no lo prohíben, los humanos sí lo hicieron, y es allí donde surge la cultura...
según el amigo Levi. -Ah, pues mira, no lo sabía... -intentó matizar tontamente Marta. -Y bueno, no sé como
caímos en lo del áscaris... asociación libre, imagino. -Claro, obvio -dijo Marta más perdida que orientada. -¿Sabés?
En terapia traté el tema con mi analista. -Mira tú, es verdad que los argentinos os analizáis, aunque tú no eres tan
argentino, pero para el caso da igual... -Sí, es sano o eso creemos, acá la gente lo oculta es como un secreto
inescrutable... un pecado para ser como un poco cristiano... no lo entiendo... a mí me encanta, me ayuda a ver
cosas, aunque varios analistas me echaron. -No digas ¿por? -No sé, eran minas, yo creo que me las comí en la
consulta, que no podían conmigo... claro... parezco varón y no daban en la tecla. Marta soltó una carcajada, no
por el chistecito tonto, sino por el recuerdo de la femineidad de Fer. Le pareció muy acertado el comentario. -No
te rías de mí, Marta, y menos cuando hablamos tan seriamente. Y volviendo a lo que iba, Dios está en nosotros,
no puede juzgarte más de lo que vos lo hacés... además él depende de nosotros. ¡Eso es! Dios depende de
nosotros y no nosotros de él. Sin nosotros el Dios que nos ha creado no existiría. Tal vez otro, pero este que nos
vendieron no. El Dios que a vos te hacía sentir culpable, no es el verdadero. No, Marta. Ese Dios no existe. Existe
porque nosotros le permitimos ser así de cruel creando hasta un infierno para los que no obedecemos... No, no es
así. Marta miraba a Fernando perdida en sus ojos y el movimiento de su boca. Lo que Fer decía le endulzaba el
alma tan compungida por la culpa. -Dios, Marta, te pertenece a vos y no vos a él. Dios es el amor y es tu amor el
que debe liberarse de la culpa. Si amás, sos Dios. Si amás de verdad sin posesión ni irrespetuosidad por la libertad
de tus amados, que deberíamos ser todos, sos Dios hecho carne. -¡Qué me dices, Fer! -dijo Marta alucinada por lo
que tenía delante. Una cosa que parecía un hombre pero era una mujer y además le hablaba de Dios y del amor
en su primer polvo, y que no le preguntaba si se había corrido o si lo había pasado bien, y que olía a perfume y
piel limpia y que tenía ese puto acento azucarado y empalagoso de argentino que la volvía loca. -Lo que es. La
única verdad que conozco. Dios. Amor. Dios. Amor universal... Marta se acercó a la boca de Fernando y lo besó
con ternura primero y apasionadamente al instante en que noto la mano de Fer rozando su cuello. Fernando
respondió el beso con caricias trémulas. Miró a los ojos de Marta, pero miró dentro de ellos, sin ver a Marta, sólo
al interior de los ojos. Y Marta lo sintió hondo, profundo, sintió la mirada penetrando en sus ojos y la dejo entrar.
Y al dejarla entrar se sintió arrastrada hacia el fondo de la mirada de su amada... Sí, de su amada Fernando que la
poseía para siempre, como ella también lo poseía a él. Había entrado en Fernando y visto a su amada amante
dentro de él. Marta sintió que entregaba su virginidad por primera vez, sintió cómo Fernando rompía sus más
ocultos secretos y lo dejo entrar y mirar y poseer. Los dos cayeron en un suave y exquisito aroma embriagador de
sutil unión carnal con sus solas miradas. Los ojos eran un solo ojo. Fernando la miró aún más profundo, Fernando
era así de complejo, los cuerpos en realidad no le interesaban tanto como las almas. Siempre miraba profundo,
pero no siempre entraba... Mientras tanto, las caricias se circulaban en un ritmo inagotable de placer celestial.
Cuando Marta comenzó a arquear su espalda su mirada se hizo aun más perfecta, concreta pero abierta,
penetrada y penetrante. En el preciso instante del estallido compartido, en la décima de segundo previa a la
explosión del gozo supremo que los dos ya no podían retrasar, Fernando sonrió tenue y dijo: - Dios... -y cerró los

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ojos al mismo tiempo en que Marta lo hacía dejándose arrastrar por una nueva mutua inconsciencia, en un
abrazo que fundía los cuerpos de las almas ya fundidas...

48. 48. Venérea


Fernando se encontró con Gonzalo en un bar de las afueras de Madrid. Era grande, con mesas de billar, olor a
frito y humo y bastante carente de higiene. Había un empleado en la barra y ningún camarero Al lado de la barra,
un borrachín jugaba solo a los dardos. Fernando estaba sentado en la barra tomando una cerveza y al ver entrar a
Gonzalo se fue hacia el fondo, a unas mesas para cuatro personas adosadas a la pared y con sillones fijos de dos o
tres plazas según se quisiese. Se sentó y esperó a que Gonzalo se sentase frente a él. -Che -dijo Fernando
preocupado-, acompañáme al baño que te quiero mostrar algo. -Mostrámelo acá -dijo Gonzalo desinteresado. -
¿Querés que te muestre la pija acá? -¡Qué decís! -dijo Gonzalo mirándolo serio. -Sí, boludo, que me agarré algo...
dale, vení -dijo Fernando poniéndose de pie. Sin mirar atrás y con prisa se dirigió hacia el baño. Gonzalo se paró y
lo siguió. Vio que en la mesa de enfrente había un cliente sentado solo, tomando cerveza, y ojeando una revista
de hoja grandes y brillantes. Al ver que Gonzalo iba hacia el baño detrás de Fernando sonrió. Al entrar al baño
Gonzalo vio que Fer estaba dentro de un excusado con la puerta abierta mirándose el pene. Gonzalo sonrió. -Qué
pasa, ¿te llora el nene? -Mirá, bolas -dijo Fer. Y le enseñó la punta del pito mientras se escurría la uretra hacia
delante. Gonzalo observó cómo salía una secreción purulenta, se agachó, cogió papel higiénico y tomó el pene de
Fernando para observarlo de frente y luego por un lado y por otro. Fernando se dejaba examinar preocupado y
sin reparos, y preguntó: -¿Qué mirás? -A ver si tenés alguna úlcera -contestó Gonzalo serio. En ese instante, entró
en el baño el cliente del bar que estaba sentado en la mesa con la revista y vio la situación que más bien parecía
otra cosa. Gonzalo miró al señor que los observaba. Fernando dijo sonriente: -Es mi médico... -No vaya a pensar...
-dijo Gonzalo, pero el hombre, de unos treinta y ocho años interrumpió: -Sí, sí, claro… -sonriendo- ¡Vaya consulta
tiene! Gonzalo se giró ofuscado, ignorando el comentario. El señor se quedó observándolos. -Pueden continuar, a
mí no me importa -y girándose se dispuso a orinar agitando su cabeza en negativo y riendo morboso. Gonzalo se
puso de pie y dijo a Fer sin mirarlo mientras se giraba: -Vestíte pelotudo, siempre quedo pegado por tu culpa. -
¿No ibas a seguir? -dijo Fernando riéndose de su propia broma y guiñándole un ojo al cliente que se había girado.
Gonzalo que había ido ofuscado hacia el lavatorio empezó a lavarse las manos y el señor, mientras se sacudía el
pito, lo miró con gracia, sorna y desprecio. -¿Cuánto cobra la consulta?, Doctor -y se rio. Gonzalo se encendió de
furia y miró a Fernando. El cliente se acercó al lavatorio agrandándose. -Qué pasa, ¿ahora tienen vergüenza los
mariquitas? Fernando al ver la mirada de Gonzalo, se abalanzó raudamente contra Gonzalo. -No pasa nada loco,
dejálo así. El cliente vio que Gonzalo estaba desencajado, sin saber que era de ira. Se mojó dos dedos y se los secó
en el pantalón, sin mirarlos y dándole las espaldas. Fernando tenía la mano en el pecho calmo de Gonzalo y lo
sostenía con fuerza, El tipo se fue lento hacia la puerta sacudiendo nuevamente la cabeza de lado a lado y dijo en
voz baja pero audible: -La madre que los parió a estos pervertidos, me cago en la ostia. Y se fue dando un portazo.
Fernando miró a Gonzalo. -Es gallego, bolas, dejála pasar y decime qué hago. Gonzalo se secó las manos en
silencio, tiró el papel y preguntó tranquilo: -¿Fecha de último contacto sexual? -Mmm, hace tres o cuatro días. -
¿Tanto? No te creo... bueno... de libro... tenés una gonorrea. ¿No usaste forros? -Sí, claro... siempre me pongo. -
Sí, ya veo... te los pusiste en las orejas -dijo Gonzalo sonriendo. -No seas nabo... -¿Nabo?... me decís nabo...
¿Cómo seguís usando esa palabra? -¿A ver? -dijo Fernando-. Nabo, nardo, limón, carlitos... te digo que estoy
jodido y te muestro la garcha que está tirando pus y me preguntás por qué uso la palabra nabo... ¡Qué amigo que
tengo! -Y yo no te cuento -dijo Gonzalo riéndose- siempre me metés en quilombos... Tenés que tomarte un
antibiótico, de un día, pero deberíamos descartar gérmenes no comunes, sífilis que es la gran simuladora... en fin,
sos un pelotudo importante... ¿no sabés que te tenés que poner forro hasta para que te la chupen y más aún si es
desconocida? -¡No jodas! -¡Claro boludo!, la boca contagia las mismas cosas que una vagina o un culo, para serte
explicito. -¡Pero si era lesbiana! -dijo Fernando asombrado. -¡Ah, qué lindo! -dijo Gonzalo arrastrando la i y
reprobando con un gesto-. Además qué tiene que ver. ¡Las lesbianas también tienen venéreas, retrasado! -No sé -
dijo Fernando como un niño travieso-… que se yo, tampoco es la primera vez. -No, si ya me imagino, con la vida
que tenés... -Bueno, me lo compro y ya está -dijo Fer tranquilizándose. -Y te chequeás lo que te dije, parece que
tu vida te importa un carajo -sentenció Gonzalo. Gonzalo salió del baño, mientras Fernando se quedaba
compungido lavándose las manos. Al salir vio al cliente sentado solo en la misma mesa junto a la pared, sonriendo
canchero. Gonzalo se acercó a la mesa y antes de estar sobre ella el tipo lo miró amenazante. -Qué pasa Doctor,
¿me va a dar cita? Gonzalo lo miró unas décimas de segundo a los ojos y bajó su vista al pecho del señor, que era
robusto y ancho. Se acercó sin invadir y dijo: -Querría saber si me la quieres chupar, que seguro te mueres de

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ganas. El cliente lo miró y dijo entre dientes mostrándose rudo: -Joputa maricón de mierda -y puso sus dos manos
sobre la mesa en un intento por levantarse. Gonzalo se le adelantó como solo él sabía hacerlo, lo tomó por los
laterales de la cabeza abrazando con sus dedos la nuca y ejerció una leve fuerza hacia arriba, para luego dar con la
cabeza y cara del señor contra la firme mesa de madera, en un golpe seco y no poco ruidoso generado por el
impacto y por la botella de cerveza al caer. Levantó la cabeza ensangrentada del cliente, y comprobó que estaba
inconsciente. La depositó sobre los trozos de dientes, entre los brazos que quedaron extendidos, dejándola de
costado mirando hacia la pared. Se incorporó y miró para adelante. El empleado del bar lo miró desde la barra
alertado por el ruido de la botella y sin haber visto absolutamente nada. Desde la barra, el respaldo del sillón
impedía ver al hombre inconsciente. El borrachín seguía jugando a los dardos absorto en su borrachera y
escuchando la música que ponía en la fonola. Gonzalo alzó la botella y mirando sonriente al barman dijo: -Nada,
se me ha caído la botella pero no se ha roto. El empleado se giró indiferente y siguió secando las copas. Gonzalo
se incorporó del todo y se dirigió hacia la puerta del bar, para abandonarlo saludando cortés y muy
tranquilamente. Al salir Fernando del baño reparó en la imagen del hombre que parecía realmente dormido. Alzó
la vista y vio que Gonzalo no estaba. Se giró sorprendido otra vez hacia el tipo viendo como de la mesa goteaba
un poco de sangre. Se rio, y dijo para sus adentros: -Incorregible justiciero... Se dirigió entonces hacia la barra, se
sentó, apuró un trago de lo que quedaba en la cerveza que había dejado en la barra y dijo: -¿Qué te debo, pisha? -
Dojheuro -le contestó el barman sin mirarlo. Fernando pagó con una moneda, se puso de pie. -Que termine bien
el día... -y por lo bajo sonriendo dijo- no como otros. El barman levantó la vista mirándolo extrañado, y Fernando
le señaló con la cabeza al borrachín, que no tenía ya ningún sentido del equilibrio. El barman sonrió con desgano,
y abrió la nevera buscando algo. Fernando se giró hacia la puerta y entonces el borrachín le hizo un gesto para
que se acercara. Se le acercó con reticencia. -Masherca, joven. Fernando miró al barman y este alzando los
hombros entró en lo que parecía ser la cocina. El beodo puso una mano en el hombro de Fernando
incorporándose un poco de su silla. -El tipo que entró con usted en el baño le ha partido la jeta al maño -y se rio
cayendo hacia la silla. Fernando lo miró serio. El borracho se rio y agregó con voz gangosa y arrastrando la eses: -
Yo no vi nada, pero su amigo se fue para la derecha Fernando sonrió. -Pero... ¿usted no está borracho perdido? -Sí
-sentenció risueño-, pero no soy ningún gilipollas...

49. 49. Diego se confunde


Diego fue al Único, un bar porteño que le encantaba por el barrio de Palermo y se encontró de casualidad con
Micaela. La reconoció a la distancia y si bien era el hueso de su padre se le acercó sugerente. No estaba borracho,
gracias a una raya que había tomado para bajar de la alcoholemia incipiente... y claro... tenía la boca abierta y la
lengua bastante suelta. Se le acercó como si fuera un conocido de muchos años, pero Micaela no reparó en él. -
Hola -le dijo-, ¿qué haces por acá Micaela? Soy Diego, el hijo de Gerardo -y sonrió gesticulando con las cejas-, tu
odontólogo. Micaela lo miró tímida y le dijo: -¡Ah! Sí, ¿qué tal? -Bien -dijo Diego, y la forzó a un beso al acercar su
mejilla- pero no contestaste a mi pregunta -y se acercó más aún, rompiendo la distancia interpersonal. -Tu padre
tiene razón -espetó Micaela-. Sos incorregible por no decir otra cosa -mientras lo apartaba serenamente con una
mano. -Es que te vi acá, y estas así... no sé... preciosa y como deseando algo... -¿¡Perdón!? ¿Qué dijiste? -Micaela
cambió el semblante. -Eso, eso... perdón -dijo Diego algo alterado. Estaba acostumbrado a picar muy alto a base
de buena presencia, pilcha, educación no aplicada, buen coche, estudios, dinero fácil y bolsa-, disculpáme, lo
siento no quise... -No es nada -dijo Micaela y se giró para seguir tomando su agua. -Perdón -interrumpió Diego-.
¿Esperas a alguien? Si no, me siento con vos un momento y... -No, gracias, estoy bien así, no quiero ser
maleducada, pero ¿no te parece que no nos conocemos lo suficiente como para que te me acerques de esa
manera? -Perdón... es que me resultó muy familiar el trato con mi padre y… -No te confundas, tu padre es mi
odontólogo, yo su paciente... y vos su hijo. -¿Pero qué te pasa? -dijo Diego-, podemos hablar amistosamente y ya
¿no? -la coca le subía y lo ponía impaciente y gesticuloso... -Sí, podríamos, pero sucede que vos no estás actuando
como corresponde... -Okey -dijo Diego-. Tenés razón. A lo mejor voy algo zarpado, me entendés... -y le hizo el
gestito conocido de empujar hacia arriba entre pulgar e índice con giro de muñeca.... -No -dijo muy seria Micaela-,
zarpado sos, pero no te entiendo. -Sí... me entendés, estoy así, ya sabés... -¿Así?, no entiendo de que hablas. En
realidad Micaela reconoció en Diego la dureza de Fernando. Además conocía en su propio cuerpo el estado que
provoca la cocaína pero como estaba aprendiendo, prefirió hacerse la idiota, cosa que le salía bien. Solo tenía que
ser ella misma sin sumisión. -Mirá Micaela, me parece que sos un hueso impresionante y creo que... -Diego...
¿verdad? -interrumpió más que seca Micaela. Diego se quedo parado en seco, pero con movimientos casi
constantes de boca, cuello y manos. -Sí, me llamo Diego. -Mira, tu padre es un excelente profesional, y un hombre

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correcto y trabajador. El no debe saber que su hijo es un maleducado fuera de casa, así que vamos a hacer como
que no te he visto y vos vas a hacer como que no me conoces. No sería bonito generar a tu padre un disgusto
¿verdad? Estimo que es él quien paga tus gastos, ¿no es así, nene? Micaela lo trató desde tan alto y con tanta
soberbia que dejó pasmado a Diego. Diego la miró fijo, y se sintió tocado. Desde la muerte de su madre, se había
desbandado un poco, y se había estado estimulando para no sentir pena por la perdida. Una vez, un tipo en un
bar le había convidado merca, porque secaba las lágrimas. Había sido una de esas casualidades de la vida en que
uno preferiría no detenerse a pensar. Era de esas cosas en que gracias a Dios, nunca el ser humano corriente se
para a observar. Era justamente Fernando, quien lo había encontrado saliendo de un wáter con lágrimas en los
ojos y Fernando no podía con esas cosas. No lo había vuelto a ver después de esa noche, pero lo habían pasado
bien, por lo que lo recordaba. No sabía porque pero esa mujer le había traído a Fernando a su mente. La mirada
pensó, tiene una mirada que me recuerda a alguien... y la vorágine mental de repente le trajo a su padre, y
entonces se puso paranoico, volvió a mirar a Micaela y algo confuso le dijo: - Tenés razón, me voy. Sos una buena
mina. Espero que esto no limite la posibilidad a mi padre de conocerte, de conocer a una buena mina como vos...
soy un pelotudo. Perdonáme - y se giró inmediatamente para ir hacia la puerta. Tenía dudas de la reacción de
Micaela. No supo definir si sabía o no sabía, si estaba de vuelta o era una tarada. Micaela lo paró de un hombro,
muy suave, lo giró, lo miró a los ojos y le preguntó: -¿Estás bien? -Sí, sí, gracias -dijo Diego. -Digo, es que te noto
alterado. -No, nada, no pasa nada, disculpáme. -Bueno, entonces hasta otra -contestó Micaela. Interiormente se
sintió ganadora. Diego se derrumbó del lugar de sus dudas y sintió que Micaela era un ángel. Al otro día, Diego se
levantó sobre la una, había marchado del bar y vuelto a casa temprano, a eso de las cuatro. Se había tomado con
un amigo un par de “champús” dejando la coca de lado y al llegar a casa de su padre se había metido en la cama...
solo. Pensó en Micaela antes de dormirse. Al levantarse, Gerardo estaba sentado a la mesa leyendo el diario.
Diego saludó cortés, se sentó y se sirvió agua. Gerardo sonrió. -¿No hubo caza anoche, Dieguito? Viniste a dormir
a la mía, y además era temprano. Diego sonrió. -No, ayer fue día de recogimiento espiritual. A veces este cuerpo
necesita descansar un poco. No te jode que haya venido a dormir acá, ¿verdad? -No -dijo Gerardo- todo lo
contrario, me trae buenos recuerdos. ¿Comemos? Elisa… ¡Elisa!, Diego está despierto, sírvanos la comida por
favor, pero traiga primero un café para Diego. Hablaron un rato del futuro viaje de Diego, y de si seguiría jugando
al rugby en Inglaterra. Diego se mostraba entusiasmado pero algo abstraído. Al finalizar la comida, Diego le dijo a
su padre: -¿Sabés, papá? Estuve pensando y me parece que Micaela es una mina que vale la pena. -¿Y a qué viene
eso Dieguito? Si la viste solo una vez. -No sé, me pareció y quería que lo supieras. Tenés mi apoyo, papá, ¡si es
que te estás enamorando! Como siempre hablas de ella... En ese instante entró la mucama con una jarra de café.
-Elisa, ¿a que el viejo está enamorado? Gerardo sonrió y palmeó en la espalda a Diego, sintiéndose cómplice.

50. 50. Qué te pasa


Fernando estaba extasiado mirando a una jovencita de escasos dieciocho años. Miró a Gonzalo y sonrió. -Son una
cosita las mujeres a esta edad... mirá... qué divinura. Gonzalo alzó la vista y reparó en la adolescente que
realmente era una belleza... castaña claro, ojos verdes, flaca pero con adecuadas curvas, piel tersa, sonrisa tenue,
dientes perlados y con cándida timidez en sus movimientos. Fernando observó el éxtasis de Gonzalo. -¿Por qué
estas así, solo, sin nada serio, sin nada real, sin disfrutar de un caramelito de estas dimensiones? Podrías tener
algo así si quisieras. Gonzalo miró a Fernando y dijo con voz algo quebrada: -Te voy a contar algo que te va a
sonar raro, pero es así como te lo cuento. Hace algunos años conocí a una nena que era una divinura. Tenía
veinticuatro añitos, era como esta, flaquita pero con curvas alucinantes, y mirada de gatita tierna... un sueño, un
placer para la vista y un lujo para el resto de los sentidos... no me puso muchas trabas para salir y conocernos y a
la segunda salida me la cogí... o mejor dicho, cogimos. Fernando miraba a Gonzalo y sonreía tranquilo, con la
mirada clara, como cuando un amigo te cuenta algo que vos también has vivido. -Era odontóloga, se llamaba
Mariana... Me enamoré perdidamente, sin explicación, pero es que si bien no era la mujer en la que yo me fijaría,
no sé por qué... -Gonzalo hizo un alto y perdió la vista en el recuerdo- pero es que esas mujeres me parecen
inalcanzables y tal vez por eso no me fijo... Fernando lo interrumpió: -¡Me extraña araña! No me digas que vos
también tenés un tipo de mujer que te es inalcanzable... Gonzalo se rio: -Claro... Todos las tenemos... es natural,
si no todo te llegaría a resultar extremadamente aburrido... algo se te debe negar en la vida ¿no creés? Fernando
sonrió. -Bueno, cómo seguir... Esa mujercita me cautivó con su forma de hacerse la estúpida, muy disimulada,
imperceptible, incluso creo que a veces ni ella se daba cuenta del papel que interpretaba... era perfecto.
Sexualmente era un animal en celo. Hacia las mejores felaciones que una mujer puede hacer... lo disfrutaba. -O
sea que chupaba la pija como si le gustara... ¡la nena era una sopleteadora de caño profesional! -dijo Fernando

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rompiendo con el estado de pasividad y mostrando su habitual estilo de comunicación verbal. Gonzalo miró a
Fernando unas décimas de segundo con ira y luego, reaccionando, se rio... -Bueno sí, era mejor que una
profesional, la mejor que conocí jamás. Chupaba la tarasca con devoción religiosa. -¡Pecado! -gritó Fernando
poniendo cara de desaprobación. -Una bestia... empecé a llevarla de paseo, a cenar, a comer, la llevé a esquiar a
Chapelco y me hice el langa total en pistas... un pelotudo importante, digamos... -Gonzalo volvió a perder la vista
en el recuerdo-. Pero a ella le importaba un carajo todo... yo era su fucking bitch, su putita... yo era su putita. -
¡Qué lindo papel, hermano! Yo quiero algo así... -gritó Fer con envidia tangible. -No creas... -dijo Gonzalo
acongojado-. Me enamoré... le pedí que se quedara conmigo como hombre y me dijo que no... ¡A mí!... me dijo
que no. Fernando se rió con malicia: -¡Pero por qué mi amor que yo con vos me iba al fin del mundo! Joven,
guapo, medio rico, viajero, serio, generoso, limpio... ¿nos casamos? -No seas boludo... que me dio un bajón, hice
el realized de los ingleses... de pronto me di cuenta... Yo era su putita... ¿entendés? -Gonzalo hizo silencio. -¿Y?
¿Qué pasó? -Nada, eso... ella quería un tipo brillante a su lado y yo lo era... pero... lo quería con ambición
desmedida, ambicioso y pesetero como dicen acá, que le gustara hacer dinero y que tuviera plata, mucha teca,
mucha... y que sus objetivos excedieran ese límite de humanidad que rompe con la moral, siempre dentro de un
cierto marco legal adecuado... claro está... me cago en todo lo que se mueve... me hundió cuando se fue.
Fernando se reía suave, pero se reía. -Pero Gonzalito... en el mundo hay millones de mujeres así... mueven el orto
por la plata, y punto. -Sí, lo sé... Le iban los coches caros y los lugares in, y era una divina ambiciosa ducha en el
arte del sexo... ¡qué cosita! Tan divina y tan desagradable... -Gonzalo volvió a la realidad del bar y dijo- esa
pendejita de ahí está divina... me recuerda a Mariana. -Y creo que no sería inalcanzable... -No lo sé -dijo Gonzalo-
pero es que aquella historia me dejo tocado... tanta ambición, esa manera de hacer las cosas, esa prostitución
encubierta... no lo sé... me arruinó... me resecó para toda la cosecha.

51. 51. La casita del vicio


Fernando llevó a Gonzalo a un lugar que según él le iba a encantar. Le explicó que sólo se podía llegar con
referencias muy estrictas. Por eso le había pedido algunos datos personales que Gonzalo le había dado
simplemente porque que ya habían traspasado la frontera de la confianza. El sitio resultaba ser una mansión
madrileña en el barrio de los Austrias. Estaba regentado por un ex capitán de la guardia civil, un ex policía
nacional, una profesora de letras y un ex militar. -Sabés Gonzalito, este lugar tiene su encanto. Lleva el espíritu
morboso de esta gente y a mí me gusta llamarlo la casita del vicio. -Ah, por eso los datos... - dijo Gonzalo
pensando-. Hubiera preferido que me explicaras antes. -Tranquilo loquito. Lo que pasa es que... Prefiero que lo
veas vos mismo. Esta gente extrema las medidas de seguridad, para no tener problemas, ¿viste? Para estas cosas
los gallegos son muy organizados. Tienen todo ultracontrolado, ya vas a ver. Unos doscientos metros antes de
llegar a la puerta, Fernando hizo un alto y llamó por teléfono. Puso el altavoz y guiñó un ojo a Gonzalo haciéndole
una seña para que hiciera silencio. Lo atendió una voz femenina: -Residencia Buenafuente, en qué puedo
ayudarle. -Mi nombre es Fernando, soy el número dos uno tres nueve. -Un momento señor. Voy a chequear la
información. Ya lo tengo, dígame: ¿cuál es su clave? -RST 21423729. -Muy bien, fecha de ingreso -preguntó la
señorita. -Diecisiete del nueve, princesa. -Correcto señor. ¿Marca, color y modelo? -Bull terrier, marrón claro, mil
setecientos cuarenta y dos. -Correcto señor. Una última pregunta: ¿Raza? -Levis, me quedan muy bien. -Correcto
señor, pero sabe que debe limitarse sólo a lo que le pregunto. -Lo siento, señorita, es la emoción ¿sabe? -
Haremos como siempre. Tiene tres minutos desde que cuelgue el teléfono. Tengo entendido que viene
acompañado, así que debe entrar por la puerta principal. Su amigo, Gonzalo, debe traer sus identificaciones.
Buenas noches. -Perfecto señorita, ¿no se olvida algo? -La rosa está encima del piano. La señorita colgó el
teléfono. Fernando agarró a Gonzalo por el brazo y le dijo: -Dale loco que si nos pasamos cinco segundos hoy no
entramos. Gonzalo conocía perfectamente el miedo que puede generar una situación desconocida y si bien la
invitación de Fernando era bastante anormal y le generaba un temor que en otra circunstancia le hubiera hecho
ser más cauto, decidió acompañar a Fernando. Al llegar a la puerta indicada Fernando tocó el timbre y una voz
masculina ronca y serena dijo: -Buenas noches, señores, ¿en qué puedo ayudarles? -¿Es esta la residencia
Buenafuente? -preguntó Fernando. -Efectivamente señores, les voy a solicitar que se acerquen a la cámara que
está frente a ustedes. Gonzalo había notado que la mansión tenía cámaras de vigilancia en cada esquina, por lo
que controlaban todos los movimientos alrededor de ella. -Perfecto, señores -dijo la voz-, el señor no está en
casa. -Sí, pero no importa. La rosa está encima del piano -dijo Fernando sonriendo. -Adelante, señores. La puerta
se abrió automáticamente hacia adentro y al pasar ambos volvió a cerrarse. Subieron las escaleras. Un fornido y
bien parecido joven les abrió el portal. Llevaba un equipo de comunicaciones insertado en su cabeza, una

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camiseta negra ajustada al cuerpo, unos pantalones amplios del mismo color y botas de piel también negra con
fina suela de goma. No hizo la mínima mueca, no esbozó sonrisa, los miró fijo con sus ojos azules y pidió
identificaciones. Gonzalo y Fernando entregaron sus pasaportes. El joven inspeccionó los mismos como si supiera
lo que estaba haciendo y les hizo un ademán para que entrasen. Una vez dentro, y sin devolverles los pasaportes
les dijo: -Tomen asiento señores, enseguida vuelvo. Los dejó en un amplio recibidor, que tenía dos cámaras de
vigilancia y antes de salir de la misma, sin mirarlos les dijo: -Pueden servirse una copa si así lo desean. El señor
Fernando sabe dónde están. Fernando se sirvió un whisky, y dio a Gonzalo un agua Vichy con hielo y limón. -Cómo
te cuidás, Gonzalito, a veces envidio tu voluntad. Se abrió una puerta y apareció un hombre de unos cincuenta
años, robusto, de penetrantes ojos negros. -Fernando, veo que vienes acompañado -y con una gran sonrisa
extendió la mano a Gonzalo. -Me llamo Juan Antonio, pero aquí me conocen como el General. Encantado. -
Encantado, Gonzalo. -Fernando le habrá explicado algo. Así que seré breve. Esto es un club privado. El acceso al
mismo está absolutamente restringido, diría que actualmente cerrado. Pero dado un gran favor que le debemos a
Fernando hemos hecho una excepción con usted. Así que le voy a solicitar que rellene el formulario que verá en la
pantalla del ordenador que está sobre aquel escritorio. Una vez finalizada esta formalidad tanto usted como el
señor Fernando abandonarán mi humilde morada y ya nos pondremos en contacto con usted. Fernando miró al
General y este ignoró la mirada. Dicho esto, acompañó a Gonzalo hasta el ordenador, le acercó un sillón pequeño
para que se sentara y se fue a dialogar con Fernando. Gonzalo reconoció en el cuestionario todas las respuestas
que Fernando le había dado por teléfono a la señorita que minutos antes lo había atendido. Mientras escribía,
relojeaba al General y a Fernando departir amablemente entre risas y familiaridad. Una vez rellenado el
cuestionario, dio enter según indicación de la página, y el ordenador emitió una alarma corta. -Muy bien señor,
aunque prefiero llamarlo Gonzalo, le agradezco mucho su comprensión. Me despido, ya nos veremos -dicho lo
cual entró el joven musculoso y acompañó a Fernando y a Gonzalo hasta la salida donde les devolvió sus
pasaportes. Caminaron en silencio unas tres o cuatro calles. -Decíme una cosa, pelotudo, ¿qué carajo es todo
esto? -No seas forro Gonzalo, tomátelo con calma, vas a ver que vale la pena. -¿Club privado? ¿Qué verga es ésta?
¿Qué favor le hiciste? ¿En qué carajo estás metido? Me parece que soy un boludo por confiar en vos. -¡No seas
grasa, che! ¿Alguna vez te garqué yo? Qué te crees, ¿que soy gallego y que te voy a apuñalar por la espalda? Mirá,
te lo cuento rapidito -dijo Fernando sonriendo-. Te dije que lo llamo la casita del vicio. Acá vas a encontrar de
todo lo que quieras, si de vicios se trata. Y punto. El problema es que están un poco cagados porque la primera
vez que lo hicieron, lo hicieron mal y casi se les va todo al carajo. El favor que yo les hice fue presentarles a Iker,
un amigo que se dedica a los business y está más que limpio. -¿A que business? -A esos, ya sabés. Consigue todo
tipo de sustancias de buena calidad y a buen precio. -Escucháme pelotudo, me estás metiendo en un quilombo
como siempre y te voy a romper la boca a tortazos. -¡Pará loco! Si hasta ahora no pasó nada, ¿o sí? Sólo diste
unos datos para entrar en un club exclusivo y punto. Si no querés, cuando te llamen das el okey y no volvés a pisar
por acá. Pero te aseguro que te perdés el ser parte del club más exclusivo de Madrid. Acá vienen políticos locales
y europeos, jeques, deportistas, actores, altos cargos de empresas multinacionales, unas minas que no viste en tu
vida, y yo que no soy nadie, y vos porque sos mi amigo. Así que hacé lo que te salga de las pelotas, pero si me
jodés esto, a lo que te traigo porque me parece que te conozco de toda la vida no te lo voy a perdonar nunca. Y
no te digo que te voy a cagar a trompadas, porque sé que no puedo. Hagamos una cosa Gonzalo: te llevo al bar La
Palma, nos tomamos un té y te cuento algunas cosas -Fer paró un taxi, y Gonzalo se subió lleno de intriga-. Al bar
la Palma, jefe. ¿Lo conoce? -Sí, dijo el taxista. A los dos días de la visita a la casa mientras Gonzalo caminaba por la
Gran Vía, recibió un llamado donde le dijeron que había sido admitido como socio, sin cargo, por agradecimiento
a su amigo. Le dijeron además, que le habían enviado datos por e-mail. Se despidieron amigable pero muy
correctamente y le cortaron. Gonzalo llamó a Fer. - ¡¡¡¡Qué pasa, chavalote!!!! -gritó Fer. -Nada. Me llamaron de
la casita. -No me digas nada. -No, pero... -Sí, ya sé, ya sé. Mirátelo y nos vemos allí a la once de la noche, que
estoy ansioso. Vos ya sabés. ¡Chauuuu fiera! Gonzalo se fue caminando a su hotel, se conectó a Internet y
chequeó el e-mail. Tenía uno de Micaela que decía que lo extrañaba, pero ni lo abrió. Se duchó y se fue andando
hacia la mansión. Llamó por teléfono y se repitió exacto el diálogo que Fer había tenido. Tal y como le explicaron
en el e-mail. Entró a la casa por la puerta principal, según el protocolo que ya había vivido y una vez dentro lo
recibió el General. -Adelante, Doctor -le dijo-, sea usted bienvenido. -Buenas noches, General. Perdone usted,
pero ¿cómo sabe...? -Aquí lo sabemos todo, es una necesidad. Seguridad, para vivir tranquilos. -Entiendo -dijo
Gonzalo. -No se incomode, pero lo sabemos todo, y usted, además, nos puede ser de mucha ayuda si lo
necesitáramos, claro está. Ya hablaremos del tema, yo mismo o el capitán. Mire pase, adelante -y abrió la puerta
de la antesala a un salón de reunión, donde ya estaba Fernando con una copa en la mano-. Allí esta su amigo, tan

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servicial y encantador como siempre. Póngase cómodo que enseguida los atienden. El General cerró la puerta y
Fernando se giró al escuchar el ruido. -¡Qué hacés, Gonzaliño! -dijo desde su mesa, y poniéndose de pie hizo un
ademán bufonesco-. Sentáte, che y disfrutá del espectáculo. Gonzalo se sentó, y empezó a mirar a su alrededor.
Había gente de aspecto muy importante, un par de jeques, o eso parecían, camareros y camareras en plan top
models y señoras de aspecto bien. -¿Qué es esto? -preguntó- parece una reunión del club de golf. -Sí, sí, ojalá lo
fuera -dijo Fer y se rio-. Todos estos son lo que te dije, y están acá para divertirse, por gusto. Acá hacen sus cositas
gustosas, ¿sabés? porque tienen ganas. -Decíme Fer, me mandaron datos por e-mail... De seguridad un carajo. -
¡Noooo, qué va!, es re seguro… te lo mandan desde un portátil que consiguen siempre de “segunda mano”.
Calculo que los afanan, y los conectan desde lugares wifi. El informático que tienen es una fiera, y se encarga
personalmente. La mina que todavía no conocés es la que chequea todo con el de la nacional y el guardia civil. Se
lo pasan al General y este confirma, agrega y da el okay. Luego vuelve a la mina y esta se lo pasa al informático,
que además ha trabajado en los servicios del estado. Acá dentro no hay ninguna compu conectada a red, salvo la
de la casa. Tienen una centralita, que es el fijo al que llamaste, que deriva todo a móviles que van cambiando. Son
unos fenómenos. Además hay cámaras de video por todos los exteriores, y los interiores, salvo en los salones de
colores, que eso ya te lo van a contar, para tu tranquilidad... -¿Y vos cómo sabes todo esto? -Me garchaba a la
mina, y ya sabés que un argentino si no encuentra fisuras, las provoca... Fernando se rió encantado. -Qué delirio
Fernando, me parece todo un invento tuyo.... -Nada de eso, Gonzalito. Mirá, viene la camarera. No te zarpes ni un
pelo que estas son serias... por lo menos acá dentro. Digamos que son intocables. La camarera que parecía
modelo de alta costura, sonrió a los invitados. -Buenas noches, señores, ¿qué se van a servir? -A mí -dijo Fernando
impaciente pero correctísimo-, me apetece un whisky y unas rayitas. ¿Y a vos Gonza? -dijo meloso. -Una Vichy,
por favor. Con hielo y limón. -Perfecto señores. Le voy a pedir al señor Fernando que me acompañe al salón
blanco. -¡Chau! -dijo Fer-, después vuelvo... creo... -y se rio guiñando un ojo la camarera que se quedo inexpresiva
como una jugadora de póquer profesional Fernando se fue por una puerta lateral, de las que había cinco
distribuidas simétricamente por el salón, y la señorita le alcanzó a Gonzalo el agua. -¿No le apetece al señor
alguna otra cosa? -¿Y qué tenemos para ofrecer? -Le explico, señor, ya que hoy seré su anfitriona. La sala blanca,
intuyo que sabe para qué es. La verde es el club del fumador, donde encontrará marihuana, hachís, opio, goma,
resina, narguile, beedes y tabaco. También hay crack y heroína. La azul, tiene sustancias psicoactivas como
peyote, ayahuasca, setas, mescal, tumba, y algunas de síntesis como LSD, éxtasis, cristal, y morfina. No está
permitida la vía inyectable... La roja se divide en dos parte y tiene señoritas y señoras o jovencitos y caballeros, es
un salón heterosexual pero permisivo dentro de los reservados y se escoge una o la otra. La negra, tiene todo.
Todas las salas, mi señor, poseen una barra donde además se sirven copas. -Gracias, me interesa la blanca. Quiero
charlar con mi amigo. -Perfecta elección para comenzar -dijo amablemente-, acompáñeme por favor -y lo llevó
tomado del brazo hasta la puerta. Al entrar, recibieron a Gonzalo unos señores muy amables que lo condujeron a
un vestuario para que se cambiara de ropa. Le dieron unas pantuflas comodísimas y blancas y un pantalón más
camisa de bambula al tono. -Debe desnudarse, señor, y vestirse con la ropa que le hemos entregado. Todos sus
efectos personales los debe dejar aquí, que nosotros los custodiamos. De más está decirle que no se permiten
teléfonos ni cámaras de fotos. Gonzalo se rio. -No se ría señor, se lo ruego. Si le apetece puede ducharse, y luego
de vestirse pasará por aquel detector de metales que le permite el ingreso a su sala. Gonzalo se sentó unos
minutos y comenzó a desvestirse lentamente, luego se duchó y se puso su vestimenta blanca. Pasó por el
detector y entró en la sala. Al entrar, reconoció a Fernando por la gesticulación exagerada, que al verlo se le
acercó y le dijo: -¿Qué haces acá, bolas?, ¿no leíste las normas? Es obligatorio el consumo en tu sala. No en las
otras. Fijáte que hay gente de colores como la sala por donde entraron. Ahí es obligatorio el consumo. Es una
regla. Por eso yo siempre entro por la blanca o la verde ¿sabés? Acá hay reglas que se deben cumplir,
teóricamente te las tenía que contar, pero sabés que a veces me olvido de cosas... Ehhhh, lo siento... Lo mejor
hubiera sido entrar por la verde y fumarte un beede, es la trampita sana... -No pasa nada, peináme una raya -dijo
Gonzalo como entregado. -Mirá, anda a la barra que tiene la piedra blanca inmensa en el medio, ¡qué cosa más
linda! ¡Es increíble! Perdón, andáte para allá y el pibe ese te la prepara... luego estás libre para el paseo entre las
otras salas. Podés mirar y participar, pero no estás obligado. Solo lo hacés si tenés ganas. Pero acordáte que por
donde entrás, tenés que consumir; te lo digo para el futuro. Eso sí, a los de negro se les obliga a de todo un poco.
Son los más morbosos, los sadomasoca. Incluso podes maltratarlos, con límites. No se puede pegar, si el golpe
hará daño ¿entendés? -Esto es una locura. -No, Gonzalito, no. Y te ruego que pares un poco y mires. Esto es
occidente, esto es Europa, esto somos vos y yo, esto es la sociedad, un reflejo de ella, pero entre conocidos, entre
alto standing. Gonzalo interrumpió asombrado. -Decíme Fer... ese de ahí, el de negro, el que está con la mina de

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azul ¿no es el obispo? -Calláte loco, no me hagas reír y no se te ocurra decirle Monseñor... sí, lo es. -La puta que lo
parió... -dijo Gonzalo mordiéndose de ira controlada. -¡Qué vas a hacer, enfermo! ¿Le vas a pegar ahora?... Acá no
hay cámaras, pero sí monos de custodia. -¡Pero no boludo!, estoy indignado. -¡¡Ay, ay!!! ¡Mi amigo idealista!
¡Relajáte y disfrutá, che!, aprendé lo que hay por el mundo y nutríte, hermano... me parece que te falta ver un
poco más de mundito real... -Es que yo creo que no hay que probarlo todo en la vida... no hace falta... -Hizo
silencio y miró a Fernando a los ojos. Se rio, nunca entendió el porqué, pero se rio. Tal vez porque escuchó su
frase final antes de decirla y observó lo que segundos antes había dicho-. Me voy para la barra, a meterme una
raya de eso. ¿Es buena? -Jamón del medio, tiza loco, vas a ver -dijo Fernando sin reparar en el detalle del cambio
repentino de Gonzalo. Fernando estaba duro... Gonzalo dejó a Fernando hablando con una post adolescente que
iba de estricto negro, con una cara de viciosa que le daba hasta un poco de asco. Se paró en la barra circular y el
barman le dijo con una sonrisa: -Entera, media, un cuarto... Entera es de doscientos miligramos, Señor. Pura. -Un
cuarto, para empezar. Le alcanzó una bandeja de cristal con un tubo metálico. –Sea bienvenido Señor -dijo el
barman-, el tubo es suyo. Regalo de bienvenida. -Gracias -dijo Gonzalo, y se metió la raya mientras se acordaba de
las veces en que lo había hecho por necesidad. ¿Y en realidad había sido por necesidad? Al incorporarse, había
ganado unos metros en prestancia y seguridad. Se tomó dos copas de champagne en la barra circular enfrentada
a la de la coca y regresó por otro cuarto de raya. Miró a su alrededor y se sintió más seguro que de costumbre.
Miró a Fernando que seguía sobando a la postpúber salvaje y hermosa. Tomó el tubo y jaló hondo. Al
incorporarse, había perdido totalmente el asco por la señorita de negro. Se acercó a Fernando y le preguntó: -¿Y
ahora qué hacemos? -Lo que quieras, yo me voy a ir con esta pendeja al salón rojo. Vos hacé lo que te guste, loco,
que para eso estas acá. Gustos, loquito, date los gustos, a menos que esto no te guste, entonces salí por la puerta
de blanco. Es una regla.... se sale por donde entrás, sino salís en pelotas ¿no? ¡Qué gustazo estar acá! -gritó
Fernando mientras le tocaba el culo con ansiedad a la joven. -¿Qué te pasa con los gustos hoy? -preguntó
Gonzalo. -Mirá, estoy re duro y seguro que después te lo voy a contar... pero primero me voy a garchar a este
infierno... ¿la miraste bien? Gonzalo se había quedado en su sala de ingreso, solo, esperando a Fernando. Tenía
una copa de champagne francés en la mano izquierda. Miraba atónito como la gente se paseaba y charlaba
amigablemente mientras otros se metían rayas en forma pública y sin importarles absolutamente nada, tal como
él mismo lo había hecho. De repente pensó en que no entendía nada, tenía taquicardia y se sentía pleno, miró a
Fernando acercársele y le dijo sin importarle mucho lo que Fernando parecía que le quería contar: -Decíme una
cosa Fer, entre tanto descontrol y tanta droga, ¿qué hacen si alguno se pone mal? Fernando estaba re duro y
eufórico, sonriente sardónico y mirando a una tailandesa que era un poema... -¡Qué mina! ... No sabes qué puta
que es la pendeja que me lleve al rojo. -Sí, ya, pero te pregunté algo que quiero saber. -Mirá -dijo Fernando como
desinteresado-, he venido muchas veces y nunca vi nada. Los anfitriones como nuestra camarera, suelen
controlar a sus invitados para que no se vayan al carajo, pero si eso pasa, no sé si te fijaste que en el salón interior
que nos comunica con el resto de salones de colores, hay un portal enorme en el medio -sin siquiera respirar,
prosiguió con la misma velocidad del inicio-. Ese portal comunica con la mansión y la mansión está llena de
habitaciones preparadas para sus invitados. Tienen camareros de piso y una enfermera que a mi humilde criterio
está un poquitito entrada en carnes. También si hace falta llaman a un médico. Todo lo que está al otro lado de
esa puerta no tiene ninguna relación con lo que está de este lado y sólo saben que alguna vez algún invitado se
puede poner mal. De hecho el General suele tener gente invitada a la que aloja del otro lado y que no saben nada
de esto. Es su doble vida y él es un tipo muy respetado ¿sabés?... por lo que escuché por ahí estuvo metido en
cosa de armas y está blindado. Me imagino que sabés por quién. -¿Pero cómo carajo sabés todo esto? -Mirá,
Gonzalito, mi vida -dijo Fernando escupiéndole verborrea a la cara- soy un desastre pero no soy ningún
pelotudo... -miró a Gonzalo con la soberbia de un ganador nato, sonrió y agregó confesándose- en realidad me lo
contó Iker. -¿Y quién es ese Iker? ¿También te lo cogías? -¡Ah! Qué gracioso estás ¿eh? Te sienta fenomenal la
cameruza a vos. Gonzalo sonrió intrigado. -Iker, grasa. El vasco del que te hablé. -¿Y qué es de la vida de él? -
preguntó Gonzalo enfrascado en el diálogo de la coca. -Se murió. Tuvo un accidente. Qué decir... Pareció un
ajuste de cuentas. Por cierto, viste que a veces aparecen tirados, no sé, en la M cuarenta por ejemplo, cada tanto
o muy de vez en cuando algún tipo trajeado, con todos sus papeles y documentos, su dinero, su reloj, sus anillos,
en fin, puede ser -por lo que me contó Iker- alguno de los que por rarísima vez se pueden haber muerto acá. -Pero
qué decís, pelotudo, ¿me estás diciendo que alguno acá la palmó? -No sé, no sé Gonza, me lo dijo el vasco, que
tenía la boca un poco grande cuando iba de coca. A mí después de su accidente me llamó el General, me preguntó
qué sabía y yo le conté y charlamos un rato largo y la cosa quedó en la nada. -¿Y vos cómo conociste este lugar? -
Estuve un tiempo saliendo con la hija del capitán, boludo… ya sabés… la mina moría por mí, y muere, la tengo

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regalada. ¡Ja! -gritó, y agregó cómplice-, es la que me pagó el billete de primera ¿sabés?... ¿dónde te crees que
estoy alojado?... Y bueno, el viejo sabía lo nuestro, y que yo la había ayudado a dejar el bardo en el que estaba
metida… y yo no caigo o no le caía muy en gracia... y me mandó investigar, y entre otras cosas se enteró de que
yo conseguía coca gracias al vasco, y bueno un día tuvieron problemas para conseguir mercancía para su
negocito. ¿Te acordás de aquél cura o falso cura que traía merca de Argentina a España? Bueno ése era su
puntero. Cuando se rompió la línea, el viejo me cazó del pescuezo... no es ningún boludo... me sacó todos los
trapos sucios y me perdonó la vida. El hijo de puta sabía todo lo malo de mí. Y después me pidió el favor. Y me
dijo que si su hija se metía algo me cortaba los huevos y me los metía en la boca. Y a mí el huevo no me gusta. Así
que la nena no se mete nada de nada. Por mis huevos te lo digo... -Qué quilombo... No te creo un carajo -dijo
Gonzalo mientras seguía tomando champán. -Qué boludo que sos. Primero preguntás y después no me creés.
Está bien te voy a contar la verdad... la mina de la entrada es mi mamá. El General, su amante. El de la civil y el de
la nacional son novios. Reputos. Y yo tengo acciones... la hija en realidad es monja de clausura y... -Pará, pará
forro, está bien. -No Gonzalito, que la historia me está gustando. Dejáme seguir -dijo Fer mientras se giraba para
jalar hondo otra rayita... -¡Callate, che! y pará de tomar merca. Vení, entremos al salón verde para bajar un poco.
Epa, Gonzalito ¿qué nos pasa? ¿Nos gusta el vicio?... Smoking room... qué maravilla... y qué cameruza que tienen
acá... ni en Colombia... ¿así que ahora querés fumar guarrete? -No forro, o sí. Pero mírate cómo estás. Parece que
estuvieras bailando una chacarera y que además te tocaron todas las cartas. Ya estás de mueca. Vamos a probar
el opio. -¡Uh! opio. Y después nos alojamos en un cuarto privado del smoking room of the paradise y nos
quedamos a dormir... -Pero si estás más duro que un paquete de pastillas. Dudo que bajes algo. Y entraron a la
sala verde, teóricamente para bajar un poco. Al salir del salón verde, los muchachos estaban bastante relajados.
Habían fumado un par de porros, y una calada de opio cada uno. Digamos que el estado de ambos dejaba mucho
que desear aunque sólo se le notaba a Fernando. Gonzalo parecía impecable, aunque su andar era pausado, para
controlar. Fernando lo metió de lleno y sin aviso en la sala negra. Lo primero que hizo fue irse a la barra blanca y
se sirvió un queto. -Para equilibrar, pero es la última... -dijo Fernando mientras jalaba. Se incorporó
gradualmente, miró a Gonzalo de reojo y agregó- ni yo me lo creo... esta cameruza no se consigue en cualquier
lado. Se incorporó, sintiendo un subidón que lo ponía radiante. Exaltado y sonriente dijo: -Vení que te muestro
algo, que creo por lo que intuyo está en marcha. Es un salón de actividades... qué gracioso que suena ¿no? Salón
de actividades... en sí, es donde se hace bukkake y como tiene la luz verde encendida nos vamos para allá. -¿Qué
cosa se hace? -dijo Gonzalo. -Bukkake, dolce bukkake ¿no sabés lo que es? -No, ni idea. -Ah, bueno, entonces vení
y mirátelo. Mientras Gonzalo seguía a Fernando por el salón negro, observaba que el mismo tenía seis puertas
con múltiples actividades públicas y varios salones reservados. La mansión había sido muy bien acondicionada y
aprovechada. Se escuchaba que de algunas de ellas salían gemidos de placer múltiples. La sala principal estaba
con mesas y sillones donde la gente departía y descansaba. Se paseaban hombres y mujeres desnudos que
entraban y salían de diferentes puertas. Le llamó la atención que había algunas personas que se notaba que
estaban constantemente limpiando, mostrándose ajenos absolutos a lo que pasaba. Iban de amarillo, con
guantes, gorro, botas y usaban mascarilla. -Mirá los limpiadores, les deben pagar una fortuna porque están
impávidos -dijo Fernando sarcástico mientras introducía a Gonzalo por la puerta que develaría el misterio. Al
entrar, Gonzalo se quedo perplejo observando a una joven de rodillas, mientras un montón de hombres se
masturbaban frente a ella, en su cara, mientras ella hacia felaciones múltiples, un rato a unos y al instante a otros.
En su mano izquierda tenía un cuenco de cristal, donde iba dejando caer el semen que recibía en su boca. Tenía la
cara y la lengua cubiertas de semen y el cuenco estaba a medio llenar. Cada tanto, la joven se retorcía de placer,
enseñando la lengua o recibiendo una eyaculación en su cara. De repente, se detuvo la música y sonó una suave
alarma, como una campanilla de bicicleta constante y entonces los hombres se apartaron un poco, para dejar a la
joven beberse todo el semen del cuenco, sonriente, feliz, encantada del hecho, bebiendo en varios tragos. Era
una jovencita muy bonita, de hermosas formas, con ojos alegres y cuerpo agraciado. Gonzalo sintió nauseas.
Fernando sonriendo lo miró y le dijo: -Bukkake... una perversión que no sé a quién se le ocurrió. Gonzalo se giró y
vio cómo en otro ángulo del salón se repetía la escena pero esta vez era un hombre musculoso y de rodillas el que
bebía del cuenco, con la cara llena de semen. Gonzalo salió de la sala. Fernando lo siguió pero mirando hacia atrás
como otra mujer, ahora mayor y de aspecto vicioso se arrodillaba empezando a felar a un joven mientras otros
hombres la tocaban y empezaban a masturbarse a su frente. Una vez en la sala principal del salón negro, Gonzalo
miró a su alrededor y así vestido de blanco se sintió angelical, mirando la orgía de colores y de vicio, acentuado
por la orgía color piel. Agarró a Fernando de un brazo. -Esto no me gusta, así que como no me gusta me cambio
de salón a otro más tranquilo, o mejor te digo, me voy a la mierda... Fernando lo miró y le dijo suplicante: -Esperá

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un cachito... a mí me encanta... -mientras pensaba que ahí había travestis y en realidad pensando que había de
todo. -Y a mí no, la sala de los cocainómanos y de los fumadores no sé qué decir, mirá... no sé, cada uno que haga
lo que quiera, pero esta sala es un antro de vicio sexual ilimitado, perverso, enfermizo... y sin límites de
conciencia de nada... esto es un asco lleno de enfermos mentales masturbándose en la cara de una pendeja
descerebrada y de un puto repugnante, y una vieja aburrida de la vida. -Bueno, bueno, pará un poco, vamos a
otro lado y charlamos, entiendo el shock, es un poco fuerte la primera vez, luego te acostumbrás. -¿Pero qué
decís?, no pienso volver a este infierno de subnormales pervertidos. -Vale, vale, vamos a otro salón y charlamos
un cacho, no me dejes solo, que además te traje acá para enseñarte algo, ¿o crees que yo no puedo enseñarte
nada? De pronto, una dulce voz masculina que habló a Fernando en francés interrumpió el diálogo y el
pensamiento de ambos. -¡Bonne soirée, mon ami! -Al girarse Fernando reconoció a Guillermo. -¡Bonne soirée!... -
dijo efusivo pero mostrándose esquivo- eeeh... ¿ça va? -ça va… vous êtes seul? -Non -dijo Fernando- Je suis avec
un ami. -Et ton ami… -dijo Guillermo sugerente. -Non, no, no -dijo Fer-, nous cherchons des femmes, et un peu
des quelques chose de fumer… -Ah -respondió corto pero emotivo Guillermo. Excelente respuesta, pensó
Fernando que estaba mareado pero durísimo, volando pero verborrágico, exultante y morboso y quería que
Gonzalo no percibiera ni un atisbo de lo que estaba pasando, y que además no se fuera. Entonces agregó: -Donc
... j'ai trop fumé… j'ai mal a la tête... . à bientôt -Au revoir -dijo Guillermo girándose impecable como una estrella
de cine. -¿Y éste quién es? -preguntó Gonzalo que estaba disgustado, confuso y bastante incómodo. -¿Por qué te
hablaba en francés? -No sé, qué se yo -dijo Fernando sin poder mentir. -No sé, es un tipo argentino, del
gobierno... lo conocí por ahí, en Buenos Aires de joda, y lo pasamos bien... es muy simpático, y mirá qué cosa che,
qué pequeño es el mundo diría mi abuela. Me lo vengo a encontrar acá. Bueno dale, vamos a otro lado que te
acompaño. Yo tampoco tengo ganas de estar acá y no te quiero dejar solo -dijo Fernando pensando en todo lo
que podía perderse si Gonzalo le pedía que se fueran, e intentando minimizar el encuentro-. Espero que no te
quieras ir, ¿viste que hablo francés? -Es cierto Fer que hablás francés -dijo Gonzalo como reaccionando. -¿Viste
loco?, yo no te miento. Y empezaron a caminar juntos, hacia la salida del salón negro. Los dos estaban muy
colocados, las drogas que habían consumido eran de excelente calidad, pero el estado de cada uno paseaba por
distintos niveles. Fernando se enfrascaba en el vicio mental y disfrutaba todo, aunque fuera perdido, y Gonzalo se
adentraba en su mente, en sus pensamientos, en él mismo, muy cerebral, y sentía que estaba en el lugar
equivocado, rodeado de gente descastada de la mirada de Dios, aburrida de todo y sin derecho a la vida. Una vez
en el salón interno que distribuía a las salas emprendieron regreso hacia el salón blanco, sin hablar. Gonzalo
quería sentarse, a pensar, o quería irse. No sabía. Pero lo veía tan entusiasmado a Fernando que al llegar se sentó
en los gigantescos sillones blancos con otra copa de champaña en la mano. Además, tenían un tema pendiente.
Fernando al verlo sentarse con la copa en la mano sonrió. -Gracias -dijo-, esperáme un cachito que vuelvo en
seguida, voy por una copa y un poco de ayudín. -Pará un poco... -Tranqui, tranqui, que controlo. Fernando fue a la
barra, se tomó un whisky de un sorbo, apuró una raya y se sirvió una copa de champagne. Regresó al instante,
sonriente, se sentó enfrentado a Gonzalo y se quedó inmóvil, acomodándose el cuello y los hombros repetidas
veces. -Decíme Fernando, me vas a contar o no, lo que me ibas a decir cuando empezaste a estar duro. -Eeeh... -
dijo Fer, sin saber si le preguntaba por Guillermo o por los gustos, o por vaya Dios a saber qué, así que optó por lo
menos embarazoso, aunque podía haberle contado casi cualquier cosa, incluyendo la rendición de Hirohito a los
americanos en japonés- ah sí... -dijo acomodándose los hombros- el tema de los gustos... y otras cosas... ya que
estamos en confianza. ¡Gonzalito, amigo mío...! ¿Sabés que te quiero mucho? Soy así, cuando quiero a alguien, lo
quiero porque sí, sin vueltas, y nunca lo dejo de querer... no sé tener rencor. Si me jodieras, igual te querría... -A
ver, a ver… a ver qué está pasando... qué me vas a contar para decirme antes que me querés... -dijo Gonzalo
incorporándose. -Nada bolas, te lo dije porque estoy así, en este estado, si no, no sé si te lo diría, o sí... bueno da
igual... los gustos... ¡Para gustos los colores! como dicen acá, o mejor aún, sobre gustos no hay nada escrito, decía
una vieja y se comía los mocos, como decimos nosotros. Por dónde empiezo... Mirá, por ejemplo, yo fumo porro
porque me gusta. Antes era diferente, raro. El efecto porro al principio era otra cosa. Fumaba por lo social,
porque me comunicaba con la gente que fumaba, y me cagaba de risa, hasta que descubrí que el porro me
aislaba, me comunica con los otros desde mi egoísmo, no me conecta con los otros, me conecta conmigo, con mis
sentidos, y desde allí me comunico, desde mi conexión propia, con mi interior, que es ficticio, irreal, pero lo vivo
como realidad... me conecta con el cuerpo y mis sentidos, con el egoísmo de los sentidos... disfruto el momento
presente a pleno, estoy ahí y punto, el futuro no existe, me evade hacia mi interior y mi propia esencia. Es egoísta
pleno, y descubro que me gusta. ¿Ves? la merca es igual, pero inversa, me conecta con lo externo desde la
verborragia mental, me pone generoso y hago planes que después no cumplo. Soy un langa y un ganador total,

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extrovertido y lleno, mastico orejas como un enano y me adelanto al pensamiento. En realidad también me aísla,
me enchufa con el prójimo a doscientos veinte pero desde una extroversión absolutamente falsa. Y saca lo peor
de mí, y lo mejor, y me creo que todo es lo mejor. Me gusta. Me como al mundo egoístamente, pero con una
generosidad extrema que nace desde el egoísmo de la explosión de energía... Creo que dije egoísmo unas sesenta
veces… -¿Y? -dijo Gonzalo ansioso mientras miraba gesticular a Fernando. -Y eso... en fin, no escuchaste nada...
bueno... lo hago porque me gusta. Cuando lo hacés por necesidad es distinto, pero son pocos los que sufren esa
historia... en general la gente se escuda en la necesidad para esconder gustos. Se hace todo por gusto, si no mirá
este lugar. Se busca el placer hedonista en esta sociedad que vivimos. Nada más que eso. A la gente le gusta
coger, y no lo dicen así de abierto pero lo piensan todo el tiempo, en garchar, digo. -¿Y? -volvió a decir Gonzalo
más ansioso, mientras miraba pasar a una tailandesa de rojo que era una belleza imposible de ignorar. -¿Viste
loco a esa ponja? -reaccionó Fernando- Está para matarla... ¿ves? ¡Me gusta! y me la garcharía ya, en fin... si me
deja me la garcho... está de rojo y está en el blanco... cuando vuelva a su sala la parto, que tengo que sacarle el
máximo al viagrita que me tomé. -¡Che! -dijo Gonzalo entrando repentinamente en realidad- ¿No mezclás
demasiado? Me preocupa un poco que te pongas mal, sobre todo después de lo que me contaste. -No pasa nada,
Gonzaliño, como te dije, yo controlo. -Sí, sí, claro... me conozco el cuento muy bien. -¡Además me gusta! Entendés
loco, me gusta y por eso lo hago... me gusta el viagra, me gusta... -Mirá Fer, yo entre acá por vos, y me metí la
raya por vos... -¡¡¡¡La primera!!!! –gritó Fernando exaltado- ¿y el resto?, ¿y el porro? ¿Y el opio? ¡¿Y el champan,
hijo de putaaa?! Gonzalo no contestó nada. Sonrió. Fernando tenía toda la razón, por lo menos en ese instante y
en ese estado. La tenía y punto. -¡Te cagué, Gonzalote de las nieves! Te rompí el ocote bien roto. Iiiiiiijiiiiii -festejó
en un grito y se acomodo triunfal en el sofá. Perdió la vista igual que Gonzalo, entrando en el subidón del sube y
baja típico del estado de mezcla de drogas... -Cambiando de tema -dijo Fernando en un ataque de fortaleza por la
euforia- pero que es lo mismo... ¿Sabés lo mío y lo de Micaela, verdad? No hace falta que te diga nada, seguro
que ella te lo contó todo… -y miró a Gonzalo a los ojos para sentenciar- ¡Pero guarda! Que Micaelita manipula los
datos para justificar sus gustos... -Es una sumisa -contestó Gonzalo tajante- y las sumisas son así, hacen cualquier
cosa por un tipo -sabiendo de qué hablaba Fernando, o creyéndolo saber. -¿Y la otra?, ¿la otra Micaela? ¿Qué me
decís de la otra? Gonzalo miró serio a Fernando. -No me mirés así, boludo. ¿Me vas a decir que no la conocés? ¿O
no querés verla?... ¡Ahhhhh! -dijo Fernando en subida sin límite- es eso... el justiciero se creyó a la pobrecita y no
quiere ver al monstruo, a la Micaela devastadora y manipuladora que nunca aflora pero que existe, síííí, la que
hace las cosas porque le gusta y lo justifica desde su “¡Oh! pobre de mí... yo no quería... pero no supe decir que
no... no tengo personalidad y se aprovecharon de mí” -dijo Fernando en una imitación caricaturesca de Micaela. -
No es así -dijo Gonzalo cambiando el semblante y el tono-, no seas hijo de puta. -¿Hijo de puta?, ¿hijo de puta
yo?, que la cuidé, le enseñé lo que somos los hombres, le conté cuentos y le cociné, le enseñé a hacerse respetar,
estilo, le di armas para hacerse valer... ¿hijo de puta? ¿Porque me la garchaba y después me iba? ¡A ella le
gustaba!, le encantaba el maltrato, ¡era su modus vivendi! Era una putita de pueblo cuando la conocí. ¿Creías que
era así por tonta? ¿Era putita por sumisión? Era puta, se la garchaban, se la prestaban, se la enfiestaban... y lo
peor es que le encantaba. ¿Hijo de puta?, ¿por qué? ¿Por lo del traba? -¡Qué traba! -gritó Gonzalo empezando a
salir de su control. -¡Ahhhhh! Forrazo, ¡no te lo contó! ¡No te lo contóooo! ¡¡¡¡No llegaste al fondo!!!! ¿No ves?
Sos un nabo, tan inteligente y tan sobrado... ¡bolas!, ¡sos un bolas! -Fernando se había soltado más de la cuenta
gracias a la merca... Gonzalo se apartó de la situación y se puso de pie, seguido por Fernando. Automáticamente
se puso en observador puro y miró fijo a Fer a los ojos e instintivamente poso la vista perdida en el pecho
hiperpneico del que hasta unos segundos atrás era Fernando. -Mirá hijo de puta -le dijo ya sin mirarlo a los ojos-,
te voy a romper el orto, -y poniéndole una mano en franco bloqueo corporal susurró- no te va a conocer ni tu
vieja -y lo susurró centrado en su propia muerte, sin importarle ya lo que tenía delante. Fernando lo vio clarísimo.
Y sintió que su estado de mezcla desaparecía por completo. Y se dio cuenta de lo que había hecho, y entonces se
sintió un imbécil. Pensó que no debía tomar más merca y en la puta madre que lo parió. Se serenó un poco, se
apartó sin brusquedad hacia atrás, bajó el tono y dijo, no con miedo, si no para no lastimar lo que veía como
protección desde el lugar del amor de Gonzalo a Micaela. Descubría o veía de pronto que Gonzalo amaba a
Micaela. -Pará nabo, calmáte y pensá... -dijo pausado- calmáte loco que sé que vos me matás, pero estos te van a
hacer mucho daño, no son como los pelotudazos de Menorca... no se andan con vueltas -y lo dijo con una calma
absoluta. Gonzalo se le acercó nuevamente. -Lo dudo mucho -aseveró y Fer, al ver su mirada lo creyó. -En serio,
loco, calmáte... -dijo Fernando muy tranquilo, sin miedo, cosa que Gonzalo olía y veía de lejos-. No sé...
perdonáme... vamos al verde y fumamos otro poco... la pipa de la paz. Pero pensá lo que te digo: ¡no te lo contó!
Yo te lo cuento si es que estas preparado para escuchar... y después salimos de acá y si querés me ajusticias

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ajusticiás rapidito, pero acá no, porque te jugás el culo. Si no te limpian acá, te limpian afuera, por grasa, por
agrasar este negocito tan próspero, que nos gusta tanto... a los dos... bueno, o a mí... digo... no sé... pensálo y
perdonáme... estoy re duro Gonzalo, pero te estoy contando una verdad, y la verdad no debería castigarse...
¿viste que hablo francés? -dijo Fernando sonriendo- yo no te miento, y en esta verdad que te cuento, no sé...
como yo soy protagonista tal vez tenga algo de culpa, así que podés hacer lo que quieras conmigo... pero mejor
afuera. Gonzalo frenó su cabeza, y pensó a una velocidad que le recordó su doble vida, su otro trabajo. Se
quejaba interiormente de lo que a veces hacía, pero era un trabajo, era su trabajo... pero en realidad así se
justificaba. En ese momento sintió, con extraña claridad, que hacía lo que hacía por gusto. Solo por gusto y placer.
Y se sintió culpable sin culpa, juzgado por su mente, condenado por una parte de su moral y perdonado por la
otra parte. Miró a Fernando, y vio que este no tenía miedo. Además le prometía contarle lo del traba y vaya a
saber qué más, que otras cosas que Micaela le hubiese ocultado. Y llamativamente, se inculpaba de lo que
achacaba a otros como gustos y le decía que luego si quería, lo ajusticiara rapidito... pero afuera. Gonzalo
despertaba del sueño en que él mismo se había metido. Y descubría en ese atípico instante, que casi todo lo que
hacía, lo hacía y lo había hecho por gusto. Fernando y Gonzalo entraron en el salón verde. Gonzalo se metió en un
privado por sugerencia de Fer y este se fue a buscar algo -Para matizar un poco -dijo. Al ratito estaba de vuelta
con una pipa de opio. Se sentó frente a Gonzalo -Fumá de esto que te va a relajar, es opio. -Contáme -contestó
Gonzalo muy tranquilo. -Bueno, mirá, este... claro, por dónde empiezo... -Por el principio sería lo más adecuado,
¿no te parece? -Ehhh, sí, pero en realidad, te cuento lo del traba primero. Eh... me lleve a Micaela a un telo con
un travesti, eh... -Fernando sonrió nervioso. -¿Y? -preguntó Gonzalo algo seco. -Y eso... garchamos los tres. No me
pedirás detalles. Ahora ya sabés. Si querés salimos y me matás rapidito... en realidad me harías un favor... estoy
tan cansado... -Qué más hay -interrogó Gonzalo sin inmutarse. -Eehhh... bueno, después volvimos con otro
travesti... el mismo día. -¿Se opuso? -Noooo, ¡qué va!, el traba estaba encantado -dijo Fernando jocoso-. No me
mirés así, es una broma para aflojar el hielo... No, Micaela nunca dice nada. Acepta y punto. Pero pensá una cosa,
yo iba con ella y después no la dejaba tirada... como le hicieron otros... a veces me iba, pero no la dejaba tirada.
Yo estaba. Le enseñé lo bajos que somos los hombres. Ella hace cualquier cosa por estar con un tipo al lado. Lo
que le pidas. Y punto. No se valora como mujer. Es una mina que no vale como mujer, si no, no haría estas cosas.
Aunque en sí, el hecho fue raro... estábamos ahí los tres, y ella disfrutaba... le gustaba… -Fer hizo un breve
silencio- nunca supe si lo que le hizo el tipo que le gustaba cuando era medio pendeja lo disfrutó, pero estimo que
sí. -¿De qué me hablás? -dijo Gonzalo con la misma cara de póquer. -¿No te lo contó? Gonzalito... eso tampoco...
No te lo contó, tampoco eso... no lo puedo creer. Te ha manipulado y no te lo ha contado... no te contó nada más
que lo que ella consideró oportuno. -¡Hablá, che! -interrumpió Gonzalo serio. -Se la enfiestaron dos “amigos”.
Eso. Y ella pensaba hasta que me conoció que eran buena gente. En sí se la garcharon hasta que se cansaron y
dijeron según ella, que la notaban incómoda... entonces pararon... como a las dos horas... Sí, sí, claro. No daban
más y se justificaron así para sacarse de encima a la putita. Vos sabes cómo es esto. Una vez que te saciás, no
querés saber más nada de la implicada. Pero si es profesional, lo tenés mas fácil, patada en el orto y a la mierda.
Con una “amiga”, después de echar el líquido unas cuantas veces, tenés que ser cortés, así además podes
repetir... -No me contó nada... -Veo que sos muy listo, pero bastante pelotudo... en fin, es confuso, pero... sin
ofender. Gonzalo perdió la vista. Hizo un breve silencio y miró a Fernando a los ojos. Sin cambiar el semblante
sonrió algo forzado. -No, Fernando... tenés razón. ¿Sabés por qué me acerqué a vos? -Sí, Gonzalo. Pero creo en el
Karma, y si tenía que ser castigado por mis actos, lo acepto, aunque yo no le he hecho mal. Ella se dejó hacer por
mí, y aprendió algo. Creo que fundamentalmente aprendió a hacerse valer, aunque te suene ridiculísimo. Con vos
habrá sido menos sumisa que conmigo, pero creo que la hubieras convencido. -Eso no me interesa... -Pues
debería, mirá qué cosa... Fumá un poco de opio que te cuento. Gonzalo dio una calada honda que le llegó hasta su
pasado más remoto. Se acomodó en el sofá y sintió que este lo absorbía, abrazándolo como si de Morfeo se
tratara. -Antes, Gonzalo, a la gente no se le enseñaba a ser virtuoso o sabio o genio... se le enseñaba a
comportarse. ¡Sí! A comportarse correctamente, con corrección ciudadana. Ahora ni eso. A la gente no se le
enseña nada. Por eso la gente está tan hecha mierda, porque piensan que está todo bien, y no, no es así. Yo a
esta estúpida le intenté enseñar lo que es el respeto por la propia persona... a mi manera... al principio era un hijo
de puta, es cierto, pero luego tuve algo así como piedad... Gonzalo intentó articular un; ¡Qué me estás diciendo,
pedazo de pelotudo!, pero no le salió palabra. Fernando continuó, hablando en el estado en el que estaba, sin
importarle ya más nada: -Y claro, se lo enseñé un poco a los golpes, total, ya había hecho cualquier cosa, y me
parecía un camino rápido, el de la dualidad, ahora te doy, ahora te quito... bueno, he de reconocer que además
estaba la satisfacción de mi propia perversión. Te voy a confesar algo. A mí me encantan las minas y un día me

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garché a una que estaba de infarto, pero luego resultó ser otra cosa. Desde ahí, como decirlo, a mí los trabas me
gustan. Son mujeres con pito cuando están bien hechos. ¡Y un culo es un culo! Qué decir... me encanta hacer
culos... Lo del pito es un detalle. Es que a mí me pasó algo raro que hoy no te lo cuento porque creo que estás en
órbita, pero el pito es un detalle. Ahora sí, si te enculan es otra cosa. Eso es vicio total. Gonzalo se sumergía entre
las palabras y el humo de la segunda calada, casi sin escuchar, sintiendo que era un poco estúpido. -Y yo soy
vicioso, ¡pero buena gente, che! -Fernando miró a Gonzalo y prosiguió-. A lo que iba. A esta mina le di la clave, el
secreto para dominar a los hombres y ese secreto está en el deseo. Cuanto más te haces desear más en serio te
toman. Te da poder. Vos sabés que lo que más te cuesta alcanzar, una vez lo lográs, más placer te da. Intenté
explicarle que se hiciera rogar, que no entregara, que viera como los hombres se serenan y se ponen respetuosos
cuando no te dejás coger a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera... ¡como en Argentina, loco! ¡¡¡Te volvés loco
por una mina que te dice que no!!! Y la querés para vos, y la deseas por siempre y en cada momento, y le hablás
boludeces para agradarle y conquistarla... ¡¡¡y ella tiene el poder!!!... todo el poder y lo sabe y te saca a caminar
por el botánico y vos vas como un pajero hablándole de las constelaciones que te importan un carajo, pero ella te
estira y te estira el momento y consigue que te enamores de ella... para siempre. Te hace sentir especial y
especialmente boludo... -Fernando colgó la vista y fumó un poco. Miró para arriba y dijo- Y ahí te jodió, te bajo tu
guardia, te hizo caer y pisar el palito. Ahí compraste, aunque sea la peor de todas, ahí te vendió lo que quiso. ¿Por
qué te crees que las españolas no me gustan? Porque te las garchás el primer día, porque no saben nada del
deseo, y porque acá les da igual a los tipos con quien se casan o juntan. Nosotros somos diferentes, aún soñamos
con la virgen fiel, o al menos yo... -Fer hizo otro alto y sonrió- ¡qué porro jamaiquino que me dio este turro!
¿Sabes que cuando fui a buscar el opio, me dio a probar un quía que estaba en la barra una calada de un porro
que me colgó de un perchero inglés? ¡Qué fenómeno, equilibré completo! Che Gonzalo -reaccionó-, ¿estás acá? -
Sí -dijo serio-, no, o sí, o no... -dijo con lenta tranquilidad- en realidad no... Intentá entenderme porque no lo
podré repetir -Gonzalo estaba en un estado crepuscular contra el que luchaba por hablar-. Estoy hecho mierda,
destrozado del alma, pero no me importa un carajo. Y creo que lo veo claro por lo que fumé. Lo mío creo que no
tiene remedio. Soy un idealista estúpido. Creo. Y basta. Dejáme un ratito solo que voy a disfrutar... Creo. -Y cerró
los ojos, sumergiéndose en el sofá. Fernando se puso de pie y salió muy despacito, encendiendo antes la luz roja
de la entrada del pequeño privado. Eso significaba que no podía entrar nadie allí, y esa norma se respetaba.
Todos los privados dentro de las salas tenían luces como un semáforo y era muy claro: verde, todo vale, entra y
participa. Amarillo, reserva de los del interior para aceptar o invitar a alguien. Rojo, todo no. Esto es íntimo,
aunque rojo era un poco manipulable por los del interior. Se fue hacia la sala negra, a buscar a la tailandesa. De
pronto se tentó por una luz verde y se asomó en un privè... y reconoció a Guillermo con otros tres tipos, uno de
los cuales era negro y musculoso, cogiendo a lo loco. Fer dijo: -Mirá… un negro. Guillermo estaba en cuatro y
mientras hacía un pete a uno, otro se lo cogía, mientras él masturbaba a un tercero. Abrió los ojos al escuchar la
puertita, sacó el pene de su boca y dijo: -¿Ça va? -De puta madre -dijo Fer, algo desaforado por la última rayita de
pasada por la barra. -¡Vení bombón, pasá! -dijo Guillermo sin soltar los penes mientras continuaban cogiéndoselo.
-¡¡¡Eh!!! No, mejor que no -¿Qué, es por tu amigo? -interrogó Guillermo mientras seguía pajeando al negro. -No,
no, para nada. Está por ahí, volando, y yo busco a una tailandesa, así que me voy. Esto, sin ofender muchachos,
no me va. Guillermo se llevó a la boca el pene del negro para recibir con entusiasmo la culminación de la paja, en
su boca, feliz, sin importarle una mierda lo que Fer decía. Fer cerró la puerta y se fue pensando que faltaban tetas
y pieles suaves, faltaban vaginas y clítoris, faltaba... -Definitivamente, los hombres no me gustan. Giró la cabeza
en dirección a un acento femenino algo oriental y la encontró en la barra, a la hermosa thai como nunca podría
haber conseguido sin pagar. Se le arrimó y le dijo: -¿Vamos a un privado? La thai, lo tomó tiernamente de la mano
y lo metió en un privado que tenía la luz roja encendida. Al entrar le dijo al oído que había salido a buscar unas
rayitas, para estar a tono con las amigas. Fernando no daba crédito del espectáculo que en suerte se le brindaba.
Había una tiernísima oriental tumbada boca abajo, con otra oriental enfrentada y sentada frente a su boca, con
las piernas abiertas, recibiendo un cunnilingus. Montada sobre ella tenía a otra oriental en cuatro, que recibía el
mismo trato por la que estaba sentada, y practicaba un beso negro a la que estaba de espaldas. Fer se puso en
bolas en un segundo sin dejar de mirar, y su thai, le empezó a chupar el pito de una manera sobrenatural,
metiéndoselo hasta el fondo de la garganta. De repente, lo soltó y lo empujó hasta el culo de la de espaldas, y la
del beso negro le facilitó la penetración, untándolo con saliva. La de espaldas, que no tenía más de dieciocho
gimió dulcemente y se incorporó un poco. Fer le daba con furia cocaínica más tunning y extras, en fin, como un
poseso, y en plena fiestecita palpó debajo de esas nalgas doradas y tersas y dijo en voz alta -¡Uy! Un detalle, ¡Mirá
qué cosa che! Este caramelito tiene pito... En ese momento, le pareció un detalle, como le había explicado a

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Gonzalo. -¡Me encanta esto! -gritó-. Esta mina esta divina, pero tiene poronga, me cago en todo. ¿Quién me
explica lo que me pasa? Las orientales ausentes de las disquisiciones de Fer, enfrascadas en el sexo, sonreían. Su
thai lo acarició, y le susurró al oído: -Estas no hablan nada de español. Y tú eres medio gay, y me encanta que lo
seas. A mí también me gustan las mujeres, y los travestis lindos... Los hombres no, para nada, pero tú eres muy
femenino. Y tomó a Fer por su abdomen y lo retiró suavemente hacia atrás, girándolo y enseñándole el
abundante flujo que tenía entre sus dedos mientras se tocaba la vagina. Fernando se incorporó y penetró
dulcemente a su thai, empezando a empujarla muy suave pero profundo. El traba se la arrimó desde atrás y
empezó a acariciarle dulcemente el esfínter anal Cuando lo notó receptivo lo penetró. Fernando gimió
placenteramente, jadeando. Las otras señoritas se unieron en un beso múltiple y Fernando eyaculó en un grito de
placer... en una carcajada que años atrás le hubiera parecido infame.

52. 52. Gerardo la invita


Gerardo llamó a Micaela para invitarla a tomar un café. No hubo excusas. Micaela dijo que sí, que no había
problema y quedaron de encontrarse a las cuatro en un bar dentro de la Galería del Este. Al llegar Micaela,
Gerardo la estaba esperando. Se lo notaba algo nervioso, y muy contento. -Hola, doctor -dijo Micaela- ¿Cómo le
va? -y se arrimó extendiendo la mano. Gerardo se había puesto de pie y le estrechó la mano con suave firmeza
varonil. -Siéntese, por favor -le dijo y agregó-, podríamos tutearnos, y por favor no me digas más Doctor. -Es que
aún usted lo sigue siendo para mí, y no quiero que piense que soy un poco tonta, pero soy así, me parece que la
confianza es algo que debe venir con el tiempo. Gerardo acostumbrado a que las mujeres se le insinuaran con
facilidad, se sentía cada vez más cautivado por la distancia de Micaela. Le parecía un imposible, una mujer
inalcanzable. -Como usted quiera -dijo- aunque yo no puedo tratarte más de usted, si me lo permitís. Micaela
sonrió, correcta, y no dijo nada. -¿Sabés por qué te invité a este bar? -No -dijo Micaela. -Mirá, cuenta una leyenda
urbana, que Jorge Luis Borges venía mucho a este bar, le gustaba. -¿Sí? -interrogó Micaela. -Sí, aunque no sé si es
cierto, pero la historia es bonita y viene al caso. Te cuento... bueno, parece que era habitué y un día se le acercó
un hombre desconocido, se sentó en su mesa y le dijo: “-Jorge Luis, me place mucho sentarme en su mesa, si no
le incomoda.” Borges levantó la vista y lo miró. El hombre le dijo: “-¿Sabe que yo también escribo? ¿Le molesta
que le lea unas cosas?” Borges lo miró seriamente y le contestó: “-No, en absoluto, pero por favor, ¿me puede
decir la hora?” El hombre encantado le dijo: “-Por supuesto, son las once y media.” Y Borges le contestó: “-Ah,
muy bien, yo a esta hora corro”, y se levantó de la mesa y salió al trote. Micaela sonrió y preguntó: -¿Es cierto lo
que me cuenta? -No lo sé -dijo Gerardo-, pero me parece una historia muy divertida... la hora y los diálogos me
los inventé un poco, pero la historia me la contaron así. No sé si es cierta, pero te la cuento por si en algún
momento decidís salir corriendo... Micaela sonrió nuevamente, más distendida. -Micaela -dijo Gerardo-. No
quiero que me malinterpretes. Te seré franco, no busco en vos lo que cualquier hombre querría buscar. Soy
viudo, hace dos años mi mujer, Marcela, murió de repente, de esas muertes tan traumáticas como son los
accidentes. -Lo siento -dijo Micaela. -Esperá, no quiero dar lástima porque esto que sucedió en mi familia, sucede
en muchas, y es parte de la vida. Los chicos lo llevaron peor, si bien los dos viven solos estaban muy apegados a su
madre -Gerardo hizo un breve silencio y continuó-: Pero la vida continúa, amaba a Marcela, pero ya no está y
seguro que ella siendo como era querría verme feliz. Yo soy joven, o relativamente joven aún. Micaela se puso
algo seria y miró a Gerardo a los ojos. -Insisto, no me malinterpretes. No busco en este momento pareja, novia ni
sexo. Así de claro como suena. Si buscara algo así ya lo hubiera encontrado, más sabiendo cómo es la sociedad
hoy en día. Sólo quiero conocerte, a pesar de la diferencia de edad, y de la forma en que nos hemos encontrado. -
No sé... -dijo Micaela. -Dame una oportunidad, no vas a arrepentirte, y además siempre estás a tiempo de
preguntarme la hora -dijo Gerardo sonriendo. Micaela sonrió complacida, miró a Gerardo en los ojos y vio que
eran limpios, sinceros. -Gerardo -dijo-, ¿cómo se llama tu otro hijo? Gerardo sonrió, se acomodó en la silla y
suspiró. -Augusto, ya lo vas a conocer, es jugador de rugby, y arquitecto.

53. 53. Mientras, en la Casita…


Fernando salió más duro que satisfecho del encuentro con la thai. Pensó que estaba algo arriba, y ya sumido en el
total descontrol, se fue hacia la barra y se tomó dos whiskys. Se había metido dos toques para final de la orgía, y
empezaba a sentirse algo desubicado, entre la mezcla de tanta droga, alcohol y sexo. Se dirigió entonces hacia la
sala verde, tenía que recoger a Gonzalo si aún estaba allí. Había perdido la noción del tiempo, pero la casita
estaba a pleno y le importó poco la hora. Igual, no tenían nada que hacer. Al entrar al reservado, encontró a
Gonzalo en la misma posición. Intentó despertarlo, pero resultó imposible. Miró el narguile y descubrió que

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Gonzalito se había fumado todo. -Hay vicioso, viciosito -dijo, y le dio una patada en la tibia que hubiera
despertado a un muerto, pero Gonzalo no reaccionó. En lugar de preocuparse, salió del reservado, se fue a la
barra y pidió algo fuerte para fumar. Volvió al lado de Gonzalo y empezó a fumar de la pipa que le habían dado,
hasta que sintió que estaba dentro de una burbuja que no paraba de temblar. Pensó, pero no podía entender lo
que pensaba. -Hora de irnos -dijo, pero Gonzalo no estaba en tierra en esos momentos. Salió a la barra y mandó a
llamar a la señorita que entendía celaba por ellos. Dio una calada honda de algo que le ofreció el barman y atinó a
decir: -¡Flacgo! El gue sta ahí dentro vino gonmigo, ¿denes gameruzza agá o dengo que ir al salón coblan? ¡Je! -Se
giró y vio claramente que no estaba en su mejor momento. Se desplazó como pudo hasta el reservado, entró y
cerró la puerta. Al despertar, vio que Gonzalo llevaba un suero colgado y él también. Estaban en una sala amplia,
con dos camas, tele y un sofá. -Buenos días señor Fernando -le dijo una enfermera-. Veo que se encuentra mejor.
-Sí, así parece. ¿Estoy donde creo? -¿Perdón? -dijo la enfermera. -Sí, Buenafuente... -Así es. Su amigo aún duerme.
-Veo, veo, es un dormilón nato, muy vago, ¿sabe? -Fernando hizo silencio y se apretó la cabeza. -Me duele la
cabeza... no sé por qué será... -Miró a la enfermera que ponía una medicación en su suero y dijo- Usted perdone,
¿pero en qué estaba? Ah, sí, en mi amigo el vago. Le cuento... ¡Cómo me duele el marulo!...eh, ah sí… Mi amigo
en Argentina no trabajó nunca... es el hijo de un empresario riquísimo, y claro, salió un poco rana... En una época
era corredor de coches, se gastó una fortuna, pero como se aburría de todo se dedicó a las acrobacias aéreas,
pilotando aviones que coleccionaba de la segunda guerra mundial y esas cosas... ¡Uh!... Como me duele la
cabeza... ¿qué hora es? -Las diez y veinticinco... de la noche. -No me joda, señorita, que tenía que hacer algo
importantísimo... Como le venía diciendo, este señor no sabe lo que es el trabajo, y claro, como todo dandi
millonario, le gusta la fiesta, y aquí me tiene, por su culpa, en esta situación tan embarazosa. ¿Cómo se llama
usted? -Rocío -dijo la enfermera sin inmutarse mucho. -¡Ahá! Rocío, bonito nombre, como usted... podríamos dar
un paseo en avioneta, con mi amigo, cuando quiera... -¿Querés callarte y parar de decir boludeces? -dijo Gonzalo
abriendo los ojos. -¡Uhhhh! Siempre se despierta así, de mal humor, ¿sabe Rocío? -¡Callate te digo!, pará un poco,
no tenés límite... -y miró a Fernando fijo, ordenando silencio. -Los dejo -dijo la enfermera medio sonriendo- el
Capitán quiere hablar con ustedes -y salió de la habitación, cerrándola con llave. -Qué está pasando -preguntó
Gonzalo- ¿Seguimos en la casa esta del orto? -Sí, sí -dijo Fer-. Pero todo bien, tranquilo. Como te dormiste con el
opio... ¿no sabías que cuando fumás de eso Morfeo te abraza y no te suelta? -Me vino muy bien, estoy bastante
bien aunque un poco abombado. Lo que me duele un poco es la tibia... Uy, mirá el golpe que tengo, ¿con qué me
lo hice? -No tengo ni idea... ¿te duele mucho? -No, debería dolerme más... Al instante se abrió la puerta y entró el
Capitán. -Buenas noches, Señores, en un rato les traerán la cena. -Ah, qué bien... -sonrió Fernando. -Silencio -
sentenció el Capitán-. Debo confesarles que han estado durmiendo un poco más de lo que correspondería, pero
la situación, digamos el estado del señorito Fernando, así lo requería. No es lo habitual que pasen estas cosas, y
en realidad, no me agrada mucho. No me interesa que el negocio se perjudique. Esto es un club privado donde la
gente da rienda suelta a sus deseos, se divierte un poco, lo pasa bien, hace negocios y luego regresa a su vida
normal, siempre o casi siempre controladamente. -¡Ahá! -dijo Fernando- creo que... -¡He dicho silencio,
Fernando! Y silencio es silencio. Estoy algo enojado contigo. No sé qué habrás estado haciendo ni me interesa,
pero tu celadora te encontró bastante mal. El señor Gonzalo dormía plácidamente y no presentaba ningún riesgo
más que una intoxicación por opio, pero tú, te has pasado. Por eso estáis aquí. Sería más fácil desembarazarme
del problema, pero soy noble y reconozco que te debo un favor... además está mi hija, que no sé qué es lo que te
ha visto, ¡joder!, ¡me cago en tus muertos! -y lanzó una mirada a Fernando que fulminó su sonrisa. -Lo siento -dijo
Fer. -Sí, ya lo sé, sé que dirás que lo sientes... pero te importa un pijo. Y esta empresa me interesa mucho. Acá, se
mueve gente muy importante y se hacen buenos negocios. Te has pasado, pero socialmente te has comportado,
por eso... y por mi hija, me cago en la leche, aún estás bajo mi protección. Los otros socios tienen más reparos,
¿entiendes? -Sí, entiendo -dijo Fernando muy serio. -Después de la cena, vas a dormir, y mañana marcharás
temprano. Si tienes asuntos pendientes, puedes usar tu móvil o el que está sobre la mesa allí, al lado de la puerta.
El señor Gonzalo es libre para cualquier movimiento que le apetezca... sea quedarse, o irse. -Gracias, Capitán -
interrumpió Gonzalo viendo que la situación ya le permitía meter bocado-. Me marcharé luego de la cena. -Me
parece muy bien. No esperaba otra cosa de usted. Vendré personalmente a recogerlo y le pediré un coche con
chófer para que lo lleve hasta su hotel. Ya sabe que aquí lo sabemos todo. -Muchas gracias -dijo Gonzalo
complaciente. El Capitán salió de la habitación y no echó llave. -Fernando miró a Gonzalo y le dijo: -¿Me dejás
solo? -Creo que es mejor, ¿no te parece? Ya nos veremos mañana o pasado, pero creo que tenemos que hacer
caso a esta gente. -Es verdad. Siempre tan criterioso vos... Cenaron en silencio la comida que les trajo la
enfermera, que realmente era muy apetecible, con toques de distinción y buen gusto. De beber, les había puesto

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agua mineral francesa. -Todo un detalle -pensó Gonzalo. Después de la cena, Gonzalo se duchó, se vistió y al salir
del baño preguntó a Fernando: -¿Quién paga todo esto? Fernando se rio. -Somos V.I.P, el Capi invita. Gonzalo
avisó a la enfermera que estaba listo y a los pocos minutos apareció el Capitán. -Acompáñeme, Don Gonzalo Peña
-miró a Fernando y le dijo-: Tú, duerme, que mañana será otro día -y al salir de la habitación echó llave. Miró a
Gonzalo-. Le daré mi confianza, Gonzalo. Lo encierro nada más para que entienda que aquí soy la autoridad,
aunque lo sabe de sobra. Le debemos un favor muy grande, y mi hija, que es gilipollas, está colada por él. Es mi
única hija, y hago lo que sea por ella. Tuvo una mala época... muy mala época y este engendro, aunque parezca
imposible la ayudó mucho. La rescató a tiempo... parece que el amor es así de inexplicable. Y la niña se cuida, y lo
espera... La vida es muy rara, y este es de los que hacen una cosa pero predican lo contrario. Y a mí me está bien
así. Prefiero que sufra por amor a que esté como estaba, y éste cada tanto la ve y pasa temporadas con ella... y se
la ve feliz. Es mi debilidad, es mi vida. ¿Sabe, Gonzalo? Yo soy viudo, y cometí errores en la crianza... y cuando me
enteré en lo que andaba mi hija me quise morir... ironías de la vida. Uno paga lo malo que ha hecho, con lo que
más le duele. Pero ahora la cosa está bien. Mi hija está bien, estable y serena... maternal con este desgraciado y
parece que eso ayuda. No sé, se verá reflejada y por eso... no sé, no entiendo nada, pero está bien. El ser humano
es incomprensible -Gonzalo escuchaba sin articular palabra. El Capitán cambió el semblante y el tono y dijo-
Tengo que pedirle un favor, que estoy seguro no se negará a hacer. De hecho, aunque estimo que lo haría gratis
dadas las circunstancias, le será remunerado a tarifa habitual. El dinero no es un problema. Gonzalo miró al
Capitán a los ojos y preguntó: -¿De qué se trata?

54. 54. Encargo


A los dos días de haber estado en la casita del vicio, el Capitán se encontró con Gonzalo en un bar céntrico.
Hablaron un rato amigablemente y salieron andando unas calles hasta donde estaba el chófer del Capitán
esperando. -Iremos a mi oficina. Allí estaremos más cómodos y podré explicarle los detalles. Subieron al coche, de
lujo parco y con cabina blindada. El Capitán abrió un micrófono y dijo -A mi oficina -para luego cerrarlo. Miró a
Gonzalo, se acomodó en su asiento y sonrió. -Tal como me ha pedido, ya he conseguido lo que solicitó, que ha
sido más rápido de lo esperado. Tal vez por mi ansiedad... Carnet de identidad, pasaporte, licencia de conducir y
tarjetas de crédito con su clon. Esto último me resulto interesante e intrigante a la vez... -Capitán -dijo Gonzalo-,
usted sabe muchas cosas de mí, lo que algunas personas con las que he hecho negocios saben. Pero usted ha
visto mi cara, y no muchos la ven. Sabe lo que puedo hacer, pero no sabe cómo trabajo, y eso me da a pesar de
todo alguna ventaja. ¿Le importa decirme cómo sabía de mí? El Capitán intuyó que la pregunta de Gonzalo era
extremadamente prudente. -Mire Gonzalo, en este negocio se conoce a mucha gente, y las casualidades también
existen. Fernando lo trajo a mí, sin yo pedirlo. Cosas de la vida... Había averiguado hace un tiempo, con el tema
que ya le comenté de mi hija, con quién podría contar para un trabajo limpio. El hijo de puta que intentó arruinar
a mi hija esta blindado, protegido. Hay gente que gana mucho dinero gracias a ese mierda. Y como todo se sabe,
si le hubiera pasado algo las sospechas eran todas para mí, por mi cargo, por mi situación, y porque todo el
mundo en el que me muevo sabe lo que pasó con la gilipollas de mi hija... pobrecita mía.... Usted entenderá -
prosiguió el Capitán-. Ya ha pasado tiempo y creo que se puede hacer algo. Corrijo, estoy seguro de que se
puede... Ese hijo de puta de mierda ha jodido a varias personas. -Muy bien, pero eso no contesta más que
vagamente a mi pregunta -dijo Gonzalo serio. -Bien, señor Gonzalo, o prefiere que lo llame Doctor o Carlos... -
Gonzalo está bien –dijo, sintiéndose intimidado. -Estuve destinado en Kosovo, querido Doctor, perdón, Gonzalo, y
allí conocí a mucha gente, entre los cascos azules. Uno de ellos era un tipo formidable, de buen carácter y
aguerrido, incansable y muy ambicioso, que había estado en los Grupos de Operaciones Especiales de la Policía
Federal Argentina. Era un mercenario nato. Él me habló de usted. Le admiraba. Me contó cosas. Me habló incluso
de una operación que hicieron por el riachuelo, contra el narcotráfico... ¿Cómo se metieron a bucear allí? -
Marcelo... -dijo pensativo Gonzalo. -Sí -dijo el Capitán-. Contacté con él tiempo después, le conté alterando un
poco la realidad el caso y luego se lo relaté con lujo de detalles. Habíamos hecho y mantenemos una amistad
basada en la confianza y en la lealtad de quien estuvo en el frente. Simplemente dijo que usted era el hombre
ideal, silencioso y limpio. Me pasó sus datos, y cómo contactarlo... pero dadas las circunstancias me fui frenando,
tengo mucho que perder por un miserable moro de mierda, y teniendo la llave de la justicia en la mano nunca
contacté con usted. Es una cosa que en estos años nunca hice por miedo a equivocarme, pero la vida es así de
trágica y cuando había dejado el tema, porque el tiempo empezaba a extender su manto de piedad, Fernando me
lo trae a usted hasta mi puerta -el Capitán sonrió de placer-. Y he de reconocerle que jamás olvido y que además
disfruto de un sublime y extravagante rencor, que llevo bien alto con el crucifijo por delante. -Marcelo -repitió

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Gonzalo, y sonrió. -Imagino que lo demás está clarísimo. No conocía su cara, pero su amigo Marcelo me hablo
mucho de usted, me dio su nombre, me contó de su doble vida, de su profesión, y su capacidad para llevarla sin
sospechas. Me contó de su inexistencia oficial en las fuerzas, de la falta absoluta de información en los archivos
acerca de usted. Y dos más dos fueron cuatro. Me encargo personalmente de investigar a los que acuden a
nuestra casa. Tenemos todo extremadamente cuidado y organizado. Sus datos fueron tan coincidentes en mi
acaudalada memoria que solo esperé el momento para hablar con usted, y ese momento me fue otorgado el
mismo día de su primera cita. Y tranquilo, sé muy bien cómo es una persona con solo mirarla a los ojos. -Bueno,
Capitán, su historia me tranquiliza. Soy el hombre que busca. Creo que sabrá que cerraremos un trato que ha de
ser respetado como caballeros. -Así será. Le adelantaré el cien por cien de sus honorarios y tiene una tarjeta
abierta para gastos, sin límites, tal cual lo pidió. La confianza es extrema y estamos jugando a un juego donde las
trampas no valen. -Ya le dije, Capitán, que es un trato de caballeros. -Lo sé, Gonzalo, pero soy español, no se
olvide. Y a pesar de eso le adelanto lo suyo. Gonzalo sonrió con la ironía franca de la desconfianza. -En mi oficina -
prosiguió el Capitán- le daré el resto de la información. Ahora ambos sabemos quiénes somos. Sé muy bien que
usted también sabe quién soy. Y sé también que esta no es la mejor manera de cerrar este trato. -Estoy de
acuerdo. Como sé que tiene que salir de viaje, Capitán, le sugiero que pase unos días fuera de España, de ser
posible a más de ocho horas de avión. Sé que viajará acompañado y que disfrutará mucho de su estancia. El viaje
además lo emprenderá tal como está programado dentro de cuatro semanas, y pasará un mes fuera. No
contactaré más con usted, hasta su regreso. Luego nos veremos en la casa y eso significará que todo está muy
bien. -No esperaba otra cosa de usted, Gonzalo. -No me alaga, Capitán. Es mi trabajo. El coche entró en un
parking subterráneo y ambos subieron por el ascensor hasta la oficina del Capitán. La secretaria les dio los buenos
días y los acompañó hasta el despacho. Les trajo café, una Vichi con hielo y limón y un zumo de naranja. Los dejó
solos. El capitán sacó un sobre y se lo entregó a Gonzalo, sin mediar ninguna palabra. Gonzalo lo abrió, lo miró
detenidamente y le dijo al Capitán que necesitaba unos minutos de silencio. Leyó todas las hojas con los datos
como abstraído y luego se detuvo en las fotos, mirándolas una por una por separado y cerrando los ojos unos
segundos para volver a mirarlas antes de pasar a la próxima. Una vez visto todo, lo colocó dentro del sobre y lo
devolvió al Capitán. -Es suyo -le dijo el Capitán- tengo copias. -No lo necesito, gracias. Puede quedárselos. Es
mejor que yo no tenga copia. Pero le aconsejo que se deshaga de todo. El Capitán se rio satisfecho. -Marcelo me
habló muy bien de usted, pero esto no me lo había dicho. -Marcelo, señor mío, sabe de mí, pero no sabe todo -
Gonzalo bebió agua, se puso de pie y saludó cortésmente al Capitán-. Espero que tenga unas bonitas vacaciones. -
Gracias Gonzalo. Le deseo éxito -dijo el Capitán al estrechar su mano. -El éxito es mío.

55. 55. Bajó


Fernando salió a caminar un rato por Madrid. Sentía que esa ciudad le pertenecía un poco. Caminaba cómodo por
sus calles, como un madrileño más. La conocía bastante bien, desde su primer viaje a Madrid, donde la había
caminado como si nunca fuera a volver. Solía repetir los mismos lugares, comer las mismas cosas, detenerse en
los mismos sitios... Le encantaban las rosquillas de Alcalá que siempre compraba en el mismo lugar cerca de Sol, y
la tortilla de patatas de un lugar cercano a Argüelles que se llama El Rey de la tortilla de patatas. Muy cerca de allí,
había un restaurante egipcio: El Príncipe de Egipto, y solía frecuentarlo por las noches, para fumar un poco de
narguile con sabor a manzana... Shisha, decía ni bien entraba, como un extraño mantra pronunciado por un
demente. Solía ir al Parque del Oeste, a una sidrería a tomarse una o dos como las tiraban allí, y se acercaba a una
heladería italiana que estaba a escasos minutos a pedir medio kilo, para tomárselo mirando el parque. Su rutina
era estable, cuando salía a caminar siempre paseaba por Chueca, y si se hacía de noche se perdía en Malasaña.
Ser rutinario era algo poco habitual en él, acostumbrado al descontrol vital que siempre le acompañaba. Pero
Madrid lo ponía así, como se ponen los que vuelven al lugar de la infancia lejana y recorren los sitios que de
pequeños solían frecuentar. Esa tarde, caminó desde Sol hasta el mercado de Fuencarral, luego hasta la estación
Bilbao de metro y después volvió sobre sus pasos, entre calles que conocía bien, hasta llegar a la Gran Vía. Al
llegar allí, se sintió extraño, invadido de una sensación de culpabilidad, muy de repente, y entonces pensó en
Micaela. Bajó andando hasta Sol. Buscó un ciber, que encontró luego de andar un rato, detrás de la Plaza Mayor.
Entró y pidió una máquina. -La once -le dijo de mala gana una colombiana tetona que estaba ocupada ligando en
un chat. Se sentó, sin mirar alrededor, abrió su correo electrónico y empezó a escribir un mensaje, sin pensar lo
que ponía, dejándose llevar... “Querida Mica:” Y al instante lo borró. Miró la pantalla y en asunto escribió: “qué sé
yo” Alzó la vista, puso sus dedos en el teclado y empezó a escribir: “Sin consuelo, desamparado, huracanado,
sucio, como al único a quien pudiera robarse algo. Suspendido en el aire, en el tiempo, entre las hojas del otoño

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infantil, del mar helado, dulce antes, añorado, salado, triste hoy en el recuerdo. Derramado por el suelo, hoy me
veo, desparramado por el aire, como las hojas del otoño, caído, como los troncos gruesos talados para hacerlos
útiles, desordenados del universo. Me siento mudo aunque grite, manco aunque golpee, estéril aunque procree,
aunque escupa mi energía entre sollozos y orgasmos. Hoy me miré al espejo, y vi a mi alma enjaulada,
encadenada, con los ojos vendados... que luchaba contra las cadenas que la sujetaban, y miré más adentro, y vi a
mi esencia, libre, vagando entre unos hermosos bosques soleados, y más adentro aún, no vi nada, solo unos
ojos... unos ojos negros, que lloraban.” No releyó su escrito, puso la dirección de Mica, “enviar” y se marchó del
cíber sin pagar. Al salir a la calle, volvió nuevamente a caminar hacia la estación Bilbao de Metro, pero por calles
diferentes a la de su anterior caminata. No pensaba en nada, estaba extasiado en su caminar y con las voces que
escuchaba sin entender lo que decían. En una esquina, se topó con dos chavales que estaban fumando costo.
Despertando de su ostracismo, les sonrió y con el mejor acento madrileño que pudo poner le dijo al que lo tenía
en la mano: -Huele que alimenta, toma veinte euros, y me dejas que lo termine. El chaval sonrió por lo que
escuchaba, extendió el porro y le dijo: -¡Vale!, pero ve soltando la pasta. Mientras Fernando calaba hondo, metió
la mano en el bolsillo, y de repente, miró fijo al niñato. Volvió a calar muy hondo, y una tercera vez, hasta que el
jovencito le dijo: -¡Eh tío, de qué coño vas! Fernando sacó veinte euros y se los enseñó. Largó el humo lentamente
sin darle el dinero y dijo muy sereno con su mejor acento porteño. -Mirá galleguito de mierda, hoy me siento
raro, ¿sabés?, en Argentina me hubieran convidado de onda, porque el faso se convida si alguien que está como
estoy hoy te pide una calada... Agarrá los veinte euros y tomátelas, pendejo de mierda. El adolescente manoteó el
billete y salió corriendo gritándole “¡gilipollas!”. Fernando se quedó pensativo, se sintió descolocado, diferente,
agresivo cuando él no lo era. Empezó a caminar de nuevo, terminando el porro en plena calle, y sintiendo que
estaba colocado en fase down. Buscó otro cíber que conocía por el camino, entró y pidió una máquina. Esta vez,
un marroquí que estaba ocupado en otro chat, le señaló sin hablar una máquina que estaba en el fondo.
Fernando se sentó, con parsimonia y lentitud. Abrió su correo y puso la dirección de Micaela en el destinatario. En
asunto puso: “no sé”. Y luego empezó a escribir: “Errantes humillaciones, persistencia absurda. He muerto miles
de veces, y he gozado cada inconsciencia, a cada instante, eterno, intangible. Vivimos fuera, abstraídos,
descastados de la mirada de Dios, sucios, desprolijos, desparramados, ya sin fuerzas para suplicar perdón, para
sentirlo siquiera, para soñarlo.” Volvió a dar en el banner de “enviar”, sin releer. Se puso de pie, y se dispuso a
salir. Antes de que llegase a la puerta, el marroquí levantó la vista. -Son cincuenta céntimos. Fernando pagó con
una moneda, y salió a la calle. En la calle, mientras decidía qué hacer dijo: -Shisha. Y empezó a caminar en
dirección al Príncipe de Egipto, aquel restaurante donde se puede fumar narguile del bueno.

56. 56. Fernando Y Ramón


Fernando se encontró con Ramón en Madrid. Eran amigos de juerga. Se habían conocido hacía muchos años, en la
casita del vicio, donde los dos eran clientes habituales y habían pasado unos momentos agradablemente viciosos
entre cocaína y sexo grupal. Joana, la mujer de Ramón, no veía con buenos ojos a Fernando, a quien culpaba de
las sospechosas escapadas de su marido a Madrid, quien lo justificaba en negocios relacionados con sus
restaurantes. Con el paso del tiempo, los dos amigos habían conseguido tener una relación de confianza, dada la
nobleza de Fernando en asumir cargos y culpas ante la esposa de Ramón, a tal punto que Fernando había
trabajado durante algunas temporadas de verano regenteando con éxito los negocios de su amigo. Gonzalo le
había dicho a Fer que tenía unas cosas que hacer, así que se iba de viaje antes de regresar a Argentina por lo que
él decidió también encargarse de un asunto que creía debía dejar asegurado. -¡Qué pasa Ramón! -dijo Fernando
al encontrarse en la puerta de la Fondú du Tell. Entraron y se sentaron en una mesa reservada por Fernando y
empezaron a hablar de sus cosas. A Ramón se lo veía cansado. -Te noto cansado. -Es que he dormido poco,
¿sabes? Nunca duermo las horas que dicen que hay que dormir para estar bien. -Ah, veo. ¿Y cuántas son esas? Yo
necesito unas diez al menos, para estar en forma. -¿Diez? Pero qué dices, no hay que dormir tanto. -¿Cómo que
no? -No, dicen que hay que dormir poco, no sé, unas siete horas bastan. -¿Pero quién fue el tarado que dijo que
hay que dormir poco? Esos son cuentos... -¡Qué va!... Lo que te pierdes durmiendo... mira si duermes diez horas
día, al cabo de un mes has dormido como unas trescientas horas... ¡esos son como doce días al mes! Multiplicado
por doce te sale que duermes unos ciento cincuenta días al año... ¡cinco meses al año, macho! -Veo que se te dan
bien la matemáticas. -Es parte de mi trabajo. -Sí, pero insisto, ¿qué vas a hacer? ¿No dormir para estar así como
estás, hecho goma? Dormir es fantástico, yo sueño un montón, soy feliz en sueños, hago locuras, no sé... de todo,
vuelo, cometo atrocidades y no voy al talego y me recupero del descontrol de la vigilia. ¿Quién fue el tarado que
dijo lo de dormir poco? Y más tarados nosotros que se lo creemos. Un día va a venir otro imbécil y va a decir que

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hay que dormir colgado para que la sangre te oxigene mejor el cerebro y vamos a estar todos haciendo el
murciélago porque alguien lo dijo. Lo que dice alguien no tiene por qué ser cierto. En ese momento se les acercó
el camarero y pidieron una fondue cuatro quesos, vino de Ribera del Duero y una tabla de queso Tetè de Moin. -
Es verdad -dijo Ramón-, no todo lo que te dicen tiene porque ser cierto, a mí el cuerpo me pide más horas de
sueño, y ahora que lo dices creo que después de esta cena me voy a ir a dormir. -Ah, mirá vos, ¿y no querés ir a la
casita? -Pues, tal vez un rato, pero allí me enciendo y no paro hasta quedar hecho un cromo. -Una cosa no quita la
otra, si estás cansado, te estimulas un poco y después hablamos. -Qué contradictorio eres. -No, para nada. Una
cosa es lo de dormir, y otra es el vicio. -Ya me empiezas a liar... -No, claro, si a vos no te cuesta nada liarte. -
Bueno, chavalote, dime en qué andas ahora. -En nada, vine de paseo, a arreglar mis cositas y aprovecho para
viajar con un amigo que comparte conmigo una pasión... -¿Cuál? -Micaela. -¿Sigues con la chavala esa? -Se vino a
Argentina conmigo... bueno, siguiéndome. -Pobrecilla, mira que seguirte a ti. -No, claro, si tu mujer se saco la
primitiva con vos. -¡Y tanto!... qué pasa, ¿que no soy buen padre, buen marido y exitoso empresario? -Y vicioso,
putero, pervertido, cocainómano y juerguista... y amigo mío. -¿No te jode? Eso es lo peor, lo único que le
molesta... -¿Le sigo cayendo en gracia a tu mujer? -Pues, ya sabes... sí. -Brindo por eso, que te vengo de perlas. El
camarero les sirvió la fondue, y se retiró sonriente. Fernando probó primero. -Exquisito, como siempre. -¿Te pasa
algo? -dijo Ramón. -Sí... Te cuento. Me voy a Ámsterdam a vivir. Necesito que me hagas un favor, y sé que me lo
harás. -Dime. -¿Me das por culo, Ramoncito? -Venga gilipollas, suéltalo, ¿es pasta? -No, eso te lo hubiera pedido
por teléfono. Estoy cansado, y voy a estar un tiempo reflexionando, y tal vez me quede a vivir en Holanda. -Pero
qué pasa, ¿estás jodido de algo?... salud, ley... -No nada de eso, simplemente que he dejado atadas algunas cosas
y te voy a dar los papeles que se refieren a eso. Es muy importante para mí, y vos estás de vuelta de muchas cosas
y sé que no me vas a cagar. -Pero suéltalo tío, ¿qué pasa? -Nada boludo, solo eso, te dejo a vos unos papeles que
en caso de ser necesario darás el curso que corresponda, y nada más. Sencillo. -Joer, que misterioso estás. -Nada
de misterios, che. No estoy enfermo, no me persigue nadie, no me duele nada... solo que siento que debo hacerlo
así. Me entró de repente, y pensé en vos... además de querer ir un ratito a la casita con un buen amigo. -Pues
vale, cuenta con ello, aunque no sé lo que tengo que hacer. -Llegado el momento, si es que llega, ya lo sabrás.
Está todo explicado, y es sencillísimo. Pienso mantener contacto con vos desde Ámsterdam, así que sabrás todo a
su debido tiempo. -Eres más raro tío, que un político honesto. -¡Qué bueno! Me gustó esa.

57. 57. Gonzalo limpia


Gonzalo subió a un coche de alquiler. Estaba registrado al mismo nombre que el carnet de identidad y el de
conducir que le había dado el Capitán. Tenía además una cuenta bancaria de banco extranjero al mismo nombre y
con dos juegos de tarjetas de crédito, cada uno con su clon. Paró en la primera gasolinera que encontró. Fue al
baño y en el recorrido comprobó que no había cámaras de video de seguridad. Se engominó el pelo y decidió
terminar en el auto el resto del maquillaje. Orinó y volvió al coche. Se puso un gorro que le cubría toda la cabeza.
Se metió entre los dientes y carrillos dos prótesis de silicona, que le aumentaron el tamaño facial y le desfiguraron
un poco el rostro. Los fijó a las muelas con un pequeño gancho metálico. Se puso lentes de contacto oscuras,
marrón oscuro. Se miró fijo, y provocó un prognatismo voluntario tan natural como el reflejo en el espejo. En tres
horas estaba en destino, un pueblo costero, típico pueblo de verano que fuera de temporada es bastante
solitario, a veces incluso demasiado. Ahmed vivía allí. Era un sitio seguro donde pasaba desapercibido, mintiendo
de jardinero. Antes de bajar del coche, Gonzalo se calzó guantes de látex, encima unos negros de seda y encima
unos de nylon. Caminó unos veinticinco minutos, con absoluta paz interior. Con destino exacto pero rumbo
indefinido. Le gustaba caminar de noche. Entró al apartamento del que había encontrado llaves e indicaciones en
el coche, todo tal como lo había pedido. Al entrar, encontró la bicicleta encargada y un huevo de hashish. -Todo
en orden -pensó. Se desvistió en la entrada, sin quitarse el panty largo ni la camiseta que llevaba. Se puso un
jogging negro, ancho y unas zapatillas sin cordones, negras. Encima una sudadera con capucha amplia. Sacó la
bicicleta y salió a dar una vuelta. Recogió dos bolsas de basura, las más grandes que encontró y algunas colillas en
una parada de autobús. Tardaba demasiado tiempo en encontrar latas y botellas, por lo que se acercó a una zona
de recicle y las cogió de allí. Volvió al apartamento y se dispuso parsimoniosamente a colocar la basura en el
cubo, dejando a su lado la otra bolsa cerrada. Dejó las latas y las botellas entre cocina, sala, baño y habitación. Las
colillas las dejo encima de la mesada, en un cenicero y una dentro de la bañera. Encendió cinco cigarrillos, y dejo
uno en cada estar, sin fumar, para luego esparcir la ceniza con total claridad mental. Quemó un poco la punta del
huevo y dejó restos en cenicero y mesa del salón. Hizo unos porros. Le puso una boquilla a uno de ellos para
luego encenderlo y apagarlo varias veces, sin aspirar el humo. Realizo el mismo ritual en las distintas estancias del

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apartamento. Encendió luego otro cigarro y lo apagó dentro del cenicero, cosa que repitió cinco veces más,
siempre con su boquilla plástica. Luego guardo la boquilla. En la nevera tenía el resto de lo encargado. Zumo de
naranja, pastillas de potasio, grasa animal, alcohol y carburo. Debajo de la mesada había media bolsa de carbón
vegetal. Y dos kilos de azúcar. Sacó el potasio, lo dejo encima de la mesada junto con la grasa vegetal. Cogió una
botella de plástico de litro y medio y se fue hasta la entrada de la casa. Se quitó las zapatillas, se puso unos peucos
y se fue hasta la habitación. Se tumbó en la cama sin desvestirse y sin desarmarla. Se quedó dormido. Se despertó
a eso de las siete de la mañana. Fue hasta la puerta de entrada y orinó dentro de la botella. Se quitó los peucos,
los guardó consigo, se puso zapatillas y salió a la calle. Subió a la bicicleta y se fue hasta unos trescientos metros
del coche, amarró la bicicleta y siguió caminando. Subió al coche y se marchó. Se deshizo de la boquilla, la orina,
los peucos y los guante de látex que cambió por otros en diferentes cubos de basura. Pasó el día conduciendo por
carreteras generales. A la hora prevista se dirigió hacia la zona donde vivía Ahmed. Aparcó el coche y se fue
caminando hacia la casa de su encargo. No tuvo dificultad para entrar y se escondió en el rellano. Allí, se quitó los
guantes de nylon y los metió en un bolsillo. Quince minutos más tarde de la hora en que Ahmed solía volver a su
casa lo escuchó entrar. Pensó: -Qué bien trabaja Ricardo. Esperó a que Ahmed cogiera las llaves y las pusiera en la
cerradura. Ipso facto se le acercó por detrás llamando familiarmente a Ahmed por su nombre. Ahmed sólo
alcanzó a ver parte del cuerpo mientras Gonzalo sujetaba su cabeza y le disparaba en la base del cráneo, en el
occipucio, hacia arriba con un calibre siete setenta y cinco con bala de punta hueca. A Gonzalo le encantaba ese
bolígrafo. Cargaba dos balas, una por lado, con silenciador. Preciso a quemarropa. Impecable. Además era un
juguete que pasaba todos los controles de aeropuerto. Sujetó a Ahmed unos instantes por el cuello y lo dejó caer
suave. Se miró las manos y el cuerpo. Vio que no tenía sangre salvo en dedo índice y pulgar de la mano izquierda.
Se cambió los guantes de seda con absoluta tranquilidad por otros iguales. Metió la mano en el bolsillo trasero del
pantalón de Ahmed, y le sacó la cartera. Bajó la escalera. Al llegar al recibidor vio que por la puerta entraba una
persona que rápidamente catalogó como moro. Se le acercó amablemente, cojeando, con sonrisas. Lo tenía tan
fácil, pero el corazón le latía muy fuerte, demasiado. Estaba nervioso como nunca antes lo había estado. Le
sudaban las palmas de la mano, más que por lo que el látex le provocaba. Temblaba fino, muy fino: -Adrenalínico
-pensó. -Amigo -dijo al cruce en medio del recibidor-, ¿vienes a ver a Ahmed? –Sí -dijo el moro mientras se giraba.
Gonzalo ya se había dado vuelta. Miró al moro con una amigable sonrisa, acercándose. -Entonces creo que esto es
para ti -y lo golpeó de frente con el codo, en el cuello. Se giró rápidamente sobre el cuerpo del moro bajándole la
cabeza hacia delante y poniéndose a su izquierda, envolviendo el cuello con el brazo derecho. Terminó el cerrojo
con el brazo izquierdo haciendo palanca con el propio cuerpo de su víctima hasta sentir el dulce ruido a nueces
partidas. Lo soltó, lo dejó caer y no comprobó si estaba vivo. No hacía falta. El movimiento era perfecto,
estudiado, implacable. Alzó los bazos en cruz, mirando al cielo, y sonrió lleno de gozo. Se quedó en cruz, mirando
al cielo… Salió a la calle, caminó hasta el coche y fue en busca de la bicicleta. Al llegar a la casa dejó esparcidos
algunos pelos que había arrancado al último moro y luego echó gasoil en el wáter y en la bañera. Dejó la cartera
de Ahmed en la mesa de noche. Salió a la calle, recogió un trozo de materia fecal de perro con un papel, lo
envolvió y lo guardo en un bolsillo. Subió a la bicicleta y regresó hasta la zona donde estaba el coche. Se bajó de la
misma y la dejó sin candado apoyada contra un muro. Caminó en círculo, recorriendo varias calles y llegó al cabo
de un rato hasta el coche. Con absoluta paz interior se subió al mismo y se puso en marcha. Volvió a repetir el
paseo antes realizado por las carreteras generales. Se deshizo de los guantes de nylon en un contenedor de
reciclado de plástico y guardó los de látex en un bolsillo, dentro de una bolsa. Entró en una gasolinera que había
visto tenía los baños fuera y que no poseía cámara de seguridad. Tiró en el orinal el guante izquierdo que había
sido manchado con sangre. Volvió a su coche y una vez en marcha se quitó las lentes de contacto. Las cortó en
cuatro trozos y las fue soltando por la ventanilla con el coche en marcha. Retiró las prótesis de látex de los
carrillos y el falso piercing que llevaba en la nariz. Algunos kilómetros más adelante los tiró a la carretera. Entró a
otra gasolinera, fue al baño y peinó su pelo engominado, cambiando estilo y look. Se lavó la cara, sonrió al espejo
y volvió al coche. Condujo unas cuantas horas hasta el segundo aeropuerto, diferente al de llegada, donde
devolvería el coche. Al llegar, aparcó y bajó con sus pertenencias. Se acercó a un cubo de basura. Se quitó los
guantes de seda y los guardó, sacó el trozo de papel donde guardaba la caca de perro y la apretó entre sus
guantes de látex. Tiró uno de los guantes en ese cubo. El otro lo guardó dado vuelta en un bolsillo, para tirarlo
luego en otro cubo. Se enjuagó las manos con un poco de alcohol. Se dirigió a la oficina y devolvió las llaves del
coche. -¿Algún problema, señor? -le preguntó una señorita de aspecto tímido, vestida con chaqueta roja. -No,
todo perfecto. -¿Lo devuelve full, señor? -Sí, por supuesto -contestó sonriente. La señorita le dijo que le enviarían
la factura por correo y lo despidió con amabilidad. Gonzalo salió a la calle y se tomó un autobús hasta la ciudad,

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para luego regresar en tren hasta Madrid. Los tiempos habían estado calculados perfectamente, como era su
costumbre, o su obsesión. En Madrid, al salir de la estación, tomó un taxi hasta el centro. -A Sol, por favor. Cogió
el móvil y llamó por teléfono: -¡Hola!, estoy en Madrid, en camino del bar, nos vemos allí. Hasta luego. El resto del
camino lo hizo callado, en silencio no interrumpido por el chófer. Una vez en destino, caminó tres calles y llegó al
lugar del encuentro. Allí se encontró con Ricardo, en un bar que estaba lleno de gente. -Hola, pájaro. -Hola,
trompa -contestó Ricardo. Se sentó en la mesa en la que esperaba Riki y empezaron a charlar estúpidamente.
Ricardo imitaba un acento francés impecable. Le devolvió a Gonzalo con discreción, su documentación y sus
tarjetas de crédito. -Dogmí en Perpignan y en Montpellier… un encanto. -Sí ya lo sé. Chequeé los gastos de mi
tarjeta por Internet. Gracias. -Ya sé que no debo pgreguntag, pego me muego de ganas. Gonzalo sonrió. -Andáte a
la mierda -dijo y se rió. Ricardo lo miró fijo -Tu no cambiagás nunca... Pog ciegto, ya he cobgado lo mío. -También
lo chequee, lo tuyo es tuyo. -Me gusta hacegte favoges, más si los cobgo así de grápido. ¿No te pgeocupa que un
día me abuse de tus tarjetas de cgédito? -No. Por eso tgabajamos juntos, mi amigo fgancés -dijo Gonzalo imitando
a Ricardo. Se despidieron con confianza. Cuando llegó a su hotel, entró con el semblante relajado, fue a su
habitación, se cambió de ropa y bajó al spa para disfrutar de un sauna relajante.

58. 58. Ramón


Ramón era un hombre de buena posición económica gracias a un par de empresas propias que gestionaba con
buen tino. Estaba casado, con dos hermosos hijos y una mujer complaciente que había contraído matrimonio con
él por enamoramiento ciego y para no quedarse sola. Ella sabía que Ramón era bisexual porque él mismo se lo
había contado cuando se conocieron. Ramón era catalán, de origen humilde pero muy emprendedor. A los
dieciocho años, se había ido de su casa con destino desconocido para su familia, aunque él sabía muy bien a
dónde, y a qué iba. Se instaló en Lisboa un tiempo, para hacer dinero fácil prostituyéndose con hombres y con
alguna mujer y bailando en clubes de alterne y estrípers. Bien parecido, cuerpo esbelto y musculoso sin exagerar,
en poco más de cuatro años había reunido el dinero que necesitaba para empezar con sus negocios de
restauración en la costa Marbellí. En Lisboa conoció a su mujer, que estaba de viaje de estudios de fin de carrera
universitaria. Ella se quedó impresionada con un espectáculo estríper que Ramón hacía, donde escenificaba una
penetración violenta, casi violación, a una mulata descomunal. Joana se había quedado entusiasmada con la
escena dado que su experiencia sexual no había sido más que unos cuantos polvos en coches, o de paradito en
fiestas de pueblo, y algunas felaciones a jóvenes beodos en fiestas de otros pueblos para al fin conseguir hacerlo
en una cama con su novio de la facultad, un gironés aburrido y gordito que le echaba el liquido en la posición del
misionero y la medio obligaba a hacerle mamadas con su pene siempre en dudoso estado higiénico, cosa que ella
estaba acostumbrada a hacer en fiestas de pueblo, como se puede sospechar. Habían roto cuando el joven
finalizó su carrera, dado que se volvía a su pueblo, y tal como él mismo le dijo, solo los unía el sexo, cosa que a
Joana le generó duda, mucha angustia y algún resentimiento. Joana no era muy guapa, sin ser fea, pero era
inteligente, complaciente, algo tímida y ocultamente viciosa, sin ella misma saberlo. Esa misma noche en que se
conocieron, Ramón le hizo el amor como un salvaje, desde las tres y media de la mañana hasta las diez del día
siguiente, entre cuentos de su vida, sinceridad absoluta y ningún resquemor al confesar su bisexualidad. Todo
regado con mucho alcohol y bastante cocaína. Joana se sintió liberada y feliz y se quedó un tiempo en Lisboa
viviendo en casa de Ramón. Le cocinaba, le lavaba la ropa y se la planchaba, hacía la compra y lo esperaba ansiosa
sin reparar en la hora que fuera hasta cuando él llegara de su trabajo, siempre dispuesto a hacer el amor, hubiera
hecho o no un servicio previo, cosa que Joana no preguntaba y prefería ignorar. Ramón ya lo había probado todo,
menos la atención exquisita que Joana le brindaba y eso empezó a gustarle, a generarle cariño por esa muchacha
también catalana y a darle una posibilidad que de otra manera le hubiera resultado imposible conseguir. Mujer,
madre, amante, amiga, viciosa si había con qué, tranquila si no había, fiel e inteligente, profesional y con buena
situación económica. Ramón había tenido ya, a sus veinticuatro años una vida agitada. A los trece años su familia
lo había ingresado en un seminario de salesianos dado que querían que fuera sacerdote. En dicho lugar, donde
gozaba de buena compañía, cama limpia, sala de deportes, campo de fútbol, piscina, y buena comida, empezó a
descubrir su sexualidad de manera práctica. Algunos de los alumnos mayores lo introdujeron en un club secreto y
selecto que se dedicaba exclusivamente a las prácticas homosexuales institución adentro, con algunas salidas
ocasionales a una casa de putas que quedaba relativamente cercana al seminario y donde los seminaristas eran
clientes habituales. Una tarde algunos de los miembros del club habían ido al prostíbulo, e invitado a Ramón, para
que “debutara”. Cuando ya algunos de ellos habían satisfecho sus necesidades con el sexo opuesto, y mientras
Ramón esperaba sentado su turno, se presentó el director del centro, llevándoselo a él y a otros dos degenerados

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castigados hasta el seminario. Era una vergüenza, semejante cosa, un acto indigno de un seminarista, un oprobio,
una intolerable falta de moral y respeto... en fin, pero Ramón no lo entendía así. Una vez en el seminario, los
fueron citando uno a uno, para mantener una charla de conciencia con la cúpula directiva que consistía en
exigirles arrepentimiento dado que si bien entendían la curiosidad de los adolescentes, no justificaban en
absoluto semejante indecencia, así que si además de arrepentirse, juraban no repetir, se los perdonaría y podrían
seguir con sus estudios. Ramón solo respondió que no veía nada de malo en lo que habría podido hacer si no
hubieran llegado justo antes de su turno, y que además él sabía que había varios que iban seguido, y que él no
había podido hacer nada... así que no tenia de qué arrepentirse, pero que le hubiera encantado probar con
mujeres fundamentalmente porque su sexualidad se limitaba a hacerse pajas y echar polvos con sus
compañeritos del seminario, cosa habitual entre otras, propiciadas todas por el tutor del grupo, un sacerdote
celador joven que había quedado trabajando en el seminario a su propia solicitud y que había sido aceptado por
el amor con que según la dirección se ocupaba de los alumnos, fundamentalmente de los mas jovencitos. Fue
expulsado porque no mostró ningún arrepentimiento, y eso a la curia no le pareció nada bien, además de las
acusaciones infundadas contra el padre Mario, aquel celador amoroso que había creado el club de los elegidos,
cosa que la dirección negaba rotundamente. A los dieciséis años, regresó a casa, execrado, acusado de engendro
del mal, de mentiroso y psicópata, sin ser sacerdote, sin ser virgen pero no habiéndose acostado jamás con una
mujer. Pero Ramón tenía una carta en la manga, y era que conocía la verdad y que tenía una fortaleza espiritual
única conseguida a base de sufrir las penurias, el hambre y las necesidades que se sufrían en la Catalunya de su
niñez. Lo primero que hizo cuando se reencontró con sus amigos del barrio fue ir a una pajillera, una mujer que
masturbaba hombres por unas pocas pesetas a cambio, en la vía pública, cerca del puerto de Barcelona. Fue su
primera experiencia con una mujer. Allí conoció a un señor mayor, que le pasó el dato de un sitio en que podía
follar barato, a ritmo de cama caliente. Fue su primera experiencia y su primera gonorrea. A partir de allí,
descubrió que las mujeres le encantaban... pero su aprendizaje sexual había sido con hombres y eso también le
gustaba, entonces se asumió bisexual. Era lo mismo salir de noche y follar con una mujer o con un hombre.
Aunque siempre le era más sencillo terminar con un hombre. A Joana no le importó la historia y al cabo de tres
años, estaba casada con Ramón quien en el momento del matrimonio, era un joven empresario que regenteaba
un restaurante propio del Puerto Banus. Joana estaba embarazada de su primer hijo.

59. 59. Acerca de Gonzalo


Gonzalo era devastador. En todos los sentidos. No entendía otra cosa más que el riesgo como forma de vida. Era
un señorito educado con estudios e idiomas del que nadie sospechaba nada más que un buen pasar económico y
éxito profesional. Su aspecto era lumínico, claro, siempre correcto y mostraba como imagen una estética
amaneradamente masculina. Todo producto de la buena educación familiar y el refinado gusto materno que
Fernando tanto admiraba. Tenía éxito rotundo con las mujeres ya que por sus poros emanaba constante e
inevitablemente una feromona irresistible. Pero se sentía solo. Su educación fue muy estricta, controlada y
severa, aplicada con rigor por padres exigentes y algo exitistas. Gonzalo demostraba interés por las ciencias, por
los deportes de contacto y por las armas de fuego. Era un chico excepcional. Inteligente, rudo pero compasivo,
con fortaleza interior y seguridad personal. Todo lo que los padres quieren enseñar a sus hijos, Gonzalo lo traía de
dentro. Su padre era un aficionado al tiro y a las armas de fuego. Le gustaba la caza, pero no la practicaba jamás
delante de sus hijos. Le enseñó a tirar de muy joven y Gonzalo era un experto con solo doce años. Su puntería y su
afinidad con las armas admiraban a su padre. Gonzalo tenía habilidad extrema para desmontar y volver a montar
cualquier arma que llegara a sus manos. Sin errores, y sin que nadie le hubiera enseñado. Su madre lo introdujo
en las artes marciales sin quererlo, porque le habían dicho que forjaban la personalidad y alejaban a los niños de
las drogas. Gonzalo, a los catorce años tenía primer dan en su escuela y era campeón nacional de categoría junior,
en combate a contacto pleno. Era un luchador nato por lo que rápidamente entendió lo que había detrás de lo
que su profesor le intentaba enseñar. El arte de la guerra, del combate, y su relación con la vida. Su profesor era
un buen hombre, pero limitado. Dejó espontáneamente la escuela de artes marciales al ver unos videos que
intuyó reveladores en casa de unos amigos que lo habían invitado a ver películas, donde vio por casualidad un
combate Shaolín, y decidió intentar encontrar quien le enseñara. Cambió varias veces de gimnasio y escuelas de
artes marciales, harto de ver mediocres enseñando algún arte marcial, en la búsqueda de un maestro. Un día de
invierno desilusionado en su búsqueda, cuando esperaba un colectivo para regresar a su casa, fue interpelado por
un chino, en forma casual, en esa misma parada de colectivo, a los casi dieciséis años. El Sr. Kúo, tenía setenta y
dos años y era una verdadera joya en el arte del combate. Kúo quería enseñar lo que sabía, y eligió a Gonzalo.

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Gonzalo ansiaba aprender. Aquel hombre del encuentro casual fue su maestro. Fue quien le enseñó el arte y la
esencia del Ta Chen, del boxeo chino en su forma más pura. Al descubrir la velocidad de aprendizaje y la
capacidad que intuía en Gonzalo se sintió pleno. Y entonces le enseñó I Chuan, el arte marcial secreto. El arte que
intuitivamente Gonzalo llevaba dentro. En menos de dos años, Gonzalo era experto, sin aires de superioridad,
siendo siempre fiel, noble y humilde ante su maestro. Tenía la capacidad nata de ver y de acechar. Y lo aplicaba al
combate, y a toda su vida. Tenía un cuerpo esbelto adjudicado simplemente a la práctica constante de deportes.
Su maestro lo siguió instruyendo, mientras lo dejaba disfrutar del riesgo que Gonzalo buscaba en otros deportes,
sin interferir. La capacidad de Gonzalo era tan amplia como su propia energía vital. Todo lo que incluyera
adrenalina en su práctica, Gonzalo lo hacía con maestría. Simplemente por el don de dominar al miedo. Así a los
veintidós años ya había jugado rugby, escalado, esquiado fuera de pistas, hecho rafting, saltado en paracaídas,
buceado, y ganado en cuanto torneo abierto de artes marciales su maestro lo hubiera inscripto. En su secundaria
fue un chico normal, con inquietudes sanas y espíritu rebelde de lucha por la igualdad. Nunca hablaba de lo que
sabía, era reservado, pero implicado con sus compañeros. No se peleaba como los otros jóvenes. Se sabía
superior y si lo forzaban combatía sin demostrar, pero siendo francamente arrollador. Solía evitar el contacto
hasta el punto de tumbar desde el centro de equilibrio a su adversario sin lastimarlo, mirarlo y decir: -Ya está,
mejor no pelearnos, nos vamos a lastimar. A partir de los diecisiete años, empezó a salir de noche. No bebía
alcohol, no fumaba. Y tampoco se preocupaba por acercarse a las chicas. Las mujeres lo deseaban. Cuando todos
sus amigos se desesperaban por encontrar alguna con quien poder tocarse y besarse, Gonzalo solo tenía que
mirar a la que quería para que esta se le mostrara complaciente. A donde entrara, se giraban a mirarlo, y él sabía
que podía elegir a la que quisiera, aunque esta no le prestara atención, pues si él la elegía era porque sabía que
era suya. Las mujeres siempre se acercaban a donde Gonzalo estuviera. Sus amigos a esa altura en realidad lo
envidiaban. Entró a la universidad de Medicina sin dificultades. De muy joven ejerció como docente universitario
siendo ayudante de cátedra, pero con tanta prestancia y capacidad que sus profesores le permitían dar teóricos
magistrales. Gonzalo a esa altura se sentía solo, diferente. Único en este mundo que él veía injusto y cruel. Allí, en
la universidad, nació su segundo trabajo. Un día lo interceptaron dos personas que se presentaron como agentes
de la policía federal. Lo invitaron a un bar y le explicaron que tenían intenciones de tener una charla seria con él,
con el propósito de ofrecerle formar parte de un grupo selecto de agentes de la federal: “-Un servicio para
operaciones especiales”, -le dijeron-. “Le recomendamos guardar silencio hasta la reunión. Es mejor que nadie
sepa de esto”. Gonzalo aceptó acudir a la reunión sin dudarlo. Era riesgo, y el riesgo era él. Eran la misma cosa.
Era la oportunidad de poder hacer al mundo más justo. Fue fichado y entrenado por los servicios de inteligencia y
trabajó en varias operaciones relacionadas con el tráfico de armas y de drogas, mucho más que lo que tenían
preparado para él. Creían que simplemente lo tendrían en oficina, controlando operaciones, pero Gonzalo era
ideal para la acción. En su primera cita con el profesor de defensa personal corrigió una técnica de ataque a voz
alzada diciendo que eso era una maniobra peligrosa y estúpida. Gonzalo empezaba a dejar notar en su
personalidad pública su soberbia y su superioridad. El profesor, un sargento lleno de orgullo se mofó de él, no
pudiendo ocultar su ira y lo intentó humillar amenazándolo con usarlo de mascota de demostración en combate
real. -¡Pelearemos usted y yo, lacra! -le gritó amenazante. Gonzalo solo dijo: -Me encantaría verlo... El sargento se
encendió y lo retó a gritos, furioso, a pelear con él. El joven novato simplemente le dio una paliza brutal, iniciando
el combate como cuando niño, sin ver al oponente. Lo tumbó tres veces casi sin tocarlo, desequilibrándolo desde
su centro, ante las risas de los otros fichajes, lo que encendió más al sargento. Gonzalo peleaba sintiéndose pleno,
solo, muerto. No hubiera continuado, hubiera dejado la pelea en esas tres caídas, pero ya no era un niño, ya no
era un adolescente. El sargento le parecía un tipo desagradable, bajo y maleducado. Y tenía a su criterio mucho
que aprender. En la base corrió rápidamente la noticia de la pelea y se comentaba que Gonzalo había ido al día
siguiente del suceso al hospital a visitar al sargento, que le había llevado un regalo y presentado sus disculpas.
Después de una breve comprobación de los hechos, fue separado del resto y entrenado en menos de tres meses
para pasar a formar parte de un grupo comando que realizaba trabajos especiales y que dependía directamente
de inteligencia. Gonzalo fue preparado especialmente y dentro del marco de secreto estatal. Era admirado por la
misma gente que lo menospreció por ser estudiante de medicina. Durante su instrucción lo descubrieron hábil,
rápido, listo y sagaz. Inteligente en las deducciones y certero en las decisiones. Pero en acción, era perfecto. Su
puntería con armas cortas o largas era única. Poseía el don de la ubicación, podía regresar a cualquier sitio en el
que hubiera estado solo una vez, sin errores. Y nunca olvidaba una cara. Trabajó entonces hasta terminar sus
estudios sin grandes preocupaciones, disfrutando de lo que hacía. Podía matar a un oponente en menos de
cuatro segundos, solo con sus manos y eso a la gente que había trabajado con él lo había impresionado hasta el

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punto de decir que no había arma corta más mortífera que Gonzalo. Gonzalo fue fiel a su jefe directo que solo
respondía a alguien de los más altos mandos. Pero a los dos años de terminada la universidad pidió la baja
voluntaria, con el desapruebo de las autoridades máximas de la institución a la que respondía. Su petición surgió
después de un trabajo solitario que inteligencia le encargó a través de su jefe, donde el gobierno quedó implicado
directamente en el tráfico de armas. Se sintió usado y decepcionado y entonces decidió dejarlo porque Gonzalo
se creía un tipo con principios y en realidad porque descubría que podía obtener mayores beneficios actuando en
solitario. Pero el retiro no resultó fácil. Pasó a la clandestinidad, cosa obligada por los servicios que le dieron la
baja, borrando a petición de su jefe sus datos y antecedentes y limpiando así su nombre de cualquier relación con
las fuerzas de seguridad o los servicios del estado. A cambio le sugirieron seguir trabajando solo por encargo. -Un
tipo útil y con vida normal pero que sabe tanto, no puede desligarse así como así de nosotros, ¿entendés pibe? -le
dijo cariñosamente su amigo y jefe. -Sabés que tu identidad es solo asunto mío, mientras yo esté acá, vos
respondés a mí. Gonzalo aceptó sabiendo que la oferta le abriría más puertas. Empezó a realizar trabajos
privados, a alto costo. Sin escatimar en medios. En muy poco tiempo se había ganado una reputación impecable
entre gente de alto standing necesitada de favores. Y él se había criado un ambiente de “gente bien”. Gonzalo era
socialmente un dandi, y además un excelente profesional en su trabajo. Había elegido la medicina por espíritu de
ayuda. O eso al menos él creía, y destacaba dentro de su especialidad aunque en realidad no era por abnegada
dedicación y esfuerzo sino por facilidad. Ejercía la medicina porque le hacía sentirse bien el saber que salvaba
vidas. Y al llegar a ese punto crucial de su vida, Gonzalo empezó a dudar de quién realmente era. En el ambiente
político su fama creció rápidamente y así fue que empezaron a solicitarle favores complejos. Y Gonzalo empezó a
estar muy relacionado con el poder máximo. Él era un tipo con vida normal y eso le daba la certeza de poder
trabajar clandestinamente y sin sospechas, sin complicaciones. Hizo varios viajes entre Argentina y España,
investigando asuntos relacionados con el tráfico de drogas, siempre relacionado con el poder y siempre por
deudas políticas y fundamentalmente económicas no pagadas entre corruptos de turno. En las altas esferas del
último gobierno para el que trabajó, se habían planteado su peligrosidad. Y le prepararon una trampa sencilla,
con un sicario europeo bien relacionado al que le encargaron la limpieza. Contactaron con el jefe de Gonzalo y le
solicitaron gestionara un trabajo para inteligencia, en el exterior. La identidad de Gonzalo seguía siendo secreta.
Fue así, que estando Gonzalo investigando asuntos políticos sucios se topó cara a cara con quien sería su verdugo.
En un bar de dudosa reputación del puerto de Manta en Ecuador, Gonzalo se encontró con un español simpático
que bebía cerveza y le tocaba el culo a una chica local fácil. Hacía días que lo había visto rondando en el pequeño
casino pero la imagen que daba y su aspecto estaban forzosamente cambiados. Gonzalo ya no confiaba más que
en sí mismo. El español le sonrió y le ofreció una cerveza, mientras su chica se iba al baño. -Están buenas estas
chiquillas... Gonzalo lo miró a los ojos, sonrió impecable y respondió: -Lo siento, no sé apreciar la belleza indígena.
El español se sintió humillado, e incómodo… Sonrió. -Vale, entonces, ¡salud!, brindo por la conquista -y lo dijo
intentando ser gracioso. Gonzalo asintió con la cabeza, tomó su copa con la mano izquierda y bebió un trago.
Miró a los ojos al español -Yo no estoy muy orgulloso de ello... a mí lo de la conquista por medio de la violencia no
me hace mucha gracia. Soy pastor evangelista y prefiero la conquista desde otro lugar, desde el amor de Dios y el
amor que Jesús demostró al morir por nosotros en la cruz. El sicario se sintió desconcertado. Tal vez, no era ese el
hombre al que tenía que silenciar. Tenía el perfil, pero no tenía la certeza. Lo miró con duda. -Entiendo, por eso
no le gustan estas mujercitas... son todas iguales, putas, ¿sabe? Se te acercan porque ven la cartera hinchada... -y
se palmeó el bolsillo delantero de su pantalón en un ademán que hizo notar a Gonzalo que el hombre estaba
armado. -A mis ojos, no lo son, -sentenció Gonzalo- a los ojos de Dios, todos somos iguales, por lo que según
usted dice, usted también es una puta barata, sin ofender. El hombre se puso de pie tirando la copa. Miró fijo a
Gonzalo. Las pocas personas que estaban en el bar se largaron rápidamente y el encargado ni se giró. Siguió
secando unas copas, ajeno a la situación que estaba más que acostumbrado a ver. Gonzalo no se movió de su
taburete en la barra. Desencajado pero controlado le dijo: -Mira chaval, creo que me estas cabreando, así que me
pides disculpas aunque seas un puto pastor, o te vas a enterar... Gonzalo, muy tranquilo observó al agente
español que se había acercado demasiado a él: -Tenés menos huevos que un canario, pero claro, como sos
gallego te crees Terminator. Y el sicario se le fue encima encendido de descontrolada furia. Gonzalo lo atajó en el
aire, de frente, golpeándolo en el cuello con el codo, con perfecta eficacia, salvando su linda cara, y su vida. Listo
como el hambre se refugió en Bolivia, y desde allí negoció su blindaje, con dura y compleja intermediación de su
jefe. Le exigieron el exilio y su retiro de la clandestinidad. Gonzalo aceptó sin peros, mintiendo, aunque empezaba
a sentirse agotado. Y emigró a España, para ironizar con el destino, conservando su doble vida. Era la mejor carta,
ser alguien normal con vida y trabajo estable. En su nuevo país llevó una vida normal trabajando de médico y

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disfrutando de tener un éxito rotundo con las mujeres. Lo caracterizaba su mirada, salvaje y sagaz, implacable,
mirada de tigre, mirada de cóndor. Siempre rodeado de un extraño aire místico, un aura de rareza que cautivaba
a las mujeres españolas acostumbradas a otro tipo de mirada más vacía. Y como uno siempre arrastra su pasado a
donde quiera que llegue, empezó a relacionarse con personas que necesitaban favores. En España, la corrupción
reinante necesitaba muchos más servicios discretos que los que se precisaban en Argentina. Pero solo aceptaba
algún trabajo, cuando le era inevitable. Al cabo de unos cinco años, decidió volver a Argentina. Tenía suficiente
dinero, y el gobierno había cambiado dos veces. Había dejado atrás una larga y compleja historia vital pero
Gonzalo seguía sintiéndose solo y ya no sabía quién era. Pero eso sí, estaba seguro de sí mismo y de su vacuidad.
Y entonces conoció a Micaela. Así, muy básicamente podría describirse a Gonzalo.

60. 60. Despedida


Fernando llegó al bar a la hora prevista. Gonzalo ya estaba ahí. Miró rápidamente las mesas y no reparó en
Gonzalo. Este alzó la mano y notó en la sonrisa de Fernando algo diferente. -Hola Gonzalito, ¿qué talco? -Bien,
sentáte che. Fernando se sentó, abrió la “maricona”, sacó un sobre, miró a Gonzalo a los ojos y le dijo serio: -Creo
que llegó el momento. -Creo que sí -dijo Gonzalo. -Bueno, ya que lo tenés claro, entonces dame un beso y decime
que me querés. -Siempre tan bolas... -No, en serio Gonzalito, como te habrás dado cuenta vine a despedirme. No
me vuelvo a Argentina, no sé, así de repente se me vino todo encima. Me cayó la ficha, ¿sabés? Y estoy tan
cansado que me gustaría irme a dormir y no despertarme. -No te pongas así, y aún menos, digas pelotudeces.
Además, sabía que te irías por ahí de fiesta, antes de volver. Fernando estaba serio. -Pues sí, me voy de fiesta, y lo
que digo no son pelotudeces, es en serio. No encajo en este mundo. Lo probé todo y nada me satisface, y no es
por hartazgo, o perversión... no lo sé... simplemente no aprendí a rebelarme, a ser un rebelde. ¿Sabés?, cuando
era chico era un rebelde absoluto. No quiero decir con esto que era un agitador reaccionario que se resistía a las
normas impuestas... No, no era así. Me rebelaba y punto. Me negaba a que nadie interfiriera con mi vida, vivía al
límite, con riesgo. Siempre decía que la vida era un riesgo que debía ser vivido como tal. Gonzalo interrumpió,
sonriendo. -Parece que me describieras, que describieras al chico que fui... -Ya lo sé Gonzalo, pero la diferencia
entre vos y yo, es que tus riesgos continuaron y los míos se estancaron... y no sé... ahora soy otra cosa... Fernando
perdió la vista un segundo y miró a Gonzalo buscando respuesta. -No sé, Fernando, no sé. En realidad no sé qué
nos ha pasado, cómo nos han manipulado para cambiarnos tanto, aunque no sé si hemos cambiado tanto.
Nosotros, por ejemplo, en estos meses hemos recuperado al niño que llevamos dentro y que habíamos olvidado. -
Sí, es cierto, aunque yo lo había despertado bastante antes, pero desde su lado más perverso... -y se rio-. En fin, lo
rescaté como pude, y como siempre, me parece que me mandé dos mil cagadas. O no, pero el resultado ha sido
cansancio y entonces creo que algo hice mal, si no tendría que estar como vos, que no te aburrís, que disfrutás
cada momento. -No sé si es tan así, a mí me parece que es al revés, yo vivo muy preocupado por todas las
boludeces que se te ocurran. No sé, por ejemplo si me voy de viaje chequeo cuatro veces la puerta y las
ventanas... Fernando sonrió, se acordó de cómo había dejado su casa en Buenos Aires, y se acordó de Micaela. -
Bueno, basta... a lo que iba -dijo Fernando volviendo en sí-. Me voy a Ámsterdam. Te traje este sobre para que se
lo des a Micaela. Como verás, está abierto. Pero es privado, así que si pensabas leerlo, te ruego que después lo
cierres... Gonzalo agarró el sobre, sacó el protector del pegamento y lo cerró sonriendo. Fernando hizo un gesto a
la camarera. -Estas culeadas pueden pasar por al lado tuyo pero es como si trabajaran para la ONCE. No ven un
elefante adentro de una bañadera. Hace media hora que estamos sentados acá. La camarera preguntó qué quería
de muy mala gana y Fernando dijo: -Vichy, con hielo y limón, por favor. -¿Qué te pasa, Fernandito? -Nada, quiero
que te lleves una buena imagen de mí, por lo menos el último día... -Último día será en el aeropuerto... No pienso
perderme el espectáculo. -¿Vas a venir? -preguntó Fernando ilusionado. -Claro, cómo no voy a ir... ¿preparaste
algo para los controles? -Sí, obviamente... me conseguí una bolita de acero quirúrgico que hace saltar todas las
alarmas. Lo que no sé es si me la tengo que meter en el culo. -¿Qué estás diciendo, tarado? -dijo Gonzalo riendo. -
En serio, nabo, es una genial idea, porque me puedo poner en pelotas y seguiré pitando, total estoy tan aburrido
que tengo que aprovechar esta vida de mierda que nos están dando, para salir un poco de la abulia... Y, como es
la última vez que voy a tocar España, podría pedirle un último favor a la hija del Capitán... ya sabés que es una
cadena de pérdida de culos... ella por mí, su padre por ella y un montón de políticos y gente importante por el
negocio de su padre... ay, ay, ay... ¿ Y vos qué vas a hacer? Fernando hablaba aunque parecía cansado,
desganado... se le notaba algo alejado del diálogo. -Lo programado. Vuelvo a Argentina que es donde quiero
estar. Ya veré qué haré con mi vida una vez ahí. -Cómo te envidio, hermano. Aunque en realidad después de
Ámsterdam donde voy a estar hasta que aguante, también volveré a los pagos. -A ver, a ver, Fernando, ¿qué nos

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está pasando? Te noto raro, rarísimo, te falta la chispa de siempre, a la camarera no le dijiste nada, en la mesa de
al lado de la puerta hay un negro y tampoco dijiste nada, y hay una gorda que fue tres veces al baño y tampoco
dijiste nada... -Ahhh, hijo de puta, vos también lo veías y la jugabas de callado... Ya te dije, quiero que te lleves
una buena impresión de mí. Lo dijo muy serio, miró a los ojos de Gonzalo, abrió grandes los propios, hinchó los
mofletes y estalló en una carcajada espontánea. Gonzalo se contagió de la risa, y puso su mano encima del
hombro de Fernando. Se puso de pie, levantó a Fernando, y le dio un abrazo intenso y un beso en la mejilla
mientras se reía. -Te quiero mucho, Fernando. -¿Sos puto, loco? -dijo Fernando- ¡Al final resulta que sos un
trolazo! -y se empezó a reír más que antes-. Yo también... digo... te quiero, no que soy puto, aunque... qué decir...
ya te conté... ahora no aproveches para tocarme el culo, que los hombres no me gustan. -No vas a cambiar nunca,
y no cambies -dijo Gonzalo intentando ponerse serio. En ese momento reaccionaron, y descubrieron que todo el
bar se había detenido para mirarlos. Estaban de pie, abrazados, con lágrimas de risa en los ojos, se habían reído a
carcajadas, se habían besado en una sola mejilla, y habían dicho la palabra puto unas cuantas veces. Fernando se
apartó bruscamente de Gonzalo y se subió a la mesa. -¡Señoras y señores este hombre me acaba de proponer
matrimonio, y he dicho que sí! -y el bar estalló en una aplauso de orgullo gay. -Bajate de ahí, pelotudo o pateo la
mesa y te caés de culo -dijo Gonzalo un poco alterado. -No seas forro -susurró Fernando-, que seguro que nos
invitan a lo que hemos tomado, y nos echan gratis de comer. Me bajo y te doy otro beso. -¡Dale! -dijo Gonzalo
descolocando totalmente a Fernando. Fernando se bajó, abrazó a Gonzalo, le dio otro beso en la mejilla. -Te
quiero desde el alma. Lo dijo en serio, y a voz alzada, y los clientes del bar, plenos de esa costumbre española
chafardera de vivir en la vida de los otros, volvieron a estallar en otro aplauso de triunfo. La camarera entonces se
acercó con vivo interés. -La casa invita, señores, no sólo esto, sino que además les invita con el almuerzo. ¿Me
permiten que nos hagamos una foto el dueño y yo con ustedes? -Por supuesto -dijo Fernando. La camarera salió
al trote en busca de la cámara y el dueño. Fernando se acercó al oído de su amigo. -¿Viste?, lo conseguimos, sin
buscarlo, espontáneo, no sé, así riesgoso... espero que no nos tengamos que dar un beso en la boca. Gonzalo
sonrió, miró a Fernando a los ojos y vio en él a un amigo de la vida, a un tipo que sin quererlo, o tal vez sí, lo había
despertado de su ensueño irreal. -Gracias, Fernando, gracias. Estaba dormido, viviendo una vida que no quería, y
de repente me despertaste. -Nada grasa, yo estaba igual, pero creo que aún no me he despertado. En realidad
esto lo hice toda mi vida, aunque hace algunos años lo tenía aparcado seguramente por deseo estúpido de
aceptación social, que lo único que hizo fue robotizarme, transformarme en una máquina, igualito al resto. Y con
vos me solté más, me potenciás. -Aprendí mucho de vos, Fernando -dijo Gonzalo entre enternecido y triste pero
con una sonrisa de oreja a oreja. -Qué cosa, ¿no? Creo que no era la intención de ninguno de los dos. Yo me
acerqué a vos porque tenías merca aquella noche en Baires y cuando fue pasando el tiempo descubrí a un tipo
envidiable, único, profesional, hecho, con dinero y pinta, no sé, todo lo que yo quería y no tenía, y que nunca
tendré. La camarera trajo la máquina de fotos, otro camarero y al dueño. -Este es Juan, mi compañero de trabajo
y también es gay, nos hará la foto. Antonio es el dueño, y no es gay. Yo me llamo Beatriz, y aún no sé qué soy. -
Ahhh - dijo Gonzalo sin saber qué más decir. -Yo me llamo Roberto -dijo sonriendo y algo amanerado Fernando- y
éste es mi prometido, Rodolfo. Pongámonos todos juntos para la foto. -Eso sí -dijo el dueño-, les voy a pedir que
se den un beso.

61. 61. Gonzalo en casa, al fin el amor


Al regresar de España, Gonzalo sintió que por fin había llegado a casa. Sintió que había dejado atrás aventuras de
vida aportadas casi todas de la mano de su amigo Fernando, que lo habían cambiado. Se sentía feliz, pleno y vital.
Aunque claro está que arrastraba su esencia, como todos lo hacemos. Estuvo unos días tranquilo en su casa,
descansando y rumiando el futuro que quería tener. A la semana de haberse reinstalado en su casa, decidió ir al
encuentro de Micaela. Es cierto que no se había interesado visiblemente por ella durante su viaje, no había
contestado sus e-mails, y no la había llamado. Sin embargo había estado presente entre él y Fernando, durante
todo el viaje. Había reconocido en su interior, que si ella había movilizado su sed de venganza hacia quien la
lastimaba era por el simple hecho de que la amaba. La amaba como él sabía amar, a su manera, pero la amaba y
entonces había entendido que tal vez podría estar con ella un tiempo... o quizás toda la vida. Tardó en decidirse,
nervioso y lleno de ansias, pero como no quería equivocarse, esperó a sentirse seguro. El amor no era un
territorio que controlase muy bien. A los quince días exactos de haber llegado la llamó por teléfono. Había
intentado contactar antes con Fernando, para contárselo, pero el móvil de su querido amigo no daba más
respuestas que un constante contestador que decía que era un número que no correspondía a ningún abonado
en servicio, y tampoco había respondido a sus e- mails. Gonzalo no se preocupó en absoluto, sonreía en sus

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recreaciones y reinventaba historias alocadas de Fernando en Holanda. Pensó que era normal que no
contactaran, sabiendo cómo era. Tenía un buen recuerdo, fresco y vivo y se reía de lo que su mente traía en
forma periódica del tiempo pasado juntos. Llamó a casa de Micaela, y dejó un mensaje en el contestador. -Hola,
Micaela, soy Gonzalo. Estoy de vuelta, quiero verte. Micaela esa tarde llegó a casa y al escuchar el mensaje se
sintió alagada y sorprendida. Sintió en su interior deseos de ver a Gonzalo. Esperaba inconscientemente el
reencuentro con él, a pesar de lo que estaba viviendo con Gerardo. Micaela devolvió el llamado. -Hola Gonzalo -
dijo tímida. Gonzalo sintió un vuelco en el corazón. -Hola... Esperaba tu llamado. Gonzalo la invitó a su casa.
Quería que Micaela se sintiera cómoda y arropada, en un lugar íntimo. Tal vez podía llegar a molestarle el hecho
de descubrir que había estado viajando con Fernando, y pretendía ser honesto. No es fácil querer y amar a
alguien cuando uno sabe cómo es, y ese saber nos muestra una realidad que no nos gusta. Es mucho más fácil
amar a la persona perfecta, sin defectos. Pero Gonzalo por primera vez en su vida, había traspasado la barrera del
amor verdadero. No le importaba otra cosa más que el verdadero amor hacia Micaela. La aceptaba como era, la
amaba con su pasado. Micaela aceptó la invitación con agrado. Al llegar ella, Gonzalo abrió la puerta abrazándola
en el rellano con ternura, con el cuerpo entero, rodeándola con sus brazos de manera fuerte, espontánea, y
sintiendo que así la hacía suya, querida y protegida. -Pasá y sentáte, por favor -le dijo sonriente. Ella se sentó
tímida, frágil, suave… se sentía contenida por la calmada sonrisa de su amigo. -Voy a darte una carta que te envía
Fernando. Micaela creyó que el corazón le saltaba por la boca, bajó y rápidamente alzó la vista. Estaba
francamente sorprendida. Gonzalo la miró, sonrió y le guiñó un ojo, casi paternalmente. -Es un buen tipo, y te
quiere mucho. Micaela se relajó un poco a pesar de la taquicardia, pero siguió mirándolo extrañada. -Estuvimos
juntos en Europa. Algún día te lo explicaré, pero me pidió que te dé esta carta, así que tomá, leela por favor... no
sé qué dice. Gonzalo extendió el sobre cerrado a Micaela y ella lo tomó entre las manos. Hizo un pequeño silencio
y preguntó: -¿Fernando?... ¿Fernando? Gonzalo volvió a sonreír. -Sí, tranquila, leela por favor. Gonzalo estaba
ansioso, aunque no se le notara. No sabía qué decía la carta, y quería que Micaela la leyera sin pausas. Quería
dejar las cosas claras y volver a abrazar a Micaela, declararle su amor... Mica abrió el sobre y reconoció la letra de
Fernando al instante. Tenía un carácter propio y único, era una caligrafía desordenada y particularmente especial.
Era la letra de Fernando. -Fernando -dijo. Y se sonrojó. Miró a Gonzalo sin entender bien qué pasaba y se sintió
algo incómoda y desnuda, descubierta y lábil, desprotegida... Bajó la vista y empezó a leer de forma muy pausada.
A medida que leía miraba a Gonzalo y cambiaba el semblante hacia un lugar que empezó a preocuparlo. Sin decir
palabra, recomenzó la lectura, más seria, con gesto duro, hostil. Al terminarla, Micaela se sintió visiblemente mal,
recogió las manos en su regazo, sosteniendo la carta con fuerza contra su vientre y él comenzó a impacientarse
dentro del silencio que empezaba a ser incómodo. Micaela sintió profunda congoja y ésta se instaló en su rostro.
Bajó la vista. Pensó en Fernando y en Gerardo y en Gonzalo y en ella y sin saber porqué comenzó a llorar
angustiada, apoyando la carta en su regazo. Gonzalo se le acercó, lleno de dudas y de temor, y la abrazó
queriendo consolarla pero ella lo apartó sin brusquedad. Sintió el rechazo muy hondo, se sintió herido en su
hombría. Ella lo miró a los ojos, pidió disculpas en voz muy baja y sin titubear se puso de pie. Gonzalo se quedó
inmóvil, sentado, pletórico de dudas angustiantes que empezaron a confundirlo, a enojarlo. Micaela lo miró fijo a
los ojos... vio el enojo, lo sintió. Miró a Gonzalo entendiendo lo que a él le pasaba. -Perdóname, lo siento, creo
que es mejor que me vaya... necesito estar un poco sola. Gonzalo se llenó de ira espontánea, descontrolada,
agresiva y dura, se inundó de sí mismo, se retrotrajo al comienzo de la historia vivida y al inicio de su propia
historia. Su esencia le impidió ser paciente y sus dudas y certezas fueron ley. -¿Pero qué te escribió este hijo de
puta? ¡Pero será posible, la reputísima madre que lo parió! -Gonzalo se puso de pie rebosante de ira-. Me cago en
Fernando... ¿pero cómo puedo haber sido tan boludo?... ¡No, claro! -dijo con sorna- claro... si soy el más pelotudo
que hay, trayéndote la carta... hijo de puta me la hizo completa... con razón no me atendía el puto teléfono...
Micaela lo miraba seria, con lágrimas en los ojos. -Dame esa carta -dijo Gonzalo- ¡Dámela ahora mismo! Es que
vos también sos una tarada... Micaela lo miró con ojos tristes, y sus ojos se inundaron de una pena muy profunda.
Se apartó suave hacia atrás, se secó los ojos y se repuso, mientras plegaba la carta en cuatro, cambiando su
semblante y mirando a Gonzalo con enojo real. Gonzalo se quedó paralizado. Micaela lo miró más profundo a los
ojos, con mirada cierta, con mirada fría, pero muy sincera. Le extendió el brazo con el papel y al llegar a mitad de
pliegue del mismo le tiró la carta a la cara con ademán de desdén. Se giró con desprecio hacia la puerta y la abrió,
deteniéndose por un instante con la mano sobre el picaporte. Entonces, como si reflexionara, volteó hacia
Gonzalo, lo miró fijo unos segundos y secó las lágrimas que empezaban a brotar por sus ojos, sobre una cara
bella, mustia, clara, sin muecas. -Adiós... No quiero volver a saber de ti. Y lo dijo con su mejor acento español.
Volteó sin titubear y cerró la puerta con educado ímpetu. Gonzalo se quedó de pie unos segundos, sin reaccionar.

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Se inclinó en el suelo, con la vista perdida pero iracundo y levantó el papel que desplegó con tranquilidad
extrema. En esas décimas de segundo antes de abrir el último pliegue, quemó los recuerdos del viaje y odió las
risas y las alegrías, odió a Fernando. Detestó sentirse idiota. Abrió el último pliegue y leyó: “Querida Micaela: Ya
sabés que soy un tipo sincero, además de todo lo otro que me acompaña en el paquete y que me hace tan
"especial" y sabés además que lo nuestro es imposible, fundamentalmente porque no es amor lo que te une a mí.
Este hombre que tenés ahora delante tuyo te ama. Se llama Gonzalo, y creo que ustedes ya se conocen bastante
bien. Gonzalo te ama, como nunca te han amado. Es un poco duro, ya lo sé... pero si le das tiempo, te perdonará
tu falta de sinceridad, y tal vez vea tu crecimiento personal. El amor es incondicional y Gonzalo te ama con locura,
te ama.No lo dejes escapar. Es el hombre de tu vida, es el tipo más genial que conocí en mi vida. Te cuidará, te
hará feliz... y sé que lo amás. Yo soy un desastre, vos ya lo sabés, Gonzalo también lo sabe, lo vio de cerca... y
además no estoy en Argentina, ya me fui, como te habrás dado cuenta... así que espero entiendas que tenés
frente a vos a tu media naranja. Y aunque yo estuviera muerto por tu amor, pues qué decir... no soy más que un
tipo que no sirve para completar frutas. Y vos amás a Gonzalo. Abrazálo, decile que lo amás. Y hacéme caso, que
nunca me equivoco con estas cosas. Un beso gigante. Podría escribirte más boludeces, pero el amor se vive, no se
cuenta. Tu amigo, Fernanderello della Pirandrusca Costa de las Rubicundiras Laicas Holandesicas. PD: perdoná la
intromisión y el desorden mental, y guardá la carta. Después rompéla, no quiero que Gonzalo me vea como el
celestino que no soy. Ustedes se aman.” Al terminar la carta, Gonzalo se sintió morir, en un instante, él que era
tan genial a sus propios ojos, tan fuerte y tan sereno, se inundó de lágrimas, se sintió destrozado y vil, ladino,
bajo. Se sentó en el suelo, derrumbándose. Se miró las manos, por ambos lados como lo hace el que mata con
ellas sin haberlo querido. Y empezó a balancearse de delante atrás, como lo hacen los desquiciados, y volvió a
mirarse las manos una y otra vez, mientras se balanceaba. Miró hacia arriba en situación de súplica, con los ojos
empañados y la cara en una mueca de dolor insoportable, se llevó las manos a la cara sin soltar la carta, y empezó
a llorar, en un sollozo gutural, a los gritos, lleno de congoja, lleno de culpa, y de remordimiento. Gonzalo se daba
cuenta por primera vez en su vida, de lo que realmente era.

62. 62. Arruinado


Hacía seis días que Fernando había regresado a Ámsterdam. Simplemente estaba destrozado. Llevaba un ritmo
desproporcionado de joda sin límites. En realidad había estado bastante solo durante esos seis días, incluso en los
momentos en que había estado acompañado, que no habían sido pocos. Meses atrás, al llegar a Ámsterdam,
había conocido a una sueca que le pareció un bombón y lo era. Era una jovencita alta y de fina piel, con hermosas
curvas proporcionadas, bastante viciosa y menor de edad, que acompañó a Fernando en sus intenciones de
evasión. Fernando al principio se sentía atraído, pero sin mucho interés. La nueva amiga era una mujercita con el
sí fácil, entonces podía hacer con ella lo que quería sin mediar palabra. A la sueca le daba todo igual por lo que
realmente no hablaban de nada. Se drogaban y echaban polvos, lo que a Fer le iba bastante bien. Pero Fernando
comenzó a depender de Lena. Y poco a poco comenzó a entregarse, a implicarse más, a enamorarse de la señorita
que podía hacer con él lo que quisiera y entonces se sintió rendido ante el amor. Así de confundido y perdido
estaba Fernando. Al romperse la relación, Fernando viajó por unos días a Berlín a visitar a unos viejos amigos,
pero no podía dejar de pensar en la niña. Estaba de vuelta, otra vez en Holanda y el hastío le corroía su memoria.
La sensación de soledad se había instalado en su cuerpo. Se sentía agotado, cansado, triste... Salió a caminar un
rato, y entró en un bar que se llama Baba y que tiene un gran Ganesha en el fondo. Se sintió bien, tal vez porque
al mirar la imagen de la deidad hizo una relación rápida con Gonzalo. Pensó en Gonzalo y en Micaela, miró al
elefante con múltiples brazos un rato desde la puerta y se dijo: -No es el Budha Bar... mucho mejor… Eligió una
mesa debajo de la gigantesca imagen, se pidió un té y empezó a armar un porro. Se entretuvo, armando más de
uno, colgado en sus pensamientos circulares. Era su estado constante, fumar y fumar. La resaca del porro era
tristeza, y no la soportaba más. Le trajeron el té, aunque no era la costumbre del lugar, pero no se detuvo a mirar
a la camarera. Encendió un porro de “maría” pura y caló muy hondo. Cuando estaba terminándolo sintió una voz
familiar. -Hola, Fer. Al girar su cabeza sólo le salió una frase espontánea gracias al asombro y al cuelgue. -Mierda,
qué chico es el mundo... -Un pañuelo... Fernando pensó: -Uy, un negro... Este negro me suena… -y luego dijo-: -
Hola Guillermo ¿qué hacés por acá? -De joda, como vos. Este es mi novio, es francés. -Ça va? -dijo Fernando sin
ganas- Je pense que je te connais… -Oui, sure -contestó el morenazo musculoso. -Vení, sentáte con nosotros -dijo
Guillermo encantado con el encuentro tan sorpresivo. -No, está bien, tengo ganas de estar un poco solo -contestó
Fernando, triste pero amable. -No seas así, Fernando -le dijo Guillermo sonriendo-. Te veo un poco triste... tus
ojos, no sé... si no querés no pasa nada, pero te veo así y me enternece... -y le guiñó un ojo. Se puso de pie, se

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acercó a la mesa que ocupaba Fernando, lo tomó por los hombros con sus dos manos como lo hace un padre
orgulloso, e incorporándolo le dio un abrazo varonil, generoso, fraternal, apoyando luego la cabeza de Fernando
sobre su pecho como lo hacen siempre las madres cuando consuelan. Lo tuvo así un rato, y luego lo sentó, muy
amorosamente-: Dale, loquito lindo, cambiáte de mesa y sentáte un rato con nosotros. Fernando hizo silencio.
Bajó la vista. -Está bien -dijo serio-, voy un momento al baño y me siento con ustedes. Se puso de pie, cambió el
té de mesa, y encendió otro porro. Dio una calada honda, y otra, y otra más y pasó el porro a Guillermo. El francés
se adelantó al ademán, sonrió y agarró el peta con ademán delicado. Fernando sonrió sin ganas y se fue hacia el
baño. Una vez dentro se miró al espejo. -Fernandito, Fernandito, estás hecho mierda. Fernandito, Fernandito... Y
se miraba a los ojos hablando con él mismo, mirándose y sintiendo que le hablaba a un desconocido. Y empezó a
llorar, con angustia, y se acordó de Gonzalo, y de Micaela, y siguió llorando. Sacó bolsa, y se peinó una raya
enorme. Se miró al espejo y dijo: -¿Sabés flaquito? Esto te seca las lágrimas, me lo dijo un amigo hace un tiempo,
y tenía razón. Miró la coca y volvió a mirarse al espejo. -Dale, loco, tomátela, vas a ver que no te falla. Nunca te
falla -y se contestó como si el espejo le hablara-: No, Fernandito, ¿no te parece que ya está bien? Miró al espejo, y
sonrió con lágrimas en los ojos. -No pasa nada, no pasa nada, entonces me lo tomo yo, y a vos te libero, te libero
para que puedas volar sin mí... Y vio, o creyó ver, que la imagen del espejo le sonreía, sin él haber sonreído y
entonces dijo en voz más alta: -Mierda, este espejo es un rebelde... Nubló la vista y vio desaparecer su imagen del
espejo, sacó su tubo metálico y se metió la raya. Se incorporó serio, secó las lágrimas, se mojó el pelo y se lo tiró
para atrás en forma automática, sin verse reflejado. Cuando salía del baño vio su imagen real en el espejo. Se
guiñó un ojo, sonrió y dijo: -Qué mal que estamos… pero que no se note. Cerró la puerta, se acercó a la mesa, se
sentó pleno pero roto y empezó a hablar en francés.

63. 63. Guillermo


Guillermo era un hombre francamente atractivo. Su vida había sido compleja y eso marcaba el rumbo de su actual
situación. De pequeño era alegre y risueño, pero algo introvertido. Feliz en una vida familiar casi modélica. Sus
padres eran el devenir de familias tradicionales argentinas que no habían caído en desgracia, pero que estaban
lastimadas por las crisis económicas que Argentina está acostumbrada a sufrir en perpetuidad. En sí, eran de esas
familias acomodadas que disfrutaban de un antepasado ganadero próspero, y en el momento de su crianza, un
presente relajado y tranquilo, basado en una segura y poco arriesgada administración de las tierras y la
producción. No eran muy cariñosos, no eran juguetones con él que como hijo único lo hubiera necesitado. Se
había criado en Mar del Plata, una ciudad maravillosa para tener una infancia feliz, y un mes por año, sus padres
lo llevaban a una casa de campo que tenían a las afueras de un pueblo del interior de la provincia de Buenos
Aires. En esa época y justo ese mes posaba su carpa un circo ambulante. Guillermo era un niño feliz que los días
soleados paseaba por los alrededores del casco de la mano de su abuela paterna, una mujer fina y educada con
aires de nobleza, mayor pero bien conservada, elegante y seria, pero llena de amor. Desde que había enviudado
era ella misma quien se encargaba de administrar sus bienes y sus negocios. Vivía en el campo, con cocinera y
cuidador. Un matrimonio fiel y agradecido que querían al niño como si fuera propio. Guillermo disfrutaba de ese
mes soñado entre los caballos, el ganado, el olor a campo, el hogar encendido y la única cosa que su abuela le
cocinaba. Josefina, que así se llamaba, estaba siempre en la cocina cuando su empleada preparaba las comidas.
Guillermo miraba como controlaba con dulzura los detalles de la preparación. Pero su abuela ya no cocinaba. Le
daba tanta pena recordar cuando cocinaba por amor y con amor para su dorado esposo, que desde que había
enviudado, no quiso volver a hacerlo. Guillermo adoraba las tortas fritas de su abuela. Las tardes de nesquik con
tortas fritas, y el mate de la abuela, sentados en el porche mirando el jardín que rodeaba al casco. Su abuela
cocinaba tortas fritas solo para él. Guillermo hasta sus siete años fue feliz allí, como nunca nadie puede
imaginarse la felicidad infinita de un niño. Al crecer, entrando en la adolescencia empezó a no querer volver al
campo en ese mes que desde niño pasaba por año. Visitó a su abuela de tanto en tanto, hasta que la misma
decidió mudarse a Tandil, cuando empezó a sentir que el campo era muy pesado y los negocios empezaron a
declinar. Estaban empezando a caer en manos de multinacionales y el gobierno de facto había devaluado de
manera salvaje y retenido fondos en los bancos. Guillermo no prestaba atención a esas cosas. A sus padres les iba
económicamente muy bien en los negocios textiles, y el campo no le interesaba en absoluto. Sentía que desde su
inconsciente nacía un odio y un rechazo hacia lo agro-ganadero, hacia el campo. Tuvo una época rebelde, no
crítica pero justa para causar problemas en casa. Empezó de muy joven a tener novia, y tuvo muchas novias.
Sobre sus veintidós años conoció a la “mejor” de todas, una diosa de físico estupendo que fue la que le dio una
hija. Una hija de la inconsciencia, pero una hija real. Se casaron y fue el momento más feliz de la vida de Josefina,

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su abuela amada. Su matrimonio fue falso, de convivencia mutua mantenido por los padres de Guillermo que
duró lo que el destino quiso. Un par de años. Guillermo era infeliz con su nueva familia. Y un día de sol dejó a su
mujer y a su hija y se fue a vivir solo. Guillermo empezaba a descubrir que había cosas que no eran para él. Un día
soleado conoció a un coreógrafo que se dedicaba a hacer shows musicales undergrounds y se hicieron muy
amigos. A Guillermo le gustaba la soltura y el desenfreno de su nuevo amigo, Cris. Cristian se aferraba a la
amistad con Guillermo simplemente porque le atraía y para retenerlo le presentaba bailarinas en las constantes
salidas que organizaba. Cristian era algo mayor, tenía un riquísimo mundo interior logrado simplemente porque
había viajado mucho por Europa viviendo de la coreografía. Así fue que Guillermo cegado por el mundo que Cris
contaba se planteó aceptar la invitación que este le hizo para recorrer Europa. Había terminado su carrera pronto,
en menos de cuatro años, dada su prodigiosa memoria, y quería recorrer mundo. Disfrutaba de una excelente
posición económica heredada y unos importantes contactos familiares en la esfera política, que le aseguraban un
próspero futuro y éxito profesional. Entonces, un día soleado decidió irse con él a probar los secretos del mundo y
de la vida. Y se entregó de lleno a ello. En todos los sentidos, sin restricciones. Pero tanto desenfreno y pérdida de
control hicieron replantear a Guillermo la opción de volver a casa. Y regresó, pero casado con su nuevo amigo,
delicado, pero varonil. En el tiempo que pasó en Europa sus padres se ocuparon de su ex mujer y de su hija, y de
enviarle importantes sumas de dinero que Guillermo gastaba sin reparar en qué. A su regreso, algunas cosas
cambiaron. Sus padres decidieron dejar de mantener a su familia, en un intento por hacer que Guillermo iniciara
una vida normal y lo acomodaron rápidamente, gracias a contactos en la alta esfera política, en un cargo de
privilegio, y entonces él durante un tiempo cumplió con las expectativas familiares. Harto de sentirse usado por
su ex, un buen día de sol dejó de pasarle dinero. Simplemente sentía asco por su ex, una mujer astuta, vaga y
aprovechadora... Ella lo acosaba constantemente y él evitaba todo contacto. Un día soleado en que discutían por
el tema le dijo a Marina que ya era hora de trabajar, de dejar de pedir, de hacer algo útil, pero la señorita se
escudaba en no saber hacer nada. -Si no sabés hacer nada útil -le dijo a los gritos por teléfono-, hacéte puta,
porque ya es hora que trabajes de algo, y lo de ser puta se te da muy bien... Y ese día de sol, Guillermo se sintió
feliz. Su ex se hizo puta de lujo, para paliar la circunstancia casual de odiar el trabajo y no saber hacer nada. A
Guille, todas esas cosas ya le importaban un carajo. Solo quería liberarse. Y entonces, otro día soleado,
caminando por Plaza Francia en Buenos Aires, se reconoció gay, asumiéndolo en un instante por completo. Hacía
ya tiempo que estaba casado con un hombre, y su doble vida lo estaba minando por dentro. Se sintió liberado,
pleno pero desprotegido y decidió contárselo a su padre, el mismo día de sol en que asumió su homosexualidad. Y
se lo dijo sintiendo que cumplía con una venganza. Su padre dejó de hablarle. Y Guillermo no esperaba otra cosa.
Había intentado relacionarse con mujeres, y de hecho se mostraba públicamente con ellas. Pero no podía dejar
de desear a los hombres. Y en casa tenía uno que lo esperaba. Su padre se llenaba la boca de orgullo al hablar de
Guillermo, y eso a Guillermo lo llenaba de vergüenza. El deseo hacia su mismo sexo era el punto crucial, era el
drama entre el odio y la pasión, simultánea e incomprendida. Era la máxima expresión de la vergüenza que sentía.
Un día, su padre lo había llevado al pueblo, a casa de unos conocidos y Guillermo le pidió quedarse. Había llegado
el circo y los otros niños iban a ir. Guillermo quería ir con ellos. Su padre lo dejó ese mediodía almorzando con sus
amigos para que por la tardecita fueran todos juntos y lo pasó a recoger terminada la función. Guillermo estaba
raro, muy tranquilo cuando su padre lo recogió y pensó que sería por el cansancio de un día largo, y Guillermo no
dijo nada cuando se lo preguntó. Dijo que le había gustado y contó un truco de magia que había hecho un chino
con unas pelotitas. Guillermo no contó que entre travesuras se habían ido hasta la carpa del circo para ver los
animales un montón de horas antes de la función. Ni que se pusieron a jugar a las escondidas y que él se había
colado debajo de la carpa del circo. Allí se encontró con un payaso, que le pareció divertido y lo hizo reír con unas
bromas y unos trucos tontos. Después el payaso le dio caramelos y le dijo que le iba a mostrar algo secreto, que
nadie debía saber. Y Guillermo juró en su inocencia que no lo diría. Y su abuela le había dicho que no se debía
mentir, que las promesas se debían cumplir siempre porque sino Dios nos castigaba... El payaso lo llevó a un
tráiler y lo sentó en una cama. Le hizo monería y le dio caramelos, y una pepsi donde puso unas gotas de algo que
había robado del botiquín del veterinario y que le resultaban muy bien a sus fines. Luego se sentó al lado de
Guillermo y le enseñó un muñequito, una marioneta con la que jugaba. Era su pene, vestidito y pintado. Se
masturbaba y hacía que el niño besara y chupara al muñequito, entre caramelos, juguetes, te quiero mucho mi
amiguito secreto y droga en su exacta dosis, en el punto de la relajación y la tranquilidad. Guillermo jugaba y se
divertía y el payaso le daba besitos y lo acariciaba, hasta que en un momento lo alzó, lo giró y le dijo: -Uy, uy,
pumpuy, ahora la sesión con el amigo corazón... -y se colocó al niño a nivel de su pubis mientras se ponía de pie,
quedando los dos mirando para el mismo lado- ¿Quiere mi amiguitó secretó andar a caballitó? -Remarcaba las

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oes, las hacia divertidas a los oídos de Guillermo. Y Guillermo dijo “¡sí!”, en un grito de alegría sintiéndose
tranquilo y volando en brazos del payaso tan divertido. Entonces el payaso se lo puso con el culito encima de su
pene y empezó a cabalgar frotándose los genitales con ayuda del culito del niño. Y en ese instante de frenesí, se
detuvo. -Niño amiguito secreto, te dejo un panfleto, con un gran circulito, adivina lo que digo o te muerdo tu
culito... uy uy uy pumpuy re pumpuy!!!! El niño se reía por las cosquillas que le hacia el payaso, entonces lo puso
en cuclillas en el aire, mientras lo sostenía con una mano contra su pecho y bajándole el pantalón corto y el
calzoncillo con la otra, lo calzó nuevamente contra su pubis y lo penetró y eyaculó en su interior mientras lo
acariciaba y besaba. Guillermo se quedó quieto, mientras el payaso lo violaba. Luego el payaso lo apartó y
escondió el pene. -Qué es eso primoreso -dijo señalando un cofre de colores mientras limpiaba el culito del niño
con una toalla húmeda. Se acercó al cofre con el niño en el aire y le dijo-: abre, abre y el secreto será tuyo -y
poniendo al niño en el suelo abrió el cofre que estaba lleno de chocolates-. Amiguito, amiguito, este el secretito
del tesoro escondidito -y poniendo vos gruesa dijo-: son todos tuyos, pero puedes llevar de uno en uno y a lo
mejor, a lo mejor te llevas otros para tus amiguitos, pero no debes romper este secreto. Si no, Dios nos castigará y
nos quemaran vivos en el infierno... con un fuego inmenso que quema con mucho dolor... Guillermo se puso
serio, entonces el inmundo payaso lo miró sonriente y le dijo: -Pero no te preocupes, estoy yo para cuidarte -y le
dio el chocolate mas grande, y tres más pequeños para los otros niños-, pero tu júrame por Dios que será nuestro
secreto y que yo seré el guardián de azafrán que te cuidará chan chan. Durante ese mes, Guillermo trajo
chocolates varias veces a sus amigos, con los que iban a jugar cerca del circo, en secreto. En estricto secreto
jurado. Los otros niños habían conocido al payaso, que los hacía reír y jugaba con ellos inocentemente. Solo a
Guillermo le daba los chocolates, solo a él, porque era el elegido, el poseedor del secreto, de la puerta mágica...
Aquel hombre era un ser vil y astuto, un pervertido lúcido que solo abusaba de un niño por pueblo, si la situación
lo facilitaba. Y solo con ese mismo niño aunque soñara con sus amiguitos en orgías enfermas. Guillermo quería ir
a jugar allí. El payaso era muy bueno y muy divertido. Y sus amigos se lo pedían, porque él conseguía los
chocolates, y entonces se sentía querido y admirado. Guillermo al crecer descubrió la triste verdad del secreto
que guardaba. Y nació el odio hacia el recuerdo feliz. Y resurgió el deseo hacia los hombres, repulso deseo,
culpable deseo, inmundo deseo, pero deseo carnal. Guillermo, asumido gay y casado en segundas nupcias con
Cristian se empezó a incomodar con los maquillajes, y la ropa de mujer que a Cris le gustaba llevar. Pero no
interfirió. Cris comenzó a transformarse, poco a poco en una mujer. Más ademanes, más modismos, coreografías
de estética dragqueeneana, ropa interior sensual femenina, depilación definitiva... Un día soleado Guillermo se
sentó solo en el salón de su casa. Se sintió defraudado y abrió una botella de champagne francés… Se tomó dos
botellas y unas cuantas rayas de coca. Se vistió y maquillo como un payaso, se miró al espejo y empezó a llorar. Al
llegar Cris a su casa encontró el disfraz y una nota que decía: Querido Cris: Odio los disfraces, los veo enfermos y
perversos. Soy homosexual, me gustan los hombres, y sabés que me asumí como tal, como lo que soy. Y sabés
que me gustan los hombres que se visten como hombres y que aman como hombres. Nuestros caminos se han
separado. Vos, sin tu disfraz de mujer no sos nada. Pero cuando sos mujer, sos feliz. Yo conozco tu disfraz, y eso
me da repulsión. Amo al hombre que eras, pero odio al disfraz que sos. No puedo estar más a tu lado. No me
busques, sabés cómo soy, Guillermo. Cris conocía a Guillermo y el hecho de que hubiese esperado a un día
soleado para dejarlo le fue suficiente. Además él se sentía mujer, era una mujer, y a Guillermo le gustaban los
hombres.

64. 64. ¿Sí o no?


Micaela miraba a Gerardo desconcertada. Era un hombre extraordinario e íntegro a sus ojos y estaba enamorado
de ella. No podía negar que en las charlas que Fer había tenido con ella acerca del deseo y los hombres se
escondía tanta verdad. Era cierto, los hombres se pierden por las mujeres que dicen que no una y otra vez,
durante un largo tiempo... si es larguísimo, mejor. Y después, el accionar tímido, en el primer beso, y la bajada de
ojos, y el apartarse cariñoso pero sincero y real, de ese primer beso, sin brusquedad pero con timidez. Y el irse,
sonriendo, dando excusas tontas y un después te llamo. Y el llamado no se hace y el hombre llama...y la dama se
disculpa, se disculpa con franqueza... y entonces el hombre se intimida y duda de su hombría y pregunta... y como
una dama se contesta: -Lo siento... no es por ti, soy así, un poco vergonzosa... Y esas palabras deben ser tímidas,
suaves e infantiles. Y al volver a salir se debe dejar con suavidad que el hombre actúe, y que la coja de la mano, y
entonces dar la mano cálida, pero que aún debe darse tímidamente. La primera noche de amor, porque cuando
es de esa manera no es sexo, es otra cosa lo que se experimenta, el acto no se culmina, no se cierra, queda
abierto a la desesperación del varón, del hombre amante deseoso de poseer todo y que solo consigue un

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encuentro adolescente casi completo, satisfactorio y pleno pero falto de madurez sexual, adolescente, hermoso y
sublime... descubrir el cuerpo del otro en su totalidad, pero no conseguir poseerlo libremente... Gerardo había
entrado en la vida y el conocimiento parcial de Micaela con una lentitud exacta anhelando el día a día y contando
las horas, viviendo cada etapa sin sortear ninguna, sin quemar ninguna. Gerardo se había enamorado
perdidamente de Micaela, y no sabía si ella estaba enamorada de él. Eso, era lo que como a todos los hombres
enamorados, más hacía a Gerardo desear a Micaela. En el tiempo que llevaban juntos, Gerardo no se había
interesado mucho o más bien nada en el pasado de Micaela. Micaela lo achacó a la diferencia de edad o a la
altura y dignidad de Gerardo. En sí, se había comportado distinto a como lo hacen otros hombres. La mayoría se
interesaban sobremanera por su pasado sexual. A Gerardo parecía no interesarle y además, Micaela siguiendo los
consejos de Fernando, no había hablado nunca de ello, como hacen las mujeres que más gustan a los hombres,
sólo había hablado de un novio, con el que supuestamente había vivido todo lo poco que contaba. En sí, Micaela
mentía por omisión con aprendida cautela. Gerardo en su juventud parecía haber sido un poco picaflor, pero ni
alardeaba de ello ni lo traía del recuerdo. Solo comentó lo básico de su ex matrimonio, donde se notaba que
había amado a su mujer. Habían empezado una hermosa relación de amistad, plagada de intención seria. Gerardo
llamó a Micaela para invitarla a cenar. Se lo notaba algo nervioso, pero seguro de sí mismo, sin que fuera en
absoluto contradictorio. Micaela aceptó y quedaron en que Gerardo la recogía por su apartamento. A la hora
exacta él la estaba esperando en la puerta. En el trayecto, hablaron de cosas triviales. Gerardo estaba muy
contento y Micaela se sintió cómoda y suelta, pero continuó siendo reservada y callada, como era su costumbre.
En unos veinte minutos habían llegado a destino, Puerto Madero. Gerardo dejó el coche en la puerta del local,
para que lo estacionaran. Había elegido la Cabaña Las Lilas. Tenía reservada una mesa especial y había adelantado
dinero para un servicio exclusivo. Al entrar los atendieron más atentos, más serviciales y sonrientes cosa que
Micaela notó. Se sentaron enfrentados. Sin darle opción a reaccionar, sin esperar a que pudieran ser
interrumpidos por nada ni nadie, Gerardo tomó a Micaela por la mano y le dijo: -Micaela, quiero que te cases
conmigo. Micaela lo miró a los ojos, sorprendida. Sonrió angustiada, tímida, seria. Lo miró a los ojos, y una
lágrima se deslizó por su mejilla... pero no dijo nada. Gerardo la miraba fijo, nervioso, ansioso por un sí, y al ver la
lágrima en esa carita seria se sintió morir, se mordió los labios, bajó la vista y empezó a intentar decir algo. -
Eeehhhh, bueno... nooo... en ree nts... esteee -y sintió en el corazón como Micaela le apretaba y sostenía la
mano. Levantó la vista y vio a Micaela sonreír angustiada, llorando, pero mirándolo con ternura maternal, de
mujer herida, y luego la vio sonreír de amor, de dulzura... -Gerardo... no hay nada que en este momento quiera
más en mi vida. Gerardo se relajó pleno, con una sonrisa que desbordaba su cara, se puso de pie, se arrodilló
delante de Micaela y la abrazó. Metió una mano en su bolsillo y sacó un anillo de compromiso, bellísimo, de
refinado gusto y austero lujo visible. Lo puso en el dedo de Micaela, sin decir palabra. Se levantó, volvió a su
asiento y empezó a mirar a Micaela como un niño, mientras un camarero sin decir palabra se acercó, sirvió dos
copas de Champagne y se retiró sonriente. Micaela estaba quieta, no había dicho que sí. Miró a Gerardo, el anillo,
el lugar... -Gerardo -dijo-, creo que deberías saber más cosas de mí... hay cosas que nunca me has preguntado.
Gerardo miró con temor a Micaela. Micaela cometía un error, quería ser honesta a pesar de las millones de veces
que Fernando le había dicho que no hablara de su intimidad, nunca, que era privado y que podía no existir en los
corazones de otros, que si ella lo hacía explícito generaba un dolor a veces insoportable, y que se rompían parejas
por eso. Siempre decía: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero Micaela, que había hecho todo
exquisitamente bien con Gerardo, sentía que debía contarle cosas. Gonzalo siempre le había ponderado la
honestidad. Quería ser sincera y honesta, quería... Gerardo interrumpió sus pensamientos y puso la otra mano
encima de la Micaela, cubriéndola por encima y por debajo con sus dos manos. -Micaela, lo que sé de vos es lo
quiero saber, para mí vos sos por lo que has vivido, que no puede ser mucho, y sos lo que quiero tal como sos, así
de tímida y extrañamente suelta de a ratos, así de callada, así de alegre cuando lo estás, te quiero así como sos y
vos sos por lo vivido... No me voy a poner a parafrasear a Miguel Hernández, pero tus raíces sostienen lo que sos
ahora, ¿qué me vas a contar? que tuviste un novio que... o que te pasó... o que fuiste a... no me interesa saber
cosas que no intuyo, veo cómo sos y aún tenés mucho por vivir y aprender -Gerardo era sincero en su monólogo,
y francamente maduro. Micaela por primera vez en su vida se sentía amada sin obstáculos, sin otro interés más
ella misma, que su persona. Micaela empezó a llorar y a reírse de alegría, aquel hombre era muy diferente, muy
serio, muy centrado y coherente, muy maduro y tal vez todo era por su edad o por su vida o por... No importaba,
le había puesto un freno al error que estaba a punto de cometer y no sabía si aquel hombre y ese momento eran
reales. Miró a Gerardo a los ojos, sonrió y dijo: -Sí, Gerardo. Me voy a casar con vos. Gerardo la miró fijo, sonrió e

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hizo un gesto como de asombro. -Es que aún no le había dicho que sí, Doctor -agregó Micaela sonriendo y se
sonrojó. Jaque mate.

65. 65. Fernandito, y el resto


Fernando murió de sobredosis, en Ámsterdam. Se pasó de rosca entre viagra, merca, alcohol, cristal, porros y
pastillas, muchas pastillas. Tenía el virus del sida en su sangre, y no lo sabía. Había sido su última adquisición con
la pendeja divina de quince añitos, Lena, aquella que había conocido justamente en Holanda y con la que había
estado encerrado drogándose y haciendo lo que para él era el amor, por primera vez... Así estaba de claro y de
mal, o de bien. Habían sido inseparables unos meses... Se había enamorado a tal punto que había intentado
inútilmente dejar de salir para rehabilitarse, pero la nena era más que viciosa y tenía tal resistencia a todo que lo
alucinaba. La jovencita le impedía quedarse en casa sano, enroscándolo entre porros y cocaína, llenando su
apartamento de todo lo ilegal que conseguía, invitando amigas tan viciosas como ella.... Él intentó hablar alguna
vez, razonar, alejarla de aquello... pero era imposible. La muñequita que era limpia, suave, cuidadísima y
elegante, se metía en el cuerpo más cosas de las que Fernando pudiera imaginar. Y además, participaba en cuanto
encuentro múltiple sexual pudiera organizar. Era el sueño dorado de Fernando reflejado a la inversa. Era el
demonio que venía a comprarlo, era su Dios hecho carne, era la vida misma encarnada en esos ojos y esos aromas
a dulzor impecables. Cuando el ángel se hartó de Fernando, se fue diciéndole adiós. -Ya está bien -dijo, me canse
de ti. Adiós. Fue una mañana, al salir de la ducha. Fernando la miró a los ojos y entendió su mirada. Le resultaba
más que personalmente familiar, y entonces no dijo nada para retenerla. Sabía que era inútil y estúpido, así que la
dejó partir con sonrisas. La historia de amor había durado unos hermosos meses. El descontrol había sido pautado
por la niña y Fernando había sido sumiso... perdidamente sumiso. Lo encontraron en su casa, un hermoso
apartamento en el barrio Jordaan, sentado en un sofá pequeño, frente a un espejo. El día anterior había estado
acompañado de Guillermo, quien le había contado la historia de su vida. Fernando se había sentido bien y
arropado en su tristeza, pero roto al escuchar el relato, sucio de humanidad, inexplicablemente decepcionado de
la raza a la que pertenecía. Estaba desnudo, limpio y perfumado. La casa impecable. En la mesa del salón había
una caja de madera que tenía todo tipo de sustancias. La habitación estaba impoluta y los armarios rebozaban de
ropa de marca. El cadáver daba la imagen de un deportista dormido. En la cómoda del salón encontraron una
carpeta con un testamento donde decía que Fernando dejaba a Micaela su propiedad en Buenos Aires. De hecho,
hacía ya un tiempo que la había puesto a su nombre, antes de dejar Buenos Aires con Gonzalo. Había
instrucciones precisas, a nombre de su amigo Ramón quien poseía los papeles que debía enviar a Micaela. Dentro
de la carpeta, había una nota en un papel arrugado dentro de un sobre amarillento, escrita a máquina, con
correcciones en lápiz, sin firmar: “Me miro en el espejo y trato de encontrarme, algo me sucede, pero no me veo,
es como si me viera reflejado pero no fuese yo el que está ahí, ayúdame, algo me pasa, creo que me estoy
desvaneciendo, no es el amor lo que me ha puesto así, tampoco es el olvido, soy yo, simplemente yo. Quizás
estoy cambiando, creciendo, o tal vez me estoy desvaneciendo... Me miro en el espejo y trato de encontrarme,
algo me sucede, porque no me veo, por más que busco no me encuentro, creo que ya no estoy ahí, quizás ya me
he ido... No es el amor lo que me ha puesto así, tampoco es el olvido, puede ser que esté cambiando... si es así
ayúdame a hacerlo, parece que solo no puedo, lo intento pero no lo consigo, estoy cambiando, creciendo, y
parece que me estuviera desvaneciendo.” Gonzalo ejerce la medicina, en su especialidad. Lo hace de manera
pueblerina, sin negarse a los avances pero sin comprometerse con sus coronarias en ellos. Ya no quiere riesgos.
De ningún tipo. En el pueblo donde trabaja, es muy querido y respetado, es reconocido como un señor serio,
trabajador y honrado. Se dice de él que es buena gente, discreto, y muy servicial. Es bastante feliz, y le cuesta
asumir el paso del tiempo. Está retirado de su doble vida, aunque muy de vez en cuando le surge una extraña
sensación de pérdida, por el retiro. No cobra nada por haber sido agente y no tiene a quién reclamar. Nunca
reconoció en su interior su lado mercenario, pero lo conoce bien. No tiene pareja, es un lobo solitario que de
tanto en tanto se come una oveja perdida. Pero ya no trata de encauzarlas. Ha descubierto que cada uno debe
cargar con su propio Karma. Guillermo se liberó de su congoja caminando por Ámsterdam con Fernando. Le contó
su historia personal llorando como un niño, al principio pensando que eso ayudaría a Fernando en su tristeza,
pero liberándose de una carga terrible, de una historia que nunca había contado a nadie, salvo a su padre.
Fernando devolvió el abrazo paternal del bar Baba, en un bello parque, el Vondelpark. Era un día de sol, frío y
hermoso. Fernando se arrodilló en el césped, frente a Guillermo que lloraba en cuclillas. Lo tomó como a un niño,
y le suplicó perdón por ser un ser humano, por pertenecer al mundo, por no saber que la vida había sido tan
cruel. Lo abrazó con el alma, y le dijo: -Mi niño, mi dulce niño, no se apene porque usted no tiene la culpa, Dios no

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lo va a castigar nunca, mi niño, Dios no está para eso, Dios lo ama, mi niño, mi dulce e inocente niño. Guillermo
volvió a Argentina donde es senador. Se coge jovencitos y los coloca en puestos de privilegio. Muchos saben que
es gay, aunque él se siente puto. Pero ya no le remuerde la conciencia y realmente todo le importa una mierda. Es
senador por el poder. Y punto. La política y el país le interesan tanto como las mujeres en la cama. Marta, lleva
vida de señora, es empresaria y está en pareja con un muchachito suave mucho más joven que ella, al que
conserva a base de pagarle todos los caprichos y hacer la vista gorda. Desde su encuentro con Fernando, nunca
más pudo dejar de desear a hombres delicados y amanerados. De tanto en tanto, se acuesta con mujeres. Ramón
está separado. Envió las instrucciones a Argentina a pesar de la insistencia de su mujer por intentar quedarse de
alguna manera con la propiedad de Fernando. Fue el inicio del final. Con el paso del tiempo su mujer empezó a
limitarlo, a intentar alejarlo de sus amigos, a manipularlo, olvidando cómo lo había conocido, negando su esencia,
intentando cambiarlo. Ramón sólo quería ser aceptado tal cual era. Le dejó parte de sus negocios y la casa, y se
retiró a Tailandia donde vive una vida alegre y libre con una renta que recibe desde España. Yo, les cuento la
historia. Ah, me olvidaba... Micaela está casada con Gerardo, es madre de dos hermosos niños, y está feliz de
haber tenido varones. Dedicatorias que eran Prólogos. Prólogo del autor: Es difícil dedicar este libro, pero quería
hacerlo. Me llena de amor pensar en la vida de mis personajes, en qué será de ellos y en donde andarán. Amo a
Micaela, el personaje más complejo. La amo con locura, porque es la mujer herida que todos quisiéramos amar,
aunque no la aceptemos como es, aunque nos duela su estupidez y su desdicha, aunque quisiéramos matarla por
su desidia vital... Aunque sea ladina. No puedo no dedicar este libro a mis personajes, que son tan reales como yo,
como vosotros, como todos, con sus dualidades tan maravillosas en la vida real, en los sueños o en los deseos, por
no decir gustos. Dedico este libro a todos. Prólogo de Fernando: Este libro tiene varias dedicatorias, pero la
primera es para Micaela, mi gran amor. Micaela, esa mujer que me destrozó con su sumisión y la aceptación
incondicional de mi amor, tan jodido como es. Micaela era así, y no por amor, ella en realidad era así y a esa se la
dedico, porque la de ahora no necesita dedicatorias. La de ahora es la Micaela que yo hubiera querido para mí. En
segundo lugar, se lo dedico a Gonzalo, mi gran amigo, mi amigo del alma y del corazón, mi único amigo, mi piel en
el cuerpo de otro. Gonzalo, quien debería haber podido ver desde su lugar... pero no quiso. A Guillermo, que me
consoló cerca del final, con su lujuria y su hombría entendida desde su lado más femenino. Y fundamentalmente
al niño Guillermo, a esa criatura que aprendió lo que es el mundo que no debería existir. Al autor, que me dio vida
para que pudiera crecer. Y a Hernán Casciari, porque plagió al autor sin saberlo, sin haberlo leído y lo hizo reír y
llorar y sentirse vivo e identificado. Pena que no me gusten los hombres... si no... Prólogo de Micaela: A Fernando,
porque me mostró el camino que antes nadie me había mostrado. A Gonzalo, porque me quería ayudar, a su
manera tan varonil y sensible. A mi amor... A mis hijos. Prólogo de Guillermo: A este país tan generoso, que se
llama Argentina. Pour toi, mon douce ami. Prólogo de Marta. A Fernando, por lo que todos saben, A mi dulce
amor, por sus caricias.

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