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Resumen
* Actual estudiante de la Maestría en Conflicto y Paz III Cohorte en la Universidad de Medellín, Colombia
(2014). Especialista en Gobierno y Gestión Pública Territoriales por laPontificia Universidad Javeriana,
Bogotá, Colombia (2013). Defensor de DDHH. Correo electrónico: cgaleso@gmail.com.
Como lo expresa Michael Foucault, “lo que es preciso moderar y calcular son los efec-
tos de rechazo del castigo sobre la instancia que castiga y el poder que ésta (sic) pretende
ejercer”.
En ese sentido, si admitimos que el alto mando de las FARC-EP será severamente cas-
tigado, no podemos caer en el error de propiciar “ más poder” del Estado, realizando su
venganza legítima; tampoco hacer un espectáculo por sus condenas, pues, parafraseando
a Foucault, las penas estriban en lograr que los delitos cometidos por este grupo armado
no vuelvan a repetirse.
Si bien el derecho a castigar implica la función de prevenir el castigo y, en su contexto,
impedir la consumación reiterada del delito, no menos cierto es que castigar a las FARC-
EP no va a reducir la violencia generalizada imperante en Colombia. Foucault sostiene
que el poder punitivo ha de orientarse hacia “disminuir el deseo que hace atractivo al
delito, aumentar el interés que convierte la pena en algo temible; invertir la relación de
las intensidades, obrar de modo que la representación de la pena y de sus desventajas sea
más viva que la del delito y sus placeres”.
Dentro de un sistema de justicia transicional que se pretenda implementar en Colom-
bia, las penas deben enfocarse, como lo expresa Foucault, en “transformar, modificar,
establecer signos, servir al Estado”, pues tanto los máximos responsables como aquellos
guerrilleros rasos pertenecientes a las FARC-EP podrían emplear el resto de su existencia
en reparar el daño que le han propinado a la sociedad. Y si una de esas opciones es la
participación política o hacer parte de una Policía Rural, bienvenidas las propuestas en
ese sentido que procuren redefinir la abyecta e inicua democracia colombiana.
El hecho de acercar esas penas al suplicio corporal por la obcecación orgullosa de los
opositores al proceso de paz, particularmente del expresidente Álvaro Uribe Vélez y sus
súbditos del Centro Democrático, conlleva imprimir la marca de la violencia y los efectos
de un conflicto sin término. Esta ambigua posición evoca el texto de J.M. Servan cuando
se presentaban hechos atroces en los campos y ciudades:
“He aquí el momento de castigar el crimen: no lo dejen escapar; apresúrense a hacer
que confiese y a juzgarlo. Levanten patíbulos, hogueras, arrastren al culpable a las plazas
públicas, llamen al pueblo a voces. Entonces, lo oirán aplaudir la proclama de vuestras
sentencias, como la de la paz y de la libertad; lo verán acudir a esos horribles espectáculos
como al triunfo de las leyes”. (Servan, 1767, p. 35).
La visibilidad de los castigos que se busca imponer a las FARC-EP representa el vacuo
país disciplinario que se ha convertido Colombia. Si bien la “detención ha llegado a ser la
forma esencial del castigo”, según lo acota Foucault, y no puede haber un verdadero pro-
ceso de reconciliación si se promueve la impunidad; el espectáculo de repudio social que
se invoca por parte de la oposición sobre este grupo guerrillero infiere la aversión y saña
de un amplio sector político que ejerce una fuerza ritualmente manifestada del Estado.
Aunque los sistemas penales han evolucionado, la derecha colombiana se mantiene en
el concepto del siglo XVIII y concibe a una guerrilla aislada en prisiones individuales y so-
metida “a una detención aislada, a un trabajo regular y a la influencia religiosa”. Algunos
guerrilleros podrían “no solo inspirar el terror a quienes se sintieran movidos a imitarlos,
sino también corregirse ellos mismos y adquirir el hábito del trabajo” (Julius, 1831, p.
299). Los derechistas no contemplan la posibilidad de que las FARC-EP puedan reinser-
tarse moral y materialmente a la sociedad, pues solo el confinamiento podrá destruir su
ideología izquierdista y modificar su espíritu insurgente.
Una guerrilla encarcelada podrá cotidianamente ser observada y controlada por el sis-
tema carcelario; y evidenciará la encomia soñada del procurador general: la disciplina y
la religiosidad transformarían a los guerrilleros condenados. Pensamiento advertido por
Foucault ante las múltiples infracciones de los castigados: “formar un sujeto obediente,
un individuo sometido a hábitos, a reglas, a órdenes, a una autoridad que se ejerce conti-
nuamente en torno y sobre él, y que debe dejar funcionar automáticamente en él”.
Ese poder de castigar a las FARC-EP no debe amenazar con ser arbitrario y despótico,
marcado por una pletórica manipulación mediática y la venganza política, sino en un con-
texto excepcional con el propósito de terminar el conflicto armado y generar condiciones
para una paz estable y duradera que permita la reconciliación nacional.
3. La disciplina de las FARC-EP
La guerrilla de las FARC-EP es el vivo ejemplo de la dominación de los cuerpos por
más de 50 años. Una ideología insurrecta que, utilizando métodos disciplinarios, ha he-
cho de sus miembros unos cuerpos dóciles que puedan “ser sometidos, utilizados, trans-
formados y perfeccionados”. Ese poder de disciplinar imbrica docilidad, que en palabras
de Foucault representa “el control minucioso de las operaciones de cuerpo, garantiza la
sujeción constante de sus fuerzas y le impone una relación de docilidad-utilidad denomi-
nada disciplina”.
Con unos reglamentos claros y minuciosos así como una distribución de la tropa en
campamentos y frentes guerrilleros; el alto mando responsable controla y vigila no solo
la deserción de “farianos y farianas”, sino también aquellos territorios plagados de tráfico
de estupefacientes, minas antipersona, minería ilegal y los que se encuentran en un total
abandono del Estado. Esa disciplina le ha permitido articular la lucha armada y sostenerla
en el decurso del tiempo. Cada combatiente es individualizado mediante la observación
de su rapidez, vigor, habilidad, constancia, manipulación de armas y pertrechos, tiempo
empleado en una tarea táctica, lealtad para afrontar el conflicto armado; así, es posible
definir el rango de cada uno de ellos teniendo en cuenta sus fracasos o logros militares. Al
respecto, Foucault expresa que la disciplina trabaja por “la constitución de cuadros vivos
para transformar las multitudes confusas, inútiles o peligrosas, en multiplicidades orde-
nadas”. Se trata de “inspeccionar a los hombres, comprobar su presencia y su ausencia, y
constituir un registro general y permanente de las fuerzas armadas”.
El poder disciplinario de las FARC-EP incluye el reclutamiento de mayores y menores
de edad, siendo este último un crimen de lesa humanidad. Dicho procedimiento se en-
cauza al aislamiento para el adoctrinamiento revolucionario, instrucción militar; período
de práctica y la prescripción de ejercicios militares para definir el nivel o rango de cada
guerrillero dentro de la organización armada. Esta tendencia se armoniza con lo descrito
por Foucault, quien se refiere a la disciplina que utiliza la milicia como “aparato para su-
mar y capitalizar tiempo”.
Para Foucault la formación militar es “un tiempo disciplinario que se impone poco a
poco frente a la práctica pedagógica, especializando el tiempo de formación y separán-
dolo del tiempo adulto, del tiempo del oficio adquirido; disponiendo diferentes estadios
separados los unos de los otros mediante pruebas graduales; determinando programas
que deben desarrollarse cada uno durante una fase determinada y que implican ejercicios
de dificultad creciente; calificando a los individuos según la manera en que han recorrido
estas series”.
Esta disciplina también se ve incursa inmersa en la articulación, la cooperación, la
obediencia y la vigilancia en las operaciones militares; pues, al combinar las fuerzas, se
obtienen mejores resultados. Sin embargo, para un grupo armado como las FARC-EP, esa
mezcla de fuerzas ilegales se vio reflejada en ataques terroristas, bombardeos, mutilacio-
nes por minas antipersona, tomas violentas de unidades militares, estaciones de policía y
municipios, secuestros, etc. Estas acciones guerrilleras fueron respaldadas por disposición
del Estado Mayor Central y victimizaron a miles de colombianos en todo el territorio
nacional.
Sobre el precedido entorno, Foucault expresa que “toda actividad del individuo disci-
plinado debe ser ritmada y sostenida por órdenes terminantes cuya eficacia reposa en la
brevedad y la claridad; la orden no tiene que ser explicada, ni aun formulada; es precisa
y basta con que provoque el comportamiento deseado”.
El amplio horizonte de la disciplina busca insoslayablemente observar, registrar y “en-
derezar la conducta” de los hombres. Foucault determina que “la disciplina fabrica in-
dividuos; es la técnica específica de un poder que toma a los individuos a la vez como
objetos y como instrumentos de su ejercicio”. El aparato judicial no escapó de ese poder
disciplinario.
4. Justicia disciplinada
La justicia se encarga de aplicar el marco jurídico (normas) para las relaciones entre
personas e instituciones. Se trata de tomar en cuenta la actividad de los cuerpos, es decir
su actuación y/o comportamiento. Una vigilancia y un control ejercido a través de jueces
y fiscales.
El hecho de mantener la armonía entre los integrantes de la sociedad, requerirá esta-
blecer toda una maquinaria que reglamente la interacción social de los ciudadanos, bajo
un poder disciplinario amparado en la dominación del conglomerado a través del ordena-
miento jurídico que –bien– o mal permitió la formación del Estado nacional.
Precisamente, la lucha insurgente contra la consolidación del Estado es una de las
causas que originó el conflicto armado colombiano. En consecuencia, muchos consideran
que la rebelión de las FARC-EP debe castigarse para normalizar su conducta y su ilega-
lidad; y no tanto para lograr una solución negociada con una de las partes del conflicto.
Al referirse a la “normalización”, Foucault considera que “lo que compete a la penalidad
Tales entes disciplinarios, que utilizan procesos investigativos, invaden una justicia
penal enfocada a la “disciplina indefinida, la observación minuciosa y un encarnizado
examen”. Foucault advierte que el actual sistema penal se alinea con “la problematización
del criminal de tras (sic) de su crimen, la preocupación por un castigo que sea una co-
rrección, una terapéutica, una normalización, la división del acto de juzgar entre diversas
instancias que suponen medir, apreciar, diagnosticar, curar, trasformar a los individuos”.
Como instrumento moderno de la penalidad emerge “la región más sombría del aparato
judicial: la prisión”.
Aunque Foucault señala que “el encarcelamiento penal, desde el principio del siglo
XIX, ha recubierto, a la vez, la privación de la libertad y la transformación técnica de los
individuos”; en una Colombia enferma y trastornada por la violencia, per se reglamenta-
da, la detención penal no desempeña una función resocializadora ni transformadora de
los individuos. El crimen de los niños en Caquetá perpetrado por Cristofer Chávez (alias
Desalmado), quien ya había sido condenado a 28 años de cárcel, entre otros tantos casos,
así lo corrobora.
La prisión, considerada por Foucault como “la forma más inmediata y más civilizada
de todas las penas”, una solución inevitable e irremplazable para castigar las infracciones
a normas y reglamentos que han lesionado los intereses de la sociedad disciplinaria; no es
la única alternativa para aplicar dentro de un proceso de justicia transicional, pues surgirá
el interrogante: ¿las FARC-EP aprisionadas lograrán sofocar los efectos del conflicto e im-
pedir que nazcan nuevas complicidades de lucha armada contra el Estado? En suma, ¿las
FARC-EP “aisladas moralmente”, castigadas y reprimidas contribuirán a la construcción
de una paz duradera?
Reflexiones finales
Colombia debe avanzar en la construcción de su cuerpo social, en el respeto de los
derechos fundamentales, en el fortalecimiento de la democracia, la libertad y la voluntad
de los ciudadanos; desvirtuando el pensamiento militarista, el cual plantea que sin la exis-
tencia de la tropa no se mantendría la guerra ausente en la sociedad civil y desestimando
la disciplina como método de “coerción individual y colectiva de los cuerpos” tal como lo
sostiene Foucault.
El derecho a castigar a las FARC-EP no puede propiciar la disimetría entre los guerri-
lleros, que osaron violar la ley, y el Gobierno, que ejerce su fuerza para reclamar vindicta;
pues estaremos frente a una escena en la cual la ejecución de la pena se tornará desequili-
brada y excesiva, no para aplicar justicia pero sí para la reactivación del poder del Estado.
Sería intolerable que en Colombia ocurriera otro genocidio como otrora sucedió contra la
Unión Patriótica (UP) y los asesinatos de líderes del extinto M-19. Este, sin duda, es uno
de los grandes temores de la desmovilización de las FARC-EP.
Aunque el argumento de Foucault es contundente cuando estima que las disciplinas
son “técnicas para garantizar el ordenamiento de las multiplicidades humanas, aumentar
la docilidad y la utilidad de todos los elementos del sistema”, un error del posconflicto
será distribuir guerrilleros de acuerdo con sus aptitudes y su conducta, y por tanto, según
el uso que de ellos se pueda hacer en un proceso de reinserción. Resultaría impensable
ensayar sobre las FARC-EP una presión constante de sometimiento al modelo de Estado,
al que por tanto tiempo atacaron, para que estén obligadas en conjunto “a la subordina-
ción, a la docilidad y a la exacta práctica de los deberes y de todas las partes de la disci-
plina”. Es insensato que todos nos asemejemos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Ambos, Kai. (2011). Selección y priorización como estrategia de persecución en los casos de
crímenes internacionales, [en línea], disponible en: http://www.corteidh.or.cr/tablas/
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Foucault Michel. (2009). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI.
Julius N.H. (1831). Leçons sur les prisons. (trad.). Paris, s. e.
Servan J. (1767). Discours sur l’administration de la justice criminelle. [En línea], disponible
en: http://ledroitcriminel.free.fr, recuperado: 15 de febrero de 2015.