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En una de sus parábolas, Jesús habló de un hombre que acumuló muchos bienes,
para morir sin poder disfrutarlos. “Así pasa con el hombre que atesora para sí,
pero no es rico para con Dios.” (Lucas 12:16-21.) ¿Hizo mal este hombre al trabajar
duro para proveerse de lo necesario? De ninguna manera. El problema fue su
actitud materialista. Excluyó a Dios de sus planes. Por eso, toda su riqueza —todo
aquello por lo que había luchado— a la larga no le sirvió de nada
Jesús, en cambio, nos invita a poner todo nuestro empeño en alcanzar una
recompensa eterna: “Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el
alimento que permanece para vida eterna” (Juan 6:27)
Los discípulos de Jesús y los demás que están escuchándolo podrían caer en la
trampa de esforzarse por obtener riquezas o acumularlas. Por otro lado, las
preocupaciones de la vida podrían distraerlos e impedirles servir a Jehová. Así
que Jesús repite este excelente consejo que dio alrededor de un año y medio
antes en el Sermón del Monte:
“Dejen de angustiarse por su vida, por lo que van a comer; o por su cuerpo, por
lo que van a ponerse. [...] Fíjense en los cuervos: no siembran ni cosechan,
no tienen ni granero ni almacén, pero Dios los alimenta. ¿Y acaso no valen
ustedes mucho más que las aves? [...] Fíjense en cómo crecen los lirios.
No trabajan duro ni hilan; pero les digo que ni siquiera Salomón en toda su gloria
se vistió como uno de ellos. [...] Por eso, dejen de andar buscando qué comerán
y qué beberán, y dejen de estar excesivamente preocupados. Estas son las cosas
que con tanto empeño buscan las naciones del mundo, pero su Padre sabe que
ustedes las necesitan. Así que, más bien, sigan buscando el Reino y entonces
recibirán todas esas cosas” (Lucas 12:22-31; Mateo 6:25-33).