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índice
P r ó l o g o ........................................................................................................... 11
Mi b r e v ia r io b u r s At i l .............................................................. 17
La B olsa es m i v i d a ............................................................ 17
S obre la lluvia y el buen t ie m p o ........................................ 22
La Bolsa: e lix ir vita l de los grandes d el m u ndo . . 27
La caprichosa lógica de la B o l s a ................................. 32
La influencia del tip o de in terés y de las decisiones
g u b e rn a m e n ta le s .......................................................... 45
In flación y B o l s a ........................................................................... 47
La influencia de la política de im puestos y de la p o
lítica m o n e t a r i a ............................................................ 49
Fases de los m ovim ientos cíclicos en la B olsa . . . 53
E l cam in o del éx ito: actuar con tra los ciclos . . . 58
«Q u ien adora pequeñeces no se m erece grandezas», . 67
E l especulador: estratega a la rg o plazo . . . . 69
E xpertos y m il a g r e r o s ..................................................... 73
¿Cuál es el va lo r de las in form acion es de «p rim e ra »
m a n o ? ............................................................................... 76
Los gráficos: la curva fe b ril de una acción . . . . 82
«M a la in form ación, m alos resu lta d os»: sobre el o rd e
n ad or en la B o l s a ..................................................... 88
«B o o m » y ban carrota: una yunta inseparable . . . 91
L a h i s t o r i a d e l a B o l s a e s t a m b ié n m i h i s t o r i a . . 93
A m érica pagará... La catástrofe de 1557 . . . . 93
La catástrofe de los tulipanes en el sig lo x v i i . . . 95
A m sterdam , la prim era de las B olsas m odernas . 98
La B olsa de Londres: cen tro n eu rálgico de un im p erio
¡n c o m e n s u r a b l e ....................................................................102
E l B e m ie C o m feld del sig lo x v i i : John L a w . . . 108
H acia la prim era revolu ción in d u s t r ia l...................................111
E l viern es n egro de 1869: ca tá stro fe bu rsátil en N u e
va Y o r k ...................................................................
M iran do atrás: el siglo x ix . Los p rim eros tiem p os . . 116
C uando S aulo se c o n v ie r t b en P a b l o .................121
Los inquietos años vein te del m undo o ccid en ta l . . 121
E l ju ga d o r a la b a ja a f o r t u n a d o ..................................129
¿ R e ír cuando los dem ás llo r a n ? ........................................ 138
«B o lsista y adem ás m ú s ic o » .................................... 144
E l dinero" es pereced ero; el arte, etern o . . . . 145
« M i » im p e r io en e l oub — a s í lo e spero — n u nc a se
PONB EL S O L ..........................................................................247
La Bolsa com o p a s i ó n .............................................................247
Esa Bolsa perversa............................................................. 248
S ob re los visitantes y los especuladores al día de la
B o l s a .......................................................................................250
Los espectadores ocasionales de la B olsa . . . . 251
La niña de mis o jo s: la B olsa de P a r í s ......................253
Las bolsas e x t r a e u r o p e a s ..........................................258
B arbara S ilbiger: la pitonisa de H ungría . . . . 261
M i redu cido círcu lo de los últim os m ohicanos . . . 263
La Bolsa: un im p erio en el qu e — así lo espero— el
sol no se pondrá j a m á s ..........................................265
A p é n d ic e .......................................................................... 267
S iem pre hay que ten er m iedo, p ero nunca aterrarse:
pequeño catecism o de la Bolsa, p o r André K ostolany 267
D iez m a n d a m ie n to s ....................................................... 271
Diez p r o h i b i c i o n e s ....................................................... 271
Y o n o enseño,
cuento.
M ic h e l db M o n t a ig n e
Prólogo
11
P o r el contrario, el ju gador de ruleta disfru ta ganando;
pero su segundo placer es perder, pues su satisfacción radi
ca en la excitación nerviosa y no en el dinero. Ésta es la
razón por la cual los m illonarios dan el m a yor núm ero de
apasionados jugadores de azar, sin que im p orte la cantidad
oue arriesgan.
Su placer radica en el desafio a la suerte. Y o con ozco a
una persona que nada en dinero y, sin em bargo, se cuela en
el autobús sin pagar. L o qu e le im porta no es la cantidad
ahorrada, sino que le seduce el riesgo, el hecho de ir sin
billete y librarse de la multa.
Extrañam ente, los jugadores a los oue les sonríe la suerte
son, p o r lo general, los más llam ativos «n u evos ric o s » y los
más em busteros y exagerados. Se jactan de sus ganancias y
se callan sus pérdidas. Tras un golpe de suerte se pavonean
con a ire triunfal com o si fueran los m ayores genios.
Los intelectuales y los artistas, ju n to a la ven ta ja prácti
ca de ganar dinero, encuentran satisfacción en ello porqu e
el dinero significa la confirmación oficia l de su éxito. Hay
pintores, escritores y músicos que nacieron ricos. Para ellos
su gran placer es, p o r lo tanto, pintar, escrib ir o com p on er y,
además, cobrar por ello sus buenos honorarios. Un vie jo
am igo m ío com pra, a través de interm ediarios, los cuadros
que pinta su m u jer para que ésta tenga la satisfacción de
ganar dinero con su arte. Incluso la m u jer más rica y más
hermosa cobrará gustosamente p o r posar com o m odelo de
publicidad. Estos ingresos son la m e jo r prueba de qu e es
realm ente una m u jer bella y deseable.
N o cabe duda de que el ser pagado constituye la m ayor
alegría qu e produce el ganar dinero. Y o m ism o he tenido esa
experiencia. Cuando hace muchos años publiqué un libro
que se vendió m uy bien, mi m ayor satisfacción n o fu e el
diez p o r ciento de los derechos de autor, sino el saber que
los lectores estaban dispuestos a pagar diez veces m ás para
conocer m is ideas. Al fin y al cabo, durante muchos años es
tuve ofrecien d o mis consejos de manera gratuita, en distintos
cafés y bares del mundo, a todo el que m ostraba interés en
conocerlos. Espero que este libro m e produzca una alegría
semeiante.
Naturalm ente, existen seres humanos que renuncian al
triu n fo m oral y al reconocimiento de sus m éritos y sólo en
cuentran placer en aumentar su dinero, sin im portarles los
fundamentos y los medios. Para este tipo de personas « e l di
nero es com o el agua del mar para el sediento: cuanta más
agua salada bebe más sediento se siente», com o ya d ijo Scho-
penhauer. Y al final acabarán convirtiéndose en m illonarias.
La definición de la palabra m illonario resulta m uy deli
cada, puesto que todo es relativo. «E s un "m illo n a rio sólido"
— solían d ecir antaño los vieneses— ; tiene al menos 100 000
gulden.» En aquellos días eso ni siquiera resultaba paradó
jic o , pues la palabra m illonario no significaba necesariamen
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te qu e el designado con ella poseyera un m illón. Significaba
y significa que aquel a quien se a p lica es un hom bre rico,
m ereced or de respeto, lo m ism o qu e se le puede llam ar «un
R oth sch ild » o un «C re so ».
S er m illon ario en N u eva Y o r k no significa lo m ism o que
serlo en la Budapest actual. E n B u dapest hay m illonarios,
pero en florines y n o en dólares.
Finalm ente, surge esta cuestión: ¿posee la persona de re
feren cia un capital de un m illó n o una renta de un m illón,
lo qu e significarla capital m ucho m ás considerable? En el
siglo x e x , cuando en Francia o In g la te rra se llam aba m illo
n ario a un caballero, esto no tenía nada qu e v e r con el capital
que poseyera, sin o con la renta de qu e disponía. Adem ás,
hay q u e ten er en cuenta, a l re fe rirs e a un h om bre que tiene
un determ in ado capital o renta, cuáles son sus obligaciones,
sus cargas y sus aspiraciones.
De acuerdo con tod o esto, h e aquí m i definición: un m i
llon a rio es aquel cu yo capital o ren ta no depende de nadie
y es suficiente para satisfa cer sus aspiracion es y necesidades.
Que no trabaja, qu e n o tiene qu e in clinarse ante un je fe ni
ante los clientes y qu e puede m an dar al in fiern o a tod o aquel
que no le agrada. E sto significa el m a y o r lu jo en la vida. El
h om bre que puede v iv ir así es el verd a d ero m illonario.
E stoy convencido de qu e la m a y o r parte de m is lectores
no están de acuerdo con esta defin ición d el m illon ario. Es ló
gico, pues y o tam poco fu i siem p re de esa opinión. S ólo a la
edad m adura y tras m uchos lustros de experiencia en la vida
he llegad o a esa conclusión.
Lo s candidatos a m illon arios son im pacientes. N o están
dispuestos a esperar largos años a ou e les llegu e la fortuna.
S ólo m ientras seam os jóven es, se dicen, podrem os sacar pro
vecho a nuestros m illones, y no cu ando va estem os obligados
a ir en la silla de ruedas. L a in depen den cia no es para ellos
el gran o b jetivo . Sienten, co m o G oethe d ijo , que «la pobreza
es la m a yor de las plagas, la riqu eza e l m a yor de los bienes».
N o só lo quieren d isfru tar d el lu jo m a terial, sino sen tir tam
bién la «ra d ia c tiv id a d » del din ero, es decir, el servilism o de
los demás.
P ara muchos, los m illon es significan tam bién p o d er y p o
sición social. Les produ ce a legría re c ib ir el h om enaje y la
sum isión de los dem ás, a tra er a los cobistas y o ír palabras
de alabanza. Y despertar la en vidia de los enem igos. Su
deseo es: m e jo r m il envidiosos qu e la com pasión de una sola
persona. E l p rovo ca r la en vidia se cuenta, tam bién, en tre los
grandes placeres del m illon ario.
M is experiencias de los ú ltim os trein ta años confirm an
ou e só lo puede llegarse a m illo n a rio en p oco tiem po m ediante
una de estas tres posibilidades:
1. Especulando (con bienes inm uebles, valores, m ercan
cías varias, etc.).
2. Contrayendo m atrim on io con una persona rica.
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3. D esarrollando una idea ú til en e l cam po de la indus
tria o el com ercio.
A la especulación in m obiliaria le ha dado un gran im pul
so la inflación perm anente, y tam bién puede fa vo rec erla la
reconstrucción de un país destruido. L o s créd itos fá ciles han
produ cid o grandes éxitos. Pero esas oportu n idades n o se re
piten cada día.
Onassis llegó a ser uno de los m illo n arios m ás adm irados
gracias a sus arriesgadas especulaciones con buques. Estas
especulaciones pudieron basarse en créd itos verdaderam en te
astronóm icos, p ero tan caros qu e en m ás de una ocasión
llevaron a Onassis al b o rd e de la ruina, cuando los fletes su
frie ro n una caída vertiginosa. E n los ú ltim os m om entos, su
salvación se p ro d u jo al declararse una pequeña gu erra, en
algún lugar, qu e de nuevo hizo su b ir los fletes. (P erso n a l
mente, estoy convencido de qu e Onassis y m uchos de sus
colegas avispados consiguieron de los bancos créd itos en ma
y o r cuantía qu e la garantía real d el v a lo r de sus buques, gra
cias a los sobornos.)
La lista de los recientes éxitos m ás espectaculares es
larga; no sólo las ideas eran positivas y felices sin o qu e ade
más la gran am bición de ganar din ero fu e el m o to r de esos
éxitos. E l d in ero acude a aquellos qu e lo buscan con pasión
ilim itada. E l que qu iere lleg a r a ser ric o tien e qu e esta r hip
notizado p o r el din ero com o la serpien te p o r su encantador.
Naturalm ente, necesita adem ás de la suerte. L o ú nico su-
perflu o es dedicarse al estudio y al a p re n d iza je de la econo
m ía em presarial y otras seudociencias.
|Quién podría ser un m e jo r e je m p lo qu e e l « r ic o G riin »,
de có m o puede llegarse a m illo n ario sin n ecesidad de estu
dios!
S iendo p o b re respondió a un anuncio en el qu e se o fre
cía un puesto de sacristán en un tem p lo de Viena. E n aque
llo s días un sacristán tenía qu e saber le e r y escribir. Com o
G riin era analfabeto, n o le d ieron el em pleo. D esconsolado,
u tilizó el p oco din ero qu e le habían dado com o com pensa
ció n p o r el via je, para em igra r a E stados U nidos. E n Chicago
em p ezó a h acer buenos negocios. Con sus p rim eros ahorros
creó una em presa qu e fu e crecien do m ás y m ás a m edida que
pasaba e l tiem po. Un gran grupo de em presas le co m p ró sus
negocios y, a la h ora de firm a r e l co n trato , se p ro d u jo la
gran sorpresa: Griin, analfabeto, n o estaba en condiciones
de firm ar.
— jDios m ío! — d ijo el abogado d el co m p ra d or— . |Hasta
dónde hubiera llegad o usted de saber le e r y escribir!
— [S ería sacristán de una iglesia de V ien al — fu e la res
puesta.
Para aquellos qu e saben le e r y e s c rib ir este lib ro será com o
una guía de viajes que los conducirá p o r el país de la especu
lación, p o r el fabu loso m undo del d in ero y la Bolsa.
A quien pen etre en esa Jauja m aravillosa y se m u eva den
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tro de ella sin más o b je tiv o qu e el dinero, a aquel que tan
sólo idolatre los bienes m ateriales, qu iero a b rirle las puertas
para qu e pueda d ir ig ir su m irada a un mundo m uy distinto.
La Bolsa, de acuerdo con m is experiencias, es un regalo
que m e he hecho a m í m ism o, un tro zo de m i propia libertad.
Y para disfru tar de las viven cias de esa libertad dispongo de
la música, de la literatu ra y, so b re todo, de la satisfacción
del contacto con los o tros seres humanos, con los humildes
y con los más encumbrados.
P o r esta razón, la siguiente confesión es autoconsciente y
orgullosa:
¿M inistro de H acien da? N o p u edo serlo.
¿B anquero? N o q u iero serlo.
¿E specu lador y ju g a d o r de B olsa ? |Eso es exactam ente lo
qu e soy!
Mi breviario b u rsátil
L A B O L S A E S M I V ID A
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tían va especuladores antes de q u e la B olsa hubiera visto la
luz d el mundo. S i qu isiera resu m ir en una frase la historia
de la especulación tendría qu e d ecir: nació con el h o m o
ludens. que ha ju ga d o, ganado o perdido, p ero qu e nunca
m orirá.
E stoy con ven cido de q u e tras toda depresión bursátil,
en la qu e el h om bre acaba asqueado de las acciones y la Bolsa,
vien en tiem pos en los qu e se o lvid a n todas las heridas del
pasado y vuelven la a tracción hacia la Bolsa, qu e llam a a las
gentes com o la lu z a la m ariposa. Y si no lo hace ella p o r
su p rop ia fu erza de atracción, la industria bursátil, altam en
te desarrollada en nuestros días, se encargara de ello. En p ri
m er lugar, con el señuelo del dinero.______________________________
Po d ría com p a rar al h o m o ludens, y en especial al ju ga d o r
de Bolsa, con un a lco h ó lico que, tras una buena borrachera,
al día siguiente su fre una trem enda resaca y decide n o vol
v e r a tom a r una sola copa. P ero al lleg a r la tarde saborea un
có ctel, después o tr o y un tercero, y cuando llega la m edia
noche está tan borrach o co m o lo estu vo la noche anterior.
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dista no es com parable al d el ju g a d o r de Bolsa, puesto que
este últim o se asem eja más bien al acrób a ta qu e baila en la
cuerda floja. P e ro am bas p rofesion es tienen en com ún que
conocen, ciertam ente, e l p a rv u m ó m n ib u s ex lo t o n ih il de
los latinos: exigen una agudeza d e visió n y una buena cultu
ra general, experiencia y co n o cim ien to de la vida y una per
m anente pasión p o r la profesión .
S e nace especu lador co m o se nace period ista o filósofo,
aunque sea filó s o fo de lib ro de b o lsillo . En cada m om ento
o cu rre algo nuevo en el m undo: n oticias de la gu erra en el
O rien te Próxim o, enem istades o am istades en tre los Estados
árabes, problem as con las drogas y el racism o en Am érica,
nuevos avances en los m edios d e com u n icación de masas,
elecciones en Janón, huelgas en P olon ia , revolu ción de la m oda
fem enina, desarrollo de la in du stria pesqu era en Islandia,
nuevas investigaciones sobre el cá n cer pulm onar, etc., etc.
La suma de todos esos acon tecim ien tos es el a con tecer mun
dial, la historia d el mundo.
M i corta vida se ha desarrollado en directa proxim idad a
esta historia del mundo, precisam ente p o rq u e he v iv id o de
la Bolsa. Todos los acontecim ientos, grandes o pequeños, han
influido en la B olsa y la Bolsa, en m i bolsillo. P aradójica
m ente, de mis p rim eras relaciones con la Bolsa sólo guardo
un recu erdo doloroso.
S O B R E L A L L U V IA Y E L B U E N T IE M P O
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cularon con m ercan cías); p o r e l con trario, las otros, los que
se decidieron p o r los va lores y acciones, acabaron en la ruina.
En la B olsa de produ ctos, todos se precipitaron a adqu irir
aquellas m aterias que, en caso de guerra, no podrían seguir
siendo im portadas. S e especu ló con cacao, vainilla, pim ienta
y tam bién con rafia, una especie de cáñam o que se suele
u tilizar para a ta r las cepas en ios viñedos.
M i h erm an o E m m erich, qu e en aquel entonces era un
joven em p lea d o en un gran banco, se sintió arrastrado tam
bién p o r esa fieb re y , en com pañía de algunos amigos, es
peculo con rafia. A l p rin cip io, tod o pareció irles bien. Pero
cuando el m ariscal de cam p o H in den bu rg d erro tó a los ru
sos en Tan nen berg, Prusia O riental, todos los cam bios bur
sátiles su friero n una rápid a caída, pues se creyó que la gue
rra acabaría en p o co tiem po. E m m erich p erd ió tod o su
dinero y, p o r si eso fu era poco, q u ed ó endeudado con el
banco. Cuando en esa dram ática situación em pezó a hablar
de suicidio, m i padre se sin tió en la obligación de liqu idar
sus deudas para e v ita r la tragedia que nos amenazaba. Desde
entonces, la palabra rafia no ha vu elto a ser m encionada en
nuestra fa m ilia .
Apenas acababa de ser liqu idada la desafortunada especu
lación, los acon tecim ien tos en el fren te y en la Bolsa em pe
zaron a s u frir un nuevo cam bio. L o s franceses ganaron la
batalla del M a m e y de nuevo se pensó qu e la guerra sería
larga. La fibra de rafia em p ezó a subir, p ero desgraciadam en
te dem asiado tarde para nosotros. A sí aprendí, a edad muy
temprana, q u e en la B o lsa las cosas ocu rren al p rin cip io de
m anera distin ta a co m o se pensó y só lo después se endere
zan y suceden co m o se había esperado. Cuando, pese a todo,
se gana d in ero en la Bolsa, es el salario del d o lor: prim ero,
com o ya hem os dich o, llega el su frim ien to; después, el dinero.
E l m u ndo de M arienbad, con su música, sus paseos y sus
clientes internacionales, ha desaparecido hace mucho tiem po,
y lo m ism o puede d ecirse de la B olsa de Budapest. M i her
m ano y m is padres m u rieron hace tam bién mucho. Si se la
com para con las gigantescas especulaciones que se realizan
hoy día, aquella de la rafia fu e algo realm en te m icroscópico.
La suma qu e p erd ió m i herm ano y qu e estuvo a punto de
p rovo ca r una tragedia, n o era más alta de lo que h oy se gas
taría uno de los grandes m agnates de W all S treet en una
noche de ju erg a con sus am igos. P e ro la historia la tengo
grabada en m í d e m anera dolorosa.
O tro aco n tecim ien to de la época fu e m enos dram ático pero
igualm ente in stru ctivo.
O cu rrió en B udapest, en m i infancia, cuando y o estaba
precisam ente en la edad d el pavo. En la vida cotidiana de la
H ungría de en ton ces la B olsa de los cereales irradiaba una
luz especialm en te b rilla n te. E l país era uno de los grandes
produ ctores de cereales panificables, de m aíz y cebada. Era
el m ercado m ás a n im a d o de toda Europa. S e realizaban g i
23
gantescas operaciones, y los telegram as de u ltram ar y las ór
denes de com pra o venta llegaban a la ciudad y le daban un
im pulso extraordinario. Las enorm es oferta s brindaban la
oportunidad de especular a n ivel m odesto, lo qu e hacía p o
sible que todo el mundo participara, y eso era algo m uy acor
de con la alegre e inquieta m entalidad de los húngaros.
T o d o el mundo hablaba de los cereales y todos creían saber
las razones que podían m od ificar su cotización. E l elem ento
principal en ese ju ego de adivinanzas era e l tiem po, el co lo r
del cielo, pues un sol dem asiado ardien te Donía en p eligro
la cosecha, mientras que la lluvia la mej'orarfa.
Las cotizaciones subían o bajaban com o el baróm etro, de
acuerdo con los inform es m eteorológicos. En las terrazas de
los cafés qu e poblaban la ciudad, en las calles y plazas, la
gente se paraba para com entar, im paciente, el p ron óstico del
tiem po, sobre todo aquel verano excepcionalm ente seco, y no
apartaba los o jos del cielo, tratando de descu brir cualquier
nube. La falta de lluvia hizo p eligra r la cosecha de avena.
Incluso en las altas esferas m ilitares su rgió la preocupación,
pues en aquellos días la avena tenía para ellas la m ism a im
portancia que la gasolina para un eje rc ito m oderno. Junto a
estas preocupaciones m eteorológicas d el m om ento, había otra
m ás: el resultado del partido de fú tb o l qu e debía en frentar
a la selección húngara con la austríaca.
Estaba en ju ego el h on or dep ortivo nacional, que tod o el
m undo consideraba com o algo personal. Ese acontecim iento
deportivo, tanto tiem po esperado, consiguió, incluso, superar
la paralizante pereza de aquel cálido verano.
Y o estaba doblem ente excitado. E ra el p rim er p artido de
fú tbol que iba a presenciar y, p o r si fu era poco, tendría el
placer de qu e m e llevara m i tío más querido.
La mañana del partido, tan pron to salté de la cama m e
puse a m irar el d élo . En el h orizonte se destacaban espesas
nubes que lo cubrían casi p o r com pleto, y parecían dirigirse
hacia nosotros, arrastradas p o r el vien to anunciador de llu
via. E l a ire era pesado y ya casi se oían los truenos. M e sentí
llen o de inquietud, com o m i prim o, qu e debía acompañarnos.
Durante toda la mañana el tiem no fu e em peorando y en
la misma medida creció nuestro desencanto. Pese a todo, nos
presentam os a la hora acordada en la casa de nuestro tío,
presintiendo que estaría al menos tan preocupado com o no
sotros. |Qué sorpresa! Tenía los o jos radiantes, sonreía d i
choso y se frotaba las manos com o si acabara de tocarle la
lotería. Nunca solía burlarse de los niños, ni siquiera en
broma.
— ¡M is queridos niños, vaya un día...! Y a podéis v e r que
llu eve a cántaros. |E1 nartido ha sido suspendidol
M i prim o y y o nos quedamos m udos. |No había partido!
Y el tío parecía tan satisfecho com o si se tratara de un día
radiante. N o podíamos entender p o r qué se mostraba tan
cruel con nosotros.
24
— E sto es fabu loso, una llu via m agnífica — continuó, para
consternación nuestra— . N o lo entendéis, ¿verdad? Esta lluvia
es m i suerte. Mañana bajará la avena en la Bolsa. L le v o se
manas esperándolo.
N u estro tío tenía razón: al día siguiente, se p rod u jo una
caída del p recio de la avena. A q u ellos qu e habían especulado
a la b a ja pu dieron re c o g e r sus ganancias, y los m ilitares se
tranquilizaron... ¡A costa de n uestro p a rtid o de fú tb o ll La
B olsa tenía sobre su conciencia la suspensión d el p artido pa
sado p o r agua. Ese m ism o día m e p ro m etí a m i m ism o que
en el m om ento deb ido m e ven garía de ella.
H e aceptado el ju ego. H e tem b lad o ante las oscilaciones
de la cotización d el algodón m ien tras observaba e l cielo de
N u eva Orleans. A l aproxim arse la cosecha de cereales, inves
tigaba si soplaba o no e l vien to en el M ed io Oeste, antes de
com prar o ven d er en la B olsa de Chicago.
Varias décadas después de m i experiencia con la avena,
com prendí, de repente, p o r qu é la B olsa de productos de
París v e de vez en cuando las cosas negras. Un día pude ob
servar có m o aquellos dignos señores, apoderados de los gran
des fabricantes de azúcar, iban llen os de inquietud de un lado
para o tro. Salían a toda prisa, observaban el cie lo con aire
preocupado y regresaban co rrien d o al in terio r d el ed ificio
gris. R ealm ente, la llu via hace c recer la rem olacha de la que
se obtien e el azúcar. S i lo s cielos se aclaran, sube el precio;
unas cuantas gotas, y la co tiza ció n baja.
Y a desde m u cho antes de la p rim era gu erra mundial — sin
que nadie sepa e l porqu é— París era el cam po de batalla del
azúcar, el o b je tiv o m ás im p orta n te de la especulación in ter
nacional en la Bolsa de produ ctos. Un ju e g o apasionado se
desarrollaba a llí b a jo la batuta de los grandes inspiradores,
a los cuales hay qu e a grad ecer los felices días de la belle
époque. Las cosas fu eron tan lejo s, qu e e l gob iern o tuvo que
in terven ir cuando uno d e lo s reyes d el m ercado, e l fabrican te
de azúcar egip cio C rosnier, h izo bancarrota. E n la crisis bur
sátil de la noche siguiente, el azú car b a jó de 33 a 16 francos,
lo qu e p ro d u jo el caos en las transacciones de ese alim ento
tan im portante, e h izo im p rescin d ib le poner orden en la si
tuación.
La m elodía es siem p re la m ism a... ¡Llu via o so lí Eso puede
significar un alza d el cin co p o r cien to en el azúcar, los cerea
les y todas las m aterias prunas qu e se dejan in flu ir p o r las
condiciones clim áticas.
. . . y el tifó n « Is a b e lla »
25
m osféricas que, en determ inadas p a rtes de la T ierra , se hacen
apreciables a d ia rio y que, en muchas ocasiones, fu eron la
causa de verdaderas catástrofes financieras.
Un banco suizo recuerda todavía una torm en tosa crisis
financiera de los años cincuenta, cuando una sociedad se vio
obligada a h acer suspensión de p a gos sólo p o rq u e e l baró
m etro b a jó mucho.
O cu rrió lo siguiente: un gru p o q u e p erten ecía a los gran
des com erciantes de m aterias p rim as, especuló a la b a ja con
un produ cto agrícola de m ú ltip les aplicaciones, la copra. La
cop ra es la pulpa seca del coco, y da al ja b ó n esa fin a calidad
espum osa qu e garantizan algunas buenas m arcas; la copra
es, además, e l com ponente p rin cip al de c ie rto tip o de m ar
garina. Esa com pañ ía había ven d id o a l co n sorcio holandés
U nilever, su m e jo r clien te, una en orm e can tid ad de copra.
L o s vendedores esperaban q u e entonces, tras el fin de la
gu erra de Corea, se p rod u jera una im p orta n te b a ja de todas
las m aterias prim as y de m o d o m uy esp ecial las procedentes
del área del Pacífico. Su in ten ción era a d q u irir la cosecha de
cop ra en los países p rod u cto res antes de la fech a prevista
para la entrega, a un p recio m uy b a jo ; es decir, m u y in fe rio r
al acordado con U nilever. P o r lo tanto, pensaban asegurarse
un buen beneficio. É se es e l esqu em a clásico de la especula
ción a la baja.
P ero un buen día el tifó n Is a b ella h izo su aparición en las
islas Filipinas, el prin cip al país p ro d u cto r de copra, y en pocas
horas las inundaciones acallaron con los bellos cálculos, pues
fu e destruida casi toda la cosecha. L a sociedad suiza a que
nos venim os refirien do tu vo las m ayores dificultades para
conseguir la m ercan cía prom etid a , qu e no p o d ía com p ra r p o r
la sim ple y poderosa razón de qu e n o existía. L a escasez de
copra h izo subir astronóm icam en te los precios. Quienes te
nían reservas almacenadas dictaron los p recio s a su capri
cho, y la sociedad n o tu vo m ás rem ed io qu e aceptarlo. La
transacción se cerró, pues, con pérdidas q u e superaron los
d iez m illon es de fran cos suizos. P o r un m om ento, los grandes
bancos, q u e habían salido garantes d e la com pañ ía fre n te a
los com pradores, pu dieron h aberla pu esto en graves d ific u l
tades.
Pequeñas causas, grandes efe cto s... Y tod o ello, en el fon
do, sólo p o r ese em peño de ven d er la p ie l d el oso aun antes
d e haber dado caza al animal.
• H o y m e sien to c o m o un to ro , q u e rid o a m ig o »
26
venden h oy una m ercancía (o una acción o valor) qu e todavía
no poseen y qu e piensan a d q u irir posteriorm ente. Devuelven
incluso sus propias com pras cuando creen que e l p recio que
pagarán m añana será m en o r qu e e l de hoy. S i bien el refrán
que habla del cazador qu e vende la p iel antes de haber m a
tado al oso no es aquí aplicable a l p ie de la letra, el sentido
continúa siendo el m ism o: el « o s e r o » de la B olsa es com o
el cazador que vende algo que aún no ha cazado.
F ren te al o so se alza el b u ll, el toro, de fuerza proverbial.
Éste representa al h om bre qu e a rrem ete contra tod o lo que
se cruza en su cam ino v de una cornada lo lanza a las nubes.
En los pasillos de W all S treet, antes de que se haya levan
tado aún e l telón, en la h ora qu e tod os aprovechan para son
dear los ánim os, si alguien dice: « H o y m e siento com o un
toro, qu erid o a m ig o », q u iere d a r a entender qu e su in ter
locu tor tendrá qu e en fren tarse con una fu erte tendencia al
alza.
Expresiones com o esta no só lo son propias de N u eva Y o rk
o Londres, sino qu e se dan en todas las Bolsas del mundo,
donde nadie entenderla a quien le hablara de una situación
«tau rin a», p e ro tod o el m undo sabe qu e una tendencia bul-
lish es un síntom a tran qu ilizador.
En todas las Bolsas d el m undo los b ulls y los bears se de
safían y luchan con m étodos en ocasiones bastante salvajes.
La lucha m u ltip lica p o r diez sus fuerzas, y el toro trata de
derribar al oso, que, p o r su parte, espera e l m om en to de
atenazar al to ro con sus potentes patas y estrangularlo. El
resultado de la lucha no depende sólo de la constancia de los
dos adversarios n i tam poco de sus fuerzas. Existen o tros po
deres de los q u e h ablarem os después, de tipo estratégico,
táctico y hasta de p olítica internacional, que se suman a la
lucha antes de la hora de la victoria.
B a jo e l sign o de la especu lación v el em blem a de la Bolsa,
se alinean los herm anos enem igos, el to ro y el oso, y cada uno
de ellos intenta consegu ir el triunfo.
L A B O LS A : E L I X I R V IT A L
D E LO S G R A N D E S D E L M U N D O
27
que queda cuando ya se han o lvid a d o tod os los detalles. N o es
preciso saberlo tod o sino co m p ren d erlo tod o para, en el m o
m ento preciso, conocer el sign ificad o exacto de sus conse
cuencias y o b ra r de m anera adecuada. Es preciso ca p ta r todos
los acontecim ientos, co m o haría un radar; in terp retar correc
tam ente sus interrelaciones y consecuencias v ¡pensar p o r
cuenta p rop ia l
28
nado discurso en defensa de la especulación... ¡Ciertam ente
sin necesidad de lleva r la fam osa ch inita en la bocal
Tam b ién en la antigua R om a, cen tro financiero de la zona
d el M ed iterrán eo, flo rec ía la especulación. Se especulaba al
Dor m a yor con cereales y otras m ercaderías. L a apasionada
política de Catón, q u e preconizaba la destrucción de Cartago,
causó m uchos disgustos a los especuladores de su tiem po.
Cartago era e l gra n ero del mundo, y cuando los soldados del
general Escipión en tra ro n en la ciudad vencida, saqueron los
almacenes y los silos. S obre R om a cayeron toneladas y tone
ladas de gran o adem ás d e la cosecha propia. A l principio, los
precios fu eron bajan d o p o co a p oco para acabar p o r derrum
barse. M uchos especu ladores p erd ieron con ello sus fortunas.
Se habla de qu e m uchos de los asistentes habituales al Foro
tuvieron dificultades para h acer fren te a sus pagos. (Tene
mos un e jem p lo al alcance de la m ano con lo ocu rrid o en los
años 1981 y 1982. L a p olítica norteam ericana de o fre c e r ele
vados intereses bancarios causó una gigantesca crisis en todas
las m aterias prim as, y cien tos de em presas hubieran sido
incapaces de h acer fre n te a sus pagos, si no hubieran sido ayu
dadas p o r e l p ro p io go b iern o u otras em presas gigantes
cas.) En el F o ro de R o m a los ciudadanos ricos se reunían en
las proxim idades d el tem p lo de Jano para realiza r sus tran
sacciones. E ra a llí donde Cicerón, el más destacado de los
abogados de su tiem p o, buscaba in dicios y rum ores que le
ayudaran en sus distintas especulaciones con terrenos, m o
nedas y diversas m ercaderías.
Tras algunas aventuras de tip o financiero, Cicerón consi
gu ió reu n ir una con sid era b le fortuna. Con su fam a y perso
nalidad d io im pulso a la especulación en Rom a. D ijo, ya en
aquella época, qu e el d in ero era el sistem a n ervioso de la Re
pública, y estaba con ven cid o de qu e la especulación constituía
el m o to r de la fo rm a c ió n de capitales. Y actuó de acuerdo
con ello. D iariam ente se reunía en el F o ro con destacados
financieros y com erciantes via jeros. Especulaba con terrenos
y fincas, así co m o con p royectos de construcción y con la
concesión de recaudaciones de im puestos, en aquel entonces
un n egocio m uy codiciado. C om o senador, estaba en condi
ciones de conseguir in form es de p rim era m ano acerca de p ro
yectos urbanísticos, lo qu e le resultaba de gran ayuda en sus
especulaciones.
T a m b ién sir Isaac N e w to n , el in m orta l descubridor de las
leyes de la gravedad, in ten tó la especulación bursátil, aunque
desde lu ego sin éxito, hasta tal punto qu e acabó prohibiendo
que la palabra Bolsa se pronunciara en su presencia.
V o lta ire se pasaba horas enteras hablando con su amante
de acciones, valores y d in ero ... E specu ló con terrenos y gra
no, p e ro consiguió m ás fam a com o contrabandista de divisas.
Durante la gu erra de Sucesión se fundó en Sajonia un banco
ue debía financiar las operacion es bélicas con la em isión
3 e papel m oneda. Después de la guerra, esos billetes perdie
29
ron e l 40 p o r cien to de su valor. S in em bargo, F ed erico el
Grande exigió qu e se retiraran , m ediante el pago del cien
p o r cien de su v a lo r en táleros de plata, todos los billetes
que se hallaban en p o d er de prusianos. V o lta ire hacía com
p ra r esos billetes en Dresde, y (|ya en aquel en ton ces!) los
introducía en su m aleta, de contrabando, en Prusia. A llí, por
m ed io de hom bres d e paja, exigía su cam b io en m onedas al
gobiern o de Dresde.
Beaum archais, Casanova y B alzac fu eron em pedernidos
bolsistas. Balzac necesitaba grandes sumas de din ero para
m antener su estilo de vida. A fin de consegu irlo escribía no
velas, relatos cortos, ensayos y tod o aqu ello qu e pu diera p ro
ducirle dinero. P e ro co m o eso n o le bastaba, re cu rrió a la
especulación bu rsátil y acudía con frecu en cia a visita r al
barón de R othschild para tra ta r de consegu ir alguna con fi
dencia o consejo. E l fisósofo S pin oza y e l cien tífico D avid
R ica rd o com binaban sus actividades intelectu ales con un en
tusiástico am or a la especulación.
|Cómo p o d ría o lvid a r, en esta lista, a lo rd K eynes, el más
im portan te de los especialistas en econ om ía política de nues
tro siglo! A l pie de su retrato, el gob iern o britán ico puso esta
inscripción: «L o r d John M ayn ard K eynes, el h om b re que
consiguió crea r una fortu n a sin tra b a jo .»
M i n im b o trae consecuencias
30
nancias en la Bolsa. P e ro él tenía sobre m í una en orm e ven
taja: p odía «recu p e ra r* p o r la noche, con su violín, las p ér
didas que p o r la m añana había tenido en la Bolsa.
Aún conservo en la m em oria el recuerdo de una larga
conversación telefón ica con m i buen am igo E m m erich Kál-
mán. N o sólo era e l nú m ero uno de la opereta vienesa, sino
que también sentía un ex tra ord in ario interés p o r las tran
sacciones de Bolsa. En esa con feren cia telefónica, en tre París
y Viena, a principios de la década de lo s cincuenta, m e pre
guntó — y o actuaba co m o su co n sejero en asuntos financieros—
si era correcto, desde el pu n to de vista de la inversión de
capital, ven d er acciones p o r v a lo r de cien m il dólares (con
el actual va lo r a d q u isitivo equ ivaldrían a m edio m illó n ) para
com prar un brillan te de ocasión a su esposa V era. N o le n s
volens tuve qu e d ec irle qu e si, pues una hora antes su esposa
V era m e había telefon eado, desde París igualmente, p ara ro
garm e (con el argum ento de qu e todas sus am igas poseían
ya bellos diam antes y ella n o) qu e le aconsejara a su m arido
aquella inversión. (S u argu m en to n o era com pletam ente fa l
so.) Unos días después e l a n illo adornaba el delicado dedo
de la bella V era Kálm án.
En buena lógica, hubiera sido m e jo r a d q u irir acciones de
la IB M o de X ero x , p e ro hay que hacerse la pregunta de si
el p la cer de p oseer una so rtija tan especial, llevarla en el
dedo y m ostrársela a las am igas, verdes de envidia, no sig
nifica mucho más que una ganancia en la Bolsa. Personal
m ente, he tenido la experiencia de que para un h om bre re
sulta m ucho m enos p eligroso qu e su m u jer o su am ante se
enam ore de jo v a s o pieles qu e de una buena cuenta banca-
ria. Las jo ya s y las pieles tienen un lím ite. Una cuenta co
rrien te, no.
Después de la gu erra tu ve la en orm e suerte de conocer
en Suiza a m i íd o lo en el cam po de la música, Richard
Strauss, con cuya am istad llegué a honrarm e. M uchas veces
cenam os ju n tos en el V eren a h o f de Zu rich v y o le escuchaba,
ansioso de o ír d el gran m aestro una palabra sobre música.
P ero inútilm ente. S iem p re hablábam os de dinero, y su espo
sa, Paulina, estaba ansiosa p o r saberlo tod o sobre la Bolsa.
E l fen óm en o B olsa atrae a los seres humanos. Las siguien
tes historias m e parecen típicas: m i buen a m igo Janos H.,
d e Budapest, era frecu en tem en te m i in vitad o en la R iviera
francesa. S e trataba de un h om bre de gran cultura, y en espe
cial se orien taba hacia la literatu ra francesa. Quise darle una
alegría e in vité a ip i a m igo y vecino el escritor francés y ga
n ad or del p rem io G oncou rt M . C., adem ás c rític o de a rte y
p ro fe s o r de literatu ra francesa en E stados Unidos. L o que y o
quería, realm ente, era p resu m ir ante el fran cés con m i am igo
húngaro y dem ostrarle qu e incluso en la Hungría comunista
estaban bien in form a d os sobre la más recien te evolución de
la literatu ra francesa. M i a m igo Janos esperaba im paciente
desde m uchos días antes aquel encuentro, y se p rep a ró a
31
fon d o para un intercam bio de ideas so b re literatura. Desgra
ciadam ente, no se presentó la ocasión de m antener esa con
versación tan culta y litera ria , pues m i in vitad o de h on or no
hizo más qu e bom bardearm e con preguntas sobre electrónica,
el precio del petróleo, el va lo r del o ro y el m ercado finan
ciero. M i pobre am igo Janos no pudo m e te r baza. Triste, sen
tado a la mesa, v io cóm o el planeado alm u erzo para hablar
de literatura resultaba un co m p le to fracaso.
■><'Me he acostum brado y m e siento bien con este nimbo.
P o r esa razón prevengo a las señoras qu e quieren invitarm e
cuando reciben artistas, pintores, escritores u o tros intelec
tuales. M I sola presencia envenena el am biente... P o r lo tanto,
(atención! Y eso m ism o les pasará con cualquier o tr o que
tenga fam a de buen profesion al de la Bolsa.
4*0. :• :¡ i ); 1
fe r (v. .: :
6 » LA C A PR IC H O S A L O G IC A D E L A BOLSA
32
se presen te una buena coyuntura para una determ in ada ram a
de la industria, p ero oue sea contrarrestada p ron to p o r el
efecto de una produ cción japonesa n otablem ente m ás barata.
En consecuencia, para ten er éx ito a largo plazo se precisaría
ser un vision ario. En los pasados lustros he ten ido muchos
am igos qu e han gozado a e tales «vision es del fu tu ro » (p o r
ejem plo, en relación con IB M o X e ro x ), y gracias a e llo se
han h ech o m illonarios. Y o m ism o h e tenido, ocasionalm ente,
visiones de ese tipo qu e m e han lleva d o al éxito (con los em
préstitos alem anes después de la guerra o con algunos v a lo
res de la electrón ica). P ero esas evolu ciones a la rg o plazo no
tienen realm en te m ucho qu e v e r con los auténticos m ovi
m ientos cíclicos de la Bolsa.
P o r el co n trario, se operan cam bios a corto p la zo qu e pue
den servir de a tajo, de un día a o tro , de una sem ana a otra.
M i análisis no tendrá m ucho v a lo r en relación con ellos, pues
los m o vim ien tos en zigza g y a co rto plazo son de tod o punto
incalculables e incom prensibles. C om o ya hem os dicho, la
Bolsa se co m p o rta com o un a lcoh ólico: cuando está borrach o
reacciona de m odo inesperado y sorpren den te; con frecuencia
recibe con lágrim as las buenas n oticias y se ríe de las malas.
E sto d eja n d o a un lado el hecho de qu e un buen profesion al
de la B olsa ni siqu iera está en condicion es de ju zg a r qu é no
ticias son buenas v cuáles malas.
A s í pues, só lo nos queda un interesante cam po de batalla:
el de la especulación a p la zo m edio, de acuerdo con los m o
vim ien tos cíclicos. En el, al m enos, los fa cto res influyentes
pueden ser analizados de m anera concreta y se pueden cono
cer argum entos (co rrectos o falsos) asi com o form arse ideas
y conceptos.
34
Com pradores y ven ded ores intentan p o r igual aprovecharse
de la forzada situación del otro. Exactam ente com o haría el
com prador de jo ya s que, dándose cuenta de la situación de
necesidad de quien acude a él o frecién d ole un diamante, le
ofrece el p recio más b a jo posible. S i esa misma piedra se le
ofreciera a una persona especialm en te interesada en ella, por
su b rillo, su talla, su perfección o la alta demanda, el jo yero
pediría m ucho más, m ientras que el nuevo com p ra d or sub
rayaría los atribu tos negativos, la falta de brillo, la talla pa
sada de m oda, el co lo r poco natural y la falta de demanda.
Del m ism o m odo qu e el jo y e r o y el clien te que entra en su
tienda se «ta n tea n », las dos partes qu e intervienen en el
ju ego de la B olsa (co m p ra d or y ven d ed or) se tantean teniendo
en cuenta sus posibles intenciones.
Así, suele su ceder qu e antes de la apertura de la Bolsa,
en un día la b ora b le en el q u e se espera ocurran grandes acon
tecim ientos, nadie puede d ecir cuáles serán las tendencias.
Resulta im p osib le — com o ya hemos explicado— determ inar
cóm o reaccionarán las m asas ante esos acontecim ientos y
cuál será la relación entre o fe rta y dem anda qu e se estable
cerá en la Bolsa.
Considerem os las transacciones de una determ inada ac
ción en un día de Bolsa y sus causas fundam entales: A vende
sus acciones, pues el banco le exige el pago del crédito que
u tilizó para co m p ra r dichos valores. Consecuentemente, no
puede esperar, sino que está obligado a ven der sus acciones
al m e jo r p recio posible. B es un com ercian te qu e debe hacer
fren te al p a go de una letra vencida cu yo aplazam iento se le
ha negado; consecuentem ente, tam bién ha de vender. C tiene
una hipoteca sobre su casa qu e va a vencer. E l banco está
dispuesto a prorrogársela, p ero con intereses dem asiado altos
v, p o r lo tanto, le trae más cuenta ven der. D se siente atraí
do p o r el a lto in terés q u e se o frec e p o r las inversiones a
plazo fijo y p refiere ven d er sus acciones para in vertir en esos
valores qu e o frec en m a yor interés. E ha conseguido una pe
queña ganancia con sus acciones, qu e se qu iere asegurar
vendiendo. F tien e obligaciones de tipo personal (p o r ejem
plo, su h ija se v a a casar) y precisa din ero. G ha experim en
tado unas pérdidas reducidas en sus acciones y qu iere evitar
oue sean más elevadas. H qu iere ven d er porqu e está conven
cid o de qu e más tarde p o d rá v o lv e r a com p ra r las mismas
acciones a m e n o r p recio. I vende, sim plem ente, porqu e se
ha dejado con ta gia r p o r el pesim ism o general. P o r parte de
los com pradores, K co m p ra porqu e cree que las acciones
están bajas y a largo plazo acabarán p o r subir. O tro com pra
porqu e ha ven d id o una casa al contado y dispone de dinero
que qu iere in v e rtir en acciones. Un terc ero ha heredado una
buena suma y qu iere co lo c a r su herencia. O tro ven d ió antes
sus acciones, cuando la cotización era más alta, y desea vo l
ver a com p ra r ahora p o rq u e está convencido de qu e volverán
a subir a co rto plazo. Y o tro más qu iere in vertir porqu e en
35
la caja de ahorros qu e adm in istra hay dem asiado dinero en
m etálico y tiene que colocarlo.
En el bando de los vendedores, la m a yor parte de ellos
están som etidos a presión m a terial y los o tros a presión psi
cológica. Unos y o tros tienen que ven der. P o r parte de los
com pradores existe la volu ntad de com prar, p e ro no están
obligados a h acerlo y, p o r lo tanto, pueden esp era r que se
produzcan circunstancias m ás favorables, y qu e las cotiza
ciones bajen. En sem ejante situación, co m o es lógico, la Bolsa
cae. Las causas principales son los grandes intereses qu e se
ofrecen por las inversiones fija s o la fa lta de liq u id ez del m er
cado de capitales. E l d in e ro es el oxigen o de la Bolsa. Ésta
no puede su bir sin liquidez. C om o dice la canción húngara,
« s i hay din ero hay m ú sica». E l din ero — la liq u id ez— es el
fa cto r más influyente en la Bolsa.
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son negativos, las cotizaciones se precipitan a la baja presio
nadas p o r la oferta.
D e acuerdo con m i opinión, los factores fantasía y dinero
son m ucho más decisivos qu e las realidades concretas para
la m archa general de la Bolsa, aunque no para las acciones
individualizadas. Con m ucha frecuencia, el desarrollo de las
cotizaciones m archa en d irección opuesta a la qu e indicarían
las causas fundam entales. Una eu fo ria económ ica trae con
sigo altos intereses y m ala liquidez, porque las em presas ne
cesitan tod o el din ero de qu e disponen para sus propias in
versiones. A l m ism o tiem p o puede ocu rrir, con frecuencia,
qu e durante una recesión econ óm ica y un retroceso de los
intereses la B olsa suba, aunque los factores fundam entales
— es d ec ir los beneficios y divid end os— no dan razón para
esperar una cosa sem ejante. En un p eríod o de b o o m econó
m ico, cuando florecen la industria y el com ercio v los capitales
dispon ibles se em plean p ara la expansión, in tervien en las
autoridades (los bancos em isores y el go b iern o ) con m edidas
restrictivas para e v ita r un excesivo «ca len ta m ien to » de la eco
nom ía. S e aumenta la tasa de descuento y se establecen res
triccion es crediticias. E l flu ir d el din ero queda cortado. Los
bancos aum entan los intereses deudores y lim itan — o cor
tan, en caso extrem o— hasta los créd itos correspondientes...
37
Tam bién la dem anda de créd itos bancarios desciende. El m er
cado de em préstitos se distien de y las sociedades qu e pre
cisan nuevo capital pueden con segu irlo en m ejores co n d icio
nes: p o r ejem p lo , m ediante la em isión de deuda. N o vale la
pena em itir nuevas acciones o préstam os am ortizables, pues
no se corresponde con los intereses de los antiguos accionis
tas d ilu ir el capital.
A l m ism o tiem po, la crisis econ óm ica provoca en muchos
el tem or a p erd er sus puestos de tra b a jo o sus ingresos. Con
secuentem ente, ahorran cuando pueden. E l consum o dism i
nuye y las cuentas de a h o rro aumentan. D ado qu e el p eligro
de inflación se ha alejado, p o r cierto tiem po y en alguna m e
dida (m e refiero al fa c to r inflacionista dem anda y no a la
inflación de lo s costes), las em presas afectadas rebajan los
intereses para fa c ilita r la aceptación de créditos. Cuando la
acum ulación de capital supera las necesidades de inversión,
el dinero sobrante se transfiere a la B olsa para ser in vertido
en la com pra de papel con buena cotización v futuro.
Con la B olsa ocu rre algo sem ejante a lo qu e sucede en el
m ercado de au tom óviles usados. E l p recio de éstos baja cuan
do las grandes marcas lanzan al m ercado m odelos nuevos y
atractivos. Entonces crece la actividad de los vendedores, que
ofrecen a sus clientes rebajas u otras concesiones, com o re
galo de accesorios, etc. P o r el con trario, cuando hay que espe
rar mucho tiem po para con segu ir un coche nuevo — semanas
o meses— y además los nuevos m odelos son poco atractivos
y las casas vendedoras n o están dispuestas a h acer conce
siones en los precios ni o frec en ven tajas adicionales, el m er
cado de autom óviles de segunda m ano conoce m a yor a ctivi
dad y sus precios se m antienen altos.
Las acciones que se cotizan en B olsa son los autom óviles
de segunda m ano del m ercado de capitales. Cuando ese m er
cado está saturado de nuevos va lores interesantes (p o r e je m
plo, deuda am ortiza b le), la caída de las acciones que ya se
cotizan resulta inevitable. P e ro cuando las nuevas em isiones
de deuda am ortizable se hacen cada vez más escasas, debido
a la caída de los intereses, e l din ero superfluo se d irige a la
Bolsa, es decir, al m ercado de «lo s au tom óviles usados».
Con frecuencia la B olsa no su fre tanto a causa de la cri
sis económ ica en sí, sino de las m edidas con qu e el gobierno
trata de luchar contra una coyuntura excesivam ente activa.
Suele darse el caso de qu e durante una coyuntura favorable, la
Bolsa retroceda. La crisis econ óm ica consecuente a las m e
didas del gobierno, se presentará más tarde. Con igual fre
cuencia los gobiernos tom an m edidas para reanim ar la co
yuntura. La Bolsa es la p rim era en beneficiarse, pues las
cotizaciones suben ya antes de que la econ om ía haya reaccio
nado favorablem ente a la in iciativa gubernam ental. E sto de
term ina que en la Bolsa evolu cionen las cotizacion es de m a
nera en prin cip io ilógica e in com prensible a los ojos del
profano.
38
Las influencias del E stad o
39
E n Alemania el proceso se d esarro lló de m odo distinto. El
gran períod o de la reconstrucción se puso en marcha con
la reform a m onetaria de 1948. En aquel entonces había muy
poco capital disponible para la Bolsa, p ero los valores em pe
zaron a experim entar una lenta subida. Sin em bargo, no pudie
ron superar el estadio de restab lecim ien to de los auténticos
valores a un n ivel relativam ente bajo, pese a que el fa cto r
psicológico era com pletam ente positivo.
La expansión industrial alcanzó una giganteca dim ensión
a partir de 1953. El b oom absorbió todos los capitales dispo
nibles v no quedaba nada para la Bolsa. Cada mañana podía
observarse en la prensa la extraña p a ra d o ja de que las socie
dades señalaban éxitos notabilísim os y los dividendos cre
cían, pero las cotizaciones de las acciones retrocedía de m a
nera ininterrumpida.
E l gobierno de la República Federal Alem ana había tom a
d o todas las m edidas necesarias para d om in a r la amenaza de
inflación qu e pesaba sobre el dom inante p eríod o de boom .
La restricción de créditos o b ligó a las em presas a em itir nue
vas acciones y obligaciones. Las m ayores em presas alemanas
pusieron en el m ercado em préstitos con intereses superiores
al ocho p o r ciento, extraordinariam ente elevado para esa
época. La Bolsa se inundó con acciones y valores, pero no
había capital suficiente para com prarlos, pese al general op
timismo.
E l m ercado de acciones parecía sin porvenir. Cuando la
expansión se h izo m ás lenta y se p rod u jo casi un estanca
m iento, el Banco Federal (Bundesbank) suavizó las dispo
siciones restrictivas de los créditos y a b rió el g r ifo del dinero,
qu e alim entó de manera adecuada el m ercado de capitales.
Con ese p rim er suministro de «o x ígen o », el m ercado re
co b ró fuerza, y los valores subieron a las alturas con tanta
rapidez com o jam ás había sucedido en ninguna otra Bolsa.
E l potencial de alza, contenido durante años de manera ar
tificial — y descansando sobre razones fundam entales— , causó
una verdadera explosión de las cotizaciones porqu e los fac
tores dinero y psicología eran positivos a un tiem po. Para ello
sólo fu e necesario el dinero, qu e es, com o ya he hecho cons
tar, el oxígeno de la Bolsa. A sí ocu rrió siem pre y así con ti
nuará en tanto exista la Bolsa. «D inero, más dinero y siem
p re dinero.» La fam osa frase del m ariscal T rivu lcio denari,
denari e p o i denari debería estar grabada com o consigna en
el frontispicio de todas las Bolsas.
Por el contrario, y observándolo atentamente, el fa cto r
psicológico es el producto de un gran núm ero de otros fac
tores que ejercen su influencia sobre la Bolsa. Consideremos
que los beneficios y los dividendos de una sociedad se re
ducen, aumentan los impuestos que la gravan, etc.; es decir,
toda una serie de medidas negativas. Cuando el público juzga
el futuro con optim ism o, acepta los inconvenientes de estas
malas noticias porqu e está convencido de qu e las citadas
40
influencias negativas só lo tendrán una validez pasajera. El
fa cto r P = Psicología, sigue siendo, en este caso, positivo pese
a qu e las noticias fundam entales sean negativas.
L o a n terior se ha visto con firm a d o p o r acontecim ientos
políticos verdaderam en te dram áticos. Con frecuencia no ba
jan las acciones de una em presa pese a una huelga prolon
gada, sim plem ente porqu e el pú b lico no considera peligrosa
dicha huelga. Cuando esta lló la gu erra en 1939, en la Bolsa de
París se venía produ ciendo desde meses antes un alza por
qu e la gente, qu e tem ía la inflación, buscaba co locar su dine
ro en valores. E l pú blico fran cés creía que las acciones — es
decir, un o b je to de va lo r— eran una buena inversión para su
d in ero en m etálico. Se ju zgaban con m ayor optim ism o las ac
ciones que la divisa francesa.
Adem ás, m uchos opinaban que la gu erra no duraría mucho
y que, tras ella, las aguas vo lvería n a sus anteriores cauces.
P o r ejem p lo , va en con tra de toda lógica que m onedas de
o ro co rrien te — suizas, inglesas o francesas— qu e n o poseían
ningún va lo r esp ecial p o r su rareza se situaran entre un cin
cuenta y un cien p o r ciento p o r encim a de su va lo r com o oro.
Sin em bargo, e l pú blico m antuvo ese p recio porque creía que
debía tener algunas piezas en el cajón de su mesa de despa
cho. A au í se trataba, tam bién, de un fa c to r psicológico — en
especial desde la ú ltim a gu erra— y no tiene nada que ver
con reflexiones concretas y fundam entadas. N i el hecho de
la gu erra ni el de la paz son absolutam ente decisivos para la
Bolsa, sino las reacciones psicológicas que provocan en el
público.
41
Según los especialistas de W a ll S treet n o se deben ni ro za r
esos valores, pues, teóricam ente, y de acu erdo con la p rice
to ea m in g ra tio debían esta r b a jo cero. Y o , personalm ente,
he llevado a cabo m uchos interesantes «g o lp e s de B o ls a » con
tales acciones que se cotizaban con pérdidas en el m om ento
qu e las com pre. Cuando esas sociedades consiguen de nuevo
beneficios (lo que en inglés se llam a tu rn a ro u n d situ a tion
[situación de giro c o m p le to ]), la co tiza ció n sube m u y rápi
dam ente. E sto v con ven cido de q u e en la B o lsa no se progresa
con ayuda de las m atem áticas. Las cotizacion es n o pueden
m edirse con la cinta m étrica, y las evolu ciones tam poco pue
den p redecirse basándose en cálculos m atem áticos.
A q u í debem os c ita r irnos versos jo c o s o s qu e p u b licó un
p eriód ico de París hace 260 años so b re John L a w , después
de qu e éste, con su sistem a, lleva ra a tod a Francia a la m i
seria:
S e precisa fantasía
42
A p a rtir de 1946, la industria tex til italiana conoció un
nuevo flo recer, y tam bién la B olsa de M ilán renació. Poco
a poco, se fu e restablecien do ese am biente apasionado que
antes d e la gu erra h izo de la B olsa de M ilán uno de los más
activos cen tros m ercan tiles de Europa, donde la especulación
era m ás intensa. E sa revitalización, sin em bargo, se lim itó
más o m enos a la fa b rica ción y al com ercio tex til y a las
industrias derivadas, que, d irecta o indirectam ente, se rela
cionaban con la in du stria tex til: almacenes, cen tros com er
ciales, m aquinaria, etc.
Cuando regresé de Estados U nidos, donde se estaba ju z
gando a E u ropa con c ie rto pesim ism o, m e sen tí m uy sor
pren d ido al en co n tra r una verdadera abundancia de artículos
de algodón, seda y lana en las tiendas más elegantes de
M ilán, en las proxim idades de la catedral. M i in terés p o r la
especulación reaccion ó de in m ediato. Busqué con sejo en uno
de m is am igos, a gen te en la B olsa de M ilán.
— Y a es tarde para in terven ir aquí — m e d ijo — . Las cosas
buenas han su bido dem asiado. S on m uy caras para poder
com prar. Y las qu e no son caras n o hay razón alguna para
creer que van a subir.
V o lvía de los E stados U nidos y, consecuentem ente, no es
taba dem asiado in fo rm a d o de las circunstancias en Europa.
M i am igo deb ía co n o cer la situ ación m e jo r qu e yo, p o r lo
qu e m e di p o r satisfecho con sus apreciaciones. A l hacerle
caso, p erd í la o portu n idad de p a rticip a r en el rep a rto de
aquel «p a s te l», d el qu e no pude sa b orea r un solo trozo.
Unas cuantas sem anas m ás tarde, una noticia del N eu er
Z ü rc h e r Z e itu n g d esp ertó m i atención. L a gran fá b rica auto
m ovilística de C aliforn ia K a iser-F razer había firm ado un con
trato con la F ia t de Tu rín , de acu erdo con el cual la empresa
italiana deb ía co n stru ir para ella cien m il m otores al año en
régim en asalariado.
«V a y a — m e d ije — , el sistem a seguido en la ram a textil
ha hecho escuela. ¿A quién le toca ahora el turno? Segura
m ente a los a u to m ó viles.» Unos pocos m inutos de reflexión
m e bastaron para saber qu é hacer.
En el m om en to en qu e se ab ría la Bolsa, le pregu nté a m i
agente:
— Dígam e, ¿cuáles son las peores acciones den tro del ram o
de los au tom óviles?
— Querrá u sted d e c ir las m ejores, ¿no es así? L a Fiat.
— N o , no, las peores, las qu e se cotizan peor. Infórm ese,
p o r favor. M e in tereso, de veras, p o r las peores, p o r m uy ex
traño qu e eso pueda parecerle.
— M u y b ien — m e d ijo , y desapareció entre la m ultitud. Al
cabo de pocos m inu tos regresó— . S e trata de la firm a Isotta-
Fraschim (I. F .); la em presa está al b o rd e de la bancarrota.
Ese n om b re m e tr a jo a la m é m o ria aquellos larguísim os
au tom óviles cerra d os de antes de la guerra, que los grandes
astros del cin e y los fin ancieros conducían con gusto. I. F.,
43
unas iniciales de lujo, significaban ahora «in du stria y finan
za s» en dificultades.
— ¿Está usted seguro? f
Desapareció de nuevo entre la m ultitud agitada.
— Sí, sí. E stoy más que seguro. I. F. está a un paso de la
bancarrota.
— Bien, bien; qu iero com p ra r un paquete de acciones.
Con un rostro qu e reflejaba gran escepticism o, cum plió
m i orden a unas 150 liras p o r acción.
Una vez satisfecha m i ansia especuladora, abandoné la
Bolsa, y algunos días después tam bién la ciudad. Pasaron
meses antes de m i regreso a M ilán. M i agente de Bolsa m e
telefon eó de inm ediato:
— L e felicito, qu erido am igo, p o r aquella excelente con
fidencia. ¿Dónde la obtuvo?
— ¿Cómo?
— N o irá a decirm e que no lo sabía. Is o tta se cotiza a 450.
¿Quiere vender?
— ¡De ningún m odo! — le respondí.
Y le d i instrucciones de qu e com prara más acciones de
Isotta. En esta ocasión, obedeció de inm ediato. T ra tó de ocul
tar su sorpresa y llevó a cabo m i encargo.
A m i m ism o m e sorprendió qu e una idea así, com o caída
del cielo, tuviera un éxito tan rápido. M e decidí a seguir la
trayectoria de las cotizaciones.
Esas acciones significaban un caso excepcional, pues eran
las únicas qu e subían. En efecto, los restantes valores, in
cluso los de la Fiat se mantenían constantes. Las acciones
compradas p o r m í a 150 liras las ced í a 1 500, después de que
llegaron a cotizarse hasta las 1 900.
E l m ilagro tenía una explicación. M i idea resultó acertada.
En e l transcurso de la reconstrucción, las ram as industriales
estuvieron en el candelera una tras otra. Ita lia tenía buena
fam a en el cam po de la industria autom ovilista, y estaba muy
interesada en mantenerla en e l futuro. P o r un lado y o tro
surgieron grupos de financieros e industriales extranjeros con
capital disponible, que estudiaron la situación de la industria
italiana en baja y establecieron sus planes para v o lver a p o
nerla a flote. Uno de esos grupos se hizo cargo de la em pre
sa I. F., con o b jeto de reorganizarla para ponerla de nuevo
en condiciones de trabajo. H ay qu e d e c ir qu e la em presa I. F.
ya no existe com o tal en la actualidad, puesto que con el
transcurrir del tiem po' acabó p o r fusionarse con otras fir
m as del ramo. Pero en m i recu erdo continúa siendo el sím
b o lo de una de mis especulaciones más audaces y de m ayor
éxito.
44
LA IN F L U E N C IA D E L T IP O DE IN T E R E S
Y DE L A S D E C IS IO N E S G U B E R N A M E N T A L E S
45
p olítica de din ero barato para d a r nuevo v ig o r a la econom ía
y luchar contra el paro.
Alem ania, p o r e l contrario, se v io obligada, en defensa de
la estabilidad, a seguir una p olítica de d in ero ca ro para fre
nar el exceso de actividad de la econ om ía. C o m o consecuencia
de ello, m iles de m illones de d óla res cru zaron e l océano A t
lán tico para conseguir en A lem an ia in tereses m ás altos que
los qu e podían ob ten er en los E stados Unidos. Las conse
cuencias las conocem os todos. E l m ism o p rob lem a se re p itió
en dirección opuesta diez años m ás tarde. T ras la elección del
presiden te Reagan, los tipos d e in terés a c o rto plazo se ele
varon en Estados Unidos co m o ja m á s se había co n ocid o en
la historia, porqu e el p rim er o b je tiv o de la p o lítica econó
m ica era luchar contra la inflación.
46
m ercado de préstam os, y hace re tro c ed er los intereses de los
créditos a largo plazo.
La experiencia de los pasados cincuenta años dem uestra
qu e el m ercado de acciones sigue la tendencia del m ercado
de obligaciones en un esp acio de tiem p o de tres a doce meses.
Para m í, la tesis válida es la siguiente: un alza de las accio
nes sólo es posible cuando, antes, han subido los valores de
interés fijo . Si, p o r el con trario, cae el m ercado de obliga
ciones, el de acciones baja irrem isib lem en te unos m eses des
pués. E l períod o de tiem o o qu e el m ercado de acciones nece
sita para acom odarse al m ercado de obligaciones depende
del fa c to r psicológico, es decir, del tiem o o que se mantengan
las oleadas de o p tim ism o o pesim ism o, después de que el
fa cto r dinero-interés ya se im puso. Y o llam o a eso la última
fase de un ciclo. Puesto qu e no se puede seguir totalm ente
la evolución del fa c to r psicológico, considero qu e la evolu
c ió n del tip o de interés a la rg o plazo es el baróm etro más
decisivo de la Bolsa.
IN F L A C IO N Y B O LSA
47
ciente de que se produzca la inflación. Una antigua verdad,
com probada a lo largo de los años, afirm a que basta creer
que se va a produ cir la inflación para qu e ésta ocurra sin re
m edio, v aunque realm ente no h u biera razón para ello.
E s d ifíc il ju zg a r cuáles son los fa cto res de m ás peso. Yo,
personalmente, creo qu e la psicosis de la inflación es uno de
los más poderosos y que, en ocasiones, sobrepasa toda pro
porción. Existen distintas opinion es sobre qué fu e lo prim ero,
el huevo o la gallina. ¿Son los sueldos los qu e hacen subir
los precios, o son los precios altos los que exigen la subida
de los sueldos? En este aspecto no existe un ju icio único o
irrevocable. Cada cual se aproxim a a esta cuestión con p ro
blem as de carácter filosófico, econ óm ico y p o lítico casi im
posibles de resolver.
Las exigencias de aum ento de sueldos se presentan a tra
vés de los siem pre poderosos sindicatos, y surgen a impulsos
de los deseos, qu e hoy com parten capas de la población cada
vez más numerosas, de particip ar activam ente en el disfrute
de un n ivel de vida más alto. En ocasiones, sin em bargo, sólo
se trata de conservar el n ivel de vid a ya alcanzado y que la
inflación pone en peligro. L a consecuencia es la espiral sa-
larioprecio.
Los gobiernos y los parlam entos se enfrentan im potentes
a este fenóm eno, sobre tod o en el m undo libre, dado que una
dem ocracia no puede ex istir sin una buena parte de dem ago
gia. Por esta razón, la m ayor p a rte de los gobiernos concen
tran sus esfuerzos sobre el fa cto r inflacionista «o fe r ta », que
tratan de con trolar y encauzar al m áxim o. En un país regido
p o r los socialistas, uno de sus m inistros m e d ijo en el curso
de un alm uerzo téte á téte:
— Puesto qu e estamos en privado, a solas usted y yo, creo
que puedo señalarle lo siguiente. Ustedes, los capitalistas,
pueden perm itirse el lu jo de luchar contra la inflación, pues
to que están en condiciones de soportar el paro forzoso. Pero
en un país socialista, ¿cóm o podem os tener parados? P o r
esa razón y con toda justicia, en tre nosotros la inflación es
la única m edida que hace posible fren a r la perm anente de
manda de subida de salario que nos llega de parte de los tra
bajadores. E l paro es una posibilidad qu e nos está vedada.
A l contar esta conversación, q u iero subrayar una vez más
que en el debate de quién fue p rim ero, el huevo o la gallina
—e l aumento de salarios o la inflación— , resulta m uy d ifícil
expresar una opinión acertada.
En la lucha contra la inflación causada p o r un exceso de
demanda y contra la psicosis de inflación, los gobiernos dis
ponen de dos armas: la política de impuestos y la política
financiera. La nueva política del presidente Reagan insiste en
esto, puesto que trata de satisfacer plenam ente la demanda
con una oferta suficiente y siem pre en aumento. Con eso lle
gamos al punto que nos interesa de manera especial a noso
tros, los especuladores de Bolsa.
48
LA IN F L U E N C IA D E L A P O L IT IC A DE IM PU E S T O S
Y D E L A P O L IT IC A M O N E T A R IA
49
in terés durante algún tiem po, así co m o au m entar la masa
de din ero en circulación- L a elevación de los im puestos tam
p oco es el sueño de la Bolsa, p ero resu lta m enos peligrosa
que los intereses elevados.
S e puede seguir con relativa fa cilid a d la p olítica m one
taria y de tipo de interés de un go b iern o porqu e, general
m ente, no se hace un secreto de ella. N a d ie puede ser más
sincero qu e lo fue el presidente Johnson cuando, a com ien
zos de 1967, declaró: I -wiU d o e v e rith in g itt m y p o w e r to
red uce ¡n terest rate. (« H a r é tod o lo q u e esté en m i p o d er
para redu cir el tipo de in terés.»)
A nte una afirm ación así d el presiden te de los Estados
Unidos, cualquier ju ga d o r de B olsa co rre rá a lanzarse sobre
W a ll S treet, com o si se a rroja ra desde un tra m p olín a la más
acogedora de las piscinas. E l m o vim ien to bu rsátil al alza que
sigu ió a esa declaración presiden cial fu e m uy tem pestuoso,
porqu e la elevación d el tip o de in terés q u ed ó congelada, en
el Congreso, durante dos años.
L a contrarreacción a ese m o vim ien to — es decir, la baja—
n o se p rod u jo hasta después d e que la nueva adm inistración
d el presidente Nbcon lo gró im p o n er una p olítica m onetaria
extraordinariam ente severa.
De acuerdo con m i teoría, era ló gico p re v e r qu e a la eu fo
ria del períod o de Johnson debían segu irle tiem p os difíciles
para W all Street. P ero el desplom e d e las cotizacion es sólo
se produ jo después de qu e el fa c to r p sic o ló gico ad q u irió un
carácter negativo que, además, resu ltó extraordin ariam en te
acentuado, pues la a n terior oleada especuladora había sido
fuerte.
Durante ocho años, un continuado aum ento de la masa
m onetaria (que en parte era consecuencia de la gu erra del
Vietnam , que se había ven id o financiando con los im puestos)
fu e el com bustible m ás adecuado y n ecesario para lo s tres
gigantescos m otores qu e W a ll S treet necesita — y girando a
toda potencia— : el b rok er-esta b lish m en t con sus m ás de
100 000 agentes, en aquellos días, com o m o to r central; los
fondos de inversiones y los consorcios m ix tos, co m o m otores
auxiliares.
E l mecanism o de la especfllación fu n cion ó de la siguiente
manera: los brokers ven dieron al pú b lico todas sus p a rtici
paciones en los fondos de inversión. Con este d in ero ya en sus
cajas, el fon d o de inversiones co m p ró a los m ism os agentes
las acciones de los consorcios m ixtos para, de ese m odo, aca
b a r absorbiéndolas.
Ese poderoso ejército fo rm ad o p o r los 100 000 agentes de
Bolsa hizo todo lo necesario para qu e se extendieran las no
ticias «con fidenciales» de las operacion es realizadas p o r el
fondo de inversiones y los consorcios m ixtos. Los p rofe sio
nales de la especulación, sus seguidores y los especuladores
ocasionales, se precipitaron sobre las acciones, qu e em peza
ron a elevarse en una espiral m ortal, cada vez más alta. T od o
50
eso se p rod u jo gracias al im pulso qu e significó la afluencia
de una masa de din ero ilim ita d a qu e actuó c o m o com bus
tible. El o p tim ism o no só lo se con ta gió al pú b lico tradicio
nal de la Bolsa, sino q u e tam bién influyó en algunos otros
grupos inversores, com o cajas de pensiones, congregaciones
religiosas, universidades y hasta sindicatos, todos ello s de
seosos de pa rticip ar y aprovech arse d el alza continuada de
las cotizaciones. L o s qu e hasta entonces habían ven id o adm i
nistrando el din ero de esas institu ciones fueron despedidos,
y se les sustituyó p o r nuevos adm inistradores m ás jóven es
ue pasaron directam en te desde sus pupitres u niversitarios o
3 e las altas escuelas de econ om ía a W a ll S treet p ara allí hacer
ju egos m alabares con m iles de m illon es de dólares.
La Bolsa n eoyorquina, con estos cam bios, se co n v irtió en
un gigantesco casino en el cual la fieb re del ju e g o se fu e ha
cien do más apasionada cada día hasta acabar p o r librarse
de toda represión.
E l presidente R ich ard N ixon , una v e z que hubo ocupado
su cargo, consideró qu e su p rim e r d eb er consistía en ro m
p er la colum na verteb ra l de la inflación (d el m ism o m odo
qu e lo haría m ás recien te Reagan, tras inaugurar su p rim er
m andato en 1981). Puesto qu e N ix o n tenía qu e vérselas con un
Congreso dem ócrata, la p o lítica m on etaria era su única arma,
es decir, la subida de los tipos de in terés. E l presiden te N i
xon tam poco h izo nunca un secreto de cuáles eran sus in
tenciones, y no sorp ren d ió a nadie cuando, tras su llegada a
la Casa Blanca, anunció su nueva p o lítica m onetaria. Para los
bolsistas aqu ello sign ificó un toqu e de atención qu e les anun
ciaba la llegada de tiem pos m uy d ifíc ile s para W a ll Street.
Dos años antes, el presiden te Johnson había hecho lo mis
m o, pero con signo opu esto, al anunciar la baja d e los tipos
de interés. Pese a ser opuestos, el estím u lo de Johnson y la
advertencia de N ixon fu ero n claram en te significativos. E l Fe
d era l R eserve B oard, en a p o yo de la política de N ixon , puso
diques de in m ediato y de fo rm a radical a la co rrien te de di
nero. Las restriccion es cred iticia s se fu eron haciendo cada
vez m ás severas, después d e qu e los intereses se pusieran
p o r las nubes. E l m ercado de em préstitos com enzó a derrum
barse. E l p rim er m o to r qu e fa lló fu e el de las sociedades
mixtas, en graves dificultades no só lo p o r las razones ex
puestas, sino p o r otra m ás qu e se sum ó a la fa lta de liqu i
dez: una nueva ley d el C on greso qu e cerraba las puertas a
la posibilidad de continu ar con sus ejerc ic io s acrobáticos (los
trucos con los im puestos).
La caída de los consorcios m ixtos p ro d u jo a su vez la
caída de la cotización de los fon d os de inversión, qu e ven die
ron sus carteras de acciones — las qu e fueran— a cualquier
precio, para p o d er disp on er de d in ero a fin de h acer fren te
a los pagos de p a rticip acion es qu e podrían serles exigidos
p o r el público.
En el cu rso de esta ca tá stro fe generalizada, tam bién los
b ro k e rs tuvieron sus dificultades. E l m o to r cen tral del siste
ma em pezó a fallar. Muchos b ro k e rs no pu dieron cubrir
gastos, perdieron su «ca p ital m o to r», tuvieron que despedir
a su personal y, en muchos casos, hasta liq u id a r sus firmas.
Con tod o e llo aumentó el m alestar general, y el pú blico bur
sátil cayó en un profu ndo pesim ism o. E l fa cto r psicológico
se había vuelto negativo. La evolu ción duró unos nueve meses.
Transcurridos éstos, el gob iern o norteam erican o cam bió la
política que había llevado al país a una situación económ ica
y financiera tan crítica, que estu vo a punto de produ cirse una
crisis de liquidez. L a qu iebra d el P E N N cen tral y las dificul
tades financieras de algunas grandes em presas industriales,
tuvieron com o consecuencia una decisiva revisión de la política
m onetaria del gobierno. B a jo la influencia d e ese nuevo cam
bio, se p ro d u jo en la Bolsa n eoyorquina un alza borrascosa, y
gran parte de las pérdidas se in corporaron de nuevo al ín
dice D ow Jones. Esa euforia, sin em bargo, só lo duró hasta
qu e los tipos de interés em pezaron a su bir de nuevo.
Com o razón de ello, muchos analistas señalan la crisis m o
netaria internacional y la nueva p o lítica m on etaria de Nixon,
qu e no sería obstáculo para q u e una fu erte b a ja de los in
tereses diera al m ercado un renovado im pulso. Las cotiza
ciones continuaron subiendo hasta com ienzos de 1973, y el
ín dice D ow Jones alcanzó un a lto n ivel h istórico (1 065).
Ese crecim iento, sin em bargo, no resu ltaba convincente.
Aún no se había acabado con el S odom a y G om orra finan
ciero; los abusos de los consorcios m ixtos, los pecados de
los financieros irresponsables y las estupideces de los adm i
nistradores de los fondos no habían sid o penalizados toda
vía. Eso ocu rrió cuando se presentaron, conjuntam ente, nue
vos acontecim ientos: la crisis d el petróleo, el escándalo Wa-
tergate y sobre tod o la radical dism inución de la corriente
de dinero dictada p o r el F ederal R eserve B oard. Estos su
cesos culm inaron en una total crisis de la Bolsa, con las d i
ficultades de algunos consorcios financieros, y en una crisis
de liqu idez qu e estuvo a punto de conducirnos a un nuevo
1929. Pero sólo casi, puesto que, p o r suerte, el gobierno de
los Estados Unidos y A rthur Burns, presiden te d el Federal
R eserve Board, se dieron cuenta en el ú ltim o m om ento de
qu e no podían seguir jugando con fu ego. S om etieron , pues,
su política m onetaria a una decisiva revisión y em pezaron a
bom bear al m ercado, con toda la rapidez posible, nuevas can
tidades de dinero fresco.
H ay que confiar en que lo o cu rrid o en 1974 haya sido una
buena lección para los rectores de la econom ía y para los
gobiernos, que les enseñe a n o re p etir tales crisis. Los acon
tecim ientos de la década de los setenta nos muestran, tam
bién, cóm o se desarrollan las fases de un m o vim ien to bursá
til aunque sea a costa de la econ om ía y del m ercado de tra
b a jo . M ientras N ixon luchó con tra la inflación, los gobiernos
de Europa se em peñaron en co m b a tir el p a ro o b rero y en dar
52
nuevo im pulso a la econom ía. N o qu isieron co la b ora r en la
elevación del tipo de in terés, exactam en te com o están hacien
do hoy.
Dado qu e las políticas financieras de Estados Unidos y
E u ropa no transcurren de m odo paralelo, p o r razones polí
ticas, psicológicas y sociales, seguirán produ ciéndose siem
pre tales divergencias. (D esde la llegada a la presidencia de
R onald Reagan nos encontram os en una situación parecida:
los europeos desean reactivar la econ om ía, m ientras que los
Estados U nidos están dispuestos, a costa de lo que sea, a
ro m p er la colum na verteb ra l de la psicosis inflacionista.) In
cluso entre los p ropios Estados eu ropeos se aprecian con
toda claridad tendencias divergentes.
F A S E S D E LO S M O V IM IE N T O S C IC L IC O S E N L A BO LSA
53
«P u ed o calcu lar al cen tím etro y al segundo las ó rb ita s de
los cuerpos celestes, p e ro soy absolu tam ente incapaz de pre
d ecir hasta dónde puede arrastrar la cotización de la Bolsa
una m ultitud histérica.»
En un m o vim ien to cíclic o a la b a ja , las b a ja s cotizacio
nes en la tercera fase producen un n egro pesim ism o que, a
su vez, presiona a la baja sobre los precios, y las cotizacio
nes caen com o hojas en otoño. Estas olas, a la baja o al
alza, duran hasta que una sacudida psíqu ica rom p e el ciclo
en cualquier dirección. Cuando n o llega esa sacudida, aunque
existan argum entos en fa vo r de un cam b io de d irección de
las cotizaciones, esta ú ltim a, fase, pu ram en te psicológica, se
desarrolla con m a yor lentitud. Un buen día la tendencia del
m ercado cam bia de signo sin ninguna razón extern a qu e lo
justifique, y causando una gran sorpresa no só lo en tre el pú
b lico sino tam bién entre los expertos qu e n o estaban prepa
rados para ello. Seguidam ente, com ien za el m o vim ien to c íc li
co con trario (en nuestro caso la corrección , adaptación y exa
geración de un m o vim ien to a la b a ja ). En esta eterna rota
ción de la Bolsa, com o en la naturaleza, la b a ja m a r sigue a
la pleam ar.
¿Cómo, pues, debe com portarse el esp ecu lador en esas tres
fases de cada ciclo?
En la tercera, es decir, en la de exageración , el bolsista
qu e ju egu e a la b a ja deb e c o m p ra r y no asustarse si los
precios siguen descendiendo. C om o los agentes solían decir
en la antigua B olsa de cereales de B udapest, «q u ie n no com-
ira el trigo cuando baja, n o p od rá ten erlo cuando su ba». En
Í a prim era fase del m o vim ien to al alza se debe segu ir com
prando, puesto qu e se ha su perado el punto de m áxim a caída.
En la segunda fase h ay qu e lim ita rse a ser espectador, de
jarse lleva r con pasividad p o r el m o vim ien to e irse prepa
rando aním icam ente para saltar del m ercado durante la ter
cera fase de eu foria generalizada.
Naturalm ente, resulta m uy d ifíc il para el especu lador ir
contra la tercera fase de exageración a la baja, es decir, ac
tuar contra el consenso general y segu ir com prando cuando
los colegas, los m edios de in form a ció n y los expertos acon
sejan ven d er (o viceversa). In clu so los gu e conocen esta teo
ría y quieren segu irla cam bian su op in ió n en el ú ltim o m o
mento, bajo la presión de la psicosis colectiva , y se dicen:
«T eórica m en te debería segu ir adelante, p e ro esta vez la si
tuación es distin ta.» Más tarde qu eda cla ro que tam bién en
esta ocasión lo m e jo r hubiera sid o actuar con tra el m ovi
m iento cíclico. H ay que estar m uy bien entrenado, ser fr ío e
incluso cínico para escapar a la h isteria colectiva. ¡P e ro ésta
es la condición sine qua non p ara con segu ir el éx ito ! La ma
54
y o ría la form an los perdedores. El especulador debe tener
audacia, tenacidad y sabiduría.
N atu ralm ente q u e ahora surge la pregunta de cóm o se
iuede saber en qu é fase se encuentra uno. Para e llo no hay
f
ibros de texto, co m o tam poco existe una especulación per
fecta, con el éxito garan tizado al cien p o r cien. N o existe
ningún m éto d o qu e pueda aplicarse a ciegas. S i fuera asi no
existirían picadores en las m inas ni leñadores en los bosques.
Tod o el m u ndo acu diría a la Bolsa a ganarse el sustento. Sólo
una gran experien cia con cede al bolsista eso que se llam a
sensibilidad y tacto para a p recia r una determ inada situación.
H asta el especu lador con m ás experien cia y acostum brado a
desenvolverse incluso en las m ás d ifíciles circunstancias pue
de equivocarse, y y o m e a trevería a d e c ir aún m ás: tiene que
eauivocarse con frecu en cia para p o d er reu n ir las experiencias
suficientes. Un especu lador de B olsa qu e en su vida no se
arruin ó dos veces co m o m ín im o no m erece ese nom bre. Es
com o si tod os nos en contráram os den tro de una habitación
en penum bra y, p o r lo tanto, el qu e lleva ya varios lustros en
ella debe saber m overse y desen volverse bastante m e jo r que
el recién llegado.
55
po hasta que llega al público y éste acaba p o r com prenderla,
la interpreta bien y actúa en consecuencia. Ese individuo, el
blando, carece de capacidad de análisis conceptual y no actúa
con el cerebro sino de manera puram ente em ocional. Si los
otros com pran, com pra él tam bién; si venden los otros, él
hace lo mismo. Se trata de un eslabón de la cadena de la
masa y actúa con ella. Por esa razón, incluso un supcrmillo-
nario puede ser un blando si carece de tem ple y de ideas;
es decir, si actúa de m odo em ocional.
En la Bolsa, consecuentemente, tod o dependerá de en qué
manos se encuentran los valores. S i son los duros quienes
poseen la m ayor parte del papel, la B olsa está bien dispuesta
para un m ovim iento al alza explosivo, aun cuando las noti
cias no sean en absoluto favorables. Si, p o r el contrario, la
m ayor parte de las acciones o valores está en manos de los
blandos, cualquier noticia pesimista, p o r poco im portante
que sea, puede p rovocar un desastre.
A l prim ero de los casos lo llam o una situación de m er
cado «su pervendido», y al segundo, de m ercado «supcrcom -
prado». Toda la ciencia consiste en averigu ar si un mercado
está supervendido o supcrcom prado. Un experto en asuntos
bursátiles con el suficiente tacto en la yem a de los dedos se
suele dar cuenta de ello, aun cuando no siem pre esté en con
diciones de expresarlo con palabras ni de definirlo. Se dan,
naturalmente, síntomas, indicios y señales de las que resulta
posible deducir si nos encontram os en una u otra situación.
Cuando se dan cotizaciones en descenso, durante algún
tiempo, pero pese a ello siguen acudiendo fuertes inversio
nes, significa que gran núm ero de acciones están pasando de
las manos de los blandos a las de los duros. Podría llegar a
ocurrir que los blandos ya lo hubieran vendido tod o y las ac
ciones durmieran en las cajas de caudales de los duros. El
papel sólo saldría de allí mucho más tarde, cuando los pre
cios subieran. En el caso de una baja en las cotizaciones, son
los duros los que compran, en gran m ayoría, dado que se
sienten mucho menos afectados p o r el pánico producido p o r
la baja y, además, disponen de dinero y tienen paciencia e
ideas. Eso significa que cuando, pese a qu e se in vierte mucho
dinero, las cotizaciones siguen bajando, es señal de que nos
estamos aproxim ando al nivel en que com enzará el próxim o
m ovim iento de alza de los cambios. En la m ayoría de los
casos en que ocurre esta baja, se trata de una caída que
alcanza una profundidad injustificada, de la que sólo son
culpables la histeria del público y las ventas generalizadas
por parte de los poseedores de las acciones. Se produce lo que
antes definí com o tercera y últim a fase del m ovim iento cí
clico de baja de las cotizaciones. En esta situación, los blan
dos se desprenden de sus valores y acciones, incluso de los
m ejores y con m ayor capacidad de resistencia, que hasta aquel
momento habían conservado com o un fondo de reserva.
Si las cotizaciones muestran cierta vacilación durante un
56
p eriod o en el cual la presencia de dinero en el m ercado bur
sátil es escasa, eso indica, sin duda, una mala perspectiva para
la Bolsa. En tales coyunturas, las acciones continúan en manos
de los blandos, qu e siguen esperando una recuperación del
m ercado. Sin em bargo, en el caso de que la tendencia a la
baja se m antenga y las acciones sigan cayendo, se sentirán,
de im p roviso y cuando m enos se espere, poseídos p o r el pá
nico, y venderán o incluso m alvenderán todo su papel, valo
res o acciones.
La opin ión de m uchos analistas y agentes de Bolsa de que
una caída de las cotizacion es en los casos en que escasea el
din ero no tiene significado especial, es com pletam ente falsa.
El argum ento prin cip al qu e utilizan para defen d er su tesis
es q u e la baja se deb e a qu e el gran público vende. E fectiva
mente, eso en sí no significaría gran cosa, pero lo im portan
te es qu e los valores continúan en manos de los blandos y,
conocien do su fo rm a de reaccion ar, el que aún no vendan no
qu iere decir, ni m ucho m enos, que vayan a resistir. Lo más
fácil es que, arrastrados p o r la tendencia general del público,
acaben vendiendo mañana, d en tro de una sem ana o de un mes.
Cuando el papel in icia el alza y sigue subiendo de ma
nera continuada, y adem ás existe una gran abundancia de
dinero, eso también en cierra una m ala perspectiva de futuro.
Cuanto m ayor es la cifra de negocios qu e se realizan, más
afectado se ve el m ercado. Cuando se da esta abundancia de
dinero en m om entos de alza continuada, la Bolsa se está
aproxim ando a la tercera fase del m ovim ien to al alza, y pron
to com enzará la baja. L o s analistas y agentes de Bolsa, por
su parte, afirm an qu e las alzas continuadas de la cotización,
acompañadas de una gran cifra de operaciones, señalan una
situación favorable. (N a d a más falso! E llos opinan qu e el
gran pú blico está com prando y que eso es bueno. Ciertam ente
sería así en caso de qu e continuaran las com pras. Pero ¿es
verdaderam en te tan p o sitivo qu e el gran público, es decir,
los blandos, co m p re? ¿E s que se puede estar seguro con ellos
de qu e seguirán com p ra n d o a la semana siguiente? ¿ N o exis
te el p elig ro de qu e tod o ese papel o gran parte de él vuelva
al m ercado el m es siguiente, de qu e los blandos se decidan
a ven der en seguida? L o m ás probable es qu e ocurra así...
P o r el co n trario, cuando una subida del m ercado está
acom pañada p o r una cifra de operacion es más pequeña, esto
es extraordin ariam en te fa vora b le, p o r mucho que digan los
ya citados analistas que esa situación apenas expresa algo
im portante. Esta opin ión está parcialm ente justificada desde
su punto de vista, puesto qu e los agentes de Bolsa, los b roc-
kers, só lo consideran im p ortan tes las grandes operaciones
v no prestan atención a los m ovim ien tos de un m ercado de
pequeñas operaciones.
La realidad es, em pero, qu e el papel sigue en manos de
los d u ros y no ha pasado a las de los blandos. Los precios
tendrán qu e seguir subiendo bastante más antes de que los
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duros, que tienen lo s nervios tem plados y saben esperar,
estén dispuestos a co m en zar a ven der sus acciones.
D e esto se deducen las siguientes conclusiones:
Un m ercado con cotizaciones ascendentes, con grandes
operaciones y mucho din ero disponible, significa que se com
pra dem asiado. Juicio: desfavorable.
M ercado en ascenso, p ero con un núm ero pequeño de ope
raciones: favorable.
M ercado en descenso con pequeñas operacion es: desfa
vorable.
M ercado descendente con gran nú m ero de operaciones:
favorable, puesto qu e se está aproxim an d o el punto en qu e las
ventas son excesivas.
S e llam a «so b reco m p ra d o » al m ercado qu e se encuentra
en la tercera fase d el m ovim ien to de alza. En ese caso, basta
un pinchazo con una aguja para qu e explosion e com o un
globo.
«S u p erven d id o * es el m ercado qu e se encuentra al térm i
no de la tercera fase d el m o vim ien to de baja de las cotiza
ciones. Un m ercado en tales circunstancias puede in icia r la
subida incluso sin buenas noticias.
Docenas de ejem p lo s d el pasado sustentan esta teoría. R e
sulta para d ójico, aunque no hay más rem edio qu e lleg a r a
esa conclusión, qu e en caso de subida de las cotizacion es sean
las pequeñas transacciones las qu e m arqu en y señalen una
continuación de la tendencia ascendente, hasta que llega el
m om ento en qu e se produ ce un general aum ento del público
que acude a com prar, co m o h ipnotizado p o r las acciones. Está
claro que el pú b lico reacciona b a jo presión psicológica. En
el punto más b a jo de las cotizaciones, se trata de una acu
m ulación de las acciones en manos de los duros, unos pocos
tan sólo; en el punto más a lto de las cotizaciones, de un
reparto en muchas manos. G ráficam ente podría represen
tarse com o una p irám ide invertida.
E L C A M IN O D E L É X IT O :
A C T U A R C O N T R A L O S C IC LO S
58
con diez artícu los distin tos en otras tantas posiciones bur
sátiles qu e no m antienen la m e n o r relación entre sí. Especu
lo al alza con minas de o ro sudafricanas; con bancos france
ses a la baja; con estaño al alza; con avena a la baja; final
mente, con acciones petroleras al alza y con cacao a la baja.
•Tien e qu e recon o cer qu e todas estas operaciones no tie
nen mucha relación en tre sí. Y , sin em bargo, las cosas se
desarrollan de m anera que to d o es favorable o tod o desfa
vorable para m í. O bien sube to d o lo qu e debía b a ja r y baja
todo lo que deb ía subir, o m e sorpren de el más favorable
de los casos cuando sube to d o lo qu e tiene que su bir y baja
todo lo qu e tien e qu e b ajar. Es decir, qu e o todas m is es
peculaciones salen bien o todas salen mal.
•M e gu staría saber qu é relación existe entre las acciones
de las minas sudafricanas y e l cacao, en tre los bancos de
París y la avena de W inn ipeg. P o d ría dudarse de la ratio,
de la razón. Es com o si a veces el destino qu isiera castigarm e
y otras fa vorecerm e. En estos m om entos estoy atravesando
una m ala racha. ¿Qué fu erza secreta es esa que a veces m e
quiere bien, p e ro qu e en la actualidad parece haberse conju
rado contra m í en toda la lín ea ?»
M i a rtíc u lo de fe
2X2=5—1
Usted ya conoce m i artícu lo de fe: dos p o r dos son cinco
m enos uno. Las cosas no son tan sim ples ni en el terreno
d e la especulación bu rsátil ni en la vida real. Nuestra exis
tencia, en su totalidad, descansa sobre esa verdad en la p o lí
tica, el arte v hasta en la religión .
Q u iero d e c ir con e llo que, finalm ente, tod o ocu rrirá com o
deb e ocu rrir. Dos p o r dos son cuatro sólo com o resultado
59
final. Pero no llegam os a ese resultado final p o r un cam ino
recto, sino dando un rodeo. M i lema es: en principio las
cosas suceden de m odo distinto, y sólo al final ocurren com o
se había previsto lógicam cnle; es decir, dos p o r dos son cinco
(fa lso ) menos uno (to d o queda en p erfecto o rd en ). Este a xio
ma diferencia incluso al arte de la ciencia porque un tra
b a jo científico no podría u tilizar tal sistem a de igualdades.
En el terreno científico dos p o r dos tienen que ser cuatro
inmediatamente. Cuando un ingeniero construye un puente
sus cuentas tienen qu e ser m atem áticam ente exactas. Si se
construyera ese Duentc de acuerdo con la fórm ula 2 X 2 =
5 — 1 se derrum baría con el 5 antes de llegar al 4.
Y de ese m ism o m odo se derrum bará el especulador (en
el om inoso 5) si no tiene el suficiente tem ple, paciencia y,
sobre todo, el suficiente din ero para esperar hasta que llegue
ese indispensable «m en os uno». P o r desgracia, los especula
dores no tienen a m enudo — o, m e jo r dicho, casi nunca—
el tem ple y el dinero suficientes para resistir. C om o conse
cuencia, al final conservan la razón de su lógica, pero ya no
pueden aprovecharse de ella.
S i la lógica de su especulación es verdaderam ente lógica
— es decir, si parte de las prem isas correctas— , acabará por
imponerse. ¿Cuándo? Eso depende de los im ponderables. Si
los elem entos de su edificio especu lador conservan su vali
dez, todo es cuestión de tiem po. M i ju ic io al respecto podría
expresarse de este m odo: el dinero ganado con la especula
ción es el salario del dolor. En el m om ento en que se presenta
una situación que no se com prende, hay que v o lver a exam i
narla. Nada puede resultar más resbaladizo c incluso p eligro
so, que cuando no se consigue el diagn óstico de la situación
y siguen ocultas v sin aclarar las causas que están actuando
en contra de la lógica. En esc caso, el especu lador se encuen
tra en la oscuridad, com o el m ódico sin diagnóstico. H ay que
reconocer los síntomas e interpretarlos de m anera adecuada.
Conservar la m ovilidad
60
busca ser in v e rtid o no co m o un padre de fam ilia invertiría
sus ahorros, sino qu e constantem ente va en busca de una gran
aventura especuladora. En ocasiones, especula con la subida
de la plata, al día siguiente con la devaluación de una divisa,
después con revaluación de alguna otra. Se especula con ar
mas, letras de cam bio, divisas o intereses; con cualquier cosa
qu e haga posible la especulación. Esc capital dotante caliente
se em plea del m ism o m odo que usted procede con su dinero:
en la especulación qu e se constitu ye basándose en la sim ple
lógica cotidiana; es decir, sobre realidades fundamentales
que han sido hechas públicas p o r los m edios de comunica
ción y p o r los expertos. Usted, q u erid o am igo, no es el único,
sino uno más en tre esas decenas de m iles de especuladores
que, con enorm es sumas de dinero, persiguen su m ism o ob
je t iv o y siguen el m ism o cam ino en los m ism os sectores; han
com prado idénticas m ercancías y valores, u otros, que se ven
d ieron a la baja. Consecuentem ente, los m ercados en los que
usted especula al alza, están sobrecom prados (ov erb ou g h t)
y los m ercados en los que usted especula con la caída de las
cotizaciones están sobreven didos (ov e rs o ld ).
Usted m e d ijo qu e poseía acciones de petróleos. En los
últim os tiem pos la especulación internacional ha com prado
esas mismas acciones y espera só lo a qu e se produzca el alza.
En el m om ento en qu e las acciones em piecen a subir por
razones fundam entales, serán m uchos los especuladores que
se con form en con un pequ eño ben eficio y vendan. P o r esa
razón las acciones suben p oco o nada. H ay o tros especula
dores qu e pierden los n ervios, se im pacientan al ver que no
llega el alza esperada y ven den igualm ente, etc., etc., etc...
Así, puede su ced er qu e las razones fundam entales de una
especulación se vean neutralizadas p o r m o tivo s técnicos. En
tonces, se producen situaciones en las cuales el especulador
no com pren de p o r qu é razón no todos los argum entos fa vo
rables se reflejan en las cotizaciones. Eso sin necesidad de
d ecir que el «d in e ro ca lien te» ign ora lo qu e es conveniente
o no para el m ercado. M uchas veces, se nos eriza el cabello
al v e r hasta qué punto son falsas las interpretaciones del pú
b lico inversor. Las cotizacion es expresan m uy raram ente los
va lores reales, y se lim itan a re fleja r la relación entre oferta
y dem anda. N o im p orta de dónde proceda la o ferta ; cuando
ésta es abundante, las cotizacion es bajan. Esa afirm ación es
tan ló gica com o p o d ría serlo pensar qu e las acciones petro
leras tienen qu e su bir cuando aum entan los dividendos de
las com pañías. P ero la lógica de las razones técnicas sería, en
ese caso, más fu erte qu e la lógica de los hechos fundam enta
les, lo cual significa que las com pras y las ventas no se rea
lizan únicam ente a im pulsos de reflexion es fundamentales.
Consecuentem ente, las cotizacion es oscilan b a jo la presión
d e la o fe rta y la dem anda de papel. N o cabe duda de que
resultaría sum am ente interesante exam in ar con el m ayor
deten im iento todas las órden es de com pra y de venta dadas
61
en el curso de una jorn ada bursátil, para c o m p ro b a r cuáles
fu eron las razones qu e m ovieron a los vendedores y co m p ra
dores a realizar sus encargos.
Se puede p rolon gar m i tesis tam bién ad absurdum . Su
pongam os que un va lo r sube hasta el n ivel calcu lado p o r el
com prador. Con ello entra en una zona de peligro. A p a rtir
de ese instante la cotización regularizada no e je rc e el m ism o
poder de atracción sobre el especulador. S ó lo habrá unos po
cos interesados en com prar, y aquellos qu e tienen el papel
en su p o d er tratan de librarse de él, ahora qu e alcanzó la c o
tización esperada, para asegurarse así sus beneficios. Y eso
intentan hacerlo todos y p o r la misma puerta. C om o es na
tural, se presenta la baja, pese a qu e los acontecim ien tos es
perados se produ jeron.
E l m ism o p roceso se realiza tam bién en sentido opuesto.
T om em os cu alquier va lo r que deb e b ajar, p o r razones tota l
m ente claras y relevantes (supongam os, en caso extrem o,
que la sociedad está en graves dificultades econ óm icas). El
va lo r baja, en efecto, y se aproxim a al v a lo r qu e lógicam ente
tiene qu e alcanzar. S in em bargo, m antiene una cotización algo
m ás alta y deja de caer. Y esa situación puede m antenerse
bastante tiem po, pese a los m alos inform es.
En el lenguaje de la P o lsa a esto se le llam a el fa it a cco m
pli. O curre porque son muchos los qu e p reviam en te ven dieron
sus acciones y éstas se hallan ahora en m anos de los d u ros,
que se atreven a enfrentarse a las consecuencias de la caída
de la sociedad. Lo s q u e ju egan a la baja, qu e ya anteriorm en te
había hecho num erosas ventas aplazadas, ven ahora qu e sus
esperanzas se realizan, y quieren asegurarse los coiTespon-
dientes beneficios. Sus com pras im piden qu e la cotización siga
cayendo e incluso pueden h acer qu e suba. Personalm ente, he
vivid o ese m ism o fen óm en o en docenas de casos. Préstam os
en mala situación, acciones de sociedades malsanas, al b o rd e
casi de la quiebra, o ya en suspensión de pagos, m antienen
largo tiem po cotizaciones relativam en te altas antes de p re
cipitarse en el abism o.
E l fa it a c c o m p li ejerce una profunda influencia en la ev o
lución de las cotizaciones. Supongam os q u e existe p eligro de
guerra. Muchos p ropietarios de valores y acciones los venden,
p ero el día de la declaración de guerra ascienden las cotiza
ciones de im p roviso y en contra de todas las previsiones. Cuan
do estalló el co n flicto.d e 1939, ése fu e el a con tecer típ ico en
todas las Bolsas, tanto en Estados U nidos c o m o en Europa.
Y ocu rrió así p o r las razones técnicas mencionadas.
P o r el contrario, cuando en el curso de una gu erra se cree
que se aproxim a la paz y se em pieza a co m p ra r valores, la
Bolsa sube en plena guerra. Cuando se firm a el arm isticio
puede ocu rrir, con facilidad, qu e no se p rod u ce el alza espera
da. P o r el contrario, los cursos caen. Tam b ién en este caso se
habla de un fa it accom pli.
Podría tam bién o cu rrir que durante la gu erra el público.
62
nervioso, hubiera m alvendido ya la m a y o r parte de los valo
res. En tal caso, cuando la paz llega d e im p roviso, la Bolsa
se lanza hacia las alturas co m o un cohete. Resum iendo: de
acuerdo con m i experiencia, el qu e la tendencia de la Bolsa
sufra un cam b io de ru m bo de 180 grados, tien e co m o conse
cuencia acontecim ientos sensacionales y convulsivos, pues el
m ercado, tras la tercera fase de un m o vim ien to de subida, se
derrumba, o tras la tercera fa se de un m o vim ien to a la baja,
explosiona.
Uno de los más interesantes’ ejem p lo s lo hallam os en la
Bolsa de Buenos A ires. T ras el regreso de Juan P erón a la A r
gentina, las cotizaciones com enzaron a c a er de m anera inin
terrum pida, y llegaron a una situación de b a ja extraordin a
riam ente acentuada. A l fren te del go b iern o estaba ya la viuda
de Perón, la guapa Isabel (ex bailarin a de un club n octu rno).
La situación de la B olsa parecía desesperada y a nadie se le
ocu rrió co m p ra r ningún tip o de papel argentin o. ¿Dónde,
pues, estaban las acciones? E n manos de los duros, posible
m ente bien guardadas, b a jo llave, en sus cajas fu ertes en es
pera de un fu tu ro m e jo r, aun cuando, de m om ento, n o se
viera p o r ninguna parte. Y entonces se p ro d u jo la gran sor
presa: el golpe m ilita r y la detención de la guapa Isab el de
Perón. A l día siguiente n o se pudo a b rir la B olsa de Buenos
A ires deb ido a la gigantesca masa de ó rd en es d e com pra.
Cuando p o r fin la Bolsa pudo a b rir, 30 días después, los va
lores m u ltiplicaron su cotización p o r cien y, más tarde, in
cluso p o r doscientos. E ste es un e je m p lo m agistral de cóm o
en la B olsa puede o cu rrir de tod o, cuando está m uy super-
ven dida y, de repente, llega una n oticia positiva.
Resulta casi de todo punto im p osib le p re v e r la tendencia
del fa cto r psicológico. S in em bargo, se pu ede d eterm in a r que
la intensidad de la reacción del pú b lico ante las m alas (o las
buenas) noticias depende de la co n stitu ción técnica d el m er
cado (supercom prado o su perven dido). S i las acciones o va
lores se encuentran en manos blandas, una n oticia especial
m ente buena n o produce ya un gran efe cto, p e ro una mala
n oticia desencadenará la catástrofe. S i, p o r el con trario, son
los du ros quienes poseen la m a y o r p a rte d el papel, las bue
nas noticias provocan una reacción de eu fo ria m ientras que
las m alas no provocarán reacción alguna.
D e ese fen óm en o puede deducirse qu e las reacciones del
m ercado tam bién sirven co m o fu n ción in dica d ora : si el m er
cado no reacciona en absolu to ante una m ala noticia, es sín
tom a de qu e está supervendido, en esp ecial cuando las in ver
siones son fuertes. P o r el co n tra rio, si no reaccion a ante una
buena noticia es señal de qu e está su percom prado.
Lo s bolsistas seguim os con gran in terés el p rim e r aluniza
je de un veh ícu lo espacial tripu lado. T ras el éx ito espectacu
la r de la aventura esperam os, llen os de em oción , cuál sería
la reacción de la Bolsa. N a d ie pu ede n egar qu e un éx ito tan
sensacional abría nuevos h orizon tes a la cien cia y a la tecno-
63
logia. Pero no sucedió nada. El m ercado estaba extraordina
riam ente supercom prado, los blandos tenían sus manos llenas
de acciones y los duros no estaban interesados en adquirirlas
a los precios de entonces. La consecuencia fu e que todo el
m ercado se desm oronó durante años y desem boco, incluso,
en un gran colapso.
Regresem os a nuestro ejem plo de la declaración de guerra
de 1939. M ientras que las Bolsas estuvieron subiendo durante
meses antes de la declaración de guerra, una vez producida
ésta, sobrevino una gigantesca bancarrota. En lu gar del ¡ait
a ccom p li, se trató de una noticia extraordinariam ente mala
V dramática. Guerra y paz son, desde luego, casos extrem os.
E l fenóm eno del fa it a ccom p li puede ser observado también
en otros muchos acontecim ientos políticos, económ icos o fi
nancieros, tanto si se está a la espera de dividendos más altos
com o si se aguardan peores. Esta observación se ha confir
mado con tanta frecuencia, que casi se ha alzado a la cate
goría de regla.
64
cual uno puede lleg a r a ten er su p rop ia opin ión sobre cada
tipo de acciones.
D urante el m o vim ien to de descenso de la Bolsa, las ac
ciones que, por razones claram en te determ inadas, deben su
bir, lo hacen de fo rm a m uy lenta. L ogra n afianzarse, pero
sólo a costa de grandes dificultades. Así, du rante la coyuntura
d esfavorable p o r qu e atravesaron los E stados U nidos en 1975,
nudo observarse que las acciones de la industria farm acéu
tica m antenían y aun m ejorab an su p o sición en el m arco
de una Bolsa totalm ente desqu iciada porqu e, d en tro de ella,
ocupaban una posición especial. S i las tendencias generales
hubieran sido favorables, n o cabe duda de qu e dichas acciones
se hubieran precipitado hacia las alturas.
P o r el con trario, la tendencia ascendente de ciertos valo
res industriales puede m antenerse, pese a qu e la industria
en cuestión se encuentre en un estado de regresión , si la co
rrien te de dinero sigue sien do bien alim entada. S i la regre
sión a fecta conjuntam ente a todas estas em presas con una
tendencia bu rsátil com ú n descendente, se produ ce una catás
tro fe in evita b le para las acciones.
Cuando las industrias qu e se encu entran en plena evolu
ción se sienten favorecidas p o r un m o vim ien to al alza y, m e
diante la co rrien te de capital pueden consegu ir nuevo a li
m ento, entonces se vive — y es natu ral— una extraordin aria
prosp eridad de esas acciones en la Bolsa. L a eu fo ria no tiene
lím ites. De ese m odo se aclara igu alm ente el gran b o o m de
una ram a revolu cion aria de la industria, q u e se p ro d u jo en
1959 y se realizó plenam ente, so b re tod o en las industrias de
alta tecn ología y de orden adores en los años 1967-1968.
En épocas en las que con vergen tod os los fenóm enos p o
sitivos, las cotizaciones de estos va lores p ierd en toda rela
ción con la realidad. D egeneran hasta co n vertirse en meras
cifras sin significado alguno. Se co n vierten en núm eros de
teléfo n o con los qu e se pueden h acer ju eg o s m alabares sin
la m enor reflexión . Las cifra s en los in form es de la m archa
de los negocios ya no significan nada y los beneficios tam
poco, puesto que pertenecen al pasado, y en la B olsa se juega
sobre el futuro. L o único im p orta n te es la rapid ez con que
esas em presas industriales trepan hacia lo alto. Destacados
analistas de la Bolsa en E stados U nidos, en los años sesenta,
expusieron determ inadas teorías so b re la dependencia entre
el desarrollo de una industria y su co rresp on d ien te cotiza
ción en la Bolsa. Si el ben eficio n eto de una sociedad crece
durante x años en un y p o r cien to anual, puede precalcularse
un determ in ado cu rso de las cotizacion es en Bolsa, z, por
m edio de un coeficiente, w . Esto, naturalm ente, es pura teo
ría. Un co m p leto rebaño de analistas sigu ió estas teorías, y
con ellas su frieron el m a yor de los fracasos, co m o p o r ejem
p lo en el caso de los consorcios m ixtos.
En tiem pos de eu foria, el buen ju g a d o r (n o el in versor a
largo p la zo) debe su jeta r las riendas de su lógica de vez en
65
cuando. N o só lo tiene qu e ser listo, sin o tam bién lo suficien
tem ente sabio para «h a c e r el papel d el to n to ». D ebe desco
n ectar alguna vez su razón crítica y d eja rs e a rra s tra r p o r
la m area, incluso más allá de lo anunciado p o r los analistas
y durante tod o el tiem p o que d in ero y p sic o lo gía sean posi
tivos. Pero, en un m om ento dado, tien e qu e ser lo suficiente
m ente realista co m o para salirse del m ercado cuando se
puedan a d v e rtir síntom as de que e l fa c to r d in ero vgi a hacerse
n egativo. Y así deberá actuar pese a las seductoras cifras
relativas q u e aparezcan en distintos análisis y pese a las cau
sas fundam entales.
E sto es válido, sobre todo, para la tercera y ú ltim a fase
histérica de la exageración, cuando e l o p tim ism o se v e sacu
d id o violen tam en te p o r la subida con tin u ad a de las cotiza
ciones y cuando éstas suben a las alturas. Es co m o si sólo
el cie lo pusiera lím ite a su ascenso. P e ro en e l cie lo no crecen
los árboles. Así, ocu rre qu e cuando este p erío d o de eu foria
generalizada influye negativam ente so b re e l fa c to r dinero,
hay qu e salirse fu era d el m ercado, aun cuando éste parezca
en vu elto en una atm ó sfera de c o lo r de rosa. Uno n o debe
d eja rse in flu ir p o r cifras o profecías optim istas, pues ese op
tim ism o puede transform arse en el m ás n egro de los pesi
m ism os en el curso de vein ticu atro horas. H a y q u e s a lir del
m ercado p o r la puerta de atrás, co m o se sale de una casa
de m ala nota, para n o ser visto p o r nadie. S i no se ob ra así
es posible qu e el optim ism o de los dem ás le haga a uno vol
v e r a en trar. Para m antener esta actitu d se necesita un firm e
con v e n cim ie n to , ca rá cte r y e n tren a m ie n to , a fin de segu ir los
p rop io s principios con fidelidad y de m o d o consecuente.
66
altos, y la cotización d e sus acciones en Bolsa subió a seis
veces su p recio de com pra. Sin em b a rgo, hacia finales de
1980, en Munich, esas acciones m e causaron una noche d e in
somnio. En m i cereb ro se en fren ta ron los pros y los con
tras del m ercado de las m inas de o ro y los distintos factores
de influencia del m ercado sudafricano.
Una antigua ley de lo s especu ladores aconseja que cuando
uno se pase toda una n och e sin d o rm ir a causa de una in
versión en la Bolsa, deb e librarse de ella inm ediatam ente. Y o
seguí la n orm a al p ie de la letra y tom é la decisión de ven
der todas m is acciones el p rim e r día de Bolsa (un lunes).
Para m í las cosas estaban claras: « H a y q u e salir d el m erca
d o .» Les com uniqué m i decisión a m is am igos de la R epública
Federal Alem ana a los qu e les había aconsejado qu e com
praran minas de o ro . A l día sigu iente em pren dí v ia je hacia
París y avisé, tam bién, a m is am igos de allí. Éstos, co m o es
lógico, m e expusieron una serie de contraargum entos: bue
nos dividendos, nuevas p osibilidades d el o ro , fa lta d e valores
alternativos, etc. C om o o cu rre siem p re q u e e l h orizon te apa
rece de c o lo r de rosa. R esulta de tod o punto superfluo in
vestigar la opinión d el pú blico, pu esto qu e éste se deja
influir p o r e l curso de las cotizacion es. S i la cotización está
alta, el pú blico siem pre es optim ista. Unos meses después, la
cotización de las m inas de o ro b a jó en un sesenta p o r ciento.
M i obediencia, consecuente con m is prin cip ios, a una regla
bursátil qu e contiene e l v ie jo saber de la experiencia, de
m ostró su com pleta validez.
« Q U IE N A D O R A P E Q U E N E C E S
NO SE M ERECE G RAN D E ZAS»
67
siendo válidos los argum entos que nos llevaron a aceptarla.
Igualm ente, uno debe saberse lib ra r de una idea cuando se
v e con claridad que nos conduce a un ca llejón sin salida. Es
decir, que hay que ser al m ism o tiem p o firm e y elástico.
S ólo hay algo de lo que uno deb e librarse com o de la
peste: el qu erer «recu p era r» a toda costa el din ero perdido.
Cuando se sufre una pérdida h ay qu e h acer tabla rasa, acep
tarla, olvidarla v em pezar de nuevo desde cero.
P e ro lo más d ifíc il de tod o es aceptar una pérdida en la
Bolsa. Es algo así com o una intervención quirúrgica. H a y ne
cesidad de am putar el brazo antes de que la in fección se ex
tienda. Cuanto antes, m ejor. E sto es d ifíc il de aceptar, y entre
cien especuladores quizá puedan contarse con los dedos de
una m ano aquellos que están en condiciones de actu ar de
ese m odo.
E l e r ro r im perdonable de la m a yor parte de los ju gadores
de B olsa consiste en lim itar las ganancias y d e ja r que las p ér
didas aumenten. E l resultado lógico es: ganancias lim itadas
y grandes pérdidas. Un ju gador efe ctivo y con práctica d eja
ou e continúe la racha cuando va ganando, y se retira en
cuanto em pieza a perder. E l p roverb io « e l buen pez es el pez
p eq u eñ o» no debe aplicarse en la Bolsa. M i refrán bursátil
es: «Q u ien adora pequeñeces no se m erece grandezas.»
H ay o tro refrán ju d ío que dice: «S i com em os cerdo, que
sea al menos ja m ó n .» (Conviene record a r qu e los ju d íos no
com en carne de cerdo.) Consecuentemente, si se especula en
la Bolsa, las ganancias deben m erecer la pena.
M e r ío siem pre que algún colega m e cuenta qu e com pra
un va lo r en la Bolsa y, al m ism o tiem po, sin esperar, lo o fr e
ce a la venta con un diez p o r cien to de beneficio. Eso me
recuerda al gran escritor francés Sacha Guitry, que no qu ería
n i o ír hablar de las especulaciones en la Bolsa, p ero que en
cierta ocasión, para librarse de un agente qu e lo asediaba, le
d io el siguiente encargo: «C óm p rem e 100 R oyal Dutch y
véndalas cuando vuelvan a alcanzar la m ism a cotización .» E l
chiste del escritor n o se aleja m ucho de la actitud de esos
colegas.
E n relación con m i teoría sobre pérdidas y ganancias, he
de mantener lo siguiente: quien posea una cartera de v a lo
res bursátiles deberá, de vez en cuando, tom ar el lápiz y co m
probar cuál sería su respuesta a las siguientes preguntas:
«¿C om praría estas acciones si n o las tuviera ya ? » S i la
respuesta es afirmativa, significa qu e debe conservarlas. Si
p o r e l contrario la respuesta es «n o », debe venderlas de in
m ediato para quedarse en paz con su conciencia. Los valores
bursátiles deben considerarse desde un punto de vista abso
lutamente objetivo. H ay que com prar y ven d er sin dejarse
lleva r p o r el hecho de que eso signifique una pérdida o una
ganancia. Y en determinadas ocasiones incluso hay que v o l
v e r a com prar un va lo r a un m ayor precio al qu e se ven dió
anteriormente. N o deben tom arse en consideración, en abso
68
luto, las cotizaciones antiguas. En ciertos casos, al bolsista le
está prohibido m ira r atrás, com o a la bíblica m u jer de Lot,
pues si lo hace puede ser castigado. Cada cotización bursátil
debe ser juzgada de acuerdo con el presente, y lo m ism o es
aplicable a sus futuras posibilidades de evolu ción. L a Bolsa
sigue su propio cam ino, in depen dien te del p recio de com pra.
La Bolsa no nos tom a en consideración en absoluto; ni si
quiera hace caso de nuestras estupideces.
H ay que com p ra r o ven d er p o r razones o b jetiva s y nunca
por m otivos personales. Si, p o r ejem p lo , he com prado una
acción por 100, no la ven deré aún cuando suba a ISO o a 200,
ni tam poco cuando sepa qu e v o y a o b ten er con ella un m ayor
beneficio m ientras esté con ven cido de qu e su cotización a
200 todavía es dem asiado baja. (A sí p o d ría o cu rrir com o me
sucedió en cierta ocasión, cuando in vertí en un em préstito
en francos, un Youne-Anleihe alem án , y lo g ré ven d erlo p o r
cien veces su va lo r.) P o r el co n trario, deberé ven d er un va lo r
p o r el que he pagado 100 a 80, 70 o incluso 60, si estoy con
vencido de que la cotización a 60 es excesiva.
En el caso de un especu lador de Bolsa, dotado especial
m ente de una buena dosis de fan tasía y que al m ism o tiem po
posee un carácter rom ántico, actuará en la B olsa com o un
buen ju g a d o r de p ó k er o del m ism o m odo qu e un em presario
con éxito actuaría en la vida n orm al. Cuando tiene la sen
sación de que su idea es la razonable y acertada y acabará
por darle la razón, aum entará su apuesta. Si siente que se
ha equivocado se retira del ju e g o y frena su actividad. A la
Bolsa hay que am arla con pasión p e ro tratarla con frialdad.
El arte del buen ju g a d o r de Bolsa, del qu e tiene éx ito en ella,
consiste en saber recon o cer cuál es el m om en to oportuno
para actu ar de uno u o tro m odo.
É se fue también el caso en una de m is especulaciones de
m ayor éxito, ocu rrid a ya hace m ucho tiem po, p ero q u e hasta
ahora sigue viva en m i recuerdo.
E L E S PE C U LA D O R : E S T R A T E G A A L A R G O PLAZO
69
de esos dos campos son distintas, y las de uno de ello s no
pueden ser aplicadas al otro.
Cuando se especula a plazo m edio y se sigue una idea
básica, no se debe d eja r influir p o r lo s acontecim ien tos co ti
dianos n i p o r los caprichos oscilantes tan m arcados de la
Bolsa. P o r el contrario, quien actúa de un día a otro, n o debe
dejarse lleva r p o r reflexiones a largo plazo. E s co m o el ju
ga d o r de ruleta que va de una mesa a o tra en el casino. Se
incluye en tre los ju gadores de azar típicos. L e son ríe la suer
te y ha ganado sus cincuenta m il o sus quinientas m il pesetas
cuando abandona e l casino, o en su caso la Bolsa, con la
única satisfacción de haber ganado una buena suma. Carece
d el ed ificio intelectual y del espíritu aven tu rero d el au téntico
especulador, que analiza todos los acontecim ien tos para sacar
d e ello s las oportunas consecuencias.
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surjan de inm ediato encargos para la com pra o la ven ta de
papel.
E l especulador no tom a en consideración estas pequeñas
desviaciones. Se lim ita a segu ir la tendencia: la línea recta
ascendente que va de A a B señala una continuada subida
de Bolsa, pese a las oscilaciones provision ales a la baja o al
alza. La especulación con la línea recta A-B se sustenta en
m otivaciones m uy distintas de las que sirven de base al ju ego
especulativo a co rto plazo, en tre X e Y . E l especu lador a
largo plazo se basa en o tro s elem en tos fundam entales: la p o
lítica d el dinero y la de los créditos, e l tip o de intereses, la
expansión económ ica, la situ ación internacional, la balanza
com ercial, los in form es de las sociedades, etc., y no se deja
influir p o r las noticias cotidianas secundarias. D ich o en pocas
palabras: tiene ideas, correctas o equ ivocadas, p e ro al fin y al
cabo ideas. E sto es un paso p ara in corporarse al gru po de
los duros.
Supongam os qu e el esp ecu lador ju ega al alza, especula con
ella y ve que, debido a un d eterm in a d o acontecim iento, el
alza se detiene o cae de m anera p rovision al, com o p o r e je m
p lo si el presidente de los E stados U nidos su fre un ataque
cardíaco (E isen h ow er lo su frió en 1955), o se prod u ce un te
rrem o to en A m érica del S ur. Pues bien ; eso n o induce al
ju ga d o r de B olsa a tira r de in m ed ia to p o r la b ord a tod o su
ed ificio especu lador sino qu e lo m antiene. P o r el con trario, el
especu lador a co rto plazo, el qu e ju ega al día, tiene qu e pres
tar o íd o a cu alquier ru m or, o ír hasta e l más déb il sonido,
escuchar cualquier insinuación y va lo ra r inm ediatam ente
cu alquier in form ación a su alcance. D ebe p oseer agilidad y
adaptabilidad y estar dispuesto a ca m b iar su p rogra m a en
tod o m om ento.
Con gran frecuencia, el ju g a d o r de B olsa a co rto plazo
llega a ésta frecuentem ente con una ca rtera llena de órdenes
ya a punto. Después estudia de dónde sopla el v ie n to ese día,
adapta rápidam ente su p rogram a a las circunstancias y, en
vez de vender, com pra. E l especu lador a c o rto p la zo es el tác
tico, m ientras qu e el esp ecu lador a la rg o plazo es un estra
tega. La diferen cia entre operacion es tácticas y operacion es
estratégicas es de gran im p ortan cia en e l terreno d e la Bolsa.
Para no ca er en la tentación de ca m b iar su opinión, inclu
so es m e jo r que el esp ecu lador n o acuda personalm ente a la
Bolsa. Debe hacer un ro d e o antes de acu d ir a llí p ara e v ita r el
p elig ro de ser contagiado p o r un a m b ien te tan caprichoso y
variable co m o el cielo so b re la costa. O tien e que m ostrarse
extrem adam ente firm e y con ven cid o d e la certeza de sus pun
tos de vista, hasta el punto de q u e las opinion es de los que
piensan de m anera distinta a la suya n o le influyan en ab
soluto.
71
Cuando el cañón suena, com p ra ;
cuand o se oyen las notas del arpa, vende
E X P E R T O S Y M IL A G R E R O S
73
dignas de confianza las recom endaciones y confiden cias aun
cuando provengan de las m ejores fuentes.
74
que y o m ism o habla concluido. A l o tr o lado de la linea pude
o ír su vo z asustada:
«¿Q u é vam os a hacer? ¿Q u iere v o lv e r a ven der?»
«¿Q u é vam os a hacer? S iga usted com prando S t. M o ritz.»
Sigu ió una larga pausa e im a gin é la expresión desconcer
tada de m i am igo.
«S o la m en te q u ed a m ostra rle la poca im portancia qu e con
cedo al análisis de un balance y a la in form a ción de uno
que está dentro, aun cuando esa in form a ció n provenga nada
menos qu e d el p rop io p resid en te», dije.
A l día siguiente, en nuestra tertu lia d el café le conté a
mis a m igos m i extravagante decisión, para q u e ellos tam bién
pudieran ser testigos. Seguidam ente, m e o lv id é p o r com pleto
del asunto. Unos m eses m ás tarde le í en el N ew Y o rk T im es
un artícu lo sobre la evolu ción de las acciones de St. M oritz,
que acababan de subir de 1 200 a 1 600. T ele fo n eé a m i am igo
en Zu rich y, alegrem ente, ven d í todas m is St. M oritz.
Cuando m e com uniqué con é l p o r teléfo n o le pregunté,
brom eando:
«B ien , qu erid o am igo, ¿n o tu ve una buena in form ación
confidencial?»
O fendido, m e respondió:
«¿ C ó m o dice eso? |Fui y o quien tu vo esa in fo rm a ció n !»
E fectivam en te, no dejaba d e tener razón.
Algún tiem p o después las St. M o ritz su bieron aún más y se
guidam ente desaparecieron de la Bolsa, puesto qu e la em presa
fu e adqu irida a buen p recio p o r la em presa inglesa Bow ater.
Unos años después hablé con el presiden te H ere il, en una
alegre conversación, sobre esta h istoria y nos reím os de ella.
S ólo qu e en esa ocasión tam bién él conocía lo qu e antaño no
pudo saber: los planes secretos de fu sión con la B ow ater. Su
análisis fin anciero habla sid o absolu tam ente co rrecto, p ero el
analista piensa y la B olsa lleva e l vo la n te; es ella la qu e con
duce. La Bolsa no es una cien cia sino un arte. L o m ism o que
en la pintura, en la Bolsa hay q u e sa b er en tender el surrea
lism o. Aun cuando a veces las p iern a s estén a rrib a y la cabe
za abajo, los cuadros de Picasso son adm irados p o r m illones
de personas y ven didos p o r m illon es de fran cos. Y o n o com pré
acciones de St. M o ritz a pesar de los m alos in form es, sino
m ás bien a causa de ellos.
Con frecu en cia pienso en esa d ive rtid a aventura cuando veo
con q u é exactitud científica tra b a ja el analista. S e realizan
análisis p o r ordenador, se trazan curvas y gráficos exactos
con la regla y el com pás, se hacen cálcu los, se m u ltiplica, se
divide, se suma y se resta para d eterm in a r cuál será el desa
rr o llo de la cotización de unas acciones. ¡Q ué en orm e ta
rea...! ¿ Y cuál es su resultado?
75
Si se le pregunta a un banquero extrem ad am en te serio su
opinión sobre todas estas cuestiones, su respuesta será, sin
duda, tan sibilina com o la del rabino m ila grero de Fürth: un
reducido grupo de bolsistas de Frankfurt se d irig ió en cierta
ocasión al rabino sobre la tendencia futura de la Bolsa.
«¡C om pren , no ven dan !», fu e la lacónica respuesta de
Fürth. Ésa era una «respuesta m ilagrosa». S i las cotizaciones
retrocedían se decía: « N o com pren, ven dan .» S i subían las
cotizaciones, p o r el contrario: «C om pren , no vendan.»
C om o no estoy dispuesto a nutrirm e de los consejos de
un rabino m ilagrero ni tam poco de los de un ban qu ero respe
table, m e veo obligado a seguir m is propios m étodos.
¿C U AL ES E L V A L O R D E L A S IN F O R M A C IO N E S
DE «P R IM E R A » M A N O ?
In fo rm a d o ... ¿A rru in ad o?
76
a llí m is prácticas com o espectador, m is años de aprendizaje
en estilo de vida cosm opolita, y gané de ese m odo una expe
riencia vital que siem pre m e fu e ú til y m e lo sigue siendo.
Ese pequeño mundo, llen o de colorido, ha desaparecido com o
la nieve del año pasado. P ero cuando en la actualidad cruzo
el vestíbulo del Palace, los espíritus del pasado siguen toda
vía vivos. En un rincón del vestíb u lo veo todavía a André
Citroen, el rey del au tom óvil (antes de su qu iebra). A otra
mesa se sienta sir H en ry D eterding, e l dueño y señor del con
sorcio R oyal Dutch-Shell. C erca de é l cena la com petencia,
representada p o r m ister W a lte r C. T eagle, presidente de la
Standard Oil. De acu erdo con la ch ism ografía local, ambos
potentados d el n egocio del p e tró le o (lo s antepasados del jeq u e
Jamani y com pañía) se reunían a llí cada año para charlar
sobre sus problem as: precios, m ercados, petróleo. Exacta
m ente lo m ism o que los jeq u es de nuestro tiem p o en una con
feren cia de la O PE P. A dos pasos de ello s veo a K ees van
Dongen, p in tor de fa m a m undial, y a Charlie Chaplin. Nunca
faltaba m i com patriota, el d o cto r A rp a d Plesch, brillan te es
pecu lador y especialista en inversiones en o ro . A l o tro lado,
y siem pre en el m ism o sillón y sum ido en sus pensamientos,
podía v e r al d o cto r F ritz M annheim er, el más influyente de
los banqueros de aquel tiem po, natural de S tu ttgart y d irector
general de la banca M endelssohn y Cía., de Am sterdam . Co
m enzó su carrera después de la p rim era gu erra m undial com o
especialista en el m ercado de divisas, en Am sterdam , donde
actuaba co m o representante del Deutschen Reichsbank, y
tenía la m isión de m antener la cotización del m arco, m ediante
las necesarias intervenciones. Su a ctivid a d tuvo gran éxito,
aunque m enor para el Reichsbank q u e para él m ism o. El
m arco cayó a cero, p ero el d o cto r M annheim er se h izo con
una fortu na. Con los m illon es ganados fundó la ram a holan
desa de la firm a berlinesa M endelssohn y Cía. y, posterior
mente, paso a ser, en tre otras cosas, el banquero de los
gobiern os francés y belga. C om o re y no coron ado de la im p or
tante plaza financiera cjue era en aqu ellos tiem pos A m ster
dam, m e causaba más im p resión q u e nadie. E ra soberbio y
arrogante, m uy consciente d e su p o d er e influencia.
Y o observaba el espectácu lo d el Palace con los o jo s de un
detective privado, analizaba los gestos de todos los persona
je s a llí presentes, sus fisonom ías, y hasta hubiera escuchado
con gusto sus conversaciones. ¡E sta b a seguro de qu e no di
vagaban hablando del tiem p ol
Casualmente, m i curiosidad pudo s e r satisfecha. Una tarde,
uno de los botones del h o tel llam ó a m i puerta y m e en tregó
un telegram a, qu e a b rí llen o de im paciencia. E l texto confir
m aba un nigantesco en cargo de com pra de acciones de la
R oyal Dutch en todos los m ercados d el m undo (p o r un total
de varios m illones de florin es).
Y o no com prendía exactam ente de qu é se trataba. V o lv í a
o b serva r el telegram a y m e d i cuenta de qu e n o estaba d iri
77
gid o a m í, sino al d octor M annheim er. ¡U n e r ro r de este tipo
puede darse en los m ejores hoteles, incluso en Palace de
St. M o ritzl M i habitación estaba en el lado de la som bra, en
fren te m ism o de la soleada suite ocupada p o r el d o c to r Mann
heim er. H oy, muchos lustros después, aún sien to la sacudida
em ocion al qu e m e conm ovió en aquel entonces. De repente,
m e hallaba en posesión de un secreto d e los dioses, de los
elegidos. Unos días antes había descu bierto a s ir H en ry en
frascado en una anim ada conversación con el d o c to r M ann
heim er. Y pensé qu e sin duda estaban cocien d o a lgo de im
portancia excepcional en relación con la R o y a l Dutch. L a cosa
quedaba clara, sin posibilidad de error.
L la m é al botones y le d evolví el telegram a, cerra d o de
nuevo, al tiem po que trataba de im p on er o rd en en m is pen
samientos. En aquel entonces y o m e dedicaba a esp ecu lar a
la baja y con un éx ito relativo, p ero qu e m e había p erm itid o
ser huésped del Palace. P o r m o tivo s econ óm icos y políticos,
d m e sentía pesim ista fren te a las confidencias q u e indica-
E an tendencias al alza, las cuales no m e seducían dem asiado,
uesto qu e nos encontrábam os todavía en el gran p e río d o de
E aja de cotizaciones de aquella época. P e ro una in form a ción
com o aquella qu e había llegad o a m í p o r una diabólica ca
sualidad... ¡E so es algo qu e solam ente o cu rre una vez en la
vidal ¡H a b ía qu e aprovecharla! Y lo hice asi. C om p ré R oyal
Dutch y en ese m om ento su cotización em p ezó a b ajar, hasta
qu edar reducida a un tercio del p recio pagado o o r m í. Perdí
toda m i inversión p o r hacer caso del telegram a.
N u n ca llegué a saber qué hablaron aqu ellos dos caballeros
en el salón del Palace. L o único qu e sé es qu e la firm a Men-
delssohn, de Am sterdam , qu ebró en el o to ñ o de 1939, con
gran escándalo, puesto que la cuenta de especu lación en la
Bolsa d e l d o cto r M annheim er estaba sob reca rga d a p o r en or
m es deudas. De acuerdo con m i experien cia p o sterio r, puedo
llegar a dos conclusiones: un gran fin an ciero puede ser, al
m ism o tiem po, un pésim o especulador; y en una estación de
deportes de in viern o se pueden apren der leccion es bursátiles
m uy provechosas.
Uno de m is más ín tim os am igos, A d rie n P erqu el, m e contó,
en el transcurso de un alm uerzo, qu e había m an ten id o una
larga conversación con el presidente d el co n s ejo de adm inis
tra ción de la Com pagnie Fransaise de Pétrole, una de las ma
yores sociedades petroleras del mundo, y qu e le había confir
m ado expresam ente qu e las acciones de la sociedad, q u e se
cotizaban a 10 000 fran cos (d e los d e en ton ces) estaban su
pervaloradas. Y o poseía una buena can tid ad de ellas y m e
puse a esperar con im paciencia la llegada d el día siguiente
para ponerlas a la venta. Puede parecer una brom a, p e ro des
pués de que y o las hube vendido com en zaron a ascen der
com o un cohete, y en los meses siguientes alcanzaron hasta
los 60 000 francos. Y aquella in form a ció n proced ía de den
tro, era la in form ación de un insider.
78
Im agin o qu e el presiden te o fre c ió su inform ación de ab
soluta buena fe, pero, co m o m e v e o o b liga d o a re p etir con
tinuamente, los qu e están d en tro d el n ego cio no saben cóm o
se cotizarán sus acciones en Bolsa.
Naturalm ente, existen casos en los cuales los financieros
ofrecen adrede inform aciones desorientadoras, y tam bién ex
presan opiniones tendenciosas. L o s siguientes ejem p lo s pue
den servir.
E l presidente de un co n o cid o gru p o financiero de Francia,
llam ado L., qu e ya controlaba una serie de em presas con
cotización en la Bolsa de París, m e d ijo en cierta ocasión, de
m anera confidencial, qu e se sentía m u y optim ista sobre el
curso futuro de las acciones de la Hutchinson. L a sociedad
estaba siendo reorganizada y am pliaba capital... P ero añadió
qu e n o era aquel el m om en to m e jo r para com prar, y qu e él
me lo indicaría cuando llegara. M e in fo rm é en la B olsa de
París, p o r m edio de un agente, de có m o qstaban aquellas ac
ciones y qu é se esperaba de ellas en el fu tu ro, y conseguí la
siguiente in form ación: en los ú ltim o s tiem pos las acciones
habían bajado de 250 a 160, nadie se interesaba p o r ellas, y
había un único com p ra d or en el m ercado, el gru p o L., que
las estaba adqu irien do a la baja.
«E s raro — m e d ije— qu e el fin a n ciero interesado m e dé el
co n s ejo de no com p ra r tod avía.» P recisam en te a causa de m i
larga experiencia, acumulada du rante años, decidí com prar
las acciones inm ediatam ente. Unos días después com enzó el
m o vim ien to al alza y las acciones su bieron hasta lleg a r a
300 e incluso a 400, cuando fu eron tran sferidas a otra socie
dad. E l consejo de m i in form a n te « d e d en tro * había sido el
siguiente: no com p ra r hasta qu e él m e avisara, pues era de
m asiado pronto. M ientras tanto, su gru p o com praba. L a señal
de com p ra r no m e la d io hasta qu e las acciones estuvieron
a 300. S obre un «in fo rm a n te desde d e n tro » com o ese, cual
qu iera puede form arse, fácilm en te, su p ro p io ju icio.
E l se ñ or Tannenbaum está en fe rm o
79
Llena de excitación, m e d ijo que estaba en p o d er de una in
form ación realm ente fantástica. En la elegante oficin a de un
co rred o r de Bolsa de la Quinta A venida había p od id o o/r,
p o r pura casualidad (y o más bien creo que intencionada
m ente), la conversación de dos im portantes financieros. Se tra
taba de cierta acción llamada Tanncnbaum. Creía estar en
condiciones de deducir de la conversación qu e la em presa
había superado su m om ento de crisis y, de acu erdo con la
opin ión del experto p rofesor C., estaba en cam ino de conse
gu ir una total y definitiva salud financiera. Los dos caballeros
juzgaban que en las próxim as semanas la evolución sería muy
optim ista. En vista de eso la señora m e pedia que com prara
para ella esas acciones p o r m edio de m i agente. N o quería
dar aquel encargo al suyo habitual (en cuyas oficinas había
o íd o la citada conversación), pues le resultaría penoso si al
guien la sorprendía haciendo uso de una indiscreción. A de
más, parecía muy interesada en que y o también m e ap rove
chara de aquella inform ación edesde den tro».
M e m ostré dispuesto a com placerla. Busqué, inútilm ente,
en el N ew Y o rk Tim es y en el W all S tre e t Jou rn a l unas ac
ciones que llevaran ese nom bre: Tannenbaum. Finalm ente,
con ayuda de un corred or de B olsa am igo encontré, en el
catálogo de valores no cotizados, las acciones de una com pa
ñía que no se llamaba Tannenbaum, sino Tannenbcrg, que
fabricaba un pequeño com ponente para la industria de ar
m amento. Sus acciones estaban a 5 dólares, tras haber ¡do
bajando lentamente desde los 30. La em presa había entrado
en dificultades, hasta llegar a un punto en el que, lentam en
te, empezaba a recuperarse de su crisis, com o supuso mi
amiga.
Esas situaciones de cambio de dirección son siem pre para
el especulador las más interesantes, y sin duda sobre ello
debieron estar hablando los financieros cuando los o yó la
señora en cuestión. La inform é detalladam ente y qu edó con
vencida de que había entendido m al la palabra y había
confundido Tannenbaum con Tannenberg. R atificó su deseo
de com prar las acciones de la Tannenberg Company.
Cum plí su encargo, pero m e sentí escéptico, puesto que,
com o ya he dicho, opino que la m e jo r in form ación desde
dentro es la que con m ayor seguridad conduce a la ruina. Ge
neralmente, me siento inclinado a hacer más bien lo con
trario de lo que los corredores m e recomiendan. En vista de
eso, no com pré ni una sola acción para mí. ¡Una pena, pues
en pocas semanas las acciones subieron a 30 dólaras! M e sentí
realm ente enferm o de rabia, y m i am iga se creyó una triun
fadora. Pudo comprarse el nuevo abrigo de visón y m e in
v itó a una cena suculenta, en el curso de la cual m e hizo
duros reproches p o r no haber seguido una in form ación de
tan buenas fuentes. ¿Qué podía decirle? Se tienen principios
o no se tienen.
L o ocurrido despertó m i curiosidad, v quise saber exac
80
tam ente qu é había sido de aquella Tan nen berg Company.
¿Qué lo gré descu brir tras una larga in vestigación ? Un auten
tico sainete. M i am iga no había o íd o la conversación correc
tamente. N o se trataba en ningún caso de la Tannenberg.
Los caballeros escuchados p o r ella no habían hablado de
acción alguna, sino de un tal señ or Joseph L. Tanncnbaum,
un anciano caballero que estaba gravem en te en ferm o. Llevaba
semanas luchando en tre la vida y la m uerte. L a conversación
se había re ferid o a su estado de salud. E ra él quien había su
perado la crisis (d e su en ferm edad) y a quien el p ro fe s o r C.
vaticinaba una segura recuperación.
El señ or Tannenbaum siguió en ferm o aún varias semanas
y, pese al optim ism o del p ro fe so r, acabó p o r m orirse. M i rabia
se hizo aún m ayor p o r no h ab er aprovechado aquella buena
in form ación totalm ente falsa. S i hubiera ten ido la sospecha
de qu e se trataba de una m onum ental equ ivocación , no cabe
duda de qu e m e hubiera sum ado a la in versión y hubiera
com prado. Para m í, cada «c o n fid e n cia » es falsa a p r io r i, p o r
lo que, consecuentem ente, toda confidencia falsa tien e que ser
correcta... M enos p o r menos es más.
81
p o d em o s com prar la más recien te ed ición de una fangosa en
ciclo p ed ia alemana.
Un día o l a m i padre com en tar p o r teléfon o qu e d g o b ie r
no estaba llevando a cabo negociaciones para re cu p era r los
buques qu e había p erd id o co m o consecuencia d e l a rm isticio
d e 1918, lo cual significarla un b o o m para las navieras. ¿C óm o
dudar de una indicación clara proceden te d el p ro p io padre?
N o ; en aquella ocasión no habla o tr a so lu d ó n q u e actuar.
Celebram os un gran «co n s e jo de g u erra » en el in stitu to y es
tudiam os la lista de las com pañías de navegación. L o s m edios
d e l club eran lim itados, p ero las acciones de la O ceanic es
taban a nuestro alcance y fu eron las elegidas. C olocam os toda
nuestra confianza y el capital del club en los buques que
debían tra em os la suerte. Cayeron los dados y com pram os
las acciones.
Unos días después cu n dió el pán ico en la Bolsa, pues el
nuevo m in istro de H acienda había com enzado una cam paña
contra la inflación. E l p o b re m in istro p erd ió la razón en esa
lucha y acabó en el m anicom io. C om o es ló gico , se co n v irtió
en blan co de todas las burlas. L a tendencia al alza se in ició
de nuevo, y apenas se recu peró la Oceanic, nuestras accio
nes se transform aron en la anhelada en ciclopedia. Incluso
tu vim os din ero para com p ra r o tra en ciclopedia britán ica más
pequeña. T o d o salió a p e d ir de boca. P ero h abíam os com e
tid o un pequeño e r ro r en la elección del o b je to de nuestra
especulación. N o s dim os cuenta de qu e la O ceanic no era una
sociedad n aviera... sino una fábrica de conservas de pescado.
E n los casos de la papelera St. M o ritz, la R o ya l Dutch y
la Oceanic, supe sacar la correspond iente m o ra leja de la his
toria: no siem pre es im prescindible esta r bien in form a d o para
ganar en la Bolsa. P o r ejem p lo , ¿qu ién podía estar m e jo r in
fo rm ad o que el signor Bingen, ban qu ero de Génova y suegro
del gran fabricante de au tom óviles A ndré C itroen? E se caba
llero había continuado llenando su cartera con acciones de
la C itroen y, seguram ente, sabía p o r qué lo hacía. Entonces
su cedió — ¡quién podría h ab er p revisto algo así!— que la so
ciedad tuvo que declararse en qu iebra en menos de seis m e
ses. Fue una desagradable sorpresa p ara los accionistas. Se
p rod u jo el n au fragio pese a qu e la sociedad había elevad o
sus dividendos sólo seis m eses antes con la in ten ción de in
tentar un golpe de Bolsa salvador.
LO S G R A FIC O S : L A C U R V A F E B R IL D E U N A A C C IO N
82
busca inútilm ente lo qu e consigu e el con ocim ien to.» Sin em
bargo, los estudio gustosam ente. Y a d ijo el p rop io Confucio:
«Cuéntam e el pasado y te d iré e l fu tu ro .» Contem plando un
gráfico es co m o m e jo r se aprecia lo qu e o cu rrió a yer y lo que
sucede hoy. P ero eso es tod o. H asta ahora, la curva de las co
tizaciones es verdad cuando se refiere al pasado, p e ro cuando
se traza con anticipación no pasa de litera tu ra , mala o buena.
Los gráficos, pues, no son más qu e una sim ple pieza entre las
docenas y docenas qu e com pon en e l m osaico so b re el que
tiene cjue basarse el análisis.
D ejarse seducir p o r cu alquiera de las distintas form as
que puede tom a r e l gráfico, co m o «horabro-cabeza-hom bro»,
«flan co la tera l», « p la tillo » y otras grotescas figuras sem ejan
tes, significa «p e lig r o fin a n ciero ». Y o , p o r nu parte, jam ás
seguiré a ciegas las insinuaciones de un grá fico si sus p re v i
siones no se corresponden a m is ideas. Tam p oco m e seduce
la idea de o p era r con tra su tendencia. Cuando, p o r ejem plo,
ju zg o de m anera especialm en te o p tim ista un va lo r cualquie
ra y el gráfico indica lo co n trario, m i convicción tiene que
estar m uy bien fundam entada p ara h acer qu e m e a fe rré a m i
postura. L o m ism o puede aplicarse, co m o es natural, al caso
en qu e y o tenga una postu ra pesim ista, pese a las tendencias
positivas del gráfico.
La m e jo r prueba de qu e los diagram as o gráficos pueden
ser útiles a tod o tipo de especialistas en sus respectivos cam
pos lo tenem os en que los m édicos siguen con atención e l '
gráfico con la curva fe b ril de sus pacientes. E l gráfico, la
curva fe b ril de una acción, es uno de lo s num erosos instru-,
m entos para ju zg a r el d esarro llo de las cotizaciones pasadas
a m edio y largo plazo.
M e p arece ridicu la, em pero, la fo rm a en qu e la m a yor parte
de esos especialistas pretenden a p rovech a r las m enores cur
vas, cu alquier m o vim ien to en zigza g, y contin u ar la linea p ro
yectán dola en el futuro. Basándose en sus trazados, d eterm i
nan con antelación a cjué p recio se d eb e co m p ra r las acciones
y cuándo y a qu é p recio se deb e reven d er. P o r m i parte, cuan
do com p ro una acción no sé nunca a q u é p recio v o lv e ré a
venderla, quizá con un 50 p o r cien to de p érdida, p e ro tal vez
con un 300 p o r cien to de ben eficio. En el transcurso de m i
experien cia bursátil, he co n o cid o a cien tos de ju gadores de
B olsa que realizaban sus operacion es diarias de acu erdo con
la evolu ción señalada p o r un gráfico. Y n i uno de ello s tuvo
éxito. P o r el con trario, m uchos d esap arecieron de la Bolsa
al cabo de poco tiem po. N atu ralm en te, algunos lograban adi
vin a r la tendencia de v e z en cuando. En la B o lsa solam ente
corren dos caballos: el alza y la baja. P o r lo tanto, se puede
acertar, con el gráfico o pese al gráfico. L a m a y o r desgracia
qu e le puede o c u rrir a uno de esos segu idores de los gráficos
es gan ar la p rim era vez qu e a p lica su sistem a de ju ego, pues
en tal caso se sen tirá cada vez m ás d o m in a d o p o r él.
83
S e puede ganar, p e ro hay que p erd er
84
nes. En el caso con trario (grá fico descendente con un índice
ascendente), podría deducirse qu e los/ qu e están d en tro se
están libran do de esas acciones.
La segunda regla de los gráficos qu e siem p re o b servo es
la teoría de la doble subida y la d o b le bajada, así com o la
regla de la M . W.
L a cjoble subida significa qu e en casos de cotización as
cendente, la ú ltim a cotización alta siem p re es superada por
las siguientes. Cuando ese fen óm en o se re p ite varias veces, se
puede lle g a r a la conclusión de qu e d m o vim ien to ascendente
de la curva continuará en el fu tu ro. S in em bargo, cuando el
gráfico m uestra repetidas veces fo rm a de M , in dica qu e se
ha llegad o a una plataform a, es decir, qu e la ú ltim a cotiza
ción no podrá ser superada, p o sib lem en te p o rq u e se está o fr e
ciendo a la venta una parte m uy con siderable de acciones, y
en tanto el g r ifo no se cierre la co tiza ció n no p od rá subir.
Supongam os, p o r ejem p lo , qu e a causa de una herencia se
ofrecen a la venta 100 000 valores. L a orden de ven ta ha de
term inado un p recio de 90. Es decir, cada vez qu e las ofertas
de d in ero p o r esa acción se aproxim an a 90, se pone en el
m ercado una gran cantidad de .papel y la cotización vu elve a
bajar. S ólo cuando hayan sid o ven didas todas las acciones
procedentes de la «h e re n c ia », podrá lle g a r a produ cirse una
nueva subida.
La m ism a teoría puede aplicarse a las cotizacion es en des
censo, en las cuales cada nueva co tiza ció n está p o r d eb a jo de
la m ínim a anterior. Eso indicaría qu e la co tiza ció n seguirá en
descenso. Sin em bargo, la fo rm a de W significa qu e el cam
bio, tras un prolongado retroceso, ha tocado fon d o y no
puede segu ir bajando. Es p osib le qu e esté actuando un con
sorcio interesado en la com pra de las acciones. Tam bién p o
dría ser que existiera un sin dicato de apoyo, incluso un gran
banco, dispuesto a m antener la cotización de las acciones de
una determ in ada em presa, p o r razones psicológicas, de ma
nera «a r tific ia l». En el len gu aje de la Bolsa, esto se denom ina
« e l cu idado de la cotización ».
Un caso com pletam ente típ ico de ese «cu id a d o de la coti
za ción » es el m ercado d el oro, el p o o l internacional del oro
que m antiene el precio de ese m eta l p o r razones puram ente
psicológicas, puesto que una gran caída de su cotización po
dría d a r lu gar a una reacción en cadena.
Las teorías de la M y de la W son las reglas más anti
guas de los gráficos, y m e han ayu dado frecu en tem en te, pese
a qu e y o no soy un p a rtid a rio de los gráficos. E sta teoría de
la dob le subida y del d ob le descenso y la s teorías de la M y
de la W son síntom as in teresan test en tre m uchos otros, que
un bolsista debe in terp reta r de acu erdo con su experiencia.
Para la m a yor parte de los qu e observan los gráficos, és
tos no son un sim ple m éto d o auxiliar, sin o qu e están tan do
m inados p o r su sistem a co m o un ju g a d o r de ruleta que em
plea los ordenadores. E n m uchos casinos existen sindicatos
85
de ju gadores que así lo hacen. Un ju g a d o r apuesta a los nú
m eros qu e un segundo calcu ló p reviam en te con ayuda de un
orden ador, y un terc ero v a de un lado para o tr o con sus cálcu
los tom ando notas. T rab ajan así horas y horas. (L o s he p od id o
ob serva r frecu en tem en te en M on tecarlo y Baden-B aden.) N o
hay qu e pregu n tar có m o term inan. A l co m ien zo de la noche
están llenos de optim ism o, seguros de su suerte, y creen
haber dado con « l a » fórm u la m atem ática segura. A las tres de
la m adrugada piden prestados unos m arcos m ás p ara em pe
za r a p rob a r de nuevo su sistem a in falible. Y eso m ism o les
suele pasar en la B olsa a los am antes de los gráficos.
S o b re fa náticos y charlatanes
87
m o m odo que durante un períod o de baja unos días de fir
meza devuelven la sonrisa a m uchos rostros.
En vez de rom p erm e la cabeza pensando en cuál será la
evolu ción psicológica del público, y o prefiero d eja rm e gu iar
p o r m otivaciones puramente personales, com o suele h acer el
aficionado a la lotería o a las carreras de caballos cuando
com pra un determ inado núm ero o apuesta a cierto caballo,
sim plem ente porqu e le gustó o p o r cu alquier otra razón que
no tiene el m enor fundam ento específico.
A l juRador de Bolsa le está p erm itid o ser supersticioso,
puesto que se trata de un ju e g o totalm ente opuesto a las
ciencias y a las matemáticas.
Eso fu e lo que sucedió en los años 1966 y 1967, cuando,
con m i a m igo corso T o to , calculé correctam ente la tran sfor
m ación del m ercado de osos en un m ercado de toros, es
decir, de un m ercado de ju gadores en un m ercado de com
pradores.
«M A L A IN F O R M A C IO N , M A L O S R E S U L T A D O S »:
SO B R E E L O R D E N A D O R E N L A BO LSA
88
C. M i m em oria es excelente, lo registro y con servo todo,
in form es anuales, balances, cotizaciones, dividendos, etc.
S. M i conocim iento de la B olsa es la cultura: cultura es
lo q q e queda cuando se han o lvid a d o todos los detalles.
C. Conm igo basta a pretar un b o tó n y de in m ediato com
bino todos los datos para consegu ir un análisis exacto sobre
cada una de las 10 000 acciones qu e han sid o alm acenadas en
m i cerebro. Conozco el com p orta m ien to de cada uno de los
valores o acciones en todas las circunstancias, en la guerra
com o en la paz, tanto si llueve co m o si sale el sol, durante
un períod o de crisis o en una coyuntura favorable. P o r esa
razón puedo prever, con m atem ática p recisión y exactitud, el
desarrollo futuro, puesto qu e tod o tran scu rre de acuerdo con
la lógica.
S. P ero la B olsa tiene su p rop ia lógica. L a m atem ática
bursátil n o se corresponde con la m atem ática qu e nos enseñan
en la escuela. Dos p o r dos en la B olsa raram en te son cuatro,
sino que 2 X 2 = 5 — 1, o 2 X 2 = 3 + 1. ,'í
C. P ero y o puedo determ in ar de in m ediato cuál es la ac
ción que tiene h oy las m ejores perspectivas.
S. (H o y! Pero ¿se sabe qu é nueva industria hará su apa
rición mañana? H ace dieciséis años, ¿hubieras recom endado
la com pra de acciones de p etróleo s? ¿O hace cincuenta años
la adquisición de acciones de aviación, o la com pra de ob li
gaciones alemanas al final de la segunda gu erra mundial?
¿Puedes p red ecir en el día de h oy si de la noche a la ma-
maña nacerá una sociedad cualquiera qu e signifiqu e una com
petencia dura para otra ya existente? Los ordenadores a los
que se les había sum inistrado toda la in form a ción disponi
ble y que debían calcu lar las consecuencias de la fusión de
la Pennsylvania R a ilroa d y la N e w Y o r k Central R. R., pre
vieron una ganancia de siete dólares p o r acción. E l resultado,
sin em bargo, fue la pérdida de cu atro dólares p o r acción.
Creo que esto hace inútil cu alquier o tro com en tario. ¿E s que
tú, ordenador, hubieras p od id o p rever con exactitu d hace
treinta años la im portan cia que tienes h oy día? Tus p re v i
siones están ancladas en el pasado, sin el pasado no sabes
nada y eres de tod o punto incapaz de especular con indepen
dencia, y no puedes in corp o ra r nada qu e sea totalm ente
nuevo.
C. R egistro todas las noticias y novedades, n o se m e es
capa ningún suceso, proceso u operación ; leo los periódicos
desde la prim era a la ultim a línea.
S. P ero y o leo ¡en tre líneas!
C. T ra b a jo sin cansarm e y sin errores. M u ltiplico, divido
y o frezco los resultados en segundos.
S. Y o m e siento cóm odam en te en m i sillón, envu elto en
el hum o de m i puro, com bino, sueño y, de vez en cuando, se
me ocurre algo...
89
Sa ber demasiado es a veces p e rju d ic ia l
90
científicos, sino que h ay qu e lim ita rse a pensar y a refle
xionar.
M ister W atson, presiden te de la IB M , el padre de los or
denadores m odernos, es p osib le qu e se sienta a gobiado por
el rem ord im ien to de conciencia, si piensa qu e con sus m áqui
nas puede co n v ertir al ser hum ano en un no pensador. P o r
esa razón ha dispuesto qu e en todas las oficinas de la IB M , en
las paredes y en las mesas, se coloqu e la inscripción T h in k I
(¡P ien sa !). M i con sejo para el ju g a d o r de B olsa es el m ism o:
IPiensa I
«B O O M » Y B A N C A R R O T A : U N A Y U N T A IN S E P A R A B L E
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es lo único que se le ocurre. Básicam ente, la ganancia no es
más qu e una ilusión; sólo la pérdida es real. G uerras y ar
m isticios son los m ojones qu e jalon an el largo cam in o de la
historia. Son en sí m ism os historia, cruzan p o r la h istoria y
se articulan periódicam en te en ella.
De m odo sem ejante, la historia de la B olsa es una suce
sión de boo m s o m om entos de gran auge, y de catástrofes.
B o o m y bancarrota form an una yunta inseparable: el uno
no puede ex istir sin la otra. B a jo el signo de la prosperidad,
se van hinchando los boom s cóm odam ente. P o r ú ltim o, y de
m o d o fatal, se convierten en un glo b o qu e puede explosion ar
fácilm ente si se le pincha con un alfiler. Una de las leyes de
la h istoria de la Bolsa es que no se produce nunca una ca
tástrofe, una crisis bursátil a gran nivel, que n o haya sido
precedida de un p eríod o de auge excepcional, de un b oom ,
y qu e no existe b o o m que no term ine en una bancarrota.
P ara designar la catástrofe de la Bolsa, los fran ceses uti
lizan la palabra alemana K ra c h (qu e ellos pronuncian cra ck ),
un sonido que recuerda el que produ ce un cristal al ro m
perse. Los ingleses la llam an crash, lo qu e hace pen sar en una
torm enta en m edio de un cielo azul, qu e no ha sid o anun
ciada p o r la presencia de nubes. Realm ente, las p rim eras ca
tástrofes financieras surgieron ya de un cielo nublado. Sus
causas fu eron erupciones volcánicas, terrem otos e inunda
ciones, y significaron la ruina para cien tos y, en ocasiones,
m iles de fam ilias.
Más tarde se produ jeron las prim eras ca tástrofes finan
cieras p o r culpa del hom bre. Cuando los bandidos atacaban
y saqueaban una caravana que cruzaba el desierto; cuando
los piratas se apoderaban de un buque con su cargam en to y,
com o consecuencia de ello, se arruinaba un gru po de gente
d e dinero, que lo había in vertid o en esa expedición; cuando
el m ercado se desquiciaba, se creaba una situación de crack
perfecta. P ero tam bién podía produ cirse cuando entraban
muchos productos y sum inistros sim ultáneam ente y el equ i
lib rio del m ercado se distorsionaba com o consecuencia de
un exceso de oferta . Algunos dirigían sus rezos al cie lo p i
diendo que las mercancías llegaran intactas a puerto, y otros,
que los sum inistros fueran destruidos o robados p o r los la
drones, los tem porales o los piratas, y que com o consecuen
cia de la futura escasez subieran los precios. Exactam ente
com o en la actualidad los arm adores qu e especulan con el
alza de los fletes o los especuladores con o ro , qu e trafican
con una nueva «fie b re d el o r o » y piden al «D ios a m a d o » que
haya una guerra pequeña (en el E xtrem o O rien te) o qu e los
rusos se decidan a penetrar en Polonia.
92
La historia de la Bolsa
es tam bién m i historia
A M É R IC A PA G A R A ...
LA C A T A S T R O F E D E 1557
93
era algo qu e a nadie parecía preocu p arle. L a respuesta era
siem pre la m ism a: A m érica pagará. ¡Y a en aquel entonces!
A m érica era la N u eva España, la N u eva C astilla, esa fabu
losa cám ara del tesoro que los españoles sólo necesitaban
vaciar para co n v ertir su país en el m ás ric o de la T ie rra . Era
una bella ilusión a la qu e los creyentes se en tregab an satis
fechos, y qu e anim aba a los prestam istas del E sta d o a aum en
ta r sus préstam os. Año tras año — así se esperaba— , las ca
rabelas y galeras seguirían entrando en el p u erto de Cádiz
cargadas de esm eraldas, topacios y tod o tip o de pied ra s pre
ciosas que podían sacarse a paladas de las m inas d el N u evo
Mundo.
En una eu foria especuladora, llegaba a F ran cia el dinero
irestado. E l m in istro de Finanzas del r e y de Francia creyó
Í legado el m om ento fa vo ra b le para lle v a r a ca b o una op era
ción qu e h oy día volveríam os a lla m a r «c o n v e rs ió n fo rzo sa o
unificación de la deuda». Se orden ó qu e todas las cartas
reales se fu ndieran para con stitu ir un so lo em p réstito , y las
m ú ltiples series de certificados de la deuda qu e se hallaba
en curso, con distintos térm inos de a m o rtiza ción y tipos de
interés, se canjearan p o r un certifica d o ú nico q u e en globara
todos los em préstitos anteriores y qu e se llam aría « L e Grand
P a rtí».
E l tipo de in terés fu e elevado n ota b lem en te en relación
con los em préstitos anteriores. Se esta b leció en el 16 p o r
ciento en vez del 12, que era el p rom ed io d e los in tereses an
teriores. S in em bargo, para poderse a p ro vech a r de esos ele
vados intereses, había que pagar en e fe c tiv o el 30 p o r cien to
del va lo r d el nuevo em préstito y el 70 p o r cien to en antiguos
certificados o valores de la deuda. C ondiciones m uy parecidas
se han ven id o estableciendo, con mucha frecu en cia, en los
últim os lustros aunque, naturalm ente, con o tro s tipos de
interés.
Para p o d er a d q u irir los certificados del em p rés tito «N o u -
veau Grand P a rtí», las m u jeres ven dieron sus joya s, las viu
das renunciaron a sus pensiones, la gen te m ás h um ilde dis
puso de sus ahorros y hasta un b a já turco (e l equ ivalen te
p o r entonces del actual je q u e del p e tró le o ) m an dó a d q u irir
a sus hom bres de paja certificados p o r va lo r de 500 000 escu
dos (d e plata). Exactam ente co m o h oy día. En las últim as
décadas, ¿no han em peñado e h ipotecad o los ah orradores sus
bienes inm uebles, no han ven d id o las jo y a s fa m ilia res para
in vertir hasta el ú ltim o cén tim o en la co m p ra de acciones de
las em isiones IO S o sus certificados?
Sí, p ero entonces... ¡explosionó el g lo b o ! ¿ P o r qué? El
endeudam iento de la corte española alcanzaba en orm es su
mas. Para pagar los intereses de los nuevos em p réstito s hacía
falta nuevo dinero... ¡y para conseguir ese d in ero había que
recu rrir a nuevos em préstitos! ¡Tam b ién entonces, exactam en
te igual qu e hoy!
94
La catá strofe del *G ra n d P a r tí»
L A C A T A S T R O F E D E L O S T U L IP A N E S E N E L S IG L O X V I I
95
el d irector financiero y el con sejero de inversiones, sigue
siendo aún un recordatorio crucial. Esa flo r casi con m ovió la
econom ía de alto vuelo de un país tan em inentem ente prác
tico com o era la H olanda del siglo xvtt. T o d o ocu rrió del
siguiente modo. Un tal señor Busbeck, em b a ja d o r del em pe
rador alemán en Turquía, adm iraba una flo r que los turcos
llam aban turban, y no se cansaba de contem plarla. Su Ex
celencia se la trajo consigo a Occidente, donde se la bautizó
con el nom bre de tulipán, una degeneración de su nom bre
turco. Pron to la flo r pudo ser adm irada en los ja rd in es de los
Fuggcr en Augsburgo.
Los botánicos consiguieron adaptar el delicado cu erpo de
la flo r al duro clim a del n orte de Europa, p e ro tuvieron de
pasar muchos años hasta que los holandeses se enamoraran
locam ente y perdieran la cabeza p o r ella. D urante años el tu
lipán sólo fue una mancha de co lo r en sus casas burguesas.
Poco a poco, sin em bargo, se fu e con virtien do en sím b olo del
avance en la escala social. Las señoras más elegantes elegían
cuidadosam ente el color de los tulipanes qu e m e jo r se ade
cuaban a sus vestidos y m aquillaje. Los tapices de flores de
sus villas y palacetes sobrepasaban en m agnificencia y co lo
r id o a los de Oriente. Se paseaba en coches de caballos ador
nados con tulipanes; se daban a diario fiestas que eran una
auténtica competencia de elegancia. E l tulipán pasó a ser un
sím bolo de nivel social com o podría serlo h oy una colección
de pinturas.
Un rico arm ador que trató de im presionar a sus rivales
y se em peñó en que se hablara de él, tuvo la idea de regalar
a su hija, com o presente de boda, no un brillan te de especial
belleza, sino un bulbo de tulipán muy raro. T ras haber invi
tado a sus amigos para que admiraran la extraordinaria
«jo y a », hizo servir una mesa suntuosa en cuyo centro, en una
bella fuente de la más cara porcelana, colocó el bulbo. M ien
tras estaba con sus invitados en el ja rd ín en tró en la casa
un extranjero, un m arino que era un novato en la adm ira
ción de los tulipanes. Estaba sirviéndose un canapé de aren
ques cuando vio aquello que le pareció una cebolla, y pensó
que sería estupendo añadirle una rodaja a su canapé. Em
pezó a co rta r la «ceb o lla » y acabó con ella. E l dueño de la
casa regresó, pero era ya dem asiado tarde: el regalo de boda
había sido devorado antes de que se firm aran los esponsales.
La historia no dice si el arm ador m u rió de repente a causa
del susto o poco a poco por el disgusto, pero es posible que
ocurriera una de ambas cosas.
La histeria de los tulipanes duró varios años. Cuando los
ciudadanos se hacían ricos, trataban de subir cada vez más
en la escala social con ayuda de los tulipanes. Los esnobs
im itaron a la aristocracia de La Haya. M ientras sus jardines
se llenaban de tulipanes los precios subían, en especial entre
ju lio y septiembre, cuando los bulbos salían al mercado. Pron
to algunas personas listas se dieron cuenta de que existía a llí
96
buena posibilidad de inversión, y colocaron su din ero en los
bulbos. Las grandes inversiones a tra jero n a nuevos especula
dores de todo tipo que hasta entonces se habían conform ado
con ju ga r a la Bolsa, en Am sterdam . En los últim os años ocu
rrió a lgo sem ejante cuando los ju ga d o res de B olsa fueron
infieles a sus acciones y las ven dieron para p robar fortuna
con el o ro y la plata.
97
so r — orientado p o r sus consejeros— grava su patrim on io
fa m ilia r para com prar acciones o va lores exóticos o, lo que es
peor, p ara especular en el m ercado de las m ercan cías p ere
cederas.
Cuando las cajas finalm ente estu vieron vacías, se siguió
com prando a crédito. ¿P o r qué no? Se trataba de una op era
ción segura. En el círcu lo holandés del alza, los tulipanes
pasaron de una m ano a otra. Un día eran los tulipanes rojos
los m ás buscados, al siguiente subía el p recio de lo s am arillos
y así sucesivam ente. Siguieron los ejem p la res rosados o ne
gros. Exactam ente com o ocurre hoy: un día los especulado
res se lanzan sobre las acciones de las sociedades de o rd e
nadores y al siguiente sobre las del petróleo.
A sí e l tulipán d e jó de ser una flo r para c o n v ertirs e en un
o b je to de especulación. Cada vez aparecían en el m ercado
nuevas especies — nuevas «em isio n es» de tulipanes— , y así
acabó p o r produ cirse la más peligrosa de las situ acion es: la
inflación en nonvaleurs, que siem pre es una etapa previa en
el cam ino hacia la catástrofe de la Bolsa.
E l pequ eño ah orrador fu e atraído p o r el b rillo ceg a d o r de
los precios en continuo aum ento a un ju e g o de B olsa real
m ente peligroso. Los precios no se alzaron gracias a un cre
cim ien to real del va lo r de la cosa, sino gracias a una p rop a
ganda sin conciencia. Las advertencias en contraron o íd o s sor
dos en el pequeño especulador. Tam b ién éste q u ería estar
presente en el ju e g o bursátil. N i p o r un instante pensaron los
qu e especulaban con los tulipanes qu e la produ cción em pe
zaba a superar con creces al consum o o qu e H olan da podría
ser inundada p o r tulipanes extranjeros. E l glo b o de la especu
lación estaba hinchado al m áxim o y a punto de explosionar.
La h istoria se desarrolla con rapidez, los cam b ios econó
m icos de los últim os años son enorm es. P ero las células de
la Bolsa se mantienen invariables com o las de lo s seres hu
manos. Tan to si se trata de una B olsa d el siglo x v i i co m o de
una de la actualidad, tanto si nos re ferim os a W all S treet
co m o a la Bolsa más pequeña de una nación insignificante,
las reacciones siguen siendo las m ismas. L o s resultados de
experim entos realizados con ratones o ranas, pueden servir
tam bién para el tratam iento de los elefantes.
A M S T E R D A M , LA P R IM E R A D E L A S B O LS A S M O D E R N A S
98
ncs de la Com pañía de In d ia s y sus principales m ercaderías,
pim ienta y arenques.
La Compañía de Indias estuvo en condiciones de disfru tar
la alegría de un cie lo sin nubes qu e em p ezó a b rilla r en los
com ienzos del siglo x v i i , cuando se pusieron los prim eros
pilares que debían d elim ita r las fron tera s de su im p erio co
m ercial. Esa gran em presa colon ial organizada, se fu n dó en
1602, y sus padres fu eron capitalistas holandeses que querían
con vertirse en los dueños y señores d el com ercio con u ltra
mar. Antes de confiar sus buques a los desconocidos océanos
habían escuchado con toda atención los inform es de los na
vegantes. A rm aron sus buques de m anera que pudieran resis
tir las torm entas de los m ares del Sur. A fin de reu n ir e l ca-
Dital necesario para la colosal em presa, cada uno de ellos
aportó su contribu ción y consigu ieron re u n ir p o r suscripción
sesenta y cuatro toneladas de oro. T a m b ién se aseguraron, si
m ultáneam ente, el m o n op o lio co m ercia l, y en num erosas islas
de las Indias orientales acabaron p o r d isp on er de la plena
soberanía.. Los buques de la flota de la Compañía regresaban
a los m uelles de A m sterdam cargados con costosas m ercan
cías que los países vecinos se disputaban.
99
ifjíra facha p o r la hegem onía com ercial en tierra firm e, en el
n jár y ^ o ó m o no, en las Bolsas. Si la Compañía de las Indias
•W iola roesa — y la Compañía de las Indias orien tales — bri-
tóh iq Á jy hubieran existido en la actualidad, se hubieran fu-
¡sitíñ'atífo, incorporando otras sociedades, para acabar convir-
José en una colosal multinacional.
Lo s especuladores esperaban, ansiosamente, re cib ir noti
cias de los buques, y se reunían para charlar, ju g a r una par
tida de a jedrez o com en tar los rum ores que co rría n p o r los
m uelles, m ientras saboreaban sus tazas de ca fé o chocolate
en los mesones y posadas del puerto o en los clubes de la
Bolsa. En la actualidad, sus colegas se reúnen en las salas de
cam bio de las grandes em presas de agentes de B olsa o en
los clubes de inversiones y esperan, no menos excitados, las
ú ltim as noticias v a que aparezca en los teletipos Dow-Jones.
P ero en nuestros días no tienen que esperar semanas o incluso
m eses las buenas o las malas noticias, sino qu e llegan com o
disparadas p o r una am etralladora, al ritm o de cien por
minuto.
De acuerdo con los costes de los fletes, subían o bajaban
las acciones de una u otra compañía. Las cargas de los bar
cos que regresaban a Europa eran cada vez más valiosas y se
hacían esperar con m ayor impaciencia. Los especuladores se
excitaban cada vez más con el paso de los días.
100
rín: la desconfianza ilim itada sustituye a la confianza sfh
lim ites...
P o r esa razón, las minas canadienses de u ranio han su
frid o la misma suerte en los años cincuenta. Pese a la evolu
ción de la ciencia atóm ica, no se presentaron los esperados
beneficios y no existen posibilidádes de qu e la tendencia pue
da cam b iar de un día a otro. Los especuladores tu vieron que
pagar caras sus ilusiones. Las acciones de las minas de ura
nio, cuya cotización se había disparado de m anera espec
tacular, perdieron en la catástrofe bursátil de 1957 aproxi
m adam ente las nueve décim as partes de su va lor. L a herida
fue tan profunda, qu e la Bolsa canadiense pagó m ucho tiem
po con la pérdida de su dinám ica, y pese al alza q u e se p ro
dujo en su país vecino, en W a ll S treet, no pudo recu perar
el terreno perdido. Razones sem eja n tes 'lleva ro n a la ruina a
otros especuladores en la B olsa de París: se les h izo creer
en la posibilidad de conseguir enorm es beneficios con la ex
plotación p etrolera d el Sahara. L o s acontecim ien tos p o líti
cos en A rg elia y las nacionalizaciones d ieron un du ro go lp e a
esas esperanzas.
Desde m ediados del siglo x v n , la B olsa de A m sterdam co
m enzó a parecerse a las Bolsas m odernas de m anera sorpren
dente. Y a en aquellos tiem pos se operaba con n egocios a
plazos y con opciones. H abía días de liqu idación , cam bios
com pensatorios y consorcios que jugaban al alza y o tro s que
lo hacían a la baja. L o s negocios a plazo fijo , con toda su
finura y delicadeza, nacieron en la B olsa de Am sterdam . H a
bía funcionarios especializados en segu ir las cotizaciones, así
com o otros que servían de enlace entre los agentes de Bolsa
y los clientes qu e esperan en los ca fés cercanos para con ocer
el cam bio de sus valores y los resultados de la Bolsa. R u m o
res, falsas alarm as y dem ás trucos para in flu ir sobre los cam
bios ya existían en aquel entonces, y perm itían al buen estra
tega ob ten er p rovech o a la baja o al alza.
101
.
dam en el siglo xvii Gracias a sus especulaciones, José de
la V ega se había en riqu ecido y vu elto a a rru in a r tres veces,
v eso prueba su com petencia en el tem a. Y o es to v convenci
do — com o ya he dicho— qu e quien no se haya a rru in a d o dos
veces en su vid a en la Bolsa no tien e d erech o al herm oso
titu lo de especulador.
A dem ás de mis aventuras con m anteca de cerdo-m aíz o
con plata, he tenido otras experiencias desagradables. Pero
com o o cu rre con todos los bolsistas, tam bién a m í las heridas
m e cicatrizaron rápidam ente. Tan p ro n to d eja uno atrás uno
de esos accidentes, vu elve a lanzarse a la batalla, con nue
vos planes.
Ilu siones, displicencia, optim ism o, pesim ism o, sorpresas
o convencim iento, din ero o deudas, com pon en en su conju n to
el delicad o m ecanism o, tan com plicado, de la especulación.
Un grano de arena entre las ru edecillas basta para q u e la
m aquinaria em piece a ch irria r y acabe parándose. Digam os,
para resum ir, que las esperanzas y las desilusion es form an
e l te jid o de la historia de la Bolsa. É se es el esqu em a eterno
de la especulación, p o r m ucho qu e retroced a m o s en el co n o
cim ien to de la historia.
L A B O LS A D E L O N D R E S : C E N T R O N E U R A L G IC O
D E U N IM P E R IO IN C O N M E N S U R A B L E
102
El principio del Royal Exchange
103
Cuando los miembros del Poyal Exchange vieron el éxito
obtenido por aquellos que habían expulsado, pidieron su
vuelta. Pero era ya demasiado tarde, pues se habían reunido
oara formar una nueva asociación bajo el nombre de Stock
Exchange, y organizaron otro mercado de valores. Con sus
propios medios adquirieron lo$ solares en los que cien años
después se alzaría el edificio del Stock Exchange de Lon
dres. El éxito provocó la envidia, y proliferaron los panfletos,
libelos y caricaturas, en los cuales se representaba a los
agentes de Bolsa y a los especuladores como aves de rapiña
que, por satisfacer su desmedida ambición, provocaban la
ruina y la miseria de sus semejantes. Ciertamente que reinaba
cierta libertad de costumbres, y que los abusos fueron nu
merosos. Los grandes especuladores sabían combinar las car
tas de manera útil para ellos, y explotaban con sus manipu
laciones al pequeño especulador 0 inversor.
S lr Henry Fúmese, director del Banco de Inglaterra, con
taba con una excelente red de confidentes. Tan pronto como
se producía una noticia de inter¿Si gentes de su confianza que
vivían en el Continente le enviaban sus informaciones por
medio de palomas mensajeras. En el caso de que le intere
sara comprar, sus agentes de Ijolsa en el Stock Exchange re
presentaban una enorme comcdia. Con el ceño fruncido y
aspecto misterioso, paseaban de un corro a otro, como si
estuvieran en posesión de una mala noticia. Lograban atraer
la atención sobre ellos dando imas cuantas órdenes de venta.
Teniendo en cuenta la alta posición de su jefe, se espiaba
atentamente hasta el menor dg sus gestos. En el idioma del
póker eso es lo que los jugadores llamarían un farol, lo que
no está permitido en el juegp. Alarmados por las órdenes
de venta, eran muchos los especuladores que seguían su ejem
plo y vendían también, y la gran oferta de papel bajaba los
precios. Cuando su plan habí^ triunfado, volvían a comprar
a bajo precio. Ya en aquel entonces la gente se valía con
frecuencia de falsos rumores y bulos. Hacia finales del reinado
de Ana, se hizo creer que la soberana ya había muerto, lo
que provocó un gran pánico tp ]a Bolsa. Los especuladores
vendían a cualquier precio, y *e produjo la caída de los valo
res del Estado, que se hallaban en manos poco firmes. En
aquella ocasión, un tal Manassc López, un duro bolsista de
Amsterdam, y algunos amigos adquirieron los valores al más
bajo precio posible. Al día sigij¡cnte, la salud de la reina me
joró, el cambio subió y López cobró la diferencia.
El cambio en la Bolsa puetje ser alterado también de bue
na fe por las noticias. Con motivo del atentado contra Sadat,
las noticias sobre sus resultadc,s fueron cambiando cada quin
ce minutos. Ese sistema se sigue aplicando en la actualidad
con bastante frecuencia, y e%o sjn mencionar las noticias
completamente falsas que nac£n sólo en mentes demasiado
excitadas. La Bolsa no es sólo |a víotima de las noticias alar
mantes, sino también su fuente. N o se puede determinar con
104
exactitud si los cam bios producen las n oticias o las noticias
m odifican los cam bios. S i las cotizacion es bajan p o r la razón
que sea, la fantasía del pú blico incuba de in m ediato noticias
im aginarias que provocan el pánico.
Las dos revoluciones inglesas se habían tragado mucho
dinero, y el pueblo tu vo qu e so p o rta r su costo. Tam b ién tuvo
que ca rg a r con los gastos de las gu erras qu e libraban sus
soberanos con m a yor o m en o r éxito. Los m in istros de Fi
nanzas sabían arreglárselas para e x ig ir cada vez nuevos sub
sidios, y para gloria y grandeza de la v ie ja In gla terra se em i
tían continuam ente em préstitos q u e aum entaron e l ya m uy
considerable lastre de deudas q u e arrastraba el país.
En el año 1716 n o se p u d o co lo c a r p o r co m p le to un em
préstito d el Estado de 600 000 libras a l cu atro p o r ciento. El
tipo d e interés era excesivam ente b a jo p ara a tra er el din ero
del ahorro, pues la especulación en el m ercado de acciones,
gracias a operaciones m ucho más produ ctivas, hacía que
cu alqu ier cochero pu diera co n vertirse en m illo n a rio de la
noche a la mañana.
Dos siglos y m edio m ás tarde, nos encontram os con la
mism a m entalidad en tre los qu e practican el ahorro.
D urante algún tiem po, creció la a versión contra los va lo
res a p la zo fijo y con intereses p revia m en te determ inados. La
razón prin cip al era la continua devaluación d el dinero.
Las acciones cotizables en la B olsa o frecía n la posibilidad
de p a rticip a r en la extraordin aria expansión d e la econom ía
mundial de la época. En las aguas de esa nueva oleada na
daron juntos, cod o a codo, durante el p eríod o com pren dido
en tre finales de la década de los sesenta y la década de los
setenta, los bohem ios de la Bolsa, los pequeños capitalistas,
la Iglesia, las cajas de pensiones de las em presas, los sindi
catos y los asilos de can d a d ; es decir, tod os aquellos qu e con
an terioridad habían dado preferen cia a la adquisición de va
lores con intereses fijos. E m pezó a sen tirse el gusto p o r la in
versión en acciones, cuya especulación se había ven id o con
siderando reservada a los especuladores vulgares. P o r razo
nes políticas. económ icas y otras diversas, esa oleada se ha
ven id o repitien d o con in terru pcion es más o m enos largas y,
naturalm ente, eso sigue ocu rriendo en la actualidad y con ti
nuará repitiéndose.
E l • m a r fil n e g ro »
105
a un co m ercio qu e de ningún m odo estaba en contradicción
con el código m ora l del siglo x v m , tan elevad o esp iritu al
m ente: el transporte del «m a rfil n e g ro », es d ecir, la tra ta de
esclavos con destino a las colonias españolas y portuguesas
de A m érica del Sur. E l o b je to de la em presa no se m antenía
en secreto, y las acciones de la com pañ ía resultaban más
atractivas para el ah orrador qu e los em p réstitos de Su M a
jestad.
N u estro tiem p o ha descubierto algo m e jo r qu e el «m a rfil
n e g r o »: el o ro negro, las acciones de las com pañ ías p etro le
ras, q u e durante muchos años han ven id o e jercien d o una má
gica fu erza atractiva sobre el ahorro, de la cual han sabido
aprovecharse algunos gobiernos. Así, p o r ejem p lo , el gobiern o
francés supo u tiliza r la fundación de num erosas sociedades
petrolera s en el Sahara, con lo qu e co n s ervó los capitales en
circu lación nacional y e v itó qu e fu eran in vertid o s en divisas
y va lores extranjeros, cosa qu e no h ubieran logrado, en m odo
alguno, con la em isión de em préstitos del Estado.
La Sou th Sea Com pany — es d ecir, la C om pañía de los
M ares d el Sur— ven d ió sus acciones p o r m illon es de libras
esterlinas. Después, con esos m illon es c o m p ró va lores del
E stado qu e el pú b lico había rechazado. E l p recio de com pra
estaba p o r deb ajo de su va lo r nom inal, pese a lo cual los
va lores se registraron en los libros de co n ta b ilid a d p o r su
va lo r nom inal, con lo cual pudieron atrib u irse a las acciones,
sobre el papel, unos notables beneficios qu e sigu ieron sedu
cien do a los crédulos. E sto era de to d o punto necesario,
puesto qu e el n ego cio con la trata de esclavos no resultaba
especialm en te provechoso. Encadenada en las bodegas de los
barcos, la «m erca n cía » soportaba m al la travesía d el A tlán tico.
Cuando los buques llegaban a los pu ertos del N u ev o Mundo,
había bajas, y « la m ercan cía» llegaba en m alas condiciones.
• E s p e cu la r está de m oda;
lo hacen el m in is tro y el p a trio ta »
106
«gran diosas» em presas en las cuales sus fundadores se o lvi
daban, sim plem ente, de in d ica r el o b je tiv o del negocio.
H abía que hacer cola para p o d er a d q u irir acciones de estas
compañías, que eran llam adas «b u rb u ja s », bubbles, un nom
bre inquietante que desde lu ego d eja b a p rever qu e un día
podía producirse el reventón.
Los siguientes versos pueden a cla ra r el estado de ánim o
que reinaba en esos días:
107
E L B E R N IE C O R N F E L D D E L S IG L O X V I I :
JO H N L A W
108
riquezas de aquellos nuevos territorios: montañas de oro y
plata en medio de paisajes idílicos. Dibujos a color explica
rían que el sueño de los inofensivos nativos se había conver
tido en lucrativa realidad: a cambio de un trago de aguar
diente o de tres bolitas o perlas artificiales, los nativos entre
gaban una pepita de oro fino.
Esa campaña propagandística, magistralmente dirigida, con
dujo una fuerte corriente de dinero a la rué de Quincam-
potx. La compañía fue emitiendo nuevas acciones, alimen
tando cuidadosa y continuadamente la esperanza en el alza.
Las plazas en la diligencia a París, donde se podían comprar
las acciones del señor Law , estaban reservadas con meses de
anticipación. Un pequeño jorobado ganó una fortuna prestan
do su jo roba como pupitre para que se firmara la compra
de acciones. Algunas señoras de la Corte no retrocedían ante
los más extraordinarios medios para hacerse con alguna de
esas acciones. E n el curso de tres semanas se lanzaron al
mercado 300 000 acciones que fueron adquiridas antes de que
se secara la tinta de imprenta. (¿No ocurrió lo mismo con las
IOS y muchas otras acciones?)
Los dividendos que podían producir las acciones de Law
eran poco interesantes, pero los inversores contaban con una
ganancia notable en la cotización en Bolsa, que llegó a alcan
zar hasta veinte veces su valor de emisión. E n diciembre de
1719 se batió el récord: las acciones alcanzaron una cotiza
ción de 18 000 libras, lo que correspondía a treinta y seis veces
su valor nominal. Toda Europa tenía los ojos puestos en ese
excitante juego. En conferencias científicas se discutía el sis
tema Law , que acabó por disolverse en la nada antes de que
se llegara al final de las consideraciones. Bastaba con tomar
un lápiz para calcular los dividendos y hacerse la pregunta
de si existía la menor posibilidad de conseguir tales dividen
dos o de que existieran beneficios anuales. (Pero ¿a quién se
le ocurre coger un lápiz y hacer cuentas? ¡Sólo a los duros\)
109
co m o un ro p a veje ro hace con un a b rig o », esc rib ió M ontcs-
quieu, co n m ovid o p o r el escándalo.
Destrozado y con los bolsillos vacíos, L a w tu vo q u e salir
d e París de noch e y encubierto, pues existía e l p e lig ro de
qu e la m u ltitu d lo linchara. M u rió abandonado de tod os y en
la m a yor pobreza, en Venecia, en el año 1729. Sus restos
m ortales fu eron llevados, unos cien años después, a la iglesia
d e San M oisés de aquella ciudad, don d e h oy descansa bajo
una lápida, colocada a expensas de un sobrin o suyo. Nunca
d e jo p e rd e r la ocasión de lleva r un pequ eñ o ram o de flores a
su tumba siem pre qu e m e encuentro en Venecia.
John L a w fu e sin duda un especu lador y un ju g a d o r de
gran clase, p ero nunca un estafador. Fue la víc tim a d e su
am igo, el regente, qu e exigía continuam ente d in e ro y más
din ero para su presupuesto, que é l tenía qu e fa cilita rle. Se
trata de un caso típ ico de inflación de papel m oneda cuando
el gob iern o ex ige de su banco em isor créd itos al descu bierto.
La suerte de B e m ic C o m fe ld y C om pañía (IO S , Gram-
co, etc.) ha tran scu rrido hasta ahora de m anera m enos dra
m ática. E l señ or C o m fe ld aún sigue vivie n d o en el lu jo y la
riqueza, y todavía se jacta, a veces, c o m o h izo en una entre
vista en H o lly w o o d , de qu e su fortu n a personal asciende a 40
o 50 m illon es d e dólares. Y tod o e llo a costa d el pequ eño
inversor. S orp ren d e qu e hasta ahora no haya ten ido el m enor
in ciden te con alguna de sus víctim as. L a osadía d e esos se
ñores de los fo n d os inversores y la estu pidez d el pequ eño
ahorrador parecen no tener lím ites.
110
E l palacio M azarin, en la actualidad sede de la B ib lioteca
N acional, fu e la siguiente etapa en este continuado ir de un
lado para otro. Las gigantescas salas y galerías o frec iero n a
los agentes de Bolsa y a los especuladores un alojam ien to
mucho más am plio. Pero fu e só lo en el año de 1826 cuando
se levantó el actual ediñ cio de la B olsa, un tem p lo griego
con un p ó rtico de colum nas d el m ism o co lo r qu e los viejo s
tejados de cobre de París, y q u e fu e diseñado p o r el fam oso
arqu itecto B rongniart. Los gigantescos escándalos bursátiles
de la South Sea Bubble y de la Com pañía del M ississippi se
guían en el recu erdo de todos. Y sigu ieron influyendo en las
circunstancias durante m ucho tiem po. L a consecuencia fu e
una profunda aversión con tra las actividades especuladoras
y contra las acciones, qu e debía seguir prolongándose casi
m edio siglo más.
H A C IA L A P R IM E R A R E V O L U C IÓ N IN D U S T R IA L
lí!
quier. Con la ayuda de sociedades anónimas, debían encau
zar hacia la Bolsa las nuevas fuentes de riqueza: sociedades
m ineras en Chile, pesquerías de perlas en Colom bia, minas
de plata en Perú, minas de cobre en M éxico. El toqu e exótico
de aquellas em presas a tra jo a miles de crédulos. Sus grandes
esperanzas term inarían, una vez más, en los m ayores desen
gaños.
H ace unos años se desató una fiebre especuladora sim ilar
en relación con las Bolsas de Canadá, Australia, Singapur y
H ongkong p o r parte de los ahorradores y ju gadores de Bolsa
europeos. Prospectos lujosos y numerosas «con fiden cias» atra
je ro n al público. Pero también fueron numerosos los desen
cantos, pese a que los tesoros del subsuelo existen y ofrecen
a los em presarios aventureros grandes oportunidades. Sin em
bargo, el m odo com o se dirige el negocio, el cam ino que si
guen las acciones para llegar a la Bolsa y la form a de seducir
al público para que las adquiera son fraudulentos.
Lo s gobiernos latinoamericanos qu e acababan de sa lir del
cascarón no dem ostraron la m enor prisa p o r honrar los com
prom isos contraídos en sus em préstitos. Las em presas tra
bajaban sin obtener beneficios, y no podía pensarse en repar
tir dividendos. Así, en octubre de 1825, se produ jo una nueva
catástrofe bursátil.
112
Estos aceleran y de nuevo retroceden, p ero nunca hasta el
punto de partida; se trata de tan m o vim ien to gigantesco en
zigzag con tendencia ascendente.
En tod o m ovim iento de expansión indu strial hav un gran
núm ero de em presas que desaparecen en cada uno de esos
retrocesos: aquellas que no tienen la suficiente fuerza vital.
Pero la curva m edia aumenta continuam ente y la industria
se desarrolla más y más. Ese m ecanism o actúa com o un filtro.
Gran núm ero de nuevas em presas no pueden s o b re v iv ir a las
enferm edades propias de la niñez. ¡Cuantas em presas a u tom o
vilísticas fueron ahogadas p o r sus pérdidas hasta que G eneral
M otors, Ford y Chrysler (incluso en la actualidad existen
grandes problem as para em presas antaño tan florecientes) al
canzaron su actual expansión! ¡Cuántas em presas petroleras
han desaparecido de la fa z de la T ie rra antes de qu e B ritish
Petroleum , Standard Oil, R oyal Dutch y otras, alcanzaran su
actual dim ensión internacional!
Antes de qu e se lleve a cabo ese filtrado, la B olsa atra
viesa un p eríod o de histeria y sus cam bios oscilan en un
zigzag incontrolable: abajo, arriba, abajo. Es com o un hom
bre qu e pasea con su p erro p o r la calle. E l h om b re sigue su
paso de manera continua y regular: esto es la industria. El
p erro corre, avanza, salta de un lado p ara o tro, regresa donde
está su dueño, se adelanta de nuevo y así sucesivam ente. Su
cam ino se parece al qu e siguen las acciones y los valores,
con sus m ism os m ovim ientos de avance y retroceso. P ero am
bos siguen avanzando, el dueño y el p erro, y finalm ente llegan
a la m eta de su paseo. M ientras el h om bre ha andado un k i
lóm etro, su perro, para h acer el m ism o cam ino, habrá reco
rrid o dos o tres veces esa distancia. A s í se m ueven los cam
bios en una B olsa desordenada. Dan dos pasos adelante y un
paso atrás, p ero acom pañan en su avance a la expansión in
dustrial.
113
las acciones pensando solamente en vo lverla s a ven d er rápi
dam ente con buenos beneficios. P o d ría decirse, casi, qu e el
fe r ro c a rr il fu e constru ido sólo para p o d e r esp ecu lar con su
construcción.
E sa especulación no se detuvo hasta que se determ in ó
— co m o ya había sucedido en otras ca tástrofes bursátiles—
qu e las ganancias de las sociedades recién creadas n o ju sti
ficaban un ju e g o tan insensato. Y las cotizacion es em pezaron
a desplom arse. Cuando el re y fran cés Lu is F elip e, en e l año
1848, tu vo que sa lir de las Tu llerías p o r la puerta falsa, la
Bolsa de París fu e la p rim era en s u fr ir el du ro go lp e. Su de
sastre influyó en los países vecinos. E n tod a E u ro p a com en
za ron a va cila r las coronas en las cabezas de los príncipes, y
en la B olsa ba ja ron las cotizaciones.
T ras el golpe de E stado de Lu is N a p o leó n , N a p o leó n I I I ,
com enzó una nueva era. La consigna p a trió tica decía: «E l
Im p e rio es la pa z.» E l espíritu em presarial alcanzó su punto
cu m b re y lleg o el gran p eríod o en e l qu e se fu n daron ban
cos, institutos de créd ito y com pañías in m obiliarias.
E l descu brim iento de o ro en C a lifo rn ia y en A u stralia es
p oleó la especulación y lle v ó a la creen cia de q u e era fácil
hacerse ric o con el o ro , sim plem ente p o rq u e se tratase de ese
m etal, sím b olo de la riqueza. Muchas em presas se dedicaron
a especular en la B olsa con el oro, sin re a liza r activid a d pro
ductiva alguna. S on las mismas qu e ocupan todos los pues
tos en los patios y salas de cotización de los agentes de
Bolsa.
E l o ro sacado, a fuerza de trabajo, de las m inas de Cali
fo rn ia o el arrastrado p o r los río s a u ríferos de Australia,
sigu ió su cam ino hacia los sótanos acorazados de los bancos
em isores, donde d u rm ió un sueño invernal. Desde allí ofrecía
nuevas posibilidades a la especulación y exten d ía su influen
cia sin m u ltip lica r activam ente la riq u eza de la hum anidad.
E L V IE R N E S N E G R O D E 1869:
C A T A S T R O F E B U R S A T IL E N N U E V A Y O R K
114
ya en su conciencia una serie de operacion es y negocios, cuan
do menos sospechosos, con los ferro ca rriles. C ualquier m edio
— incluso la puñalada p o r la espalda— les parecía ju stificado
si les ayudaba a conseguir su o b jetivo . Em pleando tod o tipo
de sobornos, lograron lleg a r hasta un cuñado d el presidente
de Estados Unidos, general Ulysses G rant, y consiguieron que
el gobiern o retrasara el m om en to en q u e pensaba lanzar oro
al m ercado para apoyar el dólar. (¿ N o se sigue hablando hoy
con insistencia de esa m ism a p osibilidad?)
G ould y Fisk com praron o ro p o r p rop ia cuenta y, segui
damente, dieron orden a doce agentes de Bolsa de qu e reali
zaran com pras de provocación p o r su cuenta, para h acer subir
el precio. Teniendo en cuenta la ten den cia al alza, tod o el
m undo se sintió arrastrado p o r la psicosis de co m p ra r o ro
pagándolo al contado o, incluso, a plazo fijo , y el am biente
bursátil alcanzó un estado de h isteria qu e provo có la subida
del o ro y la caída del dólar. Esa h isteria d el p recio d el o ro
en pa ra lelo con el curso del d ó la r la hem os vivid o repetidas
veces en los últim os diez años.
E l P e a rl H a rb o u r de la Bolsa
115
unos años, con la especulación de los herm anos H u nt con
la plata.
A quel día de verano de 1869 quedará en la h istoria de W all
S treet com o un día nefasto, com o el Pearl H a rb o u r de la
Bolsa. P ero eso no im pidió que Gould, con la m ism a fa lta de
escrúpulos de siem pre, continuara con éxito sus estafas y en
gaños con los ferrocarriles. A plicado a él, el térm ino «gan gs
terism o» podría fácilm ente ser transform ado en «banque-
rism o».
A p a rtir de 1926 se realizaron otras especulaciones desm e
didas con el oro, que para muchos de los qu e en ellas parti
ciparon term inaron en tragedia. Ese año, p o r ejem p lo , el pre
sidente francés Poincaré ganó la batalla en defensa del fran co
francés. E n 1980, el m ercado del o ro y de la plata se desplom ó
cuando el o ro b a jó de 850 a 600 y la plata de 50 a m enos siete.
P ero las costumbres bursátiles europeas son fundam ental
m ente distintas de las norteam ericanas, más próxim as a las
del «sa lva je O este» por aquella época. En Europa existe un
código del h on or que reclam a e l castigo a quien lo infringe.
Los especuladores habían jugado contra el franco, perdieron
y tuvieron qu e pagar.
M IR A N D O A TR A S : E L S IG L O X I X .
LO S P R IM E R O S T IE M P O S
116
Desde Viena, la oleada se extendió al o tro lado de las
fronteras del país y alcanzó a toda Alem ania, desde Munich
hasta Ham burgo, desde Stuttgart hasta Danzig. La catástrofe
de la Bolsa de Viena, en 1873, fue un ja ló n en la historia de
las finanzas y de la especulación, qu e m arcó una triste época
de suspensiones de pagos, suicidios, lágrim as v rechin ar de
dientes.
Pero las fuerzas vitales del siglo recuperaron pron to su
poder y su dom inio. Las heridas se cu raron rápidam ente, y
el tiem p o no podía detenerse. Los sistem as de transm isión
de noticias hacían grandes progresos: los buques de vapor,
ios ferro ca rriles y los cables subm arinos tejieron una tupida
red p o r tod o el mundo, que cada vez se iba haciendo más
densa. Gracias al canal de Suez, O rien te se a p ro x im ó a Europa.
117
lación. E l a h o rra d or francés siem pre se m o stró bien dis
puesto a a p o ya r con su capital la búsqueda de los tesoros
d el subsuelo, tanto si se trataba de las minas de o ro de W itw a-
tersrand, en el Transvaal, com o los yacim ien tos de co b re de
R h odesia y de España, los yacim ientos p e tro lífe ro s de todo
e l m u ndo o las minas de uranio. En aquel entonces, se trataba
de o ro , qu e en Francia ha ven ido siendo con siderado desde
siem p re co m o un fetiche. Se cuentan distintas anécdotas. El
ban qu ero londinense Beit le en vió a su m adre, qu e residía en
H am bu rgo, un pequ eño paquete cerra d o y lacra d o qu e con
tenía acciones. En la carta qu e lo acom pañaba la in form aba,
in stán dola a m an tener el secreto más estricto, qu e las acciones
p ro n to decuplicarían su va lor, p ero que en ninguna circuns
tancia d eb ía a b rir el paqu ete en tanto no se le advirtiera.
E l ban qu ero contaba con la cu riosidad fem enina y con la
bondad de su padre. Ésta no pudo contenerse y a b rió el pa
quete, y m ien tras tom aban el té con fió «s ó lo a sus m ejores
a m igas» la h istoria del en vío de su h ijo. Ellas, a su vez, se
apresu raron a re p e tir la historia a sus «m e jo re s a m ig a s»...
N atu ralm en te, la ciudad entera co n o ció la in form a ció n con
fiden cial qu e el banquero le había tran sm itido a su m adre.
Unos días más tarde, m edio H am bu rgo com praba en Lon
dres las acciones de las qu e antes el ban qu ero n o había p od id o
despren derse a ningún precio.
L a fieb re especuladora alcanzó su cénit en 1895. Las co
tizaciones cayeron fu era de tod o co n trol. L as acciones del
C oron ation Syndicate subieron de 10 a 2 000 libras en el trans
cu rso de pocas semanas, y eso que no se trataba siqu iera de
una sociedad m inera. Las actividades del C oronation Syndi
cate consistían en apoyar a otras em presas y financiarlas. Las
sociedades financieras qu e habían desatado tod o ese vórtice
ya n o estaban interesadas en absoluto en m an tener orden en
el m ercado, puesto qu e ya habían colocad o todas sus em i
siones de papel.
E l v ie n to se lleva un sueño
118
raron a sus accionistas sorpresas agradables. Desde hace más
o menos un siglo vienen pagando regularm ente considerables
dividendos, han dado con nuevos yacim ien tos y han in corpo
rado nuevos territorios qu e segu ir explotando.
La especulación con las minas de o ro de A fric a d el Sur
resurge de vez en cuando, gracias a la h isteria del o ro y a las
perspectivas inflacionistas. E n la década 1970-1980 tuvo una
actuación m uy peculiar. L a especu lación con las acciones de
las minas de oro, de todos m odos, resultaba más interesante
que la del p rop io m etal. M is aventuras al respecto ya las he
relatado con anterioridad.
119
tañte: la fundación del Sistema Federal de R eserva (Federal
R eserve System ).
Consistía en una red de bancos centrales o em isores que,
a p a rtir de entonces, ha colaborado para conten er las peque
ñas crisis y superar las dificultades del p eríod o de transición
qu e siguió a la prim era guerra mundial. A p a rtir de entonces,
la historia de W all S treet transcurrió sin grandes sobresaltos
hasta qu e se produ jo o tro hito m em orable y, esta ocasión,
trá gico: 1929.
120
Cuando Saulo se convierte en Pablo
LO S IN Q U IE T O S A Ñ O S V E I N T E D E L M U N D O
O C C ID E N T A L
121
W ith cm an se podían seguir las m elodías de G eorge Gersh-
w in que, después, con su Rapsodia en b lu e se co n vertiría en
el m a yor de lo s com positores de aquella época. E ste com po
sitor, h ijo de unos pobres em igrantes ju díos, fu e el huésped
de h on or de las más brillantes fiestas de la a risto cra cia de
la Quinta A venida. Jean H a rlo w reinaba en los film es de la
W a rn er Brothers. Con sus o jo s azul cla ro, su p e lo platin o y
sus suaves m ovim ientos felinos, era la g la m o u r g ir l núm ero
uno de H ollyw ood . E ra también la época h ero ica de la p roh i
bición y de los speakeasies (los lugares clan destin os donde se
podía consum ir alcohol «hablan do en vo z b a ja », es decir, sin
hacer ruido). En el fam oso T w en ty One (en el nú m ero 21 de
la C alle 52) se podían o ír los discos de A l Johnson y de Eddie
Cantor, m ientras se bebía el w h isky en tazas de té. Las extra
vagancias y las conquistas del guapo John B a rry m o re daban
pábulo a todas las conversaciones y chism es. L as personas
que tras bastidores m ovían los h ilos in visibles d e ese espec
táculo aturdidor, los profesionales d el din ero de W a ll S treet
(en 1970 se llaman adm inistradores de fon d os de inversión
y uniones financieras) se guardaban b ien de d e ja r escapar el
m enor in dicio de peligro. El presiden te C alvin C o o lid ge y su
sucesor, H erb ert H oover, así com o el m in istro de Finanzas
M ellin , declararon, respaldados p o r tod o el peso de la auto
ridad del gobierno norteam ericano, qu e no había razón alguna
para qu e la situación pudiera experim en tar cam bios.
122
eos norteam ericanos para ayudar a los barones de la gran
industria del Ruhr a la m odern ización de sus fábricas y m é
todos de producción y tra b a jo , de acuerdo con el m odelo
norteam ericano.
Ita lia v iv ió su luna de m iel con M ussolinL Pese a que tuvo
que pagarla con el sacrificio de una p a rte de su libertad, sir
vió para establecer los cim ien tos de una econom ía moderna.
una palabra m ágica y tran qu ilizadora iluminaba el futu
ro : la paz. Los tratados de L ocarn o, firm ados p o r Gustav
Stressemann, y después el p a cto Briand-K ellog, declararon la
gu erra ilegal para siem pre. A ristid e B riand, con su bella voz
de barítono, com unicó retó rica m en te esa política ideal. En
la con feren cia de G in ebra de 1927, se h ab ló incluso de lim ita r
las tarifas aduaneras. Fu eron los p rim eros indicios del sueño
europeo que, treinta años m ás tarde, habrían de hacerse rea
lidad en la Com unidad E con óm ica Europea.
E n Francia, Poincaré pudo m an ten er en ja q u e la inflación
lo g ró estabilizar la divisa nacional. Después de qu e el fran co
Í rancés m antuvo un curso flotan te durante tres años y encon
tró p o r fin su precio realista, fu e estabilizado de ju r e en 1929.
Gracias a esta situación, la recon stru cción de Francia alcanzó
su punto m áxim o. E l experim en to con el cam bio flexible llevó
en Francia a resultados m uy positivos. E l ciudadano ric o se
frotaba las m anos al abandonar la B olsa: las acciones y o b li
gaciones seguían su curso ascendente. L a fortaleza d el fran co
y la buena situación de las finanzas a tra jero n a París a capi
talistas de todas las nacionalidades. Sin em bargo, esa afluen
cia qu e enriquecía a unos hacía desgraciados a otros. Europa
central, derrotada en los cam pos de batalla, se habían arruina
d o totalm ente ju gan do a la b a ja d e l fran co.
L o s especuladores de V ien a, Praga o Budapest habían su
fr id o ya la ruina de sus p rop ia s divisas. Creyeron sacar de
e llo una lección provechosa, y se d ecid iero n a ju g a r contra
el fran co. P e ro sus cálculos resu ltaron erróneos. Poincaré
tu vo un éx ito espectacular y lo g ró salvar el franco. L o consi
gu ió gracias a qu e el ban qu ero n orteam erican o J. P. M organ
le o fre c ió la necesaria «m u n ic ió n », y porqu e había logrado
restab lecer la confianza en su m oneda. Y a entonces el tío
S am tuvo qu e apoyar a Francia. Ésta no se ha m ostrado nun
ca dem asiado agradecida... N i siqu iera hoy.
Esa desgraciada especulación con el fran co asestó el golpe
m ortal a las Bolsas de Viena, B u dapest y Praga. Un am biente
deprim ente de pobreza y p a ro reinaba en aquel entonces en
H ungría y en Austria.
123
La idea de m i padre de m andarm e a París durante las va
caciones estivales, significó para m i una posibilidad inespe
rada de escapar a ese im perio de la tristeza.
París... J'ai deux amours, inon pays et P arts... Los colla
res de bananas de la encantadora antillana Josephine Baker,
se agitaban al ritm o de esa canción de la qu e y o hice artículo
de fe. Josephine Baker ya ha m uerto, pero en sus tiem pos de
distinguida ancianidad consiguió gran respeto p o r su actividad
social y benéfica.
París significaba un mundo de lujos, placeres y fiestas que
y o quería conocer. A l igual qu e el héroe de Balzac, Rastignac,
descendió de su diligencia, m e apeé de m i com partim ien to
d el Orient-Express una bella noche parisina. Y o aún no sabía
qu e en aquel mundo los paraísos prohibidos podían estar a
nuestro alcance, pero seguirían siendo inaccesibles a quien
no poseyera la llave qu e perm itía la entrada: el dinero. Y o
no tenía suficiente en m i cartera, ni mucho m enos. E l espec
táculo era fascinante. Pero no m e bastaba contem plarlo desde
fuera.
Con sus gafas de carey y su pelo peinado a raya, Fou jita
aparecía p o r M ontpam asse seguido de K ik i, su m odelo pre
ferida, para reunirse con sus am igos K islin g, V ertés y otros,
y sentarse en to m o a una mesa de la R oton de y d el Dóme
para cam biar impresiones.
Las señoras elegantes se hacían acom pañar a Longcham p
y Auteuil para lu cir en aquel m arco los vestidos qu e P oirct
había diseñado para ellas. En su yate, en Boulogne, el fa m o
so modista recibía com o si fuera un gran señor a sus am igos
de la buena sociedad y tocaba para ellos, cuando ya em pe
zaba a amanecer, las más recientes m elodías de N u eva Orleans.
En los Champs-Elysées no existía ningún cine, p ero en los
bulevares había colas para ver otra versión de Norteam érica
en La quim era del o r o de Charlic Chaplin, y d el O riente en
E l ladrón de Bagdad.
En las novelas de la época uno podía aprender el idiom a
del pueblo y, así protegido — eso era elegante— podía m ez
clarse con ese pueblo en los bares de Pigalle. Otras noches se
podía ir a cenar al M axim tras haber o íd o a la m e jo r estrella
del mundo, el inolvidable M aurice Chevalicr, en su última
canción, Valentine. O los caballeros se quedaban solos en
café W eber para hablar del últim o m odelo de au tom óvil o
de las piernas de la Mistingucttc, la más famosa estrella del
music-hall de su época. Un lunes, los periódicos inform aron
de que André Citroen había hecho saltar la banca en Deauville
en la mesa de bacarrat. (Tam bién perdería su fábrica en una
mesa de bacarrat.) Los ingleses em bargaron los prados de
Touquet.
Como el niño que aprieta su nariz contra el escaparate de
una confitería, así admiraba y o aquel bullicioso v iv ir y ac
tuar.
Muy pronto tuve que em prender el regreso, y cuando es
124
tuve de vuelta en el triste y abru m ad or Budapest, sólo tenia
una idea: ¡regresar a París! P ero antes de h acerlo tenía que
reunir los m edios y en con trar el cam in o para in corporarm e
a ese ju e g o y sacar p rovech o de él. M e había dado cuenta de
que para ello sólo necesitaba una cosa: dinero.
Caí en una auténtica crisis psíquica. A l m ira r hacia atrás,
veo con claridad lo im p orta n te qu e fu e ese cam b io en m i
vida.
Y o había colocado el din ero en un pedestal, y pensaba en
él sin cesar. A l principio, fu e un m ed io p ara conseguir un
fin; después se co n v irtió en el fin, y m e lle v ó a m enospreciar
todo lo demás. M i ética, m i p rop io sistem a de valores habían
cam biado p o r com pleto. S ólo m e in teresaba el dinero. M e
sentía incapaz de d isfru ta r de nada. Soñaba con una ca ja de
caudales llena de billetes, sacos rep letos de d in ero tjue y o con
tem plaba extasiado y que podía m a n eja r a m i capricho, com o
V olpon e sus tesoros.
Esa actitud fren te al din ero lleva b a au tom áticam ente a
cierta desidia. ¡Para qu é co m p ra r un au to d e lu jo si se puede
tener siem pre que se qu iera, si se tien e suficiente d in ero en
la cartera! Si se lleva el talonario de cheques en el bolsillo,
uno puede sentir todos los placeres d el m undo y disfru tar
de ellos com o si ya se poseyeran. P o r un lado subía la valo
ración d el dinero, pero p o r el otro, y en la m ism a medida,
devaluaba todas las dem ás cosas, los llam ados valores reales,
es decir, a ll that m oney can buy (to d o lo que puede adqui
rirse con dinero).
Esa actitud fren te al din ero conduce a una típica teoría
económ ica deflacionista. Y o llevé esa actitu d perversa y des
preciable hasta el absurdo, y llegué a sen tir un desprecio ab
soluto p o r todos los valores qu e n o pudieran expresarse en
dinero contante. Ése era el cam ino m ás d ire c to para conver
tirse en un ju g a d o r a la baja.
E xpresar los valores en din ero contan te significa esta
b lecer un precio para cada cosa. Puesto qu e y o sobrevaloraba
el dinero, encontraba siem p re que el va lo r de cu alqu ier m erca
dería — incluso de las acciones— era siem p re dem asiado alto
y esperaba a qu e bajara en el futuro.
A sí só lo podía especular a la b a ja y, además, eso era lo
que deseaba. Cuando R o c k e fe lle r perdía porqu e sus valores
bajaban y y o ganaba p o rq u e había ju ga d o a la baja, era com o
si se acortara la distancia qu e nos separaba... S ólo tenía un
deseo: lanzarm e a especular, puesto qu e ése era y es el único
m étodo para hacerse con din ero rápid am en te... In clu so para
hacerse m illon ario.
M i p r im e r día en el • te m p lo •
E l gran día llegó pron to. E l recu erdo de m i prim era visita
al «te m p lo » no se borrará jam ás. E l d in ero parecía estar en
125
el a ire com o en un gigantesco casino de ju ego . Estaba por
todas partes. S ólo se necesitaba una antena para captarlo. De
c re e r a m i p rim er am igo en la Bolsa, esto no resultaba d ifí
cil. Bastaba con saber nadar adecu adam ente en m ed io de la
co rrien te al alza. T en er confianza. « Y a finales de m es se
iban a recoger los ben eficios», m e decía con una am plia son
risa, dándom e unos golpecitos en la espalda. (E n París siem
p re existió el sistem a de liq u id a r las cuentas de pérdidas y
ganancias a final del mes.)
H e de confesar, a fu er de sincero, qu e yo no entendía gran
cosa de tod o aquel ir y venir, de aquella confu sión en la que
se m ovían cientos de personas. Los n om b res ex tra n jeros de
los va lores desconocidos para m í zum baban en o íd os semien-
sordecidos. Los em pleados más jó v e n e s iban de un lado para
o tro lleva n d o en la m ano las notas con los deseos de sus clien
tes, tropezaban en tre si y corrían de nuevo en distin ta di
rección.
En el centro, en el- rin g , había setenta señores siem pre
vestid os de negro, en in viern o co m o en vera n o; los setenta
m iem bros de la Com pagnie des A gents de Change (agentes
jurados de Cam bio y B olsa), qu e se apoyaban con los codos
en la balaustrada qu e los separaba del público. C om o los
dem ás, gritaban «c e d o » o «a c e p to ». E l m undo en tero parecía
p a rticip a r en el ju ego. Algunos corrían a las cabinas telefón i
cas para tran sm itir los p rim eros resultados. O tros se colo
caban la m ano sobre la boca para m u rm u rar a lgo al vecino,
conscientes de su im portancia. M uchos tom aban notas fe b ril
m ente en las hojas de sus libretas de tapas negras.
E l n erviosism o general no m e a fe c tó en absoluto. Cuanto
más m e adentraba en ese nuevo m undo, más rechazado me
sentía p o r aquel am biente jactan cioso. Tod os afirm aban dis
pon er de las m ejores confidencias, presum ían de ganar siem
pre, sus clientes siem pre estaban correcta m en te inform ados,
conocían la receta in fa lib le... Se p o d ría c re e r que a llí sólo
había genios y profetas. Tod os in form aban a los dem ás, com
placidos, de sus experiencias y éxitos, y d e cada dos frases
una com enzaba con estas palabras: « Y a te lo había d ich o y o ...»
E n la actualidad tod o sigue igual. Cuando un n ovato llega
a la Bolsa, se siente em briagado p o r el am biente. A llí no se
habla, co m o es com ún entre am igos, sobre arte, p olítica o
m ujeres, sino que la conversación versa exclusivam ente sobre
el din ero: cuánto debía o podía haber ganado uno si hubiera
com prado o ven dido en el m om ento m ás oportuno. S ó lo se
valoraba a las personas p o r lo qu e tenían y en qu é m edida
podían resu ltar interesantes para este o aquel agente. Por
suerte — o por desgracia— , poco a poco llegué a habituarm e
al am biente.
A la baja consideración que m e inspiraban los valores,
había qu e sumar la no m enos baja qu e sentía p o r las p er
sonas con quienes m e tropezaba en la Bolsa. Cuando subía las
escaleras del edificio, m i decisión ya estaba tom ada: «G anaré
126
jugando a la baja y adem ás — y esto era lo peor— sentiré el
placer de ver perder a todos esos fa n fa rro n es.» S ólo m e fal
taba d a r con un o b je to de especulación y aprender el m e
canismo de la especulación a la baja. E se m ecanism o, que a
un novato podría parecerle tan com plicado, es realm ente muy
sencillo.
E l especulador Fulano de T a l cree, p o r ejem plo, qu e las
acciones de la em presa Construcciones de Castillos en el
Aire, S. A., o In m o b ilia ria de la Luna, S. L., van a bajar. Su
póngase qu e esas acciones se cotizan a 100. E l especulador
considera la cotización dem asiado a lta y espera qu e alguna
de ellas baje.
V en de las acciones de Castillos en el A ire hoy m ism o a
cien, pese a qu e aún no las tiene, p e ro deberá entregarlas a
fin de mes. Unos días después, bajan de 100 a 80, y Fulano
de T a l las com pra a 80, tam bién al térm in o del plazo; es de
cir, qu e tam poco le serán entregadas hasta finales de mes.
En ese m om ento se efectúan las transacciones. Fulano de Tal
com pra las acciones a 80 y las entrega a 100. Así obtien e el
20 p o r cien to de beneficio.
P o r el contrario, las acciones de In m o b ilia ria de la Luna
no bajan, pues el A p o lo 11 alu nizó con éx ito y regresó a la
Tierra, y esa buena noticia hace su b ir las acciones de 100 a
140. Fulano de T a l es presa del pán ico, pues tiene qu e en
tregar a finales de m es y al p recio de 100 las acciones de
In m o b ilia ria de la Luna qu e aún no posee. A sí, cuando llega
el ú ltim o día tiene que com prarlas a 140 y entregarlas p o r
las 100 en que las había ven dido. E sto le significa una p ér
dida del 40 p o r ciento.
Supongam os que Fulano de T a l está convencido de que
las acciones van a acabar bajando, pese al A polo, asi qu e no
qu iere en tregar las acciones y así se lo d ice a su agente de
Bolsa, que aplaza p o r o tros trein ta días la entrega. S i las
acciones siguen sin b a ja r puede ir solicitando prórrogas hasta
que se agotan, y tiene que liq u id a r y p a ga r sus pérdidas. El
especu lador al alza com pra p rim e ro para ven der después,
m ientras qu e el especu lador a la baja ven de p rim ero y com
pra después.
Las especulaciones a la baja son posibles en las Bolsas
con un m ercado a plazo fijo . Algunas Bolsas europeas que
tienen ese tipo de m ercado han p erm itid o la especulación a
la baja.
L a Bolsa de N u eva Y o rk n o tiene un m ercado sem ejante,
y eso com plica y lim ita la especulación a la baja desde un
aspecto puram ente técnico. ¡Cuántas oportun idades se per
d ieron en W all S treet en los pasados años! P ero en las Bolsas
de París, Londres, A m sterdam , M ilán, E sto co lm o o Bruselas
resulta tan sen cillo especu lar a la baja co m o al alza. En la
actualidad, la especulación a la baja es posible en Nueva
Y o rk , aunque en form a distinta. A llí se tra ta con opciones de
venta en gran m edida. Q uien p osee una o p ció n de venta sobre
127
una determ inada acción, que le da el derecho a entregarla
al cabo de tres, seis o nueve m eses a un p recio fijo (p o r lo
norm al, la cotización del día), podrá ganar m u cho dinero en
el caso de qu e se Droduzca una caída de las cotizaciones. En
N u eva Y o rk , en años pasados, se ha desarrollado un gran m er
cado de opciones al alza y a la baja.
En general, la especulación a la baja está m ucho menos
extendida de lo que suele creerse. De cada cien especulado
res, noventa lo son al alza y sólo diez a la baja. Jugar a la
b a ja se considera en cierto m odo com o una degeneración,
una perversa búsqueda del d o lor..., p ero se trata, natural
m ente, del d o lo r ajeno.
H o y — después de todas m is experiencias que en aquel
entonces aún no poseía— creo qu e adem ás de m i reacción
sentim ental contra el am biente de la superespeculación, tam
bién m e ha guiado un sano entendim iento humano. N o podía
establecer el co rrecto diagnóstico de la inflación producida
p o r un b o o m provocado artificialm ente, p ero sentía de ma
nera instintiva el peligro. Reconocía los síntom as de una si
tuación patológica ya madura para la crisis. E ra tal vez so
lam ente la rebelión del buen gusto, un sentim iento clásico
p o r la m edida de las cosas, fren te a la orgía de m al gusto
qu e se estaba desarrollando delante de mis ojos.
Una inflación incontrolada conduce a un trastorno del
equ ilibrio de los valores: se gana con facilidad, con demasia
da facilidad, y eso hace que se llegue a encender un pu ro con
un billete grande. L o cual ofende m is más ín tim os senti
mientos. Para m í, que había colocado el dinero en un pe
destal tan elevado, era un d o lo r verlo utilizado com o si se
tratara de algo desprovisto de todo valor.
Esa situación anómala animaba el triunfo de lo carente
de va lo r a costa de acu ello que lo tenía. Desde la Bolsa hasta
e l más pequeño cuchitril donde se jugaba, reinaba la misma
atm ósfera miserable. Tod o el mundo podía ser uil rey; sólo
tenía que com prar hoy para vender mañana.
Esa m elodía m e sonaba com o algo habitual; m e recorda
ba el asunto de los tulipanes, de la Compañía de Indias, de la
rué Quincampoix, del South Sea Bubble. Y o lo había captado
con mis propios oídos en la Europa central, y debía produ
cirm e inquietud. A lgo olía a podrido en el mundo de las fi
nanzas.
Guiado por mis sentimientos y reflexiones, com encé a es
pecular a la baja y vendí en vacío — es decir, sin poseerlos y
aplazarlos— toda una combinación de valores con la intención
de volver a com prarlos más baratos.
128
E L JUGADOR A L A BAJA A F O R T U N A D O
129
por acciones cuya cotización ya ha b a ja d o y se encuentran
m uy depreciadas, pues el hum or de ese pú b lico sigue la ten
dencia de las cotizaciones. L a masa só lo co m p ra cuando los
precios están en alza. Éstos, gracias a ello , aún suben más.
E l 22 de o c tu b re de 1929:
la m a y or ca tá stro fe fin a n ciera de la h is to ria
130
infierno — d ijo M itch ell, el orácu lo de la Bolsa, con vo z ex
citada.
— Convoquem os in m ediatam en te una con feren cia de todos
los banqueros — respondió J. P. M organ .
T o d a vía no se había apreciado toda la intensidad d el dra
ma. A la mañana siguiente, el W a ll S tr e e t Jou rn a l escribió
en un tono que rebosaba confianza: « S e trata tan sólo de una
reacción saludable y natural de la B olsa. Algunos papeles y
valores habían alcanzado unos p recios excesivos y se hacía
necesaria una co rrecció n .» T o d o e llo dem ostraba una insen
sata e in fan til ignorancia; m e a trevo a d ecirlo abiertam en
te. C om o siem pre, las cosas em piezan con una corrección,
p ero tras la p rim era correcció n llegan la segunda y la tercera
fases, tal y com o ya hem os descrito.
Está cla ro que los cam bios de las acciones nunca se co
rresponden con su verd a d ero va lor. E stán siem pre p o r enci
ma o p o r deb ajo. ¿E s qu e una acción tien e un v a lo r que pue
de s e r m edido ob jetiva m en te? S i fu e ra así, p o d ría saberse
el v a lo r exacto de una em presa in d u stria l y no existiría la
Bolsa. S e establecería un p recio fijo p a ra ías acciones que
podría calcularse con la ayuda d e un orden ador, lo qu e no
es el caso. P o r esa razón fracasan tod os lo s experim entos con
tales ingenios y otras reglas m ágicas tendentes a determ in ar
con anticipación el cu rso preciso de una tendencia bursátil en
determ in ada rama. L a valoración y e l ju ic io sobre una acción
depende de m illones de personas. Y cada in dividu o tiene una
opinión distinta cada día sobre las p osibilidades y el futuro
de una em presa. M uchos fa cto res in flu yen el ju ic io defini
tivo. E l ánim o favorable o co n trario del com prador, incluso
sus problem as personales desem peñan un papel: si ha dor
m id o bien, si tiene disgustos fa m ilia res, etc...
En m i opinión, para la ten den cia bu rsátil son decisivos los
fa cto res básicos que ya d escrib í en el ca p ítu lo titu lado «L a
caprichosa lógica de la B olsa ».
In clu so la p olítica e x te rio r e in te rio r, e l desarrollo social,
las declaraciones im p ortan tes de los estadistas, las decisio
nes de los gobiernos; toda una co lo rid a paleta de noticias,
en suma, se puede in clu ir en tre los ya m encion ados factores
básicos. Fu eron precisam en te esos p rob lem a s los que contem
plaron y estudiaron los cin co m ayores ban qu eros de Nueva
Y o rk , qu e se reunieron en una im p ro visa d a conferencia en
las oficinas de J. P. M organ . N o había tiem p o qu e perder. El
pán ico (el fa c to r p sicoló gico ) ten ia qu e s e r contenido. Con
toda la rapid ez posible, había qu e en co n tra r la m edicina
precisa: dinero. E l plan estratégico se tra zó apenas en una
hora. L o s banqueros se co m p rom etiero n a co n stitu ir un fondo
de a p o yo a la B olsa de 240 m illon es d e dólares, cantidad en
aquel entonces astronóm ica, qu e a disp osición de los com
pradores pon d ría de nuevo a flo te W a ll S treet. E l vicepresi
den te d el S tock Exchange, R ich a rd W ith n ey, fu e encargado
de d ir ig ir la acción de salvam ento. A p a re c ió personalm ente
131
en el gran patio de la Bolsa, y en vo z alta, para ser o íd o por
tod o e l mundo, dio órdenes de com pra qu e no habían podido
escucharse en tod o el día: 1 000 acciones de S teel al cam bio
de 205, pese a que esc m ism o papel, p oco antes, no había en
contrado com prador a 190.
132
com prados a plazos, dependían del b o o m de W all Street. N i
el más pequeño de los em pleados había vacilado en superar
su presupuesto y com p ra r a créd ito, con ven cid o com o estaba
de qu e sus ganancias en la B olsa le p erm itiría n pagar sus
plazos. T o d o eso pasó de repente. Desde los consum idores, la
crisis se extendió a las ramas de producción. De una vida li
gera, del buen anim o y la alegría, só lo qu edó un m ontón de
cenizas. «A cab arem os p o r p ed ir lim o sn a », decía el optim ista.
«S í, p ero ¿a qu ién?», le respondía el pesim ista.
Con hum or n egro, cientos de anécdotas y chistes trataron
de representar la situación y el am biente de aquellos años tan
oscuros. Un especu lador entra en un restaurante de W all
S treet y pide ostras, sopa, un en trecote, tostadas y café.
Com o el cam arero tarda m ucho en a b rirle las ostras, co rre a
echar una m irada a su teletipo.
— ¡Suprim a las ostras! — le grita al cam arero.
O tra m irada al teletipo. L a tendencia a la baja se acentúa:
— ¡Suprim a la sopa!
O tra m irada al teletipo...
— ¡Suprim a el en trecote!
Y así hasta llegar al café. En vez de alm orzar, el especu
lador em pob recid o tuvo qu e lim ita rse a p ed irle al cam arero
un vaso de agua y una aspirina.
L o s rascacielos, sím b olo de la p rosp erid a d de antaño, que
daron desiertos. E l núm ero de suicidios alcanzó p rop o rcio
nes horrorosas.
Un inglés que lleg ó a un hotel n eoyorq u in o p id ió una ha
bitación del ú ltim o piso para p o d er d isfru ta r m e jo r de la pa
norám ica de la ciudad.
— ¿La qu iere usted para a d m ira r el paisaje o para tirarse
p o r la ventana? — le pregu n tó el rccepcionista.
Los norteam ericanos, con su d eb ilidad p o r las estadísticas,
en los buenos com o en los m alos tiem pos, no pu dieron re
sistir la tentación de expresar en cifra s la extensión de la
catástrofe.
123 884 especuladores con éxito, qu e hasta entonces iban
en Cadillac, tuvieron qu e em p eza r a ir a pie.
173 397 hom bres casados tuvieron qu e lib rarse de sus que
ridas, un lu jo qu e no podían segu ir perm itién dose, y hubie
ron de regresar ju n to a sus confiadas esposas.
La fábrica de m oneda tu vo qu e e m itir 111 835 248 m one
das de cin co centavos para uso de gentes qu e antes nunca
habían via ja d o en el m etro y ahora tenían qu e utilizarlas.
L a jera rq u ía social se derru m b ó. Los m illon arios de ayer
eran vistos vendiendo manzanas en las esquinas. L o s em i
grantes habían p erd id o tod o lo qu e poseían, m enos sus acen
tos extran jeros. Una tras otra, las fábricas tu vieron qu e ir
cerran do sus puertas, y m uchos m illon es de parados em pe
zaron a reclam ar ayuda econ óm ica al im p oten te gobierno. La
deflación amenazaba cada vez m ás con ah ogar a los Estados
Unidos. Y no se veía ni el m en o r resplan d or de esperanza
en el horizonte. T o d o entraba en crisis. Los políticos, la gente
del teatro y del cine, así com o los adivinos y profetas, trataban
inútilm ente de anunciar el fin de la terrib le pesadilla. Incluso
se anunciaba en pancartas: «V ien e n tiem p os m ejores; la
prosperidad está en cam ino.»
L o profu n do de la crisis se aprecia m e jo r en cifras:
134
durante catorce fatigosos y d ifíciles años, se ganó así un
lugar de h on or en la historia norteam ericana.
135
chelines, nada habrá cam biado en el sistem a m on etario b ri
tánico.» El Daily M a il pu blicó un orgu lloso titu lo a o ch o co
lumnas: «T o d o va bien. Finalm ente la libra se ha liberado
de las ataduras d el o ro .»
Ése fue el p rim er paso. Desde entonces, el o ro fu e apar
tado p o r com pleto de los sistem as m onetarios; es d ecir, se
acabó el llam ado patrón oro. El o ro se había c o n v ertid o en
una mercancía trivial. T o d o ahorrador, incluso en N o rtea m é
rica, podía alm acenar sus tesoros en o ro . Y a este respecto,
qu iero subrayar lo siguiente: ¡o ja lá llegue el día en qu e el
mundo se libere del estúpido m ito del o ro ! El p oeta hindú y
p rem io N obel, Rabindranath Tagore, tuvo razón cuando poé
ticam en te escribió: «B a ñ a en o ro las alas del p á ja ro y nunca
más podrá flotar en el aire.»
Tam bién en Europa central los gobiernos tuvieron que
suspender los pagos de los intereses y la am ortización de sus
em préstitos, así co m o establecer severas leyes de co n trol de
divisas. El 14 de ju lio de 1931, en Hungría y en A lem ania los
bancos cerraron sus puertas y el caos se hizo enorm e. Desde
1928, cuando los capitales se dirigieron a W all S treet, las B ol
sas europeas habían id o perdien do paulatinam ente su im p or
tancia. Después de la catástrofe, los negocios bursátiles en
Europa fueron em peorando a o jo s vista. La ley de los vasos
com unicantes en tró en acción. M i p ostura de ju g a d o r a la
baja com en zó a dar fru to . Al sum ar mis ganancias, pude de
term inar con satisfacción que mi concepto de la especulación,
tal y com o la había pensado tras m i prim era visita a la Bolsa
d e París, era el correcto. En cifras reales, m is ganancias no
eran especialm ente grandes, pero para m í revistieron singu
la r im portancia, pues significaban m i venganza, sobre todo
contra los muchos estúpidos que actúan en la Bolsa, y a p o r
taban la prueba de la verdad de m i intuición. H abía ganado
el doble, puesto qu e el p o d er adqu isitivo del d in ero aumentó,
m ientras que, en un p eríod o de inflación, el din ero pierde
valor. En períodos de deflación el din ero vale más p o rq u e la
gente tiene menos.
Junto a la baja generalizada de la Bolsa, m e fa vorecieron
las especiales circunstancias locales de Francia y tal vez m i
o lfa to , puesto que y o había sabido vaticin ar algunas de las
catástrofes financieras, con sus enorm es consecuencias, de
m anera adecuada.
En fa v o r de la claridad qu iero, finalm ente, d e ja r constancia
de qu e en Europa la catástrofe financiera no fu e ni con mucho
tan dura com o en W a ll S treet y, consecuentem ente, tam poco
tuvo la m ism a secuela de pánico. Las Bolsas europeas eran
más conservadoras que la norteam ericana, y las em presas se
sostenían sobre bases más sólidas.
Una de las peores catástrofes bursátiles fu e la de Ous-
tric, qu e tuvo lugar en el otoñ o de 1930, casi inm ediatam en
te después del ruidoso escándalo d el caso D evilder. Esos dos
percances financieros precipitaron la caída de la B olsa de
París. ¿Cuál es la lección y cuáles los resultados conju n ios
de esos sucesos?
Los ju gadores a la baja salieron ganando y ¡en tre ellos me
encontraba yo! Cada noche hacía rnis cuentas y calculaba inis
beneficios. Había ganado m ucho dinero, p ero a costa de las
pérdidas y el d o lo r de los demás. Si m i padre o m i tío, tan
dados a o frecerm e buenos consejos, hubieran estado a mi
lado, no m e cabe la m enor duda de qu e m e hubieran aconse
jado que retirara mis ganancias y las colocara en inversiones
más seguras. Pero y o m e hallaba lejos de m i fam ilia, y el éxi
to m e d io m ayores ánim os, así qu e no ingresé m is ganancias
en la caja de ahorros, sino que las in vertí en nuevas especu
laciones a la baja. E l ju e g o seduce y, adem ás, nos puede o fre
cer la m a yor de las satisfacciones: dem ostra r qu e tenemos
razón con tra todos y con tra todo.
¿ R E IR CUAND O LO S D E M A S L L O R A N ?
138
manía, p o r ejem plo, necesitaba. En vísta de ello, su empresa
em itió em préstitos, y el producto obtenido con ellos lo puso
a disposición de los países que precisaban capital. L a m ayor
parte de la deuda fue adquirida en los Estados Unidos, o debía
haber sido adquirida. Kreu ger no pretendía ganar dinero con
la diferencia de los intereses entre el dinero recibido p o r él
y el prestado, sino sim plemente con los beneficios qu e deh/a
producirle la fabricación de cerillas en régimen de monopó:
lio. E l m étodo no era nuevo, sino que fu e la gran especialidad'
de los Fu gger en el siglo x v i: concesión de créditos a cambio
de monopolios.
Los Fugger habían prestado dinero a los soberanos en di
ficultades económicás, y a cam bio recibían el privilegio de
cierta ram a del com ercio o la explotación de riquezas mineras.
El rey de Portugal les concedió durante algún tiem po el m o
nopolio de la trata de ganado caballar, y el gobierno español
les ced ió la explotación de sus minas de cobre y plata.
K reu ger había recurrido de nuevo a ese sistema y lo adap
tó a los tiem pos modernos. Lanzaba al m ercado norteam eri
cano obligaciones para trasladar ese capital a Europa central
y oriental. Los países deudores eran, en p rim er lugar, Alem a
nia, seguida de Hungría, Rumania, Yugoslavia, Polonia y al
gunos Estados sudamericanos. Entre los países acreedores se
contaban, en prim era línea, los Estados Unidos, los Países
Bajos, Suiza, Gran Bretaña y Francia; es decir, los m ayores
países capitalistas de Occidente.
La operación parecía razonable y realizable. Y lo hubieran
podido ser si los países deudores hubieran sido solventes. La
razón del fracaso n o se debió a ninguna deshonestidad de
Iv a r Kreu ger, sino a que los acontecim ientos políticos tan
poco favorables para Europa central provocaron la catástrofe.
K reu ger había juzgado de manera errónea la estructura finan
ciera y el fu tu ro económ ico de dichos países. É l era ingeniero
e industrial, pero no banquero ni especulador con experien
cia, pues de haberlo sido no se hubiera dejado arrastrar a un
asunto de esa índole. Y com o no poseía las cualidades del
uno ni del otro, tod o term inó en tragedia.
Alemania, Rumania, Hungría y otros países deudores pre
sentaron un día la factura de los intereses y las am ortizacio
nes. Eso, sin em bargo, no hubiera bastado para p rovo ca r la
ruina del im p erio industrial de Kreu ger, si los créditos hu
bieran sido adquiridos realm ente p o r el público. En ese caso
los propietarios de los valores de la deuda hubieran perdido
su inversión o una parte de ella, pero la sociedad em isora no
hubiera id o a la ruma p o r la incapacidad de pago y la insol
vencia de los deudores. E l Crédit Lyonnais, que se ocupó de
colocar los valores de la deuda rusa, no se arruinó cuando la
Unión S oviética se negó a aceptar y hacerse cargo de la deu
da de la Rusia zarista. Y la Banca R othschild tam poco cayó
cuando una gran parte de la deuda extranjera que habla hecho
lleg a r al público, dem ostró no va ler nada.
139
P ero K reu ger no disponía de los m iles de ventanillas de
los bancos y grandes institutos tic crédito, ni tam poco la
fam a de los Rothschild. N o había podido c o lo c a r todos los
bonos de la deuda, y tuvo que qu edarse con gran parte de
los mismos. Entregó esos valores a los bancos en dep ósito, es
decir, co m o cobertura, a cam bio de la cual recib ió créd itos a
corto plazo, créditos que hubo de in vertir tam bién en los
países de Europa central.
Para un especulador avispado, capaz de vislu m b ra r hasta
los más pequeños detalles de una operación financiera, el
asunto K reu ger estaba claro. P o r otra parte, m e en teré de
que el síndico de la agrupación oficial de agentes de Bolsa,
m ediante una circu lar secreta, había pedido a sus asociados
que lim itaran el núm ero de valores de la deuda de K reu ger
aceptados com o garantía de sus créditos.
En aquel entonces, la crisis econ óm ica de Estados Unidos
estaba alcanzando su punto culminante. N o existía la m enor
esperanza de que m ejorara la situación p olítica en Europa
central. Consecuentemente, no le interesaba a nadie colocar
su din ero en los valores de Kreuger. La situación m e pareció
extrem adam ente crítica. N o tuve el m en o r reparo en ju g a r a
la baja con las cerillas suecas. La cotización había ced id o ya
algo, p ero K reu ger la sostuvo para no pon er en p elig ro la
credibilidad de sus valores, depositados en los bancos o en
po d er de los agentes de Bolsa com o garantía de préstam os.
En París, el Banco de Suecia actuó en fa v o r de K reu ger, en
Nueva Y o r k lo hizo la Banca L ee H igginson, y sus atentos apo
derados com praron continuam ente para m antener las co ti
zaciones.
N o cabe duda de qu e algunos bancos habían recib id o el
encargo de m antener las cotizaciones (a 5,25 dólares) a largo
plazo y costara lo que costase, incluso cuando supusiera la
com pra de una gran cantidad de papel. Eso m e explicaba las
num erosas ventas d el sábado. En aquel m ediodía en qu e el
en tierro de B riand m e llevó a los Champs-Élysées, desde algún
lugar ign orado se lanzaron al m ercado en dos horas m illones
de acciones. M e rom pí la cabeza tratando de a verigu ar de
dónde procedían esos encargos.
N atu ralm ente, y o no podía saber qu e unos cuantos ed i
ficios más allá, en su piso de la avenida de V ic lo r Emma-
nuel I I I , yacía el cadáver de Iv a r K reu ger. Cuando se abrió
la Bolsa p o r la tarde en W a ll S treet ya estaba m uerto, pero
los bancos qu e representaban los intereses de K reu g er no lo
sabían, pues de haber estado enterados de la noticia no hu
bieran cu m plido las órdenes de su cliente. El sábado p o r la
mañana, a las I I , K reu ger se había suicidado. Tom an do en
cuenta la diferencia h oraria entre París y N u eva Y ork , la no
ticia pudo haber estado en la Bolsa neoyorquina antes de su
apertura, pero no se hizo pública hasta el sábado p o r la
tarde.
Unas cuantas personas estaban enteradas. Uno de los so
140
cios de K reu ger, que al m ism o tiem p o era su m e jo r am igo, la
secretaria particu lar del m illon ario y la m u jer de la lim p ie
za, que fu e quien hizo el descu brim iento, conocían lo suce
dido. Las dos m ujeres guardaron silencio.
E l socio de K reu g er supo consegu ir de la je fa tu ra de p o
licía qu e la noticia no se hiciera pública hasta la noche. Se
las a rregló para con ven cer al im presion ado fu n cion ario res
ponsable d el caso de qu e si la n oticia se hacía pública, de
in m ediato se desencadenaría una ca tá stro fe financiera mun
dial de la qu e él sería culpable.
P o r o tra parte, el difu n to era gran oficia l de la L eg ió n de
H onor, y su rango le hacía a creed o r a ciertas consideraciones.
P o r si eso fu era poco, en la p refectu ra de p olicía había bas
tantes ausencias debido al fin de sem ana y a que la m ayor
parte de los je fe s de im portancia habían acudido al en tierro
de A ristid e Briand. C reyendo de buena fe que con e llo dete
nían la rueda de la historia, los fu n cion arios de servicio se
declararon dispuestos a guardar el secreto. P ero ¿qu ién se
aprovechó realm en te de aquel retraso «ta n v ita l» de doce
horas? N aturalm ente, no sirvió para deten er la m archa de la
historia, p e ro un gru po de especuladores qu e pu dieron ven der
una gran cantidad de va lores se beneficiaron de ello.
E n tre aquellos qu e conocían el secreto se encontraba tam
bién un a lto fu n cion ario de la p refectu ra de policía. Durante
el a lm u erzo tu vo com o in vitado al p rom etid o de su h ija, el
periodista norteam erican o M ik e W ilson.
— T e n g o una noticia sensacional para usted, y sin duda
deberá saber cóm o u tilizarla e incluso có m o sacar p rovech o
de ella. P e ro tiene qu e darm e su palabra de h on or de qu e no
la tran sm itirá antes de la tarde. Figúrese: el re y de las ceri
llas, e l sueco Iv a r K reu ger, se ha suicidado esta m añana en
su d om icilio.
E l jo v e n period ista d io su palabra de honor, p ero com o
periodista concienzudo y cu m p lid or de su deber, se d irig ió a
los arch ivos de su p eriód ico para reunir m aterial sobre la vida
del fa m o so financiero. Después se fu e a su casa y esc rib ió un
largo a rtícu lo qu e aquella m ism a noche cablegrafió a su re
dacción.
A la mañana siguiente, todos los p eriód icos publicaban lá
sensacional n oticia: «¡S u ic id io del fin an ciero K r e u g e r !» Cuan
do a b rí m i ejem plar, su frí una conm oción . L a n oticia cayó
sobre m í com o si alguien m e golpeara con un m a rtillo en la
cabeza. D e repente, com p ren d í con toda cla rid ad el gran m o
vim ien to de las acciones d el día anterior.
La hora de la c o n v e rs ió n de un ju g a d o r a la baja
142
libré de m is com prom isos a la baja y. así, del Saulo ju gador
a la baja, surgió de la noche a la mañana el Pablo que juega
al alza.
143
p o r la música dem ostró ser una ven taja, pues m e facilitaba
mucha calm a in te rio r y daba alas a m i fantasía en las deci
siones difíciles.
-B O L S IS T A Y A D E M A S M Ü S IC O »
E L D IN E R O ES P E R E C E D E R O ; E L A R T E , E T E R N O
146
esas obras, en la actualidad, se exhiben en los grandes mu
seos y en colecciones privadas gracias a Wildenstein.
« L o más notable e incluso único en el com ercio de cua
dros — ha declarado su bisnieto Daniel W ildenstein (60 años)—
es que cada vez hay más com pradores en e l mundo, pero las
obras buscadas, es decir, los cuadros, siguen siendo los mis
mos desde hace cien años.»
En 1900 había en el mundo 2 000 museos; en la actualidad
son 40 000. Y los cuadros que fueron a parar a un museo, se
perdieron definitivam ente para e l com ercio. Los coleccionistas
norteam ericanos, p o r razones tributarias, regalan sus colec
ciones a los museos, y la nueva generación em prende otra
colección nueva. (E n Europa la situación es algo distinta» pues
las obras de arte permanecen en las fam ilias durante varias
generaciones.) La mercancía, consecuentemente, se hace cada
vez más escasa... [aunque no en la casa W ildenstein! L a filo
sofía d el v ie jo Nathan se ha m ostrado y sigue m ostrándose
válida: paciencia a la hora de vender. Pero los W ildenstein
no se aferran a sus obras, sino que creen que sus almacenes
tienen qu e renovarse continuamente. E l principio de la fa
m ilia es: «U n tratante de arte no puede ser un coleccionista.»
E l coleccion ista se enam ora de su m ercancía y no quiere
separarse de ella. Si no se vende no hay beneficios, y si no
h ay ganancias el alm acén no puede aum entar sus existencias.
Cuando en cierta ocasión alguien le preguntó al h ijo de
N athan, G eorges W ildenstein, p o r qu é tenía tantas obras en
sus alm acenes, su respuesta fu e tan sencilla com o lógica:
«¿ E s qu e en una zapatería no hay zapatos de todos los nú
m eros, form as y co lores? » E n la actualidad, la em presa W il
denstein posee mercancías para todos los gustos, tanto para
lo s museos, co m o para los amantes del arte q, para aquellos
qu e sólo buscan la inversión. Cuando un m u ltim illonario tiene
d e repen te el capricho de convertirse en coleccionista (lo que
ocu rre con frecu en cia), sólo necesita dirigirse a W ildenstein,
q u e en m edia h ora se saca de la manga un m useo particular
d e im portan cia internacional. B em a rd Berenson, el m ayor de
los h istoriadores de arte de este siglo, d ijo en cierta ocasión
q u e G eorges W ilden stein es el últim o de los com erciantes de
a rte; todos los qu e han llegado después no son más que m er
cachifles. Las grandes reservas que se guardan en los alm a
cenes de la em presa son su gran fuerza. E l secreto de su
é x ito espectacular es el resultado de la unión de tres fac
tores:
1. E l in fa lib le buen gusto de los W ildenstein y su buen
o lfa to al ju z g a r la calidad de los cuadros y de su documen
tación.
2. Su organización internacional: corresponsales, agentes
y , en caso necesario, espías, que les comunican desde cual
q u ier lu gar del mundo la aparición de un cuadro en el m er
cado.
3. Una en orm e cantidad de dinero contante, disponible en
147
cualquier m om ento, qu e hace p osib le qu e m onsieu r W ildcns-
tein pueda poner sobre la mesa instantáneam ente quinientos
o m il m illones de pesetas para a d q u irir cu alqu ier cu adro de
seado.
L o más im p ortan te es el gusto y el buen ju icio. N o com
pran nom bres sin o arte, es decir, un cuadro b ello y a tra cti
vo, y después se trata de a verigu ar quién lo ha pintado. Para
ello cuentan con una docu m entación única: 150 000 fo to g ra
fías, 150 000 catálogos, etc. (L o s W ildcn stein com pran toda
biblioteca y todo a rch ivo fo to g rá fico qu e puedan s e rv ir para
la identificación de una o b ra de arte.) En cuestión de m inutos
pueden determ inar, p o r lo general, de dónde p rovien e un
determ inado cuadro, si existen más ejem plares, p o r qu é m a
nos pasaron, etc., etc.
Una enorm e ca n tid ad de d in ero tiene que estar siem pre
disponible para qu e las com pras sean rápidas y audaces,
puesto qu e la com peten cia de los W ilden stein no son los o tros
vendedores, sino los o tro s com p ra d ores y, en especial, los
com erciantes qu e se han en terado de que W ilden stein tiene
interés p o r un d eterm in a d o cuadro. «¿Q u é piensa G eorges
del cuadro?», es la pregu n ta qu e continuam ente plantean los
com erciantes, grandes y pequeños, puesto qu e cu alqu ier cua
d ro que Georges qu iera co m p ra r les interesa tam bién a ellos.
Esos com erciantes adquieren más con los oídos que con los
ojos. L o s o jos los tien e G eorges gracias a su padre, qu e ya lo
llevaba asiduam ente a m useos y exposiciones cuando solam en
te tenía siete años y le solía pregu n tar: «¿ E s bonito ese cua
d ro ? » Así fue educado G eorges h ijo. N athan no había estu
diado historia d el arte, p e ro tenía un especial sentido del
arte; eso era todo. Sus sucesores, G eorges, Daniel y los hijos
de éste (cuatro gen eracion es) son p rofesores de historia del
arte, aparte la capacidad de ju icio y la experiencia p ro fe s io
nal qu e les fueron inculcadas desde la infancia. Daniel W il
denstein es, com o técnico, m ie m b ro de la Academ ia de B ellas
Artes, un h on or ex tra ord in a rio para un «com ercian te».
La venta, es d ecir, e l en co n tra r clientes, n o es ningún p ro
blem a para W ilden stein. Cuando ju n to a un cu adro se p re
sente una factura de W ilden stein , eso significa dos cosas: el
cu adro está lib re de sospecha en todos los aspectos, y suma
a ello el prestigio d el buen gusto recon ocido de los W ilden s
tein. Estos no com ercian con cuadros qu e no les gustan a
ellos mismos, pues si b ien son m archantes, dice Daniel, «en
prim er lu gar son ex p e rto s ». Así, o cu rrió qu e un buen día
Georges subastó 250 Picassos porqu e no se correspondían ya
a su gusto personal. L a ga lería de W ildenstein tuva un con
trato con Picasso desde 1914 a 1930. Picasso fu e un buen a m i
go de la fam ilia y re tra tó a algunos de sus m iem bros. Los
W ildenstein no dem ostra ron nunca gran interés p o r el arte
abstracto. L a frase « fa lta de in te ré s » acude con frecuencia a
los labios de Georges W ilden stein cuando se le presentan al
gunos cuadros. P ero no es menos corrien te o írle decir a sus
148
agentes: «P u ed en su bir hasta un m illó n .» En muchas ocasio
nes se ha m ostrado dispuesto a co m p ra r un cu adro p o r el
precio qu e sea.
E n el z o o ló g ic o del co le ccio n is ta
Una típ ica h istoria á la W ild enstein m e la con tó sonriendo
Daniel (te rc e ra gen eración ):
«O c u rrió a l co m ien zo de los años cuarenta, cuando está
bam os en N u eva Y o rk . Una señora alem ana, Frau H irschland
— m ie m b ro de una fam osa fa m ilia de banqueros de Essen,
p ero qu e en aquel en ton ces residía en N u eva Y o rk — , llam ó
p o r teléfo n o a m i padre y le pregu ntó si estaba interesado en
a d q u irir un V a n G ogh, Rosas blancas. P id ió p o r el cuadro
100 000 d óla res (un v a lo r de com pra equ ivalen te a unos cien
m illon es de pesetas en la actualidad).
» — S í — respon dió m i padre— . A hora m ism o le en vío a m i
h ijo para q u e vea el cuadro.
»M ¡ padre m e en cargó qu e si el cu adro era de m i agrado
lo com p ra ra y lo pagara de in m ed ia to ...»
E l cu adro L gustó a Daniel, p ero había un pequ eño in
con ven ien te: la señora H irschland le había con ced id o una
o p ció n so b re el cu adro al m illon ario ca lifo rn ia n o A lb ert Las-
ker, y faltaban todavía tres días para qu e se cu m pliera ese
p la zo de opción. La señora telefon eó a L a sk er y le d ijo que
W ild en stein estaba in teresado p o r el cuadro, p o r lo qu e le
rogaba le d ije ra si iba a h acer uso de su opción. Lasker le res
p o n d ió q u e no estaba in teresado y qu e se lo podía ven der
tran qu ilam ente a W ilden stein.
D aniel puso el ch equ e sobre la mesa, se llevó Rosas blan
cas b a jo e l brazo y lo dep ositó en la galería de la fam ilia. Al
día siguiente, lla m ó L a sk er desde C aliforn ia y les d ijo que
les q u ería co m p ra r el Van G ogh. W ilden stein se q u ed ó p er
p lejo , se excusó y le d ijo que n o podía ven der el cu adro sin
ganar nada, de m odo q u e le p id ió 130 000 dófares. «O .K .», fue
la respuesta desde C a liforn ia. W ilden stein sintió qu e le p i
caba la cu riosidad, y quiso saber qué había en e l fon d o de
la actitu d de Lasker. P ro n to obtu vo la explicación de labios
d el p ro p io clien te: «P re fie ro pagar 30 000 dólares más p o r el
cu adro si tien e su garan tía.»
U nos años m ás tarde, ese m ism o V an G ogh fu e subasta
d o y se ven d ió p o r seiscientos m illon es de pesetas. En el m o
m ento en q u e un cu adro pasa p o r las m anos de los W ildens-
tein au m en ta de v a lo r y no sólo en un 30 p o r ciento, sino en
ocasiones en un 100 o un 200. E sto es ló gico de acuerdo con
la idea de qu e « e l d in e ro es perecedero; e l arte, e tern o ». Los
W ild en stein son los prín cip es de los m archantes y los m ar
chantes d e los prín cip es, aun cuando en ocasiones se trate
solam en te d e los prín cip es del dinero. N o puede sorp ren d er
a nadie q u e para las galerías W ilden stein la venta no cons
tituya ningún problem a, puesto que sus principales clientes
149
son los museos, las fundaciones, los m illon arios, los banque
ros y hasta los sindicatos. ¡Sí, los sindicatos! E s sabido, por
ejem plo, que en el m ercado de arte actual uno de los prin
cipales com pradores es la caja de pensiones de los ferro via
rios británicos, qu e cada añ o in v ie rte 15 m illon es de dólares
en la com pra de obras de a rte de p rim erisim a categoría.
E n este z o o ló gico de los coleccion istas se reú n en muchas
fieuras chocarreras. U no de los m ayores coleccionistas de Es-
ia d o s Unidos, hace unos años, era un tal m ister K ress, el m i
llonario p rop ieta rio d e unos grandes alm acenes llam ados Five-
and-ten-cent-stores. Creía q u e n ego cia r con obras de arte era
algo así com o el co m ercio con cam isas o artícu los de lim
pieza. In ten taba co m p ra r al p o r m ayor, vein te o trein ta cua
dros de una vez, para o b ten er una rebaja. Cuando W ildenstein
aceptó, K ress co m p ró inm ediatam ente.
Paul G etty, e l m ás opu len to de los m u ltim illon arios de su
tiem po era bastante m enos im p orta n te a la h ora de com prar
obras de arte. E n cierta ocasión fu e a la galería de W ildens
tein y le pregu n tó: «¿C u ál es el cu adro m ás barato qu e tie
ne a la ven ta ?»
E l m ayor coleccion ista de n uestro tiem po, y sin duda el
m e jo r cliente de W ilden stein , es N o rto n Sim ón, el m ultim i
llon a rio norteam erican o d el ra m o a lim en ta rio y de los cos
m éticos. W ilden stein calcula qu e N o rto n habrá com prado en
los últim os quince años cuadros p o r va lo r de unos diez mil
m illones de pesetas. La im p ortan cia d e W ilden stein en el
m ercado de las obras pictóricas pu ede ser com parada a la
de R othschild en el terren o de las finanzas. E l b rillo de la
firm a R oth sch ild se ha id o apagando últim am ente, mientras
que W ilden stein sigue reinan do co m o un soberano en el m er
cado d el arte.
Tam bién la tra d ición desem peña un im p orta n te papel en
ambos casos. L o s clientes qu ieren saber cóm o serán los here
deros de una em presa en la qu e han com prado, y p o r va lo r de
m illones, una m ercadería tan especial y delicada com o las
obras de arte. Y hay tam bién o tro «fe n ó m e n o » q u e com par
ten ambas dinastías: su a m o r a los caballos. L o s colores de
W ildenstein (d e l azul o scu ro al azul cla ro ) son de los más
populares en los grandes hipódrom os. Las cuadras de W il
denstein tienen en en tren am ien to 150 purasangres de prim era
categoría y o tro s 150, q u e tam bién prom eten mucho, en pe
río d o de crianza. En 1975 ganaron cu atro de los más im p or
tantes grandes prem ios, en tre ellos el P rix de l ’A rc de Triom -
phe y el P rix de Diane, a lgo ú nico en la h istoria de las carre
ras de caballos. N o puede extrañar qu e Daniel W ilden stein
sea un excelen te jin e te y su h ijo un gran ju ga d o r de polo.
A parte de su in terés p o r la pintura, la fa m ilia W ildenstein
viene form an do desde hace varias generaciones una estupen
da colección de m uebles antiguos, de la cual hace dos años
ven dieron un bloqu e al m illo n a rio saudí A k k ram Jieh, p o r casi
cuatro m il m illones de pesetas.
150
Bolsa y pasión
U N A M O R PASAJERO
151
cuya diferen cia h oraria le p erm itía discu tir sobre acciones,
obligaciones, divisas y m aterias prim a s... Ése era el mundo
en el qu e vivía y en el qu e se creía feliz.
Com o suele decirse en tales casos, estaba poseíd o p o r la
rabia de la especulación. T o d o dependía de ella y todo se en
cam inaba a ella. Cuando se a feita b a pensaba en G illette, si es
crib ía a m áquina en R em in gton y si tom aba un refresco, en
Coca-Cola. Cada artícu lo de la vid a cotidian a era para él, si
m ultáneam ente, un v a lo r bu rsátil: el algodón de su camisa,
la seda de su corbata, el azú car qu e ponía en el café, no eran
más que m aterias prim as con las qu e se podía especular. De
la prim avera no sabía o tra cosa m ás qu e la cotización de las
acciones de los grandes alm acenes de París qu e llevan ese
nom bre (A u Prin tem ps); de M o n tecarlo no conocía sino las
acciones de la Sociedad M ónaco de Baños de M ar.
Una mañana se d irig ió con m a yor prisa de lo ord in a rio a
la Bolsa. La radio había tran sm itido una noticia desfavorable
sobre una sociedad con cuyas acciones él especulaba a la baja.
P o r lo tanto, para él se trataba de una buena noticia. Se ale
graba de antemano, no só lo pensando en sus ganancias ma
teriales, sino en la satisfacción de ganar. Subió de cuatro en
cuatro los escalones de la B olsa y p ercib ió de inm ediato la
música de la baja. Sus o íd os n o estaban educados para cap
tar a M ozart o Bach, p e ro podían distin gu ir perfectam ente la
diferen cia en tre el tono m a yor d el alza y el tono m enor de
la baja.
154
Un consumo que aumenta hasta el infinito. ¿Qué hacen los
rusos con las divisas qu e reciben p o r su caviar, que expor
tan a toneladas, o p o r sus m illones de cangrejos de Kamt-
chatka? Las emplean en com p ra r todo el cu ero que pueden.
•Piensa en los soldados. Sus botas, suelas, cinturones, car
tucheras... T od o es de cuero. Necesitan botas de verano y
botas de invierno... ¿Cuántos soldados hay en todo el mundo?
¿Cuántas divisiones y cuerpos de ejército qu e tienen que ser
equipados totalm ente? ¿Cuántos países subdcsarrollados don
de no hay zapatos? ¿ Y los 850 m illones de chinos? N o podrás
negar que tengo razón.
Llovieron argumentos, la geografía entró en acción, la po
lítica tenía que ser tom ada en cuenta... Y tod o e llo debía ser
vir para sostener una única tesis: ¡había que com prar cuero!
— En una situación internacional tensa com o la actual,
qu erido am igo, hay que especular con cuero. Siem pre que
el mundo em pieza a o ler a p ó lvo ra se necesita cuero en gran
des cantidades.
— N o te lo discuto. Tien es razón, pero te rep ito que m e he
retirado de los negocios.
— Bien, no q u iero seguir insistiendo, pero si cambias de
opinión aquí tienes m i núm ero de teléfono.
S e separaron con esas palabras. Nuestro am igo pasó una
noche h orrible en su coche cama. Estuvo dando vueltas, sin
p o d er pegar o jo , hasta que am aneció, soñando m edio dorm i
do con botas, bueyes chinos, vegetarianos subdesarrollados,
cartucheras, carniceros que sacrificaban gallinas, suelas de
botas rusas... y después vo lvió a v e r a la jo ven de los cabellos
rubios sobre la escalera de mano.
155
— Com pre para m í X opciones de cu ero en la Bolsa de
Nu eva Y o rk a plazo fijo.
El encargo era gigantesco, llegaba hasta el lím ite de sus
m edios económ icos. C om o garantía, tuvo que dep ositar la to
talidad del dinero que pensaba co locar en su cuenta de
ahorro.
Con toda tranquilidad, se sen tó a su m esa de despacho
y reanudó su actividad. P artieron telegram as, se instaló de
nuevo el télex y em pezó a teclea r fe b ril com o siem pre. Con
sus contratos de com pra de cu ero em pren día diariam ente el
cam ino de la Bolsa, lleno de satisfacción. S e sentía dichoso
de no haber dejado escapar esa oportu n idad y calculaba ya
cuál sería su beneficio fu tu ro. N o v o lv ió a d ir ig ir su mirada
a la conserjería. Ten ía m iedo de sí m ism o. De nuevo em pezó
a ser el p rim ero en lleg a r y el ú ltim o en sa lir de la Bolsa;
siem pre estaba en su lugar habitual, en un rincón del gran
patio de cotizaciones.
¿Qué pasó con el cuero?
E l presidente D w ight E isen h ow cr in vitó al presidente so
viético N ik ita Jruschov a un v ia je p o r los Estados Unidos.
Fue el p rim er paso que con d u jo a una gran distensión.
La coexistencia y el desarm e figuraban en el orden del día. La
gente trató de olvidarse de las botas m ilitares y las cartu
cheras. Y los precios del cu ero com enzaron a caer.
M i am igo perdió su inversión, y con ella toda su fortuna.
Así, los acontecim ientos felices del m undo castigaron al hcroc
d e este rom ance incom pleto.
Y o tam bién p erd í algunas plumas en esta inversión. Tam
poco y o pude resistir la tentación de in vertir en algo cuyo
éx ito parecía asegurado. P ero y o no m erecía seguir siendo
castigado, pues ya había su frid o con anterioridad. Otras es
peculaciones del siglo term inaron igualm ente con un gran
fracaso.
S ólo nos queda esperar cuál será la próxim a «especulación
del sig lo », pensé.
(Después de h aber esc rito esta historia veríd ica se la leí
al a m igo que m e había servid o de m odelo y protagonista. Me
escuchó atentam ente y m ostró su co n form id a d con un m ovi
m iento de cabeza, ñ ero no d e jó v e r la m enor em oción en sus
gestos. Finalmente, acabó p o r decirm e en tono confidencial:
«M u y interesante, André. Pero te d iré algo: ¡ahora lo que hay
qu e com p ra r es p a n ceta !»)
U N A C O M E D IA D IV E R T ID A
158
no pudo com prar más acciones, recu rrió a un financiador,
que estaba en Alemania, para reunir nuevo capital y continuar
sus compras. Asi, cuando llegó el térm ino acordado con el
ju gador a la baja, éste tuvo que som eterse a las condiciones
impuestas p o r el com prador, lo cual le costó m uy caro.
E l triu n fo del m arido, sin em bargo, no duró mucho. É l y
su banco perdieron enorm es sumas porqu e había com etido la
imprudencia de dejarse arrastrar p o r los sentimientos, e in
virtió en una «expedición de ca stigo » sumas enormes con
unas acciones que no valían la décim a parte. N o logró, pos
teriorm ente, librarse de aquel enorm e paquete de acciones de
sclam i que nadie quería com prar, y acabó teniendo que hacer
suspensión de pagos. E l T ercero en discordia, el amante, tam
bién tuvo dificultades debido a sus inmensas pérdidas con
su ju ego a la baja.
Esta historia es un cla ro ejem plo de cóm o en una misma
operación pueden su frir pérdidas el que ju ega al alza y el
que ju ega a la baja. Una m ism a transacción puede significar
lo m ism o para ambos: |Ia ruina!
Los sucesos de los lustros siguientes hicieron que los hé
roes de nuestra historia se perdieran p o r el ancho mundo. E l
jo y e ro lo gró establecerse en Nueva Y o rk y continúa vendien
do collares en su nueva jo y e ría de la M adison Avenue. Con el
desprendido am ante vo lv í a encontrarm e, hace com o unos
veinte años, en Sao Paulo, donde continuaba especulando. El
banquero arruinado p o r su culpa se suicidó en París y su
esposa fa lleció en Italia. L a prim adonna, sin duda, vive en
H o llyw oo d y ha perdido la voz. ¿ Y el collar? ¡E l viento se lo
llevó!
LO Q U E L A S M U JE R E S T I E N E N Q UE S A B E R
D E L A B O LS A
159
punto de que se tiene la tentación de encender el cig a rro con
un billete de banco. El fa vo rec id o p o r la suerte no piensa
siquiera que en otras muchas ocasiones ha tenido que reunir
fatigosam ente sumas de din ero prestado. A veces puede ocu-
rrirle que en la próxim a ju gada se las vea y se las desee
para poder hacer fren te a sus deudas.
E l din ero ganado fácilm ente, qu e no es fru to del trabajo,
se gasta en muchas ocasiones con las m u jeres, pues al fin y al
cabo el ju ga d o r de Bolsa es un caballero. Cuando tod o va bien,
cuando suben las cotizaciones y nos aprovecham os todos de
un alza generalizada, las cosas marchan bien para nuestras
amantes. Pero cuando la rueda de la suerte g ira en sentido
contrario, cuando viene la baja y caen las cotizacion es, las
prim eras en su frir son las esposas.
Realm ente, ¿qué son el alza y la baja? La m e jo r respuesta
a esa pregunta m e la dio un antiguo am igo m ío, cuando su
h ijo m enor le hizo esa m ism a pregunta: « E l alza, h ijo mío,
es champaña, caviar, autom óviles, m ujeres herm osas..._ Y la
baja, qu erido mío, una ja rra de cerveza, un par de salchichas,
el tranvía y tu m am á.» Creo que no habrá un so lo catedrático
de econom ía política que pueda d a r una definición más clara
y contundente del alza y la baja, la coyuntura fa vo ra b le y la
crisis económica.
Hay, también, algunos ju gadores de B olsa a la baja, es
decir, al descenso de las cotizaciones. Consecuentem ente, una
m u jer lista debe tener en la reserva a un am ante qu e juegue
a la baja. Así su bienestar queda asegurado en cu alqu ier cir
cunstancia.
La suerte en la Bolsa es tan volu ble com o una veleta, y ni
siquiera el más avispado de los especuladores sabe de ante
m ano cuándo se va a produ cir el cam b io de d irección . Las
m u jeres harán bien en tom ar nota de esto: el estado de ánim o
d e los hom bres se desarrolla, evoluciona, de m anera paralela
a la tendencia de las cotizaciones. En tiem pos d ifíciles, las
señoras tienen que ser pacientes y esp era r que pasen los años
d e las vacas flacas y lleguen de nuevo m om entos de abun
dancia, lo qu e acabará p o r o c u rrir sin falta.
El com portam iento de las m u jeres es de extraordin aria
im portancia para un ju g a d o r de Bolsa. S on m uchos los es
peculadores que han p erd id o los nervios, y con ello s el dine
ro, solam ente porqu e sus m u jeres no supieron ser com pren
sivas en tiempos difíciles. N o, no es fá cil ser la esposa o la
am ante de un ju gador de Bolsa. L a Bolsa d eterm in a el estado
de ánim o, el humor cotidiano. Las vacaciones, un auto nuevo
o un abrigo de pieles se evaporan co m o el hum o, sólo porque
las cotizaciones no bajan tal y com o se había esperado.
E l corazón de un h o m b re se gana fá cilm e n te ...
LO S H É R O E S D E L A B O LSA
Un je fe de g o b ie rn o
162
el 35 p o r ciento, mientras que su saldo deudor en moneda
nacional permanecía inalterado. E l agujero que hubo que re
llenar era tan grande, que en él desaparecieron todas las re
servas fam iliares, consideradas inagotables. ¿Quién pudo ha
ber pensado algo sem ejante? ¡Un je fe de gobierno que especu
la contra su propia divisa nacional y quiere devaluarla para
realizar un beneficio personal, no es algo que se dé a diariol
Pero quien se hubiese enterado de aquello, lo hubiera acep
tado com o una confidencia digna de crédito... ¡aunque al fin
todo saliera mal!
La historia es tan sorprendente que se podría dudar de su
autenticidad, y no creo que muchos estén inform ados de ella.
Personalmente, he conocido algunos detalles de los distintos
sucesos e indiscreciones gracias a un encuentro extraordina
rio, y el resto de la historia lo he deducido.
Hace algunos años m e encontré con el m inistro de Finan
zas mencionado, al que le recordé la política financiera de su
gobierno en aquellos tiempos. M e confirm ó que realm ente su
je fe de gobierno quería devaluar la moneda nacional, pero
él puso el veto porque no encontró razón que ju stificara esa
m edida. En aquella ocasión no quise insistir sobre la desa
fortunada especulación de su je fe ae gobierno.
La política y la Bolsa están entrelazadas. P o r lo tanto, no
e s .sorprendente que quienes se enteran de los secretos p o
líticos tratan de utilizarlos en su beneficio. En W ashington,
o r ejem plo, actúan en la actualidad cientos de «en laces»,
E om bres que han sido enviados a la capital — y m uy bien
pagados, p o r cierto— para que establezcan contacto con de
term inados m inisterios u otros departam entos oficiales, a fin
de conseguir inform aciones que podrían serles de utilidad.
Tam bién en los salones de Washington son muchos los es
peculadores de B olsa que aguzan los oídos tratando de cap
tar el m enor rumor, la más sencilla de las palabras qu e puede
tener algún significado im portante en boca de un alto fu n
cionario. A la mañana siguiente, se dirigen a la oficina de
B olsa más próxim a para tratar de sacar provecho de lo que
oyeron. Las inform aciones procedentes de rum ores y chis
m es son numerosas, pero la m ayoría de ellas resultan falsas
e inducen a error. Esa es la razón qu e justifica el capítulo
titulado «In fo rm a d o ... ¿arru inado?» de este libro.
Cuando se qu iere ganar dinero, tod o truco es bueno. Existe
una fuerza irresistible que em puja al hom bre hacia el benefi
cio. ¿Qué cam ino más fácil que la especulación? Especialm en
te, cuando sólo se necesita un gesto tan ligero com o apretar
un botón para m odificar el destino. Para conseguir su o b je ti
vo, tod o m edio es justo. Manipulaciones con divisas, acuerdos
com erciales, disposiciones de todo tipo, acuerdos nacionales
o internacionales, espionaje de salón, aventuras am orosas e
incluso conflictos arm ados cuando se hacen necesarios.
163
El rey N ikila
Es de todos conocido qu e la especulación produ ce beneficios
incluso durante las guerras y a costa de ellas. P ero ¿quién
podría pensar que una guerra fuese consecuencia de una es
peculación financiera?
En el año 1912 tuvo lugar en los Balcanes la siguiente his
toria. A llí existía un m osaico de nacionalidades, reinos y re
ligiones, y todos tenían que coexistir. En aquella ocasión había
cuatro Estados qu e decidieron aliarse contra su enem igo
común: Turquía. Un acuerdo m ilita r reunió a los reinos cris
tianos de Grecia, Serbia, M onten egro y Bulgaria contra el
Im p erio Otomano. La prim avera de 1912 olía a pólvora. M on
tenegro, un pequeño rein o a orilla s del A driático, estaba re
gid o p o r un soberano para quien especular era cuestión de
vida o m uerte. Las cajas de su E stado estaban siem pre vacías.
Nos referim os al re y N ik ita .
Para conseguir din ero con destino a sus gastos particu
lares, recu rrió a un m étodo que quizá no puede calificarse
de elegante, p ero sin duda sí m erece el ca lifica tivo de genial.
En las transferencias de din ero p o r vía postal entre Estados,
existe lo qu e se llam a el post-clearing. L o s en víos in ternacio
nales se pagan y, transcurrido un año, se establecen las li
quidaciones globales entre Estados. E l rey N ik ita enviaba a
varios hom bres de paja situados en tod o el mundo giros pos
tales desde M ontenegro. La oficin a de correos correspondiente
pagaba la suma en el ex tra n jero y la cargaba a la cuenta de
M ontenegro. Los hom bres de paja del re y N ik ita cobraban.
Cuando las cuentas llegab an a Cetiña, p o r aquel entonces
capital del reino m ontenegrino, el rey encargaba a su m inis
tro de Com unicaciones qu e declarase la im p osib ilid ad de
hacer fren te a los pagos, y pedía una m oratoria. E l truco le
dio buen resultado, y hasta el severo em p era d o r Francisco
José tu vo qu e m ostrarse tolerante y anuló las deudas de su
colega en dificultades al C orreo Im p erial y R eal, pese a que
M onten egro se hallaba b a jo el protecto ra d o de los zares.
En m i ju ventud se contaban docenas de anécdotas sobre
el rey N ik ita . Una de ellas ocupó m i fantasía in fan til de ma
n era especial. Un fa m o so h om bre de n egocios norteam ericano
y m u ltim illonario realizó un v ia je p o r los Balcanes y lleg ó a
M ontenegro. Fue in vitad o a un banquete p o r el re y N ikita.
Tras la com ida, el re y y su in vitado aparecieron juntos en el
balcón de palacio para m ostrarse al pueblo. Im presion ado por
la escena (él, un sim ple m illon ario norteam ericano, ju n to a
un re y y aclam ado p o r el pu eblo), el huésped echó mano al
b o lsillo y em pezó a a rro ja r monedas de o ro a la multitud
que llenaba la plaza. Se d ivirtió con el espectáculo y se v o l
v ió hacia el lugar donde había estado el rey, con una sonrisa,
esperando ser correspondido. Se v o lv ió a am bos lados, pero el
164
rey había desaparecido d el balcón. A l cabo de un rato pudo
descu brirlo entre la m u ltitu d tratando de re co g er las m one
das arrojadas p o r su invitado. Se n o n é v e ro é ben Irova to.
A l m enos la anécdota refleja el am biente de aquellos tiem pos.
Para sus grandes gastos, el re y recu rría a o tro truco.
Jugaba a la Bolsa. O frecía consignas y confidencias secretas
a sus banqueros, los herm anos Reitzes, de Viena, y O. A. Ro-
senberg, de París y Lon dres (y o los conocí personalm ente
cuando trabajaba de aprendiz de B olsa en los años treinta,
pues am bos eran clientes nuestros), para aprovecharse con
ellos en las Bolsas de tod o el mundo.
Una mañana del m es de septiem bre de 1912, llegó a la sede
de la Banca Reitzes, en Viena, un en viado d el re y N ik ita , su
p rop io h ijo, el príncipe Danilo. (E l p roto tip o del protagonista
de la op ereta vienesa L a viuda alegre, de Franz Leh ar.) Les
llevaba una urgente noticia. L a m ism a mañana, en vió a o tro
m en sajero con idéntica n oticia al banquero O. A. Rosenberg,
de París.
«V e n d a todo y al p recio qu e sea — escribía el rey— . La
gu erra con tra T u rq u ía es inm ediata.»
L o s R osen berg ven dieron en todas partes p o r cuenta del
rey, p o r su propia cuenta y tam bién p o r cuenta de algunos
am igos de confianza. V endieron, incluso con pérdidas, e q las
Bolsas de Viena, Frankfurt, París y Londres, todos los va
lores de la deuda serbia, turca, búlgara y otras; una gran can
tidad de efectos, en suma. Tam b ién am bos banqueros especu
laron a la baja con los créditos rusos, con los cuales se rea
lizaba un a ctivo n egocio en tre París y San Petersbu rgo. Y lo
h icieron en gran medida.
A l prin cip io, los acontecim ientos parecieron co n firm a r las
in form a cion es facilitadas p o r el rey N ik ita . Tu rqu ía concentró
sus tropas en la fro n tera y los cuatro aliados balcánicos res
pondieron, el 1.° de octubre, con la m ovilización general. La
B olsa reaccion ó fu ertem en te y se p ro d u jo la baja.
P e ro casi en seguida se firm o la alianza francorrusa. A m
bas partes se com prom etían a e v ita r tod os los riesgos que
Dudieran con d u cir a una conflagración en los Balcanes. L a si
tuación aún no estaba madura para el aju ste de cuentas que
h abría de produ cirse en 1914. El zar N icolás y el presiden te de
la R ep ú b lica francesa, Poincaré, pusieron su veto a cu alqu ier
m odificación fron teriza en los Balcanes, y tam bién a un even
tual ataque contra Tu rqu ía, « e l en ferm o del B ó s fo ro ». El
presiden te Poincaré garan tizó personalm ente las reform a s p o
líticas en M acedonia. S e creyó qu e el fantasm a de la gu erra
se a leja b a definitivam ente. Y la Bolsa reaccionó con un alza
escandalosa.
Lo s banqueros del rey N ik ita se sin tieron in cóm od os en
su p elle jo . ¿E ra posible qu e su regio clien te los hubiera en
gañado?
R ealm ente, la in terven ción del presidente Poincaré había
devu elto el m ercado bursátil a su nivel norm al, y los especu-
ladorcs a la baja su frieron grandes pérdidas. En las oficinas
de Rosenberg y Reitzes se recib ieron sendos telegram as con
el siguiente texto: « N o se preocu pen stop continúen vendien
d o stop N ik ita .» Y los banqueros así lo h icieron . Vendieron
en toda regla, pese a qu e no podían o c u lta r su inquietud aun
con las seguridades dadas p o r el rey de qu e la guerra de los
Balcanes acabaría p o r estallar.
E l 18 de octubre de 1912, los m ontcnegrinos hicieron sus
prim eros disparos de cañón con tra Escútari, una pequeña
ciudad turca ju n to al la go del m ism o nom bre, un lugar muy
pintoresco p róx im o al A d riá tico . M on ten egro había hecho caso
om iso de las categóricas decisiones y com prom isos de las
grandes potencias y le d eclaró la gu erra Turquía. Los com
prom isos d e alianza en traron en vigor, y Serbia, G recia y
Bulgaria se vieron obligadas a in te rven ir en las hostilidades.
Todos los valores bursátiles de esos E stados se desm orona
ron: la deuda rusa, turca, serbia y búlgara se hundieron. N i
kita, Rosenberg, Reitzes y sus socios se em bolsaron enorm es
ganancias.
Cabe form u larse la siguiente pregunta: ¿p odría haberse
evitado la gu erra de los Balcanes si N ik ita de M onten egro no
hubiera incendiado el p o lvo rín para asegurarse sus ganancias
en la Bolsa? La h istoria conserva algunos enigm as. Y ése no
se ha desvelado en los siguientes setenta y tantos años, aun
que las sospechas fu eron de boca en boca.
En m i fam ilia se hablaba con especial frecuencia del asun
to. Repetidas veces o í d ecir a m i m adre:
— ¡Si la gu erra de los Balcanes hubiera em pezado unas se
manas antes, tío O scar y su h ijo serían h oy día m u ltim illo
narios, con m illones de los de antes de la guerra!
Y eso a pesar de qu e siem p re se contaron en tre los parien
tes pobres. En aquellos días, m i tío era un especu lador in
ternacional qu e ju gaba en todas las Bolsas. H abía ju ga d o a
la baja en espera de qu e estallara la gu erra en los Balcanes...
y con gran estilo. En aquellas semanas fatales en qu e todo
parecía in dicar qu e la gu erra se había evitado, y las cotiza
ciones em pezaron a su bir rápidam ente, tuvo qu e cu m p lir sus
com prom isos a la b a ja y se arruin ó p o r com pleto.
E l resultado siem p re es el m ism o: un especulador qu e no
puede aguantar sólo com p ren d e qu e tu vo razón y qu e debió
resistir más, cuando ya es dem asiado tarde. 2 X 2 = 5 — 1.
E l banquero R osenberg
166
vieron especialm ente afectados por ellas Rosenberg logró
enorm es beneficios jugando a la baja. Cuando llegó al edificio
de la Bolsa al día siguiente de la declaración de guerra, fue
recibido con insultos y gritos y le lanzaron huevos podridos,
no sólo p o r sus especulaciones sino también porque era aus
tríaco. (E n aquel entonces se hablaba en Francia de l'A u tri-
c h ie n : l'a u tre chien, es decir, » e l o tro p erro ».) T u vo que
abandonar inm ediatam ente la Bolsa o ro tegid o p o r la policía.
Si verdaderam en te ganó tanto din ero con la caída de los va
lores de la renta francesa, es algo que hasta ahora no he p o
dido confirm ar.
167
El fabuloso m undo del dinero y la Bolsa
P R E L U D IO A L D ÍA DE H O Y :
A V E N T U R A S E N L A B O LS A DE P A R ÍS 1939-1940
170
ración de guerra, vin o a m í frecuentem ente con la in form a
ción de qu e las hostilidades no llegarían a hacerse realidad,
y que no había razón para tener m iedo. Debíamos seguir
comprando. E l gobierno D aladicr estaba a punto de dim itir,
y Pierre La val, el fu tu ro presidente del Consejo de ministros,
se pondría de acuerdo con los nazis sobre la cuestión de Dan-
zig y todo volvería a su cauce. Ya se oía de boca en boca la
frase «¿ m o rir p o r D anzig?», una consigna puesta en circu
lación p o r los agentes nazis.
171
no era de m i agrado, pues estaba con ven cido de qu e las
cotizaciones seguirían bajando.
Estas reflexiones, en tre tanto, resultaban de tod o punto
intrascendentes. N o tenía p ara m í ningún a licien te seguir
recogiendo nuevos beneficios. Estaba con ven cido de qu e las
Bolsas y los bancos serían cerrados. Así qu e ¡sálvese quien
puedal Una vez qu e liqu idé m is co m p rom iso s a la baja, trans
fe rí mis depósitos a E stados Unidos. M i padre solía decir:
«H a y hom bres qu e hablan in teligen tem en te p ero actúan com o
estúpidos, y otros que hablan co m o tontos pero actúan de
m odo in teligen te.» En aquella ocasión, nosotros nos inclui
m os entre los últim os. T o d o o c u rrió de m anera distinta a
com o habíam os esperado.
Y o había ju zgado equ ivoca d a m en te los acontecim ien tos y,
sin em bargo, tuve suerte. L a gu erra estalló, p ero la Bolsa no
fu e cerrada, e incluso sigu ieron los n egocios a plazo m edio,
no hubo m oratoria y ni siqu iera se estableció el co n trol de
divisas. E l 6 de sep tiem bre pude re c o g e r m is ú ltim os bene
ficios en la Bolsa y tra n sferirlo s a E stados Unidos. Ésa fue
m i suerte, pues ¿qué o c u rrió después? Las cotizacion es su
bieron de manera tempestuosa. T o d o s los qu e habían com
prado, y yo , gracias a h aber cu b ierto m is com prom isos a la
baja, tuvim os una suerte fantástica.
Tam b ién se equ ivocaron quienes creyeron qu e el com ienzo
de la guerra significaba el fin del mundo, y que después daría
exactam ente igual ten er din ero o no ten erlo. Precisam ente
en los meses y años siguientes, m uchos hom bres pudieron
salvar sus vidas si tenían dinero, y m uchos acabaron su exis
tencia p o r n o tenerlo.
E l qu e más se había eq u ivoca d o fu e m i a m igo el p erio
dista, y de manera im perdon able. D urante semanas y sema
nas no se cansó de re p e tir qu e D a la d ier d im itiría y sería sus
titu ido p o r Laval al fren te del gob iern o que, de inm ediato, le
haría a H itle r propuestas para p o n er fin a la guerra. P o r lo
tanto, había que co m p ra r en la Bolsa. P o lon ia ya había sido
derrotada y repartida; después vin o la gu erra relám pago con
tra Occidente: H olan da fu e ocupada. B élgica se rin dió. L le
garon días m uy agitados, y durante varias semanas no vi a
m i am igo. Un día llegó hasta m í, en la Bolsa, a toda prisa
y casi son respiración. M e apartó a un lado para qu e nadie
pudiera o ím o s, y m e m u rm u ró con una sonrisa de su fi
ciencia:
— Bien, am igo m ío: ahora es u sted qu ien tiene qu e acon
sejarm e. Dígam e qu é deb o com p ra r rápid am en te para que yo
también m e aproveche de una futura e in evitable alza.
172
Para m í fu e el fin de un m und o
Estaba m uy excitado.
— ¿E s q u e ha m u erto H itler? — le pregunté.
— N ada de eso; tod o lo con trario. L o s nazis están a trein
ta k ilóm etros de París, y en dos días habrán llegado. La gue
rra h a term inado prácticam ente. Las cotizaciones subirán
a las nubes. ¿Qué se puede com p ra r...?
¿Q ué podía responderle? Para m í, aqu ello significaba el
fin de un mundo. Los em pleados de la B olsa iban de un lado
a o tr o co m o si tod o estu viera en orden , com o si no ocu rrie
ra nada, p ero y o sabía qu e dos días m ás tarde los nazis y la
G estapo estarían en París. M e sentía com o si m e hubieran
go lp ea d o la cabeza con un pesado m a rtillo , y tod o com enzaba
a d arm e vueltas.
M i a m igo insistía, tratando de saber qué valores debía
com p ra r. Para é l las cosas iban d e l m e jo r m odo. H itle r es
taba al llegar, con to d o lo qu e eso significaba. S ólo qu e las
ideas de m i a m igo eran m uy diferen tes de las mías. Incluso
si hubiera q u erid o respon derle no hubiera p od id o hacerlo.
S en tí una terrib le opresión en el pecho, d ejé rápidam ente
la Bolsa, tom é un taxi y m e d ir ig í a casa. M iré a m i alrede
d o r y acarjcié, co m o despedida, aqu ellos o b jetos qu e m e eran
más qu eridos y qu e tenía qu e d e ja r allí. Pensé qu e nunca
v o lv e ría a v e r París, a aquellos seres a cuyo trato m e había
habituado, a los qu e había q u erid o : m is am igos, m is colegas,
las calles acostum bradas, los bu levares y plazas y tantas
o tras cosas qu e hablan significado m u cho en m i vida.
Durante ese tiem p o, m i am igo continuó buscándome en la
B olsa para qu e le ayudara a e le g ir los valores con los cuales
p u diera sacar p rovech o fin anciero de la victo ria de H itler. N o
sé cuáles serían las acciones p o r las qu e acabaría decidién
d ose; só lo sabía qu e su e r ro r fu e en orm e en com paración
con e l nuestro. A ca b ó p o r ten er razón: L aval fu e n om brado
presiden te d el C on sejo de M in istros de la Francia ocupada
p o r los nazis. P e ro las cotizaciones no subieron. T o d o lo con
trario. Entonces, sí q u e la Bolsa fu e cerrada, y las acciones y
va lores resu ltaron in ven dibles du rante m ucho tiem po. Des
pués, cuando em p ezó a desarrollarse un redu cido m ercado
p ara ellos, los fran cos que podían obtenerse habían perdido
tod o su va lor.
E l gran e r r o r de m i am igo consistió en u nir su suerte a
la de los nazis. Después de la gu erra, cuando regresé a París,
qu ise in form a rm e de lo que había sid o de él, y supe que fue
condenado a d iez años de presidio p o r colaboracionista.
M i padre tu vo razón : hay h om bres que hablan in teligen
tem ente y actúan co m o estúpidos...
E sta h istoria la escrib í ya antes y del m ism o m o d o en
Francia, p ero m e fu e rechazada p o r el editor.
N U B E S DE T O R M E N T A S O B R E E L FA B U LO S O M U N D O
174
el agua está templada, pero hay que tener mucho cuidado de
que no se caliente demasiado.
El pánico que inspira la inflación siem pre existió y sigue
existiendo, exagerado en nuestros días de una m anera dramá
tica. Muchos recuerdan lo ocu rrido en los años veinte en
Alemania y en algunas otras naciones europeas, p ero aquella
inflación galopante fu e un fenóm eno totalm ente distinto. Las
cajas estatales estaban vacías y la producción era casi cero.
Las fábricas de papel moneda ponían en circulación billetes y
billetes, miles de m illones de marcos. Casi no había mercan
cías y eran enorm es las colas para com prar pan. A nadie le
sorprendía que el precio de un pantalón p o r el que el día an
terior se habían pagado 10 000 marcos, al siguiente costara
30 000. Naturalm ente, la situación inflacionista actual no tiene
nada que v e r con aquélla.
H isteria I I : antigüedades
175
su dinero y perdién dolo en inversiones desatinadas y no a
causa de la inflación. Com o d ijo V olta ire, «s o n m ás num ero
sas las personas que mueren p o r in gerir m edicam en tos que
p o r enferm edad».
176
In fla c ió n : el p re c io de la d em ocra cia
177
carse a los bonos d el E stado y otras inversiones con intereses
fijos, sujetas adem ás a una posible alteración de su cotiza
ción, pues incluso los valores m ás firm es podrían verse afec
tados cuando en el m ercado del din ero aumentan los tipos
de interés.
N atu ralm ente, se puede especular; es d ecir, m an ipu lar el
dinero, aprovechan do las coyunturas para m o ver el ca p ita l de
un sec to r a o tro. P e ro ése es nuestro territo rio de caza, el re
servado a los p rofesion ales de la B olsa con m uchos años de
experiencia.
H isteria 7/7; o ro
178
el otro, cuando el oro sube — aunque cuando haya sido mani
pulado artificialm ente para conseguir esa subida— estimula
aún más la inflación. Se trata de un círculo vicioso. Si lo com
paramos con un cam po de batalla, el o ro son las banderas y
las bandas de música tras las cuales son arrastradas todas las
demás m aterias primas.
Es una indiscutible realidad que desde los tiem pos más
antiguos e l o ro ejerce una atracción casi hipnótica sobre el
ser humano, com o lo prueban cientos de citas mitológicas.
Com o inversión, sin embargo, se alinea ju n to a los valores
marginales. En nuestro sistema capitalista sólo puede clasi
ficarse el va lo r de una inversión p o r sus réditos presentes o
futuros. Oro, diamantes u obras de arte, p o r el contrario, úni
camente pueden ser valorados de acuerdo con el m ercado
de cada m om ento; es decir, ateniéndose a la relación entre
oferta y demanda.
Estas, la oferta y la demanda, tienen exclusivamente razo
nes de tipo psicológico. El precio de una obra de arte es la
cantidad de dinero que su propietario puede recibir de un
tercero, sea un museo, un coleccionista, un marchante o un
especulador. Consecuentemente, también influirá la moda;
incluso en los tiem pos en que se com pran obras de arte no
p o r razones inversionistas, sino por sim ple placer, los precios
cambian ampliam ente p o r las influencias de la moda. E l va lo r
de un o b je to que llegó a ser astronóm icam ente elevado, pue
de descender a una fracción de ese precio cuando el estilo
o el crea d or ha perdido el fa vo r del público o de los coleccio
nistas. P o r otra parte, la m oda también puede ser manipu
lada p o r quienes tengan intereses en ella, y colaboran los
m edios de inform ación y las subastas cuando, en ocasiones,
los precios son manipulados desde den tro para hacerles al
canzar cifras m uy altas. Esto se refiere a todos los objetos
de arte: muebles, porcelanas, bronces y demás piezas de c o
leccionistas o para decoración. L o m ism o sucede con el oro,
con la única diferencia de que, básicam ente, e l precio es más
fá c il de manipular. Guerras, revolución, contiendas civiles,
devaluación de la m oneda son otros tantos argum entos para
causar tem o r p o r la pérdida de los bienes y propiedades en
un público fácilm ente influible y temeroso.
Janos Fekete, d irector del Banco N acion al Húngaro, d ijo
en cierta ocasión, con palabras inspiradas, qu e 300 econo
m istas en tod o el mundo están en contra del oro, pero hay
3 000 m illones de personas qu e están a su favor. S ólo qu e el
señor Fekete olvidada que la m ayoría de esos 3 000 m illones
de personas es fácilm ente m anipulable, sin contar con que
la m ayor parte de ellas no posee ni un solo d ó la r para gas
társelo en oro.
L a m anipulación con el o ro alcanzó especial extensión en
los últim os años, fom entada p o r el lob b y del oro, la alianza
en tre la República de A frica d el Sur, el go b iern o soviético y
algunos institutos del o ro suizos y alem anes occidentales,
179
que así pudieron realiza r un gran n egocio. Pero a e llo ya me
re fe riré m ás adelante con m ayor extensión.
Conozco la teoría expresada p o r los fanáticos del o ro : «e l
o ro es eterno, im p erecedero, etc., etc.». Esas cualidades no
se pueden traducir a pesetas o céntim os. ¿E s qu e la cuali
dad «e te r n o » vale 100, 500 o quizá 1 000 dólares p o r onza?
A 100 dólares la onza el o ro es igualm ente «e te rn o » que a
1 000 dólares. E l o ro co m o m ercadería tiene un va lo r de coste
que no es una m edida absoluta, en p rim er lu gar porqu e las
minas no son todas iguales y unas son más d ifíciles de explo
ta r qu e otras. Adem ás, el coste de explotación varía con los
tiem pos, y ni siqu iera esos costes son garantía de qu e el
va lo r d el o ro en el m ercado no pueda b ajar, com o ya ocu rrió
en la década de los trein ta con varias m aterias primas.
Ciertam ente, el o ro es una especie de fetich e para m illones
de personas, p ero no es así para las naciones ricas y super-
desarrolladas, com o Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña,
etcétera; si esos pu eblos com pran o ro no lo hacen p o r fe ti
chism o sino con la esperanza de p o d er ven derlo a un precio
más elevado. N atu ralm ente, siem pre habrá p ropietarios de
grandes cantidades de o ro que valoren el m etal a m a rillo de
m anera especial y que, incluso, puedan lleg a r a entusiasmar
se con él, p ero llegan a o lvid a rlo cuando alcanza un determ i
nado precio, para reven d erlo con beneficios.
¿Cuál es la postura qu e e l ah orrador debe tom ar fren te al
o ro , partien d o de la base de qu e no qu iera especular con él
y ya ha efectuado otras inversiones?
Con respecto a esto, q u iero relatar una pequeña historia
del salvaje Oeste. L o s ciudadanos más distinguidos de una
pequeña ciudad norteam ericana solían alm orzar cada día en
su club privado, y p roh ibieron a los cam areros y conserjes
qu e los m olestaran p o r graves qu e fueran las razones, sal
v o qu e se tratara de una inundación, incendio o ataque de los
indios de las praderas. Adem ás, se habían preven ido bien
para estos casos, y en una ca ja acorazada o en otras partes
guardaban sus m onedas de o ro e incluso lingotes de ese metal.
Bien; esas cosas podrían pasar incluso h oy día. Tam bién
pueden lle g a r los pieles rojas, aunque ahora no procederían
de las praderas am ericanas, sino de las heladas llanuras del
Este. En casos sem ejantes, la m e jo r in versión es tod o aqu ello
que puede esconderse, y tam bién el oro. Perm ítasem e esta
pequeña desviación d el tema. V o lvien d o al asunto en serio,
hay que aceptar naturalm ente qu e el oro, en determ inadas
circunstancias y en cantid ad ¡im itad a, de m anera transitoria
y provisional, puede ser una buena inversión.
180
Con el análisis d el significado y la im portan cia del o ro y
el tratam iento sum ario de las cuestiones relacionadas con ese
metal, m e parece igualm ente indispensable extenderm e aquí
en algunas aclaraciones. Cientos de m iles de personas vienen
hablando desde hace años del sistem a estándar del o ro , pero
el 99 p o r ciento de ellos (en tre los q u e incluim os al presi
dente Reagan y, con anterioridad, al general De G au lle) no
saben de lo qu e hablan.
Se llam a sistem a estándar del o ro o, más com únm ente,
patrón o ro un m ecanism o de regulación de las divisas cuya
m isión es m antener en eq u ilib rio econ óm ico la o fe rta y la
dem anda — tanto en el á m b ito nacional com o en el com er
cio in terestatal— para, de ese m odo, regu lar la balanza de
pagos en tre los diversos países y asegurar una firm e paridad
entre las divisas.
¿C óm o funciona ese m ecanism o? E l va lo r de cada divisa
se fija en o ro (p o r ejem plo, un d ó la r es igual a X gram os de
o ro ) y se p rescrib e de m anera exacta cuál es la cobertu ra oro
m ínim a precisa para toda em isión de billetes p o r parte de
cada banco em isor. Es decir, que ese banco tendrá qu e ven
der o co m p ra r o ro a ese p recio determ in ado. Si, p o r ejem plo,
la divisa se o fre c e en abundancia en el extran jero, el banco
em isor a fecta d o está obligado a co m p ra r esa m oneda en oro.
La o fe rta aum enta cuando la balanza com ercia l o la balanza
de pagos de un país entra en déficit. Para eq u ilib ra r la ba
lanza co m ercia l, el gob iern o tiene qu e luchar con tra la infla
ción. Aum enta los tipos de interés p ara estim u la r la im p or
tación de capital, redu ce los créd itos y sus gastos y aumenta
sus ingresos. En una palabra, hace una política deflacionista
radical. T o m a prestado din ero del b o lsillo de los consum i
dores y de las em presas aun cuando la consecuencia de ello
sean el p a ro y las quiebras, sólo para m an ten er intactas sus
reservas de oro.
S i, p o r el con trario, el déficit com ercia l de un país m ues
tra un exceso, la dem anda de dicha m oneda en el ex tra n jero
se hace m a y o r y el banco em isor vende su divisa en o ro . De
ese m odo, el o ro regresa al país en abundancia, se pueden
re d u cir los tipos de interés y a flo ja r las riendas de los cré
ditos. A tod o este conju n to se le llam a patrón oro. ¡Y con
este avispado sistema, se qu iere p o n er ord en en las finanzas
estatales, « s i es qu e alguien se lo c re e », co m o se d iría entre
la gen te corrien tel
S o b re el papel, tod o e llo parece m aravillosam en te lógico,
tan ló g ic o qu e el fam oso Jacques R u e ff (e l exp erto en divisas
d el gen eral D e Gaulle, que se hizo fa m o so p o r su apodo de
s e ñ o r P a tró n O r ó ), lo llam ó en cierta ocasión «un m onarca
s o b era n o » que «v ig ila b a el orden de la econ om ía m u n dial».
« P e r o ¿d ón de tiene ese m onarca sus e jé rc ito s — le pregunté
y o al se ñ o r R u e ff en el curso de un debate de televisión — ,
q u e obligu en a un gob iern o a lleva r a ca b o una radical p o lí
tica d eflacion ista ?» Y a en 1932, en una con feren cia en la Sor-
bona, el señ or R u e ff puso p o r las nubes el patrón oro. Tom ó
com o e jem p lo A lem ania y alabó la política del gobierno Brü-
ning-Luther porque, pese a la crisis económ ica mundial,
había logra d o au m entar las reservas de oro. Ahora sabemos
que la política de B rü nin g tuvo tanto éxito, que un año des
pués H itle r ocupaba el p o d er en Alerhania.
La realidad habla un idiom a m uy distin to al de R u eff. No
existe ningún gob iern o dem ocráticam en te eleg id o que se deje
arrastrar de buen grado a una política qu e aumenta el paro,
reduce el n ivel de vid a y adem ás crea problem as a las em
presas. Y si hubiera un gob iern o qu e se atreviera a hacerlo,
no necesitarla para nada d el patrón o ro y, además, siem pre
cabria la duda de que se le ayudara en sus esfuerzos.
N i siquiera en el caso opuesto los gobiern os siguen el
patrón o ro , pues de acu erdo con las norm as de ese sistema,
algunos países, com o la R epública F ederal Alem ana o Suiza,
no hubieran debido re a liza r una política intervencionista para
satisfacer la dem anda de sus divisas, com o han ven id o ha
ciendo. De no hacerlo así, se hubiera produ cid o un aumento
de la im p ortación de capitales y de o ro que, autom áticam ente,
hubiese tenido com o consecuencia un aum ento de la canti
dad de dinero en circulación, es decir, la inflación. Para los
dos países citados, la lucha con tra la inflación resultaba más
im p ortan te que la acum ulación de reservas oro. S ólo reac
cionaron con una revalu ación de sus respectivas divisas y con
algunas otras m edidas. Cuando se revalúa o se devalúa una
divisa en v e z de segu ir las disposiciones del sistema o pa
trón o ro , este m ecanism o, en su totalidad, carece práctica
m ente de valor.
Seam os sinceros: la calidad de una divisa no depende de
su cobertu ra en o ro sino de la d ire cc ió n de las finanzas esta
tales, de la p ro d u ctiv id a d de la econ om ía y de la disciplina
de la pob la ción . E l o ro aflu ye al país cuya divisa es sana y
m erece confianza, y lo abandona cuando los defectos superan
las virtu des; es decir, cuando aumentan la cargas.
E l Deutsche Bundesbank com enzó con una cobertu ra oro
cero y , pese a ello , en el curso de los años el m arco alemán
occiden tal se ha con vertid o en una de las divisas m ás fuertes.
L a B anque de France, p o r el co n trario, tenía en 1968 gigan
tescas reservas d e o ro , acumuladas p o r D e G aulle, que se fun
dieron totalm ente en el transcurso de dos semanas, durante
la crisis política de la época.
D ejan do a un lado tod o lo expuesto, resulta im posible,
p o r razones prácticas, regresa r al patrón oro. En la actuali
dad, incluso si el gob iern o de los E stados Unidos fija un nue
vo p recio más alto, el lob b y del o ro p o d ría fom en ta r la es
peculación, creando pán ico e histeria, de tal m odo que el
precio de ese m etal p ron to ten dría que v o lv e r a aumentar.
Sin el patrón oro, el o ro seguirla sien do una mercancía « t r i
via l», com o cu alquier o tro m etal, sin ten er nada que v e r con
el sistema de divisas.
182
E l patrón oro, además, p rovo có penosos conflictos en las
relaciones en tre naciones am igas, com o diría en cierta oca
sión O tto von Bism arck, pese a no ser un experto en econo
mía política: las reservas de o ro son com o una manta que
cubre a dos qu e duerm en juntos y cada uno de ellos trata
de envolverse en ella.
La definición d el o ro hecha p o r Rabindranath Tagore, ci
tada p o r m í en o tra ocasión, es desde luego más poética que
la frase de O tto von Bism arck, pero esta últim a es más sen
cilla, realista y acertada.
Con el oro, pues, hay qu e ir con cuidado!
t’ero en el caso de qu e una divisa no esté cubierta p o r el
oro, ¿qu é la asegura? D e ello hablaré con más detalle en el
capítulo próxim o, que se basa en las reflexiones que aquí he
expuesto.
L A D IV IS A : ESPEJO D E N U E S T R A S V IR T U D E S Y V IC IO S
183
F lo rín : herencia de un im p erio colonial, una gran flota co
m ercial, sentido d el ah orro y algo de gas natural.
C oron a noruega: p etróleo d el m a r del N o rte y una gran
flota petrolera.
C helín a ustríaco: in ven tiva vienesa y dispendios de mu
chos norteam ericanos, ham brientos de tradiciones, con su
nostalgia p o r los tiem p os del Im p e rio austrohúngaro.
F lo rín h ún garo: astucia húngara; el florín tiene, relativa
m ente, el m e jo r cu rso de todas las divisas del bloqu e orien
tal, sólo el 15 % p o r d eb a jo de la cotización oficial, gracias a
la genial adm inistración m on etaria del d irecto rio del banco
emisor.
R u b lo : m iedo a S iberia, dictadura y mucho o ro (to d o ello
no sirve de mucho, p o r lo visto, puesto que en el m ercado
« g r is » se puede consegu ir el ru blo p o r el 20 % de su cotiza
ción oficial).
L ib ra israelí: donativos de la diáspora. (Isra el es el único
país del m undo en el cual los más im portantes pagos de im
puestos están en el extran jero.)
Resum iendo: es el con ju n to de las cualidades, virtu des y
condiciones de un país las que determ inan la categoría de su
divisa. Si las virtu des se consolidan, la divisa aumenta de
valor; si ceden, la divisa p ierd e im portancia.
N o es la cobertura o ro la qu e p ro te je la m oneda a largo
plazo, sino qu e el din ero afluye al país con las m ejores d ivi
sas y abandona aquellas naciones cuando las virtu des se des
vanecen y ios vicios se im ponen. Naturalm ente, las circuns
tancias y el destino desem peñan un im portan te papel: el
hallazgo de petróleo, una situación p o litico m ilita r favorable,
la histeria masiva alentada p o r los especuladores, las m ani
pulaciones y los m edios in form a tivo s tienen también una gran
influencia sobre las cotizacion es, aunque desde luego sólo a
co rto plazo.
Finalm ente, acaba p o r llegar la hora de la verdad. La co
bertura o ro es sólo una ilusión que desaparece con facilidad
cuando la dirección falla. S ólo aquellos qu e sueñan y deliran
desean una vuelta al patrón o ro ; aquellos que creen saberlo
todo so b re el oro, p ero qu e no com prenden la relación de
dependencia.
La idea de que la cobertu ra en o ro determ ina el va lo r de
una divisa la considero un desatino, qu e para m í significa un
auténtico test para determ in a r el buen sentido de cualquier
econom ista o especialista, según hable en fa vo r o en contra.
184
E S P E C U L A C IO N E S P A R A L A P R O T E C C IÓ N
DE LA FO R TU NA
185
pensar, tam bién, que en todo m o m en to necesitará disponer
d e capital en efectivo. A lgo distin to ocu rre con un abogado o
un m édico, que puede co locar a la rg o plazo sus reservas. Si
uno fu era el con sejero de finanzas de un trotam undos, po
dría o cu rrir qu e se pasara varios m eses sin en trar en con
tacto con él. P o r el con trario, el h om bre qu e visita a diario la
B olsa está enterado de las ú ltim as evoluciones y se puede
contactar con él en cu alquier m o m en to para cam biar im pre
siones y tom ar las iniciativas más pertinentes.
Antes de o fre c e r con sejo al ahorrador, hay que saber exac
tam ente cuál es el capital de qu e dispone. ¿Posee só lo objetos
de va lo r o tiene liqu idez? H ablando gráficam ente, el conse
je r o de finanzas se encuentra más o m enos en la situación del
m édico de cabecera que en vía a su paciente al especialista,
en este caso a un especialista en acciones y valores bursátiles
o en bienes inm uebles o en cu alqu ier o tro sistem a de in ver
sión.
La edad, profesión , estado de salud, ca rácter (m a lo o bue
n o), tem peram ento (n ervio so o flem á tico), situación fam iliar
(so ltero o abu elo), incluso los m alos hábitos y los hobbies del
ahorrador tienen que ser conocidos p o r su consejero para
poderle recom en dar una actuación correcta en asuntos de
dinero.
En la práctica, hay que en tender qu e los problem as de los
impuestos sobre la renta y la herencia desem peñan un papel
especialm ente im portante. A este respecto se cuenta, en Fran
cia, una h istoria al m ism o tiem p o divertida y macabra que
tuvo lu gar en t o m o a la llam ada « t ía P in a y», un va lo r exclui
do de to d o tipo de im puesto sobre la herencia. A llí donde
una anciana estaba en su lecho de m uerte, su capital era in
vertid o inm ediatam ente en la renta Pinay. « S i crees que
pron to vas a m o rir, la renta Pinay debes con segu ir», decía el
proverbio al que he dado fo rm a de verso para algunos de
mis am igos. Cuando en un día cu alquiera las inversiones en
renta Pin ay aumentaban rápidam ente, podía tenerse la segu
ridad de qu e en algún lu ga r un m illo n ario estaba a punto de
m orir.
H a v qu e analizar los diversos fa cto res y, al m ism o tiem po,
situarlos en el m arco de los acontecim ien tos mundiales. La
evolución de la política in te rio r y ex terio r, y la situación eco
nóm ica, financiera y fiscal tienen qu e seguirse con atención.
Sólo cuando se conocen bien esos datos puede decirse que
se es un especu lador en el verd a d ero sentido de la palabra.
Y o d iría qu e la especulación se in icia con el instinto de
m antener e l p o d er adqu isitivo de nuestros bienes de fortuna.
Entre esa intención y la pasión que nos im pulsa a q u erer con
seguir una fortuna aún m ayor, sólo existe una diferencia de
grado. (| El apetito viene co m ien d o !) N o le s volens, en la ac
tualidad tod o el mundo se con vierte en especulador. Se puede
llegar a serlo m ovido p o r la satisfacción de la ganancia ma
terial, pero tam bién p o r el dep orte de q u erer v e r cóm o se
186
hace realidad un pronóstico razonado que nació de un sano
entendimiento humano.
Muchos agentes de Bolsa y banqueros difieren en su ju icio
sobre valores, dividiéndolos en especuladores y de inversión.
Y o considero que esa diferencia es superficial y fundamen
talmente falsa. La diferencia no radica en la calidad de los
valores en los que se invierte, sino en la cantidad que en ellos
se invierte. Cuando un gran capitalista se hace con una ac
ción de una m ina o de unos yacim ientos petrolíferos relati
vamente dudosa, com prándola p o r poco dinero, eso no es
una especulación sino una inversión con riesgo calculado.
P ero cuando un hom bre de la calle adquiere los valores más
«só lid o s» (deuda del Estado, valores inmobiliarios u otros ga
rantizados), p ero in vierte en ellos una cantidad m ayor de la
que dispone, es decir, qu e com pra a crédito, se precipita en
una audaz especulación. H ay que tener siem pre a la vista el
hecho de qu e la diferen cia entre especulación c inversión no
es más que un asunto de proporción cuyos lím ites son bo
rrosos. Una correcta inversión es una buena especulación, y
una especulación con éxito es una buena inversión. Con fre
cuencia se oye a la gen te de la Bolsa jactarse de haber es
peculado con éxito cuando com pró una acción p o r 100 y la
vendió p o r 110. P ero si esa misma acción baja su cotización
de 100 a 60 y su ten edor no quiere desprenderse de ella con
pérdida, afirm a que ha hecho una inversión de capital y que
la cotización actual es transitoria y no le interesa. Eso, na
turalmente, n o es más qu e engañarse a uno mismo. Pero los
seres humanos tenem os nuestras debilidades y, de m odo es
pecial, los especuladores.
187
distintas confesiones religiosas, tan profu n dam en te están an
clados los principios en cada uno de ellos. Uno y o tr o partido
exponen buenos argum entos en fa v o r de sus respectivas teo
rías, p ero raram ente hablan de las desventajas de ambas fo r
mas de inversión.
188
in versor el p rim er m an dam ien to es la com pra de su propia
vivienda. Con ello, sus p rim eros ah orros habrán sido inver
tidos a salvo de la inflación.
M i padre decía frecu en tem en te: « N o soy lo suficiente
m ente ric o p ara co m p ra r cosas baratas.» Esas palabras pue
den sonar co n trad ictorias, p ero contienen su verdad. Un par
de zapatos o un a b rig o aparen tem ente baratos no pueden
durar m ucho, deb ido a su fa lta de calidad. Ese p roverb io no
podría aplicarse a los va lores de inversión. Éstos, considera
dos con c rite rio o b je tiv o , a veces se cotizan dem asiado altos
o dem asiado bajos, p o rq u e esos cotizacion es están som etidas
a la h isteria de masas. E l pú b lico desprecia toda reflexión
lógica y se inclina p o r los va lores en alza y evitan aquellos
que han caído. P e ro só lo así deb e pensar y actuar un ju ga
d o r qu e d iariam en te q u iere re co g er sus beneficios, y p o r esa
razón actúa con la masa. P ero, a largo plazo, ¿tiene razón la
masa? ¡Casi nunca!
189
Otras inversiones que se han m ostrado relativam en te fa
vorables en tiem pos de inflación son cuadros, m uebles anti
guos, porcelanas, diam antes, m onedas, sellos de co rre o s y
m uchos o tros o b je to s que ad qu ieren aficion a d os y cole ccio
nistas. E n estos sectores, sin em bargo, h ay q u e o b serva r mu
chas precauciones. En cada esquina espera un co n sejero avis
pado dispuesto a asesorar al clien te no p rofesion a l acerca de
las inversiones que a él le dejarán m a y o r com isión, no sobre
las más favorables para el cliente. E s cierto qu e los objetos
de arte, com o cuadros, plata antigua, m uebles de época, por
celanas, etc., han subido co m o cohetes en los ú ltim os 30 años,
alcanzando precios realm en te astronóm icos, p e ro eso no debe
constituir un ejem p lo para el pequ eñ o ahorrador.
190
da la prim era guerra mundial, pero el dinero conseguido no
bastó ni siquiera para cu brir las deudas de su dueño. H oy
día el va lo r de esa colección sería incalculable, com o lo sería
la del m ayor marchante de todos los tiempos, sir Joseph
Duveen (m ás tarde lo rd M illb rook ) quien, poco antes de la
segunda gu erra mundial, tuvo graves problem as financieros.
P o r el contrario, Daniel W ildenstein, al qu e ya m e he refe
rido, el tercero de una dinastía de marchantes, sigue siendo
uno de los hom bres más ricos de Francia, gracias a las ex
traordinarias pinturas qu e estaban en los almacenes hereda
dos de su abuelo.
191
Valores de inversión: joyas y d iam an tes
194
que en relación con su propio capital disponga de recursos
semejantes.
Una empresa industrial precisa cu brir entre el 10 y el 40
por ciento — en ocasiones hasta el 50 p o r ciento— de sus nece
sidades financieras con su propio capital; los bancos tienen
bastante con el 3, el 4 o el 5 p o r ciento. Incluso si todos sus
deudores se sintieran un día perezosos, no tendrían que
cerrar sus ventanillas, pues en todos los países los bancos
emisores respaldan sus institutos de crédito con todos sus
medios. Excepto algunos casos raros, los bancos no pueden
ir a la quiebra, y ninguno de sus im positores perderá un solo
céntimo. La verdad es que el pasivo de los bancos está ya
prácticam ente nacionalizado, pero el activo sigue siendo pri
vado. A lejandro Dumas h ijo tenía razón: «¿N egocios? La
cosa es sencilla: significan el dinero de los dem ás.»
En tre los magnates de la historia norteam ericana, el ban
quero J. P. Morgan fue, sin duda, el más «m o d esto » de sus
millonarios. Sin em bargo, se cita siem pre en el p rim er lugar
entre ellos gracias a los m iles de m illones de dólares ajenos
que tenía bajo su control. En la Europa del siglo xrx, los
Rothschild fueron sím bolo de la riqueza aunque sólo eran
unos «peces pequeños» entre los su per ricos. Tam bién ellos
debían su fama únicam ente al dinero qu e administraban.
En la actualidad, los institutos financieros, con sus gran
des redes de filiales y m illares de ventanillas, controlan una
gran parte de la econom ía. Su p o d er lo deben a los depósitos
de sus clientes que ellos guardan (en dinero efectivo y en ac
ciones con derecho a vo to), y es tan grande que podrían re
sultar un peligro para el Estado. Eso depende de su filosofía
de los negocios. E n tre ellos hay almas buenas y ovejas ne
gras. Y o prefiero no h acer pu blico m i catálogo personal.
P ero una cosa es segura: un gran banco no puede lim itarse a
ser una em presa dedicada a hacer dinero, sino que casi debe
ría ser una em presa de suministros. En ningún caso, bajo nin
guna circunstancia — independientem ente de los beneficios
que pudieran ob ten er de ello— , deberán actuar en contra de
los intereses generales.
195
cente qu e m e hubiera gustado más qu e nada echarm e a reír
en su cara. Pero m e co n trolé y observé con a ire serio: «Ah.
pero ¿es verdaderam ente así? En ese caso, deberé esperar.»
La respuesta fu e tam bién tranqu ilizadora: «S í, y ya veré lo
oue podem os hacer p o r usted.»
Si y o hubiera in vocado la ley X , artícu lo Y , seguramente
no m e hubiera o fre c id o ayuda, pues un h om bre qu e sabe de
m asiado es ya de p o r sí sospechoso a los o jo s de un d irector
de banco norteam ericano. Y así solu cioné el asunto en un
a b rir y cerrar de ojos.
L o s bancos europeos
Con los bancos europeos, p o r el con trario, hay que ser duro
y obstinado, incluso fingirse más fu erte de lo qu e en reali
dad se es. En esos casos se consiguen las condiciones más
favorables. Los bancos europeos p refieren una clien tela me
drosa y mezquina, fren te a las em presas de gran estilo y ple
nas de fantasía. E l banco sólo contem pla la seguridad del
c réd ito concedido a la em presa qu e lo necesita para conse
gu ir m ayores beneficios y expansión.
Com o todas las profesion es, tam bién la de banquero ha
cam biado en el transcurso de los pasados cincuenta años. El
lugar de los bancos privados es ocupado en la actualidad por
los grandes institutos financieros, que contratan a sus cola
boradores directam ente en tre el alum nado de la universidad.
Una vez colocados en los puestos d irectivo s de los bancos,
desde a llí se dedican a re p a rtir sus consejos en serie. En la
actualidad, en los bancos, tod o está in form atizad o, tod o es
u niform e y cada vez resulta más d ifíc il conseguir consejos in
dividualizados, personales, a la m edida de las necesidades de
cada uno. A l m ism o tiem po, parece co m o si los bancos se
fueran transform ando en negocios qu e se ocupan de todo. Se
han con vertid o en «n egocian tes visio n a rios» qu e com ercian
con tod o lo qu e ven: inm obiliarias, diam antes, obras de arte,
contenedores, participaciones en sociedades de navegación,
líneas aéreas, compañías de prospección petrolera, prop ied a
des y explotaciones forestales, etc. Su am bición p o r ganar el
m áxim o de dinero y qu izá tam bién el aum ento de los costes,
m uy elevados, los llevan a in vertir en lo que sea, siem pre que
puedan ganar algo, aunque sólo sea un vaso de agua.
En térm inos generales, la inflación es un n egocio igual
m ente bueno para los bancos. Conceden préstam os a plazo
fijo y tienen en su p o d er y com o garantía o b je to s cu yo va lo r
aumenta con la inflación. Así, la concesión de créditos se
convierte en un n egocio desprovisto de riesgos. A l m ism o
ritm o qu e aumenta el va lo r de las garantías en depósito, los
riesgos se hacen menores.
En la República Federal Alem ana, muchos bancos conce
dieron a sus clientes créditos h ipotecarios para la construc
ción de sus casas, con la esperanza de que los o b jeto s hipo
tecados aum entaran su v a lo r al m ism o tiem po que los in
gresos de sus deudores. Tam b ién la extensión de los intereses
se hace m ayor, pues a m edida que la inflación crece, también
los intereses suben de m anera inm ediata, m ientras el aumento
de intereses de las cuentas acreedoras só lo se produce pos
teriorm ente. N o puede sorp ren d er a nadie, p o r lo tanto, que
en tales períodos de inflación continuada se creen nuevos
bancos, y los ya existentes aum enten el núm ero de sus su
cursales y filiales.
En m i juventud, durante la gran inflación que se extendió
por Europa cen tral en los años vein te y que con m ovió B u
dapest, cada vez qu e se cerraba un gran café, en su lugar se
instalaba un banco. E l com en tario gen eral que se oía p o r to
das partes era: «S ó lo volverán los buenos tiem pos cuando los
bancos vuelvan a con vertirse en cafés.»
¿ Q U IE N P R O T E G E A Q U IÉ N C O N T R A Q U IÉ N ?
198
los bancos suizos no son totalm ente anónim as. N o pueden
serlo. P o r lo tanto, no hay cuentas anónim as numeradas, pero
sí existe el secreto bancario. La cuenta numerada tiene, siem
pre, un n om bre detrás (el de su p rop ieta rio), exactam ente
igual que cada cuenta nom inal posee tam bién un núm ero. La
ventaja en los bancos suizos estriba en qu e só lo un núm ero
m uy reducido de em pleados del banco conoce el nom bre del
titular de la cuenta. De ese m odo, el clien te se siente prote
gido contra las indiscreciones. Incluso cuando una carta o un
extracto de cuenta, sin nom bre, cae en manos no autorizadas,
el docum ento no puede ser m al utilizado p o r nadie.
Básicam ente, el secreto bancario está garantizado en Suiza
y en el Líbano, y cualquier infracción será lcgalm ente perse
guida. Puede lleg a r a ser castigada con pena de privación de
libertad, aun cuando el in fra cto r no pertenezca al instituto
financiero en cuestión.
E l secreto bancario incluye todas las cuentas, nom inales
o numeradas, pero en cierto m odo está lim itado: no es válido
en casos delictivos, asuntos de herencias o quiebras y sus
pensiones de pagos. Pero incluso en esos casos se necesitará
una sentencia ju d icia l que ordene al banco fa cilita r los datos
exigidos.
P o r el contrario, no se les facilitará in form ación alguna a
los funcionarios del gobierno, a las autoridades impositivas
ni a la p olicía de delitos financieros. La defraudación de im
puestos, las infracciones en m ateria de divisas y cosas se
m ejantes no constituyen delito en Suiza. En esos casos el
secreto bancario es «ca te g ó rico e im p era tivo».
El derech o de asilo en Suiza es h istórico. Tras la pu bli
cación del E d icto de Nantes (1685), los franceses disfrutaron
de él. Desde hace 150 años vienen haciendo uso de la hospita
lidad suiza refugiados políticos de todas las tendencias, desde
N apoleón I I I a Lenin. Todos fueron bien recibidos. Para la
Constitución suiza, la libertad individual y la propiedad p ri
vada son derechos inseparables y cuentan con la m ism a pro
tección.
Especialm ente rem ilgada es la actitud de los suizos en la
investigación de los asuntos relacionados con los impuestos.
G u illerm o T e ll no se co n v irtió en h éroe legendario de la his
toria suiza en virtu d de su manzana y su arco, sino porque
d irig ió la revuelta con tra los exagerados im puestos estable
cidos p o r el tiran o R o d o lfo de Habsburgo. E l secreto bancario,
eventualm ente sin necesidad de cuentas numeradas, se man
tendrá m ientras Suiza exista. Con independencia de la situa
ción m onetaria en el mundo y del desarrollo de la cotización
del fran co suizo, los bancos h elvéticos seguirán conservando
su popu laridad entre los ahorradores del mundo en tero por
qu e tratan a sus clientes com o si fueran residentes del más
distinguido de los sanatorios.
Después de la segunda gu erra m undial, el m inistro y dele
gado especial suizo W a lter Stucki representó en W ashington
199
el, papel) de un m oderno G u illerm o T ell, cuando opuso la más
A r m c .^ í tenaz resistencia (pese a la presión de los exporta-
d ó rq ^ '& iizo s) contra las exigencias de Estados U nidos de que
¡sb '^ W n iticra a sus autoridades ech ar una m irada a las cuen-
l'dlr’norteam cricanas y europeas. La intransigencia de Suiza
era de tod o punto in com prensible para los E stados Unidos,
un país en el cual tod o em pleado bancario puede d a r a cual
quiera inform ación sobre una cuenta corriente.
Resulta paradójico qu e en el país m ás lib re d el mundo
los hom bres del S ervicio V (agentes de la inspección federal
de im puestos) posean poderes casi in qu isitoriales sobre los
ciudadanos obligados a tributar.
LO S P A R A ÍS O S F IS C A L E S ,
LA S JAUJAS D E N U E S T R O S D IAS
C ó m o bla n q u ea r el d in e ro sucio
202
tiene sus pros y sus contras, pero todos poseen algo en co
mún: convierten lo ¡lega] en legal y blanquean el dinero
sucio. Y muchas cosas que en la patria son un delito y un
pecado allí se consideran una virtud.
SO B R E LO S N E G O C IA N T E S «V IS IO N A R IO S .:
¡D IO S M IO , C U AN TO TRAB AJO !
203
w hisky, cig a rrillo s y cientos de o tros artículos de lu jo. Pero
después, poco a poco, esa activid a d fue pasando de moda.
S ó lo durante la gu erra de Corea vo lvió a b r illa r p o r últi
ma vez.
Conozco a m uchos estraperlistas que en aquel entonces
hicieron m illones con mercancías m uy codiciadas p o r los chi
nos, p ero qu e estaban en las listas de las proh ibidas p o r los
norteam ericanos. E l lugar donde se realizaban los negocios
era, entonces, B erlín oriental. A llí las delegaciones com ercia
les chinas recibían a los estraperlistas occiden tales qu e po
dían o frec erles caucho, productos quím icos y determ inados
metales.
Pese a esa ayuda oficia l china, los com erciantes Este-
Oeste precisaban u tiliza r un truco poco com ercial. P o r medio
de un cónsul tolerante, en Am beres, recibían listas de em
barque n o totalm en te lim pias para las m ercancías, de m odo
que una vez en alta m ar se pudiera lleva r a cabo el trans
bo rd o de los produ ctos a buques qu e se d irigía n a pu ertos del
bloqu e oriental.
Esos n egocios «fá c ile s » casi han desaparecido. Gentes más
poderosas han ocu pado el lugar de esos co m ercian tes visio
narios y estraperlistas. En la actualidad, cuando se produce
una n ota b le escasez de alguna m ercancía, son de inm ediato
las grandes em presas — frecu en tem en te las m ultinacionales—
las que dom inan el m ercado. L o s estraperlistas norm ales y
corrientes no pueden co m p etir con ellos.
Sin em bargo, en la década de los setenta, se in ten tó en va
rias ocasiones n egociar con petróleo, carbón y acero. En
R otterdam ha su rgido un gigantesco m ercado « g r is » en torno
al petróleo, qu e si no va contra la ley, sí con tra ciertas con
venciones y tratados. L a prensa diaria in form a sobre las os
cilaciones de sus precios que, frecuentem ente, tienen un claro
efe cto p sicoló gico sobre la evolución de o tros m uchos valo
res. Después se probó, tam bién, con papel y cem ento. Pero
fu eron tan só lo «n eg o c io s en el a ire »; es d ecir, se habló de
ellos, se h icieron llam adas telefónicas y viajes y, después, todo
qu edó en agua de borrajas. L a época de los estraperlistas ha
sido ya superada y esperem os que lo sea p o r m ucho tiem po,
pues casi siem p re son produ cto de un en fren ta m ien to m i
litar.
E L C A M IN O H A C IA E L M IN IC A P IT A L IS T A :
P A R T IC IP A C IO N E N T R U S T S D E IN V E R S IO N E S
204
d o n e s posibles, pero sin qu e exista una relación funcional
entre las producciones de las instalaciones individuales. En
lugar de una form a de concentración es m ás bien una atom i
zación. P o r el contrario, en el trust vertica l se fusionan bajo
una d irecció n unitaria sociedades com plem en tarias y em pa
rentadas en tre sí.
Cuando los consorcios m ixtos — trusts de inversiones—
disponen, p o r ejem p lo , de más de un cen ten ar de unidades
de capital, el dinero puede ser in vertid o en acciones del si
guiente m odo: dos p o r cien to en ferro ca rriles, dos p o r ciento
en la industria alim entaria, cin co p o r cien to en la industria
m etalúrgica, cin co p o r cien to en la industria qu ím ica, tres
p o r cien to en prospecciones petroleras, cuatro p o r cien to en
minas de co b re de Rhodcsia, cuatro p o r cien to en m inas de
cobre d el Perú, etc., etc... L o qu e busca esta sociedad es una
particip ación en el m a yor núm ero posible de sectores. De ese
m odo, rep a rtirá sus riesgos geográficos, políticos, industria
les, sociales, clim áticos y dem ás, con lo cual puede o fre c e r
a sus accionistas m ayor seguridad gracias a un rep a rto m uy
am plio de la em presa.
El trust vertical persigu e o b jetivo s com pletam en te dis
tintos. H e aquí un e je m p lo d e l proceso de fo rm ación de un
trust vertical.
Una sociedad qu e origin ariam en te se dedica a la fa b rica
ción de produ ctos qu ím icos y lacas, trata de a d q u irir d eter
m in ado núm ero de acciones de una fá b rica de autom óviles,
qu e le perm itan con trolarla. De ese m odo, puede conseguir
el su m in istro de pinturas y lacas para au tom óviles qu e se
precisen. P o r las m ism as razones, una fábrica de a u tom óvi
les tra ta rá de atraer a su círculo, em presas qu e fabriqu en
neum áticos, parabrisas, cu eros para tapicerías, crom ados, ar
tículos d e plástico, etc.; es decir, todo tip o de su m inistrado
res o d e clientes. Que el clien te co n trole al su m in istrador o
sea éste quien co n trole al cliente, es cuestión de la solidez
del ca p ita l de cada uno de ellos.
A com ien zos de este siglo, los trusts verticales fo rm aron
auténticos im p erios indu striales y financieros en el seno del
sistem a capitalista. De ese m odo, estaban en condicion es de
im p on er precios y tarifas y explotaban al pú blico y al consu
m idor. E n determ inadas épocas fu eron los dueños y a veces
los expoliad ores de un país. T o d o eso fo rm a ya parte del
pasado. Las leyes de m uchos países han co rta d o las alas a
los trusts verticales y los han som etido a un con trol más o
m enos draconiano.
206
cuando los p o líticos responsables y los pueblos de esas na
ciones se sientan en posesión de la fuerza suficiente para de
fen der y con servar sus libertades y todas las condiciones im
prescindibles para la orden ación de la lib re econom ía de
m ercado. Es decir, cuando lo quieran asi verdaderam ente.
V o lveré a tra ta r el tem a con m a y o r detalle en el capítulo
c¿S obrevivirá el fabu loso m undo?», p ero ahora y aquí qu iero
subrayar, al respecto, qu e la condición de tod o punto nece
saria para e llo es qu e Europa no profese la idea de que su
salvación está en el neutralism o, pu esto que tal creencia sig
nificaría, in directam ente, som eterse a la voluntad de Moscú,
supeditarse a la dictadura de la cotización del rublo, y acep
tar que los gobiern os de Europa occidental pasaran a ser
gobernadores nom brados p o r el K rem lin .
¿Cuál sería el aspecto de las Bolsas en esa posible Europa
m ultinacional p o r m í esbozada, con em presas europeas, es
decir, m ultinacionales? ¿C óm o serían las Bolsas de una E u ro
pa que, pese a las am enazas y las tentaciones, fuera capaz de
conservar su libertad y su independencia?
Ciertam ente, n o sería un paraíso del ju ego al estilo de Mon-
tecarlo. Y está bien qu e así sea. Esa nueva Europa sería más
bien una E u rop a superindustrial, con grandes fábricas, una
dura com petencia y una sólida capacidad productiva, con
todo lo cual podrían construirse los cim ientos en que asen
tar la Europa del futuro.
C U A N D O R Í E E L D IR E C T O R DE U N FO N D O
D E IN V E R S IO N , L L O R A N SU S C L IE N T E S
207
se cotizan en Bolsa. La sociedad las vende directam en te a su
clientela (y las vuelve a com prar, en ciertos casos, también
directam ente) de acuerdo con las cotizaciones del día de cada
una de las acciones y valores qu e están en p o d er del fondo.
Sin embargo, en cada venta estas sociedades cargan una co
misión al cliente, que oscila entre el cuatro y el nueve por
ciento. Así pues, entre las operaciones de com pra y las de
venta hay una diferencia de precio que va del cu atro al nueve
p o r ciento. Esa diferencia va a parar a los bolsillos de los
vendedores o de la organización de ventas.
M i posición con respecto a las sociedades de inversión y
a los fondos abiertos de inversión (Mutual Funds) fu e en prin
cipio ¡ncondicionalm ente positiva y estaba basada en m oti
vos de tipo social, p olítico y económ ico. Y a en la década de
1930-1940 m e ocupé con problem as de los M utual Funds,
cuando uno de m is am igos de juventud, Im re Vegh, apare
ció en escena, en m edio de la crisis bursátil y económ ica de
la época, com o uno de los pioneros de los Mutual Funds en los
Estados Unidos. Todavía hoy su fondo figura entre los m e
jo res. Cuando hace muchos años, algunos am igos con aho
rros relativam ente pequeños para hacerse con una cartera
propia m e pedían consejo sobre cóm o debían in vertir sus
ahorros. Ies recomendaba con la más lim pia conciencia que
com praran Mutual Funds.
Con un espanto tanto mayor, desde 1967 he d eja d o de
hacerlo. A partir de esa fecha se ha desatado, desgraciada
mente, una auténtica manía por los fondos, que hasta ahora
les ha costado a los pequeños inversores — sobre todo en Ale
mania— la pérdida de muchos miles de millones.
208
determ inada cantidad anual para la cuenta de Manhattan
Fund. ¿Qué o tro interés, si no, hubiera tenido la firm a de
agentes de Bolsa para tra n sferir a G erald Tsai los m illones
de dólares, que recibía de su clientela, para incorporarlos
perm anentem ente a su com pañía de inversiones? Si la em pre
sa de agentes de Bolsa hubiera colocado directam ente (y con
frecuencia, en inversiones anuales) los cientos de m illones
de las cuentas de sus clientes, hubiera conseguido m illones de
dólares de com isión. Pero en vez de in vertirlos directam ente,
los m illones pasaban a la cuenta de Manhattan Fund. En W all
S treet no se hacen regalos. L o qu e interesa a los agentes es
únicam ente la cantidad in vertida, es decir, las comisiones.
Cuando los agentes de B olsa hablan entre sí, en p rim er lugar
citan la cantidad global de las inversiones y, en segundo, la
tendencia de la Bolsa.
Se cuenta la siguiente historia:
Un clien te se d irig ió a su agente de Bolsa para pedirle
consejo, y le recom en dó apasionadam ente que com prara ac
ciones de US-Steel. Cuando el clien te term inó su charla, el
agente ob servó que rechazaba sus US-Steel y decidía com
p ra r GM. «¡V a y a , vaya — d ijo el agente de Bolsa— , tampoco
están m a l!»
N o debe sorp ren d er q u e con un éxito pu blicitario tan sen
sacional com o el consegu ido p o r el señ or Tsai cientos de aven
tureros tem erarios sintieran el o lo r de la sangre y fundaran
cientos de fondos, para adm in istra r miles de m illones de
dólares, sin ningún con ocim ien to de la materia. Para gente
tan jo ven — el p rom ed io de edad era vein ticin co años— , debió
ser com o una autentica em briagu ez el disponer de m edios
financieros casi ilim itados y sin co n trol en su adm inistración,
y sin tener que re n d ir ja m á s cuentas p o r la form a com o los
manejaban.
209
qu iere un décim o de la lotería. E se am biente se contagió a
tod o W a ll S treet y, poco a poco, aquellos jó v e n e s h icieron de
la Bolsa un gigantesco casino.
T o d o eso cabe atribu írselo a la fa lta de conocim ientos y
de experiencia de los d irectores de los fondos. A e llo hay que
sum ar m étodos totalm ente nuevos de re a liza r los balances,
incluso recurriendo al fraude. H o y se sabe ya, en térm inos
generales, e l gran daño que causaron al pequ eño in versor nor
teamericano.
A p a rtir de ese m om en to re tiré m i confianza a los fondos,
incluso al antaño tan digno de fia r US-Fonds, qu e, arrastrado
p o r la manía de la p e rfo rm a n c e y b a jo la presión de la com
petencia, cam bió su a n terior d irector, tan d ign o de confianza,
por o tros nuevos y sin experiencia.
La legislación n orteam erican a resultaba im p oten te con
tra esos m alos hábitos y abusos. U no de m is antiguos am i
gos, un alto fu n cion ario de la adm in istración norteam ericana,
del departam ento responsable de los fon d os de inversión
(S E C ), se qu ejaba del p o co cam po de acción qu e le quedaba,
de lo m uy atadas qu e estaban sus manos. Las autoridades
norteam ericanas no podían ir más allá de lo qu e Ies perm itía
el m arco de las antiguas disposiciones legales sobre las in
versiones. Y la falta de so lid ez de esas leyes anticuadas se hizo
evidente en el hecho de han sid o m uchos los presidentes que
han exigido la redacción de nuevos p royectos de ley. Pero
cuando estos p royectos no resultaban del agrado de los se
ñores, qu e dominaban los fon d os de in versión , eran com ba
tidos p o r los potentes lob b ies de M utual Funds en el Congre
so, y su presentación quedaba aplazada o rechazada. |Cuando
ríe el d irecto r de un fo n d o de inversión, lloran sus clientes!
Ésa es la auténtica realidad.
E N G A Ñ O E N LA B O LS A C O N L O S C O N S O R C IO S M IX T O S
210
ellos los inventores de ese «a b o r to » de los consorcios m ixtos,
pues así pueden ser calificados, a ten or de cóm o consiguieron
su auge y caída en W all S treet.
Las leyes anti-trust y anti-cártel norteam ericanas vigilan
severam ente los consorcios m ixtos para im pedir que deter
minadas em presas puedan co m p ra r o fusionarse con indus
trias com plem entarias o del m ism o ram o, si con e llo podía
llegarse a una situación de m o n op o lio q u e afectara la norm al
lucha de la com petencia. P o r e je m p lo : a una gran em presa
de fabricación de a u tom óviles no le está perm itido absorber
a otras más pequeñas o fusionarse con clientes o suminis
tradores, com o suele hacerse en esos trusts. G rosso m od o,
todo eso choca con la ley. P ero siem p re tiene qu e ser un tri
bunal el que determ in e si existe el p e lig ro o no.
C on strucciones audaces
211
anual y le darán opción a cam biarlos — a una determ inada
cotización de Bolsa— p o r las acciones m atrices de la propia
fábrica de cerveza. El beneficio de la fábrica de papel se
sumará al de la fábrica de cerveza. Consecuentem ente, el in
terés anual de cada acción pasará de cincuenta a setenta y
dos centavos. Adem ás, hay que tener en cuenta la reducción
de impuestos consecuente a la em isión y adquisición de deu
da am ortizable, lo cual hace que el ben eficio neto, al final de
la operación, aún sea mayor. Esa em presa form ada p o r una
fábrica de cervezas y una papelera com pra un cine p o r medio
de nuevos em préstitos am ortizables, y después, del mismo
m odo, una compañía naviera.
¿Qué se consigue con ello? D ebid o a las fusiones, las ga
nancias de la fábrica de cerveza quedan superadas p o r las
del consorcio m ixto (cerveza, papel, cine, buques) y cada ac
ción recibe perm anentem ente unos intereses m ás elevados.
Pero el aumento del precio de las acciones no es el resultado
de un aumento de la producción, sino de una op e ra ción f i
nanciera. ¡Se trata, pues, de un m a ravilloso señuelo para el
público inocente y para los no menos inocentes directores de
los fondos de inversión!
Los analistas de Bolsa determinan el va lo r teórico de una
acción, com o ya hemos dicho, con ayuda de la llam ada rela
ción precio-beneficio, para lo cual m u ltiplica el beneficio
anual p o r un coeficiente que varía de acuerdo con cada sector
y con el ritm o de crecim iento.
Com o nuestra fábrica de cerveza consiguió gracias a las fu
siones, en el plazo de cinco años, un en orm e aumento de los
beneficios p o r acción, los analistas de Bolsa establecen para
esa acción un coeficiente de beneficio m uy a lto com o base,
o coeficiente p o r el que m ultiplicar sus ganancias anuales. De
ese m odo se les hace ver a los accionistas en potencia que
tienen la posibilidad de conseguir unos beneficios en cre
cim iento constante.
Directores de cartera con poca experiencia, de los fondos
de inversión y de otras instituciones caen en la tram pa y
compran las acciones. Con e llo hacen qu e su cotización suba,
hasta alcanzar la cotización profetizada p o r ellos. Gracias a
la elevada cotización de las acciones de esa «fá b rica de cer
vezas», se puede v o lv e r a considerar una nueva fusión, y una
nueva sociedad puede ser adquirida, incluso en m ejores con
diciones.
212
M otors... Frecu en tem en te suben las acciones p o r el sim ple
anuncio de una nueva fusión. Eso era precisam ente lo que
buscaba el ejec u tivo del consorcio m ixto.
Las consecuencias de esa operación para W a ll S treet fue
ron un auténtico aquelarre. Las acciones de la nueva socie
dad m ixta ascendieron de fo rm a vertical con cada una de las
siguientes fusiones.
Pero, com o hem os dicho, con ese m éto d o no se producía
en el con sorcio un verd ad ero aum ento de su rendim iento.
Las transacciones se llevaban a cabo só lo y exclusivam ente
con m iras a las especulaciones bursátiles, con ayuda de trucos
para elu d ir parte de los im puestos y con manipulaciones con
tables. Y a nadie se le o cu rrió la idea de que las cuentas se
basaban en prem isas d el tod o falsas. P o r ejem p lo : se fusio
naban tres sociedades, cada una de las cuales estaba valorada
en cien m illon es de dólares, y después la sociedad resultante
se capitalizaba en la B olsa con un total de 600 m illon es de
dólares en acciones.
A l final, los fin ancieros de esas sociedades m ixtas se vol
vieron tan agresivos y descarados en sus p royectos de absor
ción de nuevas sociedades, qu e pagaban con em préstitos amor-
tizables, qu e el C on greso se inqu ietó p o r e llo y, m ediante una
nueva legislación, proh ibió el truco em pleado p o r los finan
cieros de los consorcios m ixtos para pagar menos impuestos.
Con e llo se les q u itó la a lfo m b ra b a jo los pies y el castillo
de naipes se desplom ó. Las nuevas leyes hicieron im posibles
nuevas fusiones con ayuda de em préstitos am ortizables, y con
e llo se evitó la subida de la cotización de las acciones de la
sociedad m atriz. E l sex-apeal de las acciones de los con glo
m erados desapareció. Incluso, aunque no se hubiera produ
cid o la crisis de 1970, la m ística de los consorcios m ixtos hu
biera desaparecido definitivam ente. Y o m e inclino a creer que
la caída de estas sociedades fu e una de las causas principa
les de la ca tá stro fe bursátil de 1970. L a gran extensión de ios
consorcios m ixtos en la década de los sesenta fue, sin duda,
uno de los m ayores fraudes bursátiles de la historia.
«O FF-S H O R E -F O N D S , M A D E FO R G E R M A N Y »
213
uqui que pienso ue los on -sn ore-ion a s. i>o0 re tod o desde
el escándalo IO S, la prensa diaria alem ana, y hasta las revis
tas ilustradas, han in form ado de m anera su ficiente so b re el
tema.
214
tirse en un nuevo C orn feld. Y la gen te d e la calle, el inversor
m edio, opinaba que si el señ or C orn feld podía perm itirse
aquellos lu jos y ganar una fo rtu n a tan considerable con su
fondo, cualquiera podía consegu irlo. N o se le ocurría a nadie
pensar que la vida de lu jo de C o rn feld estaba siendo finan
ciada p o r el pú blico con su p ro p io din ero. Para adivinar lo
que había detrás de aquel desm án, en toda su extensión, no
se necesitaba ser un lin ce ni d isp o n er de grandes conocim ien
tos de Bolsa. Bastaba p o seer un p oco de experiencia de la
vida y algo de con ocim ien to d e la naturaleza humana.
E l inesperado éx ito lo g ra d o p o r C o rn feld se explicaba en
la discrepancia existente en tre un ca p ita l producto d el ahorro,
que había crecido de m anera explosiva, y una infraestructura
defectuosa, casi inexistente, en la adm inistración inversora.
Pero ¿cóm o podía e x is tir tal in fraestru ctu ra? ¿D e dónde po
día haber salido? E l pú b lico alem án estaba apartado de la
corrien te internacional d e capitales desde 1930. ¿De dónde
podía ob ten er A lem ania au ténticos especialistas en el cam po
de las inversiones y, sobre tod o, de las internacionales?
N o cabía, pues, sorpren derse de qu e el pequeño ahorrador
alemán se sintiera fe liz cu ando un «c o n s e je ro de inversiones»
llam aba a su puerta. E ra m u y bien recibido, se le dejaba
en trar y se le invitaba a una taza de ca fé. L o qu e seguía per
tenece en la actualidad a uno de lo s m ás tristes capítulos de
la historia de las finanzas.
En ningún o tro país q u e n o fu era la República Federal
Alem ana se hubiera p e rm itid o sem eja n te abuso de confianza.
Las inversiones o jf-s h o re y los fon d os in m obiliarios sólo esta
ban destinados a ex p o lia r al in v e rs o r alemán. Llevaban la
etiqueta m ade j o r G erm any, es d ecir, «hechos para Alem a
n ia». En aquel entonces y o m e sentía m u y pesim ista respecto
a esos fondos, y traté, de palabra y p o r escrito, de p reven ir a
los pequeños inversores. S i h ubiera conseguido convencer
a uno solo de ellos de qu e n o in v irtie ra sus únicos 1 000 mar
cos en certificados de fon d os de in versión , me hubiera sen
tid o dichoso y hubiera con siderado cu m plida m i misión.
215
ponsabilidad, puedo expresar la más dura crítica sin rem or
dim ien to alguno. Se había convencido a pequeños ahorrado
res, qu e no tenían la m enor idea sobre la Bolsa y la especu
lación, de que podían conseguir una ganancia del quince p o r
ciento anual. Esa ñ losofía bursátil descansa sobre un erro r
de apreciación, p ero su difusión es realm ente un hecho de
lictivo. En la Bolsa se puede ganar dinero, m ucho dinero, in-
culso puede uno hacerse rico, pero también se puede p erder
mucho e incluso arruinarse. L o qu e no se puede, de ninguna
manera, es asegurarse la consecución de un beneficio anual
fijo . S alvo que se com pren obligaciones de prim era clase y se
lim ite el cliente a co b ra r los intereses fijos a su vencim iento.
Igualm ente irresponsable era la continua propaganda
puerta a puerta. Con estos sistemas, se vin o alentando la venta
continuada de certificados de los fondos de inversión, incluso
en períodos en los cuales cualquier banco de inversión ho
nesto y consciente hubiera aconsejado a sus clientes qu e con
servaran su dinero efectivo, o que lo invirtieran en obligacio
nes de renta fija, pero que no com praran acciones. E l pobre
clien te tenía que com prar fondos de inversión no porqu e es
tuviera convencido de que debía hacerlo, sino porqu e era se
ducido a fuerza de palabras. Vendía porque había llam ado a
su puerta un agente listo que necesitaba urgentem ente ganarse
una comisión.
En cuanto al tem a experiencia, qu iero expresar lo siguien
te: los directores de los fondos de inversión habían llegado
a creer ellos mismos en el aumento anual del capital en un
quince p o r ciento, y pensaban conocer la form a y m anera de
conseguirlo con sus operaciones en la Bolsa. Eso, de p o r sí,
es ya una prueba de su falta de experiencia. G im o además
de ser inexpertos (o tal vez p o r e llo ) actuaban de manera
irresponsable, no tenían la m enor idea de las trampas que
podía tenderles la Bolsa.
Los directores de los fondos trataron de que su fracaso
personal en la Bolsa se atribuyera a causas ajenas a ellos y
a su actuación. N o eran los responsables de la baja de las
cotizaciones, decían. Y ése era un argumento falso, puesto
que, en p rim er lugar, el llamado índice Dow-Jones de enero
de 1972 no estaba más bajo que su posición histórica más
alta.
Si los administradores de los fondos de inversión hubie
ran em pleado los recursos del pequeño ahorrador en com
prar valores de prim era clase, no se hubieran producido pér
didas. Más aún; es posible que los propietarios de los certi
ficados hubieran registrado beneficios. Pero com praron una
serie de acciones, valores y todo tipo de papel, carentes de
valor o incluso fraudulentos. Con frecuencia las acciones ad
quiridas, las llamadas le tte r stocks (acciones de las qu e sólo
se cotiza una pequeña parte, mientras la mayoría siguen blo
queadas), eran registradas con precios muy altos y fraudu
lentos en sus balances. Además, eran culpables de haber
216
atraído engañosam ente a aquella salvaje especulación a m u
chas personas m odestas que, con a n teriorid a d y gracias a
sus cuentas de ahorro, a sus valores de la deuda, a sus cédulas
hipotecarias, etc., tenían asegurados unos in gresos m enores
p ero perm anentes. H e recibido cien tos de cartas de pequeños
ahorradores lam entándose de qu e a causa de lo s fondos de
inversión se encontraban en una situación financiera trágica.
P o r desgracia, los agentes vendedores de fon d os (a los qu e se
llam aba consejeros de in versión ) estaban convencidos de las
teorías de Cornfeld.
La prensa financiera o fre c ía perm an entem en te análisis y
com entarios sobre la evolu ción de los fondos. L a definían
co m o buena siem pre que se situaba p o r encim a del índice
Dow-Jones y com o m ala en caso con trario. En m i opin ión , ese
m étodo es falso. Es, aproxim adam ente, co m o si qu isiera va
lo ra r la calidad de un alim ento com parán dola con la capa
cidad del cocin ero. E l Indice Dow-Jones represen taría en este
caso la calidad de los alim entos, es decir, de los va lores y ac
ciones. E l resultado de la form a de tra ta r unos fon d os de in
versión debe com pararse, sin em bargo, con e l éx ito de un
co cin ero qu e sabe conseguir un gu iso m ás o m enos bueno con
los alim entos de qu e dispone. Un cocin ero realm en te diestro
y con un buen conocim iento de su p ro fe sió n puede, en deter
minadas circunstancias y aun con lim itados produ ctos, pre
sentarnos un plato m uy sabroso en una taberna de París,
m ientras qu e un je fe de cocina p o co dotado, aunque preste
sus servicios en un elegante restaurante d e In gla terra y dis
ponga de los m ejores alim entos, apenas si es capaz de o fre
c e r un m enú agradable. Y aún hay algo más: ni siqu iera es
posible siem pre com parar a un co cin ero con o tro , puesto que
cada uno de ellos puede tener a su cargo tareas diferentes,
d isp on er de m edios m uy distin tos y estar o b liga d o a pre
sentar menús a precios muy variados. Un co cin ero chino, por
ejem p lo , no puede ser com parado en ningún caso a un coci
n ero húngaro. L o m ism o ocu rre con los fon d os de inversión:
cada uno es adecuado para cu b rir un o b je tiv o y tiene su ca
rá cter p ro p io y diferen ciado. N o siem pre cu alqu ier tipo de
fon d o de in versión es adecuado para una función determ ina
da, ni siqu iera en el caso de qu e la persona qu e lo adm inistre
sea honesta y consciente de su responsabilidad, am én de p o
seer la necesaria experiencia.
Los com entarios sobre los fondos de in versión tienen
siem pre un carácter estereotip ad o: se tom an com o base los
cam bios de cotización sem anales (d eja n d o a un lado que
muchos de ellos sean ficticios o estén falseados). AI expre
sar el aum ento o la dism inución del volu m en de los fondos,
se lim itan a las cifras y la cantidad, p ero casi no se menciona
el aspecto cualitativo o, al m enos, no lo absolu tam ente nece
sario. E sto ú ltim o sólo puede ser ju zga d o estudiando los
libros y las transacciones de m u ch os años. Realm ente, no
basta saber cuánto ganan los fondos, sin o tam bién con qué.
217
E l llam ado com portam ien to humano de la d irecció n no se
tom aba en cuenta para nada, desgraciadam ente, a la h ora de
ju z g a r un fondo. Y eso era precisam ente a lgo de gran im
portancia. «D im e cóm o eres y no quién eres», es m i dem anda
a los adm in istradores de los fondos de in versión . L a indus
tria de los fon d os off-sh óre estaba invadida p o r n om bres muy
lla m a tivos y biensonantes. Los necesitaba para ganarse la
confianza de los futuros inversores. (P e ro lo qu e realm en te
había detrás de esos nom bres y lo que tra jero n con sigo es
¿lgo qu e aún h oy día se contem pla con profunda in qu ietu d.)
¿Cuál fu e la lección qu e saqué de la historia de ese m ago
d e los fon d os de in versión ? P ara todo el mundo, incluso para
el pequ eñ o capitalista qu e posee m edios suficientes p ara ha
cerse con una cartera de valores relativam en te variada, los
va lores (acciones, obligaciones am ortizables, etc.) que elija,
con la ayuda de especialista, son una buena in versión . Para
e l m in iin vers o r cuyos m edios no bastan para esa va ried a d de
inversiones, los fon d os de inversión — p ero só lo aqu ellos que
son c o n tro la d o s p o r los grandes bancos europeos— constitu
yen una p osib le solución.
M i consigna sigue siendo: [Bolsa y acciones, sí; fondos
off-s h ore , nol
C O M O S E E N G A Ñ A A L PÜBL1CO
218
M é to d o *á La P ie u v re •
219
Las transacciones com pensadas
220
lores, y si baja, con sus ventas en vacío. Se aseguran un be
neficio en am bos casos. Los adm inistradores que dirigen los
fondos de inversión son los que m e jo r saben có m o se realiza
esle tipo de operaciones compensadas. Ésa es la razón por
la que m e m uestro partidaria entusiasta de los fon d os co m
pensados.
Esas palabras m e ilum inaron, sobre tod o porqu e no era
aquella la prim era vez qu e las oía. Las verdades fundam enta
les qu e ahora escuchaba de labios de m i bailarina, habían
venido siendo anunciadas durante meses en páginas enteras
de los periódicos, en aquellos om inosos tiem pos en qu e im
peraba la histeria de los fondos.
La verdad, sin em bargo, es qu e tam bién se puede p erd er
con las operaciones com pensadas. Y o podría escrib ir tod o un
libro con m is experiencias en ese tipo d e transacciones en
todas las Bolsas del mundo. Con frecu en cia m e habían sido
im prescindibles para cu brirm e contra el riesgo de otra es
peculación. Puedo d e c ir qu e con las operacion es com pensa
das a veces he ganado y frecu en tem en te he p erd id o. D e lo
que no cabe duda es de que, gracias a ellas, m e hice más rico
en experiencia.
Y a m e he referid o a m i operación com pensada manteca
de cerd o fren te a m aíz. A hora q u iero in fo rm a r de una tran
sacción parecida aunque con valores bursátiles, qu e tu vo lugar
en la Bolsa de París antes de la guerra, y en la que participa
ron varios de mis colegas. En la década de lo s treinta existía
una intensa especulación con la deuda am ortizable d el Estado
francés. Jugadores de Bolsa, grandes y pequeños, com ercia
ban intensam ente con valores del Estado, cuyas cotizaciones
subían y bajaban com o las de las acciones. H abía diferen tes
series de em préstitos estatales, al tres p o r ciento, al cuatro,
al cuatro y m edio, etc. Los ju gadores de Bolsa saltaban de
una serie a otra para re co g er pequeños beneficios. E l cálculo
era sen cillo; puesto qu e se trataba de los m ism os em préstitos
(el m ism o em isor, la m ism a divisa, la m ism a garan tía), bas
taba calcu lar qué serie estaba dem asiado alta o dem asiado
baja en relación con las otras. Era el paraíso de los negocios
com pensados: había qu e co m p ra r las series baratas, y las que
estaban más altas se vendían en vacío. Eso es lo qu e en tér
minos bursátiles se llam a hedge.
H acia finales de la década de los treinta, se p ro d u jo una
notable situación de baja. L o s em préstitos al cu atro y m edio
p o r cien to se cotizaban a 80, los del tres p o r cien to a 70. Las
últim as se cotizaban m uy altas en relación con las p rim e
ras (ten iendo en cuenta el tipo de in terés). Cu alqu ier estu
diante de com ercio podía hacer cálculos y com p ren d er que
se trataba de un dislate m atem ático. A lg o resultaba claro: o
bien una serie estaba dem asiado alta o la o tra dem asiado baja.
T o d o el mundo se p recip itó para aprovecharse de aquella
ocasión única. H abía qu e co m p ra r las acciones al cuatro y
m edio p o r ciento y «h e d g e a r» con las del tres p o r ciento, es
221
d ecir, venderlas sin poseerlas. Podían pasar dos cosas: una
de las series subiría o la otra bajaría. Eso estaba cla ro com o
la luz d el día. P ero ¿cóm o term inó esa «s e g u ra » especulación?
Con la m a yor de las catástrofes. Las acciones al cu atro y
m ed io p o r cien to bajaron más, hasta los 70 puntos, y los em
p réstitos al tres p o r cien to subieron — algo qu e apenas re
sulta creíble— hasta 90.
E sa evolu ción fu e tan lógica com o la idea fu n dam en tal y
opuesta en qu e se había basado la especulación. L o s em prés
titos al cu atro y m ed io p o r cien to tenían una gran c ifr a de
em isión y p o r eso siem p re llegaban nuevas oferta s de ven ta al
m ercado. E l em p réstito al tres p o r cien to era el más antiguo
de todos lo s em préstitos estatales franceses, del año 1825, la
llam ada «re n ta peren n e». Sus p rop ieta rios se d orm ían con
ello s y no llegaban apenas ofertas al m ercado, así qu e e l que
ven d ió a l vacío, tu vo qu e com p ra r más ca ro a la h ora de
hacer la entrega, una vez transcurrido el plazo. Las pérdidas
fu eron enorm es, pues aquella transacción com pensada les
había p a recid o a tod os tan carente de riesgos, qu e los p r o fe
sionales p a rticip aron con grandes capitales. É se es un e je m
p lo clásico de cóm o puede term in a r m al hasta el m ás seguro
de los n egocios com pensados.
E n la B olsa, la especulación más p erfecta y m e jo r con
ceb ida puede term in a r en fracaso, y no p o rq u e adolezca de
algún e r ro r de cálcu lo o de lógica, sino porqu e la lógica de la
B olsa a veces transcurre fuera d el ca m p o técnico de lo fu n
dam ental. N i siqu iera el más p e rfe c to de lo s ordenadores
podía calcu lar de antem ano tal situación. (T o d o lo con trariol
S O C IE D A D E S A M O R T IZ A D O R A S
«M A D E I N G E R M A N Y »
222
¿Q uién engaña a q u ién?
223
chos am ortizadores. A los ciudadanos de la R epública Fede
ral las cosas les van bien, pero no tanto com o para perm itir
se el lu jo de co n vertir en polvo miles de m illones de marcos.
• QUOUSQUE T A N D E M , C A T IL IN A ...»
224
En conju n to, com o es natural, no estaría ju stificado acu
sar a las instituciones bursátiles de las operaciones aplaza
das, com o tam poco sería ju sto acusar a un casino de ju ego
p o r un em pleado o crou pier deshonesto. Son considerables
los abusos qu e el e jé rc ito de agentes de ventas y publicidad
com eten con los contratos aplazados, pero no cabe duda de
que se trata de gentes sin conciencia a las que debería po
nerse a buen recaudo para qu e no siguieran causando daño.
225
... . uc cm xega aplazada, com o las setas en
el bosque después de la lluvia. A leja n d ro Dumas h ijo ya es
crib ió: « E l m e jo r n ego cio es el qu e se hace con el din ero de
los dem ás.»
Quien, pese a todo, se sienta arrastrado p o r el irresistible
im pulso de especu lar con m ercaderías, deberá d irigirse a uno
de los grandes agentes de B olsa norteam ericanos, p ero deberá
darle sus instrucciones concretas de acu erdo con sus propias
ideas y decisiones. A l fin y al cabo, el ju ga d o r de ruleta tam
bién tiene qu e acu dir personalm ente a la mesa, tom ar asiento
y no confiar a nadie su din ero para qu e se lo juegue.
E l especu lador con contratos de entrega aplazada n o debe
aceptar los con sejos del agente o de los em pleados de éste,
pues ninguna de esas personas que se titulan a sí mismas ex
pertas sabe más qu e él m ism o del asunto. Sistem as de or
denadores, expertos y «cam peon es d el m u n d o » son pura le
yenda. Adem ás, los agentes de Bolsa no están en condiciones
de acon sejar de m odo o b jetivo , porqu e viven de las com isio
nes y, p o r lo tanto, tienen que h acer lo posible para qu e la
cantidad en circu lación sea la m ayor posible. El ju g a d o r aca
bará p o r descu brir, p e ro só lo al fin, qu e tod o su capital ha
desaparecido en com isiones. P o r esa razón m i con sejo para
los no iniciados es: las m anos fu era del ju e g u e cito de las m er
cancías a plazo f ijo . C om o en el caso de la ru leta en los ca
sinos, puedo afirm ar, tras 50 años de experiencia, que su
norm a puede aplicarse al com ercio con contratos a plazos:
«S e puede ganar, pero se tiene qu e p erd er.»
C O M P L IC ID A D P O R IG N O R A N C IA
226
saron muchos daños a la econom ía. E jercen un efe cto ex tra or
dinario sobre los m edios de in form ación de masas que, por
su parte, aumentan esos daños, porqu e siem pre ejercen una
influencia desfavorable en la evolución de los precios y en el
m ercado. Un ejem plo clásico: en el verano de 1977, el m i
n istro de Finanzas norteam ericano, M ichael Blum enthal, y el
can ciller de la República Federal Alem ana, H elm ut Schm idt,
declararon espontáneam ente y al m ism o tiem po — pese a
que nadie les había preguntado— qu e no in tervendrían en
el caso de una nueva devaluación del dólar, siem pre qu e tu
viera fundam ento económ ico. P ero lo cierto es con ello ya
intervenían, y lo hacían en fa v o r de la caída del dólar, que
no tenía ciertam en te el m en o r fundam ento económ ico. L a ex
plicación había sido bien m editada, pues la no intervención
constitu ye el prin cip io de la «flotación lim p ia». P ero resultaba
superfluo subrayarlo.
Un gesto así, desde arriba, es para el especu lador una
in vitación al baile, y la reacción en cadena hace tod o lo de
más. E l daño estaba consum ado. Tam b ién el m in istro de
E con om ía alemán, conde O tto L a m b sd orff, había h ech o en
aquellos días una observación forzada y llena de ingenio, pero
superflua; tem ía qu e dos artículos fueran a tener m u y pron
to el m ism o precio de 1,50 m arcos: el d ó la r y la gasolina.
T od os gastan en caprichos
227
m iento de las cotizaciones es la ruina, en contra de toda ló
gica y de los hechos económ icos.
E l ju ga d o r que apuesta por los núm eros «segu ros», se sen
tirá casi siem pre desengañado y castigado, puesto que, natu
ralm ente, com pra la m ayoría a la más alta cotización.
De nuevo viene a m i m ente un v ie jo chiste: el ju d ío Griin
se dirige al rabino para preguntarle si en la noche de bodas
su hija debe lleva r pijam a o cam isón. «E s exactam ente igual
— responde el rabino— . De un m odo u o tro será saboreada
com o una golosina.» El ju gador, tanto si com pra com o si
vende, al final acabará perdien do su dinero. Eso, además, es
ju sto. Pero entretanto habrá causado mucho daño.
¡L ib ra d de to d o m a l a la econom ía de m ercad o!
E L M U ND O L IB R E :
C A S IN O DE JUEGO D E LOS T R A F IC A N T E S DE D IV IS A S
228
puedan ju g a r con m iles de m illones. H e dicho textualm ente
«ju g a r », pues soy el ú ltim o que se atrevería a d ecir algo con
tra la especulación.
229
con sus readcjulsiciones. D ado qu e el dólar, p o r razones his
tóricas y gracias a una cam paña bien orquestada, se ha vu elto
m uy sensible (con algunas consignas propagandísticas com o
«e l m arco, la b arrera d el sonid o para el d ó la r»), el ju e g o hace
descender cada v e z m ás la cotización con com pleta in depen
dencia de que exista base econ óm ica o esencial o no.
Cada cén tim o q u e desciende el dólar, se con vierte en un
sensacional titu la r en la prensa y dem ás m edios de com u n i
cación, lo cual, a su vez p rovoca una histeria de masas. La
caída de la cotización crea desconfianza, y ésta, a su vez, p r o
voca muchas ventas, m otivadas p o r e l m iedo a qu e la baja
prosiga, entre las m ultinacionales y e l pú blico en general.
M ientras las sociedades venden sus dólares, los traficantes
de divisas introducen en el m ercado nuevos dólares presta
dos. N o lo piensan dem asiado; sólo ven qu e su vecino vende,
y éste ven de ú nicam ente porqu e hay un tercero qu e también
vende.
230
gándolo ca ro desde hace dos años. M e gustaría m ucho revi
sar sus lib ros para v e r cuántos son los m illon es qu e han p er
dido. E ste estado de cosas parece más p rop io de una pocilga,
y p o r esa razón q u iero re co rd a r un v ie jo chiste qu e com para
al traficante de divisas con una vaca, porqu e am bos nos en
sucian los prados con sus porquerías.
« D A V ID » K O S T O L A N Y C O N T R A
« G O L IA T » D R E S D N E R B A N K
231
dad gracias a su potencia y a sus relaciones internacionales.
Basta con hacer qu e en H ongkon g (a una hora en la que Euro-
Da aún duerm e) se lancen al m ercado de m anera agresiva diez
m illones de dólares, para conseguir que la cotización caiga.
Seis horas más tarde, al abrirse la Bolsa de divisas de Zurich,
influida p o r la situación en la Bolsa de H ongkong, el dólar
cae unos cuantos puntos más, sobre todo, si el Banco Na
cional Suizo no m uestra la m enor intención de apoyar la co
tización. Después llega Frankfurt. Conm ovidos p o r las coti
zaciones de Zurich, los m anipuladores de divisas lanzan al
m ercado otros diez m illones de dólares; incluso es posible
que el banco interesado aproveche los últim os m om entos an
tes del cierre de la sesión de Bolsa para poner en el mer
cado otros cuantos m illones de dólares a fin de p ro vo ca r una
caída notable del curso de la divisa y extenderla a todos los
rincones d el mundo.
A l día siguiente abrieron los negocios con la com pra apla
zada de o ro en los Estados Unidos, basándose en las alar
mantes n oticias que llegaban de Europa, con un alza tem
pestuosa. E l go lp e había salido bien; se les podían traspasar
a los clientes árabes, y a m e jo r precio, las reservas de oro
que se habían com prado ¡y, naturalmente, tam bién a los aho
rradores alemanes 1
E l alza del p recio d el o ro influyó en las siguientes horas
en el m ercado de H ongkong, y así continuó el círcu lo vicioso.
Caía el dólar, subía el oro; subía el oro, caía el dólar. Se
trataba, tan sólo, de una partida de póker, salvo qu e tenía
desastrosas consecuencias para toda la econom ía y para el
mundo libre. Subía el precio del dólar, y m illones de peque
ños y grandes inversores, animados por miles de agentes de
las compañías de inversión, corrían a com prar cobre, zumo
de naranja o panceta a crédito, y de ese m odo se fomentaba
la inflación. T o d o eso se publicaba en los m edios de comu
nicación, cundía el pánico entre los ahorradores, y el oro al
canzaba de nuevo un precio récord.
232
¿¿I p recio del o ro ponía a disposición de la Unión Soviética
cientos de m illones de dólares para que increm entara su a r
m am ento. A l actuar así, su banco se convertía autom ática
m ente, nolen s volens, en agente de Moscú.
- O í el ru m or que se extendía en tre el público. E l d o cto r
F fid e ric h palideció, qu edó confuso y d ijo que no acostum
braba desm en tir nunca, pero qu e m e invitaba a un debate
sobre el asunto, p ero solam ente en presencia de dos perso
nas: el d ir e c to r d el departam en to del o ro de su banco, Schrei-
b¿r, al qu e y o había a p ostrofa d o con el calificativo d el «M e-
fistófeles del o r o »; y de quien p o r aquel entonces era m i re
d a cto r i efe.
E l debate tu vo lu gar a finales de 1979 en el banco. Los ar
gu m entos de los altos ejecu tivos contra m i cam paña de pren
sa fu eron : lib erta d de com ercio, libertad de la econom ía, de
la em presa, etc., etc. ¡L a m ism a antigua canción! M is argu
m entos eran qu e tam bién la lib erta d tiene sus lím ites. S i, p o r
ejem p lo , los fabricantes de un suero hacen extenderse una
en ferm ed a d para p o d er ven d er un m a yor núm ero de dosis de
su produ cto, eso no es libertad com ercial, sino la ley de la
jungla.
Con e l p retexto de la lib erta d no debe perm itirse todo, m
m úcho m enos, en especial nada qu e vaya contra los in tere
ses de la com unidad. Ese debate filosófico se prolon gó horas,
hasta qu e, de repente, quise in form a rm e de la cotización del
o ro ese día.
— A l p rin cip io d io m uestras de cierta debilidad — fu e la res
puesta— , co m o reacción ante m alas noticias. Pero éstas han
sicío desm entidas y se ha recuperado.
.— ¿Q ué m alas noticias? — pregunté, asustado.
— |Sc d ijo que habían sido liberados los rehenes!
(S e trataba de los rehenes norteam ericanos en el Irán;)
M e p arece qu e a esa respuesta no es preciso añadir el m e
n o r com en tario.
E l cese d e l señor S c h re ib e r
233
uu ca ig o m e jo r , en relación d irecta con las minas de o ro de
Á frica d el Sur.
E l go lp e más d u ro lo recib ió , desde luego, la Unión S ovié
tica, realm en te e l m a y o r de los especu ladores de o ro del
mundo, qu e se habia endeudado p o r va lo r de m iles de m i
llones de dólares en in tereses vencidos, para p o d er conservar
su o ro en vez de p a ga r con é l el tran sporte del cereal p o r ella
im portado. A quel país había actuado exactam en te igual que
lo haría el mas vu lga r e in sign ifican te de los especuladores,
que, con un dep ósito de 5 000 dólares, puede co m p ra r a cré
d ito 100 000 dólares de o ro a cu alqu ier agente de Bolsa.
En ese com bate y o fu i ciertam en te David. Si el Dresdner
Bank fu e G oliat, eso es algo a lo qu e só lo pueden d a r res
puesta sus directivo s, qu e tienen acceso a los lib ros de la
central y de todas sus sucursales. S ob re m i análisis, sólo
puedo d e c ir una cosa: S e n o n é v e ro, é ben tro v a to !
M A M A M A R X A D M IR A R ÍA A L O S N O R T E A M E R IC A N O S
234
L o que yo les a con sejo a los europeos
235
m onetaria y de rentas del gobiern o depende en gran parte
de la situación internacional. Si en este cam po no ocurre
nada dram ático, en los próxim os años vivirem o s una nueva
euforia.
«É S A FU E SO LO L A P R IM E R A J U G A D A ...»
236
Como en F rancia en el año tal...
E l d ó la r sale de la vaguada
23 7
resultaban más bien perju d icia les para el m ercado y las de
más divisas europeas (p o r ejem p lo , la subida d el precio del
p etróleo).
N i uno so lo de los especuladores, p o líticos o traficantes
de divisas pensaron en analizar los acontecim ientos en pro
fundidad. N o veían m ás allá de sus narices. « E l d ó la r cae y
seguirá cayen d o», rep etía n los m edios de com unicación, día
tras día, y no se cansaban de rep ro d u cir e in corp o ra r a sus
inform aciones los argum entos de los m ás m odestos trafican
tes que, realm ente, ni siqu iera saben lo qu e es una divisa.
El gob iern o fed era l alem án estaba interesado en una baja
de la cotización d el d ó la r a causa del petróleo, y va lo ró en
exceso ese aspecto, en tanto no o to rg ó suficiente va lo r a la
futura com petencia com ercia l norteam ericana. L a consecuen
cia de esta actitud es e l d éficit de la balanza de pagos de la
República F ederal y tam bién el p a ro existen te en el país. Los
políticos hablan o lvid a d o qu e las consecuencias económ icas
de una cotización p o co realista del dólar, p o r d eb a jo de su
valor, según m uestra la experiencia, só lo se hacen palpables
al cabo de dos a tres años.
Es una pura leyenda qu e la causa de to d o esté en los ele
vados tipos de interés de los Estados U nidos. Es posible que
la espoleta fuera, parcialm en te, el tip o de interés. Pero, en
tretanto, en la R epública F ederal A lem an a se han aum entado
igualm ente los tipos de in terés, m ientras qu e en Estados Uni
dos han em pezado a descender. Y eso n o ha tenido una re
percusión negativa apreciable en la cotización del dólar.
Los m o tivo s técnicos y fundam entales hay qu e buscarlos
en o tros lugares: e l d ó la r está sobreven dido, pues todo el
mundo se ha endeudado en dólares. Los elevad os intereses y
el m iedo a q u e las cotizacion es siguieran subiendo crearon
de repente un estado de pán ico en tre los deudores en dó
lares.
238
•la cotización, lo cual está ju stificado. Una cotización nunca
está en el punto exacto qu e le correspondería, sino un poco
p o r encim a o algo p o r deb ajo. S ólo la prim era fase corrige
esa falsa cotización. Cuando la segunda fase transcurre de
m anera igualm ente beneficiosa, el o p tim ism o trae la tercera
fase, la de la exageración, durante la cual las cotizaciones
suben, aun más, p o r en cim a de lo que estaría justificado.
L a fo rm a co m o se desarrollará la curva de una cotización
depende de los acontecim ien tos de p olítica exterior e interior,
econ óm ico y sociales, qu e nos afecten.
En el caso de qu e la segunda fase se desarrolle de manera
favorable, llegarem os sin lu gar a dudas a la tercera. Eso pue
de tener graves y dolorosas consecuencias para los especula
dores y los que están endeudados en dólares.
Quien en la actualidad tenga que d ec id ir si com pra dóla
res y si, p o r el co n trario, ven de los qu e posee, deberá obser
va r con el m a yor deten im ien to, co m o con lupa, todos los
factores de influencia p o líticos y económ icos.
¡A M É R IC A , N O M E O L V ID E S I
239
nes, le preguntó a un colega si se sentía happy en Estados
Unidos, la melancólica respuesta fue:
— Happy sí, pero aún no soy feliz.
P o r sentirse happy, Grün entendía la seguridad personal,
el saber que él y su propiedad estaban p rotegid os y eran
respetados. Pero para un vie jo europeo, vienés, francés y hún
garo, con los hábitos de su p a tria m etidos en la sangre, la
vida en Estados Unidos es m uy distinta a aquella otra a la
que estaba acostumbrado, y que siem pre consideró feliz. Falta
el ambiente, el poderse sentar en un café a solas para m editar
y filosofar, pasear tranquilam ente y sin prisas p o r la calle, es
decir, el d olce fa r niente. N orteam érica es un paraíso para el
que tiene que ganarse la vida trabajando y para los m illona
rios, pero no para quienes gustan de pasarlo bien, los bohe
m ios que con poco dinero en el b olsillo quieren v iv ir com o si
fueran ricos.
240
había p erd id o toda oportu n idad y qu e la suerte estaba echa
da. Después llegó la sentencia: se concedió la residencia al
padre, a la m adre y a la hija. Y tam bién, h o r r ib ile d iclu ,
al h ijo. Se hacía constar qu e «o d ia r a los Estados Unidos es
un derecho d el solicitante. E l d e c ir tod o lo qu e piensa no
es obstáculo para co n vertirse en norteam ericano. L o único
incom patible es la m ilitan cia com unista. Que se entere este
joven irreflex ivo có m o pensam os en los Estados Unidos».
Un paraíso de ¡a seguridad
241
los im puestos, pero sí de algo más im p orta n te: un oasis de
seguridad para los pobres com o para los m illon arios, para los
trabajadores com o para los em presarios. El tío Sam vigila
para d efen d er la libertad y la prop ied a d de todos.
¡Y o lo he vivid o personalm ente!
¿ S O B R E V IV IR A E L F A B U L O S O M U N D O ?
243
ningún valor, y hasta los ciudadanos de los Estados del blo
que oriental no saben qu é hacer con su rublos cuando regre
san de Rusia.
Dejando a un lado el hecho de que el «c o m e rc io ro jo »
atrae, existe también el p eligro de que en la República Fede
ral haya hombres que, en un determ inado m om ento y du
rante un tiem po de transición, pudieran hacerse con el go
bierno, pues un H elm ut Schm idt no sería para Moscú un
socio digno de confianza. M iem bros del Partido, de fidelidad
probada, tomarían en sus manos las riendas del p o d er para
cum plir y hacer cu m plir al pie de la letra todos los «ukases»
moscovitas. Una República Federal neutral se iría reunifican-
d o con la República D em ocrática de manera paulatina. B ajo
qué sistema, fácil es suponerlo.
M e cuesta trabajo pin tar im ágenes tan pesimistas, pero en
el análisis de las inversiones a largo plazo hay qu e tom ar en
consideración ese riesgo. Es m e jo r tener m iedo que su frir un
ataque de pánico en el ú ltim o m om ento, pues en política
todo es posible..., hasta lo contrario de ese todo.
¿Cuáles son las inversiones apropiadas en los años ochen
ta? Eso depende de la evolución que vaya a su frir la política
mundial. V eo con cierto desconsuelo cóm o ante m is o jos
— que conocen bien el asunto— se está preparando el terreno
para la odiosa evolución que acabo de describir. La política
soviética ha m antenido durante lustros su econom ía som etida
a grandes presiones, y lo ha sacrificado todo en fa vo r del
rearme. Ahora puede haber llegado el m om ento en que re
clam e la compensación por su sacrificio, consiguiendo la tec
nología de la Europa occidental y sus productos agrícolas a
cam bio de rublos carentes de valor. Así podría hacerse con
todo sin necesidad de un enfrentam iento abierto con los Es
tados Unidos.
244
correcciones posteriores. A l pequeño especu lador eso no debía
de in teresarle de m anera especial; tenía qu e segu ir una es
trategia totalm ente distinta. D ebía pensar en el m arco ale
mán, in vertir en él para equ ilibrarlo, es decir, para in vertir
en la divisa con la que convive.
Si excluyo el riesgo político, veo el tran scu rrir de la dé
cada de los ochenta con gran optim ism o. E stoy convencido
de que los dos grandes problem as de hoy, la energía y la in
fla ció n (qu e en cierto m odo están unidas), podrán ser dom i
nados en un p eríod o de tiem po razonable. O ccidente, y en
especial Estados Unidos, tiene qu e co n cen trar todas sus fu er
zas en la resolución de esos dos problem as. R ep ito : los Es
tados Unidos deberán lograr la autarquía en m ateria ener
gética. N o puede p erm itirse el lu jo de v e r influida su política
ex terio r p o r pequeños países só lo p o rq u e son productores
de petróleo. Cuando los Estados U nidos logren solu cion ar esc
problem a, se habrá solucionado p ara el resto d el mundo.
Esos esfuerzos se extenderán a todos los cam pos: energías
atóm ica, solar v de las mareas, licu a ció n d el carbón, nuevas
fuentes de gas natural y yacim ientos p etro lífe ro s en el he
m isferio occiden tal explotadas con todos los m étodos y p ro
cedim ien tos, posiblem ente en tre ellos m uchos qu e ya ni si
qu iera recordam os. Existe un a m p lio m u estrario de em pre
sas especializadas cuyas acciones sé cotizan en Bolsa.
La palabra m ágica contra la in flación es tecnología. S ólo
la autom atización, la racionalización y los nuevos m étodos
cien tíficos pueden aum entar la produ ctivid ad de la econom ía
y de la agricultura, y gracias a una m a y o r produ ctividad, po
drán aum entarse los salarios sin qu e crezcan los costes del
producto. N o se podrán resistir ni la presión de los trabaja
dores y sus sindicatos, ni las necesidades de cientos de m i
llones de nuevos consum idores en e l Cuarto Mundo, en
busca de un nivel de vida más elevad o. L a gran m isión que
nos espera es ro m p er la espiral salarios-precios. E sto será
posible únicam ente con una produ ctivid ad .m ayor. Tam bién
el paro dism inuiría con el tiem po, pues la crecien te capaci
dad de com pra exigirá nuevas em presas y creará nuevos
puestos de trabajo.
E stoy con ven cido de que ya en la actualidad existen cien
tos de patentes y m aravillas técnicas, qu e só lo llegarán a c o
n ocim ien to del pú blico en los p róx im o s años, cuando sean
com ercializadas. Tam b ién durante la guerra del V ictnam y
desde la crisis del W atergatc, en una época que los Estados
U nidos estaban paralizados p olítica y aním icam ente (o al
menos parecían estarlo), esa fa lta de iniciativas se extendió a
investigadores, científicos, in gen ieros e inventores. En los m o
m entos actuales no conocem os todos los acontecim ientos.
P erten ezco a la generación qu e pudo segu ir desde cerca los
esfu erzos realizados en todas partes p o r Estados U nidos du
rante la segunda gu erra m undial, y aún sigo im presionado
p o r ellos. Si ese gigante se pone en m ovim ien to, sus logros
245
serán tales que nos parecerán p rop io s d el m u ndo de la fan
tasía.
P ero los Estados Unidos tienen qu e ser estim ulados. Las
hum illaciones sufridas p o r obra d el Irán, los aum entos de
precio del petróleo, exagerados y chantajistas, y la ocupación
de Afganistán, fueron en conju n to sucesos qu e, p o co a poco,
habrían de despertar y pon er de pie al giga n te d orm id o. Aho
ra está com enzando a despertar, desperezándose y frotándo
se los o jos, antes de abandonar el lecho. C reo qu e durante
la década de los ochenta acabará de despertar. Consecuente
m ente, los inversores deberán tener reservas europeas. D e ahí
m i llam am iento: « ¡ N o m e olvides, A m é ric a !»
S i la O T A N sigue firm e, cuando haya estabilizado su po
tencia m ilita r con tod o tipo de arm as m odernas y haya de
m ostrado su buena disposición a d efen d er sus intereses en
todos los lugares del mundo, tam bién m ilita rm en te, cuando
no se lim ite a hablar a todas horas de distensión y se renueve
desde el in terio r; cuando no sólo se in voqu e la lib erta d sino
que esté dispuesta a su defensa, y así lo expresé de m o d o ex
p lícito y digno de crédito, sólo entonces y nada más que en
tonces será posible la coexistencia con la Unión S oviética y
su p o d erío m ilitar. N i siqu iera una existen cia «p a c ífic a » cae
del cielo; h ay qu e luchar p o r ella con paciencia y duram ente.
¡La paz es, pues, un bien raro y d ifíc il!
246
•Mi» imperio, en el que —así lo espero —
no se pone el sol
LA B O L S A CO M O P A S IO N
247
lacles regresaron a la Bolsa tan pron to com o les fu e posible.
El público que acude a la Bolsa, pese a todas las diferen
cias de carácter y de tem peram ento que puedan separarles,
tienen los m ism os vicios e idénticas virtudes. T o d o aquel que
actúa en la B olsa sabe que una palabra dada (un acuerdo de
com pra o de venta oral) es algo sagrado. E l m ás m odesto de
los ju gadores no vacilará en em peñ ar su reloj de o ro para
liqu idar una pérdida en la Bolsa.
Muchos tienen, también algunas pocas cualidades buenas.
Presumen gustosamente y con frecuencia.
— H e com prado un papel a 100 y lo he ven dido a 110. ¿N o
estuvo mal, verdad? — le o í decir en cierta ocasión al d irector
de cartera de uno de los grandes bancos.
— V en dí a 50 y vo lv í a com prar a 45 — se ja c tó en cierta
ocasión el je fe de cartera de una de las m ayores compañías
de seguros de Alem ania Federal.
A s í son m is queridos colegas: siem pre lo p revieron todo...
T o d o lo que sube había sido recom endado p o r ello s a sus
clientes. (C laro está que a los demás, pero no precisam ente a
aquel con quien están hablando.) S iem pre com pran al cam
b io más bajo y venden al más alto.
¿E xisten de verdad tales genios de la Bolsa? É sta es la
respuesta que de todo esto se desprende: sí, p ero só lo entre
aquellos qu e se engañan a sí mismos.
La m e jo r definición del ju ga d o r de Bolsa habitual es, a mi
ju icio, la siguiente. Es com o un buen ju ga d o r de poker:
gana mucho cuando tiene buenas cartas y con las m alas p ier
de poco.
248
los grandes magos de las finanzas, los únicos qu e conocían el
secreto de los dioses.
Desde entonces los tiem pos han cam biado. El mundo ha
avanzado y, con él, la Bolsa. Burgueses crédulos y también
amas de casa que no sabían nada en absolu to sobre la Bolsa
han sido, en muchas ocasiones, ben eficiarios felices de la ge
neral subida de los valores bursátiles de los pasados treinta
o cuarenta años. En lo que respecta a A lem ania, debo expo
ner c ie rto reparo. Los ahorradores de ese país qu e antes de
la subida de los nazis al poder, du rante el dom in io de éstos e
inm ediatam ente después del fin de la guerra pu dieron com-
ra r buenas acciones cotizadas en Bolsa, han conseguido
E asta ahora m uy buenos beneficios, p ero m uchos de ellos
cayeron víctim as de agentes irresponsables y estafadores en
lo s ú ltim os años. Y los llam ados expertos, los profesion ales
de la Bolsa, dejaron pasar su oportunidad. Los b o lsillo s de
la m ayoría siguieron vacíos.
L a B olsa es h oy un h orm igu ero de ju ga d o res de poca
m onta qu e van a la caza de una confidencia o de un consejo
personal que los haga ricos. Los grandes «m a g o s » qu e llegué
a co n o cer antes de la guerra, y que existían a centenares, han
desaparecido de la superficie de la T ierra . Han fa llecid o y no
han d eja d o sucesores ni herencia. S u frieron el n au fragio finan
ciero o, sim plem ente, han visto sus lugares invadidos p o r las
sociedades de inversión o los consorcios m ixtos, sobre todo
en Estados Unidos.
Ciertam ente, los tiem pos han cam b iad o en distintos as
pectos. Y lo m ism o ha o cu rrid o con la Bolsa. L o s «h é ro e s »
de ayer han abandonado el escenario. U na nueva generación
ha descu bierto un nuevo estilo que le es p rop io . Y con ese
nuevo estilo le han dado a la Bolsa una nueva apariencia.
« E l din ero contante y sonante es la lám para m ágica de
A la d in o », d ijo lord B yron en cierta ocasión. Y esa lám para
sigue atrayendo a los hom bres de tod o el mundo, p o r distin
tos m otivos, que se esfuerzan en conseguirla. Que sean malos
o buenos es algo qu e se argum enta en este lib ro y así debe ser.
La búsqueda de la lám para m aravillosa de A ladino, la
búsqueda de la felicid a d p o r el b ien estar y la riqueza, el éxi
to y el fracaso y de nuevo los intentos de éxito, es lo que
com pon e la atm ósfera y el encanto de la Bolsa, qu e nos a fec
ta a todos los que entram os en su órbita, desde lo s peque
ños especuladores hasta los grandes m agos y encantadores
del dinero.
¡Y ese encanto será eterno!
249
S O B R E LO S V IS IT A N T E S Y LO S E S P E C U L A D O R E S A L D IA
DE L A BOLSA
M i b a ró m e tro bursátil
250
conserva las señales de la bom ba a rroja d a p o r un ven gativo
especulador.
P o r treinta dólares, m e con vertí en fe liz poseed or d el ba
ró m e tro del su perm illonario M organ. L o puse delante de mí,
sobre m i mesa de trabajo, com o h iciera el banquero. A l cabo
de unos días, m e di cuenta qu e reaccion aba equivocadam ente
ante los cam bios clim atológicos. M arcab a «buen tie m p o » y
el tiem po era de perros. Cuando llo v ía a mares, señalaba
tiem p o bonancible. Funcionaba rem atadam en te mal.
Tan p ron to aprecié esa circunstancia tan peculiar, traté
de a verigu a r el porqué. Y descubrí a lgo sorprendente y hasta
m ilagroso: el baróm etro señalaba e l tiem po, pero se trataba
en realidad del «c lim a » de W all S treet. |Era un b a ró m etro
de la Bolsa! Quién sabe si en él ra d ic ó el éx ito de la Banca
M organ.
Fascinado por m i descubrim iento, m e apresuré a relatar
les la h istoria a algunos de m is am igos, qu e no pu dieron
e v ita r la tentación de co m p rob a r de in m ed ia to y p o r sí m is
m os lo qu e podía haber de cierto en e l «m ila g r o ».
E l m ás fam oso de los com en taristas d el N ew Y o rk P ost,
y después toda la élite periodística, in fo rm ó con detalles
de la h istoria que, seguidam ente, apareció en trescientos pe
rió d ico s norteam ericanos.
Durante un día — la fam a es perecedera— fu i un p erso
n aje fam oso. Los telegram as y cartas qu e recib í en los días
siguientes pesaban va rio s kilos, y en ello s se m e preguntaba:
«¿Q u é señala hoy el b a ró m etro? »
Desde entonces, con servo el in stru m en to y lo h on ro com o
si fu era un tesoro... |Y sigue funcionando!
LO S E S P E C T A D O R E S O C A S IO N A L E S D E L A B O LS A
251
eso no iba a tardar mucho en suceder, le aconsejé que fuera
acostum brándose a la Bolsa con tiem po suficiente.
A l o tro día fu e a verm e. H abía reflexionado sobre m i ob
servación, m e d io papel y pluma y m e propuso qu e le con
feccionara una lista de valores bursátiles qu e com praría, para
h acer una prueba. N o pensaba especular; só lo en in vertir un
poco, a m i lado. En p rim er lugar, le anoté la deuda alemana
de antes de la guerra; en segundo lugar, acciones de la com
pañía sudafricana De Beers, y seguidam ente algunas Blue
Chips norteam ericanas. La lista resultó m aravillosa. Desde
entonces las Y ou n g alemanas han visto su va lo r m ultiplicado
p o r cien, las De Beers decuplicaron su valor, y todas las de
más subieron considerablem ente. Cuando, tras las prim eras
com pras, las cotizaciones em pezaron a ten er una evolución
favorable, m i am igo fu e adqu iriendo más y más acciones en
N u eva Y o rk , en Europa y hasta en Australia. A l principio,
com p ró con el din ero en efe ctivo de qu e disponía, después
liqu idó algunos valores y, finalm ente, acabó p o r co m p ra r a
crédito. En el punto culm inante de su inversión, com enzó a
h acer cuentas y descubrió que las diferencias de va lo r de
sus acciones, de un día a otro, equ ivalían a cin co veces la can
tidad que necesitaba para satisfacer su presupuesto fam iliar.
Descubrió, tam bién, que las cotizaciones podían bajar. Pero
la B olsa se anim aba cada vez más, y las diferencias crecían
hasta tal punto qu e los nervios de m i am igo no pudieron
seguir soportando tanta excitación. Un día, durante la sesión
de Bolsa, su frió una crisis nerviosa y fue a p a ra r a una casa
de salud.
252
siente poseído p o r la qu im era de la Bolsa. S i se poseen de
term inadas acciones, se tiem bla pensando qu e pueden bajar;
si no se tienen, se tiem bla pensando que pueden subir. A mi
am igo, ya curado, le o cu rrió así. Cuando las cotizacion es co
m enzaron a recuperarse de su caída, só puso n ervioso. Cuan
d o de nuevo los valores subieron, lo invadió el pánico, el
tem or a no lleg a r a la Bolsa antes de qu e se cerraran las puer
tas. In ú tilm en te traté de a d vertirle d e.q u e ya era dem asiado
tarde para interven ir. H abía caído víctim a de la fieb re de la
Bolsa. S i no hubiera locos en el mundo, ¿qué sería de éste y
de la Bolsa?
De esta historia, el lecto r puede sacar una m o ra leja muy
im portan te. M uchos analistas norteam ericanos de la Bolsa
observan hasta qu é punto ha subido en N ueva Y o rk la llam a
da sh ort-p ositio n (co m p rom iso a la baja). S h o rt-p o s itio n sig
nifica qu e tantas o tantas acciones se han ven d id o en vacío,
es decir, p o r gentes qu e no las poseen- Cuando esta posición
es alta (es decir, cuando son m uchos los qu e ven dieron en
v a c ío ), tod o el m u ndo se lanzará a com p ra r (un buen síntom a
para el desarrollo de las cotizacion es) porqu e los qu e ven
d ieron las acciones sin poseerlas, tendrán qu e com prarlas un
día para cu m p lir sus com prom isos. Son, pues, fu tu ros com
p rad ores seguros. T o d o esto está ju stificado. T a m b ién está
ju stificada la observación de cuántos ahorradores han liqu i
d ado sus carteras, pese a estar acostum brados a v iv ir con
sus acciones. S on realm ente los p rim eros y m ás am biciosos
com pradores cuando creen qu e e l m ercado ha dado la vuelta
y de nuevo em pieza a orientarse al alza. E n tre estos in ver
sores se incluyen tam bién algunas poderosas instituciones,
com o cajas de pensiones, com pañías de seguros y muchas
otras qu e están obligadas a m an tener inversiones a largo pla
zo, p ero que tran sitoriam en te só lo quieren p oseer e fe c tiv o o
inversiones a co rto plazo, los llam ados m oney-m arket-Fonds.
L A N I Ñ A DE M IS OJOS:
L A B O L S A D E P A R IS
253
las baran dillas fre n te a las pizarras y tablones en qu e se
anotan los distin tos cursos de los valores y acciones, donde
todavía, parcialm en te, se sigue escribiendo con tiza y bo
rran do con una esp on ja húmeda. En los días agitados, el
nú m ero de personas puede ascender a 5 000. Y todas tienen
que h ab er realiza d o lo qu e las lle v ó a llí en el plazo de dos
horas. E n Fra n k fu rt, los bancos pueden a ctu ar en la Bolsa
las 24 horas d el día. E n la Bolsa de París aparecen 24 agentes
libres o dependientes de la B olsa con una co h o rte de 800 per
sonas. E n P a rís la clien tela se com pon e en gran p a rte de es
peculadores particu lares qu e frecu en tem en te cam bian sus
com prom isos a diario. E sto se deb e a que, en com paración con
las B olsas alem anas, los gastos son m uy bajos.
T a m b ién qu ienes acuden a la B olsa sin in ten ción de in
terv en ir en lo s n egocios pueden pasar un buen rato. Casi en
ninguna o tra p a rte he p o d id o o ír m ás chism es y com en tarios
sobre la B olsa qu e en París. L a gente discute de política, se
cuenta h istorias qu e la m a yoría de las veces carecen de im
portancia, y só lo m u y pocas encierran un m ín im o de verdad.
Pese a tod o, acu do allí con placer. En ninguna o tra p a rte del
m u ndo se pu ede en con tra r un núm ero igual de in eptos p o r
m etro cuadrado.
T o d o tran scu rre en m ed io de un gran bu llicio, com o si se
hablara a través de un sistem a de altavoces. En París, los
n egocios de la B olsa n o están en manos de banqueros dis
tinguidos y b ien educados, sino de las 45 em presas de agen
tes de cam b io y Bolsa, cada una de las cuales en vía un p rom e
dio de 40 em pleados de tem peram ento apasionado y m odales
excitados, cada uno de los cuales sé ocupa de un gru po de va
lores o acciones. E l escándalo qu e organizan causa la im
presión de qu e aqu ello es un verd a d ero caos, p ero en reali
dad dom in a una rígida organización.
E n re cu e rd o de D a u m ie r y Z ola
254
gocios m ixtos, y conduce a especulaciones realm ente audaces.
Esos negocios recuerdan las gigantescas partidas de p o k er en
las cuales dos ju gadores — los partidarios del alza y de la
baja— se enfrentan y tratan de estrangularse mutuamente.
Lo s llam ados corner-syndicates (co m o recientem ente el Hunt-
C o m e r de la plata) están a la orden d el día con ayuda de las
operacion es aplazadas y las opciones. H a y tam bién m iles de
seguidores, y entre ellos incontables víctim as. Docenas de syn-
dicates manipulan el curso de las acciones al alza p ara des
pués endosárselas a los incautos, entre ello s a algunos d irec
tores de fondos de inversión.
255
la d irección de Raym ond B arre? N o es de creer. M ás bien
al contrario. Dejando a un lado las temidas evoluciones, tan
peligrosas, en la política económ ica, si el gobiern o francés
m antiene sus promesas electorales, tarde o tem prano se verá
obligado a com unicar al pueblo: «L a s cajas están vacías.»
En todo el mundo, hasta ahora los socialistas se han ocupado
de dificultar el desarrollo de la econom ía política.
M e acuerdo com o si fuera ayer. Tras varios años de caos
p o lítico y financiero causado por los gobiernos de la izquier
da radical, hubo en Francia un nuevo m inistro de Finanzas,
Anatole de M onzie, un hom bre extraordinariam ente brillante,
al qu e llegué a conocer bastante bien. Su p rim er discurso ante
el Parlam ento lo com enzó con las siguientes palabras: M es-
sieurs, les caisses sont vides. El gobierno se derrumbaba, el
fran co descendía y el pánico desató una reacción política tan
violen ta hacia la derecha, que condujo a la total recupera
ció n de la salud económ ica de Francia. Y el franco, im pul
sado p o r una eu foria económ ica, pasó a ser durante unos
años la m oneda más sólida del mundo.
E l m in istro de Econom ía y Finanzas, Jacques Delors, que
es un m esurado y responsable catedrático, es adem ás socia
lista y pudo haber tom ado posesión de su cartera m inisterial
con estas palabras: «Camaradas, las cajas están vacías.» El
gobierno de Giscard-Barre le había dejado el tesoro en una
situación especialm ente favorable y cóm oda y con inmensas
reservas de o ro en la Banque de France. Los «n u evo s» sólo
pudieron hacer lo que habían prom etido: re p a rtir e l dinero.
E l bueno de Raym ond B arre, el prototipo del antidem agogo,
supo amasar ese tesoro pese a todas las dificultades. Pero
com etió e l m ism o e r ro r que muchos otros políticos, profeso
res y soñadores bien intencionados, antes que él: con tó con
la inteligencia de los electores y no con sus em ociones y su
fá cil credulidad. La derrota de Giscard no estaba justificada
p o r la situación económ ica y el relativo alto n ivel de vida de
la población, Naturalm ente, no podía hacer m ilagros, pero
sus sucesores, tampoco.
La consigna propagandística del «ca m b io » resultó, pese
a todo, extraordinariam ente eficaz. Otros factores negativos
fueron el estilo de vida de Giscard, propio de un rey, y la
presuntuosa actitud de la alta burguesía francesa, a la que
él representaba. Se trata, sin lugar a dudas, de la más arro
gante y egoísta clase social de Europa.
256
los partidos y los agitadores de izquierdas, y esto no sólo
puede aplicarse a Francia sino a toda Europa. T a n to si se
trata del socialism o com o de una econom ía lib re de m er
cado, tod o lleva siem pre a lo m ism o: un gran pastel qu e está
in justam ente rep a rtid o o un pastel pequeño, equ itativam ente
rep a rtid o, p e ro en trozos tan pequeños qu e resultan m enores
qu e las m ás pequeñas porciones del pastel gran de m al re
p artido.
E l presiden te M itterrand, tratará, naturalm ente, de fom en
tar la econom ía, de aum entar m asivam ente los salarios y los
gastos sociales para aum entar el p o d er adqu isitivo. P ero com o
la estabilidad es el p rim er m andam iento para tod o gobierno,
el cam po de ju e g o de qu e dispondrá será m uy redu cido y
dem asiado estrech o para él. L o s electores, los com pañeros
de p a rtid o y, en especial, los sindicatos con trola d os p o r los
com unistas, son im pacientes y quieren qu e sus exigencias
sean cum plidas. La consecuencia puede ser d ram ática: una
fa tíd ica espiral de precios. L a fuga de capitales de los ahorra
dores y la desconfianza d el ex tra n jero podrán a celera r la de
valuación del din ero, y en ese caso ni siquiera bastarán las
reservas en divisas heredadas de B arre. Cientos de medianas
em presas están amenazadas de quiebra, sobre to d o porqu e
los tipos de interés y las cargas sociales han su bido tanto que
resultan ya insoportables.
Dónde y có m o term inará todo esto es fá cil de adivinar.
La palabra «c a m b io » es sólo una consigna apaciguadora. En
realidad, se trata de un p eligroso experim en to qu e só lo puede
d a r buen resu ltado sobre el papel de los teóricos d el socia
lism o; en la práctica, nunca podrá ser llevado a buen térm ino.
P ara e llo serla necesario poseer una disciplina de h ierro y
un gran espíritu de sacrificio. ¿ Y qu é pu eblo los tiene? Los
franceses, ciertam ente, no. A sí que llegará un día en qu e el
m in istro de Finanzas de turno se verá en la o b liga ció n de
declarar: «S eñ ores, las cajas están vacía s.» D ondequ iera que
se ha intentado, el experim en to de la izqu ierda sólo puedo
ilu stra rlo con una frase: «L a s izquierdas llegan, traen la rui
na y se van o son expulsadas, p ero la ruina q u ed a .» E l jú
b ilo d e las prim eras semanas, los bailes y cantos en las calles
no son decisivos. N ada es tan variable co m o la opin ión pú
blica.
P o r p rin c ip io , esperanza
257
su agudo in telecto y su realism o. A l menos asi es com o yo
ve o el problem a, puesto que m i corazón está a la izquierda,
p ero m i cabeza m uy a la derecha.
Subrayo « m i ca beza» y no m i cartera. M i cartera está en
los E stados Unidos de A m érica.
L A S B O LS A S E X T R A E U R O P E A S
¿Cuál deb e ser la postura con respecto a las B olsas con las
cuales lo s eu ropeos tienen poco contacto? L a respuesta no es
sencilla, pu esto q u e no puedo o fre c e r más qu e im presiones
personales. A q u ellos qu e conozcan m e jo r las circunstancias
de los países en cuestión y de sus Bolsas, podrán o fre c e r una
d escripción m ás cabal de sus características.
La Bolsa de T o k io
258
La Bolsa de Sydney
La B o ls a de T e l A v iv
259
taba sólo de una muestra de la inconm ovible confianza de
un pueblo en su propio destino.
Hace treinta años, la Bolsa de T el A viv se com ponía de
una pequeña sala y una muy reducida lista de valores. Unas
cuantas personas se sentaban en torno a una mesa y aquello
causaba la im presión de una partida de canasta m ás que de
una sesión de Bolsa. En la actualidad, cuenta con un consi
derable núm ero de m iem bros, especialm ente bancos y algu
nas firm as de agentes de Cam bio y Bolsa..., todos ellos de
origen alemán.
E l patio de la Bolsa se com pone de dos partes: una para
los valores de interés fijo y la otra para las acciones. La lista
de obligaciones es especialm ente num erosa y variada.
Puesto que los ju díos, al cabo de tantas pruebas, sólo
creen en cosas seguras — fronteras seguras, armas seguras c
ingresos seguros— , las obligaciones y valores de renta fija y
la deuda cotiza b le son los p referidos en el índice de precios.
En el m ercado de acciones, se cotizan en la actualidad so
ciedades de distintas ramas, desde bancos a em presas made
reras y constructoras. Los principales clientes de la Bolsa
son las com pañías de seguros, los sindicatos, las cajas de
pensiones y la Jewish Agency, así com o algunos fondos de
inversión. Incluso los kibbuzim invierten sus ahorros en ac
ciones y o tros valores.
La B olsa de Tel A viv ya no es la más pequeña del mundo,
p ero sí la qu e tiene más virtudes. En todas las Bolsas de los
países en los que hay restricciones para el m ovim iento libre
de divisas, existe una mesa en un rincón, en la que se llevan
a cabo transacciones prohibidas sin que los qu e en ellas in
tervienen vean nada reprobable en su actividad. En T el Aviv
es distinto. Los m iem bros de la Bolsa considerarían una cosa
así im propia de su dignidad.
Inútilm ente he tratado de encontrar anécdotas o chistes
en relación con la Bolsa de Tel Aviv. ¡In ú tilm en te! Eso no
se correspondería con la mentalidad respetable y puritana
del Israel de hoy. Una actitud así no o frec e margen para la
especulación incontrolada ni para los escándalos.
E l fu n dador espiritual de Israel, T h eo d or H erzl, de Buda
pest, le escribió a un amigo, dos meses antes de su muerte:
« N o hagas ninguna tontería mientras y o estoy m u erto.» Los
profesionales de la Bolsa de T el A viv, p o r lo que personal
mente he podido observar, se han tom ado muy en serio ese
consejo y lo guardan en su corazón.
260
B A R B A R A S IL B IG E R :
LA P IT O N IS A DE H U N G R IA
261
conocim ientos sobre la Bolsa. M e qu edé a llí casi dos horas
y m e resu ltó m uy agradable en co n tra r una discípula tan in
teligente e in teresada en el tema. A l despedim os, m e hizo p ro
m eter q u e seguiría en contacto con ella y que, de tiem po en
tiem po, le daría p o r carta m i opinión sobre los distintos m er
cados bursátiles d el mundo.
262
M I R E D U C ID O C IR C U L O DE LO S U L T IM O S M O H IC A N O S
263
— ¡Has llegado con diez minutos de retraso! — recrim ina
ba a uno com o si acabara de llegar tarde a la sesión inaugu
ral de la Bolsa.
Con extraordinaria pasión, el con sejero de Bolsa Kelem cn
nos hablaba del b rillo de la desaparecida Bolsa de M ercan
cías y E fectos de Budapest, de su im portancia y del papel que
había desem peñado en otros tiem pos. Y tenía razón, pues la
B olsa de cereales de Budapest era en la época del Im perio
Austrohúngaro el m a yor m ercado de com pras aplazadas de
toda Europa. Las comunicaciones telegráficas con Chicago
no se interrum pían. Todos los húngaros estaban interesados
en conocer la cotización del trigo o la cebada. Pero igualmente
la Bolsa de valores y efectos ocupaba a los profesionales
hasta bien entrada la noche para p o d er h acer o deshacer sus
com prom isos de acuerdo con las noticias que les llegaban a
la hora de cierre desde la Bolsa vespertina de Frankfurt.
E l co n sejero de Bolsa Kelem an es algo así com o una en
ciclopedia vivien te en tod o lo relacionado con la Bolsa de
Budapest desde el m om ento de su fundación en 1860. En
1906, la Bolsa de Budapest se trasladó desde su antigua sede
a un nuevo palacio que disponía de una de las m ayores salas
de cotizaciones y cam bios de todo el mundo (2 640 metros
cuadrados de superficie). Hasta 1949 viv ió días felices, otros
menos dichosos y algunos dram áticos. E l régim en comunista
decidió acabar con ella y tran sferir el palacio de la Bolsa a la
Radiotelevisión Húngara.
En el punto culminante de las operaciones con todo tipo
de acciones y valores, que tuvo lugar durante el períod o de
la gran inflación, entre 1921 y 1926, la B olsa de Budapest llegó
a contar con más de 6 000 m iem bros, y pasaba de los 3 000 el
núm ero de otras personas interesadas en ella. Los que no
eran m iem bros tenían que apretarse a diario en la antesala
para p o d er satisfacer sus ansias p o r conocer los aconteci
m ientos. En el subsiguiente período de deflación, la cifra de
m iem bros se redu jo a 1 400.
E n tre aquellos veteranos bolsistas m e sentí com o en un
pequeño círcu lo de «lo s últim os m ohicanos», en un mundo
tan extraño com o pintoresco. S ólo a fuerza de exclamaciones
de adm iración, lograba obtener de ellos nuevas anécdotas de
los viejos tiempos. En realidad, el pasado no les interesaba.
Preferían escuchar de mis labios el relato de algo nuevo o
sensacional. Aquel café en que se reunían (y quizá aún se
reúnen) estaba en Budapest, pero su mundo radicaba en W all
Street, Londres o Zurich. Analizaban el balance del papel
moneda, el m ercado internacional del oro, el más reciente
de los program as financieros del presidente francés M itterrand
o la influencia de la cosecha rusa sobre el mercado de cerea
les de Chicago.
Estoy orgulloso de pertenecer a ese grem io y de tener
compañeros y colegas semejantes. Cada uno de ellos podía
com pararse con ventaja al fam oso B. B. Un gerontólogo con
264
firm aría, sin duda, qu e su talante ju ven il es fru to de su in
cesante gim nasia mental.
LA B O LS A : U N IM P E R IO E N E L Q U E — A S I LO E S P E R O —
E L S O L N O S E P O N D R A JAM AS
265
Apéndice
S IE M P R E H A Y Q U E T E N E R M IE D O , P E R O N U N C A
A T E R R A R S E : P E Q U E Ñ O C A T E C IS M O DE L A B O LSA,
PO R A N D R É K O S T O L A N Y
T im in g es tnoncy.
267
En la Bolsa, una verdad a medias es una m entira com
pleta.
268
con su ú ltim o m illón . H oy el ahorrador lo pierde con su p ri
m er m illón .
269
encontrarán tantas personas p o r m etro cuadrado qu e viven
p o r encim a de sus posibilidades intelectuales.
270
Antes de h aber llegad o a com pren der e incluso dom in ar
un p oco la Bolsa, es preciso haber pagado el aprendizaje
con m ucho dinero.
D IE Z M A N D A M IE N T O S
D IE Z P R O H IB IC IO N E S
T ítu lo s publicados:
1/Jean-Fransois Revel
E L ESTADO M EGALOM ANO (L a Gráce de l'É tat)
2/Ferdinand Lips
LAS IN V E R S IO N E S
Cómo se ganan, se conservan, se incrementan y se pier
den las fortunas.
3/Mark Stevens
LAS OCHO GRANDES
El prim er libro sobre las multinacionales que asesoran
al mundo empresarial.
4/Timothy Green
E L NUEVO MUNDO D EL ORO
Sus minas, sus mercados, su política y sus inversiones.