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Platón: Gorgias o de la retórica.

"¿No es cierto que nuestra vida, la de los humanos, estaría trastocada


y que, según parece, hacemos todo lo contrario de lo que debemos?"
Calicles

Sócrates desea dialogar con Gorgias sobre el poder de su arte y sobre el contenido mismo de lo que proclama y enseña, siendo este
sofista muy famoso por acostumbrar a su auditorio a formular libremente preguntas sobre las cuales magistralmente podía dar
respuesta en su totalidad. No obstante, es Querefonte quien en conversación con Polo, formula las primeras intervenciones sobre el
oficio de Gorgias. Al respecto, responde que Gorgias cultiva la más bella de las artes, ejercitada a partir de la experiencia, siendo
esta la que permite que la vida avance con relación a las normas y lejos del azar (448c). No obstante, Sócrates manifiesta su deseo
de conversar directamente con Gorgias, toda vez que Polo es diestro en retórica, pero no en dialogar.

Gorgias expresa que el arte que ejercita es la retórica. Se ufana incluso, de ser el único capaz de decir las mismas cosas con menos
palabras. Ante la pregunta de cuál es su objeto de conocimiento, el sofista reconoce que son los discursos. Sócrates le controvierte,
al postular que también la medicina es un discurso sobre la curación de las enfermedades, la gimnasia es un discurso sobre el buen o
mal estado de los cuerpos, pero ni a la medicina ni a la gimnasia se le llama retórica. Al respecto, Gorgias considera que en la
retórica toda la actividad y eficacia se producen por medio de la palabra. No obstante, Sócrates afirma que dentro de la variedad
de artes exploradas por los hombres, existen unas que no requieren en absoluto el uso de la palabra y, como tal, son ajenas a la
retórica: la pintura, la escultura. Otras, en cambio, requieren de la palabra para estructurarse: la aritmética, el cálculo, la geometría.
De lo anterior, no puede concluirse que la aritmética sea retórica, por ejemplo.

Ante la insistencia socrática sobre aquello de que trata la retórica, Gorgias responde que esta es el más excelente e importante de
los asuntos humanos. Inconforme de nuevo, Sócrates controvierte dicha apreciación con la de otros tres personajes: el médico, el
maestro de gimnasia y el banquero, Todos ellos consideran que su propio actividad es más importante que el resto: el primero
aporta salud, el segundo hermosura y el tercero riqueza ¿Cómo convencerlos a ellos de qué la retórica es más importante que los
otros tres oficios mencionados? Gorgias considera que la retórica es el mayor bien pues procura libertad y permite a cada uno
dominar a los demás en su propia ciudad. "Ser capaz de persuadir, por medio de la palabra, a los jueces en el tribunal, a los
consejeros en el Consejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos" (452e). La dialéctica
de Sócrates continúa con el siguiente énfasis: si la retórica es básicamente persuasión entonces también el maestro de aritmética
que convence en sus discursos relacionados con los números es retórico. Así, nuevamente la respuesta de Gorgias no diferencia aún
la retórica de otras artes y ciencias. Por ello, el sofista agrega un matiz: es retórica aquella persuasión que se produce en los
tribunales y en otras asambleas sobre lo que es justo e injusto.

Sócrates prosigue el diálogo forzando aún más las respuestas de Gorgias en lo concerniente a la capacidad que tendrán los hombres
retóricos de convencer a la ciudad, es decir, sobre qué ciencia se convierte en experto un retórico. Gorgias puntualiza que el orador
es el más capacitado para hablar ante la multitud con más poder de persuasión que cualquier otro, independientemente de su
profesión. Esta ventaja del orador, continua Gorgias, no lo debe llevar a discriminar las demás profesiones sólo por el hecho de que
él sea el único en producir mayor persuasión en la multitud. A Sócrates la parece llamativo que Gorgias pueda enseñar la retórica a
cualquier hombre que quiera ser su discípulo, con el fin de hacerlo apto para persuadir a la multitud. En tal sentido, la multitud
tendría correlación con la ignorancia, porque ante los que saben el orador no podría ser más persuasivo que el médico. En tal
sentido, el retórico logra destacarse entre grupos de hombres ignorantes y no de sabios. El punto es:

¿Respecto a lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, el conocedor de la retórica se encuentra en la misma situación
que respecto a la salud y a los objetos de las otras artes, y, desconociendo en ellas qué es bueno o malo, qué es bello o feo y qué es
justo o injusto, se ha procurado sobre estas cuestiones un medio de persuasión que le permite aparecer ante los ignorantes como
más sabio que el que realmente sabe, aunque él no sepa? (459d).

Gorgias reconoce que el orador no tiene conocimiento de las cosas justas, buenas y bellas, pero puede aprenderlas de su maestros
para que así pueda convertirse en un discípulo justo. No obstante, en un momento previo de la conversación, Gorgias ya había
reconocido que era posible que un orador empleara su arte injustamente, sin que por ello se le debiera culpar y expulsar al maestro.

Momentos después, Polo se sorprende por el hecho de que Sócrates considerara la retórica no como un arte sino como una práctica
que produce cierto agrado y placer. De lo anterior, infiere Sócrates que dicha práctica no tiene relación con lo bello y complementa
su definición comprendiendo la retórica como el simulacro de una parte de la política (463e). Sócrates explica esta apreciación de la
siguiente manera. Toma en consideración el cuerpo y el alma y establece cuatro artes que le corresponden: la medicina, la gimnasia
(Cuerpo), la legislación y la justicia (Alma). Estas cuatro artes producen el mejor estado tanto del cuerpo como del alma. No
obstante, junto a cada una de ellas pueden mencionarse algunas adulaciones que no son artes sino prácticas y que son poco
diferenciadas por muchos: la culinaria, la cosmética (Cuerpo), la sofística y la retórica (Alma). "La cosmética es a la gimnástica lo que
la sofística es a la legislación y la culinaria es a la medicina lo que la retórica es a la justicia" (465c).

Polo y Sócrates continúan el debate esta vez sobre si el orador (o político) tiene poder y si es conveniente o no dicho poder para él y
para la ciudad. A propósito, Polo considera envidiable la situación de un tirano que puede matar, desterrar, encarcelar o quitar
bienes a otros hombres, "Cómo quiera que obre, ¿No es, en ambos casos, un hombre envidiable?" (469a). Sócrates, inconforme,
considera que si fuera necesario cometer o sufrir una injusticia, sería preferible padecerla, por ende, Sócrates no está de acuerdo
con la tiranía. Polo, refutándolo, le indica que existen muchos hombres injustos que son felices, por ejemplo, Arquelao, rey de
Macedonia. En últimas, Polo considera que el hombre que obra mal y es injusto es dichoso. A pesar de lo anterior, Sócrates conduce
a Polo a la tesis contraria. Entre cometer injusticia o padecerla, Polo admite que lo más malo es lo segundo, pero lo más feo es lo
primero. Con ello, deslinda de forma inconcebible lo bello de lo bueno y lo feo de lo malo. En la lógica socrática, si cometer una
injusticia es lo más feo y dañoso, necesariamente es lo más malo.

Para reforzar más su planteamiento, Sócrates le propone a Polo deducir que arte es el más agradable y útil. Para tal efecto, le
inquiere sobre si el que castiga con razón castiga también justamente. Dada la respuesta afirmativa de Polo, Sócrates arguye que el
beneficio del castigo en un hombre es mejorar su alma, si en realidad es castigado con justicia (477a). De hecho, al relacionar la
justicia, la riqueza y el cuerpo con sus tres males respectivos: la injusticia, la pobreza y la enfermedad, se concluye que es la injusticia
el mal más feo de los tres. Si es el más feo también es el más malo, pues produce el mayor dolor y daño. "Luego la maldad del alma
es lo más feo, porque supera a los demás males por el daño desmesurado y por el asombroso mal que causa, puesto que no es por
dolor, según tus palabras" (477d). Desde esta perspectiva, Sócrates plantea que la justicia es el arte más bello y argumenta por ende
que el segundo de los males en magnitud es cometer injusticia, pero cometer injusticia y no pagar la pena o el castigo merecido es el
mayor de todos los males (479d).

Luego de la anterior disquisición, Sócrates pregunta nuevamente sobre la utilidad de la retórica. Pues para defender la injusticia
propia, la de los padres, amigos, hijos o la injusticia de la patria dicho arte no es para nada útil. Según Sócrates la retórica es un arte
útil para los interesados en cometer injusticias.

Calicles sustituye a Polo en la palabra y entra a discutir con Sócrates sobre una distinción poco considerada en los diálogos
planteados anteriormente con Gorgias y Polo, a saber: la distinción entre la naturaleza (fisis) y la ley (nomos). Por naturaleza, afirma
Calicles, es más feo sufrir una injusticia, pero desde la óptica de la ley es más feo cometerla. Las leyes fueron elaboradas por los
débiles y por la multitud. Por tal razón las leyes “Tratan[...] de atemorizar a los hombres más fuertes y a los capaces de poseer
mucho, para que no tengan más que ellos, dicen que adquirir mucho es feo e injusto, y que eso es cometer injusticia: tratar de
poseer más que los otros. En efecto, se sienten satisfechos, según creo, con poseer lo mismo siendo inferiores (483c).

Para Calicles, la filosofía encanta si se toma moderadamente desde la juventud, pero si se insiste en ella más de lo conveniente se
convierte en la perdición de los hombres (484c). Así, la filosofía es propia de jovenes y no de adultos. Desde estas consideraciones,
considera que si un hombre de edad continua filosofando debería ser azotado y, en particular, cuestiona a Sócrates sobre si acaso no
siente verguenza de su propia filosofía. Sócrates, según Calicles, no es imitable, como si lo son los ricos.

La respuesta de Sócrates relaciona el hecho de ser hombre poderoso y ser mejor. En efecto, la multitud tiene más poder que un solo
hombre y desde ella brotan las leyes que rigen la ciudad, por tal motivo, sus decisiones por naturaleza son bellas y mejores y dentro
de ellas se destacan las siguientes: justo es conservar la igualdad entre los ciudadanos, vergonzoso es cometer injusticia. "Luego no
solo por la ley es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla y se estima justo conservar la igualdad, sino también por
naturaleza" (489b). Por lo anterior, Sócrates le solicita a Calicles que clarifique quienes son esos hombres que denomina como
"mejores".

Calicles reafirma que es justo por naturaleza que el mejor y más sensato de los hombres gobierne a los menos capaces y posea más
que ellos. Sócrates interpreta en esto que el médico por ser el más sensato respecto de la alimentación debe tener más alimentos
que el resto, que el tejedor más hábil tenga el manto más grande, los vestidos más numerosos y bellos y que el zapatero más hábil
lleve puesto más calzado y de mayor tamaño que nadie. Ante lo anteriormente expuesto, Calicles, algo indispuesto, le precisa a
Sócrates que los mejores hombres y más poderosos son los que tienen buen juicio para el gobierno de la ciudad y los más decididos.
Es más, considera que lo justo y bello por naturaleza consiste en dejar que los deseos crezcan cuanto sea posible y nunca
reprimirlos, ser capaz de satisfacer los deseos con decisión e inteligencia y saciarlos con lo que en cada ocasión sea objeto de deseo
(492a). Infiere Calicles de lo anterior que la multitud, como no es capaz de practicar esto, oculta su propia impotencia valorando
como lo apropiado en un hombre la intemperancia, la moderación y la justicia.
Sócrates convencido de que la vida de un hombre disoluto es peor que la de uno ordenado, pregunta a Calicles si todos los placeres
son iguales o si en ellos existen algunos que no sean buenos. Dado que para Sócrates toda necesidad y deseo es penoso y en el caso
específico de un hombre que tiene sed y bebe algo, experimenta dolor y placer al mismo tiempo, entonces puede concluirse que
sentir placer no es ser feliz, ni sentir dolor es ser desgraciado (497a). Además, Sócrates considera que al buen orden del cuerpo se le
llama "saludable" de donde se originan la salud y las otras condiciones de bienestar del cuerpo. Al buen orden del alma, por su
parte, se le da el nombre de norma y ley, por la cual los hombres se hacen justos y moderados. Así como los médicos permiten a un
hombre sano satisfacer sus deseos y al enfermo nunca saciarse de lo que desea, igualmente en lo que respecta al alma, "mientras
esté enferma, por ser insensata. inmoderada, injusta e impía, es necesario privarla de sus deseos e impedirla que haga otras cosas
que aquellas por las que pueda mejorarse" (505b).

"Yo establezco esto así y afirmo que es verdad; y si es verdad, el que quiera ser feliz debe buscar y practicar, según parece, la
moderación y huir del libertinaje con toda la diligencia que pueda, y debe procurar, sobre todo, no tener necesidad de ser castigado;
pero si él mismo o algún otro de sus allegados o un particular o la ciudad necesita ser casitigado, es preciso que se le aplique"
(507d).
Sócrates razona que el arte que prepara a un hombre para no sufrir injusticia o padecerla en menor medida consiste en gobernar la
propia ciudad, o tener el poder absoluto, o ser amigo del gobierno existente. Ante el asentimiento de Calicles por semejante
afirmación, Sócrates infiere entonces que en caso que una ciudad sea gobernada por un tirano, aquel hombre que quisiera evitar el
padecimiento de una injusticia, tendría que acostumbrarse desde joven a alegrarse y disgustarse con las mismas cosas de su dueño y
procurar hacerse lo más semejante a él. Ahora bien, en tal situación, dicho hombre cometerá el mayor número de injusticias sin
sufrir castigo, y por ende, a su alma le sobrevendrá el mayor mal, siendo perversa y corrompida por la imitación de su dueño (511a).

Posteriormente, Sócrates pregunta si Calicles en su experiencia en los negocios públicos ha hecho mejor a algún ciudadano, "¿Hay
alguno que, habiendo sido antes malvado, injusto, desenfrenado e insensato, por intervención de Calicles se haya hecho bueno y
honrado, sea forastero o ciudadano, esclavo o libre?" (515a). Calicles no responde, y en esto está implícito que no sólo los políticos
actuales de Atenas no son buenos, sino que tampoco lo fueron Pericles, Cimón, Temistocles y Milcíades (517a). Sócrates y Calicles
coinciden en que los políticos del pasado fueron mejores facilitando la construcción de naves, murallas, arsenales y cosas
semejantes, pero en cuanto a modificar las pasiones y reprimirlas tratando de persuadir a los ciudadanos y de llevarlos contra su
voluntad a aquello que pueda hacerlos mejores, en nada superan, los antiguos a los nuevos.

Sócrates finaliza el diálogo narrando el conocido mito homérico sobre Hades que él considera verídico. Llegada la muerte, los
hombres que han vivido justa y piadosamente irán a la isla de los bienaventurados, siendo allí felices y estando libres de todo mal.
Por el contrario, los hombres injustos e impíos deben ir a la cárcel de la expiación y del castigo, llamada tártaro. Los juicios a los
hombres eran realizados el mismo día en que estos morían, presentándose casos recurrentes de juicios defectuosos. Dada la
intercesión de Hades y los guardianes de la isla de los bienaventurados, Zeus ordenó cambios, instruyendo a Prometeo que les
privara a los hombres del conocimiento anticipado de la hora de la muerte y se realizaran juicios con los cuerpos desnudos, pues
muchos de los que tienen el alma perversa están recubiertos con cuerpos hermosos, con nobleza y con riqueza, turbando la sensatez
de los jueces. Además, nombró jueces a tres de sus hijos: Minos, Radamantis y Eaco, los dos primeros de Asia, el restante de Europa.
A partir de esta narración, Sócrates infiere que aquellos hombres que en vida han sido reyes o príncipes cometen los delitos más
graves e impíos. Tántalo, Sísifo, Ticio, fueron condenados en el Hades a castigos sin fin, pues "los hombres que llegan a ser más
perversos salen de entre los más poderosos" (526a). Igualmente, el relatar y meditar este mito ha llevado a Sócrates a pensar de qué
modo presentará al juez el alma lo más sana posible, despreciando los honores dispensados por la multitud y cultivando la verdad.
Por consiguiente, "tomemos como guía este relato que ahora nos ha quedado manifiesto, que nos indica que el mejor género de
vida consiste en vivir y morir practicando la justicia y todas las demás virtudes".

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