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Roland Barthes fue sin duda uno de los genios más lucidos y sorprendentes que tuvo la
semiología del mundo. No sólo por sus aportes a la disciplina que estudia los signos, sino
por sus valiosas contribuciones en el esclarecimiento de la crítica literaria. Como sabemos,
nació en Cherburgo Francia el 12 de noviembre de 1915 y se fue de este mundo el 26 de
marzo de 1980. Dejó un patrimonio de más de 350 artículos generales, más de 60 prólogos
o participaciones en obras colectivas, más de 40 participaciones en coloquios y entrevistas,
más de 45 seminarios y conferencias, así como sus análisis lúcidos sobre la realidad del
siglo XX poblada de símbolos.
Las influencias que recibió, de los que se valió para promover sus investigaciones y que son
claves para la lectura de sus libros son: el existencialismo, marxismo, la semiología, el
psicoanálisis y la teoría del texto. Al comprobar como se aproximó este autor irreverente
campos tan disímiles como la literatura, lo popular, la moda y hasta los programas de
televisión como de Cath, Philip Thody y Ann Course podemos darnos cuenta cómo este
loco genio se convirtió en una figura clave del movimiento post estructuralista francés de
los 60 del siglo pasado.
Protestante, homosexual y doctor frustrado, sus reflexiones iniciaban con preguntas como
por ejemplo: ¿Quién no siente lo natural que resulta en Francia ser católico, casado y tener
buenas calificaciones académicas? Esto tratando de responder a la necesidad de distinguir
entre naturaleza y cultura.
Una de las preocupaciones iniciales de Barthes fue sobre el lenguaje que hace posible los
discursos en las diferentes manifestaciones de los seres humanos. En la vida cotidiana se
piensa que los lenguajes son naturales y no lo son. Estos lenguajes expresados mediante
signos son convenciones de fenómenos históricos, de usos de distintas épocas, sin embargo,
siempre se los presenta como naturalizados como si fueran parte de la cultura universal.
Barthes es enfático en sus estudios al refutar este modo de entender los signos. Para él los
signos no son naturales sino culturales. Sostenía que no tiene nada de natural comer de
una determinada manera, ponerse tal vestido o participar de determinadas actividades
sociales.
Uno de los libros que escribió: “El grado cero de la escritura”, es un ensayo aplicado al
lenguaje del texto literario. Allí señala que el lenguaje literario no debe ser considerado
natural como lo sostiene cierta crítica literaria sino como opaco. Su desacuerdo con el estilo
neutro lo hizo plantear que la naturalización de la misma es una forma de naturalismo no
natural, es decir, concluirá el “naturalismo es una ideología”. Así la dicotomía
historia/naturaleza, se encuentra en “El grado cero de la escritura”, allí expresaba: “La
escritura realista está muy lejos de ser neutra, está cargada de los signos más espectaculares
de su fabricación”.
Otro de los textos muy conocidos de Barthes es “Mitologías” Allí se encuentran artículos
sobre la prensa, un film, un espectáculo, una exposición, las fotos de los semanarios, los
juguetes de los niños franceses. En los análisis que realiza en estos textos pone en evidencia
las formas del lenguaje que lo caracterizan. La noción de mito es utilizada como un
medio para desenmascarar la falsa evidencia en la que se sostiene la noción de lo
“natural”. El mito para Barthes es un habla, esto quiere decir que el mito no es un
objeto, ni un concepto, ni una idea, sino como habla es una forma de significación de
una forma. Por ejemplo: una rosa es un objeto del mundo, pero una rosa hablada, narrada,
contada por alguien “decorada” por alguien que lo describe en su discurso deja de ser una
rosa porque es nombrado por un poeta complaciente, es decir, existe un uso social del
lenguaje porque se agrega a la materia pura.
El mito en el pensamiento barthesiano tiene una doble función: designa y notifica, hace
comprender e informa. El mito es un mensaje que se define por cómo expresa su mensaje,
es habla, en el mito es crucial como se dice y por eso se distorsiona. A diferencia de la
ideología que sirve para ocultar, el mito no oculta “es un escándalo que ocurre a plena luz
del día”. No miente, ni confiesa, ni es una idea, tampoco un concepto. Es una inflexión. Y
la inflexión supone una distorsión. La distorsión se produce por una intención de elevar o
atenuar algún hecho.
Barthes constata que la moda no se describe directamente mediante la denotación sino que
se habla de prendas de vestir pero no de moda, la moda se encuentra en connotaciones. Se
dirá por lo tanto que las prendas de vestir, por ejemplo los zapatos son “ideales para andar”
otros “para una ocasión especial” Así demostrará que el significado de esta escritura es la
prenda y que la relación entre significante y significante constituye el signo del vestido.
En relación al signo, Barthes señala que tiene dos caras (el significante y el significado)
como lo expresado por Saussure pero se diferencia de él en el plano de la sustancia de la
expresión. Al respecto Barthes toma en consideración de las ideas de Louis Hjemslev que
planteó dos estratos componentes del signo, la forma y la sustancia, dentro de los cuales
deben hacerse cuatro distinciones:
Barthes además observa que existen sistemas semiológicos que tienen una sustancia de la
expresión que, por su naturaleza, no está destinada a significar. Se trata de objetos uso que
la sociedad desvía hacia fines comunicativos, los denomina funciones signo. Por otro lado,
nuestro autor pone a prueba el concepto saussureano de arbitrariedad/motivación. Al
respecto señala que había que sustituir la noción de arbitrariedad por la de inmotivación, ya
que lo arbitrario no es la relación entre significante y significado sino la relación entre
sonido y lo representado (entre el sonido buey y el animal buey que representa). Además la
relación entre el significante y el significado es necesaria, pues si fuera arbitraria estaría
sujeta a la libertad de la masa hablante, y si esto no ocurre así con el sistema lingüístico
donde no existe tal libertad y es necesario nombrar al buey con la palabra buey y no con la
palabra perro. Lo arbitrario correspondería a sistemas cuyos signos, como en el casos de la
moda, se fundan en una decisión unilateral y no en un contrato motivado y sistema en el
que la relación entre el significado y el significante es analógica.
Las reflexiones de Roland Barthes sobre la imagen se pueden expresar a través de una
filosofía con un mensaje doble: las palabras escritas son objetos materiales y las imágenes
visuales son a su vez una forma de escritura, son inscripciones de inteligibilidad grabadas
en el espacio del mundo. Las imágenes sobre las que escribió Barthes eran aquellas a través
de las cuales este doble mensaje, y sus ideas sobre el arte en general, se articulaban de
forma mas clara. Dichas ideas, deben entenderse dentro del marco de sus reflexiones sobre
tres aspectos: la interpretación, el denominado “tercer sentido” y el “gesto”.
Interpretar es una actividad que puede realizarse sobre todo lo que un agente quiera
aprehender, comprender, con lo que quiera comprometerse o quiera leer, ya se trate de su
experiencia, un artículo de prensa, una novela, un cómic, una pintura, dibujo o escultura. La
actividad es productiva y creativa: las diferencias entre el arte y no arte, el arte de elite y el
arte de masas, las artes verbales y las artes visuales, son en este caso irrelevantes. Barthes
distingue dos tipos de lectura, una más pasiva o “lectora” y la otra más activa o “escritora”.
La primera consume lo que ya está escrito, dejándole al lector solamente la libertad de
aceptarlo o rechazarlo, mientras que la segunda es fruto de una interacción entre el lector y
lo que ya se ha escrito, entre lo que el lector extrae el texto y lo que éste a su vez extrae del
lector. Ni el lector ni el texto se consideran completos, terminados, sino que cada uno está
construido como un conjunto de posibilidades y poderes a partir de los cuales pueden
derivarse varias lecturas. Barthes se refiere a la lectura escritora en términos de “escribir
(implícitamente)”, que también pueden llamarse “interpretar”. Se trata por lo tanto de una
actuación y su resultado puede registrarse. En eso consiste precisamente la crítica: el
registro, a su vez susceptible de interpretación, de una interacción única entre la persona
que hace la crítica y el objeto.
En relación a los gestos, Barthes distinguía los mismos de los mensajes que tienen el
objetivo de producir información, los signos; que tienen la finalidad de producir
comprensión; es decir, los gestos producían todo lo demás, sin necesariamente pretender
producir nada. El gesto proviene del cuerpo del pintor y el contacto de su lápiz, carboncillo,
pincel o dedo con el papel, el lienzo, que está marcando. Los recuerdos y las anticipaciones
del movimiento de su mano y el toque de su pincel son como nos los dice nuestro autor
inherente al papel. El papel es lo que el objeto artístico es, y es, a su vez, el objeto del deseo
del artista. Porque coopera a la hora de dar luz a la línea depositada por el deslizarse del
instrumento de dibujo sobre la superficie del papel. Con esta línea, el arte traslada su centro
del objeto de deseo (el papel) al sujeto del deseo, el autor del acontecimiento gráfico del
que esta línea es la huella. Barthes denomina acción visible a la línea, tanto dibujada como
pintada, grabada, tallada, y a su producción una forma de escritura.
Para ser gestuales, las marcas superficiales han de haber sido practicadas a mano y han de
formar parte de los códigos culturales. El gesto, que siempre da la sensación de estar a
punto de ser realizado o de acabar de haber sido realizado por una persona en un momento
determinado, no es estable ni general como lo son los signos que siguen las reglas de
formación y transformación del lenguaje. Se mueve sobre estos signos, con levedad,
centrándose en el elemento material. Tanto el gesto como el sentido obtuso detienen el
movimiento hacia delante de la serie horizontal de signos que constituyen el contexto en el
que los signos significan algo, en la medida en que detienen la narración sin la cual la
mente difícilmente puede imaginar que se resuelvan las contradicciones de la historia.
Barthes detecta lo que denomina “el temblor del tiempo” en la huella que deja la mano del
artista mientras escribe y borra al mismo tiempo, y en el aspecto del signo que al mismo
tiempo significa algo y nada más allá de su propia materialidad.
Por otro lado, Barthes en sus estudios sobre la fotografía, encuentra un temblor patético en
la misma. La invención de la fotografía creó la conciencia sin precedentes de que los
objetos fotografiados habían estado ahí. La fotografía puede probar la existencia pasada de
lo que estuvo ante la cámara, y a menudo el reconocimiento por parte del espectador de que
el objeto fue pero ya no es (o ya no es precisamente lo que fue cuando se fotografió) es el
puntctum que atraviesa el studium de la fotografía. Los sentidos obtusos de las imágenes
requieren de los sistemas codificados de signos para descontextualizar, para operar, para
trabajar “en balde”.
De hecho explica Barthes que las imágenes son polisémicas, es decir que pueden
despertarnos muchos significados; tienen una cadena significante pero sus significados son
flotantes y el lector puede elegir algunos e ignorar otros. No es cierto entonces que una
imagen valga más que mil palabras y tampoco es cierto que se necesiten mil palabras para
transmitir algo. Para esto el mensaje lingüístico tiene dos funciones en relación con el
mensaje icónico: la del anclaje y del relevo. Las nociones de anclaje y de relevo han sido
muy productivas en el análisis de mensajes y nos ponen frente a la concepción barthesiana
de que todo necesariamente está mediatizado por el lenguaje verbal o como en el caso de la
noción del anclaje nos salva de los múltiples significados que pueden adoptar las imágenes.
La función del anclaje del mensaje lingüístico nos ofrece un control, es una función
denominativa (de nomenclatura) que pone nombres y nos salva al darnos todos los sentidos
posibles de los objetos (denotados). Es el control del creador y por lo tanto de la sociedad
sobre la imagen. El anclaje es control. El relevo en cambio ayuda a leer las imágenes
móviles. Es una función de complementación, más frecuente en cine, o en las historietas y
en los dibujos humorísticos cuando aparecen fragmentos de diálogo que complementa lo
que dice la imagen.
El punto de partida para dilucidar las tensiones básicas del relato, se pregunta Barthes:
¿Qué tienen en común todos los relatos? Refiriéndose a los cómics, los cuentos, las
novelas, el relato histórico, una crónica policial, un guión; y, en general, a todas las formas
que poseen una estructura narrativa. Para responder a esta interrogante Barthes propone un
modelo teórico de la estructura del relato que necesariamente debe ser deductivo, debido al
gran número de relatos existentes y a partir del cual se observarán las adecuaciones y las
separaciones de cada relato respecto del modelo forjado.
Así como una oración puede ser descrita por niveles, el de los sonidos, el de las
representaciones abstractas de los sonidos, el gramatical y el contextual, estos niveles están
en relación jerárquica unos con otros y esto quiere decir que ningún nivel puede, por sí
sólo, producir sentido. Cada nivel debe integrarse en uno superior: los sonidos se integran a
la palabra y la palabra a la oración si quieren producir sentido. El modelo semiológico de
análisis de relatos debe postular entonces una jerarquía integradora de todos los niveles. A
este respecto Todorov había postulado dos niveles grandes para el análisis literario: la
historia o argumento del texto que describe una lógica de las acciones y una sintaxis de los
personajes, y el discurso que comprende los tiempos, los aspectos y los modos del relato.
También Levi Strauss, para su antropología estructural había postulado que las unidades de
los mitos, llamados también mitemas, debían ser integradas en paquetes y a esos paquetes
combinarlos entre si para obtener una interpretación.
La noción de jerarquía de instancias indica por lo tanto un principio fundacional del análisis
estructural del relato: no solo es pasar de una palabra a otra, sino es también pasar de un
nivel a otro integrando la información que recibimos. Para realizar el análisis estructural del
relato Barthes establece tres niveles: el de las funciones, en el sentido de las funciones de
Propp y Bremond, es decir, de unidades sintagmáticas que permanecen constantes a pesar
de la diversidad de relatos, el de las acciones entendidas en el sentido de los actantes de
Greimas y por último el nivel de la narración que correspondería aproximadamente, como
dice Barthes, al nivel del discurso de Todorov.
Las funciones, son unidades narrativas que establecen correlatos en el nivel superior, son
unidades de sentido que tanto pueden corresponder a las unidades inferiores de la frase,
como el sintagma, la palabra o incluso, dentro de ella, algunos elementos literarios, como a
unidades superiores a la frase o a la obra misma en su conjunto. Para Barthes, todo significa
en una obra, pero no todo significa de la misma forma. Partiendo de la teoría de niveles
distingue dos grandes clases de funciones: las distribucionales y las integrativas. Ambos
tipos de funciones son a su vez susceptibles de división. Dentro de las funciones
propiamente dichas o distribucionales, existen unidades importantes, necesarias que
establecen la apertura de una situación que son llamadas “cardinales” o “núcleos” y junto a
ellas encontramos aquellas otras cuya utilidad no estriba más que en rellenar el espacio
narrativo existente entre dos funciones cardinales, en separar los momentos de la historia;
son las llamadas “catálisis”. En las funciones integrativas o indicios, Barthes establece
igualmente divisiones, encontramos los “indicios” propiamente dichos que son una
atmósfera determinada y luego los “informantes” que son connotaciones de localización
espacio – temporal.
En las acciones, los personajes del relato son considerados por el análisis estructural como
seres desprovistos de toda esencia psicológica, pierden su consideración de “personas” para
convertirse en agentes, en actantes, acercándose así al modo en que los entendía la poética
aristotélica. Por eso es que el personaje considerado como actante este segundo nivel de
descripción se denomina como nivel de las acciones.
La narración, en Barthes como otro nivel corresponde al nivel del discurso. En este marco
existen tradicionalmente tres maneras de presentar el relato: según la primera, el relato es
ofrecido por una persona identificable que manifiesta su yo; esta figura sería el autor. Según
la segunda, el narrador sería una especie de conciencia total –omnisciente diríamos- que a
su vez es interior a sus personajes porque sabe todo lo que pasa en ellos, y exterior puesto
que no se identifica con ninguno en concreto. La tercera forma, considera que el narrador
debe limitar su relato a lo que observan o saben los personajes, como si cada personaje
fuera emisor del relato. A este respecto Barthes pone énfasis en que el autor material del
relato no se confunda con el narrador de tal relato, que sería una especie de persona
lingüística; los signos del narrador se encuentran en el propio relato y por lo tanto son
perfectamente localizables gracias al análisis semiológico.