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EL ZEN EN LAS ARTES MARCIALES

Joc IIyams
JOE HYAMS

EL ZEN
L a s artes marciales, en su expresión más refinada, son m u c h o
m á s que una c o m p e t e n c i a f í s i c a entre dos o p o n e n t e s . P a r a e l v e r d a d e r o
m a e s t r o z e n , las artes m a r c i a l e s s o n c a m i n o s p o r los que p u e d e a r r i b a r
a la s e r e n i d a d e s p i r i t u a l , a la t r a n q u i l i d a d m e n t a l y a la m á s p r o f u n d a
confianza en sí m i s m o .

EN LAS ARTES
E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S e s u n l i b r o donde usted
p u e d e a p r e n d e r a a p l i c a r a su p r o p i a v i d a l o s p r i n c i p i o s d e l Z e n , a fin
de abrir una fuente potencial de fortaleza i n t e r i o r que j a m á s h a b í a
s o s p e c h a d o d e s a r r o l l a r . A l c a n z a r la m e t a e s p i r i t u a l de las artes m a r c i a l e s ,

MARCIALES
c a m b i a r á su v i d a en f o r m a r a d i c a l y e n r i q u e c e r á sus r e l a c i o n e s c o n los
demás. Comprenderá que el esclarecimiento significa sencillamente
reconocer la a r m o n í a inherente a la vida c o t i d i a n a .

J O l í H Y A M S n o s l l e v a a través d e l c a m i n o d e l a f i l o s o f í a Z e n , que
n o s ó l o a b a r c a las artes m a r c i a l e s , s i n o t a m b i é n e l a m o r p o r l a v i d a .

E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S e s u n l i b r o escrito con
s e n c i l l e z que lleva u n mensaje d e paz e s p i r i t u a l p a r a t o d o s l o s l e c t o r e s .
JOE HYAMS
A P a t S t r o n g , q u i e n , en l o r m a p a c i e n t e y sabia, me guió d u r a n t e m u c h o s
años en todas y c a d a u n a de las etapas de mi aprendizaje de las artes m a r -
ciales y siempre fue p a r a mí un ejemplo de lo que debe ser el artista c o m p l e t o
de las artes marciales.

Y p a r a m i esposa, E l k e , q u i e n j a m á s h a c o m p r e n d i d o p l e n a m e n t e e l por-
q u é de mi absorción en las artes marciales, a u n q u e , no obstante, s i e m p r e ha
sido p a r a m i u n a fuente d e aliento.

EL ZEN
EN LAS ARTES
MARCIALES
CONTENIDO

l a . Edición, N o v i e m b r e de 1987
4a. Impresión, D i c i e m b r e de 1990

Reconocimientos 7

El Zen en las Artes Marciales 10


ISBN 968-35-0287-3

V a c í e su Taza 18
D E R E C H O S R E S E R V A D O S ©
Es el Proceso, No el Resultado 24
Título original: Z E N I N T H E M A R T I A L A R T S
Traducción: Jaime Vázquez V .
Copyright © 1979 by Joe Hyams
V i v a el Momento 28
A r t D i r e c t o r : J o h n Brogna

Copyright © 1987, por Editorial Universo, S. A, de C. V. Supere la Precipitación 32


Cerezas N o . 89 C o l . del V a l l e
México, D . F . C . P . 03100
Conozca sus Limitaciones 34

Prohibida la reproducción total de esta obra o de alguna de sus partes Hasta los Maestros Tienen sus Propios Maestros 40
por cualquier medio, fotográfico o mecánico, sin autorización por
escrito de esta Editorial.
Alargue su L í n e a 44
IMPRESO EN MEXICO - PRINTED IN M E X I C O
No Molestar 48

La Inactividad Activa 52

La Actividad Inactiva 56

Extienda su Ki 62

La Respiración Zen 68

Déjese Llevar por la Corriente 74

Enojo Sin Acción 78

Cómo Reconocer una Amenaza Real 82

Kime: Apriete su Mente 86

Mushin:

Deje Que su Mente Fluya 90

La Acción Instintiva 98

El Dolor Que no Piensa 102

Un Esfuerzo sin Esfuerzo ' 107

Convierta al Miedo en un Amigo 113

Cómo Mirar con Confianza 118


El Poder de la Concentración 124
Opciones Múltiples 128

Artes Marciales sin Zen 133

El Karate sin Armas 137

Ganar Perdiendo 144


RECONOCIMIENTOS

En el texto de este libro presento a la mayoría de los maestros


con los que estudié durante las últimas dos décadas y media,
pero sería muy ingrato si no expresara mi reconocimiento muy
especial a las siguientes personas: A George Waite por sus con-
sejos, el entrenamiento especial que me dio y su sincera amis-
tad; a Bob Phillips, quien, aunque no es un artista de las artes
marciales, tiene el espíritu, la habilidad combativa y la buena
ética deportiva típica de todos los atletas verdaderamente pro-
fesionales; a Bernie Bernheim, el cual, habiendo empezado a
estudiar karate a la edad de cincuenta y siete años, llegó al gra-
do de cinta negra a los sesenta y uno, y es toda una inspiración
para aquellos que piensan que las artes marciales son única-
mente para los ñsicamente jóvenes; a Emile Farkas, por sus
consejos y comentarios acerca del texto del presente libro; a
Stan Schmidt, de Johannesburg, quien, en el corazón de Su-
dáfrica, maneja un dojo tradicional que ya ha producido
muchos campeones mundiales; y a Larry Tatum, quien, con
toda galantería, me ha permitido entrenarme de vez en cuando
junto con sus alumnos en el dojo de Ed Parker en Santa Móni-
ca. California.
EL ZEN
EN LAS
ARTES MARCIALES

Se han escrito cientos de libros sobre la práctica de las artes


marciales oriéntales, pero sólo en unos cuantos se hace men-
ción al significado del Zen en las mismas. Ésa es una lamen-
table omisión, ya que las artes marciales, en su expresión m á s
refinada, son mucho más que una competencia física entre dos
oponentes. . . un medio de imponer la propia voluntad ó de
infligirle d a ñ o al contrario. En vez de eso, para el verdadero
maestro, el karate, el kung-fu, el aikido, el wing-chum y todas
las demás artes marciales son esencialmente caminos por los
que puede arribar a la serenidad espiritual, a la tranquilidad
mental y a la más profunda confianza en sí mismo.
No obstante, yo tuve que estudiar las artes marciales durante
varios años antes de percatarme de tal cosa. En las primeras
etapas de mi aprendizaje, como la mayoría de los estudiantes,
me pasé mucho tiempo aprendiendo y refinando técnicas y mo-
vimientos técnicos y físicos muy complejos. Sólo de vez en cuan-
do el sifu ("instructor" en chino) mencionaba que había otras
lecciones que debía yo aprender.

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Por supuesto, cuando en 1952, empecé a estudiar Karate, no
tenía la menor intención de involucrarme con el Zen o con
cualquiera otra disciplina espiritual. De hecho, nada podía ha-
ber estado más lejos de mi mente. Si alguien me hubiera dicho
adonde me llevaría mi senda a final de cuentas, lo más probable
es que hubiera rechazado esa idea como una tontería, pues yo
asociaba el Zen con el misticismo y me enorgullecía de ser una
persona completamente pragmática. Sólo después de largos
años de práctica llegué al convencimiento de que el propósito
más profundo de las artes marciales es servir de vehículo para
el desarrollo espiritual personal.
Las artes marciales empezaron a desarrollar ese énfasis en el
crecimiento espiritual del practicante en el siglo dieciséis,
cuando en el lejano Oriente disminuyó la necesidad de hom-
bres diestros para el combate. En ese entonces, las artes mar-
ciales se transformaron de un medio práctico de combatir a
muerte, a un entrenamiento educativo espiritual que hacía
hincapié en el desarrollo personal del participante. De esta ma-
nera, el arte de combatir con la espada, kenjutsu, se transfor-
mó en "el camino de la, espada", kendo. Muy pronto, a otras
artes marciales se les aplicó la terminación — do, que significa
"el camino", o, más completamente, "el camino al esclareci-
miento, a la autorrealización y a la comprensión", y ese ele-
mento Zen se refleja en grados diferentes en el aikido, el judo,
el karate-do, el tae-kwon-do,. el hapkido y el jeet-kune-do entre
otros.
El papel que desempeña el Zen en las artes marciales desafía
a cualquier definición fácil porque no tiene ninguna teoría, si-
no que es un conocimiento íntimo para el que no hay n i n g ú n
dogma claramente establecido. El Zen de las artes marciales le
quita el énfasis a la potencia del intelecto y exalta el de la ac-
ción intuitiva, siendo su objetivo último el de libertar al indivi-
duo del enojo, la ilusión y la falsa pasión.

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Al estudiante le es posible ponerse en contacto con el Zen en de las cuales eran más jóvenes que yo. Como con frecuencia en-
las artes marciales sólo paulatinamente y dando un rodeo. Una vidiaba su éxito, mi técnica de entrevistar consistía en aguijo-
vez que llegue a comprenderlo así, algo con lo que están fami- nearlas hasta que respondían con algo digno de ponerse en
liarizados todos los que son verdaderos maestros de las artes letras de molde.
marciales, empecé a tomar nota de mis descubrimientos. Du- En cierta ocasión Bronislaw Kaper, el compositor de música
rante la última década, El Zen en las Artes Marciales ha sido la para películas, laureado por la Academia, reconoció mi técni-
gran historia de mi horizonte, el libro que con mayor anhelo ca precisamente por cómo era y me sugirió que estudiara kara-
deseaba escribir. Sin embargo, siempre había algún otro maes- te. " E l ejercicio podría ayudarte a bajar de peso y te permitiría
tro con quién estudiar u otra disciplina qué aprender antes de despojarte de alguna de tus hostilidades", sugirió. En ese tiem-
que me sintiera listo para emprender la tarea. po el karate era algo nuevo en la escena de Hollywood y se le
No obstante, éste no es un libro para el lector que desea do consideraba simplemente una forma de combate oriental exó-
minar el Zen, ya que los conceptos centrales a esa tradición tica. Conceptos tales como el de la elevación de la conciencia,
ciertamente no pueden adquirirse a través de la palabra escri- el de adquirir el control de la propia vida y el de intensificar la
ta. Este libro tampoco es para aquellos que esperan aprender a percepción propia, eran cosas de las que j a m á s se había oído
realizar las sorprendentes proezas de los artistas marciales, que hablar. Sólo hasta hace poco hemos llegado a darnos cuenta de
rompen tablas y ladrillos con las manos desnudas y que con to- la relación que existe entre los deportes y el crecimiento perso-
da facilidad derrotan a varios contrincantes al mismo tiempo. nal o espiritual.
El lector al que le interese aprender ú n i c a m e n t e los conceptos Cuando Kaper hizo los arreglos para que recibiera mi prime-
físicos de las artes marciales puede aventurarse, solo, en ese ti- ra lección con el maestro de karate Ed Parker, acepté pensan-
po de literatura sin necesidad de que yo lo guíe. En vez de eso, do que, aunque no aprendiera yo nada, no obstante reuniría
éste es un libro en el que los lectores pueden aprender a aplicar material suficiente para llenar varias columnas del periódico,
a su propia vida los principios del Zen, cómo éstos se reflejan en pues un p u ñ a d o de estrellas, entre ellas Elvis Presley, estu-
las artes marciales, a fin de abrir una fuente potencial de forta- diaban con Parker en ese tiempo.
leza interior que j a m á s habrían sospechado que poseyeran. En esos días Parker enseñaba kempo-karate, una forma esta-
Mi interés formal en las artes marciales empezó en 1952, dounidense de boxeo chino, en la sala de pesaje del Club Atlé-
cuando era columnista de Hollywood para el New York Herald tico de Beverly Hills. En nuestro primer encuentro, me dijo:
Tribune. En esa época era un hombre sedentario, excedido de — No voy a demostrarte mi arte, sino compartirlo contigo. Si
peso, inquieto, que se aburría fácilmente y andaba constante- te lo demuestro, eso sería una exhibición y, con el tiempo, irías
mente en busca de nuevas aventuras. No tenía conciencia ple- retrocediendo tanto en tus recuerdos que acabarías por perder-
na de quién era ni adonde se dirigían mi carrera o mi vida. Pa- te. Por otra parte, si lo comparto, no sólo lo recordarás siem-
ra empeorar las cosas me sentía ansioso, intimidado por la pre, sino que, al mismo tiempo, yo también mejoraré.
autoridad, inseguro y hostil para compensar mi inseguridad. Pronto aprendí que el concepto de que el maestro aprenda
Diariamente entrevistaba a luminarias de la pantalla, muchas de la lección misma, es algo básico en toda buena enseñanza de

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las artes marciales. Por dicha razón, quizá a la sala de prácticas
— el dojo (en japonés), el dojang (en coreano), el kwoon (en
chino)— donde se estudian las artes marciales, se le llama tra-
dicionalmente " E l lugar del Esclarecimiento".
Un dojo es un cosmos en miniatura, donde nos ponemos en
contacto con nosotros mismos. . . con nuestros temores, an-
siedades, reacciones y hábitos. Es también una arena de
conflictos confinados donde nos enfrentamos a un oponente
que no es un oponente, sino más bien un camarada decidido a
ayudarnos a que nos comprendamos más plenamente nosotros
mismos. Es un sitio en el que podemos aprender mucho en un
tiempo muy corto acerca de quiénes somos y cómo reacciona-
mos en el mundo. Los conflictos que tienen lugar dentro del
dojo nos ayudan a manejar los conflictos que se nos presentan
fuera de él. La concentración y disciplina totales que se re-
quieren para estudiar las artes marciales, se traspasan a la vida
diaria. La actividad que tiene lugar en el dojo nos obliga a in-
tentar constantemente nuevas cosas, por lo que t a m b i é n es una
fuente de aprendizaje. . . En la terminología Zen, una fuente
de esclarecimiento propio.
Dice un refrán budista que cualquier lugar puede ser un do-
jo. Yo he estudiado karate shodokan en un hermoso edificio
moderno, en Johannesburg, Sudáfrica; judo en la bodega de
un restaurante japonés, en Londres, Inglaterra; jujiysu en un
sport halle en Munich, Alemania. Sin embargo, la mayor parte
de mi estudio del hapkido, aikido, tae-kwon-do y wing-chun la
he hecho en Los Ángeles, donde las tiendas con frecuencia se
convierten en estudios de artes marciales.
Todo dojo está dirigido por un sifu, o sensei(en japonés), lo
cual significa maestro. Sen significa "antes" y sei "nacido"; por
lo tanto, aquel que ha nacido antes que uno es su maestro, y
eso se refiere menos a la edad cronológica (algunos de los maes-
tros que he tenido eran lo bastante jóvenes como para ser mis

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hijos) que a la sabiduría del maestro. En términos espirituales,
él o ella (si es una mujer) es mi superior y, por lo tanto, mi
maestro. Bruce Lee-nos enseñó jeet-kwon-do al argumentista
Stirling Silliphant y a mí en la calzada de la puerta cochera de
mi casa.
El sensei de las artes marciales es en gran medida como el
maestro de Zen: él no ha salido a buscar al estudiante ni le im-
pide que se vaya. Si él desea a alguien que lo guíe para subir la
empinada cuesta de la pericia, el instructor está dispuesto a
servirle de guía. . . con la condición de que el estudiante esté
preparado para cuidarse él mismo a lo largo del camino. La
función del instructor es la de delegar en el estudiante exacta-
mente aquellas tareas que es capaz de dominar, y luego dejarlo
atenido tanto como sea posible a sus recursos y habilidades in-
ternas. El estudiante puede seguir los pasos de su guía o escoger
alguna otra senda. . . la elección es suya.
El instructor enseña primeramente la técnica (waza) sin dis-
cutir su significado; él desea que el estudiante lo descubra por
sí mismo. Si el estudiante posee la dedicación necesaria y el
maestro suministra la inspiración espiritual apropiada, el signi-
ficado y esencia de las artes marciales se le revelarán finalmen-
te al primero.
Aunque uno puede leer algo acerca del Zen en las artes mar-
ciales, el verdadero conocimiento de éste es experimental. ¿Có-
mo podemos explicar el sabor del azúcar? Las explicaciones
verbales no nos dan la sensación. Para conocer el sabor uno
tiene que experimentarlo. La filosofía de las artes no es para
meditarse ni razonarse, sino para experimentarse. Por eso mis-
mo, de manera inevitable, las palabras sólo pueden darnos
parte de su significado.
En más de veinte años de estudiar las artes marciales, toda-
vía no me he retirado a un monasterio Zen ni he retrocedido
ante las presiones de trabajar y vivir en una sociedad de compe-

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tencia. No obstante, sí he descubierto que, cuando alcanzo las
metas espirituales de las artes marciales, la calidad de mi vida
cambia en forma dramática. . . al enriquecer mis relaciones
con los demás así como al conservarme en un contacto mucho
más estrecho conmigo mismo. Y he llegado a comprender que
el esclarecimiento significa sencillamente reconocer la armonía
inherente a la vida diaria.
Por lo tanto, le ofrezco al lector este libro con la intención de
compartir con él lo que he aprendido y con la esperanza de que
algunos de ellos deseen recorrer un camino semejante. T a l vez,
al compartir mis experiencias, yo aprenda más, ya que eso
también, está en el camino del Zen.

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VACÍE
SU TAZA

Ese d í a de verano de 1964, el aire era bochornoso y f é t i d o en


Xa A r e n a de los Deportes de L o n g B e a c h . El sistema del aire
a c o n d i c i o n a d o no f u n c i o n a b a b i e n y la m u l t i t u d asistente al
T o r n e o I n t e r n a c i o n a l de K a r a t e empezaba a inquietarse des-
p u é s de largas horas de ver los encuentros. L u e g o , Ed Parker,
organizador del evento a n u a l , t o m ó el m i c r ó f o n o e hizo la pre-
s e n t a c i ó n d e B r u c e L e e , q u i e n h a r í a u n a d e m o s t r a c i ó n d e jeet-
kune-do. H u b o un m u r m u l l o i n s t a n t á n e o y todas las cabezas se
estiraron h a c i a adelante. A n t e s de i n i c i a r su carrera en el cine,
B r u c e L e e era ya t o d a u n a leyenda entre los artistas marciales.
B r u c e hizo su entrada a la p l a t a f o r m a elevada del c u a d r i l á -
tero de boxeo l u c i e n d o un sencillo u n i f o r m e de kung-fu negro,
hecho a la m e d i d a . D u r a n t e unos cuantos momentos h a b l ó
t r a n q u i l a m e n t e acerca de su arte y luego i n i c i ó su demostra-
c i ó n . S i e m p r e es algo impresionante observar a un h o m b r e
grande y robusto hacer u n a d e m o s t r a c i ó n de karate, apabu-
l l a n d o al espectador con el despliegue de u n a potencia vibrante
y c a b a l . S i n embargo, p a r a mí es algo t o d a v í a m á s impresio-

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nante ver a un h o m b r e de c o n s t i t u c i ó n l i v i a n a ejecutar t é c n i c a s
c o n u n a rapidez cegadora, y con unos movimientos tan veloces y
elegantes como los de un p á j a r o en vuelo. C u a n d o Bruce termi-
nó h u b o un momento de silencio y luego un aplauso atronador.
A l g u n a s semanas d e s p u é s , u n amigo m í o m e a r r e g l ó u n a en-
trevista c o n B r u c e , de q u i e n deseaba yo r e c i b i r clases particu-
lares. B r u c e e s c o g í a c o n todo c u i d a d o a los estudiantes a los
que a c c e d í a a e n s e ñ a r , y esa entrevista s e r í a p a r a mí una espe-
cie de a u d i c i ó n .
C o m o él d a b a solamente lecciones particulares y no t e n í a un
estudio formal, la r e u n i ó n se c e l e b r a r í a en mi casa. L l e g ó con
toda p u n t u a l i d a d y salí al patio del frente p a r a r e c i b i r l o . A pri-
m e r a vista p a r e c í a t o d a v í a m á s p e q u e ñ o que como se veía en el
escenario. L l e v a b a puestos unos pants de entrenamiento ajus-
tados que le c u b r í a n las piernas hasta los tobillos y u n a sudade-
ra verde, debajo de la c u a l se le s e ñ a l a b a n los m ú s c u l o s . S o n r i ó
c u a n d o nos saludamos, pero casi inmediatamente fue al grano.
¿ P o r q u é deseas estudiar conmigo? — p r e g u n t ó .
— Porque me i m p r e s i o n ó m u c h o tu d e m o s t r a c i ó n y porque
me h a n d i c h o que eres el mejor.
— ¿Ya has estudiado artes marciales?
— D u r a n t e a ñ o s — c o n t e s t é — , pero d e j é de hacerlo hace al-
g ú n tiempo y ahora quiero volver a empezar.
B r u c e a s i n t i ó en silencio y luego me p i d i ó que le demostrara
algunas de las t é c n i c a s que yo supiera. Salimos a la calzadita
que d a b a a la cochera y me estuvo observando atentamente
mientras yo realizaba las diferentes katas o ejercicios de otras
disciplinas. L u e g o me p i d i ó que ejecutara algunas patadas bá-
sicas y bloqueos y que golpeara el costal que t e n í a en la coche-
ra, pendiente de u n a viga.
— ¿ T e das cuenta de que t e n d r í a s que olvidarte de todo lo
que has a p r e n d i d o y empezar de nuevo? — i n t e r r o g ó .
— No — repuse.

1!)
B r u c e s o n r i ó y, suavemente, me puso u n a m a n o en el h o m - Posteriormente supe que B r u c e siempre p o n í a en p r á c t i c a lo
bro. que e n s e ñ a b a . D e joven, e n H o n g K o n g , h a b í a estudiado wing-
— P e r m í t e m e relatarte u n a historia que me c o n t ó mi sifu* chun, u n a de las ramas de k u n g - f u , con el c é l e b r e maestro Y i p
— dijo. Es acerca de un maestro j a p o n é s de Z e n , el c u a l r e c i b i ó M a n . C u a n d o , siendo u n adolescente, l l e g ó a los Estados U n i -
a un profesor universitario que fue a hacerle preguntas acerca dos, o b s e r v ó el kenpo-karate de Ed P a r k e r y t o m ó de él muchas
del Z e n . t é c n i c a s manuales que le gustaron. D e l tae-kwon-do a d o p t ó las
"Desde el i n i c i o de la c o n v e r s a c i ó n , r e s u l t ó obvio p a r a el devastadoras patadas que h a c e n que el estilo coreano sea algo
maestro que el profesor no estaba tan interesado en aprender tan f o r m i d a b l e . E s t u d i ó t a m b i é n otros estilos de las artes mar-
algo sobre el Z e n c o m o de i m p r e s i o n a r al maestro c o n sus pro- ciales, t o m a n d o de todos ellos lo que j u z g a b a ú t i l . A u n q u e lo
pias opiniones y conocimientos. El maestro lo e s c u c h ó pacien- consideraron u n o de los mejores artistas marciales de su tiem-
temente y al f i n a l s u g i r i ó que t o m a r a n un poco de t é . El maes- po, estaba siempre aprendiendo, siempre en un proceso cons-
tro, entonces, le sirvió té a su visitante hasta que la taza de éste tante de c a m b i o y m e j o r a m i e n t o . C o n toda certeza, él siempre
se l l e n ó , pero siguió virtiendo té en ella. El profesor c o n t e m p l ó m a n t u v o v a c í a su taza.
c ó m o su taza se l l e n a b a hasta que ya no p u d o contenerse. B r u c e no sólo h a b í a desarrollado sus habilidades físicas has-
— La taza se e s t á desbordando — dijo. Ya no le cabe m á s . t a u n grado d e p e r f e c c i ó n , sino que t a m b i é n a g u d i z ó l a mente
— Al i g u a l que esta taza —repuso el maestro—, estás lleno c o n el estudio del Z e n . En L o s Á n g e l e s , el estudio de su casa es-
de tus propias opiniones y especulaciones ¿ C ó m o puedo ense- t a b a atestado hasta el techo c o n gastados v o l ú m e n e s de los
ñ a r t e Zen a menos que previamente v a c í e s tu taza?" maestros del Z e n escritos en c h i n o y en i n g l é s .
B r u c e se me q u e d ó m i r a n d o . H a n pasado muchos a ñ o s desde m i p r i m e r a l e c c i ó n c o n B r u -
— ¿ C o m p r e n d e s ahora lo que quiero decirte? — f i n a l i z ó . ce y a la fecha me encuentro a la m i t a d de la cincuentena. C o n
— Sí —repuse. Lo que quieres es que yo v a c í e mi mente de m e d i o siglo de experiencia a mis espaldas, en ocasiones a ú n me
los conocimientos pasados y de m i s viejos h á b i t o s a f i n de que i m p a c i e n t o c o n alguna nueva idea o t é c n i c a . S i n embargo,
esté abierto al nuevo c o n o c i m i e n t o . c u a n d o a c t ú o c o n i m p a c i e n c i a o d o g m á t i c a m e n t e seguro de mí
— Exactamente — c o n c e d i ó B r u c e . Y, ahora, ya estamos lis- m i s m o , recuerdo la l e c c i ó n que B r u c e me dio y trato de vaciar
tos p a r a la p r i m e r a l e c c i ó n . mi taza p a r a hacerle lugar a los nuevos m é t o d o s e ideas.
L o anterior n o significa que B r u c e m e h u b i e r a i m p e d i d o en- É s a fue mi p r i m e r a l e c c i ó n verdadera del Z e n en las artes
j u i c i a r c o n u n a mente c r í t i c a sus e n s e ñ a n z a s . De hecho, él marciales y de su a p l i c a c i ó n a la v i d a . . . aunque en ese enton-
aceptaba con gusto c u a l q u i e r d i s c u s i ó n y hasta la argumenta- ces no la r e c o n o c í como Z e n . P a r a m í , era simplemente b u e n
c i ó n . S i n embargo, c u a n d o se le d i s c u t í a demasiado tiempo al- sentido. . . que es precisamente lo que el Z e n es.
g ú n punto, r e p l i c a b a siempre:
— P o r lo menos, v a c í a tu taza y has un esfuerzo.

* Sifu: maestro (N. del T.).

20
más por la presencia de hombres mucho más jóvenes que po-
dían hacer con toda facilidad lo que a mí me costaba un es-
fuerzo tremendo y una gran concentración. Hubo muchas oca-
siones en las que estuve a punto de abandonarlo todo, hecho
ES EL PROCESO, que el maestro Han reconocía.
NO EL RESULTADO Una tarde, después de una sesión de práctica, el maestro
Han me invitó a tomar el té con él. Una vez que hubo llenado
las tazas, empezó a decirme:
— Nunca aprenderás a hacer apropiadamente ningún es-
fuerzo a menos que estés dispuesto a darte tiempo a ti mismo.
Me imagino que estás acostumbrado a que todo se te haga fá-
cil, pero ésa no es la forma de vida en las artes marciales.
— Soy paciente —repuse.
— No estamos hablando ahora de paciencia —contestó él.
Ser paciente es tener la capacidad de una resistencia calmada.
El maestro Bong Woo Han es un coreano de mediana estatu- El darte tiempo a ti mismo es trabajar activamente hacia un
ra cuya cabeza está completamente llena de cabello gris. Hay objetivo sin fijarte un límite a c u á n t o tiempo deberás emplear.
una calmada autoridad en todo lo que dice y hace. Ninguna de Había puesto el dedo en la llaga. Yo me había fijado una de-
sus palabras o movimientos es superfluo. Es el tradicional artis- terminada cantidad de tiempo para llegar a ser razonablemen-
ta marcial que aprendió el hapkido con su maestro de Corea, el te eficiente en su estilo y me estaba frustrando yo mismo por-
cual, a su vez, lo aprendió con su maestro, al que habían ense- que, al parecer, no iba a alcanzar la meta con la prontitud ne-
ñ a d o toda una larga y continua fila de otros maestros. Una se- cesaria. Una vez eliminado el fin del plazo que me había fija-
sión con el maestro H a n no es solamente un entrenamiento, si- do, sería como quitarme un gran peso de encima. Sin embar-
no también una lección de la vida. Siempre que salgo de su do- go, ahora podía ver que mi enfoque estaba equivocado. Esta-
jang me siento enriquecido. ba haciendo lo mismo que había hecho con el hapkido. Debía
T e n í a yo cincuenta años de edad cuando inicié el estudio del concentrarme en el proceso de trabajar en el libro en vez de en
hapkido con el maestro Han. Desde el principio, el proceso del su terminación. Una vez que liberara mi mente del apremio del
aprendizaje fue lento y con frecuencia difícil para mí, ya que el tiempo y atacara la tarea del libro sin un límite arbitrario, po-
hapkido exige un cuerpo extremadamente flexible. El mío se dría dedicarme a escribirlo y a trabajar sin ansiedad alguna.
había endurecido con la edad y tenía problemas con la espal-
da, los cuales afectaban mi equilibrio y hacían que cualquier
patada que tirara más arriba del nivel de la cintura me produ-
jera un dolor intenso. Mi aprendizaje se complicaba todavía

24 25
no hay remordimientos, como en el pasado; por otra parte, al
pensar en el futuro diluyes el presente. El tiempo para vivir es
ahora.
"Mientras lo que hagas en el presente sea exactamente lo
VIVA EL que estás haciendo en ese momento y nada más, eres uno conti-
MOMENTO go mismo y con lo que estás haciendo. . . y eso es el Zen, el ha-
cer lo que estás haciendo en toda su plenitud."
Reflexioné luego en lo que el maestro H a n h a b í a dicho. U n a
de las razones principales por las que me gustan las artes mar-
ciales, es porque exigen una concentración total. Durante unas
horas cada semana puedo aislarme de todos los problemas y
presiones de mi vida diaria. La rapidez con que tiene lugar un
encuentro o sesión de práctica de las artes marciales, no deja
lugar o tiempo entre dos "puntos" para la reflexión.
Pero ese día yo me h a b í a permitido distraerme y mis pensa-
Un día, mientras practicaba en el dojang del maestro Han,
mientos estaban divididos entre la junta que acababa de termi-
ejecutaba los movimientos del hapkido en forma mecánica, ha-
nar y la que iba a tener lugar dentro de pocos minutos. Mi
ciendo de forma muy deficiente aquello que sabía hacer bien y
mente no h a b í a estado en la actividad del momento.
volteando a ver el reloj a cada momento.
Entonces recordé con c u á n t a frecuencia, al estar trabajan-
— Tu mente está en otra parte —observó el maestro Han, al
do, dejaba que mi mente divagara de esa manera, disipando al
cabo de unos minutos.
mismo tiempo energía y concentración, y tomé la decisión de
Tuve que admitir que, en realidad, mi mente estaba lejos de
que me entrenaría yo mismo para que tal cosa no volviera a
ahí. Apenas si me las había arreglado para hacerle lugar a mi
ocurrir. A cada una de mis actividades le daría mi concentra-
lección entre dos citas de negocios.
ción más absoluta. Cuando regresé a mi oficina, escribí en una
El maestro H a n me hizo una reverencia, significando con eso
p e q u e ñ a tarjeta de archivo "Vive el Momento" y, con una
que la lección había terminado.
chinche, la clavé en mi escritorio.
Una vez vestido con ropa de calle, iba a salir del dojang
Hasta la fecha esa tarjeta sigue donde la clavé, y vuelvo a
cuando me lo encontré en la puerta, esperándome.
leerla cada vez que me percato de que me estoy distrayendo.
— Debes aprender a vivir en el presente —me aconsejó—, no
Desde ese día, continuamente recuerdo concentrarme en el
en el futuro ni en el pasado. El Zen enseña que la vida debe vi-
momento en lugar de dejar que mi mente divague en el pasado
virse en el momento. Al vivir en el presente estás en contacto
o hacia el futuro.
completo contigo mismo y con tu medio ambiente, tu energía
no se disipa y siempre la tienes a tu disposición. En el presente

28 29
SUPERE LA
PRECIPITACIÓN

Estaba tomando té con el maestro H a n en su oficina, cuando


llegó el cartero trayendo una carta que enviaba la familia del
maestro desde Corea.
Sabiendo que él h a b í a aguardado ansiosamente esa carta,
hice una pausa en nuestra conversación, esperando que él
abriera el sobre y se precipitara a leer su contenido. En vez de
eso, el maestro hizo la carta a un lado, se volvió hacia mí y con-
tinuó con nuestra conversación.
Al día siguiente le comenté el gran control de sí mismo que
poseía, y le comenté que yo me hubiera puesto a leer la carta ai
instante.
Hice lo que hubiera hecho si hubiera estado solo - repu-
so. Hice la carta a un lado hasta haber superado la precipita-
ción. Luego, cuando le puse la mano encima, la abrí como si
I uera algo precioso.
Durante unos momentos, quedé intrigado con su comentario
labiendo que su intención era la de que eso fuera una lección
para mí. Finalmente declaré que no c o m p r e n d í a a qué condu-
< i .1 i anta paciencia.
Conduce a esto —me contestó. Los que son pacientes en
las cosas triviales de la vida y saben controlarse, un día t e n d r á n
el mismo dominio en las cosas grandes e importantes.

52
CONOZCA
SUS
LIMITACIONES

Después de una lección, Bruce Lee y yo estábamos tomando


dim sum, un desayuno tradicional chino consistente en paste-
lillos rellenos de carne, en un restaurante del centro de Los Án-
geles. Yo aproveché la oportunidad para confesarle que me sen-
tía desanimado. A los cuarenta y cinco años de edad, me consi-
deraba un viejo y sentía el cuerpo demasiado rígido para lograr
una verdadera habilidad en el jeet-kune-do.
—Nunca aprenderás nada nuevo a menos que estés dispuesto
a aceptarte con tus propias limitaciones —repuso Bruce. Tie-
nes que aceptar el hecho de que estás capacitado en algunas
direcciones y limitado en otras, y debes desarrollar tus habili-
dades.
— Sin embargo, hace diez años podía tirar una patada por
encima de mi cabeza con toda facilidad —repuse. Ahora, ne-
cesito media hora de calentamiento para poder hacerlo.
Bruce colocó sus platillos para comer junto al plato, se puso
las manos en los muslos y me sonrió:
— Eso fue hace diez años —me dijo tranquilamente. Ahora

34
eres más viejo y tu cuerpo ha cambiado. Todos tenemos limita-
ciones físicas q u é superar.
— Para ti es fácil decir eso — repliqué. Si alguien ha nacido
con habilidad natural para las artes marciales, ese alguien eres
tú.
Bruce se rió.
— Voy a decirte algo que muy pocos saben — me confió. Yo
llegué a ser artista marcial a pesar de mis limitaciones.
Me quedé asombrado. En mi opinión, Bruce era un espéci-
men físico perfecto y así se lo dije.
— Probablemente no te has dado cuenta — prosiguió— , pero
mi pierna derecha es un poco más de dos centímetros más corta

35
que la izquierda. Ese defecto fue el que me impuso la mejor
postura para mí. . . con la pierna izquierda adelantada. Des- que no puedes patear a una altura mayor que la de tu cabeza
pués descubrí que, por tener la pierna derecha m á s corta, tenía sin un calentamiento largo, pero la pregunta fundamental es
una ventaja con cierto tipo de patadas, ya que un paso desigual ésta: ¿Es realmente necesario patear a esa altura? En realidad,
me daba un í m p e t u mayor. sólo hasta hace muy poco tiempo los artistas marciales empeza-
"Además uso lentes de contacto. Desde mi niñez he sido cor- ron a patear a una altura superior a la de la rodilla. Las pata-
to de vista, lo cual significa que, cuando todavía no usaba len- das a la cabeza son principalmente para exhibición. Así es que
tes, me costaba trabajo ver al oponente si éste no estaba cerca. perfecciona tus patadas a la altura de la cintura y serán tan
Originalmente e m p e c é a estudiar wing-chun porque ésa es una formidables que nunca necesitarás patear más arriba.
técnica ideal para el combate cuerpo a cuerpo. " E n lugar de tratar de hacer todo bien, has perfectamente
"Acepté mis limitaciones por lo que eran y les saqué pro- las cosas que seas capaz de hacer. Aunque la mayoría de los ar-
vecho. Y eso es lo que tú tienes que aprender a hacer. Dices tistas marciales expertos se han pasado largos años practicando
cientos de técnicas y movimientos, en un encuentro, o kumite,
un c a m p e ó n puede en realidad usar ú n i c a m e n t e cuatro o cinco
técnicas una y otra vez. Esas son las técnicas que él ha perfec-
cionado y de las que sabe que puede depender."
Yo protesté:
— Pero el hecho sigue siendo que mi adversario real es el pa-
so de los años.
— Deja ya de compararte a ti mismo a los cuarenta y cinco
años, con el que eras a los veinte o a los treinta — contestó Bru-
ce. El pasado es una ilusión. Debes aprender a vivir en el pre-
sente y aceptarte a ti mismo como eres actualmente. Y lo que te
falta en agilidad y flexibilidad, debes compensarlo con conoci-
mientos y una práctica continua.
En los meses siguientes, en vez de gastar el tiempo tratando
de hacerme tan flexible como para poder patear a la altura de
la cabeza, me puse a trabajar en las patadas a la altura de la
cintura hasta que incluso Bruce se mostró satisfecho con mi de-
sempeño.
Luego, un día, a fines de 1965, me fue a visitar para despe-
dirse antes de salir para H o n g K o n g donde, según me dijo, se
iba a convertir en la estrella más grande del cine.
36
37
— ¿Recuerdas nuestra conversación acerca de las limita-
ciones? — p r e g u n t ó . Yo estoy limitado por mi estatura y mi di-
ficultad con el inglés, además del hecho de que soy chino, pues
nunca ha habido una gran estrella china en las pantallas norte-
americanas. No obstante, he dedicado los tres últimos años a
estudiar películas y pienso que el tiempo es propicio para una
buena película sobre las artes marciales. . . y yo soy el mejor
equipado para ser la estrella. Mis aptitudes sobrepasan a mis li-
mitaciones.

38
Ed Parker, por ejemplo, se considera un novicio si se compa-
ra con W i l l i a m Chow, su maestro de Hawaii; el maestro Bong
Soo H a n habla con reverencia de la habilidad de su maestro de
HASTA LOS MAESTROS Corea, Yong Sul Choi; Bruce Lee siempre hablaba con asom-
bro de su maestro de Hong Kong, Y i p M a n , quien fue también
TIENEN SUS
el sifu de J i m L a u ; Stan Schmidt, de Sudáfrica, atraviesa la mi-
PROPIOS MAESTROS tad del mundo hasta Los Ángeles una vez al año para estudiar
con su maestro, Nishyama; mientras que C a m i l l a Fluxman, de
Los Angeles, vuelve a su hogar, en Sudáfrica, cada vez que pue-
de, para estudiar nuevamente con su maestro, Stan Schmidt.
Ese interminable círculo de estudiante y maestro les da a am-
bos, maestro y estudiante, la sensación de que forman parte de
un continuo de aprendizaje.
Mi propia experiencia del aprendizaje de las artes marciales
En la mayoría de las disciplinas de las artes marciales, el es- ha sido siempre como una escalera con incontables descansos.
tudiante novato usa una cinta blanca que, de acuerdo con la C o n cada paso hacia arriba, la meta —la unificación espiritual
tradición, simboliza la inocencia. Con el paso del tiempo la y física de cuerpo y mente— parece estar más cercana, pero
cinta se ensucia con el manejo y el uso, por lo que la segunda siempre hay descansos, o altiplanos, en los que el aprendizaje
etapa del aprendizaje se simboliza por medio de una cinta café. parece detenerse, con la escalera subiendo interminablemente
Pasa el tiempo y la cinta se va oscureciendo más hasta que se hacia lo alto. En esas ocasiones, muchas veces me he sentido
pone negra. . . y ésa es la etapa de la cinta negra. Con todavía frustrado y desalentado. Les he mencionado esa experiencia a
más uso, la cinta negra empieza a raerse y se va poniendo casi diferentes amigos de las artes marciales y cada uno de ellos ha
blanca, significando con eso que su dueño está regresando a la admitido que él, también, ha arribado a ese altiplano de vez en
'inocencia. .*. una característica Zen de la perfección humana. cuando. Dicha experiencia es c o m ú n a todos nosotros.
Muchos sistemas de artes marciales tienen cintas de varios George Waite, mi buen amigo y mentor, recordaba los días
colores entre el blanco y el café, así como diferentes grados de cuando su cinta era café y cómo se desanimaba cuando veía a
café y de negro, lo cual es un constante recordatorio para el es- alguien mucho mejor que él, a pesar de que él se consideraba
tudiante de que todavía hay mucho más qué aprender más allá bueno.
de cualquier grado de eficiencia que él o ella pueda haber ad- — Cuando ocurría eso —decía—, acostumbraba ir al dojo a
quirido hasta esos momentos. Y ese recordatorio se extiende observar a los de cinta blanca. Veía entonces que, comparado
(hasta con los maestros, cada uno de los cuales tiene un maestro con ellos, yo era bueno. Regresaba después a observar a los de
antes que él.
cinta negra y volvía a inspirarme viendo cuan mejor me era po-
40 sible llegar a ser. Cuando al fin llegué a ser cinta negra, com-

41
p r e n d í que realmente no sabía yo nada comparado con mi sifu,
y me desanimé hasta que éste me dijo cuan grande había sido
su maestro.
A pesar de mis muchos años de estudio de las artes mar-
ciales, reconozco lo poco que sé realmente comparado con los
maestros de los mismos. Sólo c o m p a r á n d o m e constantemente
con alguien mejor que yo he podido ir mejorando. Realmente,
es algo inspirador saber que hasta los maestros tienen maestros
y que todos somos aprendices.

El rey Hsuan, de Chou, oyó hablar de Po Kimg-i, quien era con-


siderado el hombre más fuerte de su reino. El rey se decepcionó
al conocerlo, pues Po se veía débil. Cuando el rey le p r e g u n t ó
qué tan fuerte era, Po dijo humildemente: "Puedo romperle
una pata a un saltamontes de primavera y resisto el viento que
produce una cigarra en el o t o ñ o " . Estupefacto, el rey exclamó:
"Yo puedo desgarrar cueros de rinoceronte y arrastrar a nueve
búfalos por la cola y, no obstante, me avergüenzo de mi debili-
dad. ¿Cómo puedes entonces ser tan famoso?" Po sonrió y res-
pondió tranquilamente: " M i maestro fue T z u Shang-Chi'ui, cu-
ya fuerza no tenía igual en el mundo, pero ni sus parientes lo
sabían porque él nunca la usó".

ANÓNIMO

42
perior a mí y Parker observaba la vapuleada que me estaba dan-
do. Al terminar el encuentro yo estaba sencillamente abatido.
Parker me invitó a su oficina, un cuarto pequeño escasamen-
te amueblado, con sólo un escritorio maltratado y unas sillas
ALARGUE
viejas.
SU LINEA — ¿Por qué estás tan turbado? —me preguntó.
— Porque no pude hacer nada.
Parker se puso en pie detrás del escritorio y con un gis trazó
una línea blanca en el suelo como de metro y medio de largo.
— ¿Cómo puedes acortar esa línea? —me preguntó.
Me quedé observando la línea y le ofrecí varias respuestas,
entre ellas la de cortar la línea en varios pedazos.
Él movió la cabeza y trazó una segunda línea, esta vez más
larga que la primera.
— ¿Y ahora, cómo se ve la primera línea? —preguntó.
Me encontré por primera vez con el maestro de kenpo- — Más corta —contesté.
karate, Ed Parker, en 1952, en un gimnasio de Beverly Hills Parker asintió en silencio.
donde le rentaban espacio. Ed es un hawaiano bien parecido — Siempre es preferible mejorar y robustecer la propia línea
de 1.83 m de estatura y una cabeza coronada por una tupida
y conocimientos que tratar de cortar la del oponente.
mata de cabello negro. A primera vista me hizo pensar en un Me acompañó hasta la puerta y agregó:
frondoso árbol, con sus brazos como gruesas ramas y sus pies — Piensa en lo que acabo de decirte.
descalzos firmemente anclados en un tapete de lona. (A pesar Lo pensé y estudié con ahínco los meses siguientes, desarro-
de su gran estatura, es un torbellino en movimiento). Llevaba llando más mis capacidades y ampliando mis conocimientos y
puesto un delgado uniforme de algodón de dos piezas al que mi habilidad. La siguiente vez que me encontré en la lona con
son muy afectos los artistas marciales. El uniforme, al igual el mismo oponente, él también había mejorado, pero lo hice
que su cinta negra, blanqueaba ya en varios sitios a fuerza de mucho mejor que la vez anterior, porque ya había ampliado
uso y de repetidas lavadas. El rostro de Ed era sereno y pacífi- mis conocimientos y desarrollado más mis habilidades.
co, como si acabara de meditar. No mucho después comprobé que podía aplicar el principio
Aún recuerdo una de mis sesiones iniciales en su dojo de Los que Ed me había enseñado, a mi manera de jugar tenis. Como
Ángeles, donde estaba yo practicando kumite (entrenamiento) ávido jugador de tenis de fines de semana, con frecuencia me
con un oponente más hábil. Para compensar mi falta de conoci- veía enfrentado a jugadores mejores que yo y, cuando las cosas
mientos y experiencia, probaba movimientos súbitos y engaño- me empezaban a pintar mal, muchas veces echaba mano de
sos que eran fácilmente anulados. El otro era sencillamente su- trucos. . . como rebanar la bola, tratar de golpearla con efecto
44 45
o recurrir a toda clase de artimañas. Sin embargo, invariable-
mente me derrotaban y me sentía frustrado. Y era que, en lu-
gar de tratar de mejorar mi juego, trataba de "acortarles su
línea" a los contrarios. Hasta que reconocí que tenía que jugar
a mi máxima capacidad en lugar de tratar de ech?r a perder el
juego de mis contrincantes. Teniendo siempre presente el con-
sejo de Parker, mi juego pronto mejoró.
Han pasado casi treinta años desde aquello y, mientras tan-
to, Parker les ha enseñado su arte a miles de estudiantes. Aun
después de que han dejado de verse, ellos siguen considerándo-
lo un buen amigo. . . y como a un sabio y amable sifu que en-
carna el espíritu y la filosofía de las artes marciales.

46
— Es el bien más precioso que poseemos — comentó Stirling.
Yo siempre considero mi tiempo como si estuviera dividido en
infinitos momentos o transacciones o contactos. Cualquiera
que robe mi tiempo me está robando la vida porque me está
NO MOLESTAR quitando mi existencia. Conforme voy envejeciendo compren-
do que el tiempo es lo único que me queda. Así pues, cuando
alguien me aborda con algún proyecto, calculo el tiempo que
me costará realizarlo y luego me pregunto a mí mismo, "¿Deseo
gastar semanas o meses del poco tiempo que me queda en este
proyecto? ¿Vale la pena o simplemente estoy desperdiciando
mi tiempo?" Si considero que el proyecto tiene su valor, lo llevo
a cabo.
"Aplico la misma medida a las relaciones sociales. No voy a
permitir que nadie me robe mi tiempo. He limitado mis amis-
tades a aquellas personas con quienes el tiempo se pasa feliz-
Muchas de mis lecciones de jeet-kune-do con Bruce Lee las
mente. Hay momentos en mi vida — momentos necesarios— en
compartí con Stirling Silliphant, uno de los argumentistas de
mayor éxito en Estados Unidos. Muchas veces, después de las los que no hago nada, pero ésa es decisión mía. La decisión de
lecciones, los tres íbamos al patio trasero de mi casa y, armados cómo gasto mi tiempo es sólo mía y no la dictan las conven-
con sendos jugos de frutas, nos sentábamos a conversar. Esos ciones sociales."
momentos eran preciosos para mí porque, invariablemente, Una vez que Stirling terminó de hablai, Bruce se quedó mi-
obtenía un panorama interno de uno de ellos o de mis dos ami- rando el espacio durante unos momentos. Cuando al fin habló,
gos. fue para preguntar si podía usar el teléfono.
En una de esas ocasiones hablamos de la diferencia que hay Cuando regresó, Bruce venía sonriendo.
entre desperdiciar el tiempo y gastar el tiempo. Bruce fue el — Acabo de cancelar una cita —dijo. Era con alguien que
primero en hablar. quería desperdiciar mi tiempo, no ayudarme a gastarlo.
— Gastar el tiempo es pasarlo de una manera específica Al marcharse, Bruce se volvió hacia Stirling y le dijo:
— dijo. Estamos gastándolo durante las lecciones del mismo — Hoy fuiste el maestro. Por vez primera me di cuenta de
modo como lo estamos gastando ahora en la conversación. Des- cuánto tiempo he desperdiciado con ciertas personas. Nunca
perdiciar el tiempo es gastarlo en forma irreflexiva o sin el me- antes se me había ocurrido que estuvieran robándome la exis-
nor cuidado. Todos tenemos tiempo para gastar o desperdiciar tencia, pero así era.
y nos corresponde a nosotros decidir qué hacer con él. Sin em- En esa época de mi vida, tenía muchos amigos que acos-
bargo, una vez pasado, el tiempo se ha ido para siempre. tumbraban llegar de visita o llamarme por teléfono a cualquier
48 hora. Porque soy escritor y trabajo en mi casa, ellos suponían49
LA INACTIVIDAD
ACTIVA

Bronislaw Kaper, quien me inició en las artes marciales hace


más de veinte años, me introdujo también a otra noción intere-
sante. . . la de no hacer nada de una manera consciente.
Bronny es cortesano, elegante y todo un caballero a la manera
euopea. Nacido en Polonia y educado en Varsovia y Berlín,
fue campeón juvenil de sable cuando tenía dieciocho años y si-,
fue siendo considerado uno de los mejores espadachines con
sable de la costa occidental, aunque ya anda cerca de los setenta
años
Un día lo llamé por teléfono para invitarlo a almorzar.
- Lo siento — dijo Bronny — , pero hoy es mi día de no hacer
nada.
Yo protesté.
Es que almorzar es no hacer nada sino comer —le argüí.
Bronny soltó la risa.
Si hago una cita para almorzar contigo, mi querido amigo
repuso— , debo hacer algo, y hoy es mi día de no hacer nada.
Explícate, por favor —le rogué.
— En nuestra vida moderna —me explicó— no dejamos
campo para espacios vacíos, para no hacer nada. Ese concepto
de no hacer nada, que no tiene relación con simplemente no
hacer algo, es también una actividad y un ejercicio.
"Comparemos el no hacer nada con una pausa en la música
— prosiguió. Esa pausa no es una ausencia de música, sino par-
te integrante de la composición. Si un director no mantiene
una pausa en su valor completo, es como si estuviera haciendo
un corte en la carne. Ya lo dijo Claudio Debussy, 'La música es
el espacio entre las notas'. Los maestros del buen fraseo, como
los artistas marciales, son hombres que les prestan tanta aten-
ción a las pausas y a los silencios (inactividad) como a la acción
misma."
Lo que Bronny parecía querer decir era que' ana pausa signi-
ficativa le permitía a uno evaluar dónde se encontraba. La si-
guiente vez que vi a Bruce Lee, le referí mi conversación con
Bronny.
Bruce echó a reír y dijo:
— Está en lo cierto, ¿sabes? La pausa, a la mitad de la ac-
ción, es también uno de mis secretos. Muchos artistas marciales
atacan con la fuerza de un huracán, sin detenerse a observar
cuál es el efecto de su ataque sobre el oponente. Cuando yo
ataco, trato siempre de hacer una pausa —una acción deteni-
da— para estudiar a mi oponente y sus reacciones antes de vol-
ver a entrar en acción. Yo incluyo pausa y silencio junto con la
actividad, dándome así tiempo para sentir mis propios proce-
sos internos así como los de mi oponente.
Años más tarde, mucho después de que Bruce se fue a Hong
Kong a hacer películas, comprendí finalmente cuan importan-
te era esa "acción detenida" para su arte. La mayoría de los ar-
tistas marciales emplean un patrón fijo de técnicas una y otra
vez, pero Bruce Lee nunca se encerró en una rutina. El, en
cierto sentido, llevaba constantemente un registro del impacto

53
medioambiental de su propia actividad. . . haciendo una pau-
sa para evaluar, ajustar y corregir de acuerdo con las exigen-
cias de la situación. El nunca permitió que fuera el oponente el
que dictara sus acciones. En vez de eso, él forzaba al oponente
a reaccionar de acuerdo con él, haciendo pausas frecuentes pa-
ra reagrupar y reformar su enfoque.
Recientemente encontré una manera de hacer encajar esa
idea abstracta de la "acción detenida" en mi propia vida. Du-
rante algún tiempo permití que fuera mi programa de trabajo
el que gobernara mi vida. Luego, un día, me sentí abrumado
por la presión y me di cuenta de que había cierto paralelo con
mis experiencias en la estera de combate cuando me las tenía
que ver con un oponente irresistible. En esas ocasiones, recor-
daba las palabras de Bruce y hacía una pausa para reagrupar
mis propios medios y luego intentaba tomar la iniciativa ¿Por
qué no habría de dar resultado ese método con mi problema
actual?
A pesar de todas las presiones, decidí tomar un día libre, ha-
cer una pausa durante la cual aceptaría no hacer nada y estu-
diar la situación. Dicha pausa obró maravillas en mi caso. Pu-
de evaluar el predicamento en que me encontraba, decidí qué
curso de acción emprender y me dije a mí mismo que tomaría
la iniciativa para determinar el programa de mi propia vida.
Había descubierto que el no hacer nada a veces puede ser algo
más importante que hacer algo.

La mente no debe estar en ninguna parte en particular

TAKUAN

54
LA ACTIVIDAD
INACTIVA

J i m L a u , mi sifu en wing-chun, tiene veintiocho años de


edad y fue fundido en el mismo molde que Bruce Lee. De jo-
ven, L a u estudió wing-chun en H o n g K o n g con el maestro de
Mruce Lee, el legendario Y i p M a n . L a u es esbelto y de estatura
mediana, con unos brazos y piernas como de acero templado,
pero es tan flexible como una vara de sauce. Puede tener la
frente pegada a la de su oponente y, aun así, patearle a éste la
quijada.
Cuando fui a visitar la academia de wing-chun que J i m L a u
tiene en Los Angeles, en lo que antiguamente era una tienda,
me sorprendió observar que todos los estudiantes estaban en
topas de calle. L a u mismo lucía una camiseta roja de manga
corta, con un dibujo del ratón Miguelito, y pants azules de
entrenamiento. Cuando nos presentaron le hice una reverencia,
como se acostumbra cuando uno conoce a un artista marcial de alto rango,
pero él lo ignoró, me estrechó la mano e insistió en que lo llamara Jim.
Ese aire de informalidad es típico del wing-chun, al que
t a m b i é n llaman "pugilismo chino", el cual es actualmente uno
de los estilos de artes marciales más populares en Hong Kong y
en Europa, y que está ganando una rápida popularidad en Es-
tados Unidos por su simplicidad y enfoque realista en el com-
bate. En el wing-chun no hay sistemas de rangos ni cintas de
colores para distinguir al novato del instructor. Cuando un es-
tudiante ha alcanzado cierto nivel de eficiencia, el sifu puede
darle un p e q u e ñ o medallón o algún regalo personal como
muestra de aprecio.
A diferencia de Bruce, quien había decidido llegar a ser
estrella de cine, la ambición principal de J i m L a u es la de tras-
mitirle su arte a un n ú m e r o cada vez mayor de devotos seguido-
res, la mayoría de los cuales le han llegado con cierta experien-
cia en otras artes marciales. A pesar del estilo informal de ense-
ñ a r que posee Jim, éste siente una gran responsabilidad por el
progreso y bienestar de cada uno de sus alumnos.
Un día estábamos practicando "manos pegadas", un ejerci-
cio en el que ias manos de uno parecen estar pegadas a las del
oponente. . . de ahí su nombre. A lo largo de su entrenamien-
to, los estudiantes de wing-chun aprenden a interpretar los
mensajes silenciosos que telegrafían las manos de su compañe-
ro. La manera como una mano se retira puede indicar un cam-
bio en el peso del cuerpo, un cambio de postura y/o la pro-
bable dirección del golpe siguiente. Eso puede ofrecer una pis-
ta de si el siguiente golpe será un uppercut*, un golpe volado
de casa redonda o un golpe recto. El perder contacto con la
mano del compañero le permite a éste golpearlo a uno. El
empujar contra la mano del adversario lo extiende demasiado a
uno y puede perder el equilibrio fácilmente.

* Golpe corto hacia arriba.

57
E n ese e j e r c i c i o , a m b o s compañeros t r a t a n d e i n t e r p r e t a r l a s
señales d e l o t r o y d e d i s i m u l a r las p r o p i a s . L a técnica l e enseña
a u n o a p a r a r un ataque i n m i n e n t e y, a u n así, mantenerse
c e n t r a d o y e n c o n t r o l d e l a situación, s i n r e a c c i o n a r e n e x c e s o
ni quedarse corto. El resultado, con frecuencia, es un estanca-
miento.

E s e e j e r c i c i o m e f r u s t r a b a p o r q u e J i m podía l e e r m i s i n t e n -
c i o n e s e n m i s m a n o s a través d e l a s e n s i b i l i d a d d e s u t o q u e , c a s i
c o m o u n s u p e r d o t a d o m e n t a l lee las m e n t e s d e o t r a s p e r s o n a s .
Con frecuencia me impacientaba e intentaba descargar un golpe,
pero Jim sentía mi intención cada vez y contrarrestaba el
m o v i m i e n t o a u n antes de que yo lo h i c i e r a , sorprendiéndome
s i e m p r e f u e r a d e e q u i l i b r i o . F i n a l m e n t e , d a b a u n p a s o atrás y
levantaba una mano, i n d i c a n d o c o n eso q u e l a lección había
terminado.

U n a vez t e r m i n a d a l a lección, l o acompañé h a s t a s u automó-


vil y me dijo:

" D e b e s a p r e n d e r a dejar que la p a c i e n c i a y la i n m o v i l i d a d se


s o b r e p o n g a n a la a n s i e d a d y a la a c t i v i d a d f u r i o s a p o r el a n s i a
d e h a c e r a l g o . E n t r e los a r t i s t a s m a r c i a l e s d e l g r a d o más a l t o ,
n o h a y c a b i d a más q u e p a r a u n a s o l a equivocación. A n t e s d e u n
i n t e r c a m b i o de golpes p u e d e n t r a n s c u r r i r varios m i n u t o s de
paciencia controlada y de planeamiento mientras cada continuante, paciente. Se m a n t i e n e observando, c o n t r o l a n d o su paciencia y
respectivamente, observa a su oponente, estudiando o r g a n i z a n d o s u c o m p o s t u r a . C u a n d o v e u n a o p o r t u n i d a d , ex-
su posición o p o s t u r a , v i g i l a n d o , c o n c i b i e n d o ideas y c a r g a n d o su
plota".
energía. Cuando uno de ellos piensa que va a atacar, su oponente
T i e m p o después t u v e o p o r t u n i d a d d e p r e s e n c i a r u n " c r u z a -
puede cambiar de postura rápidamente. Si ha reaccionado
m i e n t o d e m a n o s " o c o m b a t e e n t r e d o s m a e s t r o s d e las artes
de más, su oponente toma nota de eso mentalmente, ya que
m a r c i a l e s . Y o asistí e s p e r a n d o v e r e l d e s p l i e g u e m a g n í f i c o d e
e s a e s u n a d e b i l i d a d q u e más t a r d e intentará aprovechar en
u n o s acróbatas r e l a m p a g u e a n t e s y d e u n o s m i e m b r o s c o m o d o s
Ventaja s u y a .
t o r b e l l i n o s . E n vez d e eso, v i a d o s h o m b r e s e n p o s t u r a d e c o m -
"Un b u e n j u g a d o r r e c o n o c e esos m o v i m i e n t o s p o r l o q u e s o n : b a t e estudiándose m u t u a m e n t e c o n t o d a atención d u r a n t e v a -
un proceso de sondeo y experimentación. El b u e n j u g a d o r es r i o s m i n u t o s . A d i f e r e n c i a d e l b o x e o , n o había f i n t a s n i a m a g o s
59
t e n t a t i v o s . D u r a n t e casi t o d o e l t i e m p o , los m a e s t r o s s e m a n t u -
v i e r o n inmóviles, c o m o e s t a t u a s . D e r e p e n t e , u n o d e e l l o s ex-
plotó e n m o v i m i e n t o t a n rápidamente, que ni siquiera pude
p e r c i b i r l o q u e había s u c e d i d o , a u n q u e s í v i q u e s u o p o n e n t e
saltó h a c i a atrás. E l c o m b a t e había t e r m i n a d o y l o s m a e s t r o s s e
hicieron m u t u a m e n t e u n a reverencia.
E n m i s i g u i e n t e lección l e conté a J i m l o q u e había visto.
— A h o r a y a h a s v i s t o e l p o d e r d e l a p a c i e n c i a c o n t r o l a d a so-
b r e l a e s t e r a — d i j o él. L o m i s m o s e a p l i c a a los p r o b l e m a s d e l a
v i d a . C u a n d o surja u n p r o b l e m a , n o c o m b a t a s c o n é l n i trates
d e n e g a r l o . A c é p t a l o y r e c o n ó c e l o . S é p a c i e n t e e n l a búsqueda
d e u n a solución o a p e r t u r a y l u e g o e n t r é g a t e p l e n a m e n t e a l a
solución q u e j u z g u e s más a d e c u a d a .

Usted y su oponente son uno. Entre ustedes hay una relación


coexistente. Usted coexiste con su oponente y se convierte en su
complemento' absorbiendo sus ataques y usando la fuerza de él
para dominarlo.

BRUCE LEE
bres. Remolineando entre ellos, su falda negra parecía rodear-
los. Cada vez que alguno de ellos descargaba un golpe en su
cuerpo, él ya no estaba ahí. Del mismo modo como cuando un
giroscopio gira cada vez más aprisa, su movimiento parece más
calmado, sucedía lo mismo con el maestro mientras desviaba la
EXTIENDA
energía de sus atacantes y los iba proyectando, uno tras otro,
SU Kl fuera de la melée.
Todo terminó en unos momentos. El maestro, a ú n calmado,
con una leve sonrisa en los labios, se volvió hacia el auditorio e
hizo una reverencia bajo una catarata de aplausos. Luego, se
inclinó humildemente ante los estudiantes atacantes, quienes,
a su vez, se inclinaron respetuosamente ante él.
Las acciones del maestro se h a b í a n visto tan sin esfuerzo que
Llegué tarde al aikido, "el arte suave", en mis estudios de las yo sabía que había algo bajo la superficie que no podía verse,
artes marciales. Ya conocía el aikido, por supuesto, y me inte- que no podía explicarse. Así era, confirmó él. Era el ki, la
resaba aprenderlo algún día, pero estaba enfrascado en el ka-
energía o fuerza invisible de la vida que no puede verse, pero
rate y pensé que podría esperar. Luego, durante una visita que
que la mayoría de los artistas marciales, especialmente los
hice a Londres hace algunos años, me fijé en un cartel donde
aikidoístas, tratan de desarrollar.
anunciaban una conferencia sobre aikido y decidí asistir a ella.
Como una demostración adicional del ki, el maestro invitó a
La conferencia tuvo lugar en una tienda que h a b í a n conver-
cualquiera de los espectadores que así lo deseara, a que intenta-
tido en un p e q u e ñ o dojo a la sombra de la torre de la oficina de
ra levantarlo de la estera. Eso me pareció algo relativamente fá-
correos de Londres. El salón de prácticas estaba abarrotado de
c i l , así es que me ofrecí. Sujeté firmemente al joven alrededor de
espectadores sentados con las piernas cruzadas en una estera,
la cintura y traté de levantarlo, pero ni siquiera pude moverlo.
observando al maestro, un japonés joven que lucía una blusa
Aunque yo pesaba por lo menos veinte kilos más que él, parecía
blanca y una hekama, o falda negra, que es la vestimenta de
haber echado raíces en el suelo. Él me pidió entonces que lo gol-
los maestros de aikido.
peara pero, aun antes de que mi p u ñ o viajara la mitad de la dis-
El joven se veía frágil y vulnerable cuando se enfrentó a me-
tancia que nos separaba, me sentí respetuosa, pero firmemente
dia docena de jóvenes fornidos que lo rodearon en forma ame-
llevado a la estera. Nunca me h a b í a n derribado tan rápidamen-
nazante. Cuando empezaron a acercársele, el maestro se man-
te ni había sentido jamás una fuerza tan suave.
tuvo inmóvil, calmado y sereno, de pie en el ojo del h u r a c á n .
— Éste es un ejemplo del ki — me dijo, mientras me ayudaba
Repentinamente, con fuertes gritos, lo atacaron al unísono.
a incorporarme.
Lo que sucedió entonces fue algo magnífico. Pareció como
que el maestro fluía como una corriente de agua sobre los hom- — ¿Y cómo puedo desarrollarlo? —pregunté.

62 63
— Sólo con la práctica y una actitud mental apropiada —me
contestó enigmáticamente.
Mentalmente tomé nota de que, en cuanto regresara a Los
Ángeles, investigaría más acerca del aikido.
A mi regreso, busqué y encontré una escuela de aikido y em-
pecé a estudiar ese arte, que para mí era nuevo. Constante-
mente oía mencionar el ki y, después de una de mis primeras
lecciones, le pedí a una ayudante del instructor, una esbelta
morena, que me lo explicara.
—Realmente nadie puede explicarlo, Joe —dijo — , pero sí
puedes sentirlo. Me voy a colocar al borde de la estera con mi bra-
zo extendido y tú caminarás hacia m í , en dirección de mi brazo.
Hice lo que me pedía y caminé hacia su brazo, el cual detuvo
mi avance.
— Bien — dijo ella. Ahora, quiero que pienses en un objeto
que esté frente a ti, más atrás de mi brazo, y camines hacia él.
Nuevamente seguí sus instrucciones y caminé "a través de" y
más allá de su brazo extendido.
— Esta vez estabas proyectando tu energía hacia adelante en
la forma apropiada —comentó ella. Ahora, extiende tu brazo
en línea recta a partir del hombro y ponme una mano en el
hombro. Pon rígido el brazo.
Presionando con las manos en la parte interna del codo, me
flexionó el brazo con toda facilidad.
— Ahora flexiona el brazo ligeramente por el codo y relájalo
sin quitarlo de mi hombro. I m a g í n a t e que tu brazo es una
manguera por la que fluye el agua, la cual te sale por los dedos
en un chorro, que mentalmente has apuntado al infinito.
Esta vez se colgó con ambas manos de mi brazo, pero, a pe-
sar de sus esfuerzos y de que trató de hacer palanca, no pudo
flexionarlo más.
— Ése es un ejemplo del ki —dijo. Todo el mundo lo tiene
hasta cierto grado. . . hasta un bebé. ¿Has tratado alguna vez

64
de levantar a un niño o a un perro que no quería que lo levan-
taran? El niño parece más pesado cuando no está cooperando,
pero cuando quiere que lo levanten se hace m á s liviano. Y eso
se debe a que la mente es en realidad una fuente de potencia, y
cuando se coordinan la mente y el cuerpo, el ki se manifiesta.
Con la práctica podrás conectar el ki a voluntad.
— ¿Y de dónde proviene ese ki? —pregunté.
— El centro del ki es el "punto" o tai-ten —repuso ella, seña-
lando un sitio como a unos tres centímetros abajo del ombligo.
Aquí es, más o menos, donde se encuentra el centro de grave-
dad del cuerpo humano. El ki se define como una energía o
fuerza interior que puede dirigirse desde el "punto" tai-ten,
por medio de la visualización, a lugares fuera del cuerpo. Pue-
de combinarse con la gravedad para producir un peso muerto y
una pesadez extrema dentro del cuerpo, como en el caso del ni-
ño que no quiere que lo levanten.
"Los aikidoístas, así como la mayoría de los artistas mar-
ciales y los practicantes del Zen, creen que todo el ki o energía
del universo fluye a través de ellos por ese 'punto', viajando
eternamente en todas direcciones. No importa d ó n d e estés,
siempre eres el centro del universo. Sosteniendo tu 'punto' y
m a n t e n i é n d o t e controlado, te sientes uno con el universo y, al
mismo tiempo, totalmente consciente de tu relación corporal
con el universo."
Sacudí la cabeza.
— Eso es demasiado esotérico para mí —observé.
— Hay otra manera de comprenderlo — continuó ella. Pien-
sa en el vientre como en una válvula que envía agua (o ki) por
todas las extremidades. Cuando la válvula se abre, se genera
más agua (o energía) a través de los brazos y las piernas.
"Si te imaginas que toda tu energía le está llegando a tu
cuerpo por un punto de tu parte media, que fluye hacia abajo
por tus piernas y hacia arriba por tu tronco, por tus brazos y

65
m á s arriba hasta tu cabeza —y luego, con la mente, proyectas
esa energía por tu cuerpo en la dirección que quieras —, puede
decirse que estás extendiendo tu k i . El ki puede enviarse en
cualquier dirección, dependiendo de lo que intentes hacer."
Ese es un concepto especialmente difícil de comprender. Sin
embargo, en raras ocasiones he podido percatarme de un flujo
espontáneo de fuerza constante (o energía) que fluye por todo
mi cuerpo sin que yo lo pretenda en forma consciente.
Todo el mundo, incluso los que no son artistas marciales,
son capaces de jalar de ese superpoder o fuerza interior. Por
ejemplo, la frágil mujer que derriba una pesada puerta porque
su niño se quedó encerrado en un cuarto que se está incendian-
do, el marido que es capaz de levantar un automóvil porque
una de las piernas de su esposa q u e d ó atrapada debajo de
él. . . en circunstancias normales, esas personas no hubieran
podido realizar esas proezas de fuerza. Sin embargo, en una
emergencia, la mente trabaja velozmente y coordina su fuerza
con la del cuerpo, técnica que los artistas marciales desarrollan
a base de práctica y que se les convierte en algo mecánico y,
posteriormente, espontáneo.
Para mí, la lección de eso puede resumirse en una asevera-
ción simple: es suficiente saber que existe una cosa tal como el
k i , una fuerza interior disponible que amplía el concepto de los
propios recursos con que uno cuenta. El simple hecho de saber
que el ki existe en todos iiosotros es, en sí mismo, algo que nos
confiere poder.

Fluye con cualquier cosa que pueda suceder y deja que tu


mente quede libre. Mantente centrado aceptando cualquier
cosa que estés haciendo. Eso es lo último.

CHUANG-TZU

66
LA
RESPIRACION
ZEN

Hacía un frío tremendo. Mi respiración se convertía en va-


por frente a mis ojos y mi delgado gi estaba húmedo al tacto.
Afuera estaba oscuro todavía, ya que el sol tardaría por lo me-
nos media hora en salir. Dentro del dojo éramos cerca de veinte
ocupantes. De rodillas en nuestras esteras, con las espaldas
erectas, mirando al instructor.
El también se encontraba de rodillas, frente a nosotros, con
un bloque de madera en cada mano que descansaban en las ro-
dillas. Habló con suavidad y, aunque parecía estar mirando al
espacio, yo estaba seguro de que nos veía a cada uno de no-
sotros con toda claridad.
—Cuando respiren deben llenar completamente de aire sus
pulmones —dijo: La mayoría de las personas usan únicamente
la parte superior de sus pulmones, pero nunca llenan la parte in-
ferior. Si respiran correctamente, ustedes emplearán la parte
inferior de los pulmones lo mismo que la superior, de la misma
manera como respiran automáticamente cuando duermen.
68
"Imagínense que el aire que están respirando es niebla y vi-
sualícenla entrándoles por la nariz y la garganta hasta la parte
inferior del abdomen. Dejen que circulen ahí y por todo su
cuerpo y sus miembros, visualizándola mientras viaja por los
diversos canales y meridianos de su cuerpo. Al exhalar, vean
cómo la niebla les sale por la boca.
" A l principio pueden volverse excesivamente conscientes de
su respiración y empezar a jadear como si estuvieran haciendo
un ejercicio violento. Cuando suceda eso, vuelvan a empezar."
Las manos del sensei se arquearon con gracia al unirse frente
a su rostro cuando hizo resonar los bloques, al juntarlos de un
golpe. Al sonido del choque, inhalé lenta y sostenidamente por
la nariz, con la boca cerrada suavemente, de tal modo que se
expandieran las paredes del abdomen, dejando que la respira-
ción circulara dentro de mi cuerpo durante más o menos diez
segundos, hasta que volvió dejarse oír el chasquido de la made-
ra contra la madera.
Hubo un suave sonido de exhalación cuando todos dejamos
escapar el resuello, al exhalar como las tres cuartas partes del
aire por la boca. Luego, el seco chasquido resonó en la sala y
todos volvimos a inhalar.
Pronto quedó establecido cierto ritmo: el chasquido, un so-
nido sibilante cuando todos inhalábamos, y luego otro chas-
quido y un ruido como el de un gran suspiro cuando exhalába-
mos al unísono.
Durante los primeros minutos seguí helado, con el cuerpo
rígido, que se rebelaba contra la postura y el duro piso. Sin em-
bargo, según fue avanzando el ejercicio de respiración, fui
entrando en calor y mi cuerpo se relajó por completo. Cuando
las primeras luces del día iluminaron la sala, sudaba copiosa-
mente y estaba listo para empezar la lección.
El ejercicio de inspirar y expirar no es tan sencillo como pare-
ce. Al principio me parecía que era el único de la clase que no

69
podía mantenerse al ritmo de los demás. O inspiraba demasiado minos de tierra y subiéndose a las banquetas para ganar tiem-
aire o dejaba escapar demasiado poco, o terminaba sin aliento po. Sabía que había una clínica en una universidad, precisa-
en unos cuantos momentos y tenía que empezar de nuevo. mente al cruzar la frontera con Alemania, y que podríamos lle-
Con el tiempo comprendí la sabiduría de la imagen del sen- gar allí en cuestión de minutos. Yo entraba y salía de la incons-
sei. Al tratar de visualizar la respiración como una niebla, los ciencia como en una pesadilla.
demás pensamientos se m a n t e n í a n fuera de mi mente y obtenía Para cuando llegamos a Freiburg, el dolor llenaba hasta el
una concentración total en la respiración. Mi mente estaba cal- último rincón de mi cuerpo. Cuando Elke localizó a un médi-
mada, pero alerta, y mi ser físico sereno. Estaba listo para ir a co, éste vino al automóvil e inmediatamente ordenó que traje-
la estera porque podía fluir fácilmente en cualquier dirección, ran una camilla. Actualmente tengo sólo un vago recuerdo de
como el agua, y, si era yo derribado, aterrizaría suavemente, co- que me metieron en una sala y me hicieron algunas pruebas.
mo un infante al que arrojan a un colchón. Sin embargo, lo que sí recuerdo con claridad es que los mé-
Recuerdo cuan fascinado estaba por el hecho de que hasta dicos le dijeron a Elke en alemán que no sólo estaba yo vomi-
una cosa tan sencilla como el respirar, fuera una materia que tando sangre, sino que t a m b i é n la estaba evacuando. Oí luego
tuviera que volver a aprenderse y a dominarse como parte del que le preguntaban si conocía a algún familiar mío al cual no-
entrenamiento en las artes marciales. En ese tiempo, no tenía tificarle, y entonces supe que debía estarme muriendo. El páni-
la menor idea de que llegaría un día en que la técnica de la res- co me invadió, el corazón empezó a palpitarme con fuerza y ca-
piración controlada que había aprendido, me salvaría la vida. da latido me sacudía el cuerpo. El médico que me atendía pen-
Tiempo después, en octubre de 1972, andaba yo de vaca- só que me estaba dando un ataque cardíaco e hizo preparar un
ciones con mi esposa, Elke, en Europa. U n a hermosa m a ñ a n a fibrilador para regular mis palpitaciones.
de verano íbamos en automóvil a través de la campiña vitiviní- En ese momento pensé, "Esto es algo absurdo. Estoy ya bas-
cola de Francia cuando de pronto sentí un dolor agudísimo en tante malo como para además agregar un ataque al corazón a
el abdomen, combinado con un espantoso dolor de cabeza. mis problemas". Con la respiración entrecortada, el corazón
Muy pronto, mi cuerpo entero era un solo e insufrible dolor. Al palpitante y el cuerpo tenso, e m p e c é a obligarme a mí mismo a
cabo de una hora., me retorcía en el asiento mientras me des- regular mi respiración haciendo profundas inspiraciones ven-
mayaba y recuperaba el sentido intermitentemente. Los dien- trales (el estómago se infla durante la inspiración), reteniéndo-
tes me c a s t a ñ e a b a n y el cuerpo se me sacudía en convulsiones las durante uno, dos o tres segundos, y luego expeliendo todo el
causadas por la tos. Tuve que pedirle a Elke (quien, afortuna- aire con fuerza. Repetí el proceso hasta que afirmé una relaja-
damente, iba al volante) un p a ñ u e l o desechable para limpiar- da respiración ventral que exigió toda mi concentración inha-
me la boca, pues me sentía tan débil que yo no podía tomarlo lando por la nariz y contando hasta cuatro y exhalando por la
de la caja. Elke me lo arrebató inmediatamente, le echó una boca durante el mismo conteo. Esa técnica, la cual me h a b í a n
mirada y luego lo arrojó por la ventanilla. Después supe que es- enseñado como preludio para el aikido, es un aspecto de la prác-
taba lleno de sangre. tica Zen que lo hace a uno olvidarse de las impresiones externas.
Elke aceleró el automóvil furiosamente, metiéndose por ca- Mientras más me concentraba en la respiración, más inmune

70 71
me volvía al miedo de morir. Al cabo de unos cuantos minutos
estaba nuevamente en control de mí mismo y de mi cuerpo.
Antes de que el fibrilador llegara junto a mi cama, los lati-
dos de mi corazón h a b í a n vuelto a la normalidad.
— "Unglaublich" —dijo el médico en alemán. "¡Increíble!"
Volví a caer en la inconsciencia y me llevaron a la unidad de
terapia intensiva de la clínica, donde me tuvieron cinco días.
Dos veces, durante ese tiempo, la fiebre me subió a tal grado
que los médicos le dijeron a Elke que ya no podían hacer nada.
De esos momentos lo único que recuerdo es que flotaba en un
capullo cálido que se deslizaba por un túnel, a cuyo final
estaría yo libre del dolor. A u n así, podía oír a la distancia la
voz de Elke r o g á n d o m e que no me muriera.
Cada vez que sucedía eso, empezaba a regular mi respira-
ción. Tres semanas m á s tarde me dieron de alta en el hospital.
H a b í a sobrevivido a la enfermedad de W e i l l , un raro virus que
generalmente es fatal. (Yo fui, en más de cuarenta años, el pri-
mer caso que hubo en Alemania). De acuerdo con el Instituto
de Enfermedades Tropicales, lo contraje por beber agua con-
taminada en España.
Si ese incidente me hubiera ocurrido unos años antes, cierta-
mente me hubiera muerto, porque todavía no hubiera conoci-
do la técnica de respiración Zen. Desde entonces, he descubier-
to que dicha técnica es especialmente útil en situaciones de
tensión o que provocan ansiedad, cuando mi respiración se tor-
na irregular y el miedo distorsiona los procesos de pensamiento
ordenados, lo cual tiende a inmovilizar tanto mi cuerpo como
mi mente.
Antes de ciertas citas de negocios o enfrentamientos persona-
les; trato de ponerme en un estado de relajamiento controlan-
do mi respiración; eso me relaja y me refresca, al mismo tiem-
po que calma mi mente. La respiración controlada restaura la
calma, la confianza y el vigor.

72
mente. Usted no necesita entendérselas con su cuerpo en lo ab-
soluto, si puede redirigir su mente y el flujo de su k i . Ése es el
secreto: desvíele la mente lejos de usted y el cuerpo la seguirá."

DÉJESE LLEVAR — ¿Y cómo puedo desviarle la mente de mí? — pregunté.


— No trastornando el flujo de su ki ni haciéndole saber su in-
POR LA tención. Usted no tiene que jalar, empujar ni golpear. Simple-
CORRIENTE mente tóquele el cuerpo con suavidad y gentileza y guíelo
adonde usted quiera. De esa manera la mente del otro no se
trastorna y su cuerpo la seguirá.
" E l principio básico del aikido — prosiguió la muchacha— es
ceder a la fuerza atacante de tal manera que sea incapaz de las-
timarlo a uno y, al mismo tiempo, hacer que cambie de direc-
ción empujándola por detrás, en lugar de tratar de resistirla de
frente. El aikidoísta j a m á s va contra la fuerza de su oponente.
En vez de eso, redirige esa fuerza lejos de él.
Mi c o m p a ñ e r o y yo estábamos practicando shomen-ate, el
primer movimiento del randori no kata, en la clase de aikido. " E l principio de evitar el conflicto y j a m á s oponerse a la
El ejercicio exigía que yo, como el defensor, evitara un golpe fuerza de un agresor frente a frente, es la esencia del aikido.
recto a la cara moviéndome por dentro del brazo atacante y Nosotros aplicamos ese mismo principio a los problemas que
proyectando al contrincante hacia atrás, poniéndole la mano surgen en la vida. El aikidoísta diestro es tan elusivo como la
en el m e n t ó n y empujando con el cuerpo. verdad del Zen. Él mismo se convierte en un koan, en un enig-
ma que más nos elude mientras más tratamos de resolverlo. Se
Me acerqué a mi c o m p a ñ e r o varias veces, pero no pude mo-
parece al agua en el sentido de que se le escapa entre los dedos
verlo. Finalmente, ya un poco desesperado, apliqué la fuerza
al que trata de sujetarla. El agua no titubea antes de ceder,
física y mi c o m p a ñ e r o fue a dar a la estera. Sentí entonces un
porque en el momento en que los dedos empiezan a cerrarse so-
ligero golpecito en el hombro y, al volverme, me encontré a la
bre ella, se retira, no por su propia fuerza, sino aprovechando
asistente del instructor, que me miraba con el ceño fruncido.
la presión que se le aplica. Es por esa razón, tal vez, por la que
— Se opuso usted de frente a la fuerza de su ataque — me di-
uno de los símbolos del aikido es el agua."
jo en tono de r e p r o b a c i ó n . Como es fuerte, se salió con la suya,
pero todo lo que hizo fue detener su fuerza, no su intención de Poco después de esa lección tuve oportunidad de poner a
atacar. prueba algunos de los principios del aikido que la instructora
me h a b í a ofrecido. Durante una reunión de negocios, me di
"Cuando alguien lo golpea, extiende su ki hacia usted y éste
cuenta de que era inminente un enfrentamiento con uno de
empieza a fluir cuando él piensa que lo golpeará. . . aun antes
mis socios. Decidido a sacarle la vuelta si era posible, evité con-
de que su cuerpo se mueva. La acción de él está dirigida por su
testar a su ataque inicial a fin de no dar lugar a un choque de
74
75
frente. Cuando la disputa prosiguió, yo reconocí que sus argu-
mentos tenían cierto mérito y, al mismo tiempo, traté de des-
viar su enojo en otra dirección. Dándole a mi "oponente" una
oportunidad de descargar su energía y enojo y no respondién-
dole ni ofreciéndole ningún punto de apoyo, pude evitar la
confrontación. Al poco rato, se encogió de hombros y se retiró.

La blandura triunfa sobre la dureza, la debilidad sobre la


fuerza. Lo que es más maleable es siempre superior a lo que es
inconmovible. Ése es el principio de controlar las cosas deján-
dose llevar por ellas, de la maestría por medio de la adapta-
ción.

LA O TZU

76
Cuando desatas tu agresión u hostilidad sobre otra persona, tal
cosa inspira agresión y hostilidad en respuesta. El resultado, en
esos casos, es un conflicto, que todos los que son verdaderos ar-
tistas marciales tratan de evitar. El enojo no exige acción.
ENOJO Cuando uno actúa bajo el enojo, pierde el control de sí mismo.
SIN J i m se me quedó mirando pensativamente; luego, volvió a
ACCION hablar:
— ¿Cómo puedes esperar controlar a alguien si no puedes
controlarte a ti mismo? Piensa en eso como en una cualidad de
las artes marciales.
El siguiente fin de semana tuve que ir a Nueva York a una
reunión de negocios. Después de un vuelo nocturno, llegué a
mi hotel a las siete de la m a ñ a n a para encontrarme con que te-
nía que esperar cuatro horas para que me entregaran mi habi-
tación. Me sentía cansado y h a b í a esperado ansiosamente po-
Las prácticas del wing-chun se realizan con frecuencia cuer- der descansar un poco antes de mis compromisos.
po a cuerpo, por lo que pronto me acostumbré a sentir las ráfa- Pedí hablar con el gerente, enfureciéndome cada momento
gas de aire cuando manos y puños me pasaban peligrosamente más y repasando mentalmente todo lo que iba a decirle si él (o
cerca de los ojos y del rostro. De vez en cuando, algún compa- ella) no me daba un cuarto a la mayor brevedad.
ñ e r o hacía contacto accidentalmente y, en esas ocasiones, sen- Cuando la encargada llegó, estaba furioso y le hablé en tér-
tía a veces una oleada de enojo. minos violentos. Mi antagonismo hizo que ella también se eno-
Un día, después de una práctica, J i m L a u me llamó aparte. jara y pronto nos vimos enfrascados en una acalorada discu-
— Cuando te golpean, te pones tenso —dijo— y siento en ti sión. Yo había olvidado las palabras de J i m L a u y había inspi-
el enojo y el deseo de golpear en represalia. rado un conflicto frente a frente.
Me sentí avergonzado, pues había captado mis reacciones Posteriormente, ya más calmado, le ofrecí excusas a la en-
demasiado bien. cargada por mis bruscos modales.
— Sé que no debo enojarme — repuse— , pero no puedo evi- — Realmente me sorprendió usted —repuso ella. T e n í a la
tarlo. J i m sonrió. intención de hacer por usted lo que pudiera, pero, por la ma-
nera como me habló, olvidé mis buenas intenciones y decidí no
— No es malo abrigar pensamientos y sentimientos agresi-
hacer ningún esfuerzo por ayudarlo.
vos u hostiles hacia los d e m á s — dijo. Cuando tú reconoces esos
Nuevamente vi la aplicación de las artes marciales a la vida
sentimientos, ya no tienes que fingir que es aquello que no es y
diaria. La experiencia me había dado una lección que recorda-
puedes aprender a aceptar esos estados de ánimo. Lo que sí es
ría por mucho tiempo. El enojo rara vez da buenos resultados.
malo, sin embargo, es dejar que ellos dicten tu naturaleza.
78 79
Cuando uno pierde la compostura, se pierde a sí mismo. . . lo
mismo en la estera que en la vida diaria.

Controla tu emoción o ella te controlará a ti.

ADAGIO CHINO

El hombre que se enoja se derrotará a sí mismo en el combale


lo mismo que en la vida.

MÁXIMA SAMURAI

80
Bruce, entonces, se p a r ó a cierta distancia de mí, al borde
del círculo, y empezó a hacer fintas y movimientos agresivos.
Yo me puse tenso, en espera de su ataque.
— Estás tenso —me dijo—, pero, ¿por qué? Desde esta dis-
COMO RECONOCER tancia no puedo causarte d a ñ o alguno.
UNA Redujo entonces la distancia ligeramente hasta que tocó la
AMENAZA REAL circunferencia de mi círculo con los pies. Nuevamente, me pu-
se rígido y otra vez Bruce me llamó la atención:
— Todavía no me acerco tanto como para poder tocarte.
¿Por q u é no te relajas?
Súbitamente, Bruce penetró en mi círculo de un salto. Ins-
tintivamente me eché atrás.
— ¡Bien! —dijo. Has echado atrás tu círculo, de manera que
no soy una amenaza. Ahora bien, supongamos que me quedo
Antes de que empezara a estudiar artes marciales, me inti- en la orilla del círculo, ¿sigo siendo una amenaza para ti?
midaban fácilmente con imágenes falsas de fuerza. . . fan- N e g u é con la cabeza.
farrones agresivos, personas tercas, fortachones, intelectuales — No, realmente no — contesté. ¿Pero supongamos que soy
arrogantes, camareros altaneros, vendedores insistentes, desde- ñsicamente amenazado dentro del círculo?
ñosos vendedores de automóviles, etcétera. En algún enfrenta- — Cuando tu oponente entre a tu círculo y tú no quieras o no
miento con alguna de esas personas, o me retiraba del campo puedas retroceder más, deberás combatir. Pero, hasta enton-
r á p i d a m e n t e , sintiéndome inadecuado, avergonzado y enojado ces, deberás mantener tu control y tu distancia.
conmigo mismo, o reaccionaba con enojo, colocándome en un Según fue aumentando mi habilidad en las artes marciales,
conflicto directo. sucedió lo mismo con mi propia confianza. Ya podía retroce-
Mi reacción en la estera en contra de un oponente amena- der calmadamente y dejar que un oponente se desgastara con
zante y agresivo generalmente era la misma, lo mismo que los fintas o intentos por intimidarme, porque poseía la confianza
de que, si era necesario, yo podría dominarlo.
síntomas. Me ponía tenso, acalorado, y tendía a reaccionar en
Pronto tuve la oportunidad de trasladar esa actitud a mi vi-
exceso.
da diaria. Un día, durante una junta, me vi enfrentado a una
Un día, Bruce Lee me sacó a la calzadita que conducía a la co-
persona agresiva, acostumbrada a ganar en sus argumenta-
chera de mi casa. Ya ahí, me dijo que me mantuviera en pie y
ciones al poner a sus subordinados a la defensiva. Yo compren-
estirara hacia adelante una pierna lo más que pudiera. Luego
dí inmediatamente que, puesto que sus intentos por intimidar-
hizo que girara lentamente con la pierna extendida mientras
me no significaban para mí ninguna amenaza real —después
él, con tiza, trazaba un círculo a mi alrededor, cuyo radio era de todo, no trabajaba para él—, no tenía ninguna necesidad
la longitud de mi pierna extendida.
H2 83
de reaccionar en forma agresiva, además, tenía la confianza de
que mi trabajo estaba bien hecho. Él trataba de provocarme
ú n i c a m e n t e con palabras, así es que, si podía mantenerlo al
borde de mi círculo mental, pronto agotaría toda la energía
hostil que pudiera reunir sin que hubiera recibido ningún estí-
mulo de mi parte.
El que trata de intimidar se crece si recibe alguna respuesta
de su supuesta víctima, pero, si no recibe ninguna, pronto se
apaga, lo cual sucedió en ese caso. Finalmente, el hombre se
encogió de hombros y a b a n d o n ó el escenario. Aunque no hubo
n i n g ú n conflicto verdadero entre nosotros, él había perdido la
partida.
He aquí el consejo del maestro H a n para librarse de personas
y de situaciones que tratan de intimidarlo a uno. "Jamás tomes
una decisión instantánea, aunque sea entre amigos", me dijo
una vez. " E l mejor sistema es el de pensarlo dos veces, y la pa-
ciencia forma parte de él. Para evitar que lo intimiden a uno,
hay que pensarlo más y reaccionar menos".

Puedo derrotar físicamente con o sin razón, pero sólo puedo


derrotar tu mente con alguna razón

JIM LAU

84
—Joe —dijo—, estás pensando en bloquear los golpes de
Stirling en lugar de interceptar sus puños y acertar algunos tú
mismo. No sé dónde está tu mente, pero no está donde de-
biera. Lo que te debería importar es aplicarle tal presión a
KIME: Stirling, que le desbarataras su juego de piernas, su equilibrio y
APRIETE su habilidad para moverse. Y fíjate cuan agotado estás y no has

SU MENTE conseguido nada.


Ése fue sólo el principio de una crítica devastadora que ter-
minó con:
— ¿Cuántas veces les he dicho que concentren toda la ener-
gía del cuerpo y de la mente en un blanco o meta específica ca-
da vez? El secreto del kime (apretar la mente) es el de excluir
todos los pensamientos extraños, los pensamientos que no
tienen nada qué ver con el logro de la meta inmediata.
Más tarde, B ruce conversó a solas conmigo durante unos mi-
Probablemente era un espectáculo ridículo: dos bombres
nutos.
maduros, con cascos protectores y guantes de boxeo, aporreán-
dose mutuamente frente a la cocbera de una casa en los subur- — Un buen artista marcial pone la mente en una sola cosa
bios. Sin embargo, Stirling Silliphant y yo estábamos tratando cada vez — me dijo. Acepta cada cosa según viene, termina con
de poner en práctica algunas de las técnicas de jeet-kune-do ella y pasa a la siguiente. Como un maestro del Zen, a él no le
que Bruce Lee nos había enseñado. preocupa el pasado ni el futuro, sino ú n i c a m e n t e lo que hace
Estaba tan decidido a demostrarle a Bruce cuánto había en ese momento. Como su mente está en lo correcto, él está cal-
aprendido, que mi atención estaba dispersa. H a b í a estado tra- mado y puede mantener fuerzas en reserva. Después habrá
tando de anticipar los movimientos de Stirling en vez de res- campo para sólo un pensamiento, el cual llenará todo su ser co-
ponder a ellos, me preocupaba mi movimiento de pies en lugar mo el agua llena una jarra. Tú desperdiciaste una enorme can-
de dejar que mi mente me condujera en forma natural a la pos- tidad de energía porque no ubicabas ni enfocabas tu mente.
tura correcta, me preocupaba todo, menos el objetivo inme- Recuerda siempre: en la vida, al igual que en la estera, una
diato. . . penetrar en su guardia y anotarme algún tanto. mente desenfocada o "suelta" desperdicia energía.
¡Bien, bien! Eso es todo — exclamó Bruce, quien había es- — Y si no puedo vaciar mi mente de otros pensamientos, ¿en-
tado actuando como arbitro y entrenador. Se mueven ustedes tonces q u é hago?
como elefantes. Patean como caballos de tiro y telegrafían sus Bruce se echo a reír.
golpes como Samuel Morse. — Entonces, tu mente no anda bien — contestó un tanto tor-
Bruce se volvió entonces hacia mí. tuosamente.

86 87
Me ha costado largo tiempo llegar a dominar el kime y toda-
vía me falta mucho, pero he descubierto que, cuando mi men-
te está apretada, mis energías físicas y mentales se unen y se en-
focan. Los días que he podido trabajar con una concentración
total, he realizado más cosas y he terminado el día menos can-
sado que aquellos en que fácilmente me distraigo.

Puedes practicar durante un tiempo muy largo, pero si simple-


mente mueves las manos y los pies y saltas y brincas como un
títere, aprender karate no será para ti muy diferente de apren-
der a bailar y jamás llegarás al corazón del asunto, pues habrás
fracasado en captar la quintaesencia del karate-do.

GICHIN FUNAKOSHI

88
MUSHIN: DEJE
QUE SU
MENTE FLUYA

Después de un vigoroso entrenamiento bajo el sol, Bruce Lee


y yo estábamos tomando jugo de frutas en el j a r d í n . Él se veía
calmado y a mí me pareció un buen momento para hacerle
una pregunta que desde hacía tiempo tenía en mente.
— ¿Qué sucedería en un combate real —le pregunté— en el
que te vieras obligado a pelear por tu vida? ¿Cómo responde-
— " E l l o " es cuando actúas sin estar plenamente consciente,
rías y qué harías?
cuando simplemente actúas. Como cuando me arrojas*üna pe-
Bruce se puso serio, dejó su vaso en la mesa y ahuecó las ma-
lota y yo, sin pensarlo, levanto las manos y la atrapo. O como
nos bajo el mentón, señal de que estaba considerando cuidado-
cuando un niño o un animal sale corriendo frente a tu automó-
samente mi pregunta.
vil y, a u t o m á t i c a m e n t e , tú aplicas los frenos. Cuando me lan-
— Con frecuencia he pensado en eso —dijo al fin. Si fuera un
zas un golpe, yo lo intercepto y contesto con otro, pero sin pen-
combate de verdad, estoy seguro de que lastimaría a mi asaltan-
sarlo. " E l l o " simplemente sucede.
te lo más posible. . . quizá lo mataría. Si sucediera eso y me
N o t ó que estaba yo intrigado y se echó a reír.
viera obligado a que un tribunal me enjuiciara, me declararía
— Esto es algo más para ese libro que siempre estás diciendo
irresponsable de mis actos. Diría que yo h a b í a respondido a un
que vas a escribir — agregó. " E l l o " es un estado mental al que
ataque sin estar plenamente consciente. Que "ello" lo h a b í a
los japoneses llaman mushin, lo cual, literalmente, quiere de-
matado, no yo.
cir "no-mente". Según los maestros del Zen, el mushin entra en
— ¿ Q u é quieres dr< i i con "rilo"? interroguft.
acción cuando el actor se separa de la actuación y ningún pen-
90
91
Sarniento interfiere con la acción, porque el acto inconsciente
está de lo m á s libre y sin inhibiciones. Cuando el mushin está
en funcionamiento, la mente pasa de una actividad a otra, flu-
yendo como una corriente de agua y llenando todos los huecos.
— ¿Y cómo adquiere uno ese estado de no-mente? -^pregun
té.
- S ó l o por medio de práctica y más práctica, hasta que
puedas hacerlo sin un esfuerzo consciente. Entonces, tus reac-
ciones se vuelven automáticas.
— Voy a mi oficina por una grabadora —dije.
- M u y bien —dijo Bruce. Mientras tanto, yo voy al auto a
traer un libro.
Cuando regresé al jardín, Bruce tenía frente a él un volumen

92
que se veía muy gastado. Era un libro cuyo autor había sido el
gran maestro de Zen y famoso espadachín, Takuan, quien fue
uno de los primeros en aplicar la psicología al arte de combatir
con la espada. Bruce abrió el libro y empezó a leer en voz alta:

" L a mente siempre debe estar en el estado de 'estar fluyendo' por-


que, cuando se detiene en cualquier parte, eso significa que el flu-
jo se ha interrumpido, y esta interrupción es nociva para el bienes-
tar de la mente. En el caso del espadachín, significa la muerte.

"Cuando el espadachín se enfrenta a su oponente, no debe pen-


sar en él, ni en sí mismo ni en los movimientos de la espada de su
enemigo. El simplemente está ahí con su espada que, exenta de to-
da técnica, está lista solamente para seguir los dictados del incons-
ciente. El hombre se ha superado a sí mismo como esgrimidor de la
espada. Cuando golpea, no es el hombre, sino la espada en la ma-
no del inconsciente, la que golpea".

Bruce hizo una pausa.


— ¿Comprendes ahora lo que quiero decir con "ello' ?
C o m p r e n d í el concepto intelectualmente, pero tuvieron que
pasar años para que lo comprendiera en toda su profundidad.
Después de muchos meses de practicar un movimiento particu-
lar de wing-chun con J i m L a u , llegó un día en que el codo voló
hacia arriba súbitamente, sin ningún pensamiento consciente.
— Muy bien —dijo J i m . Ni siquiera lo pensaste, pero tu
bong-sao fue perfecto.
Con el tiempo, muchos otros de mis movimientos sencilla-
mente ocurrían en forma correcta. El mushin estaba empezan-
do a funcionar. C o m p r e n d í que estaba dejando fluir mi mente
en vez de confinarla en los pensamientos acerca de lo que esta-
ba haciendo. Mis respuestas se estaban volviendo instintivas e
inmediatas. . . el resultado de largas horas de práctica y de la
confianza en el maestro y en sus enseñanzas.

93
Poco después de que pensé que ya había aprendido el
oponente la ventaja porque no puedes responder lo suficiente-
mushin, entré a la estera para otro encuentro de wing-chun lle-
mente aprisa para contrarrestar su movimiento."
no de confianza, seguro de que era yo, si no invencible, por lo
— ¿Y c ó m o puedo desbloquear el bloqueo? —interrogué.
menos formidable. El "ello" estaba listo para funcionar para
— Lo peor que se puede hacer es tratar de bloquear el blo-
mí.
queo. Lo mejor que hay qué hacer es simplemente aceptarlo
Sin embargo, desde el principio mismo las cosas empezaron cuando ocurre. Descubrirás que, generalmente, se disuelve él
a pintarme mal; mi oponente se anotó fácilmente un tanto mismo.
mientras yo esperaba que el "ello" apareciera, lo cual nunca
— ¿No hay ninguna otra manera de desbloquear mis pensa-
sucedió. Mientras más pensaba en el "ello', más confundido me mientos?
sentía.
— Sí —repuso J i m . Prosigue con tu entrenamiento para que
Cuando le conté a J i m L a u lo de mi derrota, él se echó a reír.
actúes inconscientemente en lugar de intelectualmente.
— Pensaste que habías aprendido una lección —dijo— y
— Hemos llegado de nuevo al mushin —dije.
luego, al igual que todos, te olvidaste del espíritu de la lección.
—Así es —confirmó él. ¿Has notado alguna vez con q u é sen-
Tú mismo te bloqueaste. Cuando estás pensando en demostrar
cillez se d e s e m p e ñ a un atleta profesional? El entrenamiento y
tu habilidad o en derrotar a un oponente, tu conciencia de ti
la práctica toman el lugar del esfuerzo consciente y eso es lo
mismo interferirá con tu desempeño y cometerás errores. Tiene
que el atleta hace. Estoy seguro de que Jimmy Connors no
que haber la ausencia de sensación de lo que estás haciendo.
piensa en golpear la pelota de tenis más de lo que a Arnold Pal-
La autoconciencia debe subordinarse a la concentración. La
mer le preocupa el dirigir bien la pelota de golf. ^Ellos simple-
mente debe moverse libremente y responder a cada situación
mente se proveen. Los esquiadores sienten el terreno sobre el
inmediatamente para que tu propia conciencia no se vea impli-
que están y, cuando les es necesario hacer un ajuste, éste es
cada.
automático, sin pensarlo. . . es mushin.
"Por ejemplo, si tienes miedo, tu mente se congelará, el mo-
vimiento se detendrá y serás derrotado. Si tu mente está fija en
la victoria o en derrotar a tu oponente, no podrás funcionar
a u t o m á t i c a m e n t e . Debes permitir que tu mente flote en entera
libertad. En el instante en que estés consciente de que buscas la
armonía y hagas un esfuerzo por obtenerla, ese mismo pensa-
miento interrumpe el flujo, y la mente queda bloqueada.
"Ahora tienes ya la clave del antiguo acertijo Zen: 'Cuando
lo buscas, no puedes encontrarlo'.
" T u mente se d e t e n d r á invariablemente si diriges tu aten-
ción al pensamiento del ataque o la defensa. Esos pensamientos
crean una apertura llamada un suki, un intervalo, y le dan a tu

94
95
HAY QUE INTENTARLO
MÁS SUAVEMENTE
Un joven atravesó el Japón y arribó a la escuela de un famo-
so artista marcial. Cuando llegó al dojo, el sensei le concedió
audiencia.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó el maestro.
— Quiero ser alumno tuyo y llegar a ser el mejor karateka de
esta tierra —respondió el joven.— ¿Cuánto tiempo tengo qué
estudiar?
—Diez años por lo menos —dijo el maestro.
—Diez años es un tiempo muy largo —repuso el muchacho.
¿Y qué tal si estudio dos veces más duro que tus demás estu-
diantes?
— Veinte años —repuso el maestro.
—¡Veinte años.'¿Y qué tal si estudio día y noche, poniendo
todo mi empeño?
— Treinta años —fue la contestación que le dio el maestro.
—¿Cómo es que cada vez que digo que trabajaré más duro,
tú me dices que tardaré más? —interrogó el muchacho.
—La respuesta es clara. Cuando un ojo está fijo en la meta,
sólo queda el otro para encontrar el camino.

ANONIMO

SO
LA ACCIÓN INSTINTIVA

Algunos artistas marciales llegan a alcanzar un estado de conciencia tal, que da la


impresión de un sexto sentido; ésta es la intrincación total en el medio ambiente a la
que tienden los practicantes del Zen. Dicho estado produce una profunda calma y
despreocupación aún si se hallan frente a situaciones amenazantes, cuando el miedo o
el enojo podrían parecer las respuestas naturales.

A causa de su entrenamiento, un artista marcial experto reacciona no de una manera


personal, sino casi como una ley natural. El rayo cae y el trueno se expande; el viento
sopla y el árbol se dobla; el ataque llega y a él sigue la respuesta. El “ello” está
aconteciendo.

En la clásica película japonesa Los Siete Samuráis, a unos samuráis sin empleo se les
hace una prueba de su habilidad como espadachines. Dentro del cubo de la puerta de
una casa, por el que todo aquel que entre tiene que pasar, uno de los jefes de la aldea
ha ocultado a un muchacho. Tan pronto como un samurái trate de trasponer la
entrada, el muchacho debe descargarle un golpe con un palo para ver cómo reacciona
el guerrero.

El primer espadachín recibe el palo con toda la fuerza del que lo maneja y falla en la
prueba. El segundo elude el golpe, golpea al muchacho en represalia y es descalificado
por reaccionar con enojo. El tercer samurái siente la presencia de un enemigo dentro
de la casa, se detiene a la entrada y le dice al que se oculta junto a la puerta que no
intente ningún truco con un guerrero avezado. Esto demuestra que posee el sexto
sentido que los ancianos de la aldea andan buscando.
Saber y actuar son mío y lo mismo.

MÁXIMA SAMURAI

Para alcanzar la victoria debes meterte en la piel de tu opo­


nente. Si no te comprendes tú mismo, perderás el cien por
ciento del tiempo. Si te comprendes a ti mismo, ganarás el cin­
cuenta por ciento del tiempo. Si te comprendes a ti mismo y a
tu oponente, ganarás el cien por ciento del tiempo.

TSUTOMU OSHIMA

El conocimiento técnico no es bastante. Uno debe trascender


las técnicas para que el arte se convierta en un arte sin arte,
que brote del inconsciente.

DAISETSU SUZUKI
EL DOLOR
QUE NO
PIENSA

Los artistas marciales, o karatekas, con frecuencia se lesio­


nan durante las prácticas. Por esa razón, han tenido que desa­
rrollar medios eficaces para enfrentar al dolor. Puesto que la
mayoría de los artistas marciales no son maestros del Zen, sino
hombres prácticos que practican el Zen, muy rara vez filosofan
acerca de lo que han aprendido, aunque con frecuencia com­
parten sus experiencias unos con otros.
Una tarde de primavera de 1975, visité el dojang de Yong
Tae Lee, un maestro de tae-kwon-do del séptimo grado. Lee
había accedido a sostener un encuentro con el boxeador Mike
Quarry, el cual se efectuaría en el Astrodome de Houston ese
verano, y yo fui con Pat Strong al estudio de Lee para verlo
entrenar.
Lo encontramos solo, en un rincón del dojang, golpeando
con los puños desnudos una tabla makawara. . . un grueso
poste de madera atornillado a la pared cubierto con paja de
arroz asegurada con unos cordeles. Su concentración era tan
completa que no se percató de que tenía visitantes. Escurría

102
sangre de los nudillos de Lee y bajaba por el poste, pero él si­
guió golpeándolo poteáte y rítmicamente una y otra vez.duran­
te varios minutos antes de alzar la vista. Luego nos vio y vino a
nuestro encuentro,
Aunque no es alto ni pesado, Lee parecía enorme y daba la
impresión de haber sido vaciado en un deshilacliado gi negro.
Cada centímetro de la tela de éste se véía abultado por podero­
sos músculos. Sus pies parecían bloques de roble, pero se movía
sin esfuerzo alguno, como si alguien lo jalara hacia nosotros
por medio de un cordel atado a su centro de gravedad. Recuer­
do que pensé que la simple vista de él en la estera le causaría te­
mor a cualquier oponente. No obstante, su rostro era sereno y
sonreía con los ojos y la boca cuando nos hizo una reverencia, y
luego me saludó de mano a la manera tradicional, con la mano
izquierda tocando ligeramente mi muñeca derecha.
Noté que tenía los nudillos de la mano derecha casi en carne
viva y le pregunté si le dolía la mano. Lee contestó que no le
había dolido sino hasta esos momentos, cuando pensó en ella.
—Pero debe haberle dolido durante la práctica —insistí.
Lee movió la cabeza negativamente y luego nos relató la si­
guiente historia:
— En Corea, mi maestro tenía ochenta y ocho años cuando
sufrió una severa infección en la nariz y en los senos frontales.
Los médicos le dijeron que tenían que operarlo lo más pronto
posible. Cuando trataron de darle anestesia contra el dolor, él
se negó. Los médicos tenían miedo de operarlo sin antes admi­
nistrarle la droga, pero mi maestro estaba decidido.
“Finalmente, los doctores aceptaron, pero me pidieron que
yo estuviera presente. Mi maestro cerró los ojos y se relajó
cuando el médico introdujo su escalpelo. La operación duró
dos horas y mi maestro jamás se movió ni hizo ningún gesto de
dolor. La expresión de su rostro no cambió ni una sola vez.

103
“Cuando terminó la intervención, mi maestro abrió los ojos y
se bajó de la mesa de operaciones. La razón por la que él nunca
dio muestra de dolor, es que habla puesto su mente en otra
parte.”
— ¿Cómo es eso posible? —interrogué.
— Regula tu respiración y fija los ojos y la mente en otra par­
te. . . quizá en una piedra o en algún punto del piso o del
techo. Concéntrate eh ese objeto, saboréalo, pruébalo, dale co­
lor y huele la dimensión. Déjalo que absorba todos tus pensa­
mientos y tu concentración y el dolor disminuirá. Cuando yo
estaba golpeando el makawara y ustedes entraron, mi mente
estaba en mi hogar, en Corea. Aunque estaba en mi dojang,
veía las montañas que conocí en mi adolescencia y a los
muchachos con los que jugaba, oía sus risas y la voz de mi
madre. No me daba cuenta del dolor de mi mano.
— Como ven ustedes, mi mente estaba en otra parte y, sin
mente, no puede haber dolor. Una vez que se conquista el do­
lor, toda tu actitud sobre la conquista de otras cosas menos du­
ras se acrecienta.
Días después de que visitamos a Lee, tuve que ir a ver al den­
tista para un trabajo dental de rutina. El dentista sugirió una
inyección de novocaína para matar el dolor. Recordando lo
que Lee me había dicho, decidí poner a prueba su técnica y
que el dentista hiciera el trabajo sin anestesia.
Ajecfi uno o dos minutos para prepararme y empecé a re­
gular mi respiración, fijando los ojos y Ya mente critoíiT&etóe
en un punto del techo, según Lee me había explicado. A los
pocos momentos el dentista ya había terminado y entonces me
percaté de que ni siquiera me había dado cuenta de que había
estado trabajando.
Hace poco tuve otra experiencia en apoyo a la técnica de
Lee. Un día, mientras entrenaba, sufrí un tirón en un músculo
de la espalda y el dolor fue tan intenso que caí al piso como si

104
hubiera recibido un tiro y empecé a llorar a causa del dolor.
Empecé entonces a analizar el dolor, a saborearlo, a intentar
asignarle algún sabor, a olerlo y a visualizarlo de algún color.
Aunque el dolor seguía ahí, muy pronto me pareció menos in­
tenso porque mi cerebro lo estaba investigando.
El poder de concentración de la mente es más fuerte que el
dolor cuando el artista marcial ha aprendido a usar la técnica
Zen de “la mente sobre la materia”.

105
UN ESFUERZO
SIN ESFUERZO

Un buen artista marcial debe ser capaz de saltar de cualquier


posición o postura y golpear a su oponente sin telegrafiar su in­
tención. Esta técnica, en ocasiones llamada “de explosión”, sola­
mente puede lograrse en ausencia de algún pensamiento cons­
ciente previo. . . en lugar del cual el pensamiento y la acción
deben ser simultáneos.
Durante una de mis lecciones de wing-chun.conjim Lau, és­
te se colocó frente a mí con un guante de béisbol en una mano
y me pidió que lo golpeara antes de que él pudiera mover la
mano. Sin embargo, cada vez que yo lanzaba el golpe, él ya
había sentido mi intención y movía el guante. Aunque había
empezado el ejercicio con el cuerpo y la mente relajados, pron­
to estaba tenso, y acezando, frustrado por el hecho de que él
era capaz de anticipar mis acciones. Incluso cuando, finalmen­
te, él mantuvo el guante casi inmóvil, tampoco pude asestar el
golpe.
— Descansa —aconsejó él. Ya no te esfuerces. Mientras me­
nos te esfuerces, “más rápido y más potente serás”.

107
Seguimos con el ejercicio hasta que quedé exhausto y, por
consiguiente, totalmente relajado. Finalmente, sin que me im­
portara si le acertaba al blanco o no, vi una oportunidad y lan­
cé el golpe; mi mano aterrizó en el guante con un impacto sa­
tisfactorio.
— (Perfecto! —gritó Jim. Por fin hiciste explosión como se
debe. . . ¿Y sabes por qué? Tenías el cuerpo y la mente relaja­
dos. Dejó de importarte si acertabas o no. Es el cuidado o el de­
seo el que se interpone en el camino del esfuerzo sin esfuerzo.
Me volví y lo enfrenté de nuevo, decidido a repetir el logro,
pero fallé.
— Estás tratando demasiado — dijo Jim pacientemente. Deja
de preocuparte tanto.
— ¿Pero de qué me sirve que pueda pegarte cuando no me
importa si lo logro o no? (Cuando quiero hacerlo, no puedo!
—Debe dejar de preocuparte el hacerlo, y hacerlo simple­
mente. . . sin esfuerzo y con naturalidad, como cae la nieve de
un árbol o el agua burbujea en un manantial. Una vez que ha­
yas practicado algo durante largo tiempo, eso se te convertirá
en una segunda naturaleza. No te preocupe el hacer contacto
con el guante. Tú tira el golpe sin un esfuerzo consciente. Deja
que la cosa ocurra.
Pasaron muchas semanas antes de que pudiera repetir mi
hazaña de la primera vez y, nuevamente, sucedió cuando ya
casi había perdido la esperanza y no me importaba gran cosa.
¡ Ahá! — gritó Jim. Esta vez ya no te importaba y lo conseguis­
te. Al fin estás empezando a entender el secreto. Pero, si te lo
hubiera dicho, nunca lo hubieras comprendido. El conoci­
miento tenía que venir desde adentro.
—Lo sé, pero no lo sé — dije sinceramente.
— Entonces lo pondré en palabras para ti — dijo él. El relaja­
miento y la concentración van mano sobre mano, pero la exce­
siva concentración se derrota a sí misma. Si tú estás verdadera­

108
mente relajado y dejas que el cuerpo y el inconsciente hagan su
parte, en vez de hacer trabajar a la mente consciente tiempo
extra, la concentración puede convertirse en un esfuerzo sin es­
fuerzo.
— Eso está bien que tú lo digas —repuse -, pero cuando un
o
puño está a punto de incrustárseme en el estómago o en la na­
riz, no es fácil que eso no le preocupe a uno.
La respuesta de Jim a eso fue:
— Que no te preocupe demasiado.
Ese fin de semana, al estar jugando tenis, me fijé en un fe­
nómeno que ya había notado antes. Con mucha frecuencia,
cuando un servicio era largo o iba un poquito afuera, lo regre­
saba yo perfectamente. Me di cuenta de que, cuando el servi­
cio caía fuera de la mesa, no tenía yo necesidad de hacer un
disparo bueno, por lo que le pegaba a la pelota sin mucha
atención o cuidado y, generalmente, hacía una devolución de
primera. Ahora sabía lo qwe jwj fbafeía <q<uerido’d«eir. Lo que
se interpone en el caminro'dei «»fuerzo «sin ^w«®í«rwrl® pitwcu-
paci6n o un intento coaaciente de hacerlo bien.
Durante mis siguientes lecciones de tenis, ctecidí-dejar de es-
fora*wsEie y sea«ilfcwsB9e«te aceptar cada leceidn como un jwego,
pues ya no me «»portaba que fuera 4»*e«o o no. C«*ndo dejé
de esforzara«, sueeáió. Lo había logrado.
Transferí luego el mismo principio a mi trabajo. Aunque
eafreatado a lo que aparecía vnn& programación «»posible, me
dije a mi mismo, “¡Al diablo con todol Sencillamente lo haré”.
Mi concentración se «gwdáz-ó, pero aae sentía «atajado física y
mentalmente. Miee -lo flfwe tercia 4fwe hacer en menos tiempo y
con menos esfuerzo del que hubiera creído posible. No permi­
tía ponerme-tenso y preocuparme por«ei*tt*»teajo que estaba ha­
ciendo, me sentí en libertad f>«** •aétir-adnia&te. IBlesfuerzo fue
sin esfuerzo alguno.
La mente de un hombre perfecto es como un espejo. No con-
serva nada. Refleja, pero rto retíme. Por lo tanto, el hombre
perfecto puede actuar sin esfuerzo.

GHUjtHG- TZU

A menor esfuerxo, más rápido y más potente serás.

BRUCE LSE
HAGA
DEL MIEDO
UN AMIGO

Era solamente un pie desnudo, pero no podía evitar que me


cayera en alguna parte del cuerpo. Mi respiración era fatigosa
y sentía los brazos y las piernas como pesas de plomo. Cada vez
que rae movía, ese pie parecía encontrar la oportunidad de
caerme encima con fuerza suficiente para sacarme el resuello.
Mi oponente tenía manos, pero eran sus pies a los que les
temía.
Cuando terminó el encuentro, yo estaba completamente ex­
hausto. Tenía la boca seca y sudaba copiosamente. El maestro
Han, que había estado observando el kumite, me llamó. Fui
con él, le hice una reverencia y permanecí de pie, esperando
sus comentarios.
— En el dojang no se puede huir cuando se tiene miedo — me
dijo. De hecho, es el lugar perfecto donde se aprende a enfren­
tarse al miedo. Casi siempre, nosotros generamos nuestros pro­
pios temores, y eso es especialmente cierto cuando nos enfren­
tamos a una situación poco común que destroza nuestra con­
fianza. Y eso es lo que te sucedió hoy.
Repentinamente, sin ninguna advertencia, su pie ascendió
desde el piso hasta mi cabeza. Sin pensarlo, mis manos volaron
a la posición de en guardia y di un gran paso hacia atrás, fuera
de su alcance.
— ¡No te muevas! —ordenó él. No voy a golpearte.
Nuevamente, su pie se disparó hacia arriba, deteniéndose el
grueso de un cabello al lado derecho de mi quijada, para luego
reaparecer velozmente del lado izquierdo. Oí el sonido explosi­
vo de su calzón gi cuando, con el pie, me rozó la punta de la
nariz. Yo estaba temblando, pero no me había movido.
— Bien —dijo él. Mantente quieto y tranquilo, confiado en
que no corres peligro.
Hice como él me ordenaba. En los momentos siguientes sólo
oí el chasquido del gi cuando su pie giraba por todo mi cuerpo,
deteniéndose siempre a un milímetro de hacer contacto.
— Debes desarrollar la confianza para manejar el miedo
— dijo. Haré que uno de los alumnos practique las patadas
contra ti todos los días que vengas, con instrucciones de que ja­
más deberá hacer contacto. Hasta que tu temor a que te den
una patada se convierta en algo familiar y desarrolles la con­
fianza, te mantengas inmóvil y no reacciones. Con el tiempo,
ya no tendrás miedo; te lo prometo.
Me hizo una reverencia, significando con eso el final de la
lección. Después, cuando vestido ya en ropas de calle, me
disponía a salir, el maesro Han me hizo la seña de que entrara
en su oficina.
— Tengo una historia que contarte —me dijo: Cuando era
yo un niño en Corea, me aterrorizaban los tigres que en ese
tiempo todavía había allá. En las primeras etapas de mi apren­
dizaje de las artes marciales, mi maestro, quien se había perca­
tado de mi miedo, me dijo que cuando meditara, me visualiza­
ra yo mismo luchando con un tigre. Las primeras veces, el tigre
siempre me derrotaba. Luego empecé a ir al zoológico de Seúl

114
a estudiar a los tigres que había ahí, familiarizándome con sus
hábitos y movimientos.
Con el tiempo, comprendí que, aunque el tigre ciertamente
era un animal temible, tenía sus puntos débiles. No poseía una
movilidad completa en sus quijadas y confiaba demasiado en
sus patas traseras para desgarrar a su oponente. Empecé a pla­
near estrategias para mis imaginarios encuentros con el tigre y
para encontrar maneras de explotar sus debilidades. Muy
pronto, de vez en cuando ganaba yo una escaramuza y mi mie­
do a los tigres empezó a desvanecerse.”
El maestro Han sonrió e hizo un ademán, señalando las pa­
redes de su oficina.
— Ahora, como puedes ver aquí, las paredes de mi despacho
están cubiertas con fotografías de tigres. Cuando estoy a solas,
estudio algunas de las fotos y me imagino a mí mismo en con­
flicto con el animal. Algunas veces yo salgo triunfante y en
otras pierdo el combate. Sin embargo, ya no les tengo miedo
porque ya estoy familiarizado con ellos. En el ardor del comba­
te me siento calmado, lo cual así debe ser, porque he descu­
bierto que el miedo es una sombra y no sustancia.
Me costó varias semanas de enfrentarme constantemente a
las patadas de los alumnos del maestro Han, el darme cuenta
de que, cuando sentía miedo, generalmente me asustaba a mí
mismo, y que mis propios temores eran sólo un aspecto de una
situación que del mismo modo podría contemplarse sin zo­
zobra. Cuando acepté el hecho de que me estaba asustando yo
mismo, empecé a perder el miedo. Mi falta de confianza era la
que ocasionaba todo el problema.
Habiéndome sobrepuesto a algunos de mis temores, ahora sé
que es mejor enfrentarse a una situación terrible que ignorarla,
y aceptar el hecho de que es algo normal el sentir miedo. Por
ejemplo, dejé para otro día un enfrentafniento emocional al
que le temía. Cuando comprendí que el enfrentamiento era

115
inevitable, empecé a visualizar las formas que podría adoptar,
a hacerles frente y a analizar mis temores. ¿Qué era lo peor que
podría decirse y cómo podría yo reaccionar?
Visualizando las posibilidades durante cierto tiempo, reduje
mis temores a sus proporciones apropiadas hasta que finalmen­
te me sentí listo para el encuentro. Por supuesto, éste resultó
ser mucho menos difícil de lo que había tenido al principio.

116
CÓMO MIRAR
CON
CONFIANZA

Una de las primeras lecciones que uno aprende en el dojo es


que la mente es un poderoso factor en todo lo que uno hace,
incluso en aquellos ejercicios que, aparentemente, exigen un
máximo de fuerza física, Por ejemplo, la primera vez que me
enfrenté a un ladrillo que tenía que romper con el canto de la
mano, estaba seguro de que iba a ser mi mano, y no el ladrillo,
la que se rompería. Le confié mis temores a Pat Strong, mi ins­
tructor y amigo durante muchos años.
— Quiero que le hagas algunos pases al ladrillo —me dijo él.
Repite para ti mismo, “Así es como voy a romperlo”. Luego,
visualiza el lado de abajo del ladrillo. No tomes en cuenta la
parte de encima, sino piensa únicamente en la del fondo.
Cuando te sientas listo, limpia tu mente de todo pensamiento,
excepto la imagen de tu mano pasando a través del ladrillo.
Pat colocó entonces el ladrillo que iba a romper sobre otros
dos ladrillos, formando con los tres un pequeño arco. Yo me
arrodillé frente a los ladrillos y bajé la mano lentamente, dete­
niéndola en la superficie de arriba del ladrillo, pero visualizan­
do mi mano pasando a través de él hasta abajo.

118
— IAhora! —gritó Pat.
Para mi sorpresa, partí limpiamente el ladrillo en dos y ape­
nas si me di cuenta de que lo había hecho.
Pronto aprendí que casi todos los atletas de éxito emplean
ese sistema de visualización. En un tiempo, escribía un libro
sobre tenis con Billie Jean King, y le pregunté a ella cómo era
que casi nunca cometía una doble falta en un partido ni si­
quiera bajo presión.
— Antes del segundo servicio, lo visualizo entrando bien —di­
jo ella. Jamás me permito pensar ni por un momento en la posi­
bilidad de una doble falta.
¿Pero qué pasa si pensamientos negativos entran en la men­
te? Durante una de mis últimas prácticas con Bruce Lee, tenía
la mente puesta en una carta que había recibido de un editor,
en la que me pedía que volviera a escribir cierto número de
capítulos de un libro en el que había empleado ya gran canti­
dad de tiempo. Me sentía deprimido, convencido de que el li­
bro era impublicable. Bruce sintió inmediatamente que mi
concentración estaba en otra parte y me preguntó si ése era el
caso. Yo tuve que admitir lo de mi preocupación y le confié lo
que me inquietaba.
— La mente es como un jardín fértil —dijo Bruce. En ella
crecerá cualquier cosa que desees plantar. . . hermosas flores o
cizaña. Y lo mismo pasa con los pensamientos saludables y vi­
gorosos, o con los negativos que, como la cizaña, estrangularán
y agobiarán a los otros. No permitas que los pensamientos ne­
gativos entren en tu mente porque ellos son la cizaña que
estrangula la confianza.
— Eso suena muy bien — le dije —, pero los pensamientos ya
están ahí. ¿Cómo hago para librarme de ellos?
—Te confiaré el secreto de cómo libro mi mente de pensamien­
tos negativos —dijo Bruce. Cuando ese tipo de pensamientos pe­
netran en mi mente, los visualizo como si estuvieran escritos en un

119
pedazo de papel. Luego, me visualizo a mí mismo haciendo una
bolita con ese pedazo de papel. Después, mentalmente, enciendo
un fuego y visualizo que quemo la bolita hasta que queda hecha
cenizas. El pensamiento negativo queda así destruido y jamás
vuelve a entrar en mi mente.
— [Qué hermoso! —exclamé. ¿Pero cómo puedo desarrollar la
confianza para hacer esa tarea?
— Visualizando el éxito en lugar del fracaso, creyendo en
“Puedo hacer eso” en vez de “No puedo”. Los pensamientos
negativos son irresistibles sólo si los alientas y permites que ellos
te dominen.
Comprendí entonces que los pensamientos negativos cierta­
mente me estaban dominando aunque, racionalmente, yo sa­
bía que podía hacer el trabajo. Nunca había pensado en visua­
lizar el problema resuelto o el trabajo realizado, como Bruce
sugería. Ni tampoco había tratado de “pensar a través” del pro­
blema, como Pat Strong me había enseñado a hacer con los la­
drillos. Sin embargo, esta vez, cuando empecé a reescribir los
capítulos, mantuve el pensamiento del éxito como algo que se
destacaba en mi mente y pronto los terminé.
Esa técnica de visualización la emplean los artistas marciales
en muchas situaciones. Por ejemplo, el instructor de karate,
Sam Brodsky, planeó hace poco una demostración para sus
alumnos, en la que intentaba romper nueve losas de concreto
con un golpe del puño.
El concreto estaba apilado en el piso, frente a él, y Brodsky
adoptó una postura semiarrodillada. Hizo dos pases en falso a
las losas y luego inspiró profundamente. Después, con un esten­
tóreo “¡Kiai!” (exhalación de la respiración), descargó el puño
contra las losas. Todas se quebraron, excepto las dos últimas.
Después del aplauso, noté que a Brodsky se le ponía blanca la
cara, y le entregó la clase a uno de sus ayudantes.
Lo encontré en los vestidores, examinándose la mano con

120
desaliento. Se veía a las claras que se la había lastimado. Aun­
que ciertamente sufría grandes dolores, no dio ninguna mues­
tra de ello cuando salió, diciendo que sería mejor que viera a su
médico.
Después supe que se había pulverizado muchos de los peque­
ños huesos de los nudillos de su mano derecha. Los médicos
clasificaron el daño como “fractura desplazada” y decidieron
operar. Después de la operación, le soldaron la mano con
alambres y a Brodsky le dijeron que tendrían que pasar de
quince a dieciocho semanas antes de que se iniciara cualquier
proceso de curación. Los médicos declararon que, probable­
mente, pasaría un año antes de que recobrara aunque fuera el
uso parcial de la mano.
Brodsky, quien estudió artes marciales en Corea y en Japón,
cree que la clave de la curación está en la mente. La noche que
llegó a su casa de regreso del hospital con la mano enyesada, se
tendió en la cama con los ojos cerrados, imaginándose que su
mano era un solar de edificación.
He aquí su historia:
— Al tenderme en la cama imaginé que se dejaba oír un silba­
to y visualizé una horda de hombrecitos con mezcla, cemento y
herramientas para soldar, que bajaban al molde de yeso a traba­
jar en la reconstrucción de mi mano. Los hombrecitos ludan
uniformes de trabajo de diferentes colores, cascos metálicos y
hasta lemas en sus camisetas de mangas cortas. Me concentré
tanto en la manera como estaban vestidos y en sus herramientas
y equipo, que olvidé el dolor. Luego, el sueño sobrevino.
“En la mañana desperté imaginándome que oía sonar el sil­
bato. Era como si los hombrecitos hubieran trabajado todo el
turno de la noche soldándome los huesos de la mano.
“Cada noche, durante tres semanas y media, antes de que
me durmiera, oía sonar el silbato y veía a los hombrecitos tra-

121
bajando en mi mano. Habían enganchado poleas a los huesos y
trabajaban con grapas y acoplamientos.
“Dos semanas más tarde, cuando regresé a ver al médico, sa­
có la mano del molde y comentó que el proceso de curación era
‘asombroso’, pero que los nudillos se me habían congelado jun­
tos. La mano me quedaría tiesa. Me puso la mano en un ca­
bestrillo y me envió a casa.
“Todas las noches, de ahí en adelante, antes de dormir ima­
ginaba a los mismos hombres trabajando en mi mano. Para ese
entonces, su equipo había cambiado. Ahora estaban trabajan­
do con limas, aceite, grafito y materiales que lubricaban y
hacían más suaves las cosas. Empezaron a limar y a lijar los nu­
dillos. Cuando, siete semanas más tarde, regresé nuevamente a
ver al médico, éste dijo que era ‘un milagro’. El proceso de cu­
ración, que él había calculado en un año, había requerido sólo
diez semanas.”
Seis meses después de que su mano sanó, Brodsky completó
exitosamente la demostración ante sus alumnos.
El invierno pasado usé la técnica de Brodsky de visualizar el
proceso de curación, para aliviarme de una severa congestión
de los bronquios. Cada mañana y cada noche, por tres días
consecutivos, visualizé cuidadosamente un barre-nieves mo­
viéndose por mis tubos bronquiales, limpiando la congestión y
abriendo los pasadizos. Practiqué verme a mí mismo sanar por
completo y muy pronto estuve otra vez sano.

122
EL PODER
DE LA
CONCENTRACION

Bruce Lee medía sólo 1.73 m de estatura y pesaba casi 68 k,


pero era algo increíble la cantidad de potencia que podía gene­
rar. Una de sus demostraciones favoritas de potencia era su
“golpe de una pulgada”. . . Manteniendo su mano a una pul­
gada de distancia del pecho de un hombre mucho más alto y
pesado que él, Bruce podía derribarlo o lanzarlo hacia atrás.
Un día, mientras Bruce me entrenaba en el patio trasero de
mi casa, un amigo mío que había oído hablar de él se presentó
para observar la sesión. Mi amigo era cinta negra en judo y le­
vantador de pesas. Estuvo observándonos durante unos minu­
tos. Luego, como el joven maestro no poseía una apariencia
formidable, decidió poner a Bruce a prueba y le dijo a éste
que, aunque sus relampagueantes movimientos eran impre­
sionantes, él no creía que tuviera mucha potencia.
— Tengo la suficiente para hacer mi tarea — dijo Bruce tran­
quilamente.
Mi amigo estaba tercamente decidido a retar a Bruce y,
cuando la sesión terminó, volvió a sacar a colación el tema de
1« potencia.

124
Bruce le pidió a mi amigo que se colocara a un poco más de
dos metros de distancia de la alberca.
— Afírmese —dijo Bruce, mientras colocaba la mano, con
los dedos extendidos, en el musculoso pecho de mi amigo.
— Sólo voy a cerrar la mano en un puño y lo derribaré.
— No puede ser —contestó mi amigo quien, de todas mane­
ras, se afirmó.
De pronto, Bruce cerró los dedos y apretó la mano en un pu­
ño — un movimiento de alrededor de un centímetro— y mi
amigo salió volando hacia atrás hasta caer en la alberca.
Guando salió de ésta chorreando agua, mi amigo sólo pre­
guntó mansamente si podía entrar al cuarto de baño a secarse.
Lo seguí dentro de la casa y lo encontré sentado en el borde
de la tina, haciendo esfuerzos por recobrar el aliento y exami*
nándose el pecho.
— Me siento como si me hubiera pegado con un martillo
— dijo. Jamás lo hubiera creído.
Después le pregunté a Bruce cómo lo había hecho.
— Me relajé hasta el momento en que puse en juego todos los
músculos de mi cuerpo —explicó— y luego concentré toda la
fuerza en mi puño.
“Para generar una gran potencia —prosiguió—, primero
debes relajarte totalmente y reunir toda la fuerza, y después
concentrar tu mente y toda tu fuerza en golpear el blanco.
Nuevamente, decidí tratar de aplicar el principio de la con­
centración enfocada en mi juego de tenis. Durante un calenta­
miento, cuando normalmente estaba yo un poquito tenso, hice
un esfuerzo consciente por relajarme y reunir toda mi fuerza
hasta el momento de hacer contacto con la pelota, Luego me
concentré únicamente en golpear la pelota adecuadamente,
manteniendo la mente en el área de la mesa donde deseaba
que ésta cayera. La pelota salió despedida de mi raqueta con
tremenda velocidad y cayó exactamente donde yo quería que

125
cayera. Fue el mejor tiro que jamás hiciera. Y siempre que re­
cuerdo la demostración de potencia concentrada de Bruce, he
sido capaz de duplicarla.

Un maestro de Zen salió a caminar con uno de sus alumnos y le


señaló a éste una zorra persiguiendo a un conejo.
—De acuerdo con una antigua fábula —dijo el maestro— ,
el conejo se le escapará a la zorra.
—No hará tal —replicó el alumno. La zorra es más rápida.
—Pero el conejo la eludirá —insistió el maestro.
—¿Por qué está usted tan seguro? —preguntó el alumno.
—Porque la zorra corre para comer, y el conejo corre para
salvar la xnda —contestó el maestro.

126
OPCIONES
MULTIPLES

Mas Oyama es un coreano que enseña karate en Tokio. Aun­


que sólo tiene cuarenta y cuatro años de edad, Oyama es un
maestro entre maestros, y muchos lo consideran el artista mar­
cial más grande que existe. Sus hazañas son legendarias. A fin
de desarrollar su disciplina, resistencia y cuerpo, se pasó año y
medio viviendo solo en las desoladas montañas del Japón, ha­
ciendo 2 000 lagartijas diarias y golpeando los árboles con los
puños hasta que éstos chorreaban sangre. Para desarrollar la
concentración se sentaba bajo una cascada de agua helada y
meditaba en koans Zen (cuestiones que el pensamiento ra­
cional no puede resolver), creando así un estado de tensión in­
telectual que lo condujera al logro del esclarecimiento.
Oyama puede atravesar con el canto de la mano una docena
de tejas para techar, tan fácilmente como un leñador puede
cortar una rama con un Hacha. Yo he visto la película en la que
él enfrenta la embestida de un toro y derriba al suelo al enorme
animal con un par de golpes. El primer golpe le partió en dos
uno de los cuernos; el segundo, descargado en el testuz, dejó
aturdido al animal.

128
Oyama es un hombre robusto, que parece un Buda. . . sóli­
do, permanente, y es uno consigo mismo y su medio ambiénte.
El paisaje de su rostro es llano, tranquilo e imperturbable, con
apenas el dejo de una sonrisa en las comisuras de la boca, y son
sus ojos los que lo taladran a uno: inteligentes, calmados, da­
ros y alertas. . . Da la impresión de que lo ve y lo comprende
todo. Por lo general es callado y se sienta tranquilamente, apo­
yando las manos en los muslos. . . Todo el que llega a su pre­
sencia se siente calmado por su serenidad.
Cuando se le pregunta cuál es el origen de su tranquilidad,
la respuesta de Oyama es evasiva, como lo son muchas de las
respuestas que ofrecen los maestros del Zen.
— El karate no es un juego — dice—, no es un deporte. No es
ni siquiera un sistema de defensa personal. El karate es un ejer­
cicio mitad físico y mitad espiritual. El karateka que ha dedi­
cado los años necesarios al ejercicio y a la meditación, es una
persona tranquila. No le teme a nada. Puede mostrarse calma­
do dentro de un edificio en llamas.
Después de haberle dedicado muchos años a las artes mar­
ciales, creo poder comprender el significado básico de las pa­
labras de Oyama. Una serenidad tal, sólo puede alcanzarse ex­
tendiéndose totalmente uno mismo en lo que haga, sabiendo
que ha hecho todo aquello que es capaz de hacer.
Como Oyama se ha empujado él mismo hasta los límites ex­
teriores de sus habilidades mentales y físicas, nada puede ami­
lanarlo ni preocuparlo.
Cuando Oyama ejecuta el karate, uno tiene la sensación de
que está envuelto en el capullo impenetrable de su propia ex­
periencia, excelencia y conocimiento de sí mismo. Jamás se
muestra nervioso en su desempeño, pues siempre está fun­
cionando dentro de un área que ha explorado ya por completo.
Oyama es el epítome del maestro del Zen en combinación
con el maestro de artes marciales. A causa de su calma des­
129
preocupada, es capaz de tomar una decisión sensata entre sus
muchas opciones posibles aun frente a la amenaza de un pe­
ligro de vida o muerte.
Oyama, como muchos otros maestros que han dedicado su
vida a las artes marciales, ha aprendido que existen maneras
múltiples de responder a un ataque en la estera, del mismo mo­
do como existen cursos de acción múltiples de los que puede
uno echar mano en cualquier situación de la vida. Gomo Oya­
ma es calmado y seguro de sí mismo y de sus habilidades,
puede responder con fuerza con tanta facilidad como puede
hacerlo amablemente.
Mis propias experiencias en la estera me han enseñado que
hay ciertas cosas respecto a las cuales puedo hacer algo, y otras
en las que no puedo hacer nada. He aprendido a considerar las
alternativas eon una especie de calma indiferente y, habiendo
tomado una decisión racional, seguirla hasta el fin.
Aun en medio de un terremoto, un artista marcial probable­
mente mantendría la calma y su sentido de las proporciones.
Al primer retumbo, se diría a sí mismo, “Estoy en un terremoto
¿ Qué es lo mejor que hay qué hacer? ¿ Ponerme bajo el marco
de una puerta? ¿Correr afuera? ¿Quedarme donde estoy?” Si
decidiera moverse, lo haría calmadamente, porque su decisión
estaría basada en un pensamiento racional. Fuera cual fuese su
decisión, reaccionaría a los hechos de la situación y no a la
fantasía de la amenaza.
El maestro estadounidense de karate, Ed Parker, relaciona
ese estado de tranquilidad con el tener “una mente como el
agua quieta” (mismo no koro).
■ ¿Cémo adquiere uno “una mente como el agua' quieta”? Uno
aprende a dejarse llevar por el flujo de la vida, por la corriente
de la existencia. Cuando un suceso adverso ocurre en la vida de
uno, hay que reaccionar a él sin prisa ni pasión. Comprenda
que, en casi todos los casos, usted probablemente tiene más al­

130
ternativas de las que cree tener. Manténgase inmóvil un mo­
mento antes de actuar, o reaccione y tome en cuenta las alter­
nativas. Luego, después de decidir tomar algún curso de ac­
ción, proceda con toda calma.

131
ARTES
MARCIALES
SIN ZEN

No hace mucho observé una disputa entre dos artistas mar­


ciales del rango más alto. Uno de ellos era un instructor que
tenía su propio dojo, el otro había sido su mejor amigo. . . has­
ta que decidió abrir su propia escuela. En el proceso, se llevó
consigo a varios de los alumnos del dojo de su amigo.
Como amigo cercano de los dos, me sorprendió descubrir la
irracional hostilidad que había surgido entre ellos. Se hablaba
de que se iban a ejercer venganzas entre ambas escuelas, de
enfrentamientos personales, de recriminaciones y de asevera­
ciones de enemistad. Ambos artistas dieron rienda suelta a un
comportamiento que uno esperaría de unos niños malcriados,
cosa que me hizo ver que es posible ser un maestro de artes
marciales sin dominar por eso el espíritu del Zen.
Esto podría parecer en contradicción con mucho de lo que
he escrito en este libro, pero la verdad desnuda es que es po­
sible dominar las técnicas físicas de las artes marciales sin
comprender o absorber las bases espirituales y filosóficas de ta­
les artes. Por otra parte, también es posible aplicar los princi-

133
pios espirituales del Zen a las artes marciales sin involucrarse
uno mismo en ellos.
Yo pienso que uno puede aprender mucho acerca del Zen en
cualquier actividad que practique, si uno se mantiene cons­
ciente de las propias reacciones internas. La clave está en un
ejercicio constante de la percepción, de la vigilancia de la men­
te y del relajamiento del cuerpo. Si aplicamos los principios del
Zen, eso libera a una persona de la preocupación, de la tensión
y de la ansiedad acerca del ganar o perder.
Desde que empecé a estudiar las artes marciales hace
muchos años, he notado cambios, lo mismo grandes que pe­
queños, en mis actitudes y en mis acciones. Por ejemplo, todas
mis actividades en muchos otros deportes han mejorado. Soy ya
un mejor jugador de tenis porque puedo golpear la pelota sin
pensarlo, liberando a mi cuerpo y permitiéndome a mí mismo
relajarme física y mentalmente. Ahora corro mejor porque ya
no me preocupa correr determinada distancia ni determinada
cantidad de tiempo.
Mi actitud hacia mi trabajo también ha cambiado. Hace
años pensaba demasiado en lo que tenía qué hacer, me esforza­
ba demasiado, posponía las tareas difíciles, esperaba estar, de
vena o que empezaran a fluir los jugos creativos. En la actuali­
dad, simplemente lo hago sin un esfuerzo consciente, y el tra­
bajo fluye porque él y yo somos uno y no estamos en conflicto el
uno con el otro.
El estudio del Zen en las artes marciales también me ha ayu­
dado a cambiar mi vida personal, y ahora la siento más calma­
da, más rica y más plena. Ahora poseo más paciencia, más to­
lerancia hacia los demás y una mayor confianza propia. Me
siento yo mismo un mejor padre, esposo y amigo. He perdido
mucho de la intransigencia y combatividad que brotaban de
mi propia inseguridad. Por supuesto, sigo prefiriendo no per­
der un juego, la oportunidad de un trabajo o un argumento,

134
pero, cuando lo pierdo, puedo aceptarlo con mayor gracia y
considerar la derrota como parte del proceso de aprendizaje.

EL CAMINO DE LA VIDA
El hombre nace suave y débil.
Al morir se pone duro y tieso.
Las plantas verdes son tiernas y llenas de savia.
A su muerte se marchitan y se secan.
Por lo tanto, lo tieso y lo que no se dobla
es discípulo de la muerte.
Lo suave y lo que cede es discípulo de la inda.
Así, un ejército sin movilidad nunca vence
en una batalla.
Un árbol que no se dobla se quiebra fácilmente.
Lo duro y lo fuerte caerán.
Lo suave y lo débil perdurarán.

LAO-TZU

135
EL KARATE
SIN
ARMAS

Se han escrito muchos libros acerca del karate. En mi opi­


nión, el mejor de todos esos libros lo escribió el maestro más
grande de todos, Gichin Funakoshi. Casi a los noventa años de
edad, escribió su autobiografía, Karate Do\ Mi Estilo de Vida.
Al hablar de sus propios, famosos maestros, no sólo de su maes­
tría en la técnica, sino también de su comportamiento en si­
tuaciones críticas, Funakoshi nos revela el verdadero espíritu
del karate.
Una de mis historias favoritas de su libro se refiere a uno de
sus profesores, el maestro Matsurnura. La historia empieza ha­
ce algunas décadas en Naha, Japón, en el pequeño taller de un
grabador, quien era también el campeón de karate de la locali­
dad. El grabador era un hombre gigantesco, de abultados
músculos que casi rompían las cortas mangas de su kimono.
Apenas traspuestos los cuarenta años de edad, estaba en la ple­
nitud de su virilidad.
Un día, Matsurnura entró al taller del grabador. Aunque de
apariencia no tan formidable como la de éste, Matsurnura,

137
quien tenía entonces treinta y tantos años, era también un
hombre imponente, alto y con unos ojos negros de mirar pro­
fundo. Sin embargo, su voz era suave cuando describió un dise­
ño que deseaba que grabaran en la tabaquera de su pipa.
El grabador alzó la vista hacia su visitante y dijo:
— Le pido me perdone, pero, ¿no es usted Matsumura, el
maestro de Karate?
— Sí —contestó Matsumura. ¿Por qué?
— Se dice que usted es el mejor instructor de karate de todo
el país. Usted hasta enseña al jefe del clan, ¿no es así?
— Lo hacía —repuso Matsumura en tono amargado —, pero
ya no. A decir verdad, ya me aburrió el karate.
— No comprendo —dijo el grabador. Todo el mundo sabe
que usted es el mejor sensei de nuestro tiempo. Si ya no le da
lecciones al jefe del clan, ¿quién se las da entonces? — Y, no­
tando la expresión de abatimiento en el rostro de Matsumura,
agregó — : Algo terrible debe haber sucedido.
— Tiene usted razón —acordó Matsumura. El jefe del clan
es un alumno indiferente, con una técnica burda, que está
acostumbrado a ganar sus encuentros a causa de su rango, no
por su habilidad. Un día, a fin de darle una lección que mucho
necesitaba, le hice notar todos sus puntos débiles y lo desafié a
que me atacara con toda su fuerza. Él abrió el ataque con una
patada doble (nidan-gen) —el cual es el peor primer movi­
miento que se puede usar contra un experto—, y yo lo envié
despatarrado y hecho un ovillo a seis metros de distancia.
“Cuando pudo ponerse de pie, me ordenó que me alejara de
su vista y no regresara hasta que él enviara por mí. Mejor hu­
biera sido que, para empezar, jamás hubiera intentado ense­
ñarle karate. De hecho, hubiera sido mejor que yo jamás lo hu­
biera aprendido.
— ¡Tonterías! —dijo el grabador. En todo caso, puesto que
ya no le da clases, ¿por qué no me enseña a mí?

138
— No — repuso Matsumura. Como ya le dije, he abandona­
do la enseñanza, y de todas maneras, ¿por qué un hombre tan
experto como usted desearía recibir lecciones de mí?
— Francamente, tengo curiosidad por ver cómo enseña usted
— dijo el grabador.
— ¡Ya no enseño karate! —replicó Matsumura, irritado por
la presunción del grabador de que el antiguo maestro del jefe
del clan se convirtiera en profesor de un grabador.
Ante ese arrebato, la actitud del grabador cambió.
— Entonces — dijo—, si se niega a darme clases, ¿se negaría
también a concederme un encuentro?
Matsumura se negaba a creerlo.
—¿Usted quiere un encuentro. . . conmigo? —interrogó.
— Así es — replicó el grabador. En un encuentro no hay dis­
tinciones de clase y, puesto que ya no le da usted lecciones al je­
fe del clan, no necesita su permiso para enfrentárseme —La
voz y los ojos del grabador se tiñeron de un dejo de insolencia
cuando agregó:
— Y puedo asegurarle que yo sabré defenderme mejor que
él.
— ¿No cree usted que está yendo demasiado lejos? — pregun­
tó Matsumura—. No se trata de que alguien salga lastimado;
ése es un asunto de vida o muerte; ¿está usted tan decidido a
morir?
— Estoy más que decidido a morir —replicó el grabador.
— En ese caso, tendré mucho gusto en complacerlo —dijo
Matsumura—, pero, primero, permítame recordarle el viejo
adagio: “Si los tigres pelean, es seguro que uno de ellos salga
herido y que el otro muera”.
Y cuando Matsumura vio que sus palabras no habían obrado
el menor efecto en el grabador, agregó:
— Dejo a su elección la hora y el lugar del encuentro.

139
Así pues, el encuentro quedó fijado para las cinco de la ma­
ñana del día siguiente, en el cementerio que estaba detrás del
palacio Tama. A la hora fijada, se encontraron los dos hom­
bres. Prescindiendo de formalidades, se enfrentaron el uno al
otro desde una distancia de muchos metros. El grabador hizo el
primer movimiento y avanzó como la mitad de la distancia,
adelantando el puño izquierdo en la postura gedan y preparan­
do el puño derecho a la altura de la cadera, listo para atacar.
Matsumura lo miraba tranquilamente en una postura natu­
ral (shizen tai), con el mentón apoyado en el hombro izquier­
do. Era una postura que, aparentemente, no ofrecía ninguna
esperanza de defensa, y el grabador se dispuso a proseguir con
su ataque. En esos momentos, Matsumura abrió los ojos por
completo y miró profundamente a los ojos a su oponente. Aun­
que Matsumura no había movido ningún músculo, el grabador
retrocedió, repelido por una fuerza que él sintió como un rayo.
El sudor perló la frente del grabador y empezó a escurrirle
bajo los brazos. El corazón le palpitaba aceleradamente. Sin­
tiendo que iba a desmayarse, se sentó en una piedra cercana.
Con toda naturalidad, Matsumura hizo lo mismo.
Pasados unos momentos, Matsumura gritó:
— ¡Vamos! El sol está subiendo. Acabemos de una vez.
Los dos hombres se pusieron de pie y Matsumura adoptó la
misma postura. El grabador, nuevamente decidido a atacar,
avanzó hacia su oponente y una vez más se sintió rechazado por
una fuerza que, según declaró después, provenía únicamente
de los ojos de Matsumura.
Convencido ya de que había perdido el encuentro, pero de­
cidido a morir como un hombre, el grabador dejó escapar un
sonoro “¡Kiai!” (un rugido) que habría aterrorizado a oponen­
tes más apocados, pero Matsumura se mantuvo inmóvil y, una
vez más, el grabador, sintiendo que se desmayaba, tuvo que re­
tirarse.

140
— ¿Por qué no atacas? —preguntó Matsumura.
— No lo entiendo — replicó el grabador. Nunca antes he per­
dido un encuentro, pero preferiría morir que quedar en ver­
güenza. Te advierto que voy a atacar en sutemi(queriendo de­
cir con eso que combatiría hasta el Fin).
— Bien —dijo Matsumura, sonriendo. Te espero con gusto.
De pronto, el grabador lanzó su ataque con toda la destreza
de que era capaz, pero en ese preciso instante salió de la gar­
ganta de Matsumura un grito tal que resonó en el cementerio y
rebotó de las colinas distantes.
Así como al principio el rayo de los ojos de Matsumura para­
lizó al grabador, ahora el terrible “¡kiai!” lo dejó petrificado.
— ¡Me rindo! —exclamó. Fui un tonto en desafiarte. Sen­
cillamente, no hay comparación entre mi habilidad y la tuya.
— No es así —contestó Matsumura suavemente. Tienes un
gran espíritu combativo y, según sospecho, bastante habilidad.
Si hubiéramos llegado a las manos, bien podría yo haber salido
derrotado.
— Me estás lisonjeando — dijo el grabador. La verdad es que
me sentí completamente indefenso cuando te miré y perdí todo
mi espíritu combativo.
— Tal vez — repuso Matsumura tranquilamente—, pero eso
fue por la diferencia que hay entre nosotros. Tú estabas dis­
puesto a vencer y yo estaba igualmente decidido a morir si hu­
biera perdido.
“Escucha —agregó. Ayer, cuando entré a tu taller, me
sentía infeliz porque el jefe del clan me había reprendido.
Cuando me retaste, eso me preocupó también, pero, una vez
que acordamos el encuentro, todas mis preocupaciones se des­
vanecieron, pues comprendí que había estado obsesionado por
cosas de una importancia muy relativa. . . por refinamientos
de la técnica, por mis habilidades para enseñar, por halagar al
141
jefe del dan. Había estado preocupándome por conservar mi
posición.
“Hoy soy un hombre más prudente de como era ayer. Soy un
ser humano, y un ser humano es una criatura vulnerable, que
posiblemente no puede ser perfecta. Cuando muere, regresa a
los elementos. . . a la tierra, al agua, al fuego, al viento, al
aire. La materia es hueca. Todo es vanidad. Somos como briz­
nas de hierba o como árboles del bosque, creaciones del univer­
so, del espíritu del universo, y el espíritu del universo no tiene
ni vida ni muerte. La vanidad es el único obstáculo para la vi­
da.
Después de esa declaración, Matsumura se quedó en silen­
cio. También el grabador estaba callado, reflexionando en la
valiosísima kcción de karate que acababa de recibir. Lo había
derrotado un maestro sin lanzar ni un solo golpe.
En cuanto a Matsumura, pronto fue reincorporado en su an­
tiguo puesto de instructor personal del jefe del clan.
COMO
GANAR
PERDIENDO

Cuando empecé a estudiar artes marciales, continuamente


se me ocurría un sueño estando despierto: mi esposa y yo
íbamos por una calle oscura y éramos asaltados por unos ru­
fianes o malhechores. Cuando el jefe del grupo se adelantaba
hacia nosotros, rápida y eficientemente lo despachaba con
unos golpes bien aplicados. En otras variantes de ese mismo
sueño, los demás miembros del grupo también atacaban y yo
también me encargaba de ellos, o huían, despavoridos. Eso,
por supuesto, me convertía en un héroe a los ojos de mi esposa.
Veinticinco años después, ya con más experiencia en las ar­
tes marciales, tuvo lugar una situación así en la vida real, cuyo
resultado fue totalmente diferente del de mi imaginada escena.
Acababa de dejar a mi esposa en el Aeropuérto Interna­
cional de Los Ángeles y, en mi precipitación por regresar a ca­
sa, me metí en la zona de estacionamiento por un carril de una
sola dirección, pero en sentido contrario, haciendo que un
automóvil qüe venía a mi encuentro frenara bruscamente. Na­
turalmente, el conductor me lanzó unos insultos, y yo le ofrecí

144
disculpas. Sin embargo, él siguió insultándome y me cerró el
paso. Entonces, salió de su automóvil y se vino hasta mi venta­
nilla, sin dejar de insultarme.
Volví a repetir mis excusas, pero él dijo que iba a darme una
lección. Yo me deslicé hasta la portezuela del pasajero y salí de
ese lado para que el auto quedara entre los dos.
Cuando rodeó el automóvil para enfrentárseme, yo lo estaba
esperando con los brazos colgando y las manos abiertas. Ya
había decidido no hacer nada, a menos que él penetrara en
“mi círculo”. El otro se detuvo como un par de metros de mí y
se me quedó mirando.
— Ya le dije que lo siento —repetí.
—Le voy a arrancar la lengua y a metérsela por la garganta
—me amenazó.
— ¿Y qué va usted a ganar con eso? —argumenté tranquila­
mente. Casi le doblo la edad y, obviamente, no es una pelea
equitativa.
Empezó a caminar hacia mí. Yo cambié de postura impercep­
tiblemente y quedé con el pie derecho adelantado y el cuerpo
centrado. Crucé los brazos frente al pecho para que la mano de­
recha me quedara junto al mentón. Me le quedé mirando de tal
manera que no centré la vista en ninguna parte especial de su
cuerpo, pero no perdía ni uno solo de sus movimientos. Había
adoptado la clásica postura de “listo”, desde la que me podía
mover instantáneamente. Tenía la mente calmada, abierta y re­
lajada, y me sentía confiado en mi habilidad para entendérme­
las con lo que se presentara.
— Tuve que frenar de golpe para no pegarle — dijo, un po­
quito menos agresivamente.
—Yo tuve la culpa —concedí.
— ¡Bueno, está bien! — dijo y regresó a su automóvil.
Aunque yo estaba confiado y listo para responder a cual­
quier agresión, no hubo necesidad de nada. Ofreciendo excu­

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sas por lo que ciertamente había sido culpa mía, anulé su hosti­
lidad. Al no actuar agresivamente, eliminé la necesidad de que
él se probara algo a sí mismo atacándome. “Perdiendo” había
ganado.
Ed Parker dice:
— La única razón por la que los hombres pelean es porque se
sienten inseguros; un hombre necesita probarse a sí mismo que
es mejor o más fuerte que el otro. El que está seguro de sí mis­
mo no necesita probar nada con la fuerza, por lo que puede
evitar una pelea con dignidad y orgullo. Ése es el verdadero ar­
tista marcial. . . un hombre tan fuerte por dentro que no nece­
sita demostrar su fuerza.
La razón para mostrar la eficiencia en cualquier arte mar­
cial es la de poder evitar una pelea en lugar de ganarla. Pero
uno se retirará erguido, con orgullo en el porte, sabiendo inte­
riormente cuál hubiera sido el resultado de la pelea si hubiera
uno deseado precipitarla. Y esa actitud de confianza se le co­
municará al antagonista, quien comprenderá que se escapó de
la derrota por un pelo.
La palabra china para designar esa clase de confianza es sai,
que también puede definirse como “presencia”. Dicha palabra
es un subproducto de la confianza propia y es instantáneamen­
te reconocible en cualquier situación. Los artistas marciales
que están seguros de su habilidad, la tienen cuando se enfren­
tan a ciertas situaciones, del mismo modo como la proyecta
cualquier persona que es experta en su campo.
Sin embargo, el tener confianza no quiere decir que haya que
ser temerario. En un reciente programa de televisión me pre­
guntaron qué haría si alguien me pusiera un cuchillo en las cos­
tillas y me pidiera la cartera. Mi respuesta fue inmediata. “La
entregaría”. Como dice Jim Lau "Hay veces en que uno debe pe­
lear, pero hay otras en que hay que rajarse”. No conozco ningún
artista marcial que arriesgue la vida por salvar la cartera.

146
Un día, el maestro Joshu anunció que el joven monje Kyo-
gen había alcanzado el estado de esclarecimiento. Muy
impresionados por esa noticia, varios de sus compañeros
fueron a hablar ccn él.
—Hemos sabido que has alcanzado el esclarecimiento, ¡es
verdad? —le preguntaron sus compañeros de estudio.
—Así es —contestó Kyogen.
—Dinos —dijo uno de ellos—, ¿cómo te sientest
—Tan miserable como siempre —contestó el esclarecido
Kyogen.

ANÓNIMO

Obtener cien victorias en cien batallas no es la habilidad


máxima. Sojuzgar al enemigo sin combatir es la habilidad
suprema.

SUN-TZO
ESTA EDICIÓN DE 6 000 EJEMPLARES SE TERMINÓ
DE IMPRIMIR EL 4 DE DICIEMBRE DE 1990 EN LOS
TALLERES IMPRESORA PUBLIMEX, S. A. DE C.V.
CALZADA SAN LORENZO 279, LOCAL 22
09900, MÉXICO, D.F.

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