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UNISINOS 2017
Cuando en otra ocasión expusimos ideas como esta, a saber , que la tendencia
mencionada pretendía reemplazar la filosofía de la ciencia por las ciencias sociales, un
crítico nos objetó aludiendo a que la propuesta era legítima porque Quine ya había
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rechazado décadas antes los intentos de elaborar una filosofía primera y había defendido
la naturalización de la epistemología. Más adelante nos ocuparemos del valor del
argumento de nuestro crítico y haremos un comentario sobre la propuesta de Quine, pero
antes debemos tratar otros temas y desarrollaremos otros análisis para mostrar que los
intentos de “naturalizar” la filosofía de la ciencia transformándola en ciencia social es
engañosa. Quizás logre inadvertidamente todo lo contrario, convertir la ciencia social, o al
menos esa parte de lo que se presenta como ciencia social, en una nueva filosofía. Y en una
filosofía que según los criterios clásicos debiera clasificarse en la sección de doctrinas
metafísicas.
a la que denominó relacionismo. Este enfoque procura una nueva forma de objetividad,
que resulta de articular diferentes factores o perspectivas y descubrir así un denominador
común (Mannheim 1954: ).
En todo caso, esta perspectiva relacionista resulta relevante para marcar las
diferencias entre los distintos tipos de ciencias:
(a) In the case of existencially- determined thought, the results of the thought process are
partially determined by the nature of the thinking subject.
(b) In the natural sciences, thinking is carried on, in idea at least, by an abstract
“conciousness as such’ in us, whereas existencially- determined thought, it is –to use
Dilthey’s phrase—‘the whole man’ who is thinking”. [Mannheim, “Competition as a cultural
phenomenon” in Gerard Delanty and Piet Strydom (eds.), 2003, p. 129].
prestigio de las ideas desarrolladas por los positivistas lógicos comenzó a debilitarse, en
parte por la autocrítica a los que ellos mismos se sometían y en parte por las
impugnaciones de los que simpatizaban con su modo de hacer filosofía pero no
compartían sus conclusiones, como es el caso de Wittgenstein y el propio Quine. A ellos
les siguieron objetores menos amigables, como Kuhn y Feyerabend. Algunos atribuyen a
Quine la bancarrota del empirismo lógico y otros a Kuhn. Pero ahora me propongo hablar
de Quine
Uno de sus primeros cuestionamientos fue su rechazo, o al menos su escepticismo
con respecto a la noción de verdad por convención, estrechamente ligada a la distinción
entre enunciados analíticos y sintéticos,. En su clásico ensayo Two Dogmas of empiricism,
puso en duda que se pudiera sostener tal distinción. Inspirado en Duhem , sostuvo también
una concepción holista de la contrastación empírica. Y después presentó su Naturalized
Epistemology (Quine 1969), que manifiesta explícitamente el abandono de toda filosofía
primera que pretendiera fundamentar el conocimiento científico. Su conclusión expresa
que “la epistemología, o algo que se le parece, entra sencillamente en línea como un
capítulo de la psicología y por lo tanto de la ciencia natural”. Podría decirse que a lo largo
del resto de su vida Quine dedicó sus esfuerzos a tratar de conciliar el viejo credo
empirista, a saber, todo conocimiento posible se funda en la magra experiencia de los
sentidos, con la exuberante riqueza de la red de nuestras creencias.
La propuesta de Quine de dejar de lado la filosofía y permitir que las ciencia misma
explique el tránsito desde los estímulos sensibles a las creencias científicas da lugar, sin
embargo, a ciertos cuestionamientos. En primer término, resulta bastante evidente que la
propuesta de que la ciencia se autojutsfique suscita inmediatamente la observación de que
incurre en un círculo vicioso. Frente a esta previsible objeción, Quine responde:
Esta interacción [la inclusion recíproca entre la ciencia natural y la epistemología] es, de
nuevo, una reminiscencia de la vieja amenaza de circularidad, pero ahora que hemos
dejado de soñar en derivar la ciencia a partir de los datos sensibles, no hay nada
incorrecto. Perseguimos un entendimiento de la ciencia como una institución o progreso
en el mundo, y no pretendemos que ese entendimiento vaya a ser mejor que la ciencia que
es su objeto (Quine 1969: 110-11 cast.)
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fue el líder más destacado y convocante, pero Feyerabend llevó al extremo la crítica de la
epistemología clásica al proclamar que no existe nada que pueda ser llamado el método
científico, salvo la máxima “anything goes”. (Feyerabend, P. Tratado contra el método,
Este provocativo ex discípulo de Popper sugería que la ciencia no tiene mejores
credenciales cognitivas que cualquier otro conjunto de creencias.
Al reducir la importancia de la observación y la lógica en el proceso de adquisición,
mantenimiento o reemplazo de las teorías científicas y subrayar en su lugar el papel de la
persuasión, así como al comparar el cambio científico con las conversiones religiosas,
Kuhn dejó abierta la puerta para que algunos científicos sociales procuraran reducir la
situación a un juego de factores sociales. En este proceso también intervinieron la actitud
relativista expresada en las ideas tardías de Wittgenstein y recogidas por Northwood
Russell Hanson y Stephen Toulmin.
motivado por convicciones filosóficas. Además desautorizó la idea de que intentos tales
como el Programa Fuerte de la ´sociología del conocimiento científico fueran una
consecuencia de sus propias ideas. Por último, manifestó que nunca había puesto en duda
la autoridad de la ciencia y jamás había tenido la intención de cuestionarla. Y cuando
Kuhn hablaba de las ciencias se refería especialmente a las ciencias naturales. Se
desprende de su obra que las sociales, con la posible excepción de la economía, no las
consideraba suficientemente desarrolladas . Sin embargo, muchos científicos sociales se
sintieron estimulados para emprender estudios históricos, sociológicos, antropológicos,
etnográficos, etc., supuestamente amparados por el aval que creyeron encontrar en La
Estructura de las Revoluciones Científicas y haciendo oídos sordos a las posteriores
advertencias de Kuhn.
digo que la situación es aun peor que la naturalización de la filosofía que defendía Quine
porque, aunque he manifestado mi disidencia con ese propósito, el objetivo era explícito,
transparente y plausible; Asegurar la validez de la ciencia por medio del conocimiento más
confiable, la propia ciencia, a criterio de Quine. Pero la maniobra quineana aquí no puede
ser invocada porque adquiere caracteres opuestos: se ocultan los postulados filosóficos o se
los presenta como resultados científicos. Lo más serio es que en lugar de naturalizar la
filosofía lleva a cabo la operación inversa. “Filosofiza la ciencia” si se me permite la
expresión. Esta forma de operar encarnan veladamente fuertes asunciones filosóficas que
van mucho más allá de los supuestos filosóficos corrientes que acompañan la actividad de
los científicos en sus tareas profesionales habituales, como la creencia en que los
materiales y los instrumentos con los que trabajan realmente existen o que la
informaciones que publican sus colegas son en la mayoría de los casos confiables. Puede
ser que ese realismo de sentido común sea vulnerable, pero para refutarlo hay que dar
argumentos filosóficos.
Creo que los que procuran susutuir la filosofía de la ciencia invocando razones científicas
deberían reconcer , comoo Kuhn , que están condicionados por sus propias inclinaciones
filosóficas y hacerlas explícitas. A este respecto, como hemos adelantado, consideraremos
en la siguientes secciones el caso de la Escuela de Edimburgo y la investigación
etnográfica llevada a cabo oportunamente por Woolgar y Latour.
norma social de que dos más dos suman cuatro, no fueron los miembros del consejo de
ancianos paquistanías que mencioné antes).
La forzada interpretación de Barnes no está acompañada por ningún elemento
empírico que la apoye, tiene toda la apariencia de la aplicación dogmática de una
convicción previa basada en presuntas analogías más que discutibles con otras áreas de las
actividades humanas. Ni siquiera tiene en cuenta que las operaciones matemáticas
elementales son compartidas por todas las sociedades por igual, aunque en materia de
pautas culturales la variabilidad es enorme. Bloor no considera en realidad ninguna
explicación alternativa aunque hay varias muy conocidas. Los racionalistas, y también
Locke y Hume postulaban capacidades a priori para captar verdades matemáticas. Mill lo
explicaba como resultado de las regularidades que muestra la percepción, Algunos
experimentos recientes con bebés lo atribuyen a disposiciones innatas resultantes de la
evolución biológica y la selección natural (semejantes a las reglas sintácticas innatas
postuladas por Chomsky). Bloor da por supuesto que no reconocer la necesidad de dar una
explicación social de las operaciones matemáticas elementales se debe a la creencia en la
falsa doctrina del platonismo, ( y en que ignora las otras) y se involucra así con una tesis
filosófica negativa sin esbozar siquiera el menor argumento filosófico, mientras
importantes filósofos contemporáneos prosiguen considerando el platonismo una posición
sólida e incluso algunos lo defienden sin ambigüedades.
Además, el propio e insuficiente argumento que Bloor formula tiene la paradójica
consecuencia de no cumplir con las propias prescripciones que recomienda. Si uno está en
desacuerdo con la opinión de que creer que dos más dos es cuatro –dice-- la razón es
abrigar una idea equivocada. Pero esa creencia es algo mental producto en buena medida
del raciocinio individual y no un factor social externo. Cuando los pitagóricos descubrieron
los números irracionales no actuaban conforme a ninguna pauta que indicara que había que
creer en ellos, por el contrario, se frustraron porque ese inesperado descubrimiento
puramente intelectual contrariaba las creencias establecidas, y hasta intentaron que no se
divulgara. Seguramente a Gödel le enseñaron a sumar y muchas cosas más, pero a él solo
y gracias a su enorme inteligencia se le ocurrió extraer la consecuencia de que si la
aritmética es inconsistente entonces es incomopleta, No me imagino cómo las causas
sociales podrían haberlo conducido a ello.
Creo que sería interesante que quienes privilegian los factores sociales en el
proceso de conocimiento prestaran más atención a sus presupuestos filosóficos
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inconcientes, sobre todo cuando no parecen ser más que opiniones carentes de toda
justificación empirica o filosófica.
El caso de Latour y Woolgar que ya hemos esbozado es un ejemplo aun más claro
de la medida en que las creencias filosóficas, seguramente ya presentes antes de comenzar
las observaciones (porque en esta ocasión sí hubo observaciones), se visten con uniforme
de científicos.
Tiene bastante plausibilidad afirmar que las creencias de los científicos llegan a ser
adoptadas o abandonadas por la incidencia de factores sociales, en particular los
argumentos y opiniones de otros científicos, el prestigio de quienes las expresan, etc. La
situación es bastante frecuente porque los científicos se manejan con hipótesis y ellas
están subterminadas por la observaciones y los experimentos. Pero también es cierto que
esa posibilidad tiene ciertos límites. Aunque siempre hay algún margen para interpretar los
hechos de acuerdo a nuestras convicciones favoritas, los científicos generalmente ceden
ante evidencias contundentes. El propio Kuhn llegó a reconocer que la naturaleza impone
fronteras a las creencias. Y es muy difícil no admitirlas cuando esas evidencias son
manifestaciones materiales tangibles.
Lord Kelvin, autor de importantes descubrimientos y muchos inventos solía ser
bastante escéptico. Descreyó, con razones científicas atendibles en su momento, de la
teoría de Darwin, él era un creacionista moderado. Pero reconoció que sus cálculos sobre la
antigüedad de la tierra ( menos de 100 siglos) eran equivocados cuando se enteró del
descubrimiento de la radiación. Descreyó de los rayos X, hasta que el propio Röetgen lo
convenció, y terminó haciéndose sacar una radiografía. En 1902, a pesar de que ya se
habían realizado intentos con cierto éxito, sostuvo que los aviones s jamás podrían volar.
Un año después dos bicicleteros mostraron lo contrario. Cuando Kelvin murió, pocos
años más tarde ni él ni nadie más podía seguir manteniendo la duda.
Pese a estas razones estoy dispuesto a conceder que la aceptación de muchas
creencias, especialmente las hipótesis científicas más interesantes dependen de manera
significativa de influencias sociales., Tal vez, los hermanos Wrigth no sabían quién era
Kelvin o tal vez no les importó lo que dijera. Podrían haberse dejado impresionar por su
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autoridad y la difundida convicción de que algo más pesado que el aire no puede volar.
Pero entonces no habrían pasado a la historia.
Hemos estado hablando de creencias, y hasta allí, reitero, la influencia social
puede tener su peso. Sin embargo, Woolgar y Latour fueron mucho más lejos,
concluyeron que los científicos no sólo producen teorías o interpretaciones de los hechos.
Ellos creían que hay construcción social de los hechos mismos. Sin duda hay hechos o
entidades de cierto tipo, como las instituciones, por ejemplo que apropiadamente
describimos en términos de construcciones sociales. Y estoy de acuerdo en que el modo en
que se entiende un hecho, social o natural, depende por lo menos en parte de convenciones
sociales acerca de conceptos, palabras, teorías y valores: cuando se califica una conducta
como delito, por ejemplo. Pero que una substancia – no cómo se la identifica o clasifica–
sino la sustancia misma, en tanto porción de materia que ocupa un lugar en el espacio, sea
una construcción social; que no existiría absoluto si ciertas personas no hubiera acordado
su existencia, constituye un equívoco que parece destinado a causar impacto. Si dejamos
de lado los clásicos argumentos radicalmente escépticos, cuando estamos en la situación
apropiada y afirmamos que un avión existe o que efectivamente el hecho de que vuela se
produce no hay lugar para decir que se trata de construcciones sociales, a menos que
hagamos un uso extravagante del lenguaje.
Claro está que en contextos científicos, técnicos, culinarios, filosóficos o de
cualquier índole , una persona tiene derecho a inventar nuevos términos o usar las palabras
con un significado diferente del habitual, pero debe hacer todo lo posible para ser claro y
evitar equívocos (para que no le suceda lo que a Kuhn, que terminó prácticamente
repudiando el término “paradigma”). Latour y Woolgar confiesan que tuvieron serios
problemas para redactar el libro porque no querían usar palabras y oraciones cuyas
connotaciones establecidas chocaban con sus convicciones filosóficas. Así, narran que
mientras los científicos del laboratorio creían que los signos representan cosas distintas de
esos mismos signos, cosas que existen independientemente “allí afuera --como sostienen
destacados filósofos del lenguaje, los lingüistas y la mayoría de la gente cuando piensa en
los signos— Wolgar y Latour insistían en que el lenguaje es constitutivo de los hechos.
Nelson Goodman llegó a decir cosas parecidas y también que podía concebir signos sin
mundo pero no mundo sin signos.
Pero no es mi propósito discutir aquí la si estas concepciones son correctas,
verdaderas, sostenibles o siquiera consistentes. Para nuestro tema, todo esto es un
reconocimiento explícito de que la investigación antropológica de campo que ocupó a
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Latour durante casi dos años era en el fondo una excursión en búsqueda de confirmar
convicciones filosóficas, y lo inspiraron para construir – no es casual que aquí yo use esta
palabra— toda una teoría metafísica. La trayectoria posterior de Latour lo confirmá aun
mucho más. Para ser justos, digamos que en su caso la actividad desarrollada no es
investigación científica que se interna furtivamente en la metafísica. Es, con toda
honestidad, el intento de edificar una metafísica, la que comenzó a desarrollarse
contemporáneamente a sus cotidianas visitas al laboratorio de Salk. Así como
probablemente las ideas de Goodman sobre la prioridad de los signos daban vueltas en su
cabeza mientras recorría la galería de arte que dirigía.