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Sobre el escritorio, uno de los 4 muebles en la reducida morada, sobraba el Dr. Vermes
quien mientras rascaba su corto cabello desaseado, luchaba contra el dolor de su muñeca y
bebía de sí, pensaba: Una noche más o una noche menos... ¿qué diferencia puede ejercer un
poco de “acetil-metoxi” y sinapsis bien descansadas en la toma de decisiones frente a los
miligramos o mililitros que inyectarle a un enfermo?
-¿Qué tal Sr. pedazo de carne?¿Alguna molestia?¿Los pulmones? Claro, eso es normal
señor. ¿Ya tomó su medicamento? Excelente, regresaré mañana.
-¿Qué tal Srta. pedazo de carne?¿Alguna molestia?¿La garganta seca? Claro, eso es normal
señorita. ¿Ya tomó su medicamento? Excelente, regresaré mañana.
Como de costumbre, "Fredo", pasaba a la una de la mañana por la habitación del pobre
doctor Vermes: ¿Otra vez amaneciéndose doctor? Veo que otra vez ha dejado las cosas para
el final, tiene muchas historias pendientes. Procure ser más responsable, le dejo las llaves
para que cierre todo, iré a dormir...Oh, y doctor, quizá una ducha le ayudaría a
"concentrarse", descanse, oh, claro, mejor dicho, "buenas noches". Mientras el guardia de
seguridad se alejaba bostezando, transitaba por su angosta mente un bosquejo de extrañez y
suspicacia. Lamentablemente, su pesado sueño e incompetencia premiable pudieron más
que un destello de lucidez.
No había marcha atrás, ya todo había sido minuciosamente revisado hasta en tres ocasiones.
Cómo eliminar el instrumento, la coartada, el ambiente, y el paciente perfecto: Cama 321,
veinticinco años, sin familiares cercanos, con la enfermedad avanzada y sólo 10% de
posibilidades de sobrevivir. Sumado a esto, los procemidimientos médicos incluía múltiples
catéteres venosos, uno uretral y un par de nasogástricos. Nadie extrañaría a este pobre
sujeto, es más, si pudiera leer las pulsiones como uno de esos asquerosos mentalistas estaría
aún más seguro que este trozo de carne desaría estar colgado ya. Al ingresar al futuro nicho,
entre la oscuridad, apenas enfrentada por unos cuantos puntos, tan sólo se escuchaban
apenas dos latidos, uno acelerado y otro silvante que pronto vibraron en sintonía.
En algunos pacientes, la exposicion constante al dolor genera una amplitud del umbral del
dolor impidiendo o reduciendo su reacci´n física ante estímulos, digamos "aguja". SIn
embargo, en una minoría el umbral de dolor no aumenta, sino que disminuye,
predisponiendo la activación del sistema simpático ante estímulos considerados incluso
"ambientales", digamos "el respirar de un médico". Claro, esto no es algo que pase
desapaercibido, sino que constaba en una de las tantas notas que imprimían las enfermeras
del pabellón (hasta tres al día) las cuales rezaban algo como esto: Paciente paranoide,
desoreintado y delusivo. EL flujo frío inbuído desde el cateter no hizo menos que despertar
al "trozo de carne", sino que la presencia extraña y repentina de un "ente extraño" fomentó
que se abalance sobre él, vociferando: "! Cristo te llevará, nos llevará a ambos al infierno
¡".
Era muy tarde, la enfermera ya lo había visto. Aún peor, la sangra que le crubía la
gabardina, la sangre que cubría el cuello del paciente y las blancas sábanas sólo tenían una
causa: Él. Todo se arruinó, el plan perfecto, arruinado por un miserable e indolente
espécimen que se aferraba a su asquerosa y limitada existencia, ¿para qué?. Y ahora, quien
fue alguna vez un destacado estudiante, erudito en todos los niveles del conocimiento,
plurilinue, con un futuro prometedor : encerrado como una rata en el baño de la residencia.
Nunca antes su mente proceso información a mayor velocidad, en respuesta a los llamados
estruendosos de la policía y la pata de cabra que se incrustaba en el borde de la puerta. Allí,
frente a sus ojos nublados, en cada lágrima virgen si diluía un tratamiento prolongado y
doloroso, el uso y abuso penitenciario y una vida de vergüenza, propia de un payaso
circense. Frente a esta vil y sincera profecía, adornada por luces y sirenas, su bisturí brillaba
como única e irónica respuesta.